Restauración del Sentido religioso

 

Milán, 1 enero 2020
Luigi Giussani, licenciado en Teología

            Dediqué dos congresos, en noviembre y diciembre de 1997, en el Agustinianum de Roma y en el Auditórium Dag Hammarskjold de la ONU en Nueva York, al Sentido religioso y el Hombre moderno[1], así como un simposium en la Universidad Georgetown de Washington, en septiembre de 1998[2], y otro en la Sede Unesco de París en enero de 1999, con motivo de la publicación en francés de La conciencia religiosa en el hombre moderno, con la participación del filósofo Remi Brague y de monseñor Angelo Scola[3].

            Fueron momentos significativos que propusieron al público internacional la densidad de un pensamiento que se impone por su riqueza conceptual, y por sus profundos valores pedagógicos y educativos. De este pensamiento, será la temática del sentido religioso la que ahora me ocupará, dentro de la reflexión católica contemporánea y en un espacio autónomo y original.

a) Confusión actual

            La mentalidad moderna confunde sentido religioso y fe, y por ello hay que distinguir claramente entre el ámbito religioso propio de la naturaleza del ser humano, y el ámbito de la fe determinado por la gracia sobrenatural. De hecho, para el cardenal Montini, posteriormente Pablo VI, “toda la historia de las religiones demuestra la incansable tendencia, muchas veces humilde y sublime, otras tantas fantástica e innoble, del alma humana hacia lo divino, debiéndose por ello afirmar que el sentido religioso no es criterio de verdad: es una necesidad de verdad”.

            La mentalidad moderna confunde sentido religioso y fe[4]. La fe, considerada como mera expresión de la dinámica religiosa, pierde su carácter de criterio y de libertad, de adherencia a un acontecimiento presente en la historia. Con lenguaje técnico podríamos decir que la reflexión teológica actual tiende a identificar la antropología teológica con la filosofía de la religión[5]. La filosofía, considerada como cristiana por naturaleza[6], se vuelve así teología fundamental, la cual, a su vez, asume el aspecto de cristología trascendental.

            En efecto, en el hombre, naturaliter christianus, el a priori del espíritu lo da lo existencial sobrenatural, lo da la Idea Christi, presupuesto inconsciente que anticipa idealmente el contenido de la Revelación. La fe en el Cristo histórico se convierte así en la prolongación de la Idea Christi, preente en el ánimo religioso, y desde siempre orientado cristológicamente. Pero este ontologismo cristológico que unifica sentido religioso y fe, humano y cristiano, natural y sobrenatural, vacía de toda novedad radical el hecho histórico de la Revelación. La consecuencia, como había visto Hans Urs von Balthasar, es la imposición de un “método que sobrenaturaliza en bloque toda realidad mundana y que induce a hablar siempre de teología, mientras que lo que simplemente se esperaba era una filosofía”[7].

            Esta no distinción, por la que se esfuma tanto la noción de razón como la de la fe, rechaza toda mezcla híbrida de niveles. Puntualizar esto, con una referencia directa a la categoría de sentido religioso, requiere que vayamos, aunque sintéticamente, a las fuentes de su pensamiento.

b) Verdadero Sentido religioso

            La elección de la fórmula sentido religioso se apoyó históricamente en una Carta Pastoral del entonces monseñor Montini a la diócesis de Milán, durante la Cuaresma de 1957. En ella se definía el sentido religioso como “síntesis del espíritu”[8]. En su Carta Pastoral, el futuro papa Pablo VI escribía que “el hombre moderno va perdiendo el sentido religioso”[9].

            Con esta categoría no se entendía la interpretación inmanentista que daba el modernismo, según la cual la dimensión religiosa “nace de las penumbras de la subconsciencia, casi como una necesidad de lo divino que va volviéndose consciente  y combinándose con datos históricos y sensibles, para afirmarse como fe y religión”[10]. Una lectura que derivaba del protestantismo liberal del siglo XIX, justamente condenada según el autor, por la encíclica Pascendi. Para Montini “el sentido religioso es una actitud natural del ser humano para percibir una relación nuestra con la divinidad”[11].

            Siguiendo a Tomás de Aquino, esta actitud pertenece a “las innatas aspiraciones (vires appetitivae) del hombre, sometidas al imperio de la razón, pero que se orientan instintivamente hacia Dios, casi guiadas por un poder superior (II, II, 68, 4)”[12]. Así determinado, el sentido religioso resulta ser “como la apertura del hombre hacia Dios, la inclinación del hombre hacia su principio y hacia su último destino; la percepción imprecisa, que aparece intuitivamente en la conciencia, del propio ser dependiente y responsable; la postura sin forma y natural del alma acerca de su arcana relación con el Ser supremo; el innato gesto de la naturaleza humana en actitud de adoración y de súplica; la exigencia del espíritu  hacia un Infinito personal, como el ojo hacia la luz, la flor hacia el sol”[13].

            Según Montini “esta primigenia dirección del hombre deriva de su intrínseca y esencial estructura”[14]. El sentido religioso pertenece, pues, a la dimensión natural del hombre, constituye el fondo de su ser criatura. Refiriéndose a tres exponentes de la escuela neotomista (Spiazzi, Maritain y Garrigou-Lagrange) este sentido religioso es anterior al razonamiento, y saca de la realidad su razón de ser[15]. Más concretamente se trata de un conocimiento pre-filosófico que es virtualmente metafísico”[16].

            En un examen atento, esta inmediata percepción religiosa revela un implícito y rapidísimo razonamiento que nos lleva de nuevo a las vías que conducen a la certeza de la existencia de Dios[17]. Algunos maestros dignos de crédito clasifican el sentido religioso en el sentido común, y demuestran que es la reserva de las certezas primordiales y fundamentales, propias de la razón natural espontánea, que posee la intuición de los primeros principios y que tiene en el ser su objeto formal[18].

            Sin entrar en el detalles de las interpretaciones, Montini observa, a modo de conclusión, que el sentido religioso puede definirse como “orientación instintiva, consciente, racional y moral, tanto natural como sobrenatural, de la vida humana hacia Dios”[19]. Es una innata y honesta disposición al encuentro con Dios[20], sobre el que se ejercita, con soberana libertad, la gracia sobrenatural. Para Montini “el sentido religioso es una síntesis del espíritu, al recibir la palabra divina y empeñar con la mente al resto de facultades, volviéndose así sentido de presencia y comunión, y haciendo que la palabra divina no se reciba sólo pasivamente, sino como un caluroso acto de vida”[21].

           Para el arzobispo de Milán, pues, el sentido religioso se presenta como la “condición subjetiva” que hace que la fe sea viva y no formal. Y yo creo que la cuestión religiosa contemporánea ha de estudiarse y resolverse principalmente a ese nivel, el del sentido religioso. Porque si faltase, ¿qué valdría nuestra religión exterior? En mi opinión, este es un punto capital para la época en que vivimos, y por eso llamo la atención sobre el sentido religioso, porque si bien aún no es religión, constituye su base subjetiva, sin la cual la religión seguiría siendo meramente exterior, formalista, inactiva y frágil, o incluso desaparecer[22].

c) Restauración del Sentido religioso

            Hace falta, pues, una restauración del sentido religioso[23]. Lo que quiere decir, ante todo, una rehabilitación racional del sentido religioso. Debemos comprender que este sentido no es sólo parte natural y espontánea del hombre, sino también legítima de la psicología humana, necesaria y hermosísima.

           En efecto, se ha confundido demasiado a este sentido con las formas inferiores del espíritu, y se le ha etiquetado de imperfecto, infantil, sentimental, ingenuo y supersticioso. Pero yo digo que hay que darle el lugar y la función que le corresponde[24]. Esto es posible en la medida en que su forma primitiva (o instintiva), se integra en el desarrollo armónico de las facultades superiores (la inteligencia y la voluntad)[25]. Es verdad que, por su cuenta, el impulso inicial del sentido religioso puede llevar a no pocas desviaciones, a manifestaciones caprichosas y supersticiosas, y a un pietismo deplorable y peligroso[26]. Pero según Montini “toda la historia de las religiones demuestra las incansables tendencias, muchas veces humildes y sublimes, fantásticas o innobles, del alma humana hacia lo divino; y eso al final no quedará estéril, pues Dios mismo, en su infinita sabiduría y bondad, sabrá tomar de nuevo la iniciativa de la revelación, e ir instaurando la verdadera religión”[27]. Una verdadera religión que entonces habrá cumplido las expectativas religiosas del corazón y, al mismo tiempo, la habrá libera de todo lo inadecuado e impropio que pueda llevar consigo. Debemos, pues, en este sentido, caer en la cuenta de que el sentido religioso no es un criterio de verdad, pero sí es una necesidad de verdad[28].

            El sentido religioso es, pues, algo con lo que venimos a la existencia, es parte integrante de los dones de nuestro ser, es un elemento de la misma estructura de la naturaleza humana[29]. Y como el resto de las capacidades humanas, no se puede traducir en acto por sí misma, sino que debe ser provocada e impulsada, para ponerse en acción[30]. El sentido religioso no se pone en movimiento espontáneamente, pues no es un sueño o un sentimiento difuso. Esto es lo que hoy defienden los modernistas, al interpretar la religiosidad como mera impresionabilidad particular de ciertos individuos, llena de temores y deseos, y sin correspondencia alguna con la realidad[31].

            Por otra parte, la incitación que pone en movimiento el sentido religioso no viene hecha directamente por Dios, como pretenden los llamados ontologistas, y como si el espíritu humano intuyera continuamente a Dios, aunque fuese de forma confusa[32]. De acuerdo con la tradición tomista, el impulso que pone en movimiento el sentido religioso viene de Dios a través de la realidad creada, y no per se. Por tanto, Dios actualiza la vocación original continuamente por medio del mundo[33].

            La realidad creada ha sido presentada por Dios como un Logos, como una Palabra o revelación natural que Él ha ido desvelando conceptualmente a través de los siglos (bajo existencia de una creación, bajo percepción del orden como Providencia, bajo el descubrimiento de una conciencia del bien y del mal...). Y todo eso a conducido a Dios. El mundo es, por tanto, un signo que revela a Dios.

            Ahora bien, todo signo debe ser interpretado, y aquí entra en juego la aventura de la libertad, y el riesgo constante de la idolatría. Una interpretación en la que hay que dar tiempo al individuo a madurar, según explicaba Tomás de Aquino en su Summa Theologica (I, 1,1), y en la que yo acabo invitando a todos a reflexionar: ¿cómo encontrar a ese Jesucristo que, hace 2000 años, caminaba por Galilea y Judea?[34]. Yo creo que hay que interpretar los signos del mundo a través de la presencia actual de Cristo, y ayudar a interpretarlos mediante métodos de comunicación que actualicen esta presencia.

d) Contenido del Sentido religioso

            Invito a todos a leer el Canto nocturno de un pastor errante de Asia, de Giacommo Leopardi y su inquieto preguntar bajo un cielo aparentemente mudo. Pues el sentido religioso se halla exactamente a ese nivel de estas preguntas, tales como ¿cuál es el sentido de la existencia?, ¿cuál es el significado de la realidad?, ¿por qué merece la pena vivir?

            El contenido del sentido religioso coincide con esas preguntas, y con cualquier respuesta a dichas preguntas[35]. Aunque no tengan valor teórico y filosófico, hay que formular interrogantes que no puedan evitarse, para todo tipo de situación humana. Y paulatinamente irá adquiriendo nuestra naturaleza, nuestros razonamientos y nuestra conciencia, un sentido religioso[36]. Dejará así de existir el ateísmo, y podremos pasar al siguiente obstáculo de la idolatría[37].

            Para solventar el problema de la idolatría, no hay que salirse nunca del concepto de realidad, la vía o camino adecuado para encaminar religiosamente este tipo de apetito natural humano, según expresaba el propio Montini. Un concepto de realidad que implica tratar con realismo el proceso religioso de las personas, y seguir el camino del objeto al sujeto, según explicaba la tradición tomista.

            En este sentido, la intuición primera del hombre es el asombro, ante lo dado y ante el yo como parte del todo existente. Primero te impresionas, y luego te das cuenta de la instancia religiosa que mueve tu yo en todo eso, mediante la autorreflexión y a partir de los actos que te ponen en relación con el mundo[38]. Se trata, también en este caso, de un principio fundamental de gnoseología tomista, por el que el alma no tiene una comprensión tética e inmediata de sí misma, y sólo en el yo-en-acción puede llegar al conocimiento de sí misma[39].

            El encuentro con lo real permite realizar las inclinaciones naturales de las personas, e ir descubriendo la dimensión inmanente de la estructura originaria de la persona[40]. Hay que animar a las personas a tener una experiencia que los enfrente con el todo, y a que después de eso comparen todas las propuestas del mundo actual, confrontando todo lo que existe[41]. Así llegarán a las evidencias más originarias (felicidad, verdad, compasión...), y se convencerán de que dependen de ellas. Habrá saltado en ellos la chispa que los pondrá en  marcha, y estarán dispuestos a seguir la dinámica de la revelación paulatina de Dios[42].

            Esta scintilla animae no será el “divino-en-nosotros” de los neoplatónicos, ni la “idea Christi”, de la compleja teología trinitaria. Pero sí será una impronta interior, un rostro interior y un corazón interior que empezará a albergar experiencias elementales[43]. De este modo se habrá creado en el alma humana un corazón que empezará a ser sede del espíritu original de la persona. Se habrá creado un yo inquieto en la conciencia de las personas, se habrá creado una razón que querrá comprender el total de la creación, y que sabrá que en este mundo sólo encontrará soluciones parciales.

            Y, por último, se habrá creado una dinámica personal que llevará a las personas a buscar la otra parte del yo que le falta, a ese alguien que comprenda su corazón. Esa huella marcada en él será interior y objetiva, e irá buscando de forma real (y no ideal, ni ideológica) todo aquello que le falta a su espíritu. Irá descubriendo la relación existente entre lo natural y lo sobrenatural, y antes o después se topará con el acontecimiento cristiano, comprendiendo entonces perfectamente lo que significa aquel “yo soy” con el que vino a contestar nuestras inquietudes el mismo Jesucristo.

            Sin este proceso de restauración del sentido religioso, y sin esta vuelta a las raíces espirituales, Jesucristo no significará nada para la gente[44] y no será una respuesta para sus vidas, pues una respuesta a una pregunta que no se plantea, no es una respuesta.

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  Act: 01/01/20       @fichas de reflexión            E D I T O R I A L    M E R C A B A     M U R C I A  

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[1] cf. GIUSSANI, L; “Textos de las relaciones”, en Litterae Communionis, I (1998).

[2] cf. GIUSSANI, L; “Reportaje del encuentro”, en Litterae Communionis, IX (1998), pp. 34-37; “Las relaciones del cardenal Stafford” y “Relaciones de Schindler”, en Il Nuovo Areopago, III (1998), p. 37-52 y 15-36.

[3] cf. GIUSSANI, L; “Realtá, ragione e fede nel pensiero”, en Litterae Communionis, III (1999).

[4] cf. PRADES, J; Generare tracce nella storia del mondo, Milán 1998, p. 20.

[5] cf. RAHNER, K; Hörer des Wortes, Munich 1963, p. 216.

[6] cf. RAHNER, K., op.cit, p. 224.

[7] cf. VON BALTHASAR, U.H; Rechenschaft 1965, Einsieldeln 1965, p. 14.

[8] cf. SICARI, A; “Entrevista a Luigi Giussani”, en Communio, XCVIII (1988), p. 186 y ss.

[9] cf. MONTINI, G.B; “Sul senso religioso”, ed. Archidiócesis de Milán, Milán 1957, p. 2.

[10] cf. MONTINI, G.B., op.cit, p. 3.

[11] cf. Ibid, p. 3. [12] cf. Ibid, p. 4. [13] cf. Ibid, p. 4. [14] cf. Ibid, p. 4. [15] cf. Ibid, p. 5. [16] cf. Ibid, p. 5. [17] cf. Ibid, p. 5. [18] cf. Ibid, p. 5. [19] cf. Ibid, p. 5. [20] cf. Ibid, p. 6. [21] cf. Ibid, p. 7. [22] cf. Ibid, p. 7. [23] cf. Ibid, p. 11. [24] cf. Ibid, p. 11. [25] cf. Ibid, p. 14. [26] cf. Ibid, p. 14. [27] cf. Ibid, p. 14. [28] cf. Ibid, p. 15.

[29] cf. GIUSSANI, L; Il senso religioso, ed. Rizzoli, Milán 1968, p. 4.

[30] cf. GIUSSANI, L., op.cit, p. 5.

[31] cf. Ibid, p. 6. [32] cf. Ibid, p. 7. [33] cf. Ibid, p. 8. [34] cf. Ibid, p. 9. [35] cf. Ibid, p. 16. [36] cf. Ibid, p. 17. [37] cf. Ibid, p, 17. [38] cf. Ibid, p. 19. [39] cf. Ibid, p 51. [40] cf. Ibid, p. 17. [41] cf. Ibid, p, 17. [42] cf. Ibid, p. 18. [43] cf. Ibid, p. 19. [44] cf. Ibid, p. 10.