SAN BERNARDO
Sermones sobre la Ascensión

SERMÓN I
SOBRE EL PASAJE DE LA ASCENSIÓN

I

1. Se apareció Jesús a los once discípulos cuando estaban a la mesa. Se hizo visible la bondad de Dios y su amor a los hombres. Si se digna compartir con los que están a la mesa, con mucho más gozo se unirá a los que hacen oración. Se ha hecho palpable su bondad, porque conoce nuestro barro y no se asusta de nuestras miserias, sino que se compadece; con tal que no cedamos a los apetitos del cuerpo, sino sólo a sus necesidades. Nos lo recuerda el Apóstol: Hagamos lo que hagamos, comer, beber, o lo que sea, hagámoslo todo para honra de Dios. Este detalle de aparecerse cuando estaban a la mesa nos hace pensar en aquel otro pasaje en que los judíos echaban en cara a los discípulos no ayunar; y Jesús respondió: Los amigos del novio no pueden estar de luto mientras dura la boda.

2. El texto sigue diciendo : Les echó en cara su incredulidad y su terquedad en no creer a los que lo habían visto resucitado. Cristo reprende a los discípulos, y les echa en cara su incredulidad. Y no lo hace en cualquier momento, sino poco antes de alejarse de ellos, el menos propicio para amonestar. No te molestes si el representante de Cristo te corrige de algo. Hace lo mismo que hizo Cristo con sus discípulos antes de subir al cielo. Pero, ¿por qué se dice por no creer a los que lo habían visto resucitado? ¿Quiénes fueron los privilegiados que merecieron ver con sus propios ojos el grandioso prodigio de la resurrección del Señor? .De entre los humanos ninguno tuvo esta gracia. Pensemos, pues, en los ángeles; éstos anunciaban la resurrección, y los pusilánimes apóstoles se resistían a creer.

II

1. Mas si la Escritura dice: enséñame la bondad, la disciplina y la sabiduría, a la gracia de la visita, y al reproche de la reprensión debe acompañar la doctrina de la predicación. De ese modo el que crea y se bautice se salvará. ¿Qué os parece hermanos? Yo creo que estas palabras pueden inspirar demasiada confianza a la gente del mundo; y temo que esa libertad dé* ocasión a la carne, fiándonos sin discreción del bautismo y de la fe, y olvidando las obras. Por eso dice a renglón seguido: A los que crean, les acompañarán estas señales.

2. Estas palabras suelen inspirar tanto temor, incluso a las personas más religiosas, como las anteriores fomentaban una vana esperanza en los mundanos. ¿Quién puede presumir de poseer esas señales que indica el texto sagrado, y sin las cuales nadie se salvará? Porque el que se niegue a creer, se condenará. Y sin fe es imposible agradar a Dios. ¿Quién expulsa demonios, habla lenguas nuevas y coge serpientes? Si en nuestros días nadie o muy pocos tienen estos dones, ¿significa eso que nadie se salvará, o solamente aquellos que tienen, esa facultad, la cual no es santidad, sino signo de santidad? ¿Y por qué a los que dicen: hemos echado denionios y hemos realizado muchos milagros en tu nombre, se les dirá en el día del juicio: Nunca os he conocído. Lejos de mí los que practicáis la maldad? ¿Cómo dice el Apóstól, hablando del juez justo, que pagará a cada uno según sus obras, si allí se buscan más los prodigios que los méritos?

III

1. Los méritos también son milagros, y muy seguros y provechosos por cierto. Y no es difícil discernir cuándo estos signos son testimonios de la fe y de la salvación. La primer obra de la fe que opera por el amor es la compunción del corazón: arranca el pecado y expulsa el demonio. Los que creen en Cristo hablan lenguas nuevas, parque olvidan lo antiguo y el lenguaje de sus ante asados, no rebuscan las palabras como tapujo de sus pecados. Mas los pecados perdonados por la compunción del corazón y la confesión oral, pueden brotar de nuevo y hacer que el final sea peor que el principio. Por eso es preciso que cojan serpientes, esto es, ahoguen las sugestiones venenosas.

2. ¿Y si brota una raíz que somos incapaces de cortar rápidamente y nos excita al placer? En ese caso, si beben algún veneno, no les hará daño, porque, a ejemplo del Salvador, lo probarán pero no lo tomarán. Sentirán, mas no consentirán. Sentir la concupiscencia, y no consentirla, no hace daño, porque no pesa condena alguna sobre los que están unidos a Jesús. No hay duda que estas inclinaciones tan débiles y corrompidas nos provocan una lucha molesta y peligrosa. Pero los que creen aplicarán las manos a los enfermos y quedarán sanos, esto es, ahogarán con buenas obras los malos deseos, y sanarán.

SERMÓN II
SOBRE EL MODO EN QUE ASCENDIÓ A LOS CIELOS

I

1. Hermanos, esta solemnidad es gloriosa y gozosa. A Cristo le confiere una gloria extraordinaria, y a nosotros una peculiar alegría. Es la cumbre y plenitud de las demás solemnidades, el broche de oro del largo peregrinar del Hijo de Dios. El mismo que bajó es el que sube hoy por encima de los cielos, para llenar el universo. Ya había demostrado ser el dueño de todo el mundo: tierra, mar e infierno; ahora quiere manifestarse Señor del aire y del cielo, con pruebas semejantes o mayores. La tierra reconoció al Señor cuando éste gritó con voz potente: Lázaro, sal fuera, y devolvió al muerto. Lo reconoció el mar, cuando se cuajó bajo sus pies, y los apóstoles lo tomaron por un fantasma. Lo reconoció el infierno, cuando destrozó sus puertas de bronce y sus cerrojos de hierro, y encadenó a aquel insaciable homicida llamado diablo y Satanás.

II

1. El remate de tu túnica sin costura, Señor Jesús, y la plenitud de nuestra fe, pide ahora que te eleves por los aires a a vista de los discípulos, como dueño y Señor del firmamento. De este modo quedará patente que eres el Señor del mundo, porque llenas totalmente el universo. Y merecerás con pleno derecho que ante ti se doble toda rodilla en el cielo, en la tierra, en el abismo, y toda boca proclame que tú estás en la gloria y a la diestra de Dios Padre. En esta derecha está la alegría perpetua. Por eso nos apremia el Apóstol a buscar lo de arriba, donde está Cristo sentado a la derecha del Padre. El es toda nuestra riqueza: en El se esconden todos los tesoros del saber del conocer; en él habita realmente la plenitud total de la divinidad.

III

1. Considerad también, hermanos, la pena y angustia que embargó a los apóstoles al verle arrancarse de su lado y elevarse al cielo. No usa escaleras ni cuerdas, le acompaña una multitud de ángeles sin necesidad de ayudarle: avanza él solo y lleno de fuerza. Aquí tenernos convertido en realidad lo que había predicho: vosotros no sois capaces de venir al lugar donde voy a estar yo. Si hubiera marchado al último rincón de la tierra, allí le hubieran seguido. Si al mar, allí se hubieran sumergido, como ya lo hiciera Pedro. Mas aquí no pueden seguirle porque el cuerpo mortal es lastre del alma, y la tienda terrestre abruma la mente pensativa.

2. ¡Qué pena tan terrible ver cómo se aleja y desaparece aquel por quien todo lo han dejado! Privados del novio, los amigos del novio lloran desconsolados. Y qué angustia la suya, al verse desamparados frente a los judíos, y sin recibir todavía la fuerza de lo alto. Al separarse de ellos los bendice, estremecido tal vez en su entrañable ternura, por dejar menesterosos a los suyos y a su pobre comunidad. Pero va a prepararles un sitio, y les conviene estar privados de su presencia humana.

3. ¡Qué procesión tan dichosa y sublime! Ni los mismos apóstoles pudieron participar en ella. Escoltado por las almas santas y entre el regocijo de los coros celestiales, llega hasta el Padre y se sienta a la derecha de Dios. Ahora sí que ha empapado al mundo entero: nació como un hombre cualquiera, convivió con los hombres, sufrió y murió por culpa y en favor de ellos, resucitó, ascendió y está sentado a la derecha de Dios. Esta es la túnica tejida de una pieza de arriba abajo, rematada en las moradas celestes, donde Cristo alcanza su plenitud y es la plenitud de todo.

IV

1. Pero ¿qué tengo que ver yo con estas fiestas? Señor Jesús, ¿qué consuelo puedo tener si no te vi colgado de la cruz, ni cubierto de heridas, ni en la palidez de la muerte? ¿Si no puedo calmar sus heridas con mis lágrimas, porque no he sufrido con el crucificado, ni le he atendido después de morir? ¿Por qué no me saludaste cuando entraste en el cielo vestido de gala y como rey glorioso? El único consuelo que tengo son estas gozosas palabras de los ángeles: Galileos, ¿qué hacéis ahí plantados mirando al cielo? El mismo jesús que se han llevado de aquí al cielo volverá como lo habéis visto marcharse.

2. Volverá, dicen ellos, ¿volverá a por nosotros, en aquella procesión grandiosa y universal, cuando venga a juzgar a vivos y muertos, con los ángeles como mensajeros y el séquito de los hombres? Sí, vendrá. Vendrá tal y como ascendió, no como bajó. Se hizo humilde para salvarnos, y aparecerá sublime cuando resucite este cadáver y reproduzca en nuestro cuerpo el resplandor del suyo, dando a esta pobre criatura suya una grandeza incalculable. El que antes aparecía como un hombre cualquiera, vendrá con gran poder y majestad. Yo también lo contemplaré, pero no ahora; lo veré, pero no inmediatamente. Esa otra glorificación deslumbrará a la primera por su gloria incomparable.

V

1. Entre tanto ha sufrido a la derecha del Padre, y nos recuerda siempre ante Dios. Está a la derecha, porque tiene en su diestra la misericordia la justicia en la izquierda. Su misericordia es infinita, y también su justicia. De la derecha mana agua, y de la izquierda brota fuego. Como se levanta el cielo sobre la tierra así se levanta su bondad sobre sus fieles: la misericordia del Señor supera en inmensidad a todas las distancias del cielo y de la tierra.

2. El propósito de Dios sobre ellos es inmutable, y la misericordia con los suyos es eterna: eterna por la predestinación, y eterna por la glorificación. Pero también es terrible con los hombres malditos. La sentencia es irrevocable para todos: para los elegidos y para los condenados. ¿Quién me puede asegurar que todos los aquí presentes están inscritos en el cielo y en el libro de la vida? La humildad de vuestra vida es para mí un indicio muy claro de que estáis elegidos y justificados. Todo mi interior exultaría de gozo si lo supiera con certeza. Pero nadie sabe si Dios le ama o le odia.

VI

1. Por eso, hermanos, perseverad en la disciplina que abrazasteis y subid por la pequeñez a la grandeza: es el único camino. Quien elige otro desciende, no asciende, porque únicamente la humildad encumbra y sólo ella nos lleva a la vida. Cristo, por su naturaleza divina, no podía crecer ni ensalzarse, porque nada hay más alto que Dios. Pero vio que la humildad es el medio de elevarse, y vino a encarnarse, padecer y morir, para que nosotros no cayêramos en la muerte eterna; por eso Dios o glorificó, lo resucitó, lo ensalzó y lo sentó a su derecha.

2. Anda, haz tú lo mismo. Si quieres ascender, desciende; abraza esa ley irrevocable: a todo el que se encumbra lo abajarán, y al que se abaja lo encumbrarán. ¡Qué maldad y necedad la de los hombres! Con lo difícil que es ascender y lo fácil que es descender, prefieren subir antes que bajar. Siempre están dispuestos para recibir los honores y grandezas eclesiásticas, que hacen temblar a los mismos ángeles. ¡Qué pocos son los que te siguen, Señor Jesús, los que se dejan atraer por ti, los que se dejan guiar por la senda de tus mandatos!

3. Algunos se dejan seducir y exclaman: llévame contigo. Otros se dejan guiar y dicen: condúceme a tu alcoba, rey mío. Otros son arrebatados como lo fue el Apóstol al tercer cielo. Los primeros son felices, porque a base de paciencia consiguen la vida. Los segundos son más felices, porque le alaban espontáneamente. Y los últimos son totalmente felices: han sepultado ya su voluntad en la insondable misericordia de Dios y están transportados por el soplo ardiente a los tesoros de la gloria. No saben si con el cuerpo o sin él; pero lo cierto es que han sido arrebatados.

4. ¡Dichoso quien te sigue siempre a ti, Señor Jesús, y no a ese espíritu fugitivo que quiso subir y sintió sobre sí el peso infinito de la mano divina! Nosotros, pueblo tuyo y ovejas de tu rebaño, queremos seguirte a ti, con tu ayuda, ara llegar hasta ti. Porque tú eres el camino, la verdad y la vida. Camino con el ejemplo, verdad en las promesas y vida en el premio. Tienes palabras de vida eterna, y nosotros sabemos y creemos que eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo, Dios bendito por siempre.

SERMÓN III
SOBRE EL INTELECTO Y EL AFECTO EN LA ASCENSIÓN

I

1. El Señor de los cielos invade hoy con su divina energía todo el universo. Ha disipado la niebla de su fragilidad humana, y la inunda de esplendor. El Sol está en su cenit, abrasa e impera. Su fuego cae a borbotones sobre la tierra: nada se libra de su calor. La Sabiduría de Dios ha retornado al país de la sabiduría; allí todos comprenden y buscan el bien. Tienen una inteligencia finísima y un afectó rapidísimo para acoger su palabra.

2. Nosotros, en cambio, vivimos en este otro país saturado de maldad y pobre de sabiduría: el cuerpo mortal es lastre del alma, y la tienda terrestre abruma mente pensativa. La mente o entendimiento se abruma cuando piensa en muchas cosas, y no se concentra en la sola y única contemplación de aquella ciudad tan bien trazada. Es normal que la mente se abata y se distraiga con tantas cosas y tantos rodeos. El alma son los afectos, excitados por las pasiones que anidan en el cuerpo mortal; éstos no pueden moderarse ni desaparecer hasta que la voluntad busque y tienda a la unidad.

II

1. Debemos, pues, purificar el entendimiento y el afecto: el primero para conocer y el otro para amar. Dichosos una y mi veces Elías y Enoc, que se vieron liberados de todas las ocasiones y obstáculos para que su entendimiento y su afecto vivieran sólo para Dios, conociendo y amando solamente a él. De Enoc se dice que fue arrebatado para que la malicia no pervirtiera su entendimiento, ni la perfidia seduJera su alma.

2. Nosotros tenemos el entendimiento turbio, por no decir ciego; y el afecto muy sucio y manchado. Pero Cristo da luz al entendimiento, el Espíritu Santo purifica el afecto. Vino el Hijo de Dios e hizo tales maravillas en el mundo que arrancó nuestro entendimiento de todo lo mundano, para que meditemos y nunca cesemos de ponderar sus maravillas. Nos dejó unos horizontes infinitos para solaz de la inteligencia, y un río tan caudaloso de ideas que es imposible vadearlo. ¿Hay alguien capaz de comprender cómo nos predestinó el Señor del universo, cómo vino hasta nosotros, cómo nos salvó? ¿Por qué quiso morir la majestad suprema para darnos la vida, servir él para reinar nosotros, vivir desterrado para llevamos a la patria, y rebajarse hasta lo más vil y ordinario para ensalzarnos por encima de todo?

III

1. El Señor de los Apóstoles se presentó de tal modo a los Apóstoles que ya no necesitan valerse de las criaturas para conocer al Dios invisible, sino que él mismo, el Creador de todo se deja ver cara a cara. Y como ellos eran carnales y Dios es espíritu, era imposible conseguir la armonía entre el espíritu y la carne. Por eso se adaptó a ellos con la sombra de su cuerpo, y así, a través de un cuerpo radiante de vida, vieran al Verbo en la carne, al sol en la nube, la luz en el barro, y el cirio en el candelero: el aliento de nuestra boca es el Ungido del Señor, de quien decíamos: a su sombra viviremos entre los pueblos. Fijaos que dice: a su sombra entre los pueblos, y no entre los ángeles, donde contemplaremos la luz más nítida con ojos inmaculados.

2. Por eso cubrió a la Virgen con su sombra la fuerza del Altísimo: para que tan sublime resplandor no la ofuscara, y esa águila tan extraordinaria pudiera soportar los rayos de la divinidad. Les presentó la carne, para atraer a esa carne, que hacía milagros y obraba maravillas, todas sus inclinaciones hacia las cosas humanas. Y de la carne los pasó al espíritu, porque Dios es espíritu y los que lo adoran han de dar culto con espíritu y verdad. ¿No crees que iluminó su entendimiento cuando les abrió los sentidos para comprender la Escritura, explicándoles que Cristo tenía que padecer todo eso, resucitar de los muertos y entrar en su gloria?

IV

1. Pero ellos estaban tan familiarizados con esa carne santísima que no comprendían nada de su marcha, ni de que tes abandonara aquel por quien todo lo habían dejado. ¿A qué se debe esto? Su entendimiento estaba iluminado, pero su afecto no estaba purificado. Por eso les repite dulcemente el Maestro: os conviene que yo me vaya, porque si no me voy no vendrá vuestro abogado. Porque os he dicho esto la tristeza os abruma. ¿A qué se debe el que no pueda venir a ellos el Espíritu Santo, mientras Cristo vive en este mundo? ¿Desdeñara la compañía de aquella carne que él mismo hizo concebir en la Virgen y nacer de la Virgen madre?

2. De ninguna manera. El quería darnos un camino a recorrer, un molde que nos moldeara. Los dejó llorando y subió al cielo. Y envió el Espíritu Santo que unificó su afecto, es decir su voluntad; y la transformó de tal modo que los que antes querían retenerle junto a sí, ahora se alegran de su marcha. Se ha hecho realidad lo que les había dicho : vosotros estaréis tristes, pero vuestra pena acabará en alegría. Tanto iluminaba Cristo su inteligencia y tanto purificaba el Espíritu su voluntad, que conocían el bien y lo amaban de corazón. Ahí está la religión perfecta y la perfección religiosa.

V

1. Me viene ahora a la mente aquello del profeta Eliseo, a quien Elías le había prometido dar en el momento de su partida o elevación todo lo que pidiera: déjame en herencia tu espíritu por duplicado. Elías comentó: ¡No pides nada! Si logras verme cuando me aparten de tu lado, lo tendrás. ¿No te parece que Elías en su elevación representa al Señor, y Eliseo al grupo de apóstoles que contemplan ansiosos la ascensión de Cristo? A Eliseo le era imposible separarse de Elías: y los Apóstoles tampoco querían privarse de la presencia de Cristo. Al final logró persuadirles de que sin fe es imposible agradar a Dios.

2. Este doble espíritu que pide Eliseo no es otro que la luz del entendimiento y la purificación del afecto. Una cosa muy difícil, porque es muy raro quien lo consigue en este mundo. Pero si logras verme cuando me aparten de tu lado, lo tendrás. Tus discípulos, Señor Jesús, no quedarán defraudados, porque te vieron subir al cielo, y con los ojos rebosantes de anhelo contempiaban cómo avanzabas lleno de fuerza. El mejor espíritu duplicado es aquello que Jesús dijo a los discípulos: Quien cree en mí hara obras como las mías y aún mayores. ¿No hizo Pedro, por medio de Cristo, cosas mayores que el mismo Cristo, cuando se nos dice que sacaban tos enfermos a la calle y los ponían en camillas, para que, al pasar Pedro, por lo menos su sombra cayera sobre alguno y se curaran? Del Señor no se nos dice que curara a nadie con su sombra.

VI

1. No tengo la menor duda de que vuestro entendimiento está iluminado. Si me fijo en cambio en pruebas evidentes, vuestro afecto no está tan purificado. Conocéis el bien, el camino a seguir, y cómo debéis caminar. Pero la voluntad no es idéntica en todos. Algunos andan, corren y vuelan en todos los ejercicios de este camino y de esta vida: las vigilias se les hacen breves, las comidas sabrosas y el pan excelente, los trabajos llevaderos y agradables. Otros todo lo contrario: tienen un corazón tan árido y un afecto tan pertinaz, que nada de esto los atrae. Son tan pobres y miserables que únicamente les mueve algo el temor del infierno. Comparten todas las miserias, pero no las alegrías.

2. ¿Tan pequeña es ahora la mano del Señor, que es incapaz de atender a todos? ¿No abre la mano y sacia de favores a todo viviente? ¿Qué ocurre? Sencillamente, que éstos no ven a Cristo cuando se retira de ellos. No consideran que son huérfanos y peregrinos en este mundo, que actualmente están prisioneros en la cárcel espantosa del cuerpo y lejos de Cristo. Si soportan largo tiempo este peso se agotan y sucumben, su vida es un verdadero infierno. Jamás disfrutan de la luz maravillosa del Señor, ni de la libertad espiritual, única capaz de hacer llevadero el yugo y ligera la carga.

VII

1. Esta tibieza tan nociva procede de que su afecto, es decir, su voluntad no está aún purificada. Conocen el bien pero no lo desean con la misma intensidad, así, son llevados y arrastrados pesadamente por su propia concupiscencia. Se permiten ciertas satisfacciones, sea en el hablar, en las señas, en las obras o en cualquier otra cosa. A veces renuncian a ellas, pero nunca de manera definitiva. Rara vez dirigen sus sentimientos hacia Dios, y su compunción no es constante, sino pasajera.

2. Un alma volcada en estas distracciones no puede saturarse de las visitas del Señor; y cuanto menos se dé a éstas, más le invadirán aquéllas: si mucho, mucho; y si poco, poco. Prueba y verás que éstas nunca se ven juntas con aquéllas, pues si faltan las vasijas el aceite deja de correr. El vino nuevo exige odres nuevos, para bien de ambos. El espíritu no admite a la carne, ni el calor al frío. Y la tibieza provoca a vómito al Señor.

VIII

1. Así, pues, los apóstoles no pudieron recibir el Espíritu Santo hasta que se vieron privados de la carne del Señor, a pesar de ser santísima y de Santo por excelencia. Y tú, que estás amarrado y hundido en una carne asquerosa y repleta de quimeras y sueños impuros, ¿cómo vas a recibir ese Espíritu purísimo, si no te decides y renuncias incondicionalmente a os consuelos humanos? Es verdad que al principio te invadirá la tristeza; pero si perseveras, esa tristeza se convertirá en gozo. El afecto se purificará y se renovará la voluntad. Mejor dicho, se creará otra nueva. Y lo que antes te resultaba difícil o imposible, lo harás con gusto y grandes deseos.

2. Envía, Señor, tu Espíritu, y renueva la faz de la tierra. Al hombre se le conoce exteriormente por el rostro, e interiormente por la voluntad. Cuando viene el Espíritu se crea y renueva a faz de la tierra, es decir, la voluntad terrena se convierte en celeste, dispuesta a obedecer antes de que le manden. ¡Dichosos estos que no sienten el mal, y viven siempre con el corazón dilatado! Pero de los otros a que nos referíamos anteriormente dice el Señor estas terribles palabras : Mi espíritu no permanecerá en esos hombres; porque son de carne, es decir, carnales. La carne absorbió todo su espíritu.

IX

1. Hermanos, hoy nos han llevado a nosotros el novio, y nuestro espíritu no está completamente tranquilo. Lo han hecho para enviarnos el Espíritu de la verdad. Oremos e imploremos que nos encuentre preparados, y que él mismo nos prepare y llene la casa en que vivimos. Que no sea la inquietud, sino la unción la que nos enseñe todas las cosas. Y así, una vez iluminado el entendimiento y purificado el afecto, venga a nosotros y viva con nosotros.

2. La serpiente de Moisés devoró las serpientes de los adivinos: así hará también éste cuando venga, absorberá todos los consuelos terrenos y encontraremos solaz en el trabajo, gozo en las dificultades y gloria en los ultrajes. Lo mismo que los Apóstoles, ebrios del Espíritu, salieron del consejo contentos de haber merecido aquel ultraje por causa de Jesús.

3. El Espíritu de Jesús es un espíritu bueno, santo, recto, dulce y poderoso; lo que nos parece ingrato, difícil y austero lo convierte en fácil y agradable. De la injuria hace una fuente de gozo, y del desprecio la mayor alabanza. Fieles al Profeta, examinemos y revisemos nuestra conducta y nuestras inclinaciones; levantemos con las manos el corazón, para que nos alegremos y regocijemos en la solemnidad del Espíritu Santo, y él nos guíe a la plenitud de la verdad, según la promesa del Hijo de Dios.

SERMÓN IV
SOBRE LAS DIFERENTES ASCENSIONES

I

1. Si celebramos con todo fervor las solemnidades de Navidad y Resurrección, también debemos festejar devotamente este día de la Ascensión. Esta fiesta no es menor que aquéllas, sino su plenitud y broche de oro. Es un día grande y gozoso. El Sol por excelencia, el Sol de justicia se había presentado ante nuestros ojos atenuando su resplandor y su luz impenetrable con la nube de la carne y el velo de su mortalidad. Pero el gozo y la alegría se han desbordado al rasgar el velo y revestirse de gloria. No se ha despojado de la substancia de su velo, sino de su vejez, corrupción, miseria y vileza. Y de este modo se ha convertido en las primicias de la resurrección.

2. Pero ¿qué significan estas fiestas para mí, que sigo viviendo en este mundo? ¿Quién sé atrevería a desear subir al cielo, si no es apoyándose en el que antes de subir había descendido? Para mí la vida de este destierro sería poco menos que un infierno, si el Señor de los ejércitos no nos hubiera dejado una semilla de aliento y expectación cuando, elevado sobre las nubes, suscitó la esperanza en los creyentes. Si no me voy, no vendrá vuestro abogado.

3. ¿Qué abogado es ése? El que inunda de amor y hace que la esperanza no defraude. El Consolador que nos hace vivir como ciudadanos del cielo; la energía divina que levanta nuestros corazones. Voy a prepararos sitio. Cuando vaya y os lo prepare, volveré para llevaros conmigo. Donde se reúnen los buitres está el cadáver. Aquí tienes por qué esta solemnidad que celebramos es la corona de las demás, muestra los frutos y aumenta la gracia.

II

1. Así como en otros misterios Cristo nace para nosotros y se nos da, la ascensión acaece por nosotros y actúa en nosotros. En la vida nos suceden muchas cosas de manera fortuita, y otras por necesidad. Cristo, en cambio, como Poder y Sabiduría de Dios, estuvo libre de tales condiciones. ¿Existe una fuerza capaz de coaccionar el Poder de Dios? ¿Puede guiarse la Sabiduría de Dios por el azar?

2. No lo dudes: en todo cuanto habló, hizo y sufrió fue totalmente voluntario, todo está lleno de misterios y es fuente de salvación. En consecuencia, cuando lleguemos a comprender algo de Cristo no creamos que es una ocurrencia nuestra, sino una realidad que siempre tiene su explicación, aunque nosotros la ignoremos. El escritor se somete a unas normas bien precisas. Las obras de Dios también están ordenadas: particularmente lo que la Majestad hizo en su vida terrena. Pero ¡qué pobre e insignificante es nuestro conocer! Sólo conocemos de una manera muy limitada y casi nada. Apenas nos llega un tenue parpadeo del inmenso resplandor que despide la antorcha colocada en el candelero. Por eso, cuanto menos percibimos cada uno, con mayor fidelidad debemos comunicarlo a los demás.

3. Yo, hermanos, no quiero ni debo privaros de lo que él mismo se digne inspirarme para vuestro provecho, sobre su ascensión o sus ascensiones. Sobre todo porque una cualidad de las cosas espirituales es que se reparten y no disminuyen. Es posible que algunos ya conozcan esto, porque les ha sido revelado. Mas en gracia de quienes no lo han percibido, por ocuparse en cosas más sublimes o en otras materias, o de aquellos que no lo comprenden bien, debo manifestaros lo que siento.

III

1. Cristo fue el que bajó y el que subió, dice el Apóstol. Y yo creo que subió porque bajó. Convenía que Cristo bajara para que nosotros aprendiéramos a subir. Tenemos ansia de subir, nos apasiona la grandeza. Somos criaturas insignes, dotadas de un espíritu superior: por deseo natural tendemos hacia arriba. Pero ¡ay de nosotros! si seguimos los pasos del que dijo: me sentaré en el monte de la Asamblea, en el vértice del cielo. ¡En el vértice del cielo! ¡Pobrecillo! Esa montaña está helada. Ahí no te acompañamos. Tienes ansias de dominio y aspiras al poder.

2. ¡Cuántos siguen hoy estos caminos trágicos y vergonzosos! Más aún: cuán pocos los que se liberan del placer de dominar! Los que ejercen el poder se hacen llamar bienhechores: y el malvado se Jacta de su ambición. Todo el mundo adula y envidia al poderoso. ¿A dónde vais, miserables, a dónde vais? ¿No veis caer a Satanás como un relámpago? Subió ángel a este monte, y se convirtió en diablo. Advertid también que después de su fracaso y lleno de envidia está empeñado en derribar al hombre. Pero no se le ocurre insinuarle que suba a este monte, porque sabe por experiencia que en vez de subir, lo que se consigue es hundirse en un fatal precipicio.

IV

1. El astuto enemigo, empero, trama otros planes y le muestra otro monte semejante: seréis como Dios, versados en el bien y en el mal. Otra subida muy peligrosa: es más bien bajar de Jerusalén a Jericó. La ciencia que engríe es un monte muy malo, y, sin embargo, cuántos humanos se afanan en escalarlo. Parecen ignorar que su primer padre cayó de aquel monte y de qué manera: con toda su descendencia hundida y maltrecha. Todavía no te has curado de las heridas que recibiste al escalar aquel monte, aunque estabas dentro de tu padre. ¿Y quieres intentarlo tú ahora personalmente otra vez? Este disparate será mucho mayor que aquél.

2. ¿Por qué tenéis este anhelo tan cruel? Hijos de los hombres, ¿hasta cuándo seréis tercos de corazón, amaréis la falsedad y buscaréis el engaño? ¿Ignoráis que lo necio del mundo se lo escogió Dios para humillar a los sabios; y lo débil del mundo para humillar a lo fuerte? No nos impresiona el temor de la amenaza divina, que confundirá la sabiduría de los sabios y abatirá la sagacidad de los sagaces. Ni nos hace volver atrás el ejemplo de nuestro padre, ni lo que sentimos y experimentamos: esa terrible necesidad a que estamos sometidos por nuestro falso deseo de saber.

V

1. Hermanos, os he mostrado un monte, no para que lo conquistéis, sino para que huyáis de él. A este monte subía el que pretendió igualarse a Dios y conocer el bien y el mal. Este monte lo aumentan cada día sus hijos, aprovechando cualquier cosa para engordar la montaña de la ciencia. Este se consagra a la literatura, aquél a la política, el otro a juzgar a los que pecan contra Dios, y el de más allá a cualquier arte servil. Y lo hacen de un modo tan apasionado que no escatiman esfuerzos, con tal de ser tenidos por más doctos que los demás. Así edifican Babel, así creen que llegarán a ser como Dios. Anhelan lo que no conviene y omiten lo que conviene.

2. ¿Por qué os seducen estos montes tan escarpados y peligrosos? ¿Por qué no os encamináis a ese otro monte de fácil subida y mucho más provechoso? El ansia de poder arrebató al ángel su felicidad. El deseo de saber despojó al hombre de la gloria de la inmortalidad. En cuanto alguien aspira al poder, aparecen por doquier la oposición, la repulsa, el obstáculo y la dificultad. Supongamos que llega a conseguir lo que desea. A los poderosos, dice la Escritura, es aguarda un control riguroso, por no hablar de las inquietudes preocupaciones que implica siempre el poder. El que codicia a ciencia.se engríe, está siempre estudiando y con su espíritu en tensión. Y todo esto para escuchar: es inútil que te mates. Su mirada se entristecerá cuando sea menos estimado que otros. ¿Y qué sentirá cuando se vea totalmente desfasado? Escuchad al Señor: anularé el saber de los sabios, descartaré la cordura de los cuerdos.

VI

1. No quiero demorarme. Habéis comprendido cómo debemos huir de estos dos montes, si nos aterra el abismo del ángel y la ruina del hombre. ¡Montes de Gelboé, ni rocío ni lluvia caiga sobre vosotros! ¿Qué debemos hacer? No conviene subir así, pero sentimos un vivo deseo de ascender. ¿Quién nos indicará una subida provechosa? Aquel de quien leemos: el que descendió, se elevó.

2. Este es nuestro guía para subir, y n queremos nada con las huellas ni consejos de aquel otro conductor o perverso seductor. Como no existía ningún medio de subir, bajó el Altísimo de este modo nos trazó un camino suave y eficaz. Descendió del monte del poder, envuelto en la debilidad de la carne; descendió del monte de la sabiduría, porque tuvo a bien salvar a los que creen con esa locura que predicamos.

3. ¿Hay algo más débil que el cuerpo y los miembros de un tierno niño? ¿Algo más ignorante que un párvulo, que sólo conoce el pecho de su madre? ¿Quién más impotente que el que está atado con clavos y se le pueden contar los huesos? ¿Existe mayor necedad que exponer su vida a la muerte, y devolver lo que no ha robado? Ahí ves hasta dónde descendió, y cómo se anonadó en su poder y su sabiduría. Por otra parte, no pudo subir a un monte más alto de bondad, ni manifestarnos de un modo más claro su amor. No te extrañe que Cristo subiera al descender: los otros dos primeros se hundieron al subir.

4. Yo creo que el Profeta quiere conocer al que sube a este monte, cuan o dice: ¿quién puede subir al monte del Señor? ¿Quién puede estar en el recinto sacro? E Isaías pensaba también en este monte cuando veía caer a tantos hombres por ansias de subir y exclamaba: venid, subamos al monte del Señor. ¿Y no les previene de subir a estos montes, el que canta la fertilidad de este otro monte: por qué tenéis envidia de las montañas escarpadas? Hay otro monte más fértil y fecundo. Es el monte de la casa del Señor, en la cima de los montes. Allí corría el esposo saltando por los montes. Y enseñaba el camino al que lo ignoraba, llevaba de la mano al niño y acompañaba al chiquillo. Parecía que andaba, caminando de baluarte en baluarte hasta ver a Dios en Sión. Su justicia es como las montañas de Dios.

VII

1. Pero veamos, si os place, esos saltos, con los que salió como un gigante a recorrer su camino, y asomando por un extremo del cielo llegó de salto en salto hasta el otro extremo. Fíjate primeramente en aquel monte donde subió con Pedro Santiago y Juan: allí se transfiguró delante de ellos; su rostro brillaba como el sol y sus vestidos se volvieron tan blancos como la nieve. Es la gloria de la resurrección, que contemplamos en la montaña de la esperanza. ¿Por qué subió para transfigurarse, sino para enseñarnos a nosotros a elevar nuestro pensamiento a la gloria que va a revelarse reflejada en nosotros?

2. Feliz aquel que medita siempre en el Señor, y considera sin cesar en su corazón las alegrías perennes del Señor. ¿Habrá algo pesado para quien comprende que los sufrimientos del tiempo presente son cosa de nada comparados con la gloria futura? ¿Qué puede apetecer de este mundo perverso, quien contempla con sus propios ojos la dicha del Señor en el país de la vida, y los premios eternos? El Profeta dice al Señor: Te habla mi corazón. Yo busco tu rostro, Señor. Quiero ver tu rostro. Ojalá os pongáis codos en pie, subáis a la altura y contempléis el gozo que Dios os envía.

VIII

1. No os molestéis si nos detenemos todavía un poco más en este monte: pasaremos más rápidos por los demás. ¿Cómo no considerar aquella frase que Pedro pronunció en este monte y refiriéndose a este mismo monte?: Señor, ¡qué bien estamos aquí! Lo mejor de todo, por no decir la única cosa buena, es ocupar el alma en el bien, aunque no pueda hacerlo el cuerpo. Yo creo que el que entraba en el recinto sagrado y se postraba hacia el santuario, entre cantos de júbilo y acción de gracias, en el bullicio de la fiesta, diría: ¡Qué bien estamos aquí!

2. Quién de vosotros no considera atentamente esa vida futura, ese gozo, ese regocijo, esa felicidad y esa gloria de los hijos de Dios? ¿Es posible meditar todo esto en la paz de la conciencia, y no prorrumpir rebosantes de inefable ternura: ¡Qué bien estamos aquí! No en esta larga y penosa peregrinación, en que está amarrada al cuerpo, sino en aquella dulce y sabrosa contemplación que llena el corazón. ¡Quién me diera alas de paloma para volar y posarme! Y vosotros, hijos de los hombres, hijos de aquel hombre que bajó de Jerusalén a Jericó, hijos de los hombres, ¿hasta cuando seréis tercos de corazón? Levantad el corazón y reinará el Señor. Este es el monte en el que se transfigura Cristo. Subid y veréis cómo honra el Señor a los suyos.

IX

1. Os pido por favor, hermanos, que no se os embote el corazón con los afanes del mundo. De a glotonería y embriaguez, gracias a Dios, no tengo en qué reprenderos. Desembarazaos de toda especie de pensamientos terrenos, y experimentaréis cómo ensalza el Señor a los suyos. Levantad vuestro corazón con las manos de vuestros pensamientos, y contemplaréis al Señor transfigurado. Construid dentro de vosotros las tiendas de los patriarcas y profetas, y las mil moradas de aquella mansión celestial, a semejanza de aquel que ofrecía en la tienda del Señor sacrificios entre aclamaciones, cantando tañendo para el Señor: ¡Qué delicia es tu morada, Señor de los ejércitos! Mi alma se consume anhelando los atrios del Señor.

2. Ofreced también vosotros la hostia de vuestra piedad y abnegación. Recorred en espíritu los escaños celestes Y los infinitos estrados de la casa del Padre. Postraos con toda humildad ante el trono de Dios y del Cordero. Haced súplicas reverentes a todos los coros angélicos. Saludad a los Patriarcas, a los Profetas y al Senado apostólico. Contemplad las coronas de los mártires, cuajadas con flores de púrpura. Admirad los coros de las Vírgenes empapadas en perfume de azucenas. Y aplicad el oído, todo cuanto podáis, a la inefable armonía del cántico nuevo.

3. El Profeta recuerda todo esto y desahoga su alma. ¿Qué dice? ¡Cómo entraba en el santuario hasta la casa de Dios! Y vuelve a repetirlo: me acordé de Dios y me regocijé. Este vio al mismo que vieron los apóstoles, y de la misma manera: una visión totalmente espiritual y nada corporal. Este no lo vio como aquel que dijo: lo vimos sin aspecto atrayente, sin figura ni belleza. Este lo vio transfigurado y el más hermoso de los hombres, por eso dice transportado de gozo como los apóstoles: ¡qué bien estamos aquí! Y para ser idénticos en todo aquél os cayeron de bruces y éste se siente desfallecer. ¡Qué bondad tan grande, Señor, reservas para tus fieles! Si subís a este monte, y contempláis a cara descubierta la gloria del Señor, exclamaréis también vosotros: llévanos contigo. Es inútil querer ir a un sitio, si desconoces el camino.

X

1. Necesitas subir a otro monte, y escuchar allí al que predica y monta una escala de ocho peldaños que llega hasta el cielo. Dichosos los que viven perseguidos por su fidelidad, porque ésos tienen a Dios por rey. Si has escalado ya el otro monte con la asidua meditación de la gloria celeste, no te costará subir a este otro y meditar su ley día noche. Así hacía el Profeta: meditaba en los premios, y en os preceptos del Señor que amaba de corazón. De este modo, tú también escucharás: ya sabéis a dónde voy en mi primera ascensión; y también conocéis el camino, o mi segunda ascensión.

2. Empéñate en escoger el camino verdadero, no ce ocurra como a los que no encontraban el camino de ciudad habitada. Y esmérate en ascender con la contemplación de la gloria celeste, y sobre todo con una vida digna de esa gloria.

XI

1. Pero leo también que subió a otro monte, para orar a solas. Tiene, pues, razón la esposa del Cantar, cuando dice: Oíd que llega saltando por los montes. En el primero se transfiguró, para enseñarte a dónde iba. En el segundo te habló palabras de vida, para que sepas por dónde debes ir; y en el tercero oró, para que tengas siempre el buen deseo de caminar y llegar. Porque el que sabe cómo portarse bien y no lo hace, está en pecado.

2. Así, pues, sabiendo que en la oración se nos da la buena voluntad, cuando sepas qué debes hacer, haz oración para ser capaz de realizarlo: ora con empeño y perseverancia, como aquel que pasaba la noche orando a Dios, y el Padre dará el buen espíritu a los que se lo piden. Fíjate también que nos conviene buscar un lugar retirado para la oración: nos lo enseñó de palabra: métete en tu cuarto, echa la llave y rézale a tu Padre; y con el ejemplo, subiendo solo a la oración sin admitir ni a sus más íntimos.

XII

1. ¿Qué más podemos decir sobre las ascensiones? Me gustaría que no olvidáramos el asno en que subió al monte. Ni la cruz a la que subió y por la cual iba a ser exaltado el Hijo del hombre. Pero yo, cuando me levanten de la tierra, tiraré de todos hacia mí. Así, pues, cuando conoces el bien y quieres hacerlo, ¿qué harás si te sientes incapaz de ponerlo por obra, y unos movimientos desordenados te quieren dominar y esclavizarte? ¿Qué puedes hacer contra esos deseos irracionales que están en tu cuerpo? Quieres ayunar y te excitan la gula; te propones velar y te ataca el sueño.

2. ¿Qué podemos hacer con este asno? Porque esto es de asnos y muy propio de ellos : se ha igualado a los jumentos y se ha hecho como uno de ellos. ¡Señor!: monta sobre este asno refrena sus instintos bestiales; dómalos tú, antes que ellos nos dominen. Si no se aplastan, nos avasallarán; si no quedan deprimidos, nos oprimirán. Sigue, pues, alma mía, a Cristo el Señor en esta ascensión; así llevarás tú mismo las riendas de tu apetito y los tendrás a raya. Para subir al cielo antes debes superarte a ti mismo, dominando esos bajos deseos que te hacen guerra.

XIII

1. Sigue también al que sube a la cruz, y es levantado de la tierra. Estarás por encima de ti mismo, y de todas las teorías del mundo; mirarás de lejos y despreciarás todo lo terreno, como dice la Escritura: estarán muy alejados de la tierra. Que no te muevan las halagos del mundo, ni ee abatan las contrariedades. Dios te libre de gloriarte más que de la cruz dé nuestro Señor Jesucristo, en la cual el mundo quedó crucificado para ti. Lo que el mundo ansía, para ti es una cruz; y tú, crucificado al mundo, te vuelcas con toda la fuerza del amor a lo que el mundo tiene por cruz.

XIV

1. Ya sólo te queda subir al que es el Dios Soberano, bendito por siempre. Lo mejor de todo es morir y estar con Cristo. Dichosos los que encuentran en ti su fuerza, dice el Profeta al Señor. Han emprendido unas subidas, y caminan de baluarte en baluarte hasta ver a Dios en Sión. Esta es la última ascensión y la plenitud universal; como dice el Apóstol: Cristo que bajó es el mismo que subió para llenar el universo.

2. ¿Qué puedo deciros de esa ascensión? ¿A dónde subiremos, para estar donde está Cristo? ¿Qué hay allí? El ojo nunca vio lo que Dios ha preparado para los que le aman? Hermanos deseémosla vivamente, suspiremos sin cesar por ella. Y si desfallece el entendimiento, supla el ardor de afecto.

SERMÓN V
SOBRE LA MAGNANIMIDAD DE LA IGLESIA PRIMITIVA

I

1. San Lucas nos recomienda, en breves palabras, tres virtudes de la Iglesia primitiva. Después de la ascensión del Señor nos dice que todos se dedicaban a la oración en común esperaban el consuelo celestial que les había prometido. ¡Admirable grandeza de ánimo la de este pequeño rebaño, privado de la protección de su pastor! Convencidos de que se cuida de ellos y les prodiga las atenciones de un padre, insisten con sus fervientes plegarias al cielo. Saben muy bien que la oración del justo atraviesa las nubes, y que el Señor atiende los ruegos del pobre y los colma con toda clase de gracias.

2. Pero perseveraban también con gran longanimidad, como dice el Profeta: Aunque tarde, espéralo, que ha de llegar sin retraso. Y la unanimidad está tan a la vista que ella sola merece los carismas del Espíritu divino. Dios no quiere la desunión sino la paz, y que todos vivan en una casa con idénticas costumbres.

II

1. Por eso atendió el Señor su deseo y no defraudó su esperanza: eran magnánimos, longánimos y unánimes. Pruebas inconfundibles de la fe, esperanza y caridad. ¿La magnanimidad no es fruto de la fe? Sin duda alguna, y además exclusivo de ella. Si se pretende algo sin fe, eso no es grandeza de espíritu, sino vano engreimiento y esfuerzo inútil. Si quieres saber cómo siente un hombre magnánimo, escucha: Para todo me siento con fuerzas, gracias al que me robustece.

2. Hermanos, hagamos nuestro este triple modo de prepararnos, si deseamos recibir la medida rebosante del Espíritu. A todos se da el Espíritu con medida, menos a Cristo. Pero cuando la medida es tan desbordante es imposible calcular. La magnanimidad de nuestra conversión fue un hecho evidente. Que la longanimidad sea ilimitada, y reine la unanimidad en toda nuestra vida. La jerusalén celestial quiere restaurarse con almas de fe robusta que soporten la carga de Cristo, de esperanza invencible para perseverar, y unidas por el amor que es el cinturón perfecto.

SERMÓN VI
SOBRE LA RAZÓN Y EL AFECTO EN LA ASCENSIÓN

I

1. Hoy se presenta el Hijo del hombre ante el Anciano que está sentado en el trono, para sentarse junto a él, y ser no solamente vástago del Señor por su honor y su gloria, sino además fruto maravilloso de la tierra. ¡Qué unión más dichosa, y qué misterio tan rebosante de gozos inefables! El mismo es a la vez vástago del Señor y fruto de la tierra. Hijo de Dios y fruto del vientre de María. Hijo de David y Señor suyo, que hoy le colma de alegría y por eso le cantó hace ya muchos siglos: Oráculo del Señor a mi Señor: siéntate a mi derecha. El vástago del Señor es Señor; sin duda alguna. Y también hijo de David, porque es fruto incomparable de la tierra, brote del tocón de Jesé.

2. Hoy el Padre glorifica a este Hijo suyo e hijo de los hombres, dándole la gloria que tenía junto a él antes que existiera el mundo. Hoy festeja el cielo el retorno de la Ver ad, nacida de la tierra. Hoy les quitan el novio a los amigos y llorarán, como él mismo se lo predijo. Los amigos del novio no podían llorar mientras estaba con ellos. Hoy se lo llevan y les toca llorar y ayunar. Pedro ¿recuerdas aquello que dijiste: Señor, qué bien estamos aquí; si quieres, hago aquí tres tiendas? Ahora ha entrado en otra tienda mayor y más perfecta, no hecha por hombres, es decir, no de este mundo creado.

II

1. ¿Y podemos estar bien aquí? Todo lo contrario: esto nos resulta pesado, insoportable y peligroso. Abunda la maldad, y apenas hay una pizca de sabiduría. Todo es pegajoso resbaladizo; lleno de tinieblas y asechanzas de pecado; las a mas se extravían y el espíritu no soporta el ardor del sol; todo es vanidad y aflicción de espíritu.

2. Hermanos, levantemos al cielo el corazón con las manos, y caminando con fe y devoción acompañemos al Señor en su ascensión. Muy pronto y sin obstáculos seremos arrebatados en las nubes para estar con él. Esto no puede alcanzarlo ahora el espíritu animal, pero lo alcanzará el cuerpo espiritualizado. No nos cansemos, pues, de levantar el corazón, porque como nos dice la propia experiencia, el cuerpo mortal es lastre del alma y la tienda terrestre nos deprime.

III

1. Tal vez necesitemos explicar en qué consiste levantar el corazón, o cómo conviene levantarlo. Damos la palabra al Apóstol: si habéis resucitado con Cristo, buscad lo de arriba, donde Cristo está sentado a la derecha de Dios; estad centrados arriba, no en la tierra. Es decir: si habéis resucitado con él, subid con el; si vivís unidos a él, reinad con él.

2. Hermanos, acompañemos siempre al Cordero: cuando sufre, cuando resucita y más aún cuando asciende. Que nuestro hombre viejo esté crucificado con él, para que se destruya el individuo pecador y ya no seamos esclavos el pecado. Extirpemos cuanto de terreno hay en nosotros. Y así como él fue resucitado de la muerte por el poder del Padre, emprendamos también nosotros una vida nueva. Si murió y resucitó fue para que abandonemos el pecado y nos entreguemos a la Justicia.

IV

1. Y como una vida nueva exige un lugar más seguro, y la resurrección pide un estado superior, acompañemos al que sube: busquemos lo de arriba, no lo de la tierra. ¿Quieres conocer ese lugar? Escucha al Apóstol: la Jerusalén de arriba es libre y ésa es nuestra madre. ¿Deseas saber qué hay allí? Allí reina la paz: glorifica al Señor, Jerusalén; alaba a tu Dios Sión: ha puesto paz en tus fronteras.

2. ¡Oh paz que superas todo razonar! ¡Paz sobre toda paz! ¡Medida sin medida, colmada, remecida, rebosante! Alma cristiana: sufre con Cristo, resucita y asciende con él. Es decir: apártate del mal y haz el bien, busca la paz y corre tras ella. En el libro de los Hechos, Pablo recuerda a sus discípulos la continencia, la justicia y la esperanza de la vida eterna. Y la Verdad por excelencia manda en el Evangelio tener siempre el delantal puesto y encendidos los candiles, y parecernos a los que aguardan la vuelta de su amo.

V

1. Si prestáis atención, el Apóstol nos recomienda una doble ascensión : buscar y estar centrados arriba, no en la tierra. Y el Profeta parece insinuar esta misma distinción al decir: busca la paz y corre tras ella. Buscar la paz y correr tras ella equivale a buscar y centrarse en lo de arriba, no en lo de la tierra. Mientras tengamos los corazones divididos tendremos muchos rincones y nos faltará la unidad. Debemos levantarlo cada uno de nosotros, como miembros de un cuerpo, para que se unan en la Jerusalén celeste, la ciudad bien trazada. Así cada uno en particular y todos los hermanos vivirán unidos sin estar divididos consigo mismos ni con los demás.

2. Los miembros principales de nuestro corazón son el entendimiento y el afecto. Sus objetivos suelen ser opuestos: uno tiende a lo alto y al otro le atrae lo más bajo. De aquí el gran dolor y tormento del alma, Que se siente disgregada, mutilada y despedazada. Si no lo percibimos por nuestra lamentable insensibilidad espiritual, podemos adivinarlo por el dolor que nos produce una herida en el cuerpo. Supongamos que estiran violentamente las piernas de un hombre y le separan mucho los pies con un largo madero. La piel está intacta, pero ¡qué tormento tan horrible!

VI

1. Así, así vemos con pena que sufren esos pobres que viven corporalmente con nosotros: tienen la misma luz que nosotros, pero su afecto es muy distinto. Conocen el bien a realizar, mas no les atrae eso que conocen. En nosotros, hermanos, no hay excusa posible de ignorancia: abundamos en la doctrina celeste, en la lectio divina y en la instrucción espiritual. Todo lo que es verdadero, respetable, justo, limpio, estimable; todo lo de buena fama, cualquier virtud o mérito que existe, lo aprendéis y recibís, lo oís y os véis, en los ejemplos y palabras de los hermanos más adelantados. Sus consejos y su vida instruyen maravillosamente a todos. Ojalá todo esto que enriquece el entendimiento llegara a conmover el afecto, y se acabara esa dolorosa contradicción e insoportable división de sentirnos atraídos hacia arriba y arrastrarnos por ef suelo.

VII

1. En casi todas las comunidades religiosas encontrarnos hombres llenos de entusiasmo, rebosantes de gozo, siempre al gres y contentos; fervientes de espíritu, volcados día y noche sobre la ley del Señor, su mirada fija en el cielo y sus manos siempre levantadas en oración. Examinan atentamente su conciencia y se entregan a las buenas obras. La disciplina les resulta amable, el ayuno ligero, las vigilias breves, el trabajo manual agradable, y toda la austeridad de nuestra vida les parece un descanso.

2. Mas también se hallan hombres cobardes y apocados, abrumados por el peso; necesitan la vara y la espuela. Su escasa alegría es una tristeza encubierta. Su compunción es fugaz y esporádica. Su manera de pensar puramente animal. Viven con tibieza, obedecen de mala gana, hablan a la ligera, rezan sin interés y leen sin aprovecharse. No les conmueve el temor del infierno, ni el pudor les reprime, ni la razón les frena, ni la disciplina es capaz de dominarlos. Su vida es prácticamente un infierno, porque su entendimiento y afecto están en lucha perenne. Necesitan desplegar toda su fuerza y se alimentan pobremente. Soportan los trabajos y no saborean las alegrías.

3. Por favor, despertemos los que así vivimos, renovemos nuestras almas y recuperemos nuestro espíritu. Abandonemos esa maldita tibieza, si no porque es peligrosa y suele provocar a Dios como solemos decir, al menos porque es insoportable, ruin y lamentable. Podemos llamarla antesala del infierno y fantasma de la muerte.

VIII

1. Si deseamos las cosas de arriba, intentemos ahora ya degustarlas y saborearlas. Cuando se nos recomienda buscar y paladear lo de arriba, podemos aplicarlo al entendimiento y al afecto. Levantemos nuestro corazón a Dios con nuestros miembros más nobles, con esa especie de manos que son los humildes esfuerzos y las prácticas espirituales. Yo creo que todos buscamos las cosas de arriba con la inteligencia de la fe y el juicio de la razón. Pero no todos saboreamos esas realidades en el mismo grado, por estar saturados de las realidades terrenas, arrastra os irresistiblemente por el afecto.

2. ¿A qué se debe esta variedad de espíritus, esa desigualdad de deseos y esa oposición de conductas, a que antes nos referíamos? ¿De dónde procede tanta miseria espiritual de unos la extraordinaria abundancia de otros? El dispensador de gracia no es avaro ni mezquino. Lo que ocurre es que si no ay vasijas, el aceite deja de correr. El amor del mundo se filtra por doquier, con sus consuelos o desconsuelos; atisba las entradas, se cuela por las ventanas e invade el espíritu. A no ser que diga resueltamente: Mi alma rehúsa el consuelo. Acudo a Dios y me recreo. El regalo santo no simpatiza con el alma ofuscada por deseos mundanos. Lo auténtico no congenia con la vanidad, ni lo eterno con lo caduco, ni lo espiritual con lo carnal, ni la altura con el abismo. Es imposible disfrutar al mismo tiempo de lo de arriba y de lo terreno.

IX

1. Dichosos aquellos hombres que nos anunciaron previamente la ascensión del Señor: me refiero a Elías que fue arrebatado, y a Enoc transportado. Dichosos una y m veces, pues ya sólo viven para Dios, y en él descansan comprendiendo, amando y gozando. Su cuerpo mortal no es lastre del alma, ni su tienda terrestre abruma la mente pensativa. Están con Dios. Han desaparecido todos los obstáculos, se han disipado las ocasiones, y ya no queda nada que oprima el afecto ni abrume el entendimiento. Del primero dice la misma Escritura que fue arrebatado para que la malicia no pervirtiera su conciencia, y la perfidia no sedujera su alma ni su entendimiento.

X

1. ¿Cómo seremos capaces nosotros de poseer la verdad en medio de tanta tiniebla, o disfrutar de la caridad en este mundo perverso y que está en poder del malo? ¿Será posible iluminar nuestro entendimiento e inflamar nuestra voluntad? Sí, es posible, si acudimos a Cristo para que levante el velo de nuestros corazones. De él se ha dicho: A los que habitaban en tierra de sombras les brilló una luz.

2. Pasando por alto aquellos tiempos de ignorancia, Dios manda a todos los hombres que se conviertan, como dijo Pablo a los atenienses. Recordad cuál fue la tarea del Verbo de Dios y de la Sabiduría encarnada desde que apareció en el mundo y vivió entre los hombres: con su admirable poder, su gloria y su majestad se consagró a iluminar los corazones y aumentar la fe de los hombres, por medio de la palabra milagros. Lo dice abiertamente: El Espíritu del Señor está sobre mí me ha enviado para dar la buena noticia a los pobres. Y a los Apóstoles les dice: todavía os quedan unos momentos de luz caminad mientras tenéis luz, antes de que os sorprendan las tinieblas. Pero no sólo habla así antes de su muerte. Después de resucitar se deja ver de ellos en numerosas ocasiones durante cuarenta días y les habla del reino de Dios, o les abre los sentidos para que comprendan las Escrituras. En todos estos momentos pretendía enriquecer su entendimiento, más bien que purificar su afecto.

XI

1. ¿Cómo iban a familiarizarse con lo espiritual si eran animales? Eran incapaces de soportar el resplandor de la luz. Por eso tuvo que presentarse el Verbo en la carne, el sol en la nube, la luz en el barro, la miel en la cera, el cirio en el candelero: el Espíritu se hace presente a ellos en Cristo el Señor. Nunca les alta la sombra, bajo la cual viven entre los pueblos. A la Virgen se le dice que la cubrirá con su sombra, para que no la deslumbre un resplandor tan inmenso ni su mirada de águila se ciegue con esa luz brillantísima y el rayo purísimo de la divinidad.

2. Mas esa nube no fue inoportuna, sino muy provechosa. Los discípulos no podían progresar en la fe sin transformar sus afectos, ni elevarse a las realidades espirituales. Pero excitó en ellos el amor a su persona humana, y se adhirieron con un amor puramente humano a ese hombre que hacía y decía maravillas. Era, sin duda, un amor totalmente humano, pero tan eficaz que prevaleció sobre todos los demás. Hasta llegar a decir: mira, nosotros ya lo hemos dejado todo y te hemos seguido.

3. Dichosos aquellos ojos que veían al Señor de la majestad presente en la carne, al creador del mundo convivir con los hombres, irradiar poder, curar enfermos, pasear por el mar, resucitar muertos, someter demonios, y comunicar ese mismo poder a tos hombres. Lo vieron manso y humilde de corazón, compasivo, cariñoso y con inmensas entrañas de misericordia: el Cordero de Dios que jamás cometió pecado y cargó con el pecado de todos. Di osos los oídos que merecieron escuchar las palabras de la vida de la misma boca del Verbo encarnado. Les hablaba el unigénito, el que está en el seno del Padre, y les comunicaba todo lo que había oído a su Padre. Bebían los raudales de la doctrina celestial en el manantial cristalino de la Verdad, y así podían esparcirla, por no decir eructarla, a todos los hombres.

XII

1. Nada tiene de extraño, hermanos, que les abrumara la tristeza, cuando les dijo que se marchaba y añadió: A donde yo voy vosotros no podéis venir ahora. ¿No se estremecerían sus entrañas, se perturbaría su afecto y vacilaría su mente? ¿No se abatiría su rostro y se horrorizaría su oído? ¿Serían capaces de admitir que les iba a dejar aquel por el cual ellos habían abandonado todo? Si arrebató todo el amor de los discípulos hacia su humanidad, no fue para que continuara siendo carnal, sino para transformarlo en espiritual y llegaran a decir: Antes conociamos a Cristo como hombre, ahora ya no.

2. Este mismo Maestro, lleno de bondad; les anima con estas suaves promesas: Yo mismo pediré al Padre que os dé otro abogado que esté siempre con vosotros: el Espíritu de la Verdad. Y en otro momento añade: Os conviene que yo me vaya, porque si no me voy, no vendrá vuestro abogado. Esto es un misterio asombroso, hermanos. ¿Por qué dice si no me voy, no vendrá vuestro abogado? ¿Tan odiosa es al Abogado la presencia de Cristo? ¿Horrorizaba al Espíritu Santo convivir con esa carne del Señor, que como anuncio el ángel fue concebida por pura iniciativa suya? Entonces ¿qué significa la frase: si no me voy, no vendrá vuestro Abogado? Quiere decir esto: si la presencia de mi humanidad no desaparece de vuestras miradas, vuestra mente estará ocupada y no recibirá la plenitud de la gracia espiritual. El espíritu no la comprende, y el afecto es incapaz de poseerla.

XIII

1. ¿Qué os parece, hermanos? Si esto es cierto, como lo es, ¿quién tendrá la osadía de esperar al Paráclito y vivir enfrascado en el placer, o esclavo de los halagos de la carne pecadora engendrada en el pecado, habituada al pecado y privada del bien? ¿Es posible vivir en el estiércol, regalar el cuerpo sembrar en la carne y gozar de todo lo carnal, y querer recibir el don de la visita celestial, la plenitud del gozo y el ímpetu del Espíritu?

2. La Verdad en persona nos dice que los Apóstoles no pudieron recibirlo mientras estuvo presente la humanidad del Verbo. Se equivoca quien aspira a mezclar la dulzura celestial con esta ceniza, el bálsamo divino con este veneno, los carismas del espíritu con estos placeres. Te engañas, Tomás, te engañas si pretendes ver al Señor alejándote del Colegio apostólico. A la Verdad no le gustan los rincones ni los escondrijos. Está en el medio, esto es en la observancia, en la vida común y en la voluntad de la mayoría. ¿Hasta cuándo, miserable, irás haciendo rodeos, y buscarás con tanto afán e ignominia satisfacer tu propia voluntad? ¿Y qué quieres que haga?, me dices. Echa fuera a la esclava y a su hijo, porque el hijo de la esclava no compartirá la herencia con el hijo de la libre. Lo repetimos una vez más: es imposible armonizar la verdad y la vanidad, la luz y las tinieblas, el espíritu y la carne, el fuego y el frío.

XIV

1. Tal vez me objetes: pero mientras él vuelve, yo no puedo vivir sin algún apoyo. Desde luego. Si tarda espérale, que ha de llegar sin retraso. Los Apóstoles permanecieron diez días en esta espera: se dedicaban a la oración en común, junto con algunas mujeres, además de María, la Madre de Jesús. Aprende tú también a orar, a buscar, a pedir y a llamar, y hallarás, recibirás y te abrirán. El Señor conoce tu barro: es fiel y no permitirá que la prueba supere tus fuerzas. Esto seguro de que si eres constante no tardará ni diez días. Y colmará de gracias inefables al alma que vive en soledad y oración. Y tras haber renunciado a los falsos placeres disfrutarás de su recuerdo, te nutrirás de la enjundia de su casa y beberás del torrente de sus delicias.

2. Eso cuentan que hizo Eliseo, cuando lloraba al verse privado de la tierna presencia de Elías. Considera atentamente qué pidió y qué se le respondió: Déjame en herencia el doble de tu espíritu. Quería poseer un espíritu dos veces mayor, para suplir la ausencia del maestro con una gracia dos veces mayor. Por eso le responde Elías: si logras verme cuando me aparten de tu lado, lo tendrás. Y como le vio marchar, su espíritu se hizo el doble mayor: el que era arrebatado al cielo le quitó todos sus deseos propios, y desde entonces sólo aspiraba a lo de arriba, no a lo de la tierra. Se duplicó su espíritu al verle marchar: al entendimiento espiritual se unió el afecto espiritual, siendo arrebatado al cielo con ese hombre a quien tanto amaba.

XV

1. Esto mismo se realizó mucho mejor aún en los Apóstoles. Cuando vieron subir a aquel Jesús tan amado, y elevarse tan gloriosamente al cielo, ninguno necesitó preguntarle: ¿dónde vas. No: la fe, convertida ya en pura visión por así decirlo, les había enseñado a levantar humildemente los ojos al cielo, extender sus manos limpias y pedir los dones prometidos. Y de repente se oyó un ruido del cielo, como de viento recio, un viento de fuego que Jesús arrojaba a la tierra con ansias de que prendiera. Ya sabemos que habían recibido el Espíritu cuando sopló sobre ellos y les dijo: Recibid el Espíritu Santo. Pero era el espíritu de fe y de inteligencia, no el de fervor. Les iluminó la razón, no les inflamó el afecto. Para esto era necesario recibir un doble espíritu.

2. Así, pues, a los que el Verbo del Padre había enseñado Primeramente la disciplina y la sabiduría, y les había llenado de inteligencia, el fuego divino descendió después sobre ellos. Los encontró completamente purificados, derramó en abundancia los dones de las gracias, y los abrasó en un amor totalmente espiritual. El amor que ardía en ellos era tan fuerte como la muerte, y no les permitía cerrar las puertas ni las bocas por miedo a los judíos.

3. Para prepararnos a recibir esta gracia en la medida de nuestra pequeñez, procuremos, hermanos, humillarnos en todo y vaciar nuestro corazón de los míseros y caducos consuelos. Y ante la proximidad de este día tan solemne, perseveremos unidos en la oración; con todo fervor y confianza, para que el Espíritu se digne visitarnos, consolarnos y confirmarnos. Que ese Espíritu suave, dulce y fuerte fortalezca nuestra debilidad, suavice nuestras asperezas y unifique los corazones. Es una misma cosa con el Padre y el Hijo, pero es distinto de ellos: los tres son una realidad y esa única realidad son tres. Así lo confiesa fielmente la Iglesia católica, adoptada por el Padre, desposada por el Hijo y confirmada por el Espíritu Santo. En ellos hay una misma substancia y una misma gloria por los siglos de los siglos. Amén.