Socialismo Ilustrado

 

Madrid, 1 septiembre 2023
Antonio Perpiñá, catedrático de Derecho Político

            La palabra socialismo deriva del adjetivo socialis (lit. lo relativo a la sociedad), e implica una concepción general sobre la manera de regularse y dirigirse en ésta. Históricamente designa una forma de concebir la organización social posterior a la Revolución Industrial, caracterizada por la atribución de un fuerte protagonismo económico al estado, tendencia a propugnar la colectivización de los medios de producción, etc. Genética e ideológicamente, es producto de la Revolución Francesa.

            La Revolución Francesa proclamó los inmortales principios de libertad, igualdad y fraternidad. En lo económico se concretó, en parte por razones ideológicas, en parte por intereses materiales, con la aplicación de esos principios de manera puramente jurídico-formal, y se tradujo en:

-libertad, en el sentido de abstención del estado,
-igualdad ante la ley,
-fraternidad retórica, plasmada en exiguas normas de beneficencia o filantropía.

            De hecho, la Revolución Industrial produjo grandes desigualdades (al ir acompañada de la expansión de la producción industrial), una gran masa obrera (privada de libertades auténticas) y la introducción de nuevas desigualdades (en lo económico y laboral). Todo ello dio origen a nuevas reacciones de diverso signo, tanto en el orden práctico (movimientos obreros y sindicales...) como en el doctrinal. Dentro de ese conjunto de reacciones se sitúa el socialismo, que podemos caracterizar en la unión de 2 grandes ideas:

-aceptación del industrialismo, renunciando a todo intento de remediar los nuevos males sociales con medidas románticas (de vuelta al mundo agrícola pre-industrial);
-invocación de los principios de libertad, igualdad y fraternidad, para propugnar en la economía industrial una colectivización o estatalización lo más amplia posible.

            Esto fue lo más característico de los primitivos movimientos socialistas: el considerar la sociedad (el estado y los poderes públicos) como lo primario. Lo cual no vino sino a provocar nuevas desigualdades e injusticias, al abocar al individuo (a las personas) y a las sociedades naturales (la familia, propiedad privada...) a una nueva subordinación, esta vez a la totalidad público-estatal.

            Por consiguiente, los derechos y libertades personales tuvieron siempre para el socialismo naciente un carácter derivado, subordinado al programa establecido por el estado. Dejan de existir los derechos personales y familiares, y el estado no es ya el protector e impulsor de esos derechos, sino su titular total. De ahí que el socialismo tendiera, desde sus inicios, al totalitarismo, o a lo más contrario a la libertad.

            El socialismo primitivo tampoco resolvió, por esta vía, los problemas de producción y distribución de bienes materiales, sino que trató de dar un sesgo a la vida en su conjunto, con una concepción global del mundo que despreció lo trascendente (Dios, la persona y el más allá) y aceptó el último análisis del supremo valor burgués: el buen vivir material en este mundo.

            De ahí que el socialismo viniese a convertirse en el capitalismo del estado y de sus funcionarios, y de ahí también que algunos de sus representantes abandonaran varios de sus presupuestos económicos, acercándose unos al izquierdismo radical y otros al laicismo aburguesado.

a) Origen y difusión

            El socialismo no puede ser estudiado en el campo de las ideas abstractas, sino en constante relación con la evolución histórica. Ya hemos visto cómo su origen se vincula a circunstancias específicas y concretas de carácter político y económico. Ante todo, conviene reafirmar que la Revolución Francesa no fue socialista, sino que incluso reprimió cruelmente los intentos igualitarios de François Babeuf.

            El triunfo de Napoleón, y la ulterior restauración borbónica, no cambiaron las cosas. Tampoco lo hizo la monarquía liberal de Luis Felipe, que supuso el triunfo pleno de la burguesía. Pero es justamente en este tiempo cuando surgen los primeros programas socialistas de acción. Poco después de 1830, la oposición republicana se fraccionó, dando origen a un ala socialista o comunista.

            Ya entonces empezó a generalizarse el término socialismo, usado por 1ª vez por escrito por el francés Louis Reybaud (Etudes sur les Reformateurs ou Socialistes Modernes, 1840) y por el inglés Robert Owen (What is Socialism, 1841). No obstante, la expresión seguía teniendo un contenido vago, y aún en 1848 el poeta Victor Hugo podía llamarse socialista en la Asamblea Constituyente francesa.

            Importancia decisiva en la formación de los perfiles concretos de la doctrina, en la forma que acabó por adoptarse universalmente, tuvieron los escritos de Marx y Engels, aunque éstos aceptaron el rótulo de comunismo, como sucede en el famoso Manifiesto de 1848, redactado por ambos.

            Engels explicaría más tarde que las teorías anteriores a Marx (las de Saint Simon, Fourier, Owen...) debían ser desterradas como socialismo utópico (basado en meras especulaciones abstractas, o en utopías carentes de base realista), frente al socialismo científico del Capital y resto de obras de Marx y del propio Engels. De hecho, éste término es el que se impuso en la I Internacional Socialista de 1864, hasta que las polémicas y desviaciones hicieran entrar a éste en crisis, algunos años después.

b) Hasta la I Guerra Mundial

            Fracasada la revolución de 1848, desalojada la Comuna de París de 1870, y disuelta la I Internacional Socialista en 1872, el movimiento socialista quedó casi ahogado, sobre todo tras la oposición que le ofrecieron los gobiernos conservadores, los círculos burgueses y los movimientos anarquistas. Fue el triunfo de Proudhon y Bakunin, frente a Engels y Marx.

            Sólo en Alemania mantuvo el socialismo cierta fuerza social, merced a varios diputados del Reichstag. Pero siempre bajo la vigilancia de un Bismarck que, tras sus contactos con Ferdinand Lassalle, derivó el socialismo hacia un socialismo de cátedra, que no era propiamente socialista sino únicamente una intervención en favor de las clases menesterosas, manteniendo la estructura económica capitalista.

            Con motivo de la Exposición Internacional de París (ca. 1888) hubo diversos contactos entre revolucionarios de varios países, que acordaron la creación de la II Internacional Socialista. Ésta abandona la base centralizada y autoritaria de la I Internacional (circunstancias que son, en buena parte, causa de su fracaso) y se organiza mediante una amplia descentralización, a través de los partidos socialistas nacionales. Si en la I Internacional dirigía el poderoso Consejo General de Londres, ahora no hay más que un modesto y coordinador Secretariado en Bruselas. Desde entonces, la historia del socialismo va a ser sustancialmente la historia de los partidos socialistas, con vicisitudes varias según los diversos países.

            Salvo en Inglaterra, donde el laborismo tiene raíces propias, se afianzan las influencias marxistas. El socialdemócrata Programa de Erfurt (ca. 1891) supuso la superación de la etapa del lassalliano Programa de Gotka (de 1875). En Francia, sin embargo, las corrientes sindicalistas, de inspiración anarquista, opusieron seria resistencia al marxismo, al menos en su forma ortodoxa[1].

            Marx seguía insistiendo en la inminente caída del capitalismo (tratando de saltar así al 1º plano), pero la evolución socioeconómica apuntaba en sentido contrario, y lo que se produjo fue el afianzamiento de un socialismo que, sin apartarse completamente del marxismo, pasó a llamarse socialismo reformista, principalmente representado por el alemán Eduard Bernstein. Aparte de las críticas teóricas dirigidas contra los marxistas intransigentes (con el alemán Kautsky a la cabeza, como representante de la ortodoxia), lo interesante de los socialistas reformistas fue:

-las mejoras inmediatas, como aumento de salarios, reducción de la jornada de trabajo, seguros sociales...
-las aspiraciones supremas, como la implantación plena del régimen socialista.

            Lo cual fue acompañado por los socialistas reformistas con una declaración de fe en la democracia y en el liberalismo, aceptándose incluso la colaboración de circunstancias con la burguesía. El socialismo reformista convirtió al socialismo así, en frase de Bernstein, en un liberalismo organizador. La pugna entre reformismo (de Bernstein) y ortodoxia (de Karl Kautsky) ocupará la historia del socialismo alemán y francés, principalmente hasta la I Guerra Mundial.

c) Tras la I Guerra Mundial

            El estallido bélico de 1914 demostró lo endeble de los cimientos del socialismo europeo, rompiendo con el pacifismo (apenas defendido por el francés Jaurés y algunos pocos más) y el internacionalismo. Los partidos socialistas se pronunciaron por la guerra, votando los créditos congruentes y aceptando las movilizaciones y la visión nacionalista de la historia.

            Por otra parte, se produce el acontecimiento magno de la Revolución Rusa de 1917, en que por 1ª vez una facción del socialismo pasó de la oposición a asumir el poder. Con ello, tuvo lugar lo que podríamos llamar la transmutación del socialismo, en torno a 2 pilares:

-la transferencia del acento doctrinal de los fines a los medios,
-la creencia en que el único medio idóneo para realizar el socialismo es la estatificación.

            Ya vimos que el socialismo nació como continuador del afán humanista e igualitario de la Revolución Francesa, como búsqueda de la justicia social y de la libertad e igualdad económicas. En general, se estimó que la causa de las desigualdades e injusticias en este terreno radicaba en la existencia de la propiedad privada, y la consecuencia lógica era que se juzgara que aquella finalidad exigía un medio congruente: la supresión de la propiedad privada.

            Mas, como sucede tantas veces, la preocupación por el manejo del medio idóneo desplazó al fin perseguido, y el socialismo se fue convirtiendo en una doctrina negativa: supresión de la propiedad privada, sin entrar en consideraciones de que la justicia social podía lograrse con ésta[2] y sin meditar que tal supresión podía ser compatible con la subsistencia de otras desigualdades y opresiones económicas.

            Pero no fue eso todo. Inicialmente el medio de realizar el socialismo se buscó en la transferencia de la propiedad de los medios de producción a los trabajadores y a sus asociaciones, principalmente configuradas como cooperativas. De esta manera se entendía que quedaba liquidado el capitalismo, al volverse a unir el trabajo y el dominio de los instrumentos de trabajo. Los nombres de Buchez, Blanc, Lassalle y otros deben figurar en la lista de los socialistas que buscaban la transformación de la sociedad y la justicia social fuera del estado.

            En cierto modo, esos pensadores representaban una versión moderna del corporativismo, que entregaba la producción económica no a los individuos (propiedad privada capitalista) ni al estado, sino a los grupos intermedios profesionales. En esa línea, pero buscando también una forma de socializar sin estatalizar, estaba el guildismo inglés, que propugnó como sistema de producción basado en los grupos locales. E incluso el Congreso Internacional Socialista de 1900 todavía concedía gran importancia a la organización local.

            Pero todo eso quedó en el limbo de las abstracciones. La realidad fue muy otra. La 1ª experiencia positiva de socialismo, la Revolución Bolchevique de 1917, entregó la economía no a fuerzas sociales no capitalistas, sino al estado, y eso influyó no sólo en los partidos comunistas, sino en todo el socialismo en general. De ahí la transmutación de que hablábamos, desde la justicia social (fin ideal inicial) a la estatalización de la economía (medio que se estima necesario y suficiente). Decimos suficiente porque desde ahora la aspiración socialista tendió a ser pura y simplemente nacionalizar o estatalizar[3].

            Junto a esa transmutación ideológica, la I Guerra Mundial trajo consigo otra importante consecuencia: la separación entre socialismo y comunismo. Lenin, al triunfar, volvió a la denominación de comunismo, usada por Marx y Engels en el Manifiesto de 1848. Y dio a su partido una organización fuertemente centralizada, así denunció vivamente toda aproximación a la democracia liberal, consintiendo sólo su utilización como puro medio táctico.

            Esto dio origen a una escisión del mundo socialista en 2 bloques:

-los partidos comunistas, que surgen en los diversos países que mantienen una estrecha unión con Moscú,
-los partidos socialistas, que aceptan el método democrático desde una aceptación profunda hasta otra más vacilante, y hasta otra más propensa a una política de alianza con los comunistas.

            En los años posteriores, la fisonomía que acabamos de describir se mantiene. Hay ciertamente algunos cambios importantes entre los que destacan la aparición del fascismo y del nacionalsocialismo, que provienen de la matriz socialista pero añadiendo otros elementos de tipo populista y voluntarista. El comunismo experimenta una tendencia muy acentuada hacia el burocratismo, y hacia una organización política totalitaria y policíaca que culmina con Stalin.

            En los años previos a la II Guerra Mundial se produce la escisión entre la línea rusa y la línea china, así como un intento de vuelta al joven Marx (el Marx anterior al Capital) y sus posiciones utópico-anarquistas, por parte de grupos intelectuales minoritarios.

            El socialismo no comunista alcanzó un fuerte auge con la finalización de la II Guerra Mundial, merced a las experiencias socialistas iniciadas en los países escandinavos, de clara ideología socialista diluida. Se advierte así una tendencia a refugiarse en la pura técnica económica (movida por la visión egoísta del bienestar) y en las posiciones laicistas, propias de la izquierda burguesa.

d) Ideología Socialista

            De acuerdo con lo dicho, no puede afirmarse que haya habido o haya una ideología socialista unívoca. Si recogemos las 3 fases que Braudel encuentra en la evolución del socialismo, podemos afirmar lo siguiente.

            En su primera época (fase revolucionaria e ideológica, de 1815 a 1817) su inspiración ya nos es conocida: el espíritu de la Revolución Francesa llevado a sus últimas consecuencias. Como ha dicho Sombart, el socialismo moderno fue hijo auténtico de la Ilustración burguesa.

            Según eso, podría remontarse el origen de la doctrina socialista hasta el Renacimiento, como recalcó De los Ríos en su Sentido Humanista del Socialismo. Por su parte, el político francés Laurés podría decir que el socialismo fue el individualismo lógico y completo.

            En la segunda época (fase de luchas obreras organizadas, de 1817 a 1914) el socialismo, que no nació como movimiento obrero, sino como programa que se dirigía a toda la humanidad, tomó del marxismo un sesgo netamente obrerista. Algo para nada extraño, si se piensa que la clase proletaria era la que más sufría los males del capitalismo.

            Con este progreso del obrerismo cambiaron los fundamentos ideológicos, y empezaron a pasar a 1º plano las ideas de conflicto de clases y revolución. Entraron así en juego motivaciones ajenas al humanitarismo originario socialista, y empezaron a desplazarse los fines últimos por los medios, aún antes de imponerse el colectivismo. De un lado, creció la ideología de la revolución (la revolución por ella misma, rechazándose soluciones socialistas pacíficas). Y de otro lado, y en los países latinos, ganó importancia el anarco-sindicalismo, dándose lugar (según expresión de Sorel) una 3ª forma de socialismo, tras el utópico y el científico: el de la ética viviente.

            En la tercera época (fase política o estatal, desde 1919) priva la visión estatalista, y el medio (el estado, con o sin revolución) domina claramente sobre el fin, surgiendo el colectivismo propiamente dicho y una degeneración de los aspectos ideales y humanitarios del movimiento, que van siendo absorbidos por metas exclusivamente políticas.

            De esta suerte, la ideología socialista fue reduciéndose a 2 cosas:

-el estatalismo, con su adoración ciega e incondicional del estado, y de lo que él representa,
-el hedonismo, ya que, perdido el ideal de cultura y de reforma del hombre, lo que queda es aumentar la producción de bienestar estatal.

            Esto se inicia en Rusia en 1929, con los planes quinquenales del comunismo soviético. Y en Occidente hacia 1951, tras el fracaso ideológico del socialismo democrático ya aludido. En los países africanos y asiáticos, recién salidos de la experiencia colonial, se emplea con frecuencia la palabra socialismo, pero con un sentido vago que bien podría referirse a:

-las auténticas corrientes socialistas,
-el autoritarismo nacionalista, más o menos estatalizador,
-las antiguas formas de propiedad tribal o colectiva.

e) Partidos Socialistas

            Las primeras manifestaciones activas del socialismo carecieron de organización propia eficaz. O se unían a los partidos burgueses (cartismo inglés, francesa Revolución de Julio...) o se expresaban en intentos más románticos que prácticos (ligas secretas, la I Internacional...). No obstante, una vez fracasada la Comuna de París (ca. 1870), y disuelta la I Internacional (ca. 1872), se empezaron a producir los primeros intentos de organización propia de la clase obrera, en partidos políticos privativos.

            En Alemania la 1ª base organizativa estuvo en la Asociación Alemana de Trabajadores (de la que derivará la socialdemocracia alemana), fundada en 1863 por Lassalle. A dicha asociación hubo que sumar el Programa de Gotha de 1874 (muy criticado por Marx), con la fusión que hicieron entre sí los internacionalistas y lassallianos (tras sus iniciales enfrentamientos). 

            Fruto de esta fusión fue el Partido Obrero Alemán, que triunfó en las elecciones de 1890 y que adoptó el nuevo Programa de Erfurt (ca. 1891) bajo la dirección de Kautsky. Se trató de un partido que, aparte de ser el más poderoso partido socialista europeo, apostó fuertemente por el intervencionismo del estado y la socialdemocracia. Desde su Congreso de Dresde (ca. 1903) adoptó el programa marxista de conquista del poder por medios legales y violentos, y al estallar la I Guerra Mundial era la minoría más numerosa, con mucho, del Reichstag.

            Francia no aceptó la terminología socialista o socialdemócrata, sino que la organización socialista adoptó la denominación de Sección Francesa Obrera de la Internacional, que se ha conservado hasta hace muy poco. Una SFOI en que las tendencias radicales, y las más modernas, estuvieron y han estado siempre en pugna.

            En Italia el congreso del Partido Socialista Italiano de 1902 aprobó la moción de Turati, que admitía una serie de reformas sociales en pro de una clara moderación. Y en el congreso de 1906 se aprobó no hacer uso frecuente de la huelga general[4].

            En España se organizó en 1879 la 1ª agrupación del Partido Socialista Obrero Español, que se acogió al régimen jurídico de asociaciones en 1881 y que empezó a tomar fuerza desde 1886 (con la publicación del periódico El Socialista). En su I Congreso Nacional de Barcelona (ca. 1888) se nombró un Comité presidido por Pablo Iglesias, y cuando ya había obtenido algunas representaciones en los ayuntamientos y en las Cortes, la dictadura de Primo de Rivera suprimió el partido, aunque manteniendo relaciones con las organizaciones obreras socialistas[5].

            En Rusia el momento decisivo fue el del final de la I Guerra Mundial, con la creación del Partido Comunista Ruso (bolchevique). Tras la III Internacional Socialista se planteó al socialismo de los países satélites soviéticos (RDA, Checoslovaquia...) el dilema de sumisión a Moscú o volver a la situación anterior de la II Internacional Socialista, de forma más democrática y moderada. La mayoría de ellos se inclinaron por la 2ª posición, dando lugar a una secesión de minorías que crearon partidos comunistas. Desde entonces, en el este europeo quedaron:

-de un lado, los partidos comunistas fieles a Moscú, extremistas y totalitarios[6];
-de otro lado, los clásicos partidos socialistas, partidarios de la reforma evolutiva y de la democracia parlamentaria;
-en medio, unos grupos que siguieron llamándose socialistas y que querían ser intermediarios entre el comunismo y la socialdemocracia
[7].

            En América la situación y evolución del socialismo organizado fue completamente distinta a la europea. Dejando aparte los Estados Unidos, donde el socialismo nunca consiguió encarnarse, en Iberoamérica sí que fueron creados una serie de partidos socialistas de corte europeo, aunque rara vez consiguieron crear clientelas importantes y fieles, salvo en Argentina y Chile.

            En Argentina la existencia de una clase obrera, de reciente origen europeo, permitió la formación del Partido Socialista, a la vez que desarrolló un sindicalismo libre. Alfredo Palacios, rector de la Universidad de la Plata, fue el jefe de prestigio del partido, aunque nunca llegó al poder ni consiguió alguna influencia. El peronismo, con su demagogia y su actuación gubernamental, redujo casi a la nada la significación del PS, sin que las situaciones sucesivas permitieran hacer augurios sobre el porvenir del socialismo argentino.

            En Chile el Partido Socialista llegó al poder en 1938 (dentro del izquierdista Frente Popular), y nuevamente en 1970 (bajo la presidencia de Salvador Allende, cuyo programa desembocó en un fracaso, hasta ser depuesto por un golpe de estado militar en 1973).

f) Regímenes Socialistas

            Repercute aquí la diferenciación entre comunistas y socialistas, así como la diferenciación entre poder asumido o no asumido. No obstante, de forma esquemática podemos resumir así la diversificación de regímenes:

            El modelo soviético en:

-socialización total y dogmática de los medios de producción industrial y del comercio, salvo escasísimas empresas artesanas;
-consumo privado protegido, con la llamada
propiedad ciudadana;
-gran planificación y fuerte centralización, suavizada con las reformas del economista Liberman de los años 60;
-explotación de la agricultura, a base principalmente de los koljoses
[8];
-totalitarismo autoritario, con régimen de partido único.

            El modelo yugoslavo en:

-autogestión con mínima intervención del poder central y democracia social absoluta (al menos en el papel);
-autoritarismo con partido único.

            El Alzamiento Húngaro de 1956 no buscó restablecer el capitalismo, sino romper con el burocratismo centralizador, entregando las empresas a los trabajadores. Esto mismo se evidenció en la famosa Revuelta Francesa de 1968, que en ningún momento abogó por un colectivismo de tipo soviético.

            En el modelo chino destacaron dos notas, desde el punto de vista organizativo:

-de un lado, incertidumbre y vacilaciones, pues aunque empezó inspirándose en Rusia, tras la Revolución Cultural de Mao hubo una reacción contraria, sin acabar de definirse qué tipo de estructura concreta quería implantarse;

-de otro lado, las comunas populares, que en sus inicios tendieron a socializar también el consumo, acabando con el privatismo de la vida familiar y restableciendo una forma de vida comunitaria muy similar a la de los clanes y tribus arcaicas[9].

            El modelo laborista, o en general socialdemócrata europeo, en:

-pluripartidismo,
-nacionalización tan sólo de las principales ramas de actividad industrial (banca, acero, transportes...);
-nula socialización de la agricultura;
-democracia liberal, con respeto de las libertades básicas.

.

  Act: 01/09/23       @fichas de reflexión            E D I T O R I A L    M E R C A B A     M U R C I A  

_______

[1] Resulta apropiado hablar aquí de ortodoxia, pues hacia fines del s. XIX se producirá un movimiento que afectó a la esencia íntima de toda la historia del socialismo.

[2] Como estimó el socialismo agrario, que únicamente pedía la justa distribución de la tierra en manos particulares.

[3] Por ello, en vez de socialismo (palabra que, etimológicamente, pone el acento en la sociedad), debería hablarse de estatalismo, o bien colectivismo. Así lo confirman constantemente la acción política, no sólo en Rusia y sus países satélites, sino en las experiencias socialistas que han tenido lugar en las democracias occidentales. Y así se recoge y ratifica por los teóricos.

          Von Mises dice, por ejemplo, que la expresión socialismo de estado es un pleonasmo, pues el socialismo ha sido siempre un socialismo de estado. Messner sentencia que el socialismo es en su esencia misma estatismo. Y Schumpeter lo define como sistema institucional en que el control sobre los medios de producción y sobre la producción misma corresponde a una autoridad central. O como también podría decirse, en aquel sistema en que los intereses económicos de la sociedad pertenecen a la esfera pública y no a la privada.

[4] De hecho, la Huelga General de Milán de 1907 fracasó precisamente por la abstención de los socialistas.

[5] Al proclamarse la República Española (ca. 1931), el PSOE apareció como la minoría más numerosa en las Cortes, e incluso el triunfo del izquierdista Frente Popular (ca. 1936) le devolvió al poder, si bien a la sombra del Partido Comunista. La 1ª formalización del predominio comunista fue la creación de las Juventudes Socialistas Unificadas, en que los comunistas tenían más influjo que los clásicos socialistas. La Guerra Civil de 1936-39 acabó por liquidar a ambos partidos, hasta su reorganización de 1975.

[6] En principio, pues con el tiempo se abrieron a una incipiente moderación, como reacción a los grupos trotskystas.

[7] Influenciados por el Partido Socialista Italiano de Pietro Nenni.

[8] Propiedad estatal del suelo y cultivo a perpetuidad, en forma cooperativa. Unos koljoses que Stalin llamó instituciones semiprivadas, y que algunos países satélites todavía conservan, como forma de pequeña propiedad agraria (como en Polonia).

[9] Instituciones comunitarias que Jrushchov llamó instituciones arcaicas y retrógradas.