Realidad y mito de la Brujería

 

Miami, 1 enero 2023
Jordi Rivero, licenciado en Teologí
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           La brujería es una práctica que data de los tiempos de la antigua Mesopotamia y Egipto. Así lo demuestra el Código de Hammurabi de 1.800 a.C, y hasta los primeros libros de la Biblia de 1.200 a.C.

           Es difícil distinguir claramente entre brujería, hechicería y magia. En todo caso, se trata de una práctica que utiliza medios ocultos para producir efectos mas allá de los poderes naturales del hombre. La brujería se adapta a los tiempos modernos, y todavía prolifera en la literatura y cinematografía juvenil.

           La brujería es perversa porque recurre a espíritus malignos, implica un pacto con ellos y busca su intervención. El ser brujo (o bruja) se obtiene por vínculos satánicos, en los cuales se entra por una invocación personal, muchas veces realizada dentro de la propia familia. La brujería implica la creencia en una realidad invisible a la que el practicante queda atado, y que según los padres de la Iglesia es una entidad diabólica (Dt 18,12). En este sentido, la brujería estaría relacionada con el satanismo.

a) Práctica de la brujería

           No todos los brujos siguen las mismas prácticas, pero entre ellos hay una serie de elementos teóricos comunes a lo largo de la era cristiana. El brujo hace un pacto con el demonio, rechaza a Cristo y tiene ritos diabólicos en los que parodia la Santa Misa y los oficios de la Iglesia, adorando al príncipe de las tinieblas y participando en aquelarres (reuniones de brujos, donde se hacen las maledicencias).

           Tanto en la brujería como en la magia se encuentran como elementos prácticos básicos:

-la realización de rituales y gestos simbólicos,
-el uso de sustancias y objetos materiales que tienen significado simbólico,
-el pronunciamiento de un hechizo,
-una condición prescrita del que efectúa el rito.

           La brujería contiene una serie de rituales para hacer sus hechizos (ejercer un maleficio o atadura sobre alguien), algunos de los cuales requieren hierbas particulares. También hay palabras de conjuro (o hechizo) que pueden ser escritas para obtener un mayor poder. Quién realiza el rito debe desear su propósito con todas sus fuerzas, si quiere obtener sus mayores efectos, y en algunas ocasiones debe ayunar 24 horas antes de realizar el rito (para purificar su cuerpo).

b) ¿Es real el poder de la brujería?

           En ocasiones es real y en ocasiones es pura mentira, como mera sugestión de la mente. Pero en ambos casos se trata de buscar el mal, y en ambos está actuando el demonio, príncipe de la mentira.

           La Biblia y los padres de la Iglesia no dejan lugar a dudas sobre el hecho que los seres humanos tienen libertad para pactar con el diablo, y que éste tiene influencia en la tierra y en las actividades humanas. Por otro lado, padres como San Jerónimo pensaban que en muchos casos la brujería era sugestión de la mente.

           La Biblia condena la brujería y la hechicería, pero no por ser falsas (o fraudulentas) sino por ser una abominación humana: A la hechicera no la dejarás con vida (Ex 22,18; Dt 18,11-12). La narrativa de la visita del rey Saúl a la hechicera de Endor (1Re 28) demuestra que su evocación de Samuel fue real y tuvo efecto. En el Levítico, por su parte, se lee: El hombre o la mujer en que haya espíritu de nigromante o adivino, morirá sin remedio y será lapidado. Caerá su sangre sobre él” (Lv 20,27). Está claro que hay un espíritu adivino, y que no se trata de una impostura.

           El pueblo de Israel, en muchas ocasiones, se tornó a la práctica de la adivinación y a la consulta de brujos, yendo así en contra de los mandatos de Dios (Ez 13,18-19; 2Cro 33,6; Jer 27,9). El AT muestra claramente como los israelitas y sus vecinos paganos estaban conscientes de la brujería y la magia. En el libro de Éxodo leemos que el faraón “llamó a todos los sabios y adivinos. Y ellos también, los magos de Egipto, hicieron las mismas cosas (que Moisés) por medio de sus artes secretas” (Ex 7,11). El 1º mandamiento hebreo condena la brujería, la magia y todo tipo de adivinación: Yo soy el señor tu Dios, y no tendrás dioses extraños delante de mí (Ex 20,2-3).

           El NT condena igualmente la brujería como una realidad envidiosa y perversa (Gál 5,20; 13,6; Ap 21,8; 22,15). El mago Simón era practicante de la magia, pero estaba envidioso de los apóstoles cuando vio a la gente recibir el Espíritu Santo a través de la imposición de las manos. Ofreció dinero a los apóstoles para que le enseñaran como hacer esto, y Pedro le contestó: Tu corazón no es recto delante de Dios. Arrepiéntete , pues, de tu maldad (Hch 8,9-22).

           En la vida real de hoy día sigue habiendo numerosas personas que hacen pactos satánicos, y posteriormente experimentan graves consecuencias. También son frecuentes las personas que han sido víctimas de ciertos trabajos de brujería. La brujería opera con poder satánico (dado por Satanás), un poder destinado a oprimir a las personas y aumentar el odio a Jesucristo.

           En efecto, Jesucristo se enfrentó a dichos poderes malignos, hasta morir para vencerlos y librarnos de ellos. Dicha victoria no evita la lucha contra el maligno, aunque sí da la fuerza necesaria para vencerlo. Y es que nuestra lucha no es contra la carne y la sangre, sino contra los príncipes, los poderosos y los dominadores de este mundo tenebroso. Y contra los espíritus del mal que están en las alturas (Ef 6,12).

           Debemos evitar, pues, tanto el exagerar como el minimizar el poder de Satanás. Satanás tiene poder para tentar y asediar a las personas, pero su poder no es comparable al de Dios todopoderoso. Satanás puede causar sufrimientos y hasta la persecución y muerte de las personas. La victoria sobre su poder no está, pues, en vivir sin pruebas, sino en vencerlas a través de la fidelidad a Dios.

           El demonio existe y entra en relación con aquellos que lo buscan. Y como recompensa a quién le ofrece culto, el demonio otorga poderes preternaturales a sus adoradores, con los que ellos puedan conseguir poder, dinero, influencia y otra serie de deseos de la frágil condición humana. Por medio de la brujería se puede llegar a lograr el éxito en el mundo profesional, ya sea como artista, profesional, militar o político. Estas personas pueden llegar a hacerse muy atractivas, y tener un gran don de ganarse a la gente, hasta el punto de atraer grandes multitudes y convertirse en dioses para sus admiradores (los cuales son capaces de hacer hasta lo irrazonable por ellos).

           Los poderes del mal pueden cegar las mentes y fanatizarlas portentosamente. La brujería no es por ello una superstición, sino que realmente arrastra al reino del mal del demonio, tanto a los que se involucran en él como a sus aduladores. Si no hay arrepentimiento y conversión, el final de todos ellos será calamitoso.

c) ¿Por qué se recurre a la brujería?

           La ayuda sobrenatural maligna que ofrece la brujería, aunque sea por vía maligna, se busca por diferentes razones. Las principales son para:

-hacer daño a quien se odia,
-atraerse la pasión amorosa de alguien,
-invocar a los muertos; para suscitar calamidades o impotencia contra enemigos, rivales u opresores reales o imaginarios,
-resolver un problema el cual se ha convertido en obsesión y ya no importa por qué medio se resuelve.

d) Fantasías en torno a la brujería

           Aunque es cierto que en la brujería hay acción diabólica, la gente ignorante y supersticiosa ha creado muchísimas fábulas y supersticiones, como la de brujas que vuelan sobre una escoba, encantaciones que transforman a la víctima en un sapo... Estas fantasías no son causadas por la religión, sino todo lo contrario: por una auténtica falta de fe.

           En su De ecclesiasticis Disciplinis, Regino de Prum (ca. 906) criticaba a ciertas mujeres que, seducidas por ilusiones y fantasmas de demonios, creen y abiertamente profesan que en plena noche viajan sobre ciertas bestias junto con la diosa pagana Diana y una cantidad innumerable de mujeres, y que en estas horas de silencio vuelan sobre vastas expansiones de terreno y la obedecen como señora[1].

           Regino se lamenta que esas mujeres se dejaran llevar por tales fantasías, y que el paganismo haya llevado a mucha gente (innumera multitudo) a esas aberraciones mentales. Y concluye que es deber de los sacerdotes enseñar a la gente que estas cosas son absolutamente falsas, implantadas por el maligno.

e) Qué hacer ante la brujería

           Al enterarse de que alguien le está haciendo un trabajo de brujería, muchas personas tienen miedo. Éste es el 1º fin de la brujería: provocar el miedo, para así dominar a las personas. Pero debemos recordar que, ante el miedo, el demonio nada puede contra los que son fieles a Dios, y que sólo puede con aquellos que están espiritualmente débiles o muertos.

           Quién esté amenazado por los efectos de la brujería puede recurrir, pues, a Dios, y dejar ya de temer. Debe poner en Dios toda su confianza y practicar su fe, y no por miedo a la brujería sino por convicción. La mejor defensa ante un acto de brujería es acercarse a los sacramentos, así como la oración personal y de unos por otros. La gracia del Señor jamás faltará a quién la busque.

           Lo que jamás se puede hacer es querer defenderse de un acto de brujería recurriendo a otro brujo, pues eso sería caer en la trampa de lo que el demonio quiere conseguir: que desconfiemos de Dios, para que recurramos a él. Muchas veces las personas recurren a la brujería en momentos de desesperación, cuando creen que es el último recurso que les queda, o porque alguien les ofrece la brujería como una solución fácil. Pero hemos de recordar, que, en esos momentos vulnerables, el mejor medio espiritual es Dios, y no nada que esté por debajo de Dios.

           Cuando pedimos la intercesión de los santos, por ejemplo, no buscamos una vía alternativa a Dios, sino que buscamos su ayuda y estímulo, para que ellos nos enseñen a mantenernos fieles al Señor. Hay dos familias: la de Dios y sus seguidores, y la del demonio y sus seguidores. Recurrir a un santo es recurrir a Dios, así como recurrir a un brujo es recurrir al demonio.

f) Alerta eclesial contra la brujería

           Lamentablemente, en la historia no siempre se ha seguido el consejo de Regino de Prum, y la oscura brujería se convirtió muchas veces en escape para culpar a cualquiera de cualquier cosa, hasta de desastres naturales y epidemias. Había que fabricar un enemigo común y echarle a él las culpas, y eso es lo que muchas veces se hizo con las brujas.

           El resultado fue la persecución y la caza de brujas, en las que se enjuiciaron y condenaron a muerte injusta a muchas personas, casi siempre las más indefensas. Quizás el caso más famoso es el de Santa Juana de Arco, quién fue acusada de bruja y murió quemada por los intereses comunes de las coronas francesa y británica.

           Pero la persecución de brujas comenzó mucho antes, y siempre bajo el poder secular. En el siglo III, por ejemplo, el Imperio Romano castigaba con la pena de la hoguera a los que causaran la muerte de alguien con encantamientos[2].

           En el siglo IV la Iglesia quiso atenuar la severidad del estado civil contra la brujería, aunque sin dejarla acampar de forma impune. El Concilio de Elvira (ca. 306) rehusó el viático a aquellos que matasen con una encantación (per maleficium), y añade que la razón por tal crimen no puede efectuarse sin idolatría[3] (ya que el culto al demonio es idolatría). El Concilio de Ancira (ca. 314) impone cinco años de penitencia a los que consulten magos[4], y penas similares fueron establecidas por el Concilio Trullano de Constantinopla (ca. 692).

           Del siglo V al XII no se dieron crueles persecuciones, y mientras los estados civiles permitían la tortura contra los hechiceros, el papa Nicolás I (ca. 866) la prohibió. Una ordenanza similar aparece en los Decretos Pseudo-Isidorianos del 840. Pero la Iglesia no pudo eliminar la tortura contra los hechiceros, ni la hechicería. E incluso algunos cristianos cayeron en ella, de forma incongruente con su condición cristiana.

           En muchas ocasiones el clero denunció las prácticas fanáticas y abusivas de la brujería, la hechicería y la magia. Entre ellos el arzobispo Agobardo de Lyon, que el 841 escribió Contra Insulsam Vulgi Opinionem de Grandine et Tonitruis (lit. contra las necias creencias de la gente sobre el granizo y el rayo[5]). El papa Gregorio VII escribió en 1080 al rey Harald III de Dinamarca prohibiendo que las brujas fuesen sentenciadas a muerte.

g) Persecución eclesial de brujas

           En el siglo XIII la recién instituida Inquisición papal comenzó a ocuparse de los casos de hechicería. En 1258 el papa Alejandro IV ordenó a los inquisidores que limitasen sus intervenciones a los casos de clara presunción de creencias heréticas (manifeste haeres imsaparent). Pero como la brujería se vio muy fuertemente ligada a la herejía, la persecución contra las brujas no se evitó, sino que incluso aumentó.

           En Toulouse, sede de la herejía de los cátaros, fue donde se dio el 1º caso conocido de una bruja llevada a la hoguera por la sentencia jurídica de un inquisitor: Hugues de Baniol[6]. Sucedió en 1275, y la mujer insistió en haber dado a luz un monstruo (resultado de su relación carnal con espíritus malignos) y haberlo alimentado con carne de infantes (la cual procuraba en sus expediciones nocturnas).

           La posibilidad de relaciones carnales entre seres humanos y demonios era aceptado por algunos grandes teólogos como Santo Tomas de Aquino y San Buenaventura. Sin embargo, en la Iglesia prevalecía el sentir contrario. Un testigo tan poco amigo de la Iglesia, como Riezler, reconoce que entre los representantes oficiales de la Iglesia esta tendencia más saludable prevaleció hasta los umbrales de la epidemia del juicio de brujas[7]. O sea, hasta avanzado el s. XVI.

           En el siglo XIV algunas constituciones papales de Juan XXII y Benedicto XII estimularon los enjuiciamientos por brujería y prácticas mágicas, sobre todo entre los inquisidores y en el sur de Francia[8]. Durante este período, las cortes seculares acusaban y enjuiciaban la brujería con igual o mayor severidad que los tribunales eclesiásticos, usando la tortura y la hoguera. En 1324 Petronilla de Midia fue quemada en Irlanda por recomendación del obispo Ricardo de Ossory.

           En un juicio a gran escala en Toulouse (ca. 1334) 63 personas fueron acusadas de este tipo de prácticas, y de ellas 8 fueron entregadas al poder secular para ser quemadas. El resto fueron a prisión de por vida o absueltas tras largas sentencias. Dos de las condenadas, ambas mujeres mayores, confesaron haber asistido a un aquelarre de brujas, haber adorado allí al demonio y haber cometido indecencias sexuales con él y con otras personas presentes, así como haber comido carne de infantes[9].

           No se conocen los enjuiciamientos que de este tipo llevaron a cabo los inquisidores alemanes durante el siglo XV. Hacia 1400 encontramos muchos enjuiciamientos de brujas en Berna (Suiza), a manos del juez secular Pedro de Gruyeres[10]. Los jueces seculares de Valais mataron en 6 años a casi 200 brujas (de 1428 a 1434), y los de Briançon a más de 150 en 1437. Las víctimas de los inquisidores de Heidelberg (ca. 1447) o Saboya (ca. 1462) parecen no haber sido tan numerosas.

           Algunos escritores han pensado que la bula Summis Desiderantes Affectibus del papa Inocencio VIII (ca. 1484) fue responsable de la fiebre contra las brujas. Sin embargo, ésta no hizo sino corroborar las campañas civiles anti-brujas precedentes, sin aportar nada nuevo. Su principal objetivo no fue la caza de brujas, sino ratificar el poder ya conferido a los inquisidores Enrique Institoris y Santiago Sprenger (a la hora de tratar los crímenes de brujería y herejía) y pedir al obispo de Estrasburgo que apoyara a los inquisidores.

           Lo que sí aportó una mayor documentación dogmática fue el libro Malleus Maleficarum (lit. el martillo de las brujas) de 1486, publicado por los inquisidores citados, y que sí que fue lo que más incitó al enjuiciamiento de las brujas.

           Los enjuiciamientos por brujería del siglo XVI fueron en su mayoría hechos por el poder secular. De hecho, en el eclesial Sínodo Provincial de Salzburgo (ca. 1569) hubo una fuerte tendencia a prevenir la imposición de la pena de muerte a las acusadas de brujería, insistiendo que ésta era una mera ilusión diabólica y no una realidad llevada a cabo[11].

h) Persecución protestante de brujas

           Lutero y Calvino acentuaron la creencia popular en el poder demoníaco, en la brujería y en todo tipo de prácticas mágicas. Basado en su propia interpretación del mandamiento bíblico, Lutero abogó por el exterminio de las brujas. La Historia del Pueblo Alemán de Janssen argumenta, con todo tipo de pruebas, que una gran responsabilidad de la caza de brujas recayó en los propios reformadores[12].

           El código penal Carolina (ca. 1532) decretó que la hechicería debía ser tratada como una ofensa criminal en el Imperio Alemán”, y que si dicha bruja causó daño a alguna persona, debe ser quemada. Pero no fue hasta 1563 cuando la persecución masiva y tenaz contra la brujería tuvo lugar por parte de la Reforma, sobre todo con la llegada de un protestante de Cleues (Juan Weyer), al que se le unieron los también protestantes Ewich y Witekind.

           Hubo, por tanto, una mayor cacería de brujas en los distritos protestantes de Alemania que en las provincias católicas del sur. Ejemplos de ello fueron los casos de Osnabruck y Wolfenbuttenl. En Osnabruck 121 personas fueron quemadas en 3 meses de 1583, y en Wolfenbuttenl hasta 10 brujas fueron quemadas en un solo día de 1593.

           En el debate sobre la brujería hubo tanto católicos como protestantes, a parte iguales. Aunque la doctrina más efectiva contra la caza de brujas fue, quizás, la del jesuita Friedrich von Spee, quién en 1631 publicó Cautio Criminalis.

i) Persecución civil de brujas

           La persecución de brujas se extendió por muchos países, tanto a través de la Reforma Protestante como de la Contrarreforma Católica. En el siglo XVI habían enjuiciamientos por tribunales seculares en Roma. En Inglaterra y Escocia también hubo persecuciones, aunque no hay cifras precisas sobre las ejecuciones. Howell dice que en el período de 2 años (ca. 1648) hubo casi 300 brujas procesadas, la mayoría de ellas ejecutadas en Essex y Suffolk.

           En el siglo XVII el papa Gregorio XV recomendó un procedimiento más clemente en su constitución Omnipotentis (ca. 1623), y en su Instrucción de la Inquisición (ca. 1657) amonestó con eficacia la crueldad de las persecuciones. Pero éstas siguieron adelante en el mundo protestante, y en los Estados Unidos nos cuenta Cotton Mather, en su Maravillas del Mundo Invisible (ca. 1693), que 19 ejecuciones de brujas ocurrieron en Nueva Inglaterra. De ahí en adelante, la persecución contra la brujería comenzó a reducirse en casi en todo el mundo, y a principios del s. XVIII prácticamente cesó.

           A lo largo del siglo XVIII tuvo lugar el último juicio por brujería en Alemania, en la ciudad Wurzburgo (ca. 1749). Y en 1783 fue ejecutada la última bruja (una niña) en el cantón protestante de Glarus (Suiza).

           No hay pruebas para las alegaciones que hacen hoy algunas mujeres de México, de que sus familiares fueron enjuiciadas formalmente por brujería a finales del siglo XIX[13]. Sí que hubo en esta época numerosas confesiones de haber participado en toda clase de horrores satánicos, pero estas confesiones eran hechas espontáneamente y sin la más mínima amenaza o miedo a la tortura. Además, en esta época comenzó a coger auge la mitología, y a responder esta práctica más a una razón psicológica (de los aficionados) que a una realidad (con efectos reales).

j) Fenómeno actual de la brujería

            La reciente oleada de interés por la brujería nos dice que cierto número de personas se orientan en esta dirección porque se sienten insatisfechas con sus lazos religiosos precedentes. Para otros, la brujería ofrece un fuerte sentido de participación y una sensación de bienestar. Algunos se sienten atraídos por la promesa de los encantamientos, de conquistar amantes, de curar verrugas, de perjudicar a los enemigos y de satisfacer los deseos propios con medios mágicos. A veces, los jóvenes se dedican a la brujería por diversión, como si se tratase de una forma de excitación producida por ritos misteriosos, por la desnudez, los hechizos, el incienso y la danza.

            Los tipos de brujería actual varían de agrupación a agrupación, de culto a culto, de bruja a bruja. La Iglesia de Satán de California proclama, por boca de su jefe Lavey, que existe un demonio en el hombre, el cual hay que ejercitarlo y no exorcizarlo, y canalizarlo en un odio ritualizado. Por su parte, el doctor Buckland, brujo de Nueva York, se dedica a la magia blanca, y emplea sus poderes ocultos para buenos fines. Es politeísta y trabaja con las fuerzas de la naturaleza, y su forma de brujería sigue los modelos éticos de la comunidad en que reside.

            Años atrás, el antropólogo Malinowski estableció que las causas de la brujería actual hay que buscarlas en el intento por manipular lo sobrenatural y compensar así la propia impotencia personal, como se ve en:

-el hombre, que ve insuficientes sus esfuerzos por alcanzar algo (como quien pesca en una laguna tranquila),
-el hombre, que pide ayuda a la asistencia sobrenatural (como buscando pescar en mar abierto).

            Los antropólogos contemporáneos no se aventuran ya a proponer fáciles generalizaciones sobre la brujería actual, si bien Douglas, en sus Natural Symbols, ha propuesto una tipología que relaciona la brujería con un estilo particular de organización social: un grupo fuerte, de estructura social débil y pertenencia marcada, con confusión de los roles internos.

            En la perspectiva del Nacimiento de una Contracultura, de Roszak, se puede interpretar la brujería como una reacción subjetiva al Mito de la Conciencia Objetiva, que caracteriza al método científico contemporáneo. Para Marcia Cavell, autora del artículo Visions of a New Religion del Saturday Review (ca. 1970), la brujería constituye el lado más oscuro de la nueva conciencia, así como una fuga hacia lo irracional para la propia salvación. Muchos de los que están implicados en la brujería subrayan que se hallan comprometidos en una verdadera religión de la naturaleza, que es más vieja que el cristianismo.

k) Conclusión

           Los males que sufre la humanidad son fruto de su apertura al demonio a través del pecado. Una forma extrema de esa relación es la brujería, en que real o ficticiamente se llega a pactar con él, y se busca su intervención. La enseñanza de la Biblia, los padres de la Iglesia y la tradición concuerdan en que la brujería fue real, y hoy día sigue siendo digna de condenación.

           Durante siglos, y en muchas naciones inconexas, la crueldad y la falta de justos procesos judiciales llevaron a terribles persecuciones contra la brujería, así como a falsas acusaciones y a una matanza indiscriminada, de forma injustificada y deplorable. En la actualidad esto no es así, pero se ha caído en el extremo opuesto: se niega la realidad de la actividad satánica, y por ende la brujería.

           La enseñanza de Jesús ante la brujería, como cualquier otro tipo de manifestación diabólica, se muestra en el caso de María Magdalena, de la que expulsó 7 demonios. El camino de Jesús no es el de la condenación a la bruja, ni el de dejar que la brujería siga infectando a las personas.

           El camino de Jesús es el que llama a una vida nueva. Y así, el mal no se vence matando al pecador, sino ayudando con amor y firmeza a que éste se vea libre del pecado. El amor de Dios es más fuerte que la maldición de todos los brujos del mundo, y una gota de su preciosa sangre tiene poder para disipar el más enfurecido ataque diabólico.

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  Act: 01/01/23       @fichas de reflexión            E D I T O R I A L    M E R C A B A     M U R C I A  

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[1] cf. REGINO DE PRUM, De ecclesiasticis Disciplinis, 364.

[2] cf. JULIO PAULO, Sentencias, V, 23, 17.

[3] cf. CONCILIO DE ELVIRA, 6.

[4] cf. CONCILIO DE ANCIRA, 24.

[5] cf. AGOBARDO DE LYON, Contra Insulsam Vulgi Opinionem de Grandine et Tonitruis, PL, CIV, 147.

[6] cf. CAUZONS, T; La Magie et la Sorcellerie en France, vol. II, ed. Dorbon-Ainé, París 1910, p. 217.

[7] cf. RIEZLER, S; Geschichte der Hexenprozesse in Bayern, ed. Aha-Buch, Einbeck 1896, p. 32.

[8] cf. FRANCK, J; HANSEN, J; Quellen und Untersuchungen, ed. Georgi, Bonn 1901, pp. 2-15.

[9] cf. HANSEN, J; Zauberwahn, Inquisition und Hexenprozess im Mittelalter, ed. Oldenbourg, Munich 1900, p. 315.

[10] cf. HANSEN, Quellen und Untersuchungen, ed. Georgi, Bonn 1901, p. 91.

[11] cf. DALHAM, F; Concilia Salisburgensia Provincialia, ed. Augustae, Munich 1788, p. 372.

[12] cf. JANSSEN, J; Historia del Pueblo Alemán, vol. XVI: Legislación imperial contra la Brujería, ed. Trubner, Friburgo 1910, IV y V.

[13] cf. AA.VV; Stimmen aus Maria Laach, vol. XXXII, ed. Katolische Blatter, Munich 1887, p. 378.