SAN BERNARDO
Sermones de Adviento

SERMÓN I
LOS SEIS ASPECTOS DEL ADVIENTO

I

1. Hoy, hermanos, celebramos el comienzo del Adviento. Este apelativo, como el de casi todas las solemnidades, es familiar y conocido en todos los lugares. Sin embargo, no siempre se capta su sentido, pues los desgraciados hijos de Adán se despreocupan de los auténticos y saludables compromisos y van a la zaga de lo caduco y transitorio. ¿A quiénes se parecen los hombres de esta generación? ¿Con quiénes los compararemos, viendo que son incapaces de arrancarse de los consuelos terrenos y sensibles? Se parecen a los náufragos que zozobran en el mar. Fíjate cómo se agarran a lo poco que tienen. No sueltan por nada del mundo lo primero que llega a sus manos, sea lo que sea, aunque no sirva para nada. Son como raíces de grama o algo por el estilo. Si alguien se acerca a ellos para ayudarles, lo atenazan de tal modo que no pueden ni ofrecerles sus auxilios sin menoscabo de su salvación. Así se anegan en este inmenso mar; y perecen, miserables, afanándose en lo caduco y relegando los apoyos firmes, únicos remedios para salir a flote y salvarse.

2. Se dice a propósito de la verdad, no de la vanidad: La conoceréis y os librará. Hermanos, a vosotros, como a los niños, Dios revela lo que ha ocultado a sabios y entendidos: los auténticos caminos de la salvación. Recapacitad en ellos con suma atención. Enfrascaos en el sentido de este adviento. Y, sobre todo, fijaos quién es el que viene, de dónde viene y a dónde viene; para qué, cuándo y por dónde viene. Tal curiosidad es encomiable y sana. La Iglesia universal no celebraría con tanta devoción este Adviento si no contuviera algún gran misterio.

II

1. Ante todo, fijaos con el Apóstol, estupefacto y atónito, cuán importante es este que viene. Según el testimonio de Gabriel, es el Hijo del Altísimo; y Altísimo él también. No se puede ni pensar que el Hijo de Dios sea una realidad inferior al Padre. Creemos que es idéntico a él en sublimidad y grandeza. ¿Quién ignora que los hijos de príncipes sean príncipes, y reyes los hijos de reyes? ¿A qué se debe que, de las tres personas que creemos, confesamos y adoramos en la soberana Trinidad, venga el Hijo y no el Padre ni el Espíritu Santo? Supongo que tiene que haber algún motivo. Pero ¿quién conoció el designio del Señor? ¿Quién fue su consejero? La venida del Hijo no tuvo lugar sin un previo consejo sublime de la Trinidad. Mas, si consideramos el motivo de nuestro destierro, quizá podamos intuir la conveniencia de que el Hijo nos otorgara la liberación.

2. Aquel lucero, hijo de la aurora, en un intento de usurpar la categoría del Altísimo, incurrió en latrocinio por el hecho de equipararse a Dios, propiedad exclusiva del Hijo. Y al instante cayó precipitado, porque el Padre se celó del Hijo. Parece como si hubiese ejecutado esta sentencia: Mía es la venganza; yo daré lo merecido. En un momento vemos caer a Satanás de lo alto como un rayo. ¿Por qué te enalteces, polvo y ceniza? Si Dios no aguantó a los ángeles soberbios, ¿cuánto menos a ti, pobre y gusano? Aquel lucero nada hizo, nada realizó. Sólo admitió un pensamiento de soberbia. Y en un instante, en un volver de ojos, se hundió sin remedio. Porque, según el Profeta, no se mantuvo en la verdad.

III

1. Os ruego, hermanos míos, que ahuyentéis la soberbia; ahuyentadla de continuo. La soberbia es la raíz de cualquier pecado. Ella ofuscó al instante, con la eterna tiniebla, al lucero más brillante que todos los astros juntos; y transformó en diablo a quien era ángel, y primero de entre los ángeles. De aquí que, ardiendo de envidia por el hombre, inyectó en él la iniquidad que había concebido en sí mismo. Le persuadió a que, cavando del árbol prohibido, se hiciese como Dios, versado en el bien y en el mal.

2. ¿Qué ofreces, qué prometes, desgraciado, si el Hijo del Altísimo tiene la llave del saber? Aún más, ¿si él es la llave, llave de David, que cierra y nadie es capaz de abrir? En él se esconden todos los tesoros de la sabiduría y del conocimiento; y tú, ¿vas a robarlos perversamente para regalarlos al hombre? Daos cuenta según el dicho del Señor, que éste es el mentiroso y padre de la mentira. Ya fue un mentiroso cuando recapacitó: Me igualaré al Altísimo. Se destacó como padre de la mentira cuando arrojó en el hombre la semilla de su falsedad, diciendo: Seréis romo dioses. Eso mismo eres tú si ves al ladrón y corres con él. Recordad, hermanos, lo que nos ha dicho esta noche Isaías, dirigiéndose al Señor: Tus príncipes son infieles, o desobedientes, según otra versión, y socios de ladrones.

IV

1. Cierto, nuestros príncipes, Adán y Eva, son el germen de nuestra raza, desobedientes y socios de ladrones. Porque, mediante la persuasión de la serpiente, o del diablo a través de la serpiente, intentan robar lo que pertenece al Hijo de Dios. El Padre no aguanta el insulto ocasionado al Hijo, pues el Padre ama al Hijo, y reclama inmediatamente la venganza en el hombre mismo, haciendo pesar su mano sobre nosotros. Hemos pecado en Adán, y en él recibimos todos la sentencia de condenación. ¿Qué va a intentar el Hijo cuando ve al Padre celarse por él y que se niega a perdonar a las criaturas? "He aquí", dice, "que, por causa de mí, el Padre pierde a sus criaturas". El primer ángel buscó con ahínco mi grandeza tuvo un círculo que confió en él. Pero inmediatamente el ce o del Padre se vengó en su persona. Le hirió a él y a todos los suyos con una herida incurable y le infringió un cruel escarmiento. También el hombre quiso arrebatar e saber que me pertenece; y tampoco tuvo compasión ni lástima de él.

2. ¿Acaso Dios se cuida de los bueyes? Había creado tan sólo dos criaturas nobles, dotadas de razón y capaces de felicidad: el ángel y el hombre. Pero por mi causa perdió muchos ángeles y todos los hombres. Por tanto, para que vea que yo amo a mi Padre, haré que él reciba, a través de mí, a los que, en cierto modo, ha perdido por mi causa. Si por mi culpa sobrevino esta tormenta, dice Jonás, cogedme y arrojadme al mar. Todos me tienen envidia. Pero voy a venir y manifestarme de tal modo que quien me envidie y trata de imitarme le sea provechosa esa porfía. Me doy cuenta, sin embargo, que los ángeles desertores han adoptado una actitud de maldad y perversidad. No han pecado por ignorancia y debilidad. Deben perecer, ya que se negaron a hacer penitencia. El amor del Padre y el honor del rey reclaman la Justicia.

V

1. El designio, pues, de Dios al crear a los hombres es que ocupen los lugares que han quedado vacantes y reconstruyan los muros de Jerusalén. Sabía que ya no era posible abrir un camino de retorno para los ángeles. Conocía la soberbia de Moab, un orgulloso incorregible. La soberbia nunca acepta el remedio de la penitencia ni del perdón. Pero no creó otra criatura que reemplazara al hombre caído. Esto era una señal de que iba a ser redimido. Y si una perversidad ajena a él mismo lo desmoronó, una caridad, también ajena, podría serle útil.

2. Te ruego, Señor: dígnate librarme, que soy débil. Me han sacado de mi país con astucia. Sin hacer mal alguno, me han arrojado aquí, en este calabozo. Reconozco que soy inocente del todo. Pero, si me comparo con mi seductor, me siento, en cieno modo, inocente. La mentira me sobornó, Señor. Que venga la verdad y se descubra la falacia. Que conozca la verdad, y la Verdad me librará; pero de tal modo que reniegue de la mentira descubierta y me adhiera a la Verdad conocida. De lo contrario, ya no sería tentación ni pecado humano, sería obstinación diabólica, pues la perseverancia en el mal es algo diabólico. Y cualquiera que persista, como él, en el pecado, merece idéntico exterminio.

VI

1. Ya sabéis, hermanos, quién es el que viene. Ahora considerad de dónde y a dónde viene. Viene del corazón del Padre al seno de la Virgen Madre. Viene desde el ápice de los cielos a las regiones más profundas de la tierra. ¿Qué ocurre? ¿Hemos de quedarnos para siempre en la tierra? No nos importaría si se quedara él también. ¿Dónde nos encontraríamos bien sin él? ¿Y dónde mal con él? ¿A quién tengo yo en el cielo?, y contigo, ¿qué me importa la tierra? Dios de mi corazón, mi lote perpetuo. Y aunque camine por las sombras de muerte, nada temo si tú estás conmigo. Ahora me doy cuenta que bajas a la tierra e incluso al mismo abismo, pero no como un vencido, sino como libre entre los muertos, como esa luz que brilla en las tinieblas, pero que las tinieblas no la han comprendido.

2. Por eso, ni el alma queda en el abismo ni el cuerpo santo conocerá la corrupción en la tierra. Cristo baja y sube para dar la plenitud al universo. De él se ha escrito: Pasó haciendo el bien, curando a los oprimidos por el diablo. Y en otra parte: Salió contento como un héroe a recorrer su camino; su órbita llega de un extremo a otro del cielo. Con razón exclama el Apóstol: Buscad las cosas de arriba, donde Cristo está sentado a la derecha de Dios. Sería inútil cualquier intento de levantar nuestros corazones si no nos presenta antes al autor de la salvación en los cielos.

3. Pero fijémonos en lo que sigue. Aunque la materia es abundante, por no decir excesiva, la premura del tiempo no permite largas disertaciones. A quienes consideraban "quién viene" se les dio a conocer la inmensa e inefable majestad. A los que avizoraban "de dónde viene", se les descubrió un largo camino, según aquel testimonio inspirado por el espíritu de profecía: Mirad, el Señor en persona viene de lejos. Y quienes contemplaban "a dónde" venía, se encuentran con un amor infinito e inimaginable: la sublimidad en persona quiere bajar a cárcel tan horrorosa.

VII

1. ¿Podrá alguien ya dudar que este gesto implica una motivación importante? ¿Por qué tan gran majestad, y desde tan lejos, quiso bajar a lugar tan indigno? Cierto, aquí hay algo grande: una inmensa misericordia que rezuma comprensión y una caridad desbordante. Y ¿para qué ha venido? Esto es precisamente lo que ahora debemos inquirir. No es preciso engolfarnos demasiado aquí, estando tan claras las motivaciones de su venida, sus palabras y sus obras. Se lanzó a buscar por los montes a la oveja extraviada, la que hacía el número cien. Y para que libremente alaben al Señor por su misericordia y por las maravillas que hace con los hombres, vino por nosotros. Es maravilloso el amor de un Dios que busca, e incomparable la dignidad del hombre buscado. Por mucho que presuma de esto, no incurrirá en insensatez, porque no se cree señor de sí mismo. Todo su valor procede de quien lo hizo. Todas las riquezas, toda la gloria de mundo, cuanto arrastra el deseo del hombre, es inferior a este orgullo; ni siquiera se le puede comparar. Señor, ¿qué es el hombre para que lo enaltezcas, para que pongas en él tu corazón?

VIII

1. Con todo, quisiera saber qué motivaciones le mueven a venir hasta nosotros o por qué, más bien, no hemos ido nosotros hacia él. Nosotros éramos los necesitados. Y no es costumbre que los ricos se acerquen a los pobres ni en el caso de querer beneficiarlos. Lo más razonable, hermanos, era que nosotros fuéramos a él. Pero tropezábamos con un doble impedimento. Nuestra vista era muy débil. Y él habita en una luz inaccesible, mientras que nosotros, postrados y paralíticas en el catre, no podíamos alcanzar tanta sublimidad. Por este motivo, el Salvador, todo bondad y médico de las almas, bajó de su altura, y su claridad alivió los ojos enfermos. A ese cuerpo que tomó glorioso y purificado de toda mancha, lo vistió de cierto resplandor. Es aquella nube ligerisima y resplandeciente en la que montaría el Señor, según predicción del Profeta, para bajar a Egipto.

IX

1. Ya es hora de considerar el tiempo en que llega el Salvador. Llega, sí, y creemos que no os pasa desapercibido; pero no al principio ni en el fluir del tiempo, sino al fin. Y no aconteció a la ligera. Hay que pensar que la sabiduría lo dispone todo con acierto; en las circunstancias más necesarias, nos brinda su ayuda, y sabía muy bien que somos hijos de Adán, propensos a la ingratitud. Ya atardecía y el día iba de caída; se estaba poniendo ya el sol de justicia, y su resplandor y calor se apagaban en la tierra. La luz del conocimiento divino era muy tenue; y, al crecer la maldad, se enfriaba el fervor de la caridad. Ya no se dejaba ver el ángel, ni hablaba el profeta; habían claudicado, como vencidos por la desesperación, ante la dureza y obstinación de los hombres. Pero yo, exclama el Hijo, dije entonces: "Voy". Así, así: Un silencio sereno lo envolvía todo; y, al mediar la noche su carrera, tu palabra todopoderosa, Señor, viene desde el trono real. El Apóstol lo intuyó y exclamó: Cuando llegó la plenitud del tiempo, Dios envió a su Hijo. La plenitud y la abundancia de las cosas temporales había acarreado el olvido y la indigencia de las realidades eternas. Llegó oportuna la eternidad, precisamente cuando dominaba lo temporal. Por citar sólo un detalle, la misma paz temporal fue tan extraordinaria en aquel tiempo, que el decreto de un hombre repercutió en todo el mundo.

X

1. Ya tenéis a la persona que llega; dos lugares, el de origen y el de destino. No desconocéis tampoco la causa ni el tiempo. Sólo queda una cosa: el camino por donde viene. Y lo hemos de buscar con suma diligencia, pues vale la pena salir a su encuentro.

2. Si para realizar la salvación en la tierra vino una sola vez en carne visible, para salvar cada alma viene cada día en espíritu e invisible, como está escrito: El Espíritu que está delante de nosotros es Cristo el Señor. Y para que sepas que esta llegada espiritual es imperceptible, continúa: A su sombra viviremos entre los pueblos. Y si el enfermo no puede salir muy lejos al encuentro de tan excelente médico, intente, al menos, alzar la cabeza y erguirse un poco hacia el que viene. No tienes que cruzar los mares. No necesitas atravesar las nubes ni pasar los Alpes. Ni te señalan un camino muy largo. Sal tú mismo al encuentro de tu Dios. A tu alcance está la Palabra; la tienes en tus labios y en tu corazón. Entrégate a la compunción del corazón y la confesión de tus labios. De este modo saldrás del basurero de tu miserable conciencia, porque es indigno que entre allí el autor de la pureza. Todo esto queríamos decir sobre esta venida; por el se digna esclarecer con su poder invisible las inteligencias de cada uno de nosotros.

XI

1. Examinemos ahora el camino de su venida invisible, porque sus caminos son agradables, y sus sendas tranquilas. Dice la esposa: Vedle llegar saltando entre los montes, brincando por los collados. Mira, hermosa, al que llega. Antes reposaba y no lo podías ver. Has dicho: Avísame, amor de mi alma, dónde pastoreas, dónde reposas. Su reposo apacienta a los ángeles en aquellas regiones eternas. Los sacia con la visión eterna e inmutable. Pero no te ignores, hermosa, porque esa visión está fuera de tu alcance; es tan sublime que no la abarcas. Ha salido de su santa morada, el que con su reposo apacienta a los ángeles, ya ha comenzado a actuar y nos sanará. Y si antes, reposando y apacentando, era invisible, en adelante se le verá venir apacentando. Vedle venir saltando sobre los montes, brincando por los collados. Montes y collados son los patriarcas y los profetas. Lee el pasaje de las genealogías y fíjate cómo vino saltando y brincando: Abrahán engendró a Isaac, Isaac engendró a Jacob, etc.

2. En estos montes brotó, como verás, la raíz de Jesé. De ella, según el profeta, salió una vara, y de la vara brotó una flor. Y el Espíritu septiforme se posó sobre la flor. Esto lo ha manifestado con mayor claridad el mismo profeta en otro pasaje: La virgen concebirá y dará a luz un hijo, y se llamará Emmanuel, que quiere decir Dios-con-nosotros. Primero lo llama flor y después Emmanuel. Y a la que había llamado vara, de manera aún más clara la denomina virgen. Pero es preciso que nos reservemos para otro día la consideración de este sacramento. Vale la pena ocuparse de este asunto en otro sermón. Este de hoy ya ha sido lo suficientemente largo.

SERMÓN II
UNA SEÑAL, SOBRE EL CAMINO DEL ENEMIGO

I

1. Hemos escuchado a Isaías tratando de persuadir al rey Acaz para pedirle una señal, de parte del Señor, en lo hondo del abismo o en lo alto del cielo. Escuchamos también su respuesta insincera, bajo capa de piedad. Por este motivo se atrajo la reprobación de aquel que escruta el corazón y descubre las intenciones del hombre. Responde Acaz: No pido ninguna señal; no quiero tentar al Señor. Habíase engreído Acaz en la altura de trono real, y era astutamente hábil en su expresividad.

2. El Señor había inspirado a Isaías: "Marcha y di a ese zorro que pida una señal en lo hondo del abismo". Y es que el zorro tiene madriguera. Y, si baja al abismo, encontrará al que sorprende a los taimados en sus astucias. Dice el Señor: "Vete y di a ese pajarraco que pida una señal en lo alto del cielo". El pájaro tiene su nido. Pero, si sube al cielo, allí está el que se enfrenta a los soberbios y pisa con poder los cuellos de los orgullosos y de los altivos. No le interesa buscar una señal del poder sublime o de la incomprensible profundidad. Por eso, el mismo Señor promete una señal de bondad a la casa de David. Para que, al menos, la manifestación del amor atraiga a quienes ni el poder ni la sabiduría atemoriza.

3. Entendemos la expresión en lo profundo del abismo como la caridad personificada. En ningún otro fue tan total. Bajó incluso al abismo muriendo por os amigos. Y en este sentido se manda a Acaz que se estremezca ante la majestad del que reina en lo alto o que se abrace a la caridad del que baja al abismo. El que no piensa en la majestad con temor ni medita en la caridad con amor, se vuelve enojoso a los hombres y a Dios. Por eso, él Señor mismo os dará la señal; en ella va a hacer sensible la majestad y a caridad. Ved que la Virgen concebirá y dará a luz un hijo, que se llamará Emmanuel, que significa Dios-con-nosotros.

4. No escapes, Adán, que Dios-está-con-nosotros. Nada te mas, hombre; no te espantes ni siquiera oyendo el nombre de Dios, Dios-está-con-nosotros. Con nosotros, en la semejanza de la carne; con nosotros, en la necesidad. Llegó como uno de nosotros, por nosotros, semejante en todo, capaz de sufrir.

II

1. Por fin, dice: Comerá requesón y miel. Que equivale: Será niño y tomará alimentos de niño. Hasta que aprenda a rechazar el mal y a escoger el bien. Este bien y este mal que oyes hacen referencia al árbol prohibido, el árbol del delito. Comparte con nosotros mucho mejor que el primer Adán. Escoge el bien y rechaza el mal; no como aquel que amó la maldición, y recayó sobre él, y que no quiso la bendición, quedándose lejos de él. En el texto mencionado: Comerá requesón y miel, podrás darte cuenta de la elección que hace este niño. Que su gracia nos acompañe para que eso que hace lo podamos experimentar dignamente de algún modo también nosotros y expresarlo de una manera accesible a todos.

2. Dos cosas pueden hacerse con la leche de oveja: requesón y queso. El requesón es mantecoso y jugoso; el queso, por el contrario, es seco y consistente. Supo escoger bien nuestro niño, pues al comer el requesón rehusó el queso.; Quién es aquella oveja extraviada que hacía el número cien y dice en el salmo: Me extravié como oveja perdida. Es la raza humana. La busca el pastor compasivo, y deja a las otras noventa y nueve en el monte. Dos cosas hallarás en esta oveja: una naturaleza dulce y una naturaleza buena; tan buena, sin duda, como el requesón. Y, junto a ella, la corrupción del pecado, como el queso.¡Qué bien ha elegido nuestro pequeño! Se abrazó a nuestra naturaleza sin el más mínimo contagio de pecado, pues se lee de los pecadores: tienen el corazón espeso como grasa. La levadura de la maldad y el cuajo de la perversidad tan corrompido en estos corazones la pureza de la leche.

III

1. Hablando de la abeja, pensamos en la dulzura de la miel y en la punzada del aguijón. La abeja se alimenta de azucenas y habita en la patria florida de los ángeles. Por eso voló hacia la ciudad de Nazaret, que significa flor. Y se llegó hasta la perfumada flor de la virginidad perpetua. En ella se posó. Y se quedó adherida. El que enaltece la misericordia y el Juicio, a ejemplo del Profeta, no ignora la miel ni el aguijón de esta abeja. Sin embargo, al venir a nosotros trajo sólo la miel y no el aguijón; es decir, la misericordia sin el juicio. Por eso, en aquella ocasión en que los discípulos intentaron persuadir al Señor a que lloviera fuego y arrasara la ciudad que se había negado a recibirle, se les replicó que el Hijo del hombre no había venido a condenar al hombre, sino a salvarlo.

2. Nuestra abeja no tiene aguijón. Se ha desprendido de él cuando, entre tantos ultrajes, mostraba la misericordia y no el juicio. Pero no confiéis en la maldad, no abuséis de la confianza. Algún día, nuestra abeja volverá a tomar su aguijón y lo clavará con toda su fuerza en los tuétanos de los pecadores. Porque el Padre no Juzga a nadie, pero ha delegado en el Hijo la potestad de juzgar. Por ahora, nuestro niño se mantiene de requesón y miel desde que unió en sí mismo el bien de la naturaleza humana con e de la divina misericordia, mostrándose hombre verdadero y sin pecado, Dios compasivo y encubridor del juicio.

IV

1. Me parece que con esta expresión queda claro quién es esta vara que brota de la raíz de Jesé y quién es la flor sobre la cual reposa el Espíritu Santo. La Virgen Madre de Dios es la vara; su Hijo, la flor: Flor es el Hijo de la Virgen, flor blanca y sonrosada, elegido entre mil; flor que los ángeles desean contemplar; flor a cuyo perfume reviven los muertos; y, como él mismo testifica, es flor del campo, no de jardín. El campo florece sin intervención humana. Nadie lo siembra, nadie lo cava, nadie lo abona. De la misma manera floreció el seno de la Virgen. Las entrañas de María, sin mancha, íntegras y puras, como prados de eterno verdor, alumbraron esa flor, cuya hermosura no siente la corrupción, ni su gloria se marchita para siempre.

2. ¡Oh Virgen, vara sublime!, en tu ápice enarbolas al santo. Hasta el que está sentado en el trono, hasta el Señor de majestad. Nada extraño, porque las raíces de la humildad se hunden en lo profundo.¡oh planta auténticamente celeste, más preciosa que cualquier otra, superior a todas en santidad!¡Arbol de vida, el único capaz de traer el fruto de salvación! Se han descubierto, serpiente astuta, tus artimañas; tus engaños están a la vista de todos. Dos cosas habías achacado al Creador, una doble infamia de mentira y de envidia. En ambos casos has tenido que reconocerte mentirosa, pues desde el comienzo muere aquel a quien dijiste: No moriréis en absoluto; la verdad del Señor dura por siempre. Y ahora contesta, si puedes: ¿qué frutos de árbol podría provocar la envidia en Dios, que ni siquiera negó al hombre esta vara elegida y su fruto sublime? El que no escatimó a su propio Hijo, ¿cómo es posible que con él no nos regale todo?

V

1. Ya habéis caído en la cuenta, si no me equivoco, que la Virgen es el camino real que recorre el Salvador hasta nosotros. Sale de su seno, como el esposo de su alcoba. Ya conocemos el camino que, como recordáis, empezamos a buscar en el sermón anterior. Ahora tratemos, queridísimos, de seguir la misma ruta ascendente hasta llegar a aquel que por María descendió hasta nosotros. Lleguemos por la Virgen a la gracia de aquel que por la Virgen vino a nuestra miseria.

2. Llévanos a tu Hijo, dichosa y agraciada, madre de la vida y madre de la salvación. Por ti nos acoja el que por ti se entregó a nosotros. Tu integridad excuse en tu presencia la culpa de nuestra corrupción. Y que tu humildad, tan agradable a Dios, obtenga el perdón de nuestra vanidad. Que tu incalculable caridad sepulte el número incontable de nuestros pecados y que tu fecundidad gloriosa nos otorgue la fecundidad de las buenas obras. Señora mediadora y abogada nuestra, reconcílianos con tu Hijo. Recomiéndanos y preséntanos a tu Hijo. Por la gracia que recibiste, por el privilegio que mereciste y la misericordia que alumbraste, consíguenos que aquel que por ti se dignó participar de nuestra debilidad y miseria, comparta con nosotros, por tu intercesión, su gloria y felicidad. Cristo Jesús, Señor nuestro, que es bendito sobre todas las cosas y por siempre.

SERMÓN III
LAS SIETE COLUMNAS

I

1. Cuando considero, al celebrar este tiempo de Adviento del Señor, quién es el que viene, me desborda la excelencia de su majestad. Y, si me fijo hacia quiénes se dirige, me espanta su gracia incomprensible. Los ángeles no salen de su asombro al verse superiores a aquel que adoran desde siempre y cómo bajan y su en, a la vista de todos, en torno al Hijo del hombre. Al considerar el motivo de su venida, abarco, en cuanto me es posible, la extensión sin límites de la caridad. Y cuando me fijo en las circunstancias, comprendo la elevación de la vida humana. Viene el Creador y Señor del mundo, viene a los hombres. Viene por los hombres. Viene el hombre.

2. Alguien dirá: ¿Cómo puede hablarse de la venida de quien siempre ha estado en todas partes? Estaba en el mundo, y, aunque el mundo lo hizo él, el mundo no lo conoció. El Adviento no es una llegada de quien Ya estaba presente; es la aparición de quien permanecía oculto. Se revistió de la condición humana para que a través de ella fuera posible conocer al que habita en una luz inaccesible. No desdice de la majestad aparecer en aquella misma semejanza suya que había creado desde el principio. Tampoco es indigno de Dios manifestarse en su propia imagen a quienes resulta inaccesible su identidad: El que había creado al hombre a su imagen y semejanza, se hizo hombre para darse a conocer a los hombres.

II

1. La Iglesia universal celebra cada año la solemne memoria de la venida de tanta majestad, tanta humildad y tanta caridad, e incluso de nuestra incomparable exaltación.¡Y ojalá fuese una perenne realidad! Sería o más propio.¡Qué incongruente es la vida humana después de la venida de Rey tan extraordinario si buscamos y nos comprometemos con otros asuntos embarazosos en vez de dedicarnos a este único culto, dejando de lado en su presencia todo lo demás! Pero no todos cumplen lo del Profeta: Eructan la memoria de tu inmensa suavidad. Ni todos se alimentan de esta memoria. Es evidente que no se puede eructar sin haber gustado, pero tampoco lo hará el que se ha contentado con sólo gustar. La plenitud y la saciedad provocan el eructo. Por eso, los de vida y mentalidad mundana, aunque celebran esta memoria, no eructan nunca. Pasan estos días en la aridez habitual, sin devoción y sin afecto. Y lo que es más reprochable, la memoria de este acontecimiento les da pie a consuelos carnales. Por eso los ves que preparan durante estos días vestidos elegantes y refinamientos culinarios, como si Cristo en su nacimiento buscara cosas parecidas y se le tributara una acogida más cálida donde aparecen semejantes detalles. Oye sus palabras: Con los de ojos engreídos y de corazón insaciable no compartiré mi pan.

2. ¿A qué vienen tantos antojos en e vestido para preparar mi nacimiento? Detesto la ostentación; no la quiero. ¿A qué tanto prurito durante estos días hacia todo tipo de manjares? Repruebo las satisfacciones del cuerpo; no las acepto. Tienes un corazón insaciable preparando tantas cosas y gastando tanto tiempo, cuando el cuerpo necesita de muy poco y sólo lo que le sale al paso. Celebras, sí, mi Adviento con los labios, pero tu corazón está lejos de mí. No me honras. Tu dios es tu estómago, y tu gloria, tu misma vergüenza. Desgraciado hasta los tuétanos el que fomenta los deleites del cuerpo y la vanidad de la jactancia. Dichoso el pueblo cuyo Dios es su Señor.

III

1. Hermanos, no os exasperéis por los malvados ni envidiéis a los inicuos. Pensad, más bien, en su destino, compadeceos entrañablemente y orad por los que viven enredados en el pecado. Obran así esos miserables porque desconocen a Dios, pues si lo hubiesen conocido, nunca habrían provocado al Señor de la gloria en contra de ellos.

2. Para nosotros, queridos, no hay excusa de ignorancia. Sabes bien quién es. Y si dijeras- que no lo conoces, serás, como los mundanos, un mentiroso. Pero supongamos que no lo conoces; respóndeme entonces: ¿quién te trajo a este lugar? ¿Cómo llegaste hasta aquí? ¿Quién te ha persuadido a renunciar espontáneamente al cariño de tus amigos, a los placeres del cuerpo, a las vanidades del mundo; y encomendar tus afanes al Señor, descargando en él todo tu agobio? Nada bueno te merecías; al contrario, mucho mal, según el testimonio de tu con- ciencia. ¿Quién, repito, podría persuadirte de todo eso, si ignorabas que el Señor es bueno para los que esperan en él y para el alma que lo busca? ¿Si no supieses que el Señor es bueno y piadoso, muy misericordioso y fiel? ¿Dónde has aprendido todo esto sino en su venida a ti y en ti?

IV

1. Conocemos, efectivamente, tres venidas suyas: a los hombres, en los hombres y contra los hombres. Vino para todos los hombres sin condición alguna, pero no así en todos o contra todos. La primera y tercera venidas son conocidas por ser manifiestas. Sobre la segunda, que es espiritual y latente, escucha al Señor lo que dice: El que me ama, cumplirá mi palabra; mi Padre lo amará, vendremos a él y en él haremos una morada. Dichoso aquel en quien haces tu morada, Señor Jesús. Dichoso aquel en quien la sabiduría se ha edificado una casa. Ha labrado siete columnas. Feliz el alma que es trono de la Sabiduría.

2. ¿Y quién es ésa? El alma del justo, porque la justicia y el derecho preparan tu trono. ¿Quién de entre vosotros, hermanos, desea preparar en su alma un trono para Cristo? Piense en las sedas, alfombras y almohadas que debe prepararle. Está escrito que la justicia y el derecho preparan su trono. La virtud de la justicia consiste en distribuir a cada cual lo que le corresponde. Por tanto, distribuye tú a tres lo que es de ellos. Devuelve al superior, devuelve al inferior, devuelve al compañero lo que les debes. Entonces celebrarás convenientemente la venida de Cristo, preparándole en la justicia su trono. Devuelve, insisto, reverencia y obediencia al superior; la primera, en cuanto disposición de corazón; la segunda, como actitud externa. No asta obedecer exteriormente. Debemos enaltecer a nuestros superiores con el íntimo afecto del corazón. Y aunque conozcamos la vida reprochable de algún prelado y no hubiese posibilidad de disimulo ni de excusa, incluso entonces, por respeto a aquel de quien deriva toda autoridad, este otro que así conocemos se hace acreedor de estima, no por unos méritos que no tiene, sino por deferencia al plan divino y a la misión que desempeña.

V

1. Igualmente, respecto a nuestros hermanos, con los que compartimos la vida, estamos obligados a prestar ayuda y consejo por un mismo derecho de paternidad y de solidaridad humana. Incluso nosotros deseamos sus servicios: consejo que instruya nuestra ignorancia, y ayuda que sostenga nuestra debilidad. Quizá alguien de vosotros pensará: ¿Qué consejo puedo yo dar al hermano, si no se me permite ni musitar una palabra sin permiso? ¿Qué ayuda puedo ofrecer, cuando debo contar, hasta en lo más mínimo, con el superior?

2. Yo te respondo: Nada echarás en falta si vives el amor fraterno. Creo que el mejor consejo es tu actitud de enseñar a tu hermano lo que conviene y lo que no conviene hacer; estimulándolo y aconsejándole en lo mejor no con palabras ni con la lengua, sino con la conducta y la verdad. ¿Puede imaginarse una ayuda más útil y eficaz que la oración fervorosa por él, sin pasar por alto sus faltas? De este modo no le pones tropiezo y además, en la medida de lo posible, te preocupas, como el mensajero de paz, de arrancar de raíz los escándalos y de evitar las ocasiones de escándalo en el reino de Dios. Si te portas con tu hermano como consejero y amparo, le devuelves lo que le debes, y él ya no podrá quejarse de nada.

VI

1. Si eres superior de al quien, le debes mayor delicadeza y solicitud. Te exige fidelidad y disciplina. Fidelidad para evitar el pecado y disciplina para que no quede impune lo que no se procura evitar. Incluso, si no eres superior de ningún hermano, te queda la responsabilidad de expresar esta fidelidad y disciplina. Me refiero a tu cuerpo, que tu espíritu asumió para dirigirlo. Le debes fidelidad para que no reine en él el pecado, no para que tus miembros se conviertan en instrumentos de iniquidad. Le debes disciplina para que dé frutos dignos de arrepentimiento, castigándolo y obligándolo a que te sirva.

2. Pero la deuda más grave y peligrosa pesa sobre quienes tienen que rendir cuentas de muchas almas. ¿Qué haré yo, desgraciado? ¿Hacia dónde me volveré, si he descuidado este tesoro tan estimable y este depósito tan precioso, que Cristo apreció mucho más que su propia sangre? Si hubiese recogido la sangre del Señor que goteaba de la cruz y la hubiese guardado en un vaso de cristal con la obligación de ir trasladándolo de lugar,¡qué atención pondría en evitar cualquier riesgo! Pues he recibido un encargo parecido; por él, un comerciante inteligente, la Sabiduría misma, entregó su sangre. Pero llevo este tesoro en vasijas de barro, que corren más riesgo que los recipientes de cristal.

3. A este cúmulo de solicitudes hay que añadir el peso del temor, que exige la fidelidad de mi conciencia y la de los demás. Ninguna de las dos conozco lo suficiente. Ambas son un abismo insondable, una noche. Y, sin embargo, se me exige responsabilidad y me repiten sin cesar: Centinela, ¿qué hay en la noche? ¿Qué hay en la noche? Y yo no puedo contestar como Caín: ¿Soy yo el guardián de mi hermano? Más bien debo confesar humildemente con el profeta: Si el Señor no guarda la ciudad, en vano vigila el que la defiende. Unicamente se me podrá excusar si, como he dicho, me desvelo en la fidelidad y en la disciplina. Y si se dan las cuatro condiciones ya mencionadas que conciernen a la justicia, es decir, la reverencia y obediencia a los superiores y el consejo y ayuda a los hermanos, entonces encontrará la Sabiduría un trono adecuado.

VII

1. Estas son, al parecer, las seis columnas que labró la Sabiduría en la casa que se edificó para sí misma. Pero hemos de buscar la séptima, por si acaso la Sabiduría nos la da a conocer.

2. ¿Qué impide que así como la seis columnas mencionadas significan la justicia, la séptima signifique el juicio? No se habla sólo de la justicia, sino de la justicia y el Juicio que sostiene tu trono. En fin, si a los superiores, a los iguales y a los inferiores les damos lo que les corresponde, ¿Dios no recibirá nada? Es cierto que nadie puede volverle lo que se le debe, pues ha derramado copiosamente su misericordia sobre nosotros y le hemos ofendido mucho; somos muy frágiles e insignificantes, y él se basta así mismo, no necesitando nada de nosotros.

3. Sin embargo, he oído decir al que se le había revelado los decretos y los misterios de su sabiduría que el honor del rey ama el juicio. No se nos pide más de lo Justo. Basta con que confesemos nuestros pecados para que nos rehabilite gratuitamente en alabanza de su gracia. Ama al alma que vive siempre en su presencia y que se Juzga a sí misma sin disimulo. Se nos exige ese juicio para nuestro propio provecho; porque, si nos juzgamos a nosotros mismos, no nos juzgarán a nosotros. Por eso, el sabio recela de todas sus acciones, sondea, esclarece y enjuicia todo. Honra a la verdad el que se conoce de veras a sí mismo y todo lo que le concierne, en la situación en que realmente se encuentra, y se confiesa con humildad.

4. Escucha, por fin, cómo se pide con mayor insistencia que practiques el Juicio después de la justicia: Cuando hayáis hecho todo lo que está mandado, decid: Somos unos criados inútiles. Esto es lo que pertenece al hombre, como trono digno y disponible al Señor de majestad; pero con tal de que se afane en cumplir los mandatos de la justicia y se tenga siempre por indigno e inútil.

SERMÓN IV
SOBRE LOS DOS ADVIENTOS Y LAS ALAS PLATEADAS

I

1. Es justo, hermanos, que celebréis con gran devoción la venida del Señor, inundados de tanto consuelo, asombrados por semejante favor, e inflamados en un amor sin igual. No penséis sólo en el que viene a buscar y a salvar lo que estaba perdido. Pensad también en el que vendrá y nos tomará consigo. ¡ojalá os ocupéis de estos dos advientos en una incesante meditación, rumiando en vuestros corazones todo cuanto nos concedió en el primero y nos prometió en el segundo!¡Ojalá durmáis tranquilos entre estos dos tesoros! Ved los dos brazos del es oso; entre ellos, adormecida, balbucía la esposa: Su izquierda reposa bajo mi cabeza y con su diestra me abraza. Como leemos en otro pasaje, las riquezas y la gloria están en su izquierda; los largos años, en su derecha. En su izquierda, dice, están las riquezas y la gloria.

2. Hijos de Adán, raza mezquina y ambiciosa, escuchad: ha qué te inquietas por las riquezas terrenas y la gloria pasajera, que no son auténticas ni vuestras? El oro y la plata, ¿qué son sino tierra rojiza y blanca, que únicamente el error humano los estima y los cree preciosos? Y, si esto es vuestro, llevároslo. Pero el hombre, cuando muera, no se llevará nada, su gloria no bajará con él.

II

1. Las auténticas riquezas no son las propiedades; son las virtudes, ornato de la conciencia, que la hacen eternamente rica. Sobre la gloria se expresa el Apóstol: Nuestra gloria es el testimonio de nuestra conciencia. Nuestra verdadera gloria nos viene del Espíritu de la verdad: Ese mismo Espíritu le asegura a nuestro espíritu que somos hijos de Dios. Pero la gloria que los hombres se granjean unos a otros no les despierta a la gloria, que viene sólo de Dios. Su gloria es pura apariencia, porque los hombres son vanos.

2. Eres un insensato. Echas ganancias en saco roto y dejas tu tesoro en la puerta del vecino. ¿No sabes que este arca no se cierra y que ni siquiera tiene tranca? Bien lo saben aquellos que no pierden de vista su tesoro ni lo confían a nadie. ¿Lo van a conservar y a guardar para siempre? Ya vendrá el momento en que salgan al descubierto los secretos del corazón, y todo lo que se haya manifestado antes no hará acto de presencia. Por eso se apagan los candiles de las muchachas necias ante el Señor que llega. Y como ya habían recibido su recompensa, son ignoradas por el Señor. Por eso os digo, amadísimos, que es preferible esconder que enseñar lo bueno que podamos tener. Los mendigos, cuando piden limosna, no se visten con ostentación, se quedan casi desnudos y muestran las llagas que tienen para mover a compasión. El publicano tuvo en cuenta esta norma mucho más que el fariseo; por eso bajó a su casa en paz con Dios, mucho más que el otro.

III

1. Hermanos, ha llegado el momento del juicio, y está comenzando por la casa de Dios. ¿Cuál será el final de aquellos que no obedecen al Evangelio? ¿Qué clase de juicio les espera a los que queden condenados? Los que no quieren someterse ahora a este juicio en el que se expulsa al jefe de este mundo, que aguarden al juez; más aún, témanlo. Porque ellos también van a ser expulsados con su jefe. Nosotros, en cambio, si nos dejamos juzgar ahora, aguardemos confiados al Salvador, nuestro Señor jesucristo; él transformará a bajeza de nuestro ser. reproduciendo en nosotros el esplendor del suyo. Entonces, los justos brillarán, y se podrá ver a los sabios con los ignorantes. Brillarán como el sol en el reino de su Padre. Será una luz siete veces mayor que la del sol, como la suma de luz en siete días.

IV

1. Cuando llegue el Salvador, transformará la bajeza de nuestro ser, reproduciendo en nosotros el esplendor del suyo; a condición de que el corazón quede previamente transformado, reproduciendo la humildad del suyo. Por eso va pregonando: Aprended de mí, que soy sencillo y humilde de corazón. Fíjate en esta expresión, porque hay una doble humildad. Humildad de conocimiento y humildad de afección, llamada aquí de corazón. Por la primera reconocemos que no somos nada; la vamos aprendiendo en la experiencia de nuestras propias debilidades. Por la segunda pisoteamos la gloria del mundo; la aprendemos de aquel que se anonadó a sí mismo tomando la condición de esclavo; solicitado como rey, huyó; y, buscado para aguantar tanto hasta el ignominioso suplicio de la cruz, se entregó espontáneamente. Por tanto, si deseamos dormir entre los dos tesoros, los dos advientos, plateemos nuestras alas; habituémonos a aquellas virtudes que nos recomendó Cristo, de palabra y ejemplo, durante su vida mortal. La plata simboliza su humanidad; el oro, su divinidad.

V

1. La virtud que practicamos no es verdadera si es completamente ajena a la de nuestro modelo. Y nuestras alas no sirven para nada si no están plateadas. Ala de envergadura es la pobreza, que de dos batidas se remonta hasta el Reino de los cielos. Las restantes virtudes nos orientan en la promesa hacia el futuro del Reino. A la pobreza no se promete el Reino; se le da. Por eso alude a la vida presente: Tiene ya el Reino de los cielos. Mientras que en los otros enunciados se dice: Van a heredar, Serán consolados, o alto semejante.

2. Vemos, sin embargo, a algunos pobres que no viven la verdadera pobreza; de lo contrario, no estarían tan apocados y tristes, como corresponde a reyes, y reyes del cielo. Quieren ser pobres a condición de que no les falte nada. Les gusta la pobreza, pero no aguantan ninguna privación. Otros son mansos mientras no se les contraría en palabras y actitudes. Pero se puede comprobar lo alejados que están de la verdadera mansedumbre frente a la más ligera oportunidad. ¿Qué herencia va a tener esta mansedumbre, si naufraga con antelación? Constato también que otros lloran. Pero, si esas lágrimas brotasen del corazón, aprisa no las agostaría tan fácilmente. Se entretienen en palabrerías inútiles y superficiales después de haber humedecido los ojos. A mi entender, no se ha prometido el divino consuelo a tal género de sollozos, pues fácilmente se acogen a cualquier consuelo deleznable.

3. Otros se indignan contra las faltas de los demás. Parece como si, a primera vista, tuvieran hambre y sed de justicia. Sería cierto si aplicasen a sus propios pecados los mismos principios. Pero el Señor aborrece dos pesos desiguales. Y, si arden de indignación ante tanto descaro y son duros para los demás, se adulan necia e infantilmente a sí mismos.

VI

1. Existe un cierto tipo de personas misericordiosas, pero siempre a costa de los bienes del vecino. Se escandalizan si no se distribuyen las existencias con generosidad, procurando, claro está, que a ellos ni se les toque. Si fuesen compasivos de verdad, tendrían que cooperar con sus propios bienes. Y, si no pueden contribuir materialmente, al menos, con la mejor intención, deben perdonar a quienes quizá les han ofendido. Bastaría cualquier gesto benévolo, una palabra de aliento -que vale más que todo don-, para moverles a penitencia.

2. O al menos cubrirían con la compasión y la oración a quienes se sabe que viven en pecado. De otro modo, su compasión es una farsa y no suscitará compasión alguna. Hay igualmente quienes de tal modo confiesan sus pecados, que parece que una tal actitud brota del deseo de purificar el corazón, pues todo se purifica en la confesión. Pero se sabe que eso mismo que expresan con espontaneidad, no lo soportan en los labios de los demás. Y, si quisieran purificarse de verdad, no se irritarían; serían agradecidos a quienes les señalan sus faltas. Hay otros que con sólo ver a cualquiera que se escandaliza por algo, se desasosiegan hasta que no les devuelven la paz; pasarían por pacíficos, a menos que sus enfados contra quienes han dicho o echo algo en contra de ellos no necesitaran de tanto tiempo, ni pasarán terribles agobios para calmarse. Si amaran la paz por encima de todo, no cabría duda que la buscarían para el os mismos.

VII

1. Plateemos, por tanto, nuestras plumas en la vida de Cristo, como los mártires lavaron sus vestidos en la pasión del Señor. Imitemos, según nuestro alcance, a aquel que se abrazó a la pobreza y, aunque tiene en sus manos los goznes de la tierra, no tuvo nada para reclinar su cabeza.

2. Recordemos cómo aquellos discípulos que viven apiñados a él, acuciados por el hambre, frotan las espigas con las manos mientras atraviesan unos trigales. El, como cordero llevado al matadero, como una oveja ante el esquilador, enmudeció y no abrió la boca. Lloró ante el cadáver de Lázaro y contemplando la ciudad. Leemos que pasaba noches enteras en oración, que nunca ha reído o bromeado. De tal forma tuvo hambre de justicia, que, al no tener pecados personales, se exigió a sí mismo una incalculable satisfacción por nuestros pecados. La sed que le devoró en la cruz fue la de la justicia. No dudó en morir por sus enemigos; oró por los que le crucificaban; no cometió pecado alguno; escuchó con paciencia las acusaciones de los demás y aguantó lo indecible para reconciliarse con los pecadores.

SERMÓN V
EL ADVIENTO INTERMEDIO Y LAS TRES RENOVACIONES

I

1. Acabamos de aludir a aquellos que han plateado sus alas y que duermen entre los dos tesoros, que significan las dos venidas. Pero no hemos dicho nada del lugar en donde duermen.

2. Precisamente, la tercera venida se encuentra entre las otras dos. En ella duermen plácidamente todos los que la conocen. Las dos venidas referidas las conoce todo el mundo. Esta, no. En la primera, el Señor se manifestó en el mundo, vivió con los hombres cuando lo vieron y lo odiaron, como lo atestigua él mismo. En la última, todos verán la salvación de Dios y contemplarán al que traspasaron.

3. La venida intermedia permanece oculta; en ella, los elegidos sólo lo ven en lo hondo de ellos mismos. Así se salvan. La primera venida es carnal y débil; esta intermedia es espiritual y eficaz; y la postrera, gloriosa y mayestática. Mediante la eficacia de la virtud, se llega a la lona, porque el Señor de toda eficacia es el mismo Rey de a gloria. Y, en otro pasaje, el mismo profeta exclama: Para ver tu eficacia y tu gloria. Esta venida intermedia es un camino que enlaza la primera con la última. En la primera, Cristo ha sido nuestro rescate; en la última, se manifestará vida nuestra; en la actual, para que durmamos entre los dos tesoros, Cristo es nuestro descanso y consuelo.

II

1. Y para que nadie crea que todo lo que decimos sobre esta segunda venida es pura fantasía, escuchadle a él mismo: Si alguien me ama, guardará mi palabra y vendremos a él. ¿Qué quiere decir: Si alguien me ama, guardará mi palabra? Fíjate en este otro texto: El que teme a Dios obrará el bien. Yo creo que acontece algo importante en el que ama por el hecho de guardar la palabra. Pero ¿dónde la guardo? Sin género de dudas, en el corazón. Como dice el profeta: En mi corazón escondo tus palabras para no pecar contra ti. ¿Cómo se guardan en el corazón? ¿No basta retenerlas en la memoria? A los que se contentan con esto les dice el Apóstol que la ciencia engríe. Además, la memoria tiene sus lagunas.

2. Guarda la Palabra de Dios como si fuese la mejor manera de conservar tus víveres naturales, porque la Palabra de Dios es el pan vivo, el alimento del espíritu. El pan material, mientras queda en el armario, puede ser robado; lo pueden roer los ratones e incluso puede echarse a perder. Pero, si lo hubieres comido, ¿temerías todo esto? Guarda así la Palabra de Dios: Dichosos los que la guardan. Métela en las entrañas de tu alma; que la asimilen tus afectos y tus costumbres. Come a gusto, y tu alma saboreará manjares sustanciosos. No te olvides de comer tu pan. Que no se seque tu corazón, y tu alma se saciará con enjundia y manteca.

III

1. Si guardas así la Palabra de Dios, ella te guardará a ti sin duda alguna. El Hijo vendrá, junto con el Padre, hasta ti; vendrá el gran Profeta que renovará,Jerusalén. Vendrá aquel que todo lo hace nuevo. La eficacia de esta venida consiste en que por lo mismo que somos imagen del hombre terreno, seremos imagen del hombre celestial. Y como el viejo Adán invadió al hombre entero y dominó a la totalidad de la persona humana, del mismo modo Cristo quiere recuperarlo todo, la totalidad de la persona que ha creado, que ha rescatado y que glorificará. Por eso salvó a la humanidad en sábado. Convivimos por algún tiempo con el hombre viejo. Aquel depravado estaba en nosotros, en nuestras manos, en nuestra boca e incluso en el corazón. Estaba en las manos de dos maneras: por las arrogancias y el vituperio. Estaba en el corazón: por los bajos deseos y por los instintos de dominación.

2. Pero ahora existe en él una humanidad nueva; lo viejo ya ha pasado; se alza la inocencia contra los atentados que se perpetran con las manos; la continencia se alza frente a as desvergüenzas. En tus labios, la palabra de confesión se enfrenta a la arrogancia. La palabra de edificación se alza contra el vituperio para que se aleje todo lo viejo de nuestra vida. Y, en el corazón, la caridad sale al paso de los bajos deseos, mientras la humildad se opone a los instintos de dominación. Fíjate cómo con estas tres actitudes cada uno de los elegidos recibe a Cristo, el Verbo de Dios. De ellos se ha escrito: Grábame como sello en tu brazo, como un sello en tu corazón. Y en otra parte: A tu alcance está la palabra, en tus labios y en tu corazón.

SERMÓN VI
LAS TRES VENIDAS Y LA RESURRECCIÓN DE LOS CUERPOS

I

1. Hermanos, no quiero que ignoréis el tiempo de vuestra visita, ni el objeto de esta visita que ahora recibís. Es la oportunidad de las almas, no de los cuerpos. Porque, siendo el alma mucho más noble que el cuerpo, precisa de un cuidado superior por su dignidad natural. Además tiene que ser curada en primera instancia, porque fue la primera en caer; y, una vez envuelta en la culpa, también corrompió al cuerpo en la pena.

2. Además, si queremos ser miembros de Cristo, debemos seguir sin titubeos a nuestra Cabeza. Y la primera actitud que debemos adoptar es la preocupación del alma. El vino por causa de ella y trató de curar su corrupción. Dejemos el cuidado del cuerpo para entonces, para el día en que vendrá a transformarlo, como escribe el Apóstol: Aguardamos al Salvador, nuestro Señor Jesucristo, que transformará la bajeza de nuestro cuerpo, reproduciendo en nosotros el esplendor del suyo. Juan el Bautista, el heraldo del Señor en la primera venida, exclama: Ved al Cordero de Dios; ved al que quita el pecado del mundo. No habla de las enfermedades corporales, de los achaques físicos. Alude al pecado, en cuanto enfermedad del alma y corrupción del espíritu. Ved al que quita el pecado del mundo. Mas ¿de dónde le quita en concreto? De la mano, del ojo, del cuello; en una palabra, del cuerpo entero, en el que estaba profundamente enraizado.

II

1. Quita el pecado de las manos borrando las culpas cometidas. Lo quita del ojo purificando las intenciones del corazón. Lo quita del cuello disipando la violencia opresora, como está escrito: Quebraste la vara del opresor como en el día de Madián. Y se pudrirá el yugo en presencia del aceite. El Apóstol se explica, escribiendo: Para que no reine más el pecado en vuestro cuerpo mortal. Y, en otra parte, el mismo apóstol escribe: Veo que nada bueno hay en mí, esto es, en la debilidad de mi carne. Y más adelante:¡Desgraciado de mí hombre que soy! ¿Quién me librará del cuerpo en la debilidad de mi carne? Presentía que nunca iba a ser liberado de esa raíz pésima, clavada en la debilidad de la carne por la ley del pecado, que domina nuestros miembros hasta tanto que no se corten las amarras del mismo cuerpo. Anhelaba consumirse y estar con Cristo, porque experimentaba el pecado, que nos separa de Dios, y que no puede ser completamente arrancado hasta que nos veamos libres del cuerpo.

2. Recordad a aquel hombre a quien el Señor lo curó de su posesión diabólica y cómo el demonio lo golpeaba y desgarra a antes de salir de él. Lo mismo os digo. Esa especie de pecado que con tanta frecuencia nos inquieta -me refiero a las concupiscencias y a los bajos instintos- debemos reprimirlo. Y es posible por la gracia de Dios, para que así no reine nunca en nosotros, ni hagamos de nuestros miembros armas para la iniquidad. De este modo no pesará condena alguna sobre quienes viven en Cristo Jesús. Con todo, el pecado no se expele más que con la muerte, con nuestro desgarramiento, en la separación del alma y el cuerpo.

III

1. Ya sabes para qué ha venido Cristo y a quién tiene que mirar el cristiano. Por eso, evita,¡oh cuerpo!, quemar etapas. Podrías obstaculizar la salvación del alma, y malograr por ello la tuya propia. Todo tiene su tiempo. Procura que el alma trabaje ahora para sí mismo. Incluso trabaja tú mismo con ella, pues si compartimos sus sufrimientos, compartiremos su gloria. En la medida en que impidas su restauración, impedirás la tuya. No podrás ser totalmente lo que eres hasta que Dios no vea en tu alma su propia imagen restaurada. Tienes un esclarecido huésped, ¡oh carne!, excelente sobremanera toda tu salvación depende 'de la suya propia. Rinde honor a huésped tan insigne. Tu vives en tu región, pero el alma es una peregrina y exiliada que se hospeda en ti.

2. Dime, si un noble poderoso señor quisiera alojarse en casa de un aldeano, éste, ¿no se acomodaría con gusto en un rincón, debajo de la escalera, e incluso sobre las mismas cenizas, con tal de ceder a su huésped el lugar más digno conforme a su rango? En consecuencia, haz tú o mismo. No tengas en cuenta injurias ni molestias. Fíjate sólo en que tu huésped pueda alojarse en tu casa como se merece. El es honor que ahora soportes por él te honrará.

IV

1. No desprecies ni desestimes a tu huésped por ser peregrino y extranjero. Fíjate con suma atención en todo lo que te beneficia su presencia. Es él quien proporciona a los ojos y oídos la capacidad de ver y oír; da voz a la lengua, gusto al paladar, movimiento a todos los miembros. Todo lo que en ti percibes de vida, de sensibilidad y de nobleza, reconócelo como puro beneficio de este huésped. Como último argumento, su separación demuestra cuánto nos favorece su presencia. En cuanto el alma se separa, la lengua enmudece, los ojos se entenebrecen, los oídos se cierran, todo el cuerpo se queda rígido y el rostro palidece. Al poco tiempo, el cadáver se corrompe en su totalidad y hiede, y su belleza se transforma en podredumbre.

2. ¿Por qué entonces entristeces y hieres a tal huésped con cualquier placer instantáneo, pues sin él ni siquiera serías capaz de sentir nada? Y si tantos beneficios te hace estando desterrado y expulsa o de la presencia del Señor por la actual enemistad, ¿que te dará una vez reconciliado? No pongas, ¡oh cuerpo!, impedimentos a esa reconciliación. Te redundará un peso de gloria. Con paciencia, e incluso con gusto, hazte disponible a todo. Nada ejes asar que pueda servir a esta reconciliación. Di a tu huésped: Cuando tu Señor se acuerde de ti y te restablezca en su primitiva situación, acuérdate de mí.

V

1. Él, sin duda, se acordará de ti para tu propio bien, con tal de que le sirvas con honradez. Cuando se presente ante su Señor, e insinuará algo de ti y elogiará tu desinteresada hospitalidad con estas palabras: Encontrándose tu siervo desterrado en castigo de su culpa, me presenté pobre ante él y me acogió con mucha misericordia. Quisiera que se lo pagaras por mí, Señor mío. Arriesgó todas sus cosas. Después, incluso, se ofreció a sí mismo para que yo me aprovechara. Nunca miró por sí. Siempre estuvo a mi disposición en los ayunos incontables, en los trabajos incesantes, en las vigilias, en hambre y sed, hasta en frío y desnudez. ¿Qué acontecerá? No fallará la Escritura, que dice: Sé para la voluntad de cuantos le temen y escuchará su oración.¡ojalá llegaras a gustar esta dulzura y pudieses apreciar esta gloria!

2. Voy a expresar cosas admirables, por otra parte muy verdaderas e indudables para los fieles. El mismo Señor de los Ejércitos, el Señor de todo poder, Rey de la gloria, bajará a transformar nuestros cuerpos, configurándolos al esplendor del suyo.¡Qué gloria!¡Qué júbilo tan inefable! El creador de todo, que en una primera venida se presentó humilde y desapercibido para santificar a las almas, ahora viene glorioso y a plena luz; no viene en la debilidad, sino en su gloria y en su majestad, para glorificarte a ti, carne miserable. Descenderá en pleno fulgor luminoso, precedido de los ángeles; éstos, al fragor de las trompetas, despertarán al pobre cuerpo sumergido en el polvo y lo arrebatarán para cortejar en los aires a Cristo.

VI

1. ¿Hasta cuándo, pues, esta carne miserable, fatua, ciega y totalmente embotada andará buscando consuelos pasajeros y caducos? ¿E incluso desconsuelos? ¿Exponiéndose a ser desechada y tenida por indigna de esta gloria y sufrir las terribles penas eternas? No así, hermanos míos, no así. Todo lo contrario, que nuestra alma se regocije en estas meditaciones y que nuestra misma carne descanse en paz.

2. Esperamos al Salvador, nuestro Señor Jesucristo, que transformará nuestro cuerpo y lo configurará al resplandor del suyo. Así se expresa el Profeta: Mi alma tiene se de ti;¡de cuántas maneras mi carne te ansía! El alma del Profeta deseaba la primera venida. En ella presentía su propia redención. Por su parte, la carne deseaba con mayor vehemencia la segunda venida y su propia glorificación. Entonces se colmarán nuestros deseos y toda la tierra se cubrirá con la majestad del Señor. El nos conceda en su misericordia esa gloria y esa paz que excede a todo conocimiento. No nos defraude en nuestra esperanza el Salvador que aguardamos, Jesucristo nuestro Señor, que es el Dios soberano, bendito por siempre.

SERMÓN VII
TRES COSAS MUY ÚTILES

I

1. Si celebramos con devoción la venida del Señor, hacemos lo que debemos, pues no sólo viene a nosotros, sino para nosotros. El no necesita de nosotros. La misma grandeza de su dignación pone de manifiesto la enormidad de nuestra indigencia. El riesgo de la enfermedad se conoce por el valor de la medicina, como la gama de los achaques por a variedad de los remedios. ¿Qué sentid tendrían las distintas gracias si no se diese ninguna diferencia en las necesidades?

2. Es muy difícil expresar en un sermón la gama de indigencias que nos achacan. Pero pueden reducirse a tres raíces comunes y en cierta manera principales. Ninguno de nosotros puede prescindir de consejo, de ayuda y de protección. Es general en toda la raza humana esta triple miseria. Y cuantos vivimos en la región d la sombra de muerte, en la debilidad del cuerpo, en el lugar de la tentación, si nos fijamos con atención, arrastramos miserablemente esta triple molestia. Porque nos dejamos seducir con facilidad; somos débiles en las obras y frágiles para resistir. Nos falta agudeza de discernimiento entre el bien y el mal y nos engañamos. Si procuramos hacer el bien, desfallecemos. Si intentamos resistir al mal, caemos y nos rendimos.

II

1. Por esto necesitamos la venida del Salvador. Es imprescindible, para hombres así embargados, la presencia de Cristo. Y,¡ojalá venga con tan infinita condescendencia, que more en nosotros por la fe e ilumine nuestra ceguera! Permanezca con nosotros y ayude a nuestra debilidad y que su fuerza proteja y defienda nuestra fragilidad.

2. Si él está en nosotros, ¿quién nos podrá engañar? Si él está con nosotros, ¿qué no será imposible con aquel que nos robustece? Si él está en favor nuestro, ¿quién estará contra nosotros? Es un fiel consejero que no puede engañarse ni engañar. Es el robusto cooperador que nunca se cansa. Es el eficaz protector que pisotea diestramente al mismo Satanás con nuestros propios pies y desbarata todas sus asechanzas. Es la sabiduría de Dios, siempre dispuesto a instruir a los ignorantes. Es la fuerza de Dios, capaz de alimentar siempre a los lánguidos y librar al que zozobra. Corramos con gran decisión, hermanos míos, hacia este único maestro. Llamemos en toda ocasión a este valiente compañero. Encomendemos nuestras almas a este fiel protector en todo combate. Vino a este mundo para vivir entre los hombres, con los hombres y en favor de los hombres; para iluminar nuestras tinieblas, suavizar nuestras penas y evitar los peligros.

SERMÓN VIII
LOS TRES INFIERNOS

I

1. Cuando celebramos la venida del Señor con lecturas y cantos, reavivamos en nosotros los anhelos de los santos padres, a quienes Dios, mediante el Espíritu Santo, se dignó revelar la redención futura, que llevaría a cabo por su Hijo, encarnándose y muriendo por la salvación de los hombres. Incluso algunos de ellos gozaron en vida del carisma profético e intuyeron de antemano la encarnación de Cristo; y nos transmitieron en sus escritos sus gozos sentidos en el interior y el fuego de sus deseos. Después de su muerte pasaron a ser moradores de los infiernos, moradores de las tinieblas y sombras de muerte. Y nadie puede imaginarse ni expresar sus hondos anhelos de expectación hacia el único que podría soltarlos del yugo de la cautividad. El fruto que podemos lograr de todos estos deseos es una serie de suspiros y anhelos con los que debemos también nosotros esperar mientras vivimos en este cuerpo de muerte, en el infierno de estas tinieblas, la llegada de nuestro libertador. Porque necesitamos sus frecuentes visitas y su consuelo en esta cárcel y, en última instancia, nuestra liberación de esta mazmorra.

2. Debemos saber por los santos padres, e incluso por tantas personas buenas como malas, que todos los humanos bajaban al infierno antes de la llegada de Cristo y que ocupaban allí puestos distintos según sus respectivos merecimientos. Ello se debía a la perversión del primer hombre, que, por gustar la manzana prohibida, se granjeó el destierro. Este pecado lo precipitó al exilio a él con toda su raza. Ahora sufrimos las consecuencias del pecado original, pasando sed, hambre, frío, enfermedades y, al fin, la muerte.

II

1. En todo esto debemos considerar, hermanos muy queridos, las funestas consecuencias que arrastramos a causa de nuestros pecados. Con ellos ofendemos a Dios complaciéndonos y a sabiendas. Caímos muy miserablemente por aquel pecado al que nunca dimos nuestro asentimiento. Si por el pecado de otro nos vimos desterrados del paraíso a esta tierra y aguijoneados por tan enormes y frecuentes miserias, ¿adónde nos lanzarán nuestros mismos delitos? Al infierno sin duda donde no hay esperanza de liberación. Y como la culpa de otro, no nuestra, nos arrojó a esta mazmorra, por eso la paga de otro, tampoco nuestra, consiguió nuestra salida. Si por Adán todos mueren, todos vivirán por Cristo. Pero, si se nos arroja al infierno por nuestros delitos, perdamos toda esperanza de liberación, porque Cristo, resucitado de la muerte, no muere más; no volverá a bajar al infierno para desalojarlo.

2. Fijaos que Adán no fue expulsado inmediatamente después de pecar. El Señor quiso forzarle a una confesión con esta pregunta: Adán, ¿dónde estás? El que nos prohibió pecar con rió también a los arrepentidos el remedio de la confesión. No es el pecador el que queda excluido del reino de Dios, sino el recalcitrante en su actitud despectiva a raíz del pecado.

3. Comer una manzana no tenía mayor trascendencia; pero como Dios había puesto a Adán en su casa, donde no consentía el mínimo atisbo de desobediencia, cualquier indocilidad, por insignificante o considerable que fuese, merecía la expulsión. Lo mismo vosotros, mientras vivíais en el mundo, estabais lejos de la casa de Dios. El Señor dijo: Mi realeza no pertenece a este mundo. Y si en el mundo se os pasaban por alto tantas cosas en expresiones y actitudes, ahora, viviendo en la casa de Dios, se tendrá por reprobable cualquier actitud desdeñosa, a menos que borréis ese desdén con el llanto de la penitencia.

III

1. Sabemos que, por el pecado original, todos los hombres bajaban al infierno antes de la venida de Cristo. De modo parecido, y con no menos verdad, puede sostenerse que, antes y después de la venida de Cristo, no hay hombre alguno que no baje al infierno antes de subir al cielo.

2. Porque distinguimos tres infiernos. El infierno de voracidad, donde el gusano nunca muere y el fuego no se apaga. Aquí no hay liberación posible. El infierno de la expiación, asignado a las almas que deben purificarse a raíz de su muerte. El infierno de aflicción, que es la pobreza voluntaria. Aquí los que renunciamos al mundo debemos afligir nuestras almas para curarlas; de tal modo que pasemos por la muerte al juicio y, mediante la muerte, alcancemos la vida. Penetra en este infierno el que renuncia a sus tendencias carnales y mortifica, por una adecuada penitencia, sus miembros terrenos, prefiriendo afligirse con el pueblo de Dios que con el placer instantáneo del pecado. Quien durante su vida se niegue a bajar a este infierno, tendrá que entrar en los otros dos, y a duras penas o nunca alcanzará la libertad.

3. El primer infierno es el más riguroso, porque se exige en él hasta el último cuarto. Por eso, su pena no tiene fin. No se concibe ni la más leve mitigación, porque nunca se llega a un ajuste de cuentas que salde la injuria a Dios. La desobediencia ocasiona tan horrible afrenta al Creador, que ninguna pena puede expiarla, a menos que él la perdone de antemano. Lo cual aparece claro en la primera infracción, pues arrastra a la condenación eterna incluso a niños sin bautizar.

4. El segundo infierno es purificatorio; el tercero, indulgente. En éste, por ser voluntario, se perdona con frecuencia la pena y la culpa. En el segundo infierno, aunque a veces se perdona la pena, nunca a culpa; pero se purifica cuando se perdona.

5. ¡Dichoso infierno el de la pobreza, donde Cristo nació, se alimentó y transcurrió su vida mortal! Bajó hasta él, y no una sola vez, para sacar a los suyos; y además se entregó a sí mismo para librarnos de este perverso mundo presente, para separarnos de la multitud de condenados y reunirnos allí hasta que nos saque definitivamente. En este infierno hay tiernas adolescentes, las almas de los principiantes, jóvenes tamborileras. Van delante los más notables mensajeros con platillos sonoros. Les siguen otros con platillos vibrantes.

6. En otros infiernos, los hombres sufren tormentos; en éste, en cambio, sufren sólo los demonios. Merodean por lugares resecos y áridos, buscando un sitio para descansar, pero no lo encuentran. Rondan por la, mentes de los fieles para disuadirles por todos los medios a que no mediten ni oren. Por eso se quejan: jesús, ¿por qué has venido a atormentarnos antes de tiempo? Las mismas personas sensuales que viven en el mundo, en cuanto se procuran los medios para encender los deseos de la carne, encuentran ahí su propio infierno; en él se atormentan rodeados de deleites, aunque no sean conscientes, porque duermen y están borrachos de vino, es decir, del amor mortal del mundo, del veneno incurable del áspid. La picadura del áspid adormece primero y luego mata. Embriagados de ajenjo, esto es, de la miseria y amarga dulzura del mundo, se olvidan de Dios y de sí mismos; es gente sin sentido y sin juicio; no entienden nada y son insensibles a los acontecimientos inmediatos: Pues cuando estén diciendo: Hay paz y seguridad, entonces les caerá encima, de improviso, el exterminio y el dolor como a una mujer encinta, y no podrán escapar.

IV

1. Bendito sea Dios, porque no vivimos en tinieblas. Así no nos sorprenderá desprevenidos el día del Señor. No nos encerró el Señor en su cólera, como a todos aquellos que desvarían en la vida almacenando pecados y atesorando ira para el día de la revelación del justo juicio de Dios. El Señor nos ha destinado a obtener la salvación redimiendo nuestra vida mediante una conveniente satisfacción en la penitencia. Los tormentos sorprenden a los carnales en sus mismos deleites; y ya no les basta con lo que tienen, sino que hambrean lo que no tienen. Su única satisfacción son las torpezas y miserias abominables; no cosechan más que frecuentes fastidios, sin llegar nunca a plena satisfacción.

2. No son los que se alejaron del mundo castigan su cuerpo sometiéndolo a servicio los únicos que beben de la copa de la pasión. Pues el Señor tiene una copa llena de amargo vino mezclado; sus heces no se agotan; beben de ellas todos los pecadores de la tierra. La copa simboliza la pasión. De aquí la pregunta: ¿Podéis beber de la copa que yo voy a beber? La copa está en la mano del Señor, esto es, depende de su poder; y a da a beber a los que él quiere, cuando quiere y de la manera que le parece. Hay quienes beben de esta copa el vino amargo: son los que reniegan de sí mismos por puro amor al Señor, cargando con su cruz y siguiéndole. Otros beben vino mezclado: son aquellos que abrazan la vida de pobreza, pero no renuncian del todo a sí mismos o a su familia; viven, más bien, preocupados de sus parientes con cierto afecto instintivo o se afanan sobremanera en diligencias carnales. Beben del vino a pesar de estar mezclado, pues aun siendo imperfectos, no rechazan el yugo de la obediencia. Apuran las heces los que con tal de satisfacer los deseos de la carne, se abrazan con las penas y pesadumbres que abundan en el mundo y se disipan en vanidades y engaños.

3. La vida de todos éstos transcurre entre heces y torpezas. Ya lo fustiga el Profeta, diciendo: Bebe y adormécete, que tienes al lado la copa de la diestra del Señor, y el vómito de tu ignominia superará a tu honor. Beben de verdad quienes soportan miserias mucho más graves comparadas con las que se ciernen sobre los pobres de Cristo. El honor de éstos es tan afrentoso, que repele a cualquier persona normal, como repugna un pañuelo impregnado de vomitona. Beben de la copa hedionda y no saludable porque no invocan al Señor. Aléjense de la iniquidad cuantos invocan al Señor, pues los que invoquen al Señor se salvarán.

V

1. Por tanto, aun pasando por alto otros aspectos, la ciudad de Dios vive desterrada del Señor en el infierno de la pobreza, mientras el cuerpo es su domicilio. La ciudad es santa, es hermosa, aunque está plantada en un paraje de aflicción. Así ensalza el esposo esa hermosura en el Cantar de los Cantares: Eres bella, amiga mía; eres delicada y preciosa como jerusalén, terrible como escuadrón en orden. Eres delicada ara los hombres; preciosa para la divinidad; terrible para os demonios. ¿Por qué? Porque avanza como un escuadrón; pero no en desorden por la envidia, sino compacto en el amor. Es escuadrón por el número, escuadrón de batalla por su disposición. Y escuadrón ordenado por el consenso. La penitencia forma el grupo, la vigilancia suscita la disposición y la concordia proporciona el consenso.

2. El diablo no se arredra ante los que se dan a los ayunos, se privan del sueño y se moderan, porque ya ha arrastrado a unos y a otros a la ruina. Pero los que viven en concordia y armonía en la casa del Señor, unidos por los lazos del amor, provocan al diablo dolor, pavor e incluso le propinan palizas. Esta unidad del grupo tortura al enemigo, pero más que nada reconcilia con Dios, como él mismo declara en el Cantar de los Cantares: Has lacerado mi corazón, hermana y esposa mía, con una sola de tus miradas, con un rizo de tu pelo. Se refiere a la unidad entre superiores y súbditos. Por eso nos advierte también Pablo: Esforzaos por mantener la unidad de espíritus en el vínculo de la paz. Sabe bien el espíritu maligno que no se pierde ninguno de los que el Padre ha entregado al Hijo, que nadie podrá arrancarlos de su mano. Al encontrarlos en sana armonía, reconoce a las claras que están en las manos de Dios y que no les tocará el tormento de la muerte.

3. El Señor dice: En esto conocerán todos, incluso los demonios, que sois discípulos míos: en que os amáis unos a otros. El diablo ahuyenta los hombres ese amor que él mismo no supo mantener en su relación con Dios y con los ángeles en el cielo. Y ésa es la ciudad firmemente asentada e inexpugnable. Su cuello es como la torre de David, construida con sillares; de ella penden miles de escudos, miles de adargas de capitanes. La cabeza se une al cuerpo por el cuello. ¿Puede tener el cuello otro sentido mejor que nuestro empeño? Mientras mantenemos incólume nuestro propósito pese a las tribulaciones que nos arrecien, nunca nos separaremos de nuestra cabeza que es Cristo. Nos aprietan por todos los lados, pero no nos aplastan. Porque ¿quién nos separará del amor de Dios? Por él volamos en los caminos de los mandamientos de Dios con el corazón dilatado. Este cuello debe ser consistente, inmóvil y largo, como una torre, y tener por cimiento la humildad.

VI

1. La humildad reúne a las virtudes, las mantiene unidas y las perfecciona. El cimiento se oculta en tierra, no puede conocerse su consistencia hasta que los muros se asienten o se desmoronen. La humildad clava su raíz en lo profundo del corazón. No puede conocerse su ausencia o su debilitamiento hasta que los muros del edificio se disuelven por el desorden o se disgreguen y desmoronen. Esta es la torre que David posee con mano fuerte. Si no eres contemplativo, no te desazones; sé activo en las buenas obras, defiende con ardor la torre de tu empeño, y algún día lograrás la pureza de corazón, pues Dios se entrego a si mismo para rescatarnos de toda clase de maldad y purificarse un pueblo escogido, entregado a hacer el bien. Por eso juró a David, es decir, al que actúa con denuedo: A uno de tus entrañas, esto es, de la sensualidad, que es lo más frágil del hombre, pondré sobre tu trono.

2. Esta torre o ciudad tiene por muro la obediencia, que reúne a los dispersos; contiene a los vagabundos, para que salgan sólo por la puerta, esto es, por el mandato del superior.

3. La obediencia presenta cinco aspectos. El primero es la acción recta. Lo que va contra Dios no es obediencia. El segundo es lo voluntario, pues lo que se hace por la fuerza no es bueno. El tercero, lo puro. Que la intención sea pura; porque, si tu ojo es sencillo, toda tu persona quedará esclarecida. El cuarto, lo discreto. Que no haya excesos. Si se ofrece algo bueno, pero no se reparte como es debido, habrá pecado. El quinto, o estable. El que es constante, lo posee todo dispone de todo. No hay bien sin perseverancia. Para que a perseverancia tenga el muro de la obediencia necesita pertrecharse con los baluartes de la paciencia, como los defensores de las murallas necesitan baluartes para estrellar los dardos del enemigo. Quienes se empeñan en mantener la obediencia necesitan de la paciencia, que protege al hombre contra las palabras desabridas y los trabajos agitadores.

VII

1. De ella penden mil escudos. Se refiere a la perfección y asiduidad de la oración, que en ocasiones sirve de ayuda al prójimo. El escudo puede colocarse en cualquier parte. Cuelgan de ella mil adargas de capitanes. Que se presente Pablo y nos lo explique: Por eso os digo que cojáis la adarga que Dios da para hacer frente a las asechanzas del diablo, permaneciendo siempre firmes. Permaneced en pie, ceñidos los costados con el cinturón de la verdad; poneos como coraza la justicia; calzaos los pies para anunciar el mensaje de la paz. Tened siempre abrazado el escudo de la fe, etc.

2. Ceñir los costados es abstenerse de los deseos carnales. Pero el control ha de realizarse en la verdad. Algunos se reprimen por necesidad, porque no se les presentan oportunidades de lugar, de tiempo, ni os medios. Otros lo hacen por vanidad, para granjearse favoritismos humanos o alguna ventaja temporal. Pero hay quienes se contienen por la verdad, deseando agradar sólo a Dios.

3. Debemos ponernos también la coraza de la justicia. La coraza protege al hombre por delante, por detrás y por ambos lados. Con razón se compara a la justicia, que da a cada cual lo que le pertenece. Tenemos delante de nosotros a los veteranos; detrás, a los más jóvenes; amigos, por el lado derecho; y enemigos, por el izquierdo. Demos, pues, a cada cual lo que le pertenece: a los ancianos, obediencia; a los jóvenes, enseñanza; alegría, a los amigos; y a los enemigos, paciencia.

VII

1. Debemos calzar nuestros pies para anunciar el mensaje de la paz. Con el fin de mantener la paz y comunicarla a otros, debemos calzar los pies de nuestros pensamientos. De este modo podremos recorrer el mundo entero recordando nuestros trabajos estériles, para que no se nos clave la espina de la soberbia al experimentar las debilidades del prójimo. Procuremos no sobrepasarnos tampoco al considerar nuestra debilidad y la de ellos. Nunca olvidemos nuestros pecados, aunque estén ya borrados de la conciencia. Meditemos lo que dice el Apóstol: Está sobre aviso para no ser tentado. Por tanto, cuando sobrevienen estos pensamientos, el hombre debe acusarse a sí mismo y excusar a prójimo. Así, el que ha sido justo dando a cada cual lo que le correspondía, plantee un juicio para que el alma, que debe ser trono de Dios, se enmiende mediante la justicia y el juicio, porque justicia y juicio sostienen su trono.

2. El juicio tiene tres fases: con respecto a sí mismo, al prójimo y a Dios. El juicio del hombre, con respecto a sí mismo, debe ser severo; indulgente respecto al prójimo y puro respecto a Dios. El hombre debe juzgarse a sí mismo con rigor. Si nos Juzgamos debidamente a nosotros mismos, no nos juzgarán. Indulgente respecto al prójimo, de tal modo que ya le amonestes con misericordia o le reprendas con solicitud, procedas siempre con suavidad, estando tú sobre aviso para no ser tentado. Debes aguardar los juicios de Dios con pureza y sencillez de corazón, proclamando: Todas las obras del Señor son muy buenas. Que el hombre sea juez implacable para sí mismo mediante el conocimiento de la verdad; indulgente para con el prójimo, a impulsos del amor; puro para con Dios, mediante el asentimiento de la voluntad.

IX

1. Después de la justicia y el juicio, el hombre necesita la vigilancia, para que no afloje por la tibieza o le desmorone la vanidad. Le conviene andar solícito con su Dios, estarle sumiso e implorarle y para evitar cualquier enervamiento o duda en la oración al ser azuzado por artimañas y sugestiones diabólicas, sostenga de continuo el escudo de la fe, sabiendo que suyo será todo lugar que hollen los pies de la fe. Quiere decir que todo lo que se pida a él directamente o a través de su nombre, se hará.

2. Que tu fe sea como una semilla de mostaza, que cuanto más se la pisa, tanto más perfuma; esto es, que cuanto más te desprecien y parezca que Dios te rechace, con mayor confianza esperes conseguir o que pides. Y, si no por amistad, al menos por tu impertinencia, se levantará y te dará cuanto necesitas. Por eso añade el Apóstol: Con la ayuda del Espíritu, resistid en la oración y en la vigilancia. No debemos entregarnos a la oración esporádicamente, sino con frecuencia y asiduidad, explayando ante Dios los deseos de nuestro corazón; y en determinados momentos servirnos de la expresión de los labios. De aquí que Pablo escriba en otro pasaje: Presentad ante Dios vuestras peticiones. Esto se verifica en la insistencia y asiduidad en la oración, unas veces dirigida a él, otras a su Madre gloriosa, y en ocasiones a los santos, de tal forma que se les obligue a decir: Atiéndele, que viene detrás gritando.

X

1. El Profeta consuela a la ciudad santa de Jerusalén, que peregrina todavía en el infierno de la pobreza, y dice: No llores que pronto vendrá tu salvación, pues junto a los canales de Babilonia nos sentamos a llorar. Babilonia significa "confusión". En Babilonia residen y lloran los habitantes de Jerusalén, que, aun sin estar en la confusión de sus trabajos, viven en la confusión de sus ideas; quieren, pero son impotentes para alzar los ojos del espíritu hacia Dios; y, aunque constreñidos, las quimeras los arrastran. Los canales de Babilonia significan las costumbres depravadas, que se presentan deliciosas a nuestra memoria. Los ríos corren, y a quienes seducen los arrastran al mar del mundo. A lo largo de estos canales se alzan los sauces, esto es, pensamientos flojos y estériles; en ellos, mientras nos desparramamos en quimeras, interrumpimos la alabanza de Dios en nuestros corazones, que, como instrumentos de gloria, deben resonar siempre en presencia de Dios.

2. Demos gracias a Dios, que nos dio victoria por medio de nuestro Señor Jesús el Cristo. Porque, si arrecian sobre nosotros malas costumbres, no claudicamos. Nos hemos sentado junto a los canales de Babilonia, con el alma muda a la placentera y consoladora vida del mundo, y a todo el que nos habla. Es sorda ante el acosador e insensible frente al que le adula. Embarazados por estas frivolidades, no es extraño que lloremos recordando a Sión, esto es, avivando el recuerdo de aquella suavidad y deleite sabroso que gustan de antemano esos contemplativos que merecen atisbar, a cara descubierta, la gloria de Dios.

3. ¡Desgraciado de mí! ¿Quién me librará de este yugo de esclavitud para que pueda algún día escarnecer únicamente a los enemigos que me escarnecen! A ellos, por culpa de mis pecados, me los puso Dios como irrisión y burla, para humillarme en el lugar de la aflicción y verme sumergido en las tinieblas de muerte. Si me dejo, pues, arrastrar por los deseos carnales y, lo que no ocurra, consiento en ellos, yo mismo me precipito a las garras de la muerte y me acarreo la sepultura del infierno.

4. Pero si, cuando siento el asalto, retengo mi sentimiento, no caeré en la muerte. Me envolverán tinieblas de muerte y se ofuscarán mis ojos con el polvo de pensamientos frívolos, pero mi memoria evocará la dulzura de mi Dios. Aunque camine por sombras de muerte, nada temo si tú estás conmigo. Con toda certeza nada temeré, porque tú estás conmigo.

XI

1. ¿Y en qué se funda mi esperanza? En la vara de tu corrección y en el cayado de tu apoyo, que me consuela. Aunque me corrijas y refrenes mi soberbia reduciéndome a polvo de muerte, protegerás mi vida, agarrándome de la mano para que no caiga en el lago de muerte. No descuidaré la disciplina el Señor, no protestaré cuando me reprenda. Comprendo que todo contribuye al bien de los que aman a Dios y que la criatura está sometida a la vanidad no por gusto, sino con dolor. ¿Por qué me voy a impacientar? No. Aguantaré con paciencia. ¿Y por qué? Porque la misma criatura se verá liberada de la esclavitud de la corrección para alcanzar la libertad y la gloria de los hijos de Dios. Ciudad de Jerusalén, no llores, que pronto vendrá tu salvación. Aunque tarde con respecto a ti, no será mucho retraso con respecto a él, porque mil años en su presencia es como ayer que pasó.