Sentido de la Filosofía

 

Tarragona, 1 diciembre 2021
Antonio Orozco, catedrático de Filosofía

            La actitud teórica es el hilo conductor de la historia del pensamiento. Las reacciones voluntaristas (praxis) o positivistas (póiesis) y antimetafísicas se presentan una vez y otra, tal vez como protestas ante el error o extravagancia de algunas teorías (sutiles pero ajenas al sentido común, a la vigencia de los primeros principios), o como pugna frente al realismo del sentido común. Así pues, la filosofía:

-nace de la admiración, como teoría,
-se separa del mito, abriendo el futuro, la libertad,
-no reconoce otros límites que los de la misma razón humana, eliminando todo lo suprarracional o infrarracional,
-se pregunta por el origen primero y el fin último de todo cuanto existe,
-no sólo se plantea preguntas concretas, sino que examina qué quiere decir saber, inteligencia, realidad primordial...
-examina temas como Dios, el espíritu, la libertad... pero no desde el punto de vista religioso.

            Estas son algunas de las principales ideas que se desprenden de cuanto hemos expuesto en las páginas anteriores. Cabe notar que todas ellas encajan bien en la definición escolar del saber filosófico: La filosofía es la ciencia de todas las cosas y de sus causas últimas, adquirida por medio de la luz de la razón.

a) Coordenadas de la Filosofía

La razón y el orden

            Preguntamos ahora qué diferencia hay entre sentir y pensar. Podrían parecer lo mismo, pero no son iguales. Tomás de Aquino, siguiendo a Aristóteles en su realismo, distingue entre la sensación y el pensamiento mediante la idea de orden. Conocer es tan propio de los sentidos como de la inteligencia, pero conocer orden es prerrogativa de la mente, no de la sensibilidad.

            Ver orden significa relacionar; y ser capaz de conocer relaciones es ser capaz de ver lo igual y lo distinto, lo más y lo menos, lo superior y lo inferior, la causa y el efecto; significa también conocer el fin, los medios y el modo como se ordenan éstos al fin. Relacionar es pensar, porque significa poder ordenar algo a un fin; o también, compararlos entre sí como subordinado y superior.

            Tan importante es esta capacidad de percibir el orden que podemos deducir una clasificación de los saberes a partir de ella. A diferentes actos de la razón corresponden diferentes hábitos que la perfeccionan: la ciencia natural, la lógica, la ética y la técnica. Aristóteles condensó una multitud de reflexiones sobre la naturaleza del saber en una frase: Es propio del sabio ordenar. Tomás de Aquino, pensador profundo y seguramente el mejor intérprete de Aristóteles, la ha comentado de la siguiente manera:

Es propio del sabio ordenar. Y es así porque la sabiduría es la perfección mayor de la razón, lo propio de la cual es conocer el orden. Porque, aunque las potencias sensitivas conozcan algunas cosas en absoluto, conocer el orden de una cosa a otra es exclusivo del entendimiento o de la razón. Ahora bien, el orden es objeto de la razón de cuatro maneras. Existe un orden que la razón no construye sino que se limita a considerar y este es el orden de las cosas naturales. Hay otro orden que la razón introduce, cuando lo considera, en sus propios actos, como cuando ordena sus conceptos entre sí y los signos de los conceptos que son las voces significativas. Hay un tercer orden que la razón introduce, al considerarlo, en las operaciones de la voluntad. El cuarto, por último, es el orden que la razón introduce, al considerarlo en las cosas externas de las que ella misma es causa, como el mueble o la casa (Comentario a la Ética Nicómaca, Prólogo).

Las virtudes intelectuales

            Las virtudes son cualidades adquiridas. No nacemos con ellas, resultan de los actos (de su repetición y rectificación) y perfeccionan una facultad. Las virtudes potencian la capacidad de obrar de esa facultad: nos hacen aptos para obrar con prontitud, facilidad, perfección y gozo. El nombre latino virtus deriva de vis (lit. fuerza); las virtudes son virtualidades, poderes. Son también cualidades, no magnitudes; tampoco son innatas. Es nativa la disposición para ellas: una piedra, por más veces que la lancen al aire, no se vuelve leve, ni vuela.

            Las virtudes resultan de la acción y revierten sobre la facultad, potenciándola para obrar mejor. Se dividen en intelectuales y morales. Nos interesan ahora las virtudes intelectuales. Todo nuestro conocimiento es adquirido; y el conocimiento facilita conocer más y mejor.

            Aristóteles distingue los siguientes hábitos de la razón: inteligencia de los primeros principios, ciencia, sabiduría, prudencia y arte o técnica. Su teoría de los hábitos contiene una concepción del hombre, en la línea de la acción vital y la capacidad de tener. Consideremos, a la luz de esta filosofía del hombre, la relación entre la cultura, las ciencias puras y la sabiduría humana o filosofía.

            La técnica (de discurrir, de fabricar...) aplica un saber. Toda técnica (ars, tékhne) introduce un orden, después de haberlo considerado y entendido, dice Tomás de Aquino. Por ello, el orden, tanto en los actos como en los instrumentos, proviene del saber. Para hacer algo bien, se precisa saber.

            Los saberes que guían el obrar son hábitos de la razón práctica, esto es, del entendimiento que guía la acción. Los clásicos los agruparon en torno a dos virtudes intelectuales: técnica (arte) y prudencia. Los saberes que sólo buscan saber no son productivos, sino contemplativos del orden. Se fundan en un orden que no hemos creado, pero es comprensible, causa admiración y deseos de saber. La característica de la teoría es su desinterés: no pretende modificar, sino saber. La teoría origina hábitos de la razón especulativa. Los clásicos les dieron el nombre de inteligencia de los principios, ciencia y sabiduría.

La sabiduría

            La cultura, como orden de los medios, incluye la técnica y la prudencia. De la sabiduría, en cambio, se debe decir que no es cultura, pues no produce objetos. Tiene una función superior. La función de la sabiduría en la vida humana es asegurar la prioridad de la persona sobre las cosas, de la ética sobre la técnica y del espíritu sobre la materia.

            La cultura, pues, no incluye entre sus elementos la religión, ni la moral, ni la filosofía. Sería erróneo afirmar que los principios éticos o filosóficos (el bien moral, la dignidad personal, la libertad, Dios...) son cambiantes según las culturas, o relativos a cada una de ellas. No son culturalmente relativos, porque no son productos culturales, ni parte de cultura alguna; son más bien "medida" de todas ellas, son verdaderamente transculturales.

            Sin la existencia de criterios sapienciales y transculturales, no sería posible leer literatura, ni la idea de los clásicos, tampoco sería posible la historia, ni ciertas formas de derecho comparado, no cabría idea alguna de crítica cultural, en especial no cabría criterio alguno para distinguir el progreso humano.

            Así, es evidente la existencia y ejercicio de tales criterios si podemos comprender otras culturas, o cuando leemos a Homero, o cuando valoramos y enjuiciamos hechos históricos, como guerras y genocidios, o cuando consideramos la abolición de la esclavitud como un progreso, y los Derechos Humanos como un criterio para la historia pasada y futura.

Las actitudes humanas

            Hemos visto que se puede distinguir entre sentir y entender; además, cabe distinguir entre teoría y praxis, razón especulativa y razón práctica. Una clasificación sencilla de las facultades humanas permite distinguir tres planos en el hombre: el sentimiento, la voluntad y el intelecto. Una distinción muy simple, pero no una simplificación. Según se dé prioridad a los sentimientos, a la voluntad o al entendimiento, resultan concepciones muy distintas del hombre y de la realidad entera.

            Eso nos puede ayudar a entender por qué hay en la historia concepciones filosóficas diversas. Nos interesa comprender esa diversidad, para comprender, con su auxilio y con el de la misma historia, por qué todas ellas son, sin embargo, filosóficas. Lo que la filosofía es se manifiesta también en su diversidad y en su historia.

            Tomando como base ese hecho, resumiremos en 3 las concepciones del mundo o maneras de entender la sabiduría, correspondientes a 3 actitudes distintas de la razón humana:

Actitud teorética. Para ella el filosofar nace de la admiración y se ordena al conocimiento de la verdad, al ser de las cosas. Concibe la filosofía como metafísica, y solidariamente como teoría del conocimiento y antropología.

Actitud práctica. Se interesa por la acción y el bien moral. Es la de quienes filosofan a partir de la experiencia de la injusticia. Conciben la filosofía como denuncia ética y regeneración política. No se interesa por la teoría en sí misma y propugna una utopía como término del progreso moral.

Actitud positivista. Se interesa por la producción de bienes de consumo e instrumentos. Considera superada la filosofía teorética; sólo reconoce el valor de la utilidad. Para ella la ciencia es sólo medio de dominio: saber es poder. Actitud antimetafísica, valora el progreso técnico y espera de éste todas las soluciones.

b) Recorrido de la Filosofía

            Narra una antigua tradición que el primero que se llamó filósofo fue Pitágoras (s. VI a.C), sabio matemático y orador que, al ser preguntado por su oficio y arte, respondió que era amante de la sabiduría (sophía). Como no entendían su afirmación, comparó la vida con los juegos olímpicos: la mayoría iban a hacer tratos y negocios, otros para competir y lograr fama, por fin, una minoría iba allá sólo por el gozo de ver. El filósofo es del tercer tipo: busca saber, no por utilidad, sino por el gozo de saber.

            Pitágoras describió 3 formas de vida:

según el placer, cuando los hombres se procuran sobre todo bienes materiales (útiles, dinero, seguridad, bienestar...);
según la fama, los hombres se mueven por el prestigio, y por los honores sacrifican los bienes materiales, como los atletas y soldados;
según la razón, buscando por encima de todo la contemplación de la verdad (theoría); el ideal teorético lleva a algunos a desinteresarse de la riqueza y del prestigio, a buscar por encima de todo el conocimiento, la verdad y el bien.

De Pitágoras a Tales

            Si nos preguntamos sobre si el Teorema de Pitágoras era anterior a Pitágoras, la respuesta que todos dan sin pensarlo es que sí. Parece evidente que la verdad del teorema no depende de Pitágoras, el hombre. Se diría que Pitágoras no ha inventado el teorema, sino que lo ha descubierto: se ha topado con él, como Colón topó con América (porque estaba en medio del camino hacia las Indias Orientales). Como las constelaciones de las estrellas, así parece ser la verdad del teorema: intemporal.

            Se suele decir que los primeros filósofos se maravillaron al contemplar el cambio, el constante devenir a que están sometidas todas las cosas de la tierra. Y es cierto. Pero debiéramos insistir en este detalle: uno no se admira de algo si no lo encuentra extraño (esto es, si no toma distancia). Ahora, para extrañarnos de que las cosas cambien, de que las generaciones de los hombres caen, como las hojas del bosque en otoño (según Homero), es preciso ver como más natural la estabilidad de lo que no cambia.

            Pero ¿cómo se produjo esta transformación mental? Era una modificación importante, porque el mundo material no conoce la permanencia de lo intemporal. Al contrario, en el mundo sensible todo es cambiante, con independencia de la rapidez de las variaciones: de prisa o lentamente, en el mundo todo cambia. ¿De dónde viene, por tanto, la extrañeza y la admiración?

            La filosofía nació en el corazón de hombres que miraban las estrellas. El primero fue Tales de Mileto (s. VI a.C), autor del teorema de las paralelas y uno de los Siete Sabios de Grecia, viajero, matemático, astrónomo e ingeniero. Tales comparó la región inconmensurable del cielo estrellado con la tierra en la que vivimos. Allá arriba estaban las cosas que siempre son, según se creía. Las estrellas eran lo permanente, la tierra lo transitorio. Los astros eran siempre iguales, no cambiaban, eternos; mientras que en el mundo de aquí abajo todo era mudable e inconsistente.

            Sabemos que Tales fue el primero de los que se maravillaron ante el origen del todo. ¿Por qué? Por causa de una vuelta de campana, de una revolución mental consistente en invertir la forma de mirar. Tales no parece ser alguien que mira las estrellas desde la tierra, sino uno que considera la tierra desde los astros; no mira hacia "lo que siempre es" desde un momento efímero del tiempo, sino que mira todo lo que cambia, nace, crece y muere, desde la estabilidad de lo intemporal. Lo que extrañó a Tales de Mileto no fue que los astros fueran eternos, sino que en la tierra todo fuese transitorio. No era el cielo, sino la tierra, lo que hacía falta justificar. Este mundo no se entendía; y entender le pareció imprescindible.

            El hecho de encontrar a las cosas necesitadas de una explicación, por ser temporales, significa que las comparamos con lo intemporal. ¿Cómo era posible tal comparación? Quien compara relaciona 2 extremos previamente conocidos. Por lo tanto, la mente conoce tanto lo eterno como el tiempo. Dicho de otro modo: la mente humana (noûs) tiene tanta o más afinidad con las estrellas que con la tierra. Por eso juzga que todo tiene un Principio (arkhé): toda esta diversidad cambiante está dependiendo, ahora, de una única realidad que no ha cambiado ni cambiará nunca. La pregunta oportuna, por eso, era: ¿De dónde ha salido todo, y a dónde se encamina?

            La pregunta por el origen primero y el destino último sólo es posible para alguien que mire al mundo desde las estrellas (esto es, desde lo intemporal). Desde un principio, la pregunta por la naturaleza (physis) fue más allá de la física o cosmología, hasta las causas últimas, convirtiéndose así en metafísica. Quien investiga movido por la admiración filosofa, es decir, ama una especie de imposible: la sabiduría. Los teoremas, el amor y la filosofía tienen en común el adverbio "siempre".

            Ahora bien, son diversas las realidades que pueden admirar a la mente, de manera que son diversas las temáticas iniciales de la filosofía. ¿Qué realidades admiraron a los filósofos de ayer, como a los de hoy? El impresionante espectáculo del cielo astronómico mueve a admiración. Y también la autoridad de la conciencia, cuando formula el deber. El mismo hecho de conocer es admirable. Lo es, porque es todo conocimiento hay finitud e infinitud: todo lo que conocemos es cosa finita y, por otro lado, el poder de conocer no queda saturado por ningún objeto.

            Este poder se proyecta sin límite, tiene un no sé qué de infinito. Y los hombres lo han atribuido a la divinidad, hasta el punto de afirmar que la sabiduría no es cosa de los hombres, sino de Dios. Tal fue el caso de Sócrates y Aristóteles en la Antigüedad, o el de Descartes, Leibniz y Hegel en la modernidad.

Llegada de Sócrates

            Una de las formas más sorprendentes en que se ha expresado esta maravilla del conocer humano fue el dicho de Sócrates: Sólo sé que no sé nada. Parece que Sócrates (s. V a.C) quería decir que, por el hecho de saber que nuestro conocimiento es limitado, lo comparamos con el saber infinitamente perfecto. ¿Cómo sabemos, si no, que es limitado? Y es sorprendente que tengamos idea de un saber perfecto, precisamente cuando reconocemos que nuestro saber es reducido, imperfecto.

            Pero ¿cómo tenemos idea del saber perfecto, sin saberlo? Lo cierto es que ya a los antiguos filósofos del paganismo les parecía que la sabiduría era propia sólo de Dios. Por lo tanto, al hombre correspondía no la sabiduría (sophia), sino el amor a la sabiduría (philosophia).

            Para designar la actividad nacida de la sorpresa, la admiración y la conciencia de la propia limitación, hacía falta una palabra modesta. No sabiduría, sino amor a la sabiduría. Eso quería decir en griego filosofía. Era claro que el hombre limita con lo suprarracional, por encima de la razón; limita también con lo infrarracional, que encuentra al descender a la materia, a la singularidad con su imprevisibilidad y excepciones.

La Escuela de Atenas

            Fue fundada por Platón (s. IV a.C), discípulo de Sócrates, con el fin de formar gobernantes sabios. Platón ponía en correlación estos tipos de vida o de hombres con tres facultades: el entendimiento, la voluntad y el sentimiento. La cuestión es: ¿cuál tiene prioridad? ¿A cuál de ellas corresponde gobernar?

            Las tres posibles respuestas son otras tantas actitudes ante la realidad. Cada forma de entender la vida es una idea de lo que es rector en el hombre: la mente, la voluntad o el sentimiento. Son 3 maneras de concebir la felicidad (ser sabio, ser poderoso o ser rico), y 3 las motivaciones dominantes (conocer la verdad, dominar en el mundo social, tener placeres y comodidades).

            Aristóteles (s. IV a.C) afirmó decididamente la prioridad de la vida según la razón, el ideal teorético. Según él, la admiración origina el deseo de saber. Aristóteles escribió que en el ser humano lo natural es el deseo de saber: Todos los hombres desean, por naturaleza, saber.

            Comparemos el deseo natural humano con el deseo natural de los irracionales. Las bestias están inclinadas a conductas fijas, ciegas, que cada espécimen repite sin originalidad. Para los animales lo natural es satisfacer necesidades inmediatas, sensibles, sin hacerse preguntas. Ahora, aquello que es natural para las bestias, no lo es para el hombre. El ser humano subordina sus necesidades sensibles a su vida mental, que puede ser:

-especulativa, cuando busca saber sólo para saber (theoría),
-práctica, cuando quiere saber para mejorar la personalidad moral (praxis),
-técnica, encaminada a producir artefactos (póiesis).

            La satisfacción de una necesidad, en los animales, es automática: no espera. El hombre, por el contrario, posee la capacidad de esperar (su conocimiento abarca el tiempo), para él es antes pensar que satisfacer el instinto. Ahora, un ser que espera, que se detiene a pensar, domina su propio tiempo y no es dominado por el automatismo de los instintos y pulsiones orgánicas. En el hombre no gobierna el instinto, sino la razón.

            El deseo dominante de la bestia es la satisfacción sensible. El deseo dominante del hombre es saber. Mas como el saber es capaz de todo, el hombre es un ser abierto a la totalidad del ser. Por la apertura intelectual somos, en cierto modo, todas las cosas.

            Apertura sin límite y reflexión, he aquí dos características diferenciales del hombre. El animal está determinado por el medio en el que vive (adaptación), también por el instinto (conducta fija). La razón interrumpe el automatismo de la vida instintiva (podemos detener los procesos), y crea los artefactos para que el hombre domine el mundo, que es más que adaptarse a él.

            La inteligencia se demuestra capaz de sobrepasar los límites, y eso hace del hombre una criatura inquieta, insatisfecha. Si hay una cima sin escalar, alguien llegará allí tarde o temprano; si hay un abismo en las profundidades, alguien tiene que bajar. Alguien tiene que ser el 1º en llegar a donde nadie ha llegado. Si hay un récord en atletismo, hay que hacerlo retroceder. Insatisfacción, apertura y progreso son naturales para el hombre. La naturaleza humana no está fijada; es naturaleza espiritual, no solamente física.

            Aristóteles observó que a causa de esa apertura, los hombres (tanto los antiguos como los actuales) se maravillaron. Movidos por la admiración hicieron progresos, primero se extrañaron ante problemas comunes, y luego sintieron admiración al contemplar los astros (la firmeza del firmamento). Por fin, la maravilla sobre el origen del todo. Esta es, según Aristóteles, la causa del filosofar y su tema principal. La de este filósofo es una actitud teorética y principalmente metafísica.

Las escuelas helenistas

            Durante la época helenística (s. III al I a.C), diversas escuelas se plantearon la existencia humana dando prioridad a la práctica. Destacan los filósofos estoicos (como Zenón, Epicteto y el romano Séneca), que consideran sabio al hombre que conoce el arte de vivir feliz, contentándose con poco y no permitiendo que los acontecimientos externos perturben su presencia de ánimo. El filósofo adopta igual serenidad ante la buena o la mala fortuna. La sabiduría sería el arte de ser feliz y la felicidad consistiría en no sufrir. Por eso, el sabio buscará la apatía o imperturbabilidad de ánimo.

            Los estoicos descubren el valor de la austeridad y el autodominio; su consejo era este: prescinde y soporta. Quien se vuelca a buscar satisfacciones y goces externos, fácilmente olvida la vida interior, que advierte el hecho de vivir como algo feliz y bueno por sí mismo. En cuanto a la vida exterior, existe una razón que gobierna el mundo (ley natural), el sabio procura conocerla y seguirla, de modo que es sabio y bueno seguir la naturaleza, obedecer los dictados de la naturaleza es obedecer a Dios.

            El estoicismo de Zenón de Kition fue muy influyente en el mundo antiguo, y sigue resonando en muchos pensadores modernos. De él proviene la expresión española: tomarse las cosas con filosofía. Esta escuela mostraba una actitud práctica, orientada a la felicidad, entendida como contento de la vida. Había en ella también un matiz medicinal: el ser humano padece, sufre a causa de sus errores, necesita ser curado, liberado de los males de la vida. Hay en esto una actitud próxima a la que se encuentra en las teosofías orientales (como el hinduismo y el budismo).

La Patrística cristiana

            La Patrística es un movimiento intelectual cristiano (con precedentes judíos en Alejandría, ya en el s. I a.C), contemporáneo de las escuelas griegas y romanas, durante los s. II al IV. Su esfuerzo principal consistió en expresar la fe cristiana con el vocabulario y los conceptos de la filosofía pagana, también procuró infundir en la filosofía los ideales aportados por la fe cristiana; su principal resultado fue la 1ª gran síntesis de la filosofía griega y el monoteísmo.

            Ahora bien, el cristianismo no es una filosofía más, como algunos entendieron en aquella época o en la nuestra, el cristianismo es la plenitud de la religión revelada, la del Dios de Abraham, Isaac y Jacob. El Dios de Israel no es una divinidad nacional, sino el Dios del universo; esta universalidad y amplitud de la revelación propició la diversidad filosófica dentro del cristianismo. Desde el principio, algunos filósofos cristianos adoptaron como propias las ideas de Platón, otros las de Aristóteles, o las del estoicismo, según la actitud de cada pensador.

            Se considera a San Agustín de Hipona (s. V) la cima de la patrística latina. Fue un pensador apasionado y vital, sensible a la belleza literaria y a la grandeza intelectual de los clásicos; tras su conversión al cristianismo los entiende bajo una luz nueva: el hombre y el mundo son criaturas, el Creador no es un ser mudable, sino el Ser eterno, el mismo Ser. Agustín es un filósofo metafísico, platónico y cristiano.

            La escolástica de la Edad Media, con la obra cumbre de Santo Tomás de Aquino (s. XIII), prolonga la obra teorética y práctica de las escuelas helenísticas y patrísticas, las enriquecen con la aportación de filósofos musulmanes y con el redescubrimiento de Aristóteles.

La Modernidad

            Trasladémonos ahora de la Antigüedad y los siglos de la patrística y el Medioevo hasta la época de la Ilustración. Hallamos nuevamente la actitud teorética y la práctica, como aproximaciones a la sabiduría. En la 1ª mitad del s. XIX, el desarrollo industrial hizo posible (de manera antes insospechada) la actitud positivista. Un contemporáneo de Balmes, el francés Comte, dio a la moderna fe en el progreso un peculiar matiz tecnocrático.

            La Ilustración (s. XVIII), había adoptado una actitud de exaltación del domino del mundo. Dos pensadores encarnan bien ese talante del siglo de las luces: Kant y Comte. Ambos se oponen al cristianismo porque no ven a la razón como criatura, sino como creadora (de la ciencia y del progreso). Por un lado, Kant es un filósofo idealista (movido por una actitud teorética; mientras que Comte es el padre del positivismo (y propugna la supresión de la filosofía en beneficio de la ciencia experimental y la técnica modernas).

Kant y la especulación

            Kant (s. XVIII) se puede considerar un claro ejemplo de filósofo especulativo. Es cierto que el interés primordial de su sistema es ético (la llamada autonomía moral de la razón), y así lo vieron los filósofos del Romanticismo. No obstante, una parte de ese sistema, su Teoría del Conocimiento, contenida en su Crítica de la Razón Pura, es de tanta importancia en el panorama del pensamiento moderno que frecuentemente se la ha considerado aparte, como la obra de filosofía especulativa más influyente de la modernidad.

            En aquel libro, Kant considera al hombre como repartido entre 2 mundos: el físico y el moral. En el mundo físico, la racionalidad se plasma en las leyes exactas de la mecánica de Newton. La física moderna es el modelo que se debe imitar, si queremos responder a la pregunta ¿qué podemos saber?, o bien ¿cómo es posible la ciencia? En el mundo moral, por el contrario, la ley básica es la libertad.

            Puesto que en éste existen deberes, ha de existir un sujeto libre. Ahora bien, Kant entendía la libertad del mismo modo que Rousseau, en su Contrato Social (ca. 1762), a saber, la entendía como independencia de causas externas. En el mundo físico todo está regulado por leyes y causas externas, y por eso en el mundo físico no hay libertad, y el hombre no será una naturaleza.

            Tal como Kant los veía, el mundo físico y el moral (uno mecánico, y el otro espiritual) son heterogéneos, y deben ser considerados siempre por separado, hasta que sean reunidos por Dios en la bienaventuranza (que merece quien actúa de acuerdo con el deber moral, por puro respeto del deber). En el mundo físico el hombre bueno resulta fácil y frecuentemente perjudicado. Kant se da cuenta de que ser bueno no equivale a ser feliz en este mundo. Por lo tanto, Dios reunirá el mérito y el bien sensible, y esta reunión del bien moral y del bien físico provocará, al final, la justicia definitiva.

            La actitud teórica de Kant se expresa en su gran sentido de la admiración y la reverencia; el filósofo prusiano admiraba un doble prodigio: Dos cosas llenan el ánimo de admiración y respeto, siempre nuevos y crecientes: el cielo estrellado sobre mí y la ley moral dentro de mí.

Fichte y la Acción moral

            Kant veía en la admiración el inicio y causa del filosofar. Su discípulo Fichte (s. XVIII), espíritu práctico y hombre de acción, pone sin embargo el inicio de la sabiduría humana en una elección libre, más aún: gratuita.

            Según Fichte, sólo hay 2 filosofías: el Realismo y el Idealismo. La 1ª afirma que lo real existe en sí, mas eso limita la libertad humana. La 2ª afirma el espíritu y no reconoce ningún en sí exterior a la libertad. Esta dualidad (libertad y cosa en sí) equivale en Fichte a la clásica dualidad de sujeto cognoscente y objeto conocido. Ahora bien, el sujeto es espíritu, libertad y capacidad de acción.

            Frente a esa idea del espíritu, la pretensión realista de que existen cosas reales, significa acentuar las limitaciones: las cosas son límites, mientras que la libertad es potestad sin límite; la libertad supera a las cosas, el espíritu es antes que la materia. El espíritu, que es libertad, pone la materia ante sí, para superarla. La superación, lucha y acción, es el alma del progreso y en ella encuentra la libertad su exaltación y felicidad. Pues la filosofía que uno profesa depende de la clase de hombre que es.

            Ante el sorprendente planteamiento de Fichte, no queda más remedio que preguntarse: ¿Cómo sabemos que el idealismo es la filosofía verdadera? Su respuesta es esta: Por autoafirmación, se trata de una elección libre, sin razones. Este es el inicio del filosofar, según Fichte. La experiencia del poder de elegir, del esfuerzo y la superación, son, según él, el punto de arranque de los razonamientos, no ya la admiración ante el orden del universo.

            Los teóricos modernos de la Ilustración (especialmente Rousseau y Marx) son filósofos de la acción, como Fichte. Y si les preguntáramos ¿cuál es la realidad básica, el hecho primero e incontestable del que partís?, no responderían que el ser, o la verdad, ni la admiración. Sino que dirán que la realidad 1ª es la voluntad (Rousseau), o la acción en busca de satisfacción (Marx).

Comte y el Progreso técnico

            Para Comte (s. XIX) la realidad humana está gobernada por el progreso en la forma histórica de la Ley de los 3 Estados, según la cual la humanidad fue religiosa en su infancia, metafísica en su juventud, y positivista en su madurez.

            Comte es el fundador del Positivismo, y no concibe la filosofía como una actividad que valga por sí misma, pues para él el saber sólo vale por sus resultados útiles y económicos. Son consecuencia del Positivismo el utilitarismo y el pragmatismo, actitudes que valoran el éxito por encima de todo. En 2 frases se condensa la mentalidad positivista y antimetafísica de Comte:

"saber para prever, prever para poder". El saber sólo interesa para anticiparnos, para dominar y explotar la Naturaleza. En otras palabras: saber es poder, sin importar la verdad de las cosas;
"todo es relativo, y esa es la única verdad absoluta". Y eso sin asustarse ante la paradoja que dicha afirmación comporta. pues una relatividad universal, ¿no postula algún absoluto?

            El ser supremo (le grand etre), según Comte, es la humanidad (le petit etre). El padre del Positivismo concibió el saber como enciclopedia sistemática, al servicio de la industria y el poder político, a forma de futura sociedad positivista. La religión y el ser supremo de la nueva sociedad sería la humanidad, y su ideal moral el progreso.

c) Prioridades de la Filosofía

La inteligencia

            Hemos expuesto 3 concepciones distintas de la filosofía, y hemos comprobado que se han dado tanto en los tiempos antiguos como en los modernos. Lo que ahora nos interesa es la cuestión de saber cuál de ellas es la correcta y, por lo tanto, cuál de las 3 facultades (intelecto, voluntad y sentimiento) tiene prioridad natural y asume el encargo de ser la guía de las otras. No obstante, no es forzoso pensar en términos de confrontación.

            Tal como lo vieron los griegos, no se trataba de excluir dos formas de vida para dar lugar a una sola, sino de armonizarlas. Según Platón y Aristóteles, la manera de unirlas es jerarquizarlas; sólo si reconocemos la hegemonía del intelecto podemos poner orden. El orden es cosa del pensamiento.

            Resulta, pues, que la cuestión de decidir cuál de las tres facultades (intelecto, voluntad y sentimiento), o cuál de las tres actitudes (teórica, práctica y positivista) tiene la legítima prioridad es ya una importante cuestión filosófica. Es la cuestión de saber por qué elegimos un carácter, o estilo de vida, y no otro. Discutiendo este tema con los positivistas del s. IV a.C, el joven Aristóteles escribió lo siguiente: Tanto si se debe filosofar, como si no se debe filosofar, en todo caso, es preciso filosofar.

            En efecto, si la búsqueda humana de la sabiduría tiene objeto, entonces éste es el más valioso y debemos investigarlo; pero si no lo tiene, hay explicar por qué, y esa explicación ya es una filosofía. En cuanto nos pongamos a estudiar nuestra incapacidad para conocer la razón profunda de las cosas, estaremos filosofando. Por tanto, tanto si se debe filosofar, como si no, en todo caso es preciso filosofar.

            Desde Aristóteles, el sentido común y la historia han decidido la cuestión de la primacía a favor de la teoría. Si hasta para rechazar el primado de la teoría hace falta filosofar, la actitud teorética tiene la hegemonía; ella decide qué lugar corresponde a la voluntad y al sentimiento.

            El propósito de jerarquizar, supedita los saberes a principios. Hallar una clave de armonía para el hombre y el universo es referirse a principios. Algunos filósofos modernos han caracterizado la filosofía como pensamiento a la luz de los principios, o bien como pensamiento que refiere todos los temas a los principios primeros.

La admiración

            Es un hecho que la filosofía nació como actitud teorética. Antes habían sido el mito y la adquisición de la técnica, o artes prácticas, encaminadas al bienestar o la utilidad. La teoría hizo pasar al mito a un segundo plano. La actitud teorética comienza en el momento en que se advierte que no todo se somete al imperio del tiempo. Sin negar la importancia del tiempo, la filosofía descubre algo permanente en la realidad, y que se corresponde con la intelección.

            Esa advertencia es la teoría. Ahora bien la teoría es obra del noûs, o elemento intemporal que hay en el hombre. Luego la filosofía comienza por tanto con la advertencia del espíritu, y una apertura a lo intemporal.

            El mito explica el presente por causas que obraron en un pasado remoto. El mito por excelencia es la interpretación del tiempo que dice: No hay futuro. El futuro ya ha pasado. El tiempo del mito es circular, es la rueda del tiempo. En el Mito del Eterno Retorno de lo mismo (que era la concepción dominante antes de la teoría, y todavía lo es en el Extremo Oriente) el futuro está ya dado, porque lo que pasará es exactamente lo que ya ha pasado. Aquí no tiene cabida la libertad: no se puede crear el futuro si ya está dado; si el futuro consiste en repetir el pasado, no se lo puede evitar ni crear, está predeterminado.

            La actividad teorética, por el contrario, no explica el presente por el pasado, sino por lo actual. La teoría explica las cosas por causas y principios que actúan ahora: lo que hay, lo que está siendo o existiendo, depende actualmente de principios. Eso es la mirada (theoreîn) teórica o contemplativa. La visión teórica (atenta a lo actual, no ya al pasado mitológico) descubre así nuevas oportunidades, de forma inventiva, novedosa e innovadora.

            El objeto de la admiración ha sido lo contrario de la actitud mítica. La admiración intelectual es el estado en que el ser humano se siente cautivado por lo intemporal. Por el contrario, el mitólogo (narrador, poeta) es el hombre de larga memoria, que recuerda cómo se ha formado el mundo, a partir del caos y siguiendo las generaciones de los dioses. El mitólogo vaticina el futuro por el peso del pasado: el futuro no escapará a su suerte. El pasado vuelve. El mitólogo sabe el futuro, porque sabe el pasado. Ahora bien, eso se llama superstición. Quien ha sido educado en la teoría ve que la afirmación de que el futuro ya está dado (es pasado) conduciría a la inacción, al fatalismo y a la pasividad.

            Ha sido el primado de la teoría (no el del mito), por tanto, lo que ha liberado a la acción humana del fatalismo. La libertad y creatividad humanas, tan típicas del hombre occidental, se benefician de la prioridad de la actitud teórica, metafísica. Hay una filosofía nacida de la maravilla (la filosofía teórica, en el trasfondo de la confianza en la libertad), de cara tanto a la acción ética como al progreso material y técnico. No es una casualidad que la ciencia, en el sentido moderno de la palabra, haya nacido y prosperado en Occidente y no en Oriente.

La universalidad

            La misma definición de la filosofía es ya un importante tema filosófico, porque en ella se pone en juego qué es lo principal y hegemónico, en el hombre y en la realidad completa. Puesto que hay diferentes concepciones del hombre y diferentes ideales de vida, la idea de filosofía ha sido también bastante distinta en cada época, según las escuelas. De ahí que el interés principal de este artículo haya sido rastrear qué tienen en común: ¿Qué es la filosofía, esa tarea tan humana y por ello tan diversa?

            La definición escolar es menos ingenua de lo que pudiera parecer a 1ª vista, ya que nos indica lo que la filosofía no es y lo que debe ser. Al cabo, como amor a la sabiduría, se describe por una meta no concluida, que no cabe dar por supuesta. Consideremos las cuatro partículas de la definición escolar:

-ciencia, por contraposición a la experiencia y a las opiniones;
-de todas las cosas, a diferencia de las ciencias (particulares);
-por causas últimas, a diferencia del método científico experimental o descriptivo, que explica por causas próximas;
-adquirida por la luz de la razón, a diferencia de la fe y la teología, que se fundan en la Revelación, superior a la razón y comprensión humanas.

            Notemos que de ahí se desprende una descripción negativa (por tanto, no hay definición), que nos indica lo que no es filosofía:

-un repertorio de opiniones subjetivas, ni alguna experiencia singular,
-una ciencia particular,
-una ciencia experimental, ni tampoco la suma de todas ellas,
-teología, ni una religión.

            Cabría añadir que la filosofía no es algo impersonal (como el estado de la ciencia o una historia del mundo); así como raramente una innovación científica nos cambia la vida, también sería raro que la filosofía que uno hace suya no comprometiera su modo de vivir.

            Por lo mismo que la sabiduría humana no es un sistema de conceptos objetivados, bien encajados entre sí y concluso, es extraño a ella el propósito de darla por concluida, de cerrar el sistema. En referencia a este empeño, que se ha dado en más de una ocasión, afirma Polo: Toda sabiduría humana es prematura. Invito al lector a meditar esta afirmación en su sentido más positivo, como si dijera que la sabiduría humana (la filosofía) puede coincidir con su proceso de maduración personal.

d) Grados del saber filosófico

            Dividen la filosofía en sus diversas ramas, según son los diversos fines buscados por el análisis filosófico, y a través de sus respectivos métodos. O bien según los órdenes del saber a los que se dirigen dichos fines y análisis, como bien explicó Tomás de Aquino. Tales órdenes pueden ser:

-el orden sobrenatural, o campo de la Teología;
-el orden real, o campo de la Metafísica, Ontología y Gnoseología;
-el orden natural, o campo de la Cosmología, Antropología y Psicología;
-el orden racional, en los actos de la razón (Lógica);
-el orden moral, en los actos de la voluntad (Ética);
-el orden técnico, en los actos de la razón que produce artefactos (Sociología, Política y Derecho).

            La Teología es la ciencia que permite investigar, para Aristóteles, la existencia y la naturaleza de Dios (primer principio o causa suprema), a partir de la experiencia humana y de los principios de la razón. No obstante, no se debe confundirse con la sagrada Teología, porque los principios de ésta son los datos de la fe. Es la coronación de la Metafísica, y desde Platón y Aristóteles ha venido a considerarse como una variante de la Metafísica.

            La Metafísica es llamada por Aristóteles como la filosofía primera, porque versa sobre lo primero (el ser) y sobre los principios primeros de la inteligencia. Es, por tanto, la ciencia especulativa por excelencia, y todas las ciencias filosóficas son tales en la medida en que toman sus principios de la Metafísica; tiene por objeto el ente en cuanto ente y los principios supremos del ser y del pensar.

            El tratado de Aristóteles sigue siendo su texto fundacional y la referencia obligada. En cuanto se ocupa de los principios de la razón (especulativa y práctica) es sabiduría: todas las ciencias se valen de los principios, pero ninguna los investiga.

            Si se acepta la distinción de Antropología Trascendental y Metafísica (Polo), entonces se debe decir que la Metafísica no versa primordialmente sobre un objeto, o que el ser no es objeto sino acto. Sobre el ser como acto primero versa el hábito de los primeros principios (de no contradicción, de causalidad e identidad...). Sobre el ser como acto de ser personal versan el hábito de sabiduría y la sindéresis. Este planteamiento se presenta como complementario, no como alternativo, del clásico.

            La Ontología es la ciencia del ente en cuanto ente (tò ón). El término ontología (lit. tratado del ente) es también sinónimo de metafísica (término acuñado en la modernidad).

            La Gnoseología es la ciencia que investiga la esencia del conocimiento, y en 2º lugar la cuestión de la posibilidad de conocer la verdad (la naturaleza de ésta y la del error). En cuanto busca una norma para discernir la verdad del error, se llama también Crítica o Criteriología, porque su objeto es el criterio de la certeza. No se la debe confundir con la metodología de las ciencias (o Epistemología, la cual es, si acaso, es una parte de la Lógica).

            La Cosmología parte de la filosofía especulativa que tiene como objeto el ser cambiante o móvil. Como los seres cambiantes son sustancias corpóreas, indaga la estructura del ser en cuanto sujeto del cambio y sus causas (materia y forma, causa eficiente y final), así como la esencia de la corporeidad, del espacio y el tiempo.

            La Antropología asume hoy algunos planteamientos del idealismo moderno, y los logros de la tendencia personalista, considerando la Psicología Racional clásica en un nivel más alto, equivalente al metafísico, pues su tema es el ser personal. Se puede admitir que el ser cósmico y el ser personal son realmente diferentes, lo que conlleva la distinción entre Metafísica y Antropología, sin menoscabo del realismo filosófico (según Polo).

            La Psicología (psykhé) es una parte de la filosofía natural, en cuanto su objeto es el ente natural viviente. Considera la vida como un tipo de movimiento; vivir es movimiento espontáneo o automovimiento. La materia sola no explica la vida: las piedras son cuerpos y no viven. Se atribuye la vida al alma, como su principio radical e intrínseco al cuerpo; se la define como forma sustancial del cuerpo, estructura íntima del cuerpo viviente. Los hechos psíquicos se diferencian de los hechos físicos, y se clasifican en cognoscitivos y apetitivos, sensibles o intelectuales.

            La Lógica parte de la filosofía práctica, y se define por el arte directivo del acto de la razón, por el que el hombre razona ordenadamente, con facilidad y sin error. Aquí arte es sinónimo de saber práctico o ciencia práctica. La Lógica es el arte de pensar bien, y una ordenación de la razón, de manera que sus actos lleguen al fin debido. La razón reflexiona sobre sí misma, y por eso no sólo puede dirigir los actos de las demás facultades, sino también los suyos propios.

            Cuando la Lógica considera sólo la forma o corrección de los razonamientos o inferencias, se llama Lógica Formal, y es capaz de investigar las leyes de la inferencia o deducción infalible de conclusiones a partir de cualesquiera premisas. Cuando la Lógica considera la materia de los razonamientos (los conceptos y juicios, en su expresión lingüística) se llama Lógica Material, y es capaz de estudiar los signos (semiótica) y la interpretación del lenguaje (filosofía del lenguaje).

            La Ética es la filosofía práctica que considera el orden que la razón introduce en los actos de la voluntad. Tal orden se establece con vistas al fin último de la vida, viene expresado por la ley moral natural, y se va haciendo hacedero con la adquisición de buenos hábitos, o virtudes morales. La Ética define y demuestra sus objetos apelando a la causa final, o fin al que se ordena la acción. Y por eso, su gran tema de análisis es el destino humano. Puesto que el hombre es un ser destinado y capaz de realizar su destino, la libertad es central en la vida moral. Los temas capitales de la Ética son la libertad, el bien y las virtudes, la norma y los deberes.

            La Sociología, Política y Derecho son ciencias subordinadas a la Ética, porque toman de ella sus principios primeros y no pueden contradecirla. Juntamente con la historia y la economía, constituyen las ciencias del hombre o sociales. Todas ellas se estudian actualmente como ciencias independientes o particulares, aunque su raigambre filosófica es tan honda que las diversas escuelas (o tendencias) responden a la diversidad de filosofías de sus autores. Más que las ciencias de la naturaleza y la técnica, las ciencias sociales se rigen por principios filosóficos y éticos. Dicho de otro modo, las crisis sociales, políticas o jurídicas entrañan siempre componentes sapienciales.

.

  Act: 01/12/21       @fichas de reflexión            E D I T O R I A L    M E R C A B A     M U R C I A