SAN BERNARDO
Sobre Ascesis y Contemplación

PREFACIO

I

1. Tengo muy en cuenta, hermanos, y no sin un gran sentimiento de conmiseración, vuestro esfuerzo cuaresmal. Me pregunto con qué consuelo podría aliviaros y se me ocurre mitigaros la penitencia corporal. Pero no os serviría para nada. Al contrario, podría perjudicaros mucho. Si se desperdicia un poco de simiente, siempre se cosecha menos. Y si por una compasión cruel rebajase vuestras mortificaciones, el premio de vuestra corona perdería sus mejores joyas. ¿Qué procede entonces? ¿Dónde encontraremos la flor de harina del profeta? Porque la olla sabe a veneno y estamos a la muerte todo el día por el rigor de los ayunos, el trabajo tan asiduo y las prolongadas vigilias. Todo esto unido al combate interior: la contrición del corazón Y las frecuentes tentaciones.

2. Mortificaos, sí,  pero por aquel que murió por vosotros. Pues, si rebosan sobre nosotros los sufrimientos de Cristo, gracias a él rebosa, en proporción, nuestro ánimo. Por eso, él es la delicia de quien rehúsa hallar consuelo en otras cosas, ya que en las más amargas contradicciones podrá encontrar gran consolación. ¿O no es cierto que vosotros sufrís por encima de la posibilidad humana, más allá de la capacidad natural y contra todo lo que puede el común de los mortales? Por tanto alguien tiene que llevar sobre sí todo ese peso; me refiero al que sostiene el universo entero con la Palabra de su poder.

3. Por esta razón, se vuelve contra el enemigo su propia espada, ya que las grandes tribulaciones con las que nos prueba se convierten en el mejor instrumento para vencer las tentaciones y en la señal más segura de la presencia divina. ¿Qué podemos temer, si está con nosotros el que sostiene el universo? El Señor es la defensa de mi vida, ¿quién me hará temblar? Aunque camine por cañadas oscuras, nada temo, porque tú vas conmigo. ¿Quién es el que aguanta la mole de la tierra? ¿En quién se apoya el universo? Suponiendo que exista otro que mantenga a los demás seres, él, ¿por quién subsiste? Únicamente la palabra de su poder lo sostiene todo. La palabra del Señor hizo el cielo y la tierra, y el aliento de su  oca, todos sus ejércitos.

II

1. Por eso, para que encontréis vuestro consuelo en esa Palabra de Dios, especialmente estos días en los que por muchas razones será mayor vuestro esfuerzo, como lo espero, no os vendrá mal que os exponga algo sobre las Escrituras santas, tal como algunos de vosotros me lo habéis pedido. Con este fin, vamos a elegir precisamente aquel salmo al que recurrió el enemigo para tentar al Señor; así neutralizaremos las armas del maligno con los mismos instrumentos que él pretendió usurpar.

2. Por otra parte, hermanos, quiero que sepáis una cosa: claramente imitan al enemigo cuantos manipulan indignamente las Escrituras santas y reprimen con mentiras la verdad de Dios, como a veces hacen algunos. Guardaos de ello, amadísimos, que es algo diabólico. Quienes así proceden se ponen descaradamente de  arte del maligno, maquinando alterar, para su propia ruina, as Escrituras de salvación. Pero no quiero detenerme ahora en este punto. Me parece suficiente esta breve alusión. Y ya, con la gracia de Dios, intentaré empezar a exponer y aclarar algunos aspectos del salmo que hemos escogido.

LECCIÓN I
El que habita al amparo del Altísimo, morará a la sombra del Todopoderoso

I

1. Podremos deducir mejor quién es el que habita al amparo del Altísimo fijándonos en los que no se acogen a él. Entre ellos encontrarás tres clases de personas: las que no esperan nada de él, las  que desesperan y as que esperan en vano. Efectivamente, no habita bajo el amparo del Altísimo el que no recurre a él para que le ayude, porque confía en su propio poder y en sus muchas riquezas. Se ha hecho sordo al consejo del Profeta: Buscad al Señor mientras se le encuentra, invocadlo mientras está cerca. Solamente ansía los bienes materiales, por eso envidia a los malvados al verles prosperar; se aleja del socorro de Dios porque cree que no lo necesita para sus objetivos. Mas ¿para qué ocuparnos de los que no conviven con nosotros? Pues me temo, hermanos, que también entre nosotros pueda haber alguno que no habite al am aro del Altísimo, porque se fía de su poder y de sus muchas riquezas.

2. Es muy posible que alguien se tenga por muy fervoroso porque se entrega denodadamente a las vigilias, ayunos, trabajos y demás observancias, hasta llegar a creer que ha acumulado durante largos años muchos méritos. Y por fiarse de eso ha aflojado en el temor de Dios. Tal vez por su seguridad perniciosa se desvía insensiblemente hacia la ociosidad y las curiosidades: murmura, difama y juzga a los demás. Si realmente habitase al amparo del Altísimo, se fijaría sinceramente en sí mismo y temería ofender a quien debería recurrir, reconociendo que todavía lo necesita mucho. Tanto más debería temer a Dios y ser más diligente cuanto mayores son los dones que de él ha recibido, pues todo lo  que poseemos por él no podemos tenerlo o conservarlo sin.

3. Porque suele suceder, y no lo decimos ni lo constatamos sin gran dolor, que algunos, al principio de su conversión, son muy timoratos y diligentes hasta que se inician, en cierto grado, en la vida monástica. Y precisamente cuando deberían ser mayores sus anhelos, según aquellas palabras: los que me comen quedarán con hambre de mí, empiezan a comportarse como si se dijeran: ¿para qué vamos a entregarle más, si ya tenemos lo que nos prometió? ¡Si supieras lo poco que posees todavía y qué pronto lo podrías perder, de no conservártelo el que te lo dio! Solamente estas dos razones deberían bastarnos para ser mucho más celosos y sumisos a Dios. Así no perteneceremos a ese tipo de personas que no habitan al amparo del Altísimo, porque piensan que no lo necesitan: son los que no esperan en el Señor.

II

1. Hay otros  que, además, desesperan. Obsesionados por su propia debilidad, desfallecen y se hunden en el desaliento de su espíritu. E instalados en sí mismos, dando siempre vueltas a sus fragilidades, se sienten impelidos a desahogarse caprichosamente de todas sus penas. Y es que, cuando vives en tensión, impera la imaginación. No habitan al amparo del Altísimo; ni siquiera le han conocido y son incapaces de reaccionar para pensar en él alguna vez.

2. Otros esperan en el Señor, pero inútilmente, se sienten tan seducidos por las caricias de su misericordia, que nunca se enmiendan  e sus pecados. Semejante esperanza es totalmente vacía y engañosa; carece de amor. Contra ellos reacciona el Profeta: Maldito el que peca en la esperanza. Y otro dice: El Señor aprecia a los que le temen y esperan en su misericordia. Dice que esperan, pero expresamente antepone: los que le temen, ya que espera en vano el que aleja de sí la gracia despreciándola, porque así aniquila a la esperanza.

III

1. Ninguno de estos tres grupos habita al amparo del Altísimo. El primero, porque se instala en sus propios méritos; el segundo, en los sufrimientos, y el tercero, en los vicios. Este último se ha cobijado bajo la inmundicia; el segundo, en la ansiedad, Y el primero, en la temeraria necedad. ¿Habrá torpeza mayor que meterse a vivir en una casa apenas comenzada su edificación? ¿O piensas  que  a has acabado la tuya? No. Cuando el hombre cree haber llegado a la meta, entonces empieza a caminar. El edificio levantado por los que se fían de sus méritos es peligroso, porque amenaza ruina, y será mejor apuntalarlo y consolidarlo que vivir en él. ¿No es frágil e insegura la vida presente? Todo cuanto de ella depende, corre necesariamente el mismo riesgo. ¿Y quién puede considerar sólido lo que se levanta sobre cimientos movedizos? Es peligroso pues, refugiarse bajo la esperanza de los méritos propios.

2. Y los  que, cavilando en sus propias debilidades, se deprimen bajo la desesperación, habitan en la ansiedad y en los tormentos interiores, como hemos dicho. Porque soportan un sufrimiento que los consume día y noche. Y encima se atormentan todavía más, angustiándose por lo que todavía no les ha sobrevenido. A cada día le bastan sus disgustos, pero ellos se hunden pensando en cosas que quizá nunca les van a suceder.

3. ¿Puede imaginarse infierno más insostenible que semejante tortura? Oprimidos por estas ansiedades, tampoco se alimentan con el pan celestial. Estos son los que no habitan al amparo del Altísimo, porque han perdido la esperanza. Los primeros no le buscan, porque piensan que ellos no le necesitan para nada. Los últimos se alejan de él, porque desean el auxilio de Dio", pero de tal manera que no pueden conseguirlo. Sólo habitan al amparo del Altísimo los que desean alcanzarlo efectivamente, porque su único espanto es perderlo y no tienen otro deseo que les absorba y preocupe tanto. Precisamente en esto consiste la piedad y el verdadero culto a Dios. Es verdaderamente dichoso el que de tal manera habita al amparo del Altísimo, que morará bajo la protección del Dios del cielo. ¿Podrá hacerle daño criatura alguna que exista bajo el cielo a quien ese Dios del cielo quiere protegerlo y conservarlo? Debajo del cielo están los espíritus malignos, este perverso mundo presente y los bajos instintos opuestos al Espíritu.

IV

1. Con gran acierto dice el salmo: Bajo la protección del Dios del cielo, pues el que merezca gozar de su protección puede excluir todo temor a cuanto existe bajo el cielo. Posiblemente, esta frase está subordinada al verso siguiente del salmo: El que habita al amparo del Altísimo morará bajo la protección del Dios del cielo. Dirá al Señor: "Refugio mío". En ese caso, las palabras morará bajo la protección del Dios del cielo podrían ser una consecuencia de la frase anterior: El que habita al amparo del Altísimo. E incluso al añadir esto, el texto esté indicándonos que debemos buscar no sólo su amparo para obrar el bien, sino además su protección para librarnos del mal.

2. Pero fíjate  que dice bajo la protección y no en la presencia. Es el ángel quien se goza en su presencia. ¡Ojalá yo pudiera morar bajo su protección! El es dichoso en su presencia. Yo me contento con vivir seguro bajo la protección del Dios del cielo, nos dice. Aun que no dudamos que Dios está en todas partes, en el cielo está  e tal manera que, si lo comparamos con su presencia en la tierra, ésta nos parece más bien una ausencia. Por eso decimos cuando oramos: Padre nuestro, que estás en los cielos.

3. También el alma está en todo el cuerpo, pero de una manera más noble y especial reside en la cabeza, donde se asientan todos los sentidos. En los restantes miembros actúa casi exclusivamente a través del tacto. Por eso parece como si no habitase en ellos, sino que más bien los gobierna. Si nos ponemos a pensar en la presencia que gozan los ángeles, podemos concluir que nosotros logramos precariamente en esta vida la protección de Dios de alguna manera y ni siquiera sabemos cómo llamarla. Pero, con todo, feliz el alma que llega a merecerla, porque dirá al Señor: "Tú eres mi refugio". Pero dejémoslo para el segundo sermón.

LECCIÓN II
Refugio mío alcázar mío; Dios mío, confío en ti

I

1. El que habita al amparo del Altísimo dirá al Señor: Refugio mío alcázar mío Dios mío confío en ti. Lo dirá en acción de gracias, alabando la misericordia del Señor, que nos presta una doble asistencia. Primero, porque todo el que habita bajo su amparo, por no haber llegado todavía al reino, siente con frecuencia la necesidad de huir y a veces cae. Insisto en que se impone la huida frente a la tentación que nos persigue, mientras sea este cuerpo nuestro domicilio. Si no huimos a toda prisa, a veces, como bien sabemos, nos empujan y derriban; pero el Señor nos sostiene. De suerte que él mismo nos acoge como refugio, y así, veloces, podemos evadirnos del que lanza a los indolentes piedras contaminadas de toda inmundicia y nos libramos de ser apedreados tan indignamente.

2. En segundo lugar, porque es nuestro amparo incluso cuando caemos y no nos estrellamos, pues él mismo nos sostiene con tu mano. Por eso, en cuanto advirtamos en el pensamiento la violencia de la tentación, huyamos inmediatamente hacia él pidámosle con humildad su auxilio. Si acaso nos quedamos preocupados, como a veces nos ocurre, por habernos demorado más de lo conveniente en recurrir a él, hagamos todo lo posible para que nos sostenga la mano del Señor. Todos hemos de caer mientras vivamos en este mundo. Pero unos se hacer daño y otros no: porque Dios los sostiene con su mano. ¿Cómo podremos discernir o para ser capaces de separar los cabritos de los corderos y los justos de los pecadores, a ejemplo del Señor? Pues también el justo cae siete veces.

II

1. Esta es la diferencia entre unas caídas y otras: el justo es acogido por el Señor y se levanta con más fuerzas. Pero, cuando cae el pecador, no se apoya para levantarse, y vuelve a recaer o en la vergüenza perniciosa o en la insolencia. Porque pretende excusarse de lo que ha hecho, y este falso pudor le conduce más al pecado. O como ramera desfachatada, no teme ya a Dios ni respeta a nadie, e, igual que Sodoma, hace públicos sus pecados. El justo, en cambio, cae sobre las manos del Señor, y misteriosamente, el mismo pecado contribuye a su mayor santidad.

2. Sabemos que con los que aman a Dios, él coopera en todo para su bien. ¿No redundan nuestras caídas en el bien, haciéndonos más humildes y cautos? ¿No es el Señor quien sostiene al que cae, si éste se apoya en la humildad? Empujaban, y empujaban para derribarme, dice el Profeta; pero no consiguieron nada, porque el Señor me ayudó. Por eso puede decirle el alma fiel: Tú eres mi refugio. Todos los seres pueden decirle: Tú eres mi Creador. Los animales pueden decirle: Tú eres mi Pastor. Y los hombres: Tú eres mi Redentor. Pera tú eres mi refugio solamente puede decírselo el que habita al amparo del Altísimo. Esta es la razón por la que añade: Dio; mío. ¿Por qué no dice: Dios nuestro? Porque es Dios de todos como creador, como redentor y por todos los demás beneficios que comparamos. Pero cada uno de los elegidos le posee en sus tentaciones como un ser personal. Hasta ese extremo está dispuesto a acoger al que cae y librarle al que huye. Como si dejara a todos  os demás para librarle a él.

III

1. Estas consideraciones le ayudarán mucho a toda alma para creer que Dios es su refugio propio y su testigo más inmediato. ¿Es posible que uno se haga negligente, si nunca deja de mirar a un Dios que le está mirando? Si contempla a Dios tan vuelto hacia él, que no cesa de tener en cuenta a cada instante todo su comportamiento exterior e interior para penetrar y discernir todas sus acciones y hasta los más sutiles movimientos de su espíritu, ¿Cómo no va a considerar a Dios como algo suyo? No sin razón podrá decirle: Dios mío, confiaré en ti. Mira que no dice "confié" o "confío", sino confiaré en él. Este es mi deseo, éste mi propósito, ésta la intención de mi corazón. Esta es la esperanza que abrigo en mi corazón, y en ello he de mantenerme. Confiaré en él. No desesperaré; no esperaré en vano, porque maldito el que peca en la esperanza. Y, sobre todo, no menos maldito el que peca en la desesperación. Tampoco quiero ser de esos que no confían en el Señor: Yo confío en el Señor. Pero dímelo ya. ¿Con qué frutos, con qué recompensa, con qué beneficios esperas en él? El te librará de la red  el cazador, de toda palabra cruel. Mas, si os parece bien, dejemos esta red y esta palabra para otro día y para el sermón siguiente.

LECCIÓN III
Dios te librará de la red del cazador, y de toda palabra funesta

I

1. Yo sinceramente, hermanos, siento una gran compunción y compasión hacia mí mismo y tengo lástima de mi alma cuándo escucho estas palabras del salmo: El me librará de la red del cazador. Porque ¿es que somos unas fieras? Sí; exactamente, lo somos. El hombre encumbrado en su dignidad no lo quiso entender; se puso al nivel de las bestias irracionales. Son verdaderas bestias os hombres, ovejas descarriadas sin pastor. ¿De qué te ensoberbeces, desgraciado? ¿De qué te jactas, sabiondo? ¡Mira que verte reducido a un animal a quien tienden redes para cazarlo! ¿Y quiénes son estos cazadores? Unos cazadores perversos y malvados, astutos, crueles. Cazadores que no dejan oír sus bocinas para que no se les sienta, y así acribillan al inocente sin que resuene su voz. Son los jefes que dominan en estas tinieblas, astutos por su malicia y traidores por sus diabólicos engaños. Como venado ante el cazador. Eso es todo hombre para ellos, por muy sagaz que se crea. Solamente se exceptúan los  que con el Apóstol conocen sus tretas, porque Dios les mostró su saber, concediéndoles descubrir los engaños de los espíritus malignos.

2. Por eso os recomiendo a vosotros, plantas tiernas de Dios, que aún carecéis de una fina sensibilidad para discernir el bien del mal: no procedáis según vuestro propio sentir, no os dejéis llevar de vuestro juicio propio, no sea que ese cazador astuto os engañe como a incautos e ignorantes. Porque a las bestias de la selva, que son fieras salvajes (me refiero a los hombres mundanizados), les tiende sus lazos sin camuflaje alguno; sabe que caerán fácilmente en su red. Pero a vosotros, cervatillos asustadizos, que matáis las serpientes y vais tras las corrientes de agua viva, os coloca celadamente trampas mucho más sutiles y se vale de las más rebuscadas artimañas. Por eso os pido que os humilléis bajo la poderosa mano de Dios, vuestro pastor, y escuchéis a los que conocen mejor las mañas de esos cazadores, ya que se han formado por su experiencia propia y ajena y por su ascesis, ejercitada en repetidas pruebas a lo largo de los años.

II

1. Bien. Ya sabemos quiénes son los cazadores y quiénes los venados. Ahora veamos cuáles son sus redes. Pero no quiero deciros nada de mi propia cosecha, ni transmitíroslo sin plenas garantías de certeza. Que nos lo muestre el Apóstol; él conoce perfectamente la estrategia de los cazadores. Dínoslo, apóstol Pablo: ¿quién es esta re  del diablo de la que se siente felizmente liberada el alma fiel? Los que quieren hacerse ricos en este mundo, caen en la tentación y en la trampa del diablo. Entonces, ¿son las riquezas mundanas la red del diablo? Desgraciadamente, conocemos a muy pocos que se feliciten de ver e libres de esta red. Por el contrario, son muchos los que incluso se afligen, porque se creen poco aprisionados aún por las riquezas y además ponen todo su afán en verse envueltos y arrastrados por sus lazos. Pero vosotros lo habéis dejado todo y habéis seguido al Hijo del hombre, que no tiene dónde reclina su cabeza. Decid, pues, llenos de alegría: Porque él me libró de la red del cazador. Alabadle con todo el corazón, con toda el alma, con todas las fuerzas, y dadle gracias desde lo más íntimo del corazón, diciendo: Porque él me libró de la red del cazador.

2. Y para que reconozcáis qué grande es este beneficio y sepáis bien los dones que Dios os ha dado, oíd cómo sigue el salmo: Y de toda palabra cruel. Escucha, hombre, por no decir bestia  No temías la red  Teme al menos el martillo que aquí lo llama la palabra cruel. ¿Qué palabra es ésta sino la del infierno insaciable? Venga, venga; clávale ya la lanceta, despedázalo, mátalo en seguida, arráncale todo lo que lleva. Son las mismas palabras del Profeta: Desaparezca el impío y no vea la gloria de Dios. ¡Cómo gozan los cazadores al capturar la presa, gritando: Fuera, fuera; clava la lanza, ponlo sobre las brasas, mételo en la caldera hirviente! Palabra cruel fue también la del pueblo judío, convertido en casa rebelde: ¡Fuera, fuera; crucifícalo! Palabra horrible, nefasta, cruel. Sus dientes son lanzas y flechas; su lengua es puñal afilado. Tú, Señor, soportaste estas palabras crueles. ¿Por qué sino para librarnos de toda palabra cruel? Haz que por esta compasión tuya no lleguemos nosotros a sufrir lo que tú quisiste tolerar por nosotros.

III

1. Cuando exhortamos a los hombres mundanos a que se conviertan por la penitencia, nos responden: Este modo de hablar es intolerable. Es la misma reacción que encontramos en el Evangelio. Estaba el Señor hablando de la penitencia, aunque figurativamente, porque se dirigía a los que aún no habían recibido el don de conocer el misterio del reino de Dios. Y cuando se oyeron aquellas palabras: Si no coméis la carne y no bebéis la sangre del Hijo del hombre, exclamaron: Este modo de hablar es intolerable. Y se echaron atrás. Pero comer su carne y beber su sangre, ¿no equivale a compartir sus padecimientos e imitar la vida que eligió para su existencia mortal? Esto es lo que significa ese purísimo sacramento del altar cuando comemos el cuerpo del Señor. Que así como, bajo la forma aparente de pan, entra dentro de nosotros, de la misma manera, con su testimonio de vida en este mundo, se instala por la fe en lo más íntimo de nosotros. Y, al entrar su santidad, se queda con nosotros el que por el Padre fue constituido como salvación para nosotros. Porque el que permanece en el amor, permanece en Dios, y Dios en él.

2. Sin embargo, muchos siguen diciéndonos: Este modo de hablar es intolerable. ¿Sí? ¿Que es intolerable este fugaz momento de tribulaciones, capaz de convertirse en prenda  ara la gloria eterna, sublime sobremanera? ¿Llamas intolerable a la liberación de unos sufrimientos y torturas inimaginables que nunca se acaban, al precio de unos trabajos tan cortos y llevaderos? ¿Os parece intolerable que os digan: Haced penitencia? Estáis equivocados. Porque llegará un día en que tengáis que escuchar algo más intolerable, mucho más cruel, mucho más nefasto: Id, malditos, al fuego eterno. Esto sí que deberíais tender y considerarlo insoportable. Entonces sabríais que el yugo del Señor es llevadero, y su carga ligera. Si aún sois incapaces de creer que es de por sí insoportable, al menos no ignoráis que, comparado con otros, es mucho más ligero.

IV

1. Pero vosotros, hermanos míos, vosotros que sois como veloces pajarillos ante cuyos ojos lanzan en vano las redes, vosotros que habéis abandonado totalmente las riquezas de este mundo, ¿por qué vais a temer esa palabra cruel, si ya habéis sido liberados de la red? Feliz de ti, porque saltaste por encima de la red para huir muy lejos de la palabra cruel. Apartaos de mí, malditos, id al fuego eterno; porque tuve hambre, y no me disteis de comer.

2. ¿A quién van dirigidas estas palabras sino a los que poseen bienes de este mundo? Gran regocijo sentirán vuestros corazones al oírlas, desbordados de alegría espiritual. ¿Acaso no valoráis mucho más vuestra pobreza que todos los tesoros del mundo? Efectivamente, la pobreza os libera de toda palabra cruel. ¿Cómo podría exigiros Dios lo que habéis abandonado por su amor? Y, por añadidura, con el trabajo de vuestras manos alimentáis y vestís al mismo Cristo en los pobres para que nada le falte. Dad, pues, gracias a Dios; vivid alegres, diciendo: Porque él me libró de la red del cazador y de toda palabra cruel. Estad alegres, os lo repito; pero, de momento, seguid temiendo. Quiero que viváis alegres, pero no seguros; con la alegría que viene de Espíritu Santo, pero con temor y precavido contra la recaída.

V

1. ¿Hay algo más que debéis temer? Una sola cosa, y gravísima: el pecado de Judas, la apostasía. Felizmente, tenéis alas de paloma para volar y reposar. Porque en la tierra no hay descansó, sino trabajo; penas y aflicción del espíritu. Nada podrá temer el que vuela. R no ser que aquellos infames cazadores le descubran volando a ras del suelo por codiciar algún cadáver o cosa semejante que ha descubierto sobre la tierra. Porque, si es atrapado por las redes ocultas, el final de ese hombre será peor que el principio. Esto sí que hemos de temer seriamente: volver al vómito, aunque sólo sea con el corazón e incluso corporalmente. Sabemos que los hijos de Israel se volvieron a Egipto con su corazón, ya que no podían hacerlo corporalmente, pues se lo impedía el mar Rojo, que se les volvió a cerrar detrás de sus talones. Esto es lo que debe atemorizar muchísimo a cada uno. No sea que quizá ofendamos a Dios hasta el extremo de que nos rechace abiertamente y nos vomite.

2. Puede suceder que, físicamente, nos resistamos a la apostasía por puro respeto humano. Pero la propia tibieza nos llevará lentamente a la apostasía del corazón. Y, de hecho, bajo el hábito monástico puede esconderse un corazón mundano que se entrega apasionadamente a todo tipo de consuelo mundano. Porque no somos nosotros más santos que el Apóstol, y él temía condenarse a pesar de haber predicado a los demás. También nosotros deberemos temerlo mientras no se rompa la trampa del cazador cuando el alma abandone este cuerpo, pues el propio cuerpo es una trampa; y, como está escrito, mis ojos mismos me robaron el alma. Nunca, pues, podrá vivir seguro el hombre, llevando como lleva consigo su propia asechanza. Todo lo contrario; es mucho más seguro morar al amparo del Altísimo, y así sortear la emboscada:

LECCIÓN IV
Dios te cubrirá con sus plumas, y bajo sus alas te refugiarás

I

1. Al que con humildad reconoce los beneficios y los agradece devotamente, no sin razón se le prometen mayores gracias aún, pues con toda justicia se le pondrá al frente de mucho al que es fiel en lo poco. Y, por el contrario, el que es ingrato a los favores recibidos, se hace indigno de seguir recibiéndolos. Por eso, el Espíritu responde a esa devota acción de gracias diciendo y cumpliendo lo que promete: Te cubrirá con sus alas. Y en estas alas podemos conjeturar una doble promesa del Señor: para esta vida presente y también para la futura. Efectivamente, si sólo nos prometiera el reino, pero nos faltase el viático para la peregrinación, los hombres se quejarían seriamente y le replicarían diciéndole: Sí, nos has hecho una gran promesa, pero no nos has dado posibilidades de conseguirla. Precisamente por eso nos prometió la vida eterna después de la temporal, y   mismo tiempo, que ya en esta vida nos daría cien veces más con toda su solícita piedad. Por tanto, hombre, ¿qué excusa te queda? Y por cierto, recuerda que taparán la boca a los mentirosos.

2. ¿Sabes cuál es la mayor tentación que puede sugerirte el enemigo? Que todavía te queda una larga vida. Pero, aunque te quedase mucho camino por andar, ¿qué te asusta, si te da un sólido alimento  ara que no desmayes? Claro que el ángel le presentó a Elías a comida más ordinaria que el hombre puede llevar a la boca: pan y agua. Sin embargo, sintió tal fuerza que pudo caminar durante cuarenta días sin pasar hambre ni fatiga alguna. ¿Quieres que los ángeles te sirvan esa comida? Sería extraño que no lo desearas.

II

1. Si la echas de menos y quieres que te la sirvan los ángeles; pero no con ambiciones de soberbia, sino humildemente, escucha lo que pone la Escritura en boca del Señor. Estaba tentándole el diablo para forzarle a que convirtiera las piedras en pan. Y se le opuso, diciendo: No sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios. Vencidas las tentaciones, le dejó e  diablo, y en seguida se acercaron unos ángeles y se pusieron a servirle. Haz tú lo mismo. Si quieres que te sirvan los ángeles, huye de los consuelos humanos y resiste a las tentaciones del diablo. Si deseas recrearte en la memoria de Dios, debes rehusar toda otra consolación. Si tienes hambre, el diablo te aconsejará que corras en busca de pan. Pero tú escucharás con más fuerza la voz del Señor, que te dice: No sólo-de pan vive el hombre. Muchos son los deseos que te dispersan: comer, beber, vestir, dormir. Pero ¿vas a poner todo tu afán únicamente en atender a las necesidades de los sentidos, cuando todo puedes encontrarlo en la palabra de Dios? Esa palabra es como un maná que tiene mil sabores y el más agrada le aroma. Es verdadero y perfecto descanso, suave y reconfortable, plácido y santo.

III

1. Esto en cuanto a la promesa para la vida presente. Pero ¿quién es capaz de explicar la promesa para la vida futura? Los juntos esperan la alegría. Una alegría tan grande que todo cuanto se pueda desear en este mundo es incomparable con ella. ¿Qué será entonces la realidad misma de lo que esperamos? jamás oído oyó ni ojo vio un Dios fuera de ti que preparase tales cosas a los que te aman. Bajo sus alas conseguimos cuatro beneficios. A su cobijo nos escondemos, nos resguardamos de los azores y gavilanes que son los espíritus del mal; su agradable sombra nos alivia del sofocante calor del sol y por fin nos alimentamos y guarecemos. Esto  mismo  lo dice el Profeta en otro salmo: Me esconderá en un rincón de su tienda el día del peligro. Es decir, mientras corren días malos y vivimos en tierra extranjera, dominada por el poder de los malvados, en la que no radica el reino de la paz ni reina en ella el Dios de la paz. Pues si reinase, ¿por qué pedir en la oración: Venga a nosotros tu reino? Si algo bueno tenemos, hemos de esconderlo hasta que llegue, como el que encontró el tesoro del reino de los cielos y volvió a esconderlo. Por esa razón, nosotros nos escondemos, aun corporalmente, en los claustros y en los bosques.

2. Si queréis saber cuánto salimos ganando por escondemos así; os recordaría que, si cualquiera hiciese fuera la cuarta parte de lo que aquí hace, sería venerado como un santo o considerado como un ángel. Y, sin embargo, aquí, en la vida diaria, se le tacha y condena como negligente. ¿Os parece poca ganancia que no os tengan por santos hasta que lo seáis? ¿O no teméis que quizá, por recibir aquí este premio despreciable, os nieguen la futura recompensa? Pero, además de escondernos a las miradas ajenas, es mucho más necesario esconderse, sobre todo ante sí mismo. Así lo afirma aquella sentencia del Señor: Cuando hayáis hecho todo lo que os mandan, decid: No somos más que unos hombres criados; hemos hecho todo lo que teníamos que hacer. ¡Ay de nosotros si no lo hubiéramos hecho! En esto precisamente consiste la virtud y de ello depende su máxima inmunidad: vivir con rectitud y piedad, pero poniendo la atención más en lo que todavía nos falta que en lo ya conseguido aparentemente, olvidando lo que queda atrás para lanzarte a lo que está delante. Este es aquel lugar secreto bajo las alas del Señor al que antes nos referíamos, semejante, quizá, a la sombra con que el Espíritu Santo cubrió a María para encubrir un misterio absolutamente incomprensible.

IV

1. Este mismo Profeta dice también acerca de esta protección: Cubres mi cabeza el día de la batalla. Igual que cuando la gallina ve llegar al gavilán: extiende sus alas para cobijar a sus polluelos bajo el asilo seguro de sus plumas. Lo mismo hace la inefable y suma piedad de nuestro Dios: como extendiéndose sobre nosotros, se dispone a dilatar su seno. Por eso dice el salmista un poco antes: Tú eres mi refugio. Claramente vemos que debajo de esas alas encontramos sombra saludable y protección. Porque el sol material, de suyo, es bueno y muy necesario; pero su ardor, si no es atemperado, termina debilitando la cabeza y su resplandor deslumbra la vista. Pero no es culpa del sol, sino de nuestra debilidad. Por eso mismo se nos aconseja: No exageres tu honradez.

2. No porque la honradez sea mala. Es que como somos todavía débiles, hemos de asimilar los dones de la gracia para no caer en la hinchazón de la soberbia o en la indiscreción. ¿Por qué oramos y suplicamos incesantemente, y sin embargo, no podemos llegar a la abundancia de gracia que deseamos? ¿Pensáis que Dios se ha vuelto avaro o indigente, desvalido o inexorable? Imposible, de ninguna manera. El conoce nuestra masa y los cobijará bajo sus a as. Mas no por eso podemos dejar de orar. Aunque no nos colma hasta la saciedad, sí nos da lo suficiente para sustentarnos. Procura no quemarnos con su excesivo ardor, pero nos abriga como una madre con su calor. Este es el  cuarto beneficio que, según dijimos, nos brinda el Señor bajo sus alas: como a polluelos, nos mantiene con el calor de su cuerpo para que no perezcamos si salimos a la intemperie. Porque se enfriaría nuestro amor; ese amor que inunda nuestros corazones por el Espíritu Santo que se nos ha dado. Bajo esas alas esperarás seguro, porque, al experimentar los dones qué recibes, se reafirma la esperanza de los futuros. Amén.

LECCIÓN V
Su fidelidad te cercará, como escudo y armadura

I

1. Estad en vela y orad para no ceder en la tentación. Sabéis quién y cuándo lo dijo, porque es palabra del Señor, próxima ya su pasión. Y pensad que era él quien iba a la pasión y no sus discípulos. Sin embargo, no dice que pidan por él; sino por ellos. Y así le avisa a Pedro: Mira que Satanás os ha reclamado para cribaros como trigo. Pero yo he pedido por ti para que no pierdas la fe. Y tú, cuando te arrepientas, afianza a tus hermanos. Si tanto habían de temer los apóstoles por la pasión de Cristo, ¿cuánto más no hemos de temer nosotros, hermanos míos, por nuestra pasión? Estad, por tanto, en vela y orad para no ceder en la tentación  porque os rodea por todas partes la tentación. Ya habéis leído que la vida del hombre es tentación. Si nuestra vida está llena de tantas tentaciones que con razón debe definirse  como  una tentación, tendremos que atisbar en todas direcciones con extremada vigilancia para no caer en la prueba. Por eso decimos en la oración del Señor: Y no nos dejes caer en la tentación. Te invaden las tentaciones, pero su fidelidad te cercará como un escudo. Y, si se propaga la guerra, encontrarás guarniciones de tropas por todas partes. Es evidente que ese escudo debe ser espiritual, para que pueda cubrimos por entero. Por eso nos rodea su fidelidad, porque quien lo promete es la nobleza en persona, y tal como o promete, lo cumple. Fiel es Dios, y no permitirá que la tentación supere nuestras fuerzas.

II

1. No es una incongruencia comparar la gracia de la protección divina con un escudo, pues por arriba es ancho Y muy amplio, para proteger la cabeza y los hombros. Pero por abajo es más estrecho; así se maneja mejor. Y, sobre todo, porque los pies; al ser más delgados, no corren tanto riesgo de ser alcanzados, y, en el peor de los casos, sus heridas no son tan graves. Cristo emplea la misma táctica. Para que sus soldados defiendan mejor lo que de suyo es inferior, su propia carne, la sacrifica con una mayor estrechez, por así decirlo, mediante la pobreza de los  bienes materiales. Pues no quiere verlos sobrecargados por el exceso de riquezas, sino que estén contentos teniendo lo suficiente para comer y vestirse, como dice el Apóstol. Por el contrario, a lo más no le dé su ser le prodiga una mayor abundancia de gracia espiritual. Así lo encontramos escrito: Buscad primero el reino de Dios y su justicia, y todo lo demás se os dará por añadidura. Con esto quería decirnos que no andemos agobiados por la comida y el vestido. Nuestro Padre celestial nos lo suministra por dos motivos: porque, si nos lo negara, creeríamos que está ofendido con nosotros y caeríamos en la desesperación. Y además para evitar que nuestro excesivo afán por los bienes materiales vaya en detrimento del esfuerzo espiritual, pues sin ellos no se puede vivir ni servir a Dios. No obstante, cuanto menos tengamos, mejor.

III

1. Así, pues, su fidelidad te cercará como escudo; no temerás el espanto nocturno, ni la flecha que vuela de día, ni al enemigo que se desliza en las tinieblas, ni el asalto del demonio al mediodía. Estas son las cuatro tentaciones de las que debemos estar a cubierto con el escudo del Señor a derecha e izquierda, delante y detrás, pues nos rodean por todas partes. Yo quiero que estéis prevenidos. Nadie puede vivir en la tierra sin tentaciones. El que se libre de una tentación, esté seguro y más temeroso que le sobrevendrá otra. Y pida verse liberado; pero nunca se prometa la libertad perfecta ni el descanso en este cuerpo de muerte.

2. En estas circunstancias, debemos reconocer el amoroso plan divino de su misericordia para con nosotros. Consiente él que nos agobien algunas tentaciones durante algún tiempo para que no nos asalten otras más peligrosas. De unas nos librará antes, para que podamos ejercitarnos en otras que prevé más ventajosas. Ya analizaremos, en su momento, estas cuatro tentaciones enumeradas por el salmo. Yo creo que, en el mismo orden designado por el salmista, acosan a los que se convienen y son como la raíz de todas las demás.

LECCIÓN VI
No temerás el espanto nocturno, ni la flecha que vuela de día,
ni al enemigo que se desliza en las tinieblas, ni el asalto del demonio a mediodía

I

1. Las divinas Escrituras con la palabra "noche" suelen referirse a la adversidad. Sabemos que el primer asalto contra los recién convertidos se centra en las molestias del cuerpo. Porque la carne, indómita hasta entonces, lleva muy mal que la castiguen y reduzcan a servidumbre. Tiene muy fresca todavía en  su memoria la pérdida de su libertad y lucha con mayor violencia contra el espíritu. Y más en vuestro caso, muriendo como estáis cada día entre tanto sufrimiento e incluso at borde de la muerte en cada momento. Todo lo cual es superior a la naturaleza y opuesto totalmente a vuestras tendencias habituales

2. Nada extraño que esto inquiete, especialmente a los que todavía no están acostumbrados ni listos para recurrir a la oración o refugiarse en las meditaciones santas, cargando así con el peso del día y del bochorno. Nos es imprescindible el escudo de] Señor en los comienzos de nuestra conversión para no temor el espanto nocturno. Oportunamente se alude al espanto nocturno y no a la noche misma. Porque la adversidad no es tentación; lo es el temor a la adversidad. Todos padecemos, y, sin embargo, no todos somos tentados por ello. Y a los que son tentados les daña más el temor de los futuros sufrimientos que el tormento de los presentes.

II

1. Y como el mismo temor ya es tentación, al que está rodeado por el escudo del Señor, justamente se le promete que no sentirá temor por la tentación. Quizá sea acometido, quizá sea tentado, quizá tema a la noche. Pero este temor no le hará daño. Es más: si consigue dominarlo, quedará libre e inocente, tal  como  está escrito: Serán purificados ron su temor. Porque este temor es como un horno, que purifica, pero no devora; que descubre la verdad. Este temor es como noche cerrada oscura, mas se disipa en un momento con la luz de la verdad. Obliga a reconocer ante los ojos del corazón los pecados que hemos cometido. Y, como dice el Profeta de sí mismo, mi dolor siempre me acompaña, porque confieso mi culpa y estoy acongojado por mi pecado.

2. Nos presenta los suplicios eternos que hemos merecido; así, todos los sufrimientos nos parecen una delicia comparándolos con las penas de las que nos vemos liberados. O bien nos evoca el premio celestial a que aspiramos, recordándonos a menudo que los sufrimientos  el tiempo presente son cosa de nada comparados con la gloria que va a revelarse reflejada en nosotros. En fin, nos hace revivir lo que Cristo padeció por nosotros. Y, considerando sin cesar todo lo que sufrió su majestad por unos criados inútiles, nos sonroja por ser incapaces de soportar menudencias de escasa importancia.

III

1. Pero quizá esa verdad que te rodea por todas partes y de mil maneras ha sido ya capaz de alejar e incluso de disipar este espanto. La noche está avanzada. Como hijo de la luz y del día, compórtate respetuosamente y teme a la flecha que vuela de día. Sabes que la flecha vuela veloz y penetra rápidamente, mas hiere de gravedad y es fulminante. Esta flecha es la vanagloria. Los débiles y relajados no deben temer que les asalte. Pero los que parecen más fervorosos, ésos son los que deben temer, ésos deben temblar, atentos siempre a no abandonar el escudo inexpugnable de la verdad. ¿Hay algo que se oponga tanto a la vanagloria como la verdad? Ciertamente, para  defenderse de esta flecha no es necesario penetrar misteriosa e íntimamente en la verdad. Basta con que el alma se conozca a sí misma, que posea su propia verdad. No creo equivocarme. El hombre que a la luz de esta verdad y con su atenta reflexión disipa en su intimidad todo lo que digan en alabanza suya mientras viva, difícilmente será inducido a soberbia. Efectivamente, si piensa en su propia condición, tendrá que decirse: ¿De qué te engríes, polvo y ceniza?

2. Porque, si considera su propia corrupción, ¿no deberemos reconocer que no encontrará en él nada bueno? Y, si cree encontrar algo bueno, pienso que no hallará réplica alguna a la pregunta del Apóstol  ¿Qué tienes que lo hayas recibido? Y dice en otro lugar: Quien se ufana de estar en pie, cuidado con caerse. Finalmente, si no echa mal las cuentas, le será fácil pensar si le bastarán diez mil hombres para hacer frente al que viene contra él con veinte mil. Y caerá en cuenta de que toda su justicia es como trapo de mujer en menstruación.

IV

1. Debemos esgrimir también esta verdad ante las otras tentaciones que se enumeran en el salmo. Pues, a pesar de todo; no desiste el enemigo primordial, sino que vuelve a la carga con argucias más astutas. Comprobó que la torre está firme por ambos lados. Que no puede derribarla por la izquierda agrietándola con el encogimiento del temor, ni halagándola por la derecha con glorias humanas. Y se siente por ello defraudado en su doble intento. Por eso dice para sus adentros: Y que no consigo hundirla por la fuerza, quizá pueda engañarla por la sagacidad de la traición. ¿Quién crees que puede ser ese traidor? La codicia, raíz de toda iniquidad. La ambición es un mal muy sutil; virus oculto, peste invisible, padre del engaño, madre de la hipocresía, progenitor de la envidia, origen de los vicios, yesca de los crímenes, herrumbre de las virtudes, polilla de la santidad, obcecación de los corazones, adulteración de los antídotos, medicina ponzoñosa.

2. Y sigue diciéndose el maligno: Despreció la vanagloria, porque es una insustancialidad. Pero quizá algo más sólido termine haciéndole daño; a lo mejor, los cargos importantes o posiblemente las riquezas. ¡Cuántos fueron arrojados a las tinieblas exteriores por culpa de esta epidemia que se desliza en las tinieblas, despojándoles del traje de bodas y privándoles del fruto de la piedad en el esfuerzo de sus virtudes! ¡Cuántos fueron engañados alevosamente por esta peste hasta verse derribados! Sin embargo, todos los demás, para quienes pasó desapercibido el solapado trabajo del excavador taimado, quedaron espantados ante su ruina repentina y tan inesperada. Pero era natural. ¿Qué otra esperanza puede acariciar este gusano sino la locura del espíritu, olvidan o su verdad? Pero la verdad rebusca hasta descubrir a este traidor y acusarlo de sus emboscadas nocturnas. Y esa misma verdad dice claramente: ¿De qué le sirve al hombre ganar el mundo entero, si se pierde a sí mismo? Y también afirma: Los fuertes sufrirán una fuerte pena. Con sus constantes insinuaciones nos obliga a pensar qué cortas se quedan las satisfacciones de la frivolidad, qué severo será su juicio, qué breve su experiencia, qué incierto su fin.

V

1. Con la segunda tentación le persuadía a que se arrojara desde el pináculo, prometiéndole que nada le pasaría, siendo como era Hijo de Dios; y que, al contemplarlo, todos le aclamarían para entronizarlo. Tampoco le contestó si era o dejaba de ser e Hijo de Dios. La tercera fue de ambición, prometiéndole todos los reinos del mundo si postrándose le adorara. ¿No ves cómo la ambición lleva a la adoración del diablo? Efectivamente, a sus adoradores les brinda el éxito mundano de los honores y la gloria. Y, como ya hemos dicho, se abstuvo de tentarlo por cuarta vez, después de percatarse de la gran sensatez de sus respuestas.

VI

1. ¿Y cómo puede combatir contra quienes aman por todos los medios la justicia y odian la impiedad? ¿No lo hará descubriendo la maldad bajo apariencias de virtud? Cuando ve que los perfectos aman el bien, procura llevarlos al mal bajo capa de bien, y no mediocre, sino perfecto, para que consientan en seguida con su gran celo por el bien. Por aquella de que quien va corriendo, fácilmente cae. Este demonio es no sólo diurno, sino incluso el del mediodía.

2. ¿No fue éste al que temió María cuando se asustó por aquel saludo tan inesperado del ángel? ¿No lo insinuara así el Apóstol? Pues no ignoramos sus ardides; Satanás se disfraza de ángel de luz. ¿No era esto mismo lo que temían los apóstoles cuando vieron al Señor andar sobre el lago y se asustaron creyendo que era un fantasma? Mira qué oportuna coincidencia: era precisamente la cuarta vigilia de la noche, cuando los discípulos se encontraban en vela para luchar contra la cuarta tentación. Me parece innecesario insistir en algo tan claro como afirmar que es únicamente la verdad quien descubre la falsedad encubierta.

VII

1. Un observador atento encontrará sin dificultad estas cuatro tentaciones en la situación general de la Iglesia. Ella, plantío aún reciente, se atormentaba con el espanto nocturno cuando todo el que mataba a los siervos de Dios pensaba que así daba culto a Dios. Pero al amanecer, cuando cesaron las persecuciones, la sacudió con mayores tensiones, hiriéndola con la flecha que vuela de día. Porque salieron algunos en la Iglesia, hinchados por el espíritu de sí mismos, codiciosos de la gloria vana y fugaz, que, por el afán de hacerse famosos y con su lengua fanfarrona, inventaron caprichosamente dogmas nuevos y perversos. Y así, cuando estaba ya en paz con los paganos y en paz con los herejes, se quebró la paz por los hijos falsos. Has hecho crecer a pueblo, Señor Jesús, pero no has aumentado nuestra alegría, porque hay más llamados que escogidos. Todos son cristianos, pero casi todos buscan su interés, no el de Jesucristo. Incluso los mismos servicios de las dignidades eclesiásticas se han convertido en torpe lucro y en negocio de las tinieblas, porque no se busca la salvación de los hombres, sino el lujo de las riquezas. Para esto se tonsuran, para esto frecuentan los templos, celebran misas y cantan salmos. Hoy se compite, sin pudor alguno, por conseguir obispados y arcedianatos, para dilapidar las rentas de las iglesias en cosas superfluas y frívolas.

2. Sólo nos falta que surja el hombre destinado a la ruina, el hijo de la perdición, el demonio diurno y del mediodía, que no sólo se disfrazará de ángel de luz, sino que te pondrá por encima de todo lo que se llama Dios o es objeto de culto. Y herirá el talón de su madre la Iglesia del modo más cruel, simplemente porque le duele que ella le haya quebrantado la cabeza. Esta será, sin duda, una batalla encarnizada. Pero la Verdad librará también ahora a la Iglesia de los elegidos, acortando en favor de ellos estos días, y aniquilará con el esplendor de su venida al demonio del mediodía. Y no quiero alargarme más a propósito de estas cuatro tentaciones, porque recuerdo que en un sermón sobre el Cantar de los Cantares también hablé de ellas. Allí incidía en el mismo tema del demonio del mediodía, cuando la esposa pregunta al esposo dónde sestea al mediodía.

LECCIÓN VII
Caerán a tu izquierda mil y diez mil a tu derecha; a ti no te alcanzará

I

1. Hermanos, vivimos en la esperanza y no nos desalentamos por la tribulación presente, porque aguardamos expectantes los gozos que no acaban. Y no es vana esta esperanza nuestra, ni dudamos de nuestra espera apoyados realmente en las promesas de la eterna felicidad. Además, los bienes presentes que ya estamos recibiendo consolidan más nuestra esperanza  e los futuros. Porque la fuerza de la gracia presente nos atestigua la credibilidad  de que con toda certeza conseguiremos  a felicidad de la gloria que nos espera. En verdad, el Señor es el Rey de la gloria. Y en el himno de laudes le aclamamos como Padre de la perenne gloria y Padre de la poderosa gracia; al mismo de quien cantamos en un salmo: Dios ama la misericordia y la fidelidad; él da la gracia y la gloria. Por tanto, nuestra piedad debe resistir en este mundo e combate animosamente y sufrir con entereza cualquier persecución. ¿Habrá algo que no pueda tolerar la piedad, cuando ella es útil para todo y goza de las promesas para la vida presente de cada día y para la futura? Resiste, valiente, cualquier acometida, porque el defensor infatigable asistirá al combate y tan generoso remunerador no dejará vacío al vencedor. Así nos lo han dicho: Su fidelidad te rodeará como un escudo.

II

1. Necesitamos absolutamente la protección invencible de su fidelidad, no sólo en este itinerario de la vida mortal, sino también cuando tengamos que partir. Ahora, sin duda, por las peligrosas tentaciones, y entonces por los horribles encuentros con el espíritu del mal. También quiso dañar el enemigo en este trance el alma del glorioso Martín. Sabiendo la bestia cruel que disponía ya de poco tiempo, tuvo la audacia de presentarse ron todo el furor de su infatigable malicia ante aquel hombre en quien nada suyo poseía. Ya antes había llegado al extremo de acercarse con su desvergonzada temeridad al mismo Rey de la gloria, según él nos lo revela: Esta para llegar el Jefe de este mundo, pero no hallará en mí nada suyo.

2. Dichosa el alma que en esta vida rechazó con el escudo de la verdad los dardos de las tentaciones, hasta el punto de no haber consentido que le inficionara lo más mínimo su veneno. No quedará derrotado cuando litigue con su adversario en el umbral de la eternidad: Nefasto, nada encontrarás en mí. Dichoso el hombre a quien le rodea el escudo de la verdad porque le guardará sus entradas y salidas. Me refiero a la salida este mundo y a su entrada en el otro, pues no le traicionará el enemigo por la espalda ni le hará mal alguno de frente. Claro que, por causa de aquellas horribles visiones, necesitaremos en aquellos momentos de un compañero, de un guía fiel, de un consolador bueno que nos ayude y proteja, como ahora, entre los tentadores invisibles.

III

1. Alabad a Cristo, amadísimos, y llevadlo en vuestro cuerpo mientras peregrináis. El es una carga deliciosa, pero llevadera; hatillo salvador, aunque a veces parezca que pesa, aunque a veces machaque las costillas o espolee al recalcitrante, aunque a veces tenga que domarnos con freno y brida para que lleguemos a la total felicidad. Pórtate como un jumento que lleva al Salvador, pero no seas como un jumento. Porque ya lo dijo: El hombre, constituido en honor, no ha tenido discernimiento; se ha igualado con los insensatos jumentos y se ha hecho como uno de ellos.

2. ¿Por qué lo lamenta tanto el Profeta y le inculpa al hombre su semejanza con los jumentos? Sobre todo, cuando en otro salmo le dice a Dios, no sin cierta complacencia: Soy un jumento ante ti, pero yo siempre estaré contigo. Pienso, bueno; no pienso, lo sé, que al hombre se le recomienda que se parezca algo a los jumentos; y no en su irracionalidad e ignorancia precisamente, sino imitando su paciencia, pues no tendría que haberse irritado ni por qué lamentarse si hubiese dicho: El hombre no se echó atrás bajo la carga de Dios, sino que se hijo como un jumento en su presencia. ¿Quién no tendría verdadera envidia a ese jumento? Porque tuvo el honor de ofrecerle sus humildes lomos por su peculiar e inefable mansedumbre para que sobre él se dignara montar el Salvador. ¿Y si, hubiera tenido conciencia de tan singular honor? Hazte, pues, como un jumento, pero no seas jumento. Lleva con paciencia, sí, la carga, pero comprendiendo el honor que eso supone, saborean o con gozo tanto la calidad de la carga como el  propio provecho.

IV

1. Aquel gran Ignacio, oyente del discípulo a quien Jesús amaba, mártir con cuyas preciosas reliquias se ha enriquecido nuestra pobreza, saluda como cristóforo a cierta María en varias cartas que a ella le escribió. Es egregio de verdad este título digno, glorioso y de inmenso honor. Porque llevar sobre el cuerpo al Señor, a quien servir es reinar, no es una carga, sino una gloria. Por lo demás, el jumento del Salvador al que nos hemos referido, ¿podría temer, bajo tal carga, un desfallecimiento en el camino? ¿Podría tener miedo con aquel guía el acoso de los lobos, el asalto de los ladrones, la caí a en algún precipicio o en cualquier otro peligro? Dichoso el que así llega a Cristo, y merece por ello que el Santo de los santos le introduzca en la ciudad santa. No hay nada que temer: ni un tropiezo en el camino, ni un rechazo ante la misma puerta. Porque al jumento aquel le alfombraba el camino el pueblo de Dios; a su jinete, los santos ángeles: Pues a sus ángeles ha dado órdenes para que te guarden en tus caminos, para que tu pie no tropiece en la piedra. Pero no vamos a tratar por ahora de esto. Hemos de seguir el orden de nuestra exposición tal como lo hace el salmo cuando dice:

V

1. Caerán a tu izquierda mil, diez mil a tu derecha; a ti no te alcanzará. Porque hoy nos corresponde tratar de este versículo; no lo ignoráis. En el Capítulo de ayer, si recordáis, decíamos al final cómo la protección de la verdad nos libraba de las cuatro tentaciones principales de esta vida. Esto es, del espanto nocturno, de la flecha que vuela de día, de la  este que se desliza en las tinieblas y de demonio que nos asa a al mediodía. Pues lo que sigue: Caerán a tu izquierda mil… creo que debemos reservarlo para la vida eterna.

2. Por eso, al comenzar este sermón -todavía lo recordáis, si no me equivoco-, aludíamos a aquella sentencia del Apóstol según la cual la piedad es útil para todo, porque goza de las promesas de Dios para la vida presente de cada día   también para la futura. Escuchad, pues, y escuchad con el gozo de vuestro corazón, lo que afecta a las promesas de la vida futura y, por tanto, a vuestra esperanza. Donde tengáis vuestra riqueza, tendréis vuestro corazón.

3. Me consta que hasta aquí me habéis escuchado todo con gran interés;  restad ahora una atención aún mayor a lo que sigue. El pseudoprofeta (me refiero a Balaán, recordadlo los que conocéis su historia), incluso este profeta, injusto como era; deseaba morir como los justos y suplicaba que se le concediera un final semejante. El fruto de la piedad es tan copioso y tan colmada la recompensa de la justicia, que no puede menos de ser deseada por los impíos e injustos. Pero no es muy seductor cantar un cántico  e Sión bajo los sauces de Babilonia. Por eso colgaban de ellos las cítaras. Junto a los canales de Babilonia suenan mejor las lamentaciones y, si cabe, más bien habría que excitar el llanto. Pero yo sí que puedo cantar aquí perfectamente, pues no faltarán quienes con todo el entusiasmo del espíritu dancen al ritmo del salterio, cantando el cantar de Sión, impacientes por marchar volando con todo el fuego de su sagrado deseo, diciéndose: ¿Quién me diera alas de paloma para volar y posarme? ¿Qué otra cosa significa en latín el verbo "exultare" sino salir transportado de sí mismo?

4. Mal tiene que sentarles a los náufragos que les recuerden desde tierra la estabilidad apacible de la lejana orilla de la que ya casi desesperan, cuando siguen en peligro sus vidas en medio del mar, envueltos por las olas y zarandeados por su violencia. El tema de hoy no puede ir dirigido a un espíritu que se encuentre en situación análoga, pues no está dispuesto para poder escuchar estas palabras: Caerán a tu izquierda mil; diez mil a tu derecha. Recordad que esta promesa va dirigida al que habita al amparo del Altísimo y vive a la sombra del Omnipotente.

VI

1. Escúchelo, pues, el que ya está cerca del puerto de salvación con el pensamiento y la añoranza; el que ya ha lanzado por la proa el ancla de su esperanza y está como irresistiblemente amarrado sin que le arranquen de su tierra deseada, esperando cada día, mientras sigue combatiendo, a que llegue su cambio de domicilio. Este género de vida al que os habéis consagrado es la arribada a puerto más segura, porque es una reparación para la muerte como llamamiento y justificación  divina: Ambos extremos están unidos por una estrecha conexión, como una especie de eternidad contra eternidad, es decir, como si se subordinase la comunicación de la gloria a la predestinación. Porque así como la predestinación no ha tenido nunca un comienzo, tampoco la comunicación de la gloria conocerá jamás el final. No tomes como originalidad mía la conexión intermedia a que me he referido entre esta como doble eternidad. Escucha al Apóstol, y verás que también él se refiere a la misma, pero más claramente.

2. Porque Dios los eligió primero, predestinándolos desde entonces para que reprodujeran la imagen de su Hijo. ¿Cómo y qué proceso seguirá para comunicarles su gloria? Porque todo lo que procede de Dios está sometido a una concatenación. ¿O piensas llegar desde la predestinación a la gloria de repente y como, de un salto? Has de encontrar un puente intermedio o, mejor todavía, atravesar el que ya está levantado. A esos que había predestinado, los llamó; a esos que llamó, los rehabilitó; y a esos que rehabilitó, les comunicó su gloria.

VII

1. Sin duda alguna, este proceso parece apto para algunos. Y así es en realidad. No se puede dudar de su éxito, ni debes desconfiar del término a que te lleva. Caminas seguro; más aprisa cuando más cercano lo sientes. Ya tienes los medios; ¿Cómo puede estar lejos el fin? Haced penitencia, ya que llega el reino de Dios. Pero dirás: El reino de Dios se toma por la fuerza y lo arrebatan los violentos. No tendré acceso a él si no paso a través del campamento enemigo. Me encontraré con gigantes en medio del camino: vuelan por los aires, obstruyen el paso, acechan a los que pasan. Sin embargo, vete confiado; no temas. Son poderosos, son muchos. Pero caerán a tu izquierda mil; diez mil a tu derecha. Caerán por todas partes; va no te harán nunca daño. Es más, ni se acercarán. Y, lógicamente, el malvado, al verlo, se irritará. Pero vendrá taimadamente. Con todo, la bondad de Dios se adelantará e irá contigo a donde vayas; como decíamos antes, guardará tus entradas y salidas. De no ser así, ¿qué hombre sería capaz de mantenerse firme en ese terrible encuentro con los espíritus malignos? Caería abatido por su propio espanto.

VIII

1. Suponed, hermanos, que a uno de nosotros se le aparezca uno de los muchos jefes de las tinieblas y se le permitiera manifestarse con toda su crueldad y con la enormidad de su cuerpo tenebroso; ¿podrían soportarlo sus sentidos y resistirlo su corazón? Hace muy pocos días -lo sabéis-, uno de vosotros; primero dormido y luego despierto, fue turbado gravemente en su imaginación durante la noche. Al día siguiente, apenas fue dueño de su razón y trabajo costó tranquilizarlo. Todos vosotros en un instante quedasteis aterrados cuando dio aquel grito escalofriante. Sonroja ciertamente que vuestra fe estuviera adormecida hasta ese grado, aunque  dormíais. Pero esto ha sucedido, sin duda, para ponernos sobre aviso, recordando siempre con suma vigilancia contra quiénes luchamos, no sea que se nos juzgue por incautos, ante la envidia del enemigo, y por ingratos a la protección divina.

2. Fue su vetusta malicia la que estalló con aquel furor, porque se le recomían las entrañas por la envidia, más exasperada aún durante este santo tiempo. Con ello nos indica que estos días se retuerce de rabia por vuestra generosa devoción. Con esa misma rabia de una locura que le consume, pero con mayor licencia, se acerca a los santos cuando están para emigrar de este mundo. Pero sólo les ataca por la izquierda. No tiene autorización para embestir de frente, ni para deslizarse por la espalda como a traición.

IX

1. Tampoco te pondrá tropiezo alguno junto al camino para que caigas, porque a ti no se te acercará. No te alcanzará para herirte, ni se arrimará para espantarte. Pienso que era esto lo que más temías: que en tu último trance te invadiese un espantoso terror al contemplar tan monstruosas representaciones y tantos fantasmas horripilantes. No. Estará contigo el gran Paráclito y maravilloso consolador. Ese de quien has podido leer: Que en su presencia se inclinen sus rivales, que sus enemigos muerdan el polvo. En su presencia será pisoteado el maligno, y así llevará a la gloria a los que le temen. Estando tú presente, Señor Jesús, arremetan cuantos quieran; o mejor, que no embistan, que se hundan. Lleguen de todas partes, pero que se dispersen. Perezcan en tu presencia como se derrite la cera ante el fuego. ¿Por qué voy a temer a quien se desmaya de miedo? ¿Por qué voy a sentir pavor ante uno que está temblando? ¿Por qué voy a recelar del que cae? Aunque camine por cañadas oscuras, nada temo, porque tú vas conmigo, Señor, Dios mío.

2. De repente amanecerá, se disipará la noche, caerán por todas partes los jefes de las tinieblas. Si triunfa victoriosa nuestra fe; incluso ahora que ella nos guía (y no la visión) entre sus ocultas y dañinas sugestiones, ¿Cómo no se van a disipar mucho antes sus imágenes sombrías y tenebrosas cuando nos veamos invadidos por la contemplación clara y al descubierto de la verdad misma? No te preocupes ni temas porque son muchos en número. Recuerda que una sola palabra del Salvador hizo salir toda una legión del cuerpo de un hombre poseído por el demonio durante mucho tiempo. Y no se atrevió a tocar ni a los mismos puercos sino después de mandárselo él. Con mucha mayor razón, siendo Cristo nuestro guía, caerán a un lado y a otro todos los que vengan, pudiendo decir con gran alborozo y alegría: ¿Quién es esa que se asoma como el alba, hermosa como la luna y límpida como el sol, terrible como escuadrón a banderas desplegadas? Valiente y plenamente tranquilo, incluso lleno de gozo y alabando a Dios, nada más mirar con tus ojos, verás la paga de los malvados, y no tendrás que resistir ya sus ataques ni espantarte por su furor.

X

1. Lo dicho podría ser ya bastante por hoy. Pero veo que entre vosotros quedan algunos espetando todavía algo más, Si no me equivoco, los más interesados desean saber qué sentido puede tener la frase caerán a tu izquierda mil, y diez mil a tu derecha. En el original, el texto no menciona el lado izquierdo. Pero expresamente menciona el lado derecho; luego se sobrentiende que el otro es el izquierdo. Y no deja de ocultar cierto misterio el que a la izquierda caigan muchos, pero muchísimos más a la derecha. Espero que no haya entre vosotros nadie tan obtuso o tan simple, capaz de pensar que, cuando el salmo dice mil y diez mil, se trata de una cifra exacta y no de una comparación ilimitada. Porque nosotros no entendemos así las Escrituras, ni tampoco la Iglesia de Dios.

2. Caerán, pues, a tu izquierda mil, y diez mil a tu derecha. Quiere decir que el enemigo nos ataca y hiere por la derecha más astutamente y con un ejército más numeroso. Echemos una mirada al gran cuerpo de la Iglesia, y fácilmente advertiremos que los hombres espirituales de la misma Iglesia son combatidos con mayor violencia que los carnales. Eso es lo que, en mi opinión, podemos interpretar con todo rigor: los dos lados, el de la izquierda y el de a derecha, representan a la Iglesia, porque la maldad del enemigo procede siempre con soberbia y envidia. Persigue con mayor furia a los más perfectos. Ya lo dice la Escritura: Su carnada es selecta. Es capaz de sorberse un río, y todavía le parece poco; presume de poder agotar el Jordán entero.

3. Y persigue a los elegidos no sin cierta disposición del plan de Dios, según la cual no permite que los imperfectos sean tentados por encima de sus fuerzas, convirtiendo toda tentación en provecho espiritual. Por otra parte, brinda triunfos más gloriosos a los más perfectos. De esta manera, toda la Iglesia de los elegidos será igualmente galardonada, porque por ambos lados peleó según las reglas de la estrategia; por ambos flancos rechazó con tal resistencia a los enemigos, que puede ver inmediatamente cómo caen a su izquierda mil, y diez mil a su derecha. Así sucedió en tiempos de David cuando ya había sido puesto a prueba su poder, pero aún no se había hecho manifiesta en Israel la reprobación de Saúl y cantaban los grupos de hombres y mujeres: Saúl mató a mil, y David a diez mil.

XI

1. Pero, si alguien todavía necesita buscar en todo esto una aplicación individual, podrá encontrar también aquí un sentido espiritual recurriendo a la experiencia. Efectivamente, el enemigo se esfuerza en herimos por la derecha con una presunción mucho mayor, y con una astucia mucho más sagaz que por la izquierda. No pone el mismo afán para arrancarnos los bienes del cuerpo como para robarnos los del corazón. Sabemos muy bien que codicia estos dos aspectos del bienestar humano y que procura privamos de esta doble felicidad: la terrena y la celestial. Pero trabaja con más ahínco para  privarnos del rocío celestial que de la fertilidad terrena. Juzga ahora si ha sido una incongruencia considerar la realidad material y la espiritual como si fueran esos dos lados del salmo, cuando nos consta que en ambas realidades se apoya la doble sustancia de la naturaleza humana.

2. Y espero, naturalmente, que no me echéis en cara al haber asignado a la derecha los bienes espirituales y a la izquierda los  materiales, especialmente vosotros que andáis siempre atentos a no confundir la izquierda con la derecha, ni la derecha con la izquierda. Así lo confirma, además, la verdadera Sabiduría: en la diestra trae largos años, y en la izquierda, honor y riquezas. Es importante que nunca perdáis de vista por dónde ataca con mayor violencia la contumaz caterva de los enemigos. Para resistir más intrépidamente allí donde sea más urgente, donde recae más todo el peso de la batalla, donde estriba la clave decisiva de la lucha, donde se decide definitivamente o la ignominiosa cautividad para los vencidos o la gloria del triunfo para los vencedores.

XII

1. Finalmente, y no os digo ningún disparate, habéis expuesto vuestro lado izquierdo para que libremente lo golpee el enemigo, y así defender el derecho con mayor atención: Esto precisamente recomendó Cristo, y todos los cristianos deben seguirlo: imitar la astucia de la serpiente, que, cuando es necesario, expone todo su cuerpo para defender sólo su cabeza. Esta es la verdadera filosofía y el consejo del Sabio: Por encima de todo, guarda tu corazón, porque de él brota la vida. Esta es, por fin, la gracia y la misericordia de Dios para sus siervos, que mira por sus elegidos. Pues, como olvidándose provisionalmente de su izquierda, los asiste en su derecha, siempre solícito protector. Esto lo testifica de sí mismo el Profeta: tengo siempre presente al Señor; con él a mi derecha no vacilaré. ¿No crees que él únicamente agarraba la mano derecha también a aquel hombre al que, por permisión suya, el enemigo pudo libremente hacer cuanto quiso en su hacienda y en su carne? Porque le dijo: Respétale la vida.

2. ¡Ojalá, buen Jesús, estés siempre a mi derecha, ojalá me agarres siempre la mano derecha! Sé y estoy cierto que no me dañará adversidad alguna si no se apodera de mí la iniquidad. No me importa que sea esquilmado y maltratado mi lado izquierdo; que me hieran con injurias, que me muerdan los oprobios; a ello me expongo gustosamente, con tal de que me guardes tú y tú mismo me protejas por mi lado derecho.

XIII

1. Tal vez, debamos pensar que son más bien hombres y no demonios esos mil que van a caer a mi izquierda, ya que sólo nos persiguen por unos bienes materiales y caducos; bien porque los codician por la vileza de su envidia o bien porque, debido a la injusticia de sus ambiciones, se sienten tristes por no poseerlos. Quizá pretendan arrebatarnos los bienes de este mundo, o el favor de los hombres, o la vida misma. En todo esto puede ensañarse la crueldad de la persecución humana; pero al alma nada puede afectarle.

2. Los demonios, por el contrario, nos envidian principalmente los bienes superiores y eternos; no para recuperar lo que irremisiblemente perdieron, sino para que el pobre levantado del polvo no consiga la gloria en la que fueron creados y de la que cayeron irremisiblemente. Su obstinada maldad se enfurece y consume de odio al ver que la fragilidad humana alcanza lo que él no mereció conservar. Y si alguna vez intentan arruinar a alguien en sus bienes materiales o son felices cuando otros se lo hacen, ponen todo su esfuerzo en que sus reveses materiales sirvan de ocasión para ruina espiritual o ajena.

3. Por su parte, los hombres, siempre que nos inducen o intentan perjudicarnos de cualquier manera, no buscan expresamente nuestro mal, sino en función de un resultado material, bien para ellos mismos, para nosotros o para un tercero. Sólo pretenden, al parecer, alcanzar un provecho o evitar un perjuicio. A no ser que alguien se haya vuelto demonio y desee la condenación eterna para el hombre, como a su mayor enemigo.

XIV

1. ¿Es posible que nosotros, pobres hombres, nos adormilemos en nuestro desvelo espiritual cuando nos ataca el espíritu maligno de maneras tan diversas? Decirlo da vergüenza pero es imposible callarlo por el intenso dolor que produce. Hermanos, ¡a cuántos les sorprende aquella terrible frase del Profeta, incluso entre los que llevan un hábito religioso y viven comprometidos con la perfección: Si me olvido de ti, Jerusalén, que se me paralice la mano derecha! Efectivamente, se desviven volcados sobre su lado izquierdo para custodiarlo; saben mucho; pero su sabiduría es  a de este mundo, al que debían haber renunciado; es un saber revelado por la carne y por la sangre y parecía que no deseaban contar con él. Podrás, finalmente, descubrirlos cuando tratan de conseguir con tanta avidez los intereses presentes; cuando se regocijan, muy vulgares; con los bienes transitorios; cuando se turban con  profundo abatimiento ante los infortunios, aun mínimos, de los medios materiales; cuando pleitean por ellos tan egoístamente y corren de aquí para allá con increíble libertinaje, y cuando se enredan en asuntos civiles con tan poco sentido religioso, como si todo ello fuera su única porción, todo su patrimonio.

2. Si el labrador cultiva con mucho afán su pobre tierra, es porque no tiene otra finca de mayor valor. Y si el mendigo esconde en su seno un mendrugo de pan, es porque se trata del único metal que puede enmohecerse en su bolsa. Pero tú, ¿cómo vuelcas tus propias ansias en tan extrema miseria y despilfarras infelizmente tu propio trabajo? Mira que tienes otros bienes, aunque te parezcan alejados. Te equivocas; nada tan cercano a nosotros como lo que llevamos dentro. Pero quizá no te quejas porque están lejos, sino porque te parecen improductivos, y por eso crees que debes buscar aquí tu propia subsistencia. Te engañas: allí la encontrarás mejor; es más, sólo la encontrarás allí. ¿Por qué piensas que no exigen tu esfuerzo o que no compensarán tu trabajo? ¿O crees que ya están bajo seguro y no necesitan la vigilancia de un guardián? En cualquiera de las dos suposiciones, ten por cierto que deliras. Pues allí se harán plena realidad aquellas palabras: Lo que uno cultive, eso cosechará. A siembra mezquina, cosecha mezquina; y quien siembra con larguezas, con larguezas cosechará. Y dará treinta, sesenta o ciento. Si tienes aún el tesoro, lo llevas en vasijas de barro. Pero creo que ya lo perdiste, que ya te lo robaron; me parece que otros devoraron tu fuerza y no te enteraste; ya no puedes poner tu corazón en tu tesoro, pues te has quedado sin él.

3. Si no es así, si eres tan solícito, si no eludes lo más insignificante, si con tanta delicadeza te preocupas hasta de la faja, te ruego que no olvides la vigilancia de tu granero. No expongas tu tesoro, tú que te acuestas en tu muladar. Y si tal vez lo envidian mil, a tu tesoro lo cercan diez mil, que les aventajan tanto en número como en astucia y crueldad. Vuelve allí los ojos de la fe, porque quizá han forzado ya las puertas; tal vez estén ahora robándolo todo a discreción y repartiéndose el botín. Y si vives apegado al lado izquierdo, ¿por qué te cuidas tan mal de él? ¿No será quizá porque las cosas del lado izquierdo se te han puesto enfrente? Por eso las tienes siempre delante de ti, y el que las toca, piense que no te ha tocado la mejilla, sino la niña de tus ojos.

XV

1. Por lo demás, cuídate de ti mismo, quienquiera que seas; si es que, olvidando las cosas de la derecha, te esmeras en las de la izquierda, no sea que te encuentres colocado con las cabras a su izquierda. Dura palabra, hermano; no sin razón os habéis espantado. Pero no es menos necesario prevenirse como estremecerse. Precisamente, mi Señor Jesús, colmados todos los beneficios de su inestimable compasión para conmigo, toleró que su lado derecho fuese traspasado por mí, porque deseaba darme de beber de su lado derecho y disponer en él un refugio para mí. ¡Ojalá merezca yo ser como una paloma que anide en los huecos de la peña, en las oquedades de lado derecho! Pero ten en cuenta que él no sintió esta herida. Quiso recibirla después de muerto, para prevenir que tú, mientras vivas, debes vigilar siempre guardando este lado; es menester considerar como muerta el alma que con una insensibilidad funesta oculte que le han herido en el lado derecho.

2. Con razón se afirma que el corazón del hombre está a la izquierda, porque su amor está inclinado siempre instintivamente hacia la tierra. Y lo sabía aquel que gemía lastimosamente: Mi alma está pegada al polvo; reanímame con tus palabras. Pero tampoco quería una resignación bajo esta tendencia de nuestra condición humana por la pesadez del corazón. Por eso nos amonestaba: Levantemos con las manos el corazón al Dios del cielo. Con esto nos insinuaba resueltamente que lo cambiemos del lado izquierdo al derecho. La milicia del mundo; hermanos, en el brazo izquierdo lleva solamente el escudo. No les imitemos, si no queremos que nos consideren como a ellos, que luchan por el mundo, no por Cristo. Ningún soldado en activo se enreda en asuntos civiles. Es decir, que siempre se debe coger el escudo con la izquierda, nunca con la derecha.

XVI

1. Sin embargo, hermanos, no olvidéis que en ambos lados debemos cubrirnos. Su fidelidad te cercará como escudo. Y el Apóstol dice: Con la derecha y con la izquierda empuñamos las Armas de la honradez. De todas maneras, escucha a la misma justicia, porque tal vez nos indica que no protejamos de la misma manera a los dos lados. Por una  arte, se nos manda: Amigos, no os toméis la venganza; dejad lugar al castigo. Además; nos indica: No dejéis resquicio al diablo. Y también: Resistid al diablo, y os huirá. Escucha también cómo debes cubrir ambos lados: Procurad la buena reputación no sólo ante Dios, sino ante la gente.

2. Lo que Dios quiere es que, haciendo el bien, no sólo consigáis disipar la envidia de los malos espíritus, sino también tapéis la boca a la estupidez de los ignorantes. Pero ¿necesitaremos siempre esta protección, porque el escuadrón enemigo nos atacará de continuo y por ambos lados? No; llegará un día en que no nos acometerán e incluso ni se mantendrán en pie. Caerán a tu izquierda mil, y diez mil a tu derecha. Y entonces ya no tendrá nada que hacer la malicia humana, ni temeremos a las miles de demonios, como si fueran otras tantas bandadas de moscas o de gusanos. Como los hijos de Israel después de atravesar el mar Rojo, contemplaremos los cadáveres de los egipcios por doquier y las ruedas de los carros hundiéndose en lo profundo. Y también nosotros, pero con mayor seguridad y gozo,  cantaremos  al  Señor,  porque  manifestó  su  gloria arrojando al mar a caballos y jinetes. Amén

LECCIÓN VIII
Nada más mirar con tus ojos, verás la paga de los malvados

I

1. Os hablaría más brevemente, amadísimos, si pudiera hacerlo con más frecuencia; creo que esto también vosotros habéis podido advertirlo alguna vez. Pues, además del peso agobiante de cada jornada, hemos tenido que soportar muchos días el molestísimo silencio de vuestro consuelo y aliento. Por eso creo que nadie podrá extrañarse si, llevado del deseo de ganar tiempo, el sermón, cuanto menos frecuente, debe alargarse más. Vaya por delante este breve exordio para excusarme ante vosotros, a la vez, por la prolijidad del sermón de ayer y por la brevedad del de hoy, pues me temo que para algunos, uno u otro haya resultado menos grato, o más bien los dos.

2. Su brazo es escudo y armadura. No temerás el espanto nocturno, ni la flecha que vuela de día, ni la peste que se desliza en las tinieblas, ni la epidemia que devasta al mediodía. Caerán a tu izquierda mil, y diez mil a tu derecha; a ti no te alcanzará.

3. A partir de aquí hemos expuesto en los sermones precedentes lo que la misma Verdad se ha dignado brindarnos: cómo defiende al alma fiel ahora en las tentaciones y después en las dificultades. Ambas cosas las menciona más brevemente el Profeta en otro salmo: Con tu ayuda seré liberado de la tentación; fiado en mi Dios, asaltaré la muralla. Si él es mi guía, ni al entrar aquí encontraré tropiezos, ni al subir allí obstáculos. Quedan, pues, representadas la constante salvación y la garantía de la plena liberación. Y todavía añade una tercera promesa: Tú lo verás con tus propios ojos, como oferta de una felicidad no pequeña. Porque caerán a tu izquierda mil, y diez mil a tu derecha; a ti no te alcanzará. Tú lo verás con tus propios ojos. Te ruego, Señor, que sea así. Caigan ellos, y no yo; sientan terror ellos, y no yo; véanse defraudados ellos, y no yo.

II

1. Con toda evidencia y brevemente se nos confía aquí la inmortalidad del alma y la resurrección del cuerpo. Cuando ellos  caen abatidos, yo mismo seré quien lo vea, y no se engañarán mis ojos al contemplar su último merecido. Porque no dice simplemente con los ojos, sino lo verás ron tus propios ojos. Con estos que ahora se debilitan y me abandonan por tantas aflicciones mientras esperas en tu Dios. Realmente, hermanos, esperando, los ojos se nublan de pesar. ¿Quién espera lo que ya ve? Esperanza de lo que se ve, ya no es esperanza. Lo verás entonces con esos ojos que ahora ni te atreves a levantarlos al cielo; con los mismos que en este entretanto se arrasan en lágrimas tantas veces y se arrasan por la constante compunción. No creas que te darán otros nuevos, porque los tuyos serán renovados. ¿Qué hablo yo de los ojos, una parte tan pequeña del cuerpo humano, pero tan relevante y maravillosa, si ni un solo cabello de nuestra cabeza se perderá? Esa es la gozosa esperanza depositada en nuestro mismo seno por la promesa del que es la fidelidad.

III

1. Tal vez se nos promete expresamente la visión de los ojos, porque el mayor deseo del alma en esta vida parece ser la contemplación de la bondad. Espero ver la bondad del Señor en el país de la vida. Desea que le abran a la verdad suprema las ventanas más elevadas del cuerpo, porque anhela ser guiado por la visión y no por la fe: Es cierto que la fe sigue a la escucha del mensaje, y no a la visión. Además es anticipo de lo que se espera, prueba de realidades que no se ven. Luego en la fe, como en la esperanza, nos falta a visión; sólo nos sirve la escucha. Dice el Profeta: El Señor me abrió el oído; pero algún día nos abrirá también los ojos. Y entonces ya no se nos pedirá: Escucha, hija, inclina tu oído. Sino: Levanta ya tu mirada y Contempla. ¿Qué? El gozo y la dicha que atesora para ti tu Dios. ¿Qué más? No sólo eso, que, a pesar de que no lo ves, puedes escuchar y creerlo, sino además lo que ojo nunca vio, ni oreja oyó, ni hombre alguno ha imagina o; lo que Dios ha preparado para aquellos que le aman. Después de la resurrección, los ojos quedarán cautivados por todo lo que ni el oído ni el alma misma pueden captar ahora. Pienso que, debido a este apasionado deseo sensible del alma de ver o que oye y cree, un pregonero cualificado de la futura resurrección menciona expresamente el sentido de la vista, diciendo: Después de que me arranquen la piel, ya sin carne, veré a Dios; yo mismo lo veré, y no otro; mis propios ojos lo verán; y añade: El corazón se me deshace en el pecho.

IV

1. Tal vez debamos considerar con mayor atención lo que acaba de decir: Mis propios ojos, o como dice el salmo: Lo verás con tus propios ojos. ¿Es que ahora puedo considerarlos cómo míos? En absoluto, no son míos. En algún momento lo fueron, pues forman parte de la herencia que recibí del Padre. Pero la guardé muy mal. Rápidamente la desbaraté. En un momento la derroché. La ley del pecado se apoderó de todos los miembros y la muerte entraba libremente por mis ventanas; yo mismo me hice esclavo suyo. Esclavo desgraciado por cieno, pues no era ya siervo de otro hombre, sino de una piara inmunda y cenagosa. Ni siquiera lo hacía en calidad de jornalero, sino como el mayor esclavo. A no ser que alguien considere como jornalero a quien se le niega hasta la comida; una comida peor aún que el hambre. Porque deseaba comer las algarrobas de los cerdos, y nadie me las daba: vivía para los cerdos, pero no compartía con los cerdos. Por último, ¿acaso eran míos los ojos cuando asolaban mi alma? Al fin, la misma necesidad me obligó a rehusar el beneficio en manos del Señor, para que, dada mi impotencia, él mismo lo reivindicase para sí de la total tiranía.

V

1. Meditad, amadísimos, y percataos bien del poder que os ha liberado del yugo insoportable del Faraón, pues va no presentáis vuestros miembros como armas de iniquidad al servicio del pecado ni reina más en vuestro cuerpo mortal. Hermanos, esto no podéis realizarlo por vosotros mismos: La diestra del Señor es poderosa; sólo puede hacerlo el que tiene un poder absoluto. No digáis: Nuestra mano ha vencido; reconoced que la mano de Dios lo ha hecho todo para salvarnos y ser veraces. Y que nadie vacile en tener la máxima cautela, porque corren días malos; nunca podemos estar tan seguros que caigamos en la presunción de pretender tomar esta herencia suya de manos de un tutor tan entrañable Y solícito para disponer de ella con una libertad peligrosa y nociva. Pues el celo de tu Padre es para tu bien; no es un recelo de rivalidad, sino una diligencia que lo dispone todo para reservarse íntegra la hacienda, de modo que no la pierdas. Cuando por fin llegues a la santa y maravillosa ciudad, en cuyas fronteras ha restablecido la paz, en la que ya no hay por qué temer incursión alguna del enemigo, no sólo te devolverá a ti mismo, sino además se te dará a sí mismo:

2. Mientras tanto aléjate de tus voluntades y no te apropies temerariamente de tus miembros entregados a Dios, consciente de que, una vez consagrados a la virtud, no se pueden utilizar, sin grave sacrilegio, para la vanidad, la curiosidad, el placer y otras obras mundanas parecidas. Dice el Apóstol: Sabéis muy bien que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo, que está en vosotros porque Dios os lo ha dado. Y añade: Pero el cuerpo no es para la fornicación. ¿Para quién entonces? ¿Acaso para ti? Sea para ti con toda libertad, pero si eres capaz de salvarlo con tus propias fuerzas de la violencia de la fornicación o, al menos, preservarlo. Pero, si quizá no puedes y porque realmente no puedes, que no sea el cuerpo para la fornicación, sino para el Señor. Vive consagrado a él, no sea que de nuevo venga a ser un esclavo más degradado de la corrupción. Lo dice el Apóstol: Hablo en términos humanos por lo flojos que estáis. Igual que antes cedisteis vuestros cuerpos como esclavos a la inmoralidad para la inmoralidad total, cededlo ahora a la honradez para vuestra consagración. Pero esto os lo digo por nuestra debilidad, como nos lo ha advertido. Mas cuan o resucite fuerte lo que sembró lo débil, ya no habrá necesidad alguna de esclavitud. Cuando la seguridad sea libre y la libertad segura, se lo devolverá gustosamente. ¿No va a conceder plena libertad a su criado fiel este Padre de familia tan generoso, si le confía todas sus posesiones?

VI

1. Entonces lo verás con tus propios ojos si ahora admites fielmente que son suyos y no tuyos. Primero, en razón de ese voto necesario a que nos hemos referido, por el cual los miembros mismos, que de ninguna manera o rías defenderlos de la tiranía del pecado, los entregaste a culto divino, renunciando a tus propias voluntades. Pero, además, tampoco puedes pensar que son tuyos tus ojos, ya que, si no reina, al menos reside en ellos una ley hostil, o incluso prevalece y campea libremente la pena del pecado, tu segundo enemigo. ¿Vas a llamar, por tanto, tuyo al cuerpo, si ya está muerto por el pecado, o podrías asegurar que pertenece al alma, cuando no cesa de oprimirla? El que desee llamarlo suyo, lo hará correctamente si lo cataloga como su propia carga y prisión. Si no, ¿Cómo considerarás tuyos a unos ojos que, quieras o no quieras, se rinden tan a menudo al sueño, los irrita el humo, los hiere una brizna, se nublan por cualquier supuración, los martirizan agudos dolores y termina cegándolos la muerte?

2. Sí, serán totalmente tuyos cuando todo esto desaparezca y puedas verlo todo con tus propios ojos, abriéndolos a tu gusto con toda libertad y tranquilidad. Ya no tendrás que apartarlos de las vanidades, porque verán la verdad en toda su pureza; no subirá la muerte por sus ventanas, porque también su hostilidad será vencida la última. ¿Temes, acaso, que sean deslumbrados entonces por el fulgurante resplandor de cada justo que brillará como el sol? Ciertamente, deberías temerlo si esos ojos tuyos no fueran glorificados por la resurrección, al igual que los restantes miembros del cuerpo.

VII

1. Verás la paga de los malvados. Eso constituirá, sin duda, un tormento ignominioso para ellos y como la culminación de todos sus males. Tal vez se viesen consolados de alguna manera si pudiesen eludir en sus tormentos el ser reconocidos por aquellos a quienes perversamente persiguieron, o al menos escapasen de sus moradas. Pero aunque por este descubrimiento nuestro les sobrevenga como un peso inmenso a su desgracia, ¿por qué debemos mirarlos, qué interés o qué satisfacción podemos encontrar en ello? ¿Es que ahora juzgaríamos algo más irreligioso, inhumano y hasta execrable que pretender recrearse contemplando el tormento de unos enemigos, por inicuos que sean, y deleitarse con los suplicios de unos desgraciados? Sin embargo, el malvado, al verlo, se irritará, rechinarán sus dientes hasta consumirse, porque los benditos del Padre serán llamados al Reino antes de que los malditos sean echados camino del fuego; así, viendo lo que han perdido, se intensificará su dolor. Y, al mismo tiempo, los justos lo verán con gozo pensando de qué se han librado.

2. Esa abismal separación tendrá un doble efecto: los cabritos morirán de envidia al ver a los corderos, mientras la contemplación de los malvados será, para los elegidos, fuente de inmensa gratitud y alabanza. ¿Cómo podrían los justos rendir una acción de gracias tan digna sino porque, además de gozar de su impensable felicidad, contemplan el castigo de los malvados? Así reconocen fielmente y con toda devoción que han sido segregados de los pecadores por pura misericordia del Redentor. Por su parte, los impíos se derretirán de envidia en su espíritu. ¿No será por ver cómo otros son introducidos ante sus ojos en el Reino del gozo más pleno, mientras ellos son condenados a gemir entre el hedor, el espanto, el tormento del fuego eterno y el sufrimiento de una muerte inmortal? Allí será el llanto y el apretar de dientes; llanto por el fuego que no se extingue, apretar de dientes por el gusano que no muere. Llanto doloroso, rabioso apretar de dientes. La crueldad de los tormentos dislocará el llanto; la misma fiereza de la envidia devoradora y la maldad empecinada serán el desquiciamiento y el rechinar de dientes. Por tanto, verás la paga de los malvados para que no termines en ingratitud hacia tu libertador por desconocer tan gran riesgo.

VIII

1. Y todavía más: la paga de los malvados será perfecta seguridad para los justos, porque jamás podrán temer va la maldad humana ni la diabólica; caerán a su izquierda mil, v diez mil a su derecha. Pero no sólo verán que caen; los verán caer en el infierno. ¿Crees que ya nada podrían temer? ¿No deben sospechar aún de aquella serpiente, la más astuta de todos los animales? Recuerdan perfectamente cómo un día redujo a la mujer en el paraíso. Pero ahora ven que su cuerpo es arrojado a las llamas de la venganza y que se abre una inmensa sima para separarlos de ella.

IX

1. Esta contemplación de los malvados te aportará una tercera ventaja: comparándote con su deformidad, brillarás más nítida y gloriosamente. Lo mismo sucede cuando se cotejan las cosas opuestas entre sí. Parece que resaltan aún más sus cualidades; si acercas lo blanco a lo negro, la blancura parece mayor, y la oscuridad más tenebrosa. Pero escucha una palabra profética más segura: Goce el justo viendo la venganza. ¿Por qué así? Bañe sus pies en la sangre de los malvados. No los contaminará con esa sangre, sino que los lavará en ella. Lo que a uno le vuelve más infecto y sórdido, eso mismo limpia y engalana más al otro.

X

1. Quizá ni en esta vida encontremos a alguien que no se impresione por ninguna de estas tres razones. Ellas, son embargo, nos dan el motivo por el que se reirá la Sabiduría ante la perdición de los malvados. Su palabra, que no miente, nos lo desvela así: Os llamé, y rehusasteis; extendí mi mano, y no hicisteis caso. Y más abajo: Pues yo me reiré de vuestra desgracia; me burlaré cuando os alcance el terror, cuando os llegue como huracán la desgracia. ¿Por qué creemos que la Sabiduría puede complacerse en la ruina de los necios sino por la rectísima justicia de sus disposiciones y la irreprochable ordenación de sus planes? Y lo que entonces cause complacencia a la Sabiduría, necesariamente deberá satisfacer también a todos los sensatos.

2. Por tanto, no pienses que te resultará duro verificar la realidad de esta frase: Nada más mirar con tus ojos, cuando tú mismo has de reírte de la desgracia de los malvados. Y no porque te alegres de la venganza con cierta crueldad inhumana, sino por la belleza misma de la Providencia divina, que deleita, mucho más de lo que se puede creer, al que es celoso de la divina justicia y amante de la equidad. Cuando, iluminado por la verdad, descubras plena y claramente que todo ha concluido perfectamente, y que ha sido devuelto a su propio lugar, ¿cómo no te vas a sentir a gusto meditándolo todo y alabando por ello al que todo lo dispone? Con gran precisión afirmó Pedro que el hijo de la perdición se marchó al lugar que le correspondía; se despeñó y reventó por medio el cómplice de los espíritus malignos. Por eso, el cielo se negó a acogerlo, y la tierra no pudo mantenerlo, por ser el traidor del verdadero Dios y verdadero hombre, que bajó del cielo para consumar la salvación en medio de la tierra.

XI

1. Así, pues, lo contemplarás con tus ojos, verás la paga de los malva os. Primero, por tu liberación; segundo, por tu total seguridad; tercero, por la comparación; cuarto, por la perfecta emulación de la misma justicia. Porque ya se acabó el tiempo de la misericordia y comienza el del juicio; no podemos esperar entonces compasión alguna hacia los impías, si va es imposible su enmienda, pues queda lejos esa sensibilidad de la delicadeza humana, de la que el amor se sirve ahora oportunamente para la salvación, como red que se extiende para recoger en su amplísimo seno toda clase de peces, buenos y malos; esto es, las inclinaciones aceptables y las funestas. Pero estamos faenando en el mar. Por eso se recogerá en la orilla solamente a los buenos, alegrándose con los que están alegres, porque ya no podrá llorar con los que lloran. De lo contrario, ¿cómo juzgaremos nosotros el mundo si no olvidásemos esta inclinación a la ternura y no nos metiera en su bodega? Así quedó dicho: Entraré en las proezas del Señor, y sólo recordaré, oh Dios, tu justicia.

2. Tampoco ahora se nos permite ser parcial ni para favorecer al pobre o compadecerse de él en el juicio. Aunque sea sintiéndolo mucho, debemos reprimir esta tendencia de la ternura y emitir la sentencia justa. ¡Cuánto más entonces! Ya no puede entrometerse ningún conflicto ni ansiedad de espíritu, porque tiene que cumplirse lo que está escrito: Sus jueces fueron absorbidos uniéndose a la piedra. Fueron absorbidos totalmente por su deseo de justicia y por la firmeza de la Piedra, a la que se unieron imitándola. Unidos a la Piedra, porque para seguirla únicamente a ella lo dejaron todo. Esto es lo que la Piedra misma respondió a Pedro cuando le preguntó qué les tocaría a ellos: Cuando el Hijo del hombre se siente en el trono de su gloria también vosotros os sentaréis en doce tronos para juzgar a las doce tribus de Israel. Ya lo anunció también el Profeta: El Señor vendrá a juzgar con los ancianos de su pueblo. ¿Esperas encontrar flexibilidad en los jueces solidarios con la Piedra? Dice el Apóstol: El que está unido al Señor es un Espíritu ron él. Así, el que se une a la Piedra, forma una roca con ella. Con razón suspiraba el Profeta: Para mí, lo bueno es adherirme a Dios. Por eso, los jueces fueron absorbidos uniéndose a la Piedra. ¡Qué favor tanta familiaridad! ¡Qué privilegio tanta confianza! ¡Qué prerrogativa esta seguridad tan perfecta!

XII

1. ¿Puede pensarse algo más pavoroso, que desborde tanta ansiedad y tan inquieta preocupación, como comparecer ante tan espantoso tribunal para esperar una sentencia tan incierta de un Juez tan rígido? Es horrendo caer en manos del Dios vivo. Juzguémonos ahora, hermanos, y tratemos de eludir aquella terrible expectación mediante el juicio presente. Dios no juzgará dos veces una misma cosa. Ya antes  el juicio son palmarios tanto los pecados de unos como los rectos afanes de los otros; de modo que, sin esperar a la sentencia, se hundirán en los infiernos por el propio peso de los crímenes; por el contrario, los justos, con toda la libertad de su espíritu, subirán inmediatamente a las sillas que tienen reservadas.

2. ¡Feliz la pobreza voluntaria de los  que todo lo dejaron para seguirte sólo a ti, Señor Jesús! ¡Feliz efectivamente, ya que los hace tan seguros e incluso tan gloriosos entre el trepidante estruendo de los elementos, en el amedrentador examen de los méritos y en el discernimiento tan exacto de los juicios! Pero escuchemos ya la respuesta del alma fiel y devota a tantas promesas; no pensemos que desconfía o que se fía más de lo conveniente. Porque tú eres, Señor, mi esperanza. ¿Cabe algo tan sobrio y devoto? A no ser que resulte tan oportuno como esta otra respuesta: Tomaste al Altísimo por defensa. Pero perdonadme, hermanos, que hoy también me he sobrepasado algo los límites de la brevedad que os había prometido.

LECCIÓN IX
El Señor es nuestra esperanza, el Altísimo es nuestro refugio

I

1. Escuchemos hoy también, hermanos, algo sobre la promesa del Padre, la expectación de los hijos, el término de nuestra peregrinación, el precio de nuestros trabajos, el fruto de la cautividad. Dura es, por cierto, esta cautividad. No la normal que sufrimos por el hecho de ser hombres, sino esa otra que nosotros mismos hemos elegido: mortificar nuestras propias voluntades y empeñarnos en perder hasta la propia vida en este mundo, entre los grilletes de rígidas observancias, en esta cárcel de dura penitencia. Esclavitud miserable de verdad si se abraza por coacción y no libremente. Pero como ofrecéis a Dios un sacrificio voluntario, y violentamos voluntariamente la voluntad, es que existe de por medio una razón: la razón suprema por excelencia. ¿Puede pesarnos lo que hagamos por él, aunque nos resulte difícil y trabajoso?

2. A veces, la misma contrariedad del esfuerzo provoca compasión; pero, mirando a sus motivaciones, suscita una felicitación, mucho más si todas las buenas obras se realizan no sólo por Dios, sino gracias a Dios. Porque es Dios quien activa en vosotros ese querer y ese actuar que sobrepasan la buena voluntad. El es el autor y el remunerador de la obra, él es la recompensa total. Así, ese Bien sumo, cuya simplicidad es tan perfecta en sí misma, viene a ser en nosotros la causa de todos los bienes, la eficiente y la final. Felices, amadísimos, porque, bajo el peso de todos estos trabajos, no ya os mantenéis firmes, sino que lo superáis todo gracias al que os amó. ¿No es también por él? Evidente. Ya lo dice el Apóstol: Si los sufrimientos de Cristo rebosan en vosotros, gracias al Mesías rebosa en proporción vuestro ánimo.

II

1. Por Dios es una expresión muy común y trivial. Pero, cuando no se usa superficialmente, es muy profunda. Brota con frecuencia de la boca de los hombres, aun cuando consta que su corazón está muy lejos de esas palabras. Todos piden limosna por Dios, todos suplican auxilio por Dios. Pero es muy corriente pedir por Dios lo que Dios no quiere, porque no se desea por Dios, sino precisamente contra Dios. Sin embargo, es una expresión viva y eficaz cuando, como debe ser, brota desbordante de una profunda piedad y de la más pura intención del espíritu; no maquinalmente, por rutina o por simple convencionalismo para convencer a otro. El mundo pasa, y su codicia también. Y se comprobará la inutilidad e inestabilidad de su firmeza cuando desaparezca el afán por cuya causa se ha desvivido. Pues, al evaporarse su mismo estímulo, desaparece con él todo cuanto en él se apoyaba. Por eso, el que cultiva los bajos instintos, de ellos cosechará corrupción, porque toda carne es heno, y su belleza como flor campestre; se agosta la hierba y se marchita la flor. Únicamente el ser por esencia es causa que nunca falla y no flor del campo, sino Palabra de Dios que dura por siempre. El mismo lo dice: El cielo y la tierra pasarán, mis palabras no pasarán.

III

1. Fuisteis inteligentes, amadísimos, eligiendo con gran acierto manteneros en la senda establecida, atentos a la voz de su boca para sembrar donde no puede perderse el más insignificante grano de vuestra semilla. Pues quien siembre mezquinamente, no dejará de cosechar, pero segará mezquinamente. El que cosecha recibe su recompensa. Y ya sabemos quién prometió que no quedará sin paga de justo ni siquiera el que dé un vaso de agua fresca al sediento. Si la misma medida que uséis la usarán con vosotros, ¿será igual la recompensa de quien no sólo dio un vaso de agua fresca, sino que, derramando su sangre, bebió el cáliz de la salvación que le presentaron? No se trata de un vaso de agua, sino del cáliz rebosante y embriagador, lleno de vino puro drogado. Sólo mi Señor Jesús, el único totalmente limpio, tuvo un vino puro y puede sacar pureza de lo impuro.

2. Sólo él tuvo vino puro, y por su divinidad es sabiduría que lo atraviesa y lo penetra todo y nada inmundo le contamina. Porque en su humanidad no cometió pecado ni encontraran mentira en su boca. Sólo él fue el único que sufrió la muerte sin contraerla por su propia naturaleza, sino por la opción de su libertad; no lo hizo por interés propio, pues no necesita nuestros bienes, ni para recompensar un favor con otro favor. El dio la vida por sus amigos sólo para rescatarlos, para transformar en amigos a los enemigos.

3. Cuando aún éramos pecadores, nos reconcilió por la sangre de su Hijo. O mejor, murió por los amigos no porque le amaron, sino porque él ya los amaba. En esto consiste la gracia: no en que nosotros amáramos a Dios, sino en que él las amó mucho antes. ¿Quieres saber con cuánta antelación? Bendito sea Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo, que por medio del Mesías nos ha bendecido desde el cielo con toda bendición del Espíritu. Porque nos eligió con él antes de crear el mundo. Y añade poco después: Agraciándonos por medio de su Hijo querido. ¿Cómo no iba a queremos en él, si él nos eligió? ¿Cómo no vamos a contar con su gracia, si la hemos recibido en él? Para esto murió a su tiempo por los culpables; pero, debido a la predestinación, murió por sus hermanos y amigos.

IV

1. En cualquier caso, el vino puro es suyo y de él solo. Ninguna otra persona se atreverá a negar que no se le pueden aplicar a ella estas palabras del Profeta: Tu vino está aguado. Primero, porque nadie se ve limpio de impureza; nadie puede presumir que su corazón es totalmente puro. Segundo, porque todos debemos pagar necesariamente el tributo de la muerte. Tercero, porque entregar la vida por Cristo es un atajo para llegar a la vida eterna. ¡Ay de nosotros si nos avergonzáramos de dar este testimonio! Cuarto, porque a un amor tan grande  como  el que nos ha mostrado y dispensado por pura gracia, sólo podemos corresponder con un amor desigual y lánguido.

2. Sin embargo, no desprecia esa mezcla sin mixtura. Por eso, el Apóstol afirma confiadamente que va completando en su carne mortal lo que falta a los sufrimientos de Cristo. Aunque a los llamados se les dará a todos por igual el mismo denario de la vida eterna, hay diferencia entre el resplandor del sol, el de la luna y el de las estrellas; y sucede igual en la resurrección de los muertos. La casa es la misma, pero tiene diversos aposentos con respecto a la eternidad y su bienestar. De modo que al que recogía mucho no le sobraba y al que recogía poco no le faltaba. Mas con respecto a la superioridad y a la diferencia de los méritos, dependerá de lo que cada cual haya trabajado y no se perderá absolutamente nada de cuanto se haya sembrado en Cristo.

V

1. Os he dicho esto, hermanos, para que valoréis la gracia de esa afirmación tan espiritual que hoy nos corresponde contemplar: Porque tú eres, Señor, mi esperanza. En todo lo que debemos hacer, en todo lo que debemos evitar, en todo lo que debemos sufrir y en todo lo que debemos decidir, tú eres, Señor, mi esperanza. Esta es mi única razón para confiar en todas las promesas y la única base de toda mi expectación. Otro recurrirá a sus méritos, se jactará de haber cargado con el peso del día y del calor, dirá que ayuna dos veces por semana y hasta se gloriará de no ser como los demás. Mas para mí lo bueno es estar junto a Dios, hacer del Señor mi esperanza.

2. Esperen otros en otras cosas; quizá alguien confíe en el saber de las ciencias, o en la sagacidad mundana, o en cualquier otra vanidad; yo tengo por pérdida y basura todas estas cosas, porque tú eres, Señor, mi esperanza. Quien lo pretenda, que ponga su confianza en riquezas tan inciertas; pero yo no espero ni siquiera mi ración de pan sino de ti, fiándome de tu palabra, por la que todo lo he abandonado. Buscad primero que reine su justicia, y todo eso se os dará por añadidura. Porque a ti se encomienda el pobre, tú eres el socorro del huérfano. Si me halagan con premios, esperaré conseguirlos de ti. Si un ejército acampa contra mí, si se enfurece el mundo, si brama el maligno, si la carne codicia contra el espíritu, yo esperaré en ti.

VI

1. Saborear esto, hermanos, equivale a vivir de la fe; sólo podrá decir de corazón: Porque tú eres, Señor, mi esperanza, aquel a quien interiormente  e mueva el Espíritu a volcar en Dios sus afanes, convencido de que Dios lo sustentará, tal como lo dice también el apóstol Pedro: Descargad en Dios todo agobio, que a él le interesa vuestro bien. ¿Para qué, si lo sabemos; para qué vacilamos en desechar toda esperanza vil, vacía, inútil, seductora, y no ambicionamos únicamente esta esperanza tan segura, tan completa y tan feliz con toda la devoción del alma y con todo el fervor del espíritu? Si fuese para él imposible o difícil alguna cosa, busca otro en quien confiar. Pero todo lo puede con su Palabra. ¿Hay algo más trivial que decir una palabra? Cierto; pero no quiero que concibas así su Palabra. Si decretó salvarnos, seremos liberados siempre; si quiere darnos la vida, la vida está ya en su voluntad; si desea concedernos los premios eternos, puede hacerlo. Quizás no dudes de que lo pueda; pero, ¿sospechas de su voluntad de hacerlo? También son manifiestos los testimonios acerca de sus designios. No hay amor más grande que dar la vida por los amigos.

2. ¿Podrá jamás abandonar al que espera en él esa majestad que con tanto empeño nos amonesta a que confiemos en él? Está muy claro que no dejará plantados a quienes esperan en él. El Señor los protege y los libra, los libra de los enemigos y los salva. ¿Por qué razones, por qué méritos? Escucha lo que dice a continuación: Porque se acogen a él. Motivo muy amable, pero eficaz y además irrevocable. Ahí está, sin duda, la salvación; pero nace de la fe, no de la ley. En cualquier tribulación en la que clamen a mí los escucharé. Enumera, pues, tus tribulaciones. Según su número, tu alma recibirá otros tantos consuelos, con tal de que no recurras a otro, siempre que fe invoques a él y en él esperes; si es que no eliges como refugio algo ridículo y terreno, sino al Altísimo. ¿Quién esperó en él y quedó abandonado? Es más fácil que pasen el cielo y la tierra que sus palabras.

VII

1. Porque hiciste del Señor tu refugio, dice el salmo. Y no se acercará allí el tentador, no subirá allí el calumniador, no llegará allí el acusador de nuestros hermanos. Recordad que al comienzo del salmo se dice esto del que mora al amparo del Altísimo, refugiándose en él ante la debilidad del espíritu y en la tormenta. Porque se siente una doble necesidad de refugiarse: contiendas por fuera y temores por dentro. Sería menor esta necesidad de huir si la fuerza interior resistiese firmemente los asaltos exteriores y la propia debilidad se robusteciese con la paz interior. Porque hiciste del Señor tu refugio.

2. Hermanos, huyamos allá con frecuencia; en aquel alcázar no podemos temer a ningún enemigo. ¡Ojalá pudiéramos permanecer más en él! En esta vida no es factible. Pero lo que ahora es sólo un refugio terminará siendo una tienda; una tienda sempiterna. Entre tanto, aunque no se nos permita quedarnos, debemos refugiarnos allí con frecuencia. En toda tentación, en toda tribulación y en cualquiera otra necesidad tenemos abierta la ciudad de refugio y nos acoge el seno materno; nos aguardan los huecos de la peña y se nos manifiesta la entrañable misericordia de nuestro Dios.

VIII

1. Creo, hermanos, que podría ser ya suficiente todo lo dicho como comentario de este verso si el Profeta se hubiese expresado como en algunos otros salmos: Porque en ti he esperado. Pero dice: Tú eres, Señor, mi esperanza. Porque no sólo espera en él, sino que le espera a él. Y es que el objeto de la esperanza, en sentido más estricto, es lo que esperamos y no aquello en que esperamos. Hay algunos que desean alcanzar del Señor algunos bienes materiales o espirituales. Pero el amor perfecto sólo ansía el sumo bien y exclama con toda la vehemencia de su anhelo: ¿No te tengo a ti en el cielo? Y contigo, ¿qué me importa la tierra? Se consume mi corazón por Dios, mi lote perpetuo.

2. Hoy nos lo realzaba en pocas palabras, pero preciosamente la lectura del profeta Jeremías: E Señor es bueno para los que en él esperan y para el alma que lo busca. Subrayemos el detalle de la diferencia de número en la misma frase: el verbo "esperar" está en plural, como si fuera algo común a muchos; pero el verbo buscar en singular, porque corresponde a una pureza singular, a una gracia singular, a una perfección singular, propia de quien, además de esperarlo todo de Dios, a nadie busca sino a él. Si su bondad es grande con los primeros, ¿cuánto mayor no será con éstos?

IX

1. Con razón, pues, se dice al alma que lo busca: Hiciste del Altísimo tu refugio. Porque, si tiene tal sed de Dios, no desea hacer tres chozas, como Pedro en el monte terrenal, o tocarle, como María en esta vida, sino que exclama rotundamente: Date prisa, amor mío, como el gamo, como el cervatillo por las lomas de Betel. Porque ha oído sus palabras: Si me amarais, os alegraríais de que me vaya con el Padre, porque el Padre es más que yo. También le escuchó: Suéltame, que aún no estoy arriba con el Padre. Y, conociendo este consejo celestial, dice con el Apóstol: Aun cuando hemos conocido a Cristo según la carne, añora ya no lo conocemos así. Por las lomas de Betel, dice; esto es, por encima de todos los principados y potestades, ángeles y arcángeles, querubines y serafines, pues no hay otros montes, sino ésos; en la casa de Dios, que eso significa Betel. Es decir, en la derecha del Padre, don e va el Padre no es más que él; en la derecha del Altísimo, deseando poseer al Coaltísimo. Esta es la vida eterna: reconocer al Padre como único Dios verdadero, y a su enviado Jesucristo, verdadero Dios y uno con él, soberano y bendito por siempre. Amén.

LECCIÓN X
No se te acercará la desgracia, ni la plaga llegará hasta tu tienda

I

1. No es una opinión mía ni nueva  ara vosotros, sino una sentencia conocidísima, la siguiente afirmación: sobre algunos aspectos de nuestra fe se puede conocer más fácilmente e ignorar con mayor riesgo aquello que no es que lo que es en sí. Y pienso que podemos decir exactamente lo mismo con toda propiedad acerca de la esperanza. Porque el espíritu humano, por su experiencia de tantos males, comprende mucho más fácilmente aquello de lo que se verá libre que aquello de lo que va a gozar. Sin duda hay un parecido como de hermanos entre la fe y la esperanza: lo que la primera cree como algo futuro, la otra comienza ya a esperárselo para un más allá. Con razón, el Apóstol definió la fe como anticipo de lo que se espera, pues nadie puede esperar lo que no cree, como nadie puede pintar sobre el vacío. Y es que la fe exclama: Dios ha reservado magníficos e impensables bienes para los fieles. Y contesta la esperanza: Son para mí. Pero tercia el amor y dice: Corro a por ellos.

2. Mas, como ya he dicho, es dificilísimo y hasta imposible conocer la naturaleza de esos bienes a no ser que lo revele su mismo Espíritu, según aquello del Apóstol: El ojo nunca vio, ni oreja oyó, ni hombre alguno ha imaginado lo que Dios ha preparado para los que le aman. Y esto por muy perfecto que sea el hombre mientras viva en este cuerpo mortal, ya que aquí puede darse, por así decirlo, una imperfecta perfección. De lo contrario, no diría el Apóstol: Cuantos somos perfectos tengamos estos sentimientos, aunque acababa de confesar: No es que ya lo haya obtenido porque sea ya perfecto. Por eso, el mismo Pablo se ve obligado a reconocer: Ahora vemos confusamente en un espejo, mientras entonces veremos cara a rara.

3. Lo que más se le recomienda al hombre con cariño y fecunda insistencia es precisamente aquello para lo cual se reconoce más capaz en esta vida. Efectivamente, es propio de los afligidos considerar como la cumbre de la felicidad el liberarse de todo sufrimiento y situar la dicha perfecta en la carencia de toda desgracia. Por eso dice el Profeta en el salmo: Alma mía, recobra tu calma, que el Señor fue bueno contigo. Y, sin enumerar los demás favores recibidos para su felicidad, continúa: Arrancó mi alma de la muerte; mis ojos, de las lágrimas; mis pies, de la caída. Claramente insinúa con estas palabras la paz y el beneficio tan grande que supone para él verse liberado de tribulaciones y peligros.

II

1. Lo que hoy nos corresponde comentar sobre el salmo 90 guarda una analogía con esta afirmación. No se te acercará la desgracia, ni la plaga llegará hasta tu tienda. Este verso, a mi parecer, es muy fácil de comprender, como quizá algunos ya lo habéis hecho. Pues no sois tan rudos ni carecéis de sentido espiritual para no distinguir instintivamente entre vuestra  propia alma y vuestra tienda, o sea, entre la desgracia y la plaga. Porque escuchasteis al Apóstol decir que, cuando ya haya competido en noble lucha, será demolida en seguida su tienda. ¿Pero será necesario recordar las palabras del Apóstol? ¿Es que un soldado puede desconocer su tienda o tiene que aprender de la experiencia ajena? Hay algunos que de sus tiendas hicieron un domicilio de vergonzosa cautividad porque no luchan dentro de ellas, sino que llevan una vida de esclavitud indigna.

2. Es de lo más ridículo que algunos hasta se pierdan de tal manera y lleguen a tal degradación y locura espiritual, que parezcan obsesionados exclusivamente por esta tienda suya exterior. ¿Qué podemos pensar? Que no sólo desconocen a Dios, sino que se ignoran a sí mismos. Muertos en su corazón, consumen todo su afán en su propia carne y valoran su tienda como si creyeran que jamás puede desmoronarse. Pero no; se derrumbará sin remedio y, además, muy pronto.

3. ¿Acaso no dejan entrever que se ignoran a sí mismos quienes así se entregan a la carne y a la sangre como si creyesen que no existe absolutamente nada más? En vano han recibido su alma, porque incluso no saben que la tienen. Si apartas el metal de la escoria, dice el Señor, serás mi boca. Esto es: si te esfuerzas por distinguir entre tu realidad interior y la exterior, de modo que no temas la plaga de tu tienda más que la de gracia de ti mismo. Entendiendo por desgracia la aludida en estas palabras: Apártate del mal y haz el bien. Ese mal que quita la vida a su propia vida, que crea una separación entre Dios y tú; ese mal que cuando reina, como un cuerpo sin alma, deja al alma sin Dios, muerta del todo en sí misma, igual que aquellos de quienes hablaba el Apóstol que vivieron sin Dios en el mundo.

III

1. Pero no pretendo decirte que odies tu propio cuerpo, ni mucho menos. Ámalo como un regalo de colaboración, destinado a ser el compañero de tu felicidad eterna. Por lo demás, ame el alma al cuerpo, pero sin creer que debe reducirse a ser carne, no sea que le diga el Señor: Mi Espíritu no durará siempre en el hombre  puesto que es de carne. Ame el alma a su cuerpo, pero atienda mucho más a su propia vida. Ame Adán a su propia Eva, pero no la ame obedeciendo más su voz que a la de Dios. Porque tampoco le trae cuenta al cuerpo que lo ames de tal forma que, por evitarle ahora el golpe de la corrección paternal, le almacenes para luego la ira de la eterna condenación. Camada de víboras, dice Juan, ¿quién os ha enseñado a vosotros a escapar del castigo inminente? Dad el fruto del arrepentimiento. Como si dijera más claramente: Rendidle homenaje al Señor, no sea que se irrite. Palos y castigos meten en razón para que no os triture el mazo.

2. ¿Cómo pueden decirnos los hombres carnales; Vuestra vida es una crueldad, porque no perdonáis a vuestro cuerpo? -Concedido. No perdonamos a la semilla. ¿Pero podríamos ser más indulgentes con ella? ¿Qué es mejor? ¿Que se renueve y multiplique en la tierra o que se pudra en el hórreo? ¡Ay!, se pudrieron los jumentos en el estiércol. ¿Así de indulgentes sois vosotros con vuestro cuerpo? Sí; nosotros seremos crueles ahora porque no le perdonamos, pero vosotros sois mucho más crueles precisamente porque le perdonáis. Puesto que ya en el presente nuestra carne descansa en la esperanza, pero vosotros os veréis obligados a contemplar toda la ignominia que soporta la vuestra en esta vida y la miseria que le aguarda en la futura.

3. No se te acercará la desgracia, ni la plaga llegará a vuestra tienda. Aquí se prometen al justo dos investiduras, y una doble inmortalidad. ¿Cuál es la causa de la muerte sino la separación del alma y del cuerpo? Por eso se le llama al cuerpo exánime cuando ya es un cadáver. ¿Por qué se produce esta separación sino por las debilidades presentes, por la intensidad del dolor, por la alteración del cuerpo, por el castigo del pecado? Con sobrada razón, nuestra carne teme y siente repugnancia ante la plaga. De ella proviene ese divorcio demasiado amargo del alma misma, cuya compañía le brinda al cuerpo tanto gozo y honor. Pero mientras no se vea renovada debe soportarlo provisionalmente, le guste o le disguste. Conviene sufrirlo para que te liberes totalmente y no llegue después la plaga hasta tu tienda.

IV

1. Como antes recordábamos y conviene tenerlo siempre presente, Dios es, sin embargo, la verdadera vida del alma. Quien los separa a ambos es e mal; pero el mal del alma, que no es otro sino el pecado. ¡Hala, hermanos! A tontear, a pasarlo bien durmiendo ociosamente con dos serpientes, vecinas nuestras y dispuestas a quitarnos las dos vidas: la del cuerpo y la del corazón. ¿Cómo podemos dormir tranquilos? Semejante abandono en tan grave peligro, ¿no delata una pérdida total de la esperanza más que nuestra seguridad?

2. Deberíamos desear seriamente vernos libres de ambas cosas; pero tendremos que precavernos ante el pecado más que del castigo por el pecado y eludir la desgracia con mayor vigilancia que la plaga, ya que es más nocivo y mucho más siniestro para el alma separarse de Dios que alejarse del cuerpo. Apenas se quite de en medio toda clase de pecado, al desaparecer la causa, se disipará también su efecto. Y así como no podrá ya acercársete la desgracia, tampoco la plaga podrá llegar hasta tu tienda; es decir, el castigo estará tan lejos del hombre exterior como del hombre interior la culpa. Porque no dice: No habrá en ti desgracia o plaga en tu tienda, sino: la se te acercará, no llegará.

V

1. Pensemos que hay hombres en quienes no sólo habita el pecado, sino que reina en ellos. Ya no es posible que lo tengan más cerca ni más entrañado en su interior, a no ser cuando llegue a dominarlos hasta tal extremo que no dejen de poseerlos de manera alguna. Hallaremos otros en quienes todavía permanece el pecado, pero ya no prevalece en ellos o no los domina. En cierto sentido ha quedado envuelto, pero no arrojado; abatido, pero no expulsado. Sabemos que al principio no era así, porque antes de la primera transgresión del mandato no sólo no reinó el pecado en nuestros primeros padres; ni siquiera existió. Sin embargo, parece que incluso entonces lo tenían cerca, puesto que penetró tan pronto. Y hasta les amenazaba con el castigo concreto del pecado. Es más: lo tenían como a la puerta, aunque todavía no penetrara en los cuerpos, cuando les dijo: El día en que comáis del árbol del bien y del mal tendréis que morir. ¡Dichosa expectación y aparición gloriosa la nuestra! Porque la resurrección será mucho más glorificadora que nuestra situación anterior: jamás podrá reinar o habitar en nuestra alma ni culpa ni desgracia, ni plaga ninguna. No se te acercará la desgracia ni la plaga llegará  hasta tu tienda. Nada tan lejano para nosotros como aquello que no puede ni siquiera acercarse nunca.

VI

1. Pero ¿qué hacemos, hermanos? Temo ser descubierto, porque nuestro gran y común Abad, mío y vuestro, determinó que a estas horas nos dediquemos al trabajo manual y no a escuchar sermones. Pero confío que su bondad nos disculpe, porque recordará precisamente aquella piadosa trampa que el monje Román hacía para servirle durante tres años cuan o vivía escondido en la cueva, como podemos leerlo: Hurtaba piadosamente unas horas a la vigilancia de su abad y en días convenidos llevaba a Benito el pan que a hurtadillas podía sustraer de su comida. Yo sé ciertamente, hermanos, que muchos entre vosotros gozan de abundante delicia espiritual y que personalmente no me privo de lo que a vosotros os entrego. Al contrario, lo comparto con vosotros para saborear mejor y con mayor garantía todo lo que Dios me da. Porque este sustento no mengua repartiéndolo, más bien aumenta al servirlo. 

2. Y si alguna vez os hablo a horas no acostumbradas en la Orden, no lo hago caprichosamente, sino con el consentimiento de nuestros venerables hermanos y coabades. Incluso ellos me lo mandan, aunque de ningún modo quieren que se me permita hacerlo sin discriminación alguna. Reconocen que en mi caso existe un motivo y una especial oportunidad, pues ahora no estaría hablándoos si pudiera trabajar con vosotros. Lo cual haría más eficaz mi palabra, y así mi conciencia lo asumiría mejor. Pero no me es posible por culpa de mis pecados y por tantas enfermedades de este mi oneroso cuerpo, como bien sabéis, Y por la premura de mi tiempo. ¡Ojalá merezca entrar, aunque sea el último, en el Reino de Dios, a pesar de que no cumplo lo que predico!

LECCIÓN XI
A sus ángeles ha dado órdenes para que te guarden en sus caminos

I

1. Escrito está, y con verdad escrito, que no hemos sido aniquilados gracias a las misericordias del Señor, porque no nos entregó a la saña de nuestros enemigos. Vela incansable sobre nosotros, alerta la mirada de su especial clemencia; no duerme ni reposa el guardián de Israel. Y cómo lo necesitamos, pues tampoco duerme ni reposa el que combate contra Israel. Pero él cuida de nosotros y se interesa por nuestro bien, mientras que el ladrón sólo quiere matar y perdernos, volcando todo su afán en conseguir que no se convierta jamás el que ya se desvió. Entre tanto, nosotros o no hacemos caso o apenas tenemos en cuenta la majestad del defensor que nos protege con sus desvelos y nos colma de beneficios, ingratos como somos a su gracia o, mejor, a sus innumerables gracias con las que nos sale al paso y nos ayuda.

2. Unas veces, él mismo nos inunda de luz, o nos visita valiéndose de los ángeles, o nos instruye mediante otros hombres, o nos consuela y enseña con las Escrituras. Todas las Escrituras antiguas se escribieron para enseñanza nuestra, de modo que entre nuestra paciencia y el consuelo que dan las Escrituras mantengamos la esperanza. Bien dice para enseñanza nuestra, de modo que por nuestra paciencia mantengamos la esperanza. Ya en otro lugar se nos advierte: La sabiduría el hombre se conoce por su paciencia. Porque la paciencia produce entereza, y la entereza esperanza. ¿Pero será posible que nosotros mismos nos desasistamos, que nosotros mismos nos descuidemos? ¿Vamos a ser unos negligentes porque nos socorran por todas  partes?  Por eso mismo deberíamos vigilar con mayor tensión. Pues no se preocuparían tanto de nosotros, lo mismo en el cielo que en la tierra, si no nos cercaran tantas necesidades; no nos cuidarían tantos centinelas si no se multiplicaran tantas asechanzas.

II

1. Felices por ello esos hermanos nuestros que va han sido liberados de la red del cazador; que pasaron del campamento de los combatientes a los atrios de los que descansan y, superado todo temor, se instalaron personalmente en la esperanza. A cada uno de ellos y a todos ellos juntos se les dice: No se te acercará la desgracia, ni la plaga llegará hasta tu tienda. Debes pensar que esto no se promete al hombre dirigido por los bajos instintos, sino al que, viviendo en la carne, es llevado por el Espíritu. Pues no hay manera de distinguir entre su tienda y su persona; todo en el es confusión, como buen hijo de Babilonia. En definitiva, un hombre así es de carne, y el Espíritu no habita en él.

2. ¿Cuándo puede ausentarse el mal de un hombre en cuyo espíritu no vive el espíritu del bien? Consecuentemente, donde está asentado el mal, deberá hacerse presente la desgracia. Porque siempre van juntos la maldad y su castigo. No se te acercará la desgracia, ni la plaga llegará hasta tu tienda. Maravillosa promesa. ¿Pero cómo podremos soñar con ella? ¿Cómo huir de la desgracia y de la plaga, cómo evadirme, cómo alejarme para que no se me acerquen? ¿Con qué méritos, con qué estrategia, con qué poder? Porque a sus ángeles ha dado órdenes para que te guarden en todos tus caminos. ¿Y cuáles son estos caminos? Los que te alejan del mal, los que te permiten escapar de la ira futura. Hay muchos caminos y de muchas clases; y ése es un gran peligro para el caminante. Con tantas encrucijadas fácilmente se extraviará de su camino el que no sepa distinguir las sendas. No mandó a los ángeles que nos guarden en todos los caminos, sino en todos nuestros caminos. Porque hay unos caminos de los que nos deben guardar y otros en los que no lo necesitamos.

III

1. Por tanto, hermanos, conozcamos bien nuestros caminos; estudiemos además los caminos de los demonios y busquemos los caminos de los espíritus bienaventurados y los caminos del Señor. Abordo ahora un tema que me supera. Vosotros me ayudaréis con vuestras oraciones para que Dios me abra el tesoro de su saber y acepte la ofrenda de mis labios. Los caminos de los hijos de Adán llevan hacia donde los arrastran la necesidad y el ímpetu del deseo. Pasión y necesidad nos impulsan, tiran de nosotros. Sólo hay una diferencia: que la necesidad simplemente urge, mientras la pasión arrebata con violencia. Por su parte, la necesidad debe atribuirse, al parecer, simplemente al cuerpo. Su meta es muy compleja; su camino da muchos rodeos, presenta muchas dificultades y poquísimos atajos, si es que tiene alguno. ¿Quién ignora que la necesidad del hombre es realmente tan diversa? ¿Quién será capaz de explicar esta diversidad? Lo sabemos por la misma experiencia, nos lo da a conocer su mismo tormento. De ahí puede deducir cada cual por qué se ve apremiado a exclamar: Señor, sácame de mis necesidades, no de mi necesidad.

2. Todo el que no escuche con oídos sordos las sentencias del Sabio, no sólo deseará que le saquen del camino de la necesidad, sino, además, de las sendas de la pasión. ¿Pues qué dice? No sigas tus caprichos. Y a continuación: No vayas detrás de tus deseos. Aunque ambas cosas son malas, es mucho mejor seguir el impulso de la necesidad que el de la pasión. La primera es muy compleja, pero ésta es mucho más amplia y, por carecer de medida, lo abarca todo. Porque la pasión radica en el corazón; por eso es tanto más universal, cuanto mayor es la diferencia entre el cuerpo y el alma. Finalmente, éstos son los caminos que le parecen buenos al hombre, pero acaban sumergiéndolo en lo profundo del infierno.

3. Encontraste los caminos del hombre. Pero mira bien si no se habrá dicho de ellos lo que sigue: En sus caminos, la aflicción y la desgracia. Efectivamente, la necesidad implica aflicción, y la pasión, desgracia. ¿Por qué  es una desgracia la pasión, es decir, la negación de la felicidad ansiada? ¿Y si uno cree que le sonreirá la felicidad apetecida cuando le inunden las riquezas? Pues por eso mismo será menos feliz. Cuanto mayor sea la pasión con que se abraza a la infelicidad, más se ahoga y más le devora. ¡Qué desgraciados son los hombres por esta falsa y falaz felicidad! ¡Ay del que dice: Soy rico y no necesito de nadie, cuando en realidad es un  obre, desnudo, mísero y miserable! La necesidad nace en la debilidad del cuerpo; el deseo proviene del vacío y olvido del corazón. Por eso mismo mendiga el alma lo ajeno, porque se ha olvidado de comer su pan; por eso anhela las realidades terrenas, porque no piensa para nada en las celestiales.

IV

1. Veamos ahora las sendas de los demonios. Veámoslas y alejémonos de ellas. Veámoslas y huyamos, porque son caminos de soberbia y obstinación. ¿Queréis saber por qué lo sé? Contemplad a su caudillo: así son sus siervos. Pensad de dónde parten sus caminos. De repente se lanzó hacia la soberbia más cruel, diciendo: Me sentaré en el monte de la asamblea, en el vértice del cielo. Me igualaré al Altísimo. ¡Qué pretensión tan nefasta y temeraria! ¿O no han fracasado los malhechores, y, derribados, no se pueden levantar? Debido a su soberbia fracasaron, y el que cayó por su obstinación se acostó para no levantarse. Su espíritu se aleja por la soberbia, y por su obstinación nunca vuelve. Es impresionante la presunción de los espíritus malignos, pero no lo es menos su obstinación, porque su soberbia siempre aumenta más y más; por eso jamás se convertirán. Porque rechazaron volverse del camino de la soberbia, cayeron en la senda de la obstinación.

2. ¡Qué perverso y envilecido es el corazón humano cuando sigue las huellas de los demonios y entra en sus caminos! Toda la estrategia de los espíritus malignos contra nosotros se basa en seducirnos, en meternos por sus caminos y llevarnos por ellos para conducirnos a la ruina preparada para ellos. Huye, hombre, de la soberbia, no se ría de ti tu enemigo. Este es el vicio que más le agrada; sabe por sí mismo qué difícil te será salir de ese abismo.

V

1. Por otra parte, quiero que sepáis, hermanos, de qué manera bajamos o, por mejor decir, caemos en estos caminos. Ahora mismo se me ocurre que el primer paso por el que nos deslizamos en ellos es el encubrimiento de la propia debilidad, de la propia iniquidad y peligro, siendo indulgente con uno mismo, adulándose a sí mismo, figurándose ser algo, cuando no se es nada; o sea, la propia seducción. El segundo paso es la ignorancia de sí mismo. Si hemos comenzado por cubrirnos inútilmente con hojas de higuera, ¿qué remedio nos queda más que no mirar las llagas encubiertas, especialmente habiéndolas tapado sólo para no verlas? Y así se explica que, cuando otro me las descubra, porfiaré que no son llagas, escudándome en palabras habilidosas para buscar excusas a los pecados. Y éste es el tercer paso, ya muy próximo e incluso inmediato a la soberbia. ¿Pues qué mal temerá ya consumar el que lo defiende con su insolencia? Será difícil que se detenga en su camino oscuro y resbaladizo, especialmente cuando el ángel del Señor los persiga y empuje. Es el cuarto paso o, más bien, el cuarto precipicio: el desprecio. De nada hace ya caso el malvado cuando ha caído en el abismo del mal.

2. En adelante va cerrándose más y más sobre él la salida del pozo; el desprecio conduce a esta alma hasta la impenitencia y la impenitencia se afianza en la obstinación. Es el pecado que no se perdona en este mundo ni en el otro, porque el  corazón terco y endurecido ni teme a Dios ni respeta al hombre. El que en todos sus caminos se adhiere así al diablo, claramente se hace un solo ser con él. Pero los caminos del hombre que más arriba mostramos son estos que nos dice el Apóstol: No os sobrevenga tentación que no sea humana; y pecar es humano. En realidad, ¿quién ignora que los caminos diabólicos son impropios del hombre? A no ser cuando la costumbre misma parece haberse convertido en otra naturaleza. Pero, aun cuando esto le suceda a algunas personas, aferrarse al mal no es propio del hombre, sino del diablo.

VI

1. ¿Y cuáles son los caminos de los santos ángeles? Los da a conocer el Unigénito cuando dice: Veréis a los ángeles subir y bajar por este Hombre. Sus caminos son subir y bajar. Ascienden por ellos y descienden, o mejor, condescienden por nosotros. Los espíritus bienaventurados ascienden para contemplar a Dios y descienden para compadecerse de ti y guardarte en tus caminos. Ascienden a su presencia y descienden bajo su indicación, porque a sus ángeles ha dado órdenes. Pero ni cuando descienden se ven privados de la visión de su gloria, porque están viendo siempre el rostro del Padre.

VII

1. Pienso que también querréis escuchar algo sobre los caminos del Señor. Sería mucha presunción prometeros que os los mostraré. La Escritura nos dice que él mismo nos enseñará sus caminos. ¿Podremos confiar en otro? Ya lo hizo cuando abrió los labios del Profeta con estas palabras: Las sendas del Señor son misericordia y lealtad. Así viene a cada hombre, así viene a todos en común: en la misericordia y en la lealtad. Mas donde se abusa de la misericordia y se prescinde de la lealtad, allí no está Dios habitualmente. Tampoco donde reina el terror al recordar su lealtad y no se evoca el consuelo de su misericordia. Pues no anda en la verdad el que no reconoce su misericordia donde realmente está, ni puede ser verdadera la misericordia sin la lealtad. Por tanto, cuando la misericordia y lealtad se encuentran, entonces se besan la justicia y la paz; no puede ausentarse el que puso su morada en la paz. ¡Cuántas cosas oímos y aprendimos de nuestros padres sobre esta estrecha unión tan dichosa entre la misericordia y la lealtad! Dice el Profeta: Que tu misericordia y lealtad me guarden siempre. Y en otro lugar: tengo ante mis ojos tu bondad y camino en tu verdad. Y también lo dice de sí mismo el Señor: Mi fidelidad y misericordia lo acompañarán.

VIII

1. Pero contempla también las venidas manifiestas del Señor. En la que ya fue consumada encontrarás a un Salvador misericordioso, y en la prometida para el último día te encontrarás con un remunerador justo. Tal vez por eso se haya dicho: El Señor ama la misericordia y la fidelidad, él da la gracia y la gloria. En su primera venida se acordó de su misericordia y su fidelidad en favor de la casa de Israel. En la segunda, aunque juzgará al orbe con justicia y a los pueblos con fidelidad, su juicio no carecerá de misericordia, a no ser con los que no fueron misericordiosos.

2. Estos son los caminos de la eternidad, de los cuales dice el Profeta: Se postraron los collados del mundo al pasar el Eterno por sus caminos. Tengo a mi alcance cómo demostrarlo con toda facilidad, puesto que la misericordia del Señor dura siempre y su fidelidad es eterna. Por estos caminos se prosternaron los collados primordiales: los demonios soberbios, los jefes del mundo, los que dominan en las tinieblas, los que ignoraron el  camino de la fidelidad y la misericordia, los que olvidaron sus pasos. ¿Tiene algo en común con la verdad el falso y el padre de la mentira? Expresamente se refiere a él cuando dice: No se mantuvo en la verdad. La desgracia que nos causó testifica, además, qué lejos estuvo de la misericordia. ¿Cuándo pudo ser misericordioso el que desde siempre fue un homicida? El que es inicuo consigo, ¿con quién será bueno?

3. ¿Y qué inicuo es para sí mismo el que jamás se arrepiente de su propia iniquidad ni jamás se duele de su propia condenación? Al contrario, su mentirosa soberbia lo arrojó del camino de la verdad, su cruel obstinación le cerró la senda de la misericordia. Por eso es incapaz de conseguir jamás misericordia ni de sí mismo ni del Señor. De esta forma, esos ensoberbecidos collados se prosternaron ante los caminos de la eternidad, que son rectos, y cayeron sobre los recovecos y tortuosos precipicios, que son sus caminos. ¡Con cuánta más prudencia y provecho se postraron y humillaron algunos otros montes para su salvación ante esos mismos caminos! No se prosternaron como apartándose de su rectitud, sino porque se humillaron ante los caminos de la eternidad. ¿Es que no vemos prosternados a los montes primordiales cuando los grandes y poderosos se doblan ante el Señor y adoran sus huellas con devota sumisión? ¿Acaso no se rebajan cuando vuelven a las sendas humildes de la misericordia y la lealtad desde esa perniciosa altivez que es la soberbia y  la crueldad?

IX

1. Por estos caminos del Señor se encaminan no sólo los espíritus buenos, sino también los elegidos. El primer paso del hombre infeliz que emerge de la sima de los vicios es aquella misericordia semejante a la de la madre para con su hijo, con la que siente compasión por su alma, y con ello complace a Dios, pues el que así procede imita aquel gran acontecimiento de inmensa misericordia y se une al dolor de aquel que primero padeció por él, muriendo también él, en cierto sentido, por su propia salvación, sin perdonarse más a sí mismo. Esta primera compasión acoge al que retorna a su corazón y se fragua en el misterio íntimo de sus entrañas.

2. Pero todavía debe adentrarse por el camino real y avanzar hacia la fidelidad, acompañado, como tantas veces os lo encarezco, por la apertura de la conciencia, complemento de la contrición del corazón. La fe interior obtiene la justificación y la confesión pública consigue la salvación. Convertido de corazón, debe ser como un niño ante sí mismo, como dice la Verdad: Si no os hacéis como niños, no entraréis en el reino de los cielos. No pretenda, pues, encubrir lo que no es posible ignorar: que ha sido aniquilado sin saber por qué. No se avergüence de sacar a la luz  e la verdad lo que no puede ver oculto sin un gran sentimiento de compasión. Así es como entra el hombre por los caminos de la misericordia y de la lealtad, que son caminos de Dios y sendero de vida; su meta es la salvación del caminante.

X

1. Es obvio que los caminos de los ángeles llevan también la misma dirección. Cuando ascienden a la contemplación, buscan la verdad, de la que se sacian deseándola y la desean más al saciarse. Cuando descienden, se compadecen de nosotros para guardarnos en todos nuestros caminos, pues no son sino espíritus en servicio activo enviados para sentirnos. Son sólo siervos nuestros, no señores nuestros. Y en esto siguen el ejemplo del Unigénito, que no vino a ser servido, sino a servir; estuvo entre sus discípulos como quien sirve. La meta de los caminos angélicos, por lo que a ellos respecta, es su propia bienaventuranza y la obediencia del amor; con relación a nosotros, primero es conseguir la divina gracia y además guardar nuestros caminos. Porque a sus ángeles ha dado órdenes para que te guarden en todos tus caminos, en todas tus indigencias, en todos tus deseos.

2. De lo contrario, fácilmente correrías hacia los caminos de la muerte. Es decir, te lanzarías de la necesidad a la obstinación, o del deseo apasionado, a la soberbia. Y estos caminos no son los de los hombres, sino propios de los demonios. Porque ¿dónde suelen obstinarse más fácilmente los hombres sino en aquello que fingen o creen que necesitan? Lo dice un poeta: Prediques lo que prediques, yo puedo lo que puedo y no más de lo que puedo. Si tú estuvieses en mi caso, pensarías de otra manera. ¿De dónde saltamos a la presunción sino desde el  ímpetu violento del deseo?

XI

1. Dios ha dado órdenes a sus ángeles no para que te desvíes de sus caminos, sino que guardarte en ellos y para dirigir los tuyos a los del Señor a través de los suyos. Me dirás: ¿De qué manera? Mira: él obra más puramente, sólo por amor. Pero tú, persuadido, al menos, de su propia necesidad, descendiendo y condescendiendo, mostrarás compasión hacia tu prójimo y de nuevo elevarás tus deseos como los ángeles esforzándote por ascender a la verdad suma y eterna con toda la vehemencia de tu alma. Por eso nos invitan a elevar los corazones y las manos y oímos todos los días: Levantemos el corazón. Y nos reprochan nuestra dejadez: Y vosotros, ¿Hasta cuándo seréis de estúpido corazón, amaréis la falsedad y gustaréis el engaño? Porque un corazón libre es ágil para elevarse más en la búsqueda y amor de la verdad. No nos extrañe, pues, que se dignen acogernos, e incluso introducirnos en los caminos del Señor, los que no tienen a menos guardarnos en los nuestros. ¡Cuánto más felices y seguros que nosotros caminan por ellos! Mas, aunque caminen por la misericordia y lealtad, distan muchísimo del que es la verdad misma y la misma lealtad.

XII

1. ¡Con qué coherencia puso Dios todas las cosas en su debido lugar! El se reserva la cumbre suprema, porque es el Sumo, sobre el cual nada hay; porque más allá de él nada existe. A los ángeles no los colocó en la cumbre, sino en lugar seguro, porque habitan más cerca del que subsiste en el lugar supremo, y desde lo alto los reviste de fuerza. Los hombres, en cambio, no viven en la cumbre ni en lugar seguro, sino en el de la precaución. Además habitan en la tierra sólida, ocupando un lugar bajo, pero no en el ínfimo, del que pueden y deben prevenirse. Mas los demonios quedan colgados en el aire vacío e inestable, porque son indignos de subir a los cielos y no se rebajan a descender hasta la tierra.

2. Baste por hoy con lo dicho. Dios quiera que con su favor podamos darle gracias suficientemente, ya qué nuestra suficiencia nos llega de él. No es que de por sí uno tenga aptitudes para poder apuntarse algo como propio. Quien nos lo concede es aquel que da sin regatear y es Dios sobre todas las cosas, bendito por los siglos de los siglos.

LECCIÓN XII
Te llevarán en sus palmas, para que tu pie no tropiece en la piedra

I

1. Si recordáis, en la plática de ayer dijimos que los caminos de los demonios son la soberbia y la obstinación, y no silenciábamos por qué lo decíamos. Sin embargo, si lo creéis necesario, podéis seguirles por otro camino. Pues, aunque hacen todo lo posible por ocultarlo, el Espíritu Santo descubre de mil maneras y manifiesta muchas veces a los santos en las Escrituras las sendas de los malvados. Así, de todos ellos se nos dice: Los malvados merodean en torno nuestro. Leemos sobre su caudillo que ronda buscando a quién devorar. Y tiene que confesarlo ante la majestad divina; pues, cuando se encontrara con los hijos de Dios, se le preguntó de dónde venía. Respondió: He rondado por la tierra y la he recorrido.

2. Digamos, pues, que su caminar es dar vueltas y cercar: nos cerca a nosotros y da vueltas en torno a sí mismo. Siempre está levantándose y siempre es derribado; su soberbia siempre se encumbra y siempre es humillada. ¿No es eso estar dando vueltas? Y el que procede así no para, pero tampoco avanza. ¡Ay del hombre que sólo sabe girar de esa manera, sin salir nunca de su propia voluntad! Si te empeñas en arrancarle de ella, parecerá que avanza, pero en vano. Es un mero rodeo; sólo intenta cambiar de sitio, sin arrancarse nunca de sí mismo. Se esfuerza de mil maneras, quiere huir; pero siempre está cosido a su propia voluntad.

II

1. Y si malo es girar sobre sí mismo, mucho peor es que te cerquen otros. Esta es la principal característica del diablo. ¿Por qué, hermanos, ese arrogante baja para rondarle al hombre? Mira las vueltas que da también el impío dentro de sí. Sus ojos se levantan hacia todo lo sublime y observan con curiosidad lo más ínfimo, pero es para empinarse más, para pavonearse más. Despreciando al humilde, se cree más elevado, según está escrito: La soberbia del impío oprime al infeliz.

2. ¡Qué perversamente emula el ángel malo a los ángeles buenos; que también suben y bajan! Su e con afanes de jactancia, baja con el odio de la maldad. Su ascensión es una mentira, y su descenso una crueldad. Como ayer decíamos, sin esperanza de misericordia y lealtad. Y, si bajan los espíritus malignos para rodearnos, también los ángeles buenos descienden para ayudarnos y guardarnos en todos nuestros caminos. Y aún más: Te llevarán en sus palmas para que tu pie no tropiece en la piedra.

III

1. Hermanos, estas palabras de la Escritura nos brindan doctrina, amonestación y consuelo. ¿Hay algún salmo que consuele tanto como éste a los débiles, que interpele así a os negligentes y que instruya a los ignorantes? Por eso quiso la divina Providencia que, durante este tiempo cuaresmal especialmente, repitiésemos con frecuencia este verso del salmo. Y todo porque el diablo se lo apropió. Así, aun a su pesar, ese siervo miserable está sirviendo en eso mismo a los hijos. ¿Puede haber algo más molesto para él y más agradable para nosotros que el mismo mal redunde en provecho nuestro?

2. A sus ángeles ha dado órdenes para que te guarden en todos tus caminos. Den gracias al Señor por su misericordia, por las maravillas que hace con los hombres. Dénle gracias y digan también los gentiles: El Señor ha estado grande con ello: Señor, ¿qué es el hombre para que te fijes en él, o el Hijo del hombre, que así lo aprecias? Te acercas cariñosamente a él, te desvives y cuidas de él. Le envías, además, tu Unigénito, le infundes tu Espíritu y hasta le prometes tu gloria. No quieres que en los cielos desaparezca esta atención hacia nosotros; por eso nos envías a los espíritus bienaventurados para que nos sirvan, les asignas nuestra custodia y los haces guías nuestros. No te bastó hacer a los espíritus ángeles tuyos; los hiciste también ángeles de los niños. Sus ángeles están viendo siempre el rostro del Padre. A esos espíritus tan dichosos los haces ángeles tuyos y nuestros para nosotros y para ti.

IV

1. A sus ángeles ha dado órdenes. ¡Qué maravillosa condescendencia y qué entrañas de amor! Porque ¿quién los mandó, para qué, a quiénes y qué les mandó? Meditemos, hermanos, atentamente; recordemos vivamente esta orden soberana. ¿Quién los mandó? ¿De quién son ángeles? ¿Qué órdenes obedecen? ¿A qué voluntad se someten? A sus ángeles ha dado órdenes para que te guarden a ti, y no vacilan ni para llevarte en sus palmas. Lo ordenó la suma majestad y lo mandó a sus ángeles. Es decir, a unos espíritus sublimes, plenamente felices, unidos a él definitivamente, allegados a él con tanta familiaridad, que son verdaderos íntimos de Dios. Y los mandó cerca de ti. ¿Quién eres tú? Señor, ¿qué es el hombre para que re acuerdes de él, el ser humano para darle poder? Pero ¿no se consume como una cosa podrida, como vestido roído por la polilla?

2. ¿Por qué piensas que les dio órdenes? ¿Acaso lo hizo con amargura contra ti? ¿O tal vez para que exhiban su poder persiguiendo a la paja seca como a hoja que vuela? ¿O quizá para extinguir al impío sin que pueda ver el poder de Dios? Esto se ordenará en su día,  pero  aún no está mandado. No te alejes de la sombra del Altísimo, vive a la sombra del Omnipotente para que nunca dé esa orden contra ti. Porque, si te protege el Dios del cielo, sólo les dará órdenes en tu favor. No lo manda ahora mismo; lo demora por ti, para que todo redunde en bien de los elegidos. Por esta razón, el providente dueño de su hacienda dice a sus obreros, que estaban ya dispuestos a escardar la cizaña sembrada con el trigo: Dejadlos crecer juntos hasta la siega, para que no arranquéis también el trigo. ¿Cómo podrá esperar tanto tiempo? Esta y no otra es la orden que han recibido los ángeles para esta vida y éste es su actual cometido.

V

1. Porque a sus ángeles ha dado órdenes para que te guarden. ¡El trigo entre cizaña! ¡El grano entre paja! ¡El lirio entre espinas! ¡Démosle gracias, hermanos; démosle gracias! Nos confía un precioso depósito: el fruto de su cruz y el precio de su sangre. No se contentó con esta custodia tan poco segura, tan poco eficaz, tan frágil, tan insuficiente. Y sobre tus murallas, Jerusalén, ha colocado centinelas. Pues, aun aquellos que parecen murallas y pilares de las mismas murallas, necesitan centinelas, y más que nadie.

VI

1. A sus ángeles ha dado órdenes para que te guarden en todos tus caminos. ¡Cuánto respeto debe infundirte esta palabra, qué devoción debe suscitarte, qué confianza debe darte! Respeto, por su presencia; devoción, por su benevolencia; confianza, por su custodia. Anda siempre con recato; los ángeles están presentes en todas partes, en todos tus caminos. Eso les ordenó. En cualquier aposento, en cualquier rincón, respeta a tu ángel. ¿Te atreverías a hacer en su presencia lo que no te atreverías delante de mí? ¿Dudas de su presencia porque no le ves? ¿Y si le oyeses? ¿Y si le tocases? ¿Y si le olieras? Piensa que no se percibe la presencia de los seres sólo con los ojos. No todo está al alcance de la vista, ni siquiera lo material. ¡Cuánto más lejos de todo sentido estará lo espiritual, que deberá ser buscado más bien espiritualmente!

2. Si consultas a la fe, ella te convencerá de que no te falta la presencia de los ángeles. Y no me sonroja haberlo dicho, porque la fe reconoce lo que el Apóstol define sin dudas como prueba de las realidades que no se ven. Están, pues, presentes y te asisten; no sólo están contigo; también te cuidan. Están contigo para protegerte, están contigo para servirte. ¿Cómo pagarás al Señor todo el bien que te ha hecho? Sólo a él el honor y la gloria. ¿Por qué sólo a él? Porque él lo dispuso y todo don acabado viene de arriba.

VII

1. A pesar de que él se lo mandó, no debemos ser desagradecidos para con ellos, ya que le obedecen con tanto esmero y nos ayudan en tanta necesidad. Seamos, pues, adictos suyos, estemos agradecidos a tan maravillosos custodios; correspondamos a su amor, honrémosles cuanto podemos y debemos. Pero entreguemos todo nuestro amor al quien, tanto a ellos como a nosotros, nos ha concedido poder amarle y honrarle y ser amados y honrados. Porque cuando dice el Apóstol: A él solo el honor y la gloria, no debemos creer que cae en contradicción con el Profeta, que dice por otra parte: A nadie le quedéis debiendo nada, fuera del amor mutuo. Pues no quería que adquiriesen otros compromisos, sobre todo habiendo dicho él mismo: Pagad a quien debáis honor, honor, y todo lo demás de igual modo.

2. Para que comprendas plenamente lo que él pensaba en estos dos pasajes y a qué nos exhortaba, piensa que ante los rayos de sol desaparecen los otros astros. ¿Concluiremos que ya han sido desplazados o se han extinguido los  demás estrellas? De ningún modo; han sido encubiertas por una claridad mayor y ahora no pueden aparecer. Así, también el amor, superando otras obligaciones, parece imponérselos él a solas, como reivindicándose todo lo que debemos a otras exigencias, para hacerlo todo por amor. Por eso prevalece él honor a Dios y, en cierto modo, se opone a todo lo demás para ser honrado en todo. Aplica al amor todo lo dicho. Porque fuera de él, ¿queda algo para lo demás, si se ha entregado todo el corazón, toda el alma y todas las fuerzas al amor  el Señor Dios? En él pues, hermanos, amemos afectuosamente a sus ángeles como a futuros coherederos nuestros, designados en el momento presente por el Padre como nuestros guías, tutores y caudillos puestos sobre nosotros. Porque, si ahora somos hijos de Dios, aún no lo vemos, pues estamos todavía bajo tutores y administradores, como los siervos.

VIII

1. Por lo demás, aunque somos tan niño  y nos queda todavía un camino tan largo y tan peligroso, ¿por qué vamos a temer teniendo estos custodios? No pueden ser vencidos ni engañados, y menos aún son capaces de engañarnos los que nos guardan en todos nuestros caminos. Son fieles, son prudentes, son poderosos; ¿por qué tememos? Limitémonos a seguirles, unámonos a ellos, y viviremos a la sombra del Todopoderoso. Piensa, pues, cuánto necesitas esta protección y esta custodia en tus caminos. Te llevarán en sus manos para que tu pie no tropiece en la piedra. ¿No te importa tropezar con piedras en el camino? Escúchalo bien: Caminaras obre áspides y basiliscos, pisotearás leones y dragones. ¡Cuánto necesitas del guía, y hasta del bastón, siendo como eres un niño que tiene que caminar entre tantos peligros! Te llevarán en sus palabras. Sí, te guardarán en tus caminos y llevarán al niño por donde puede andar un niño. Además, no consentirán que te tienden más allá de tus fuerzas, sino que te cogerán con sus manos para que saltes por encima de  tropiezo. ¡Con qué facilidad camina el que es llevado por esas manos! ¡Con qué naturalidad nada, como dice el refrán, el que es llevado por la barbilla!

IX

1. Por tanto, siempre que intuyas una gravísima tentación que te viene encima o una gran tribulación que te amenaza, invoca a tu custodio, a tu guía, a tu ayuda, en la necesidad y en la contrariedad. Invócale y di: Sálvanos, Señor que perecemos. No duerme ni se adormece, aunque de momento se haga a veces el desentendido, no sea que tú mismo caigas de sus manos, con grave peligro por creer que no te sostiene. Porque sus manos son espirituales y sus auxilios son también espirituales. Los ángeles que les han sido asignados se las brindan a cada uno de los elegidos espiritualmente y de mil maneras en atención a la diversidad de cada uno y según la dificultad que se les presente por la importancia del obstáculo. Voy a referirme solamente a lo que pienso que sucede con más frecuencia, y que pocos de vosotros desconoceréis por no haber o experimentado. ¿Siente alguno una gran turbación, o cualquier achaque corporal, o alguna contrariedad mundana, o acedia espiritual, o desaliento por falta de valor? Ya empieza a ser tentado por encima de sus fuerzas, ya se siente empujado a tropezar en la piedra, si no tiene quien le ayude.

2. ¿Y qué piedra es ésta? Yo pienso que es esa piedra de tropiezo y escándalo en la que, si alguien tropieza se estrellará si le cae encima, lo aplastará. Se trata de la piedra angular, elegida y digna de honor, que es Cristo el Señor. Tropieza en esta piedra el que murmura contra él, el que se escandaliza abatido su ánimo en la adversidad. Todo el que está a punto de desfallecer Y de tropezar en la piedra, necesita el socorro del ángel, su consuelo y la ayuda de sus manos. Y eso es lo que le sucede realmente al que murmura y blasfema, estrellándose él mismo y no aquel contra quien se lanza en su furor.

X

1. Creo que tales personas, a veces, son sostenidas por los ángeles como por sus dos manos, para que, casi sin sentirlo, superen lo que tanto les acobardaba y en lo sucesivo no se extrañen ni de a facilidad que luego encuentran ni de la dificultad anterior. ¿Queréis saber cuáles son, a mi entender, esas dos manos? Dos conocimientos: el de la brevedad de los sufrimientos presentes y el de su eterna retribución. Los dos se abren, o más bien se graban e imprimen en nuestro corazón, cuando se experimenta con íntimo sentimiento que nuestras penalidades momentáneas y ligeras nos producen una riqueza eterna,  una gloria  que las sobrepasa desmesuradamente. ¿Quién puede dudar que estos buenos sentimientos no son sugeridos por los ángeles buenos, cuando, al contrario, está claro que las malas inspiraciones provienen del malo? Tratad hermanos míos, familiarmente a los ángeles; llevadlos a menudo en el pensamiento y en la devota oración, pues siempre están con vosotros para defenderos Y consolaros.

LECCIÓN XIII
Caminarás sobre áspides y basiliscos, pisotearás leones y dragones

I

1. Podemos relacionar el versículo que tenemos entre manos: te llevarán en sus palmas, con los consuelos presentes y con los futuros. Los ángeles santos nos guardan en nuestros caminos, pero nos llevan en sus palmas por un camino perecedero: el de nuestra vida temporal. No carecemos de testigos que nos lo dicen fielmente. No hace mucho que escuchasteis en la lectura de nuestro santo padre Benito, e  todo bendito, que, cuando fijaba su mirada en el brillo de una luz deslumbradora, vio cómo el alma de Germán, obispo de Mantua, era llevada al cielo por los ángeles en un globo de fuego. Mas ¿qué necesidad tenemos de estos testimonios? La Verdad misma nos refiere en el evangelio que el mendigo y llagado Lázaro fue llevado por los ángeles al seno de Abrahán. Porque tampoco podríamos caminar por aquella región tan nueva para nosotros por sernos desconocida; especialmente por la enorme piedra del camino. ¿Qué piedra? El que antiguamente era adorado en las piedras, el que le mostró unas piedras al Señor, diciéndole: Manda que estas piedras se conviertan en.pan. Y tu pie es tu afecto, el pie del alma, que llevan los ángeles en sus palmas para que no tropiece en la piedra. ¿No iba a turbarse el alma si saliera ella sola de esta vida, si se adentrase sin un auxilio por aquellos caminos, si anduviese con sus pies entre esas piedras?

II

1. Escucha todavía con mayor claridad cuánto necesita que manos ajenas le lleven, y precisamente las de los ángeles: Caminarás sobre áspides y basiliscos, pisotearás leones y dragones. ¿Qué podrían hacer entre ellos los pies del hombre? ¿Podrían asentarse entre los horribles monstruos de afecto humano? Esas son, sin duda, las fuerzas espirituales del mal, descritas con oportunos apelativos. Supongo que no os hayáis olvidado, ya que a ellas se refería este verso: Caerán a tu izquierda mil, y diez mil a tu derecha.

2. Cualquiera sabe si no tendrán distribuidos contra ellos las operaciones del mal, como ministerios de la iniquidad; y por sus diversos oficios, o más bien maleficios, llevan nombres distintos. Por eso, quizá, a uno se le llama áspid; el otro, basilisco; al otro, león, y al otro, dragón. Porque hacen el mal cada uno con su invisible peculiaridad: uno mordiendo, otro amenazando, otro rugiendo o golpeando y otro resollando. Sé de una ralea de demonios que no puede echarse más que a fuerza de oración Y ayuno, porque nada consiguió la palabra increpadora de los apóstoles. Ese áspid, ¿Cómo no va a ver aquel áspid sordo del salmo, que cierra el oído para no oír la voz del encantador? ¿Deseas que no te espante tan horroroso monstruo? ¿Quieres caminar seguro, después de la muerte, sobre ese áspid? Guárdate de ir ahora tras él, guárdate de imitarle, y no tendrás por qué temerle en el futuro.

III

1. Realmente hay un vicio que, a mi parecer, es dominado por semejante espíritu. ¿Queréis saber cuál es? El rodeo del que en el sermón de ayer os exhortaba a que os guardaseis; se trata de la obstinación, en contra de la cual os hablé anteriormente. No me arrepiento de preveniros contra tan grave calamidad siempre que tenga ocasión, para que huyáis de ella por todos los medios. Porque éste es el mayor estrago de la religión. Y, conforme lo atestigua el Legislador, veneno mortal de basiliscos. Se dice que el áspid pe a un oído a la tierra con mucha fuerza y tapa el otro metiéndolo en la cola para cerrarlo por completo y no oír nada. ¿Qué puede conseguir así la voz del encantador y el sermón del que predica? Por eso oraré y humillaré mi alma con el ayuno, me bautizaré como en caudalosa corriente de lágrimas por el que ha muerto, en favor de quien ya no sirve para nada cualquier resorte del encantador humano ni cualquiera otra amonestación.

2. Sepa, sin embargo, ese espíritu pertinaz que no pone su cabeza en el cielo, sino en la tierra. Porque el conocimiento que procede de lo alto, ante todo, es límpido y apacible. Pero este otro, que yo diría propio de áspides, sólo puede ser terreno. No quedaría tan sor o si no tapase el otro oído con la cola. ¿Qué es esta cola? El objeto de la intención humana. Es una sordera desesperanzada, porque se pega a su propia voluntad como clavándose en la tierra. Y además tuerce la cola, tramando algún objetivo y clavando en su ánimo lo que pretende. Por favor, hermanos, por favor, no cerréis vuestros oídos, no endurezcáis jamás vuestros corazones. La boca del hombre obstinado se expresa tan mordaz y amarga porque ya no puede penetrar en él la benevolencia del que le amonesta. Por eso lleva siempre en el aguijón de su lengua el veneno del áspid, porque ha cerrado adrede el oído para no oír al encantador.

IV

1. El basilisco, según dicen, lleva el veneno en el ojo; es un animal feroz y el más execrable. ¿Deseas averiguar el ojo envenenado, maléfico y malvado? Piensa en la envidia. ¿Quién envidia sino el que mira mal? Si el enemigo no fuera un basilisco, nunca habría entrado la muerte en el mundo por su envidia. ¡Desgraciado el hombre que no se entera de esa envidia! Superemos, pues, este vicio, si deseamos no tener después de la muerte al servidor de tan enorme iniquidad. Que nadie mire el bien ajeno con ojos envidiosos, porque está mismo supone la inoculación del veneno y la muerte. La Verdad misma declara homicida a quien odie a otro hombre. ¿Y qué puede decirse del que odia el bien ajeno? ¿No habrá que llamarle homicida? Aun en vida, ya es reo de muerte. Todavía sigue ardiendo el fuego que el Señor Jesús trajo a la tierra, y el envidioso, por haber sofocado el espíritu, ya está condenado.

V

1. ¡Ay de nosotros frente al dragón! Es una bestia cruel, extermina cuanto alcanza su resuello incendiario, ya sean los animales de la tierra o las aves del cielo. Y yo creo que no es otro sino el espíritu de la ira. ¡A cuántos, cuya vida parecía sublime hemos tenido que llorar por haber caído torpemente debajo de su boca, abrasándose miserablemente con el resuello de este dragón! ¡Cuánto mejor hubiese sido airarse contra sí mismos, y así no habrían pecado!

2. La ira es una pasión natural del hombre; pero, si se abusa de este don, se convierte en grave ruina y exterminio. Orientémosla, hermanos, hacia el bien, no sea que se lance al mal o a lo inútil. Así suele suceder que el amor elimina al amor y el temor se diluye con otro temor. Dice el Señor: No temáis a los que matan el cuerpo y después no pueden hacer más. Y añade: Os voy a indicar a quién debéis de temer: temed al que tiene poder para matar y después echar en al fuego. Sí, a ése temedle. Como si dijera claramente: Temedle a ése, y así no temeréis a los otros. Que os llene el espíritu del temor del Señor, y no habrá sitio en vosotros para otros temores. Y os lo aseguro: no yo, sino la misma Verdad; no yo, sino el Señor. No os enojéis con los que os roban lo caduco, os insultan y hasta os atormentan pero no pueden haceros nada más. Yo os diré con quién debéis airaros. Irritaos contra quien sólo puede dañaros consiguiendo que ninguna cosa os sirva para nada.

3. ¿Queréis saber de qué se trata? De vuestro propio pecado. Sí, arded de ira contra él. Porque no lo dañará adversidad alguna a quien no le domine pecado alguno. Quien se enoje de lleno contra el pecado, no se alterara por nada, pues todo lo asume. Yo, estoy resignado ante el castigo. Ya sea que me confisquen todo, que me insulten o maltraten mi cuerpo, estoy resuelto, y nada me arredrará, porque mi dolor no se aleja de mí. ¿Cómo no menospreciaré las contradicciones externas, si las comparo con esta aflicción? Un hijo mío, salido de mis entrañas, intenta matarme. ¿Cómo puede enojarme que me maldiga este siervo vil? Siento palpitar mi corazón y me faltan las fuerzas y hasta la luz de los ojos. ¿He de llorar los perjuicios materiales y tener en cuenta las molestias de mi cuerpo?

VI

1. De aquí nace no sólo la mansedumbre; invulnerable al resoplido del dragón, sino también esa entereza de ánimo que no se aterra por el rugido del león. Vuestro adversario ruge como un león, dice Pedro. Gracias a aquel gran León de la tribu de Judá, puede rugir, pero no herir. Ruja cuanto quiera; no tiene por qué huir la oveja de Cristo. ¡Qué manera de amenazar, de exagerar, de provocar! No seamos  como  animales a quienes hace temblar su vano rugido.

2. Afirman los entendidos que, ante el rugido del león, ningún animal se mantiene en pie, ni siquiera los que se enfrentan con todo furor a sus zarpazos; y, aunque a veces lo vencen en la pelea, no resisten a sus rugidos. Realmente es bestia e insensato el pusilánime que retrocede por un simple temor, que se siente vencido sólo por la inminencia de la próxima lucha; y que cae antes de la pelea no por las armas, sino por el tronar de las trompetas. Aun no habéis resistido hasta la sangre, dice ese valiente guerrero que conocía muy bien la vaciedad de su rugido. Y en otro lugar se añade: Resistidle al diablo, y os huirá.

LECCIÓN XIV
Sobre los 4 tentáculos del Tentador: el áspid, el basilisco, el león y el dragón

I

1. Demos gracias, hermanos, a nuestro creador, a nuestro bienhechor, a nuestro redentor, a nuestro remunerador, o más bien a nuestra esperanza. El es nuestro remunerador y nuestra retribución. Todo cuanto de él esperamos es él mismo. Lo primero que nos dio fue el mismo ser: Puesto que él nos hizo y no nosotros. ¿Te parece poco el que te haya hecho? Y piensa cómo te hizo. En cuanto al cuerpo, una maravillosa criatura; pero, en cuanto al alma, todavía más, porque está marcada con la imagen del creador, dotada de razón y capaz de felicidad eterna. Por ambas realidades supera el hombre a las demás criaturas como la más admirable, porque las dos subsisten coordinadas entre sí con misteriosa maestría por la insondable sabiduría del Creador. Este don es muy grande, porque grande es el hombre. Pero ¿consideras bien todo lo gratuito que es? Es evidente, porque nada pudo merecer previamente quien era la más absoluta nada. ¿Y se podría esperar que correspondiera de alguna manera a su Creador? Yo digo al Señor: Tú eres mi Dios, que no tienes necesidad de mis bienes.

2. Por tanto, él no se esperaba ninguna prestación tuya, porque la necesitase quien se basta a sí mismo en todo; únicamente que con devoción le dieras las gracias porque se lo merece. ¿Y cómo no dárselas? Si alguien te devolverá la vista, te curase la sordera o te reparase el olfato, o el movimiento perdido de manos y pies; si alguien te despertara el uso de la razón adormecida por cualquier causa, ¿quién dejaría de reprenderte seriamente si alguna vez, olvidando este beneficio, sorprendiese tu ingratitud para con ese bienhechor? Pues mira: tu Señor y Dios te regalo esos dones creándolos de la nada. No sólo los creó; los combinó, los formó y los ennobleció a cada uno con su propia misión. ¿Cómo no te va a exigir, con todo derecho, la más cumplida gratitud?

II

1. Y no contento con este favor, ya inmenso, concediéndote ser lo que antes no eras, todavía sobreañadió los medios para que subsista en ti tu mismo ser. Esta liberalidad no fue menor que aquella otra maravilla. Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza. Y añade: Que domine los seres del mar y los animales domésticos. Ya antes había dicho que creó para tu servicio todos los elementos del firmamento, pues nos recuerda que fueron constituidos como signos para señalar las fiestas, los días y los años. ¿Para quién? Para nadie sino para ti. Las demás criaturas o no lo necesitan para nada o no lo comprenden. ¡Qué pródigo y generoso que con este segundo beneficio! ¡De cuántas cosas te colmó para tu sustento, para tu educación y para tu consuelo! ¡Cuántas cosas te ha concedido hasta ahora para tu corrección y para tu deleite!

2. Estos dos favores te los hizo gratuitamente, son doblemente gratuitos. ¿Por qué digo doblemente gratuitos? Porque no hubo ni mérito ni esfuerzo de tu parte. Simplemente, él lo dijo, y existieron. ¿Acaso por esa razón tienes derecho a ser menos fervoroso, menos sumiso, menos agradecido? ¿Porque todo lo hizo por nada y de la nada? El corazón perverso busca pretextos para ser ingrato. Nadie podría hacerlo si no fuese gratuitamente ingrato. Porque yo pienso que ninguno de los dos beneficios es menos útil para ti, simplemente porque no le costó nada al que te los dio. Y si tú deduces que para ti el beneficio está en razón directa a su trabajo, sería ésta una apreciación exclusivamente personal tuya; no creó que te lo haya insinuado nadie. Siendo consecuente, deberías prestar de lo tuyo a tu hermano con mayor gusto cuando a ti no te supusiera esfuerzo alguno. Y, aunque pretendieses darlo gratuitamente, no lo harías para que el otro no lo alegase como justificación de su ingratitud.

III

1. Vuélvete ya hacia el tercer beneficio, que es el de tu redención. Aquí no hay excusa posible. Porque éste sí que fue trabajoso. Y además, totalmente gratuito,  pero  por lo que a ti toca. Porque para él no fue gratuito, no mucho menos. Has sido salvado. ¿Cómo puede seguir dormido el amor? No duerme; ha muerto si no responde a este beneficio, si no se deshace en acción de gracias y en gritos de alabanza. Este tercer beneficio realza a los dos anteriores, poniendo en evidencia que en ellos también hubo verdadero amor. No dio fácilmente lo fácil. Y no porque rehusó darlo de otra manera, sino parque era conveniente que lo diera así. Te creó tu Dios, hizo por ti tantas cosas, lo hizo por ti, y por ti también se hizo a sí mismo. El Verbo de Dios se hizo hombre y acampó entre nosotros. ¿Queda todavía algo más? Se hizo una misma carne contigo; te hará también un solo espíritu con él.

2. Que estos cuatro beneficios no vuelen de tu corazón, ni de tu memoria ni de tu amor. Mantén solícita tu alma, apremiándola con ellos  como  si fuesen tu estímulo; procura inflamarla con estas cuatro teas para devolverle tu amor al  que de tantas maneras te manifiesta su amor hacia ti. No olvides nunca lo que él  mismo  dice: Si me amáis, guardad mis mandamientos. Guarda, pues, los mandamientos de tu Creador, de tu Bienhechor, de tu Redentor, de tu Remunerador.

IV

1. Si sus beneficios son cuatro, ¿cuántos son los mandamientos? Sabemos que son diez. Y, si multiplicas por cuatro este decálogo de la ley, te da una verdadera cuarentena, la cuaresma espiritual. Cuando te acerques al temor de Dios, prepárate para las pruebas. Sé cauto con la astucia de la serpiente, anda atento con el enemigo que te acecha. Con cuatro tipos de tentación se empeña en impedirte esta cuádruple acción de gracias que se te pide. También Cristo fue tentado en todo, según escribe verazmente el Apóstol: Probado en todo igual que nosotros, excluido el pecado.

2. Quizá alguien se extrañe y diga que nunca ha leído cuál fue la cuarta tentación del Señor. Pero creo que no diría esto si recordase este texto: la vida del hombre sobre la tierra es una tentación. Porque quien lo recuerde no podrá pensar que el Señor fue tentado solamente por las tres tentaciones que padeció en el ayuno del desierto, en el alero del templo y en la cumbre del monte. Sí, aquí era manifiesta la tentación. Pero fue mucho más violenta, aunque más oculta, la que ya no le faltó en adelante hasta la muerte de cruz. Tampoco esto contradice a la semejanza que hemos propuesto, porque aquellos tres beneficios pasados son evidentísimos y se ponen de manifiesto a su luz. Pero lo referente a la esperanza de la vida futura aún no se ha mostrado ni se nos ha hecho patente. No es de extrañar por eso que la tentación sobre el futuro sea menos manifiesta, porque también es oculta su causa. Además, es más frecuente e intensa, porque el enemigo pone en juego toda su maldad para luchar contra nuestra esperanza.

V

1. Ante todo, para hacernos ingratos contra el autor de la naturaleza, nos inocula una mayor inquietud por la naturaleza, tal como se atrevió a insinuárselo al mismo Cristo cuando sintió hambre: Di que las piedras estas se conviertan en panes, como si su alfarero desconociera nuestro barro o se despreocupase de los hombres el que alimenta a los pájaros del cielo. ¡Qué ingrato es con el que creó todo este mundo para el hombre, quien se rebaja en postrarse ante el maligno para conseguir toda la riqueza que apetece! Todo esto te haré si postrándote me adoras. ¿Acaso lo creaste tú, miserable? ¿Cómo Pretendes dar lo que él creó? ¿Cómo puede esperar de tu adoración lo que está sometido a su dominio por haberlo creado él?

2. Y en cuanto a eso otro que dice: Tírate abajo, vigílese quien quiera que haya ascendido a lo alto del templo; vigílate, centinela de la casa del Señor; alerta, tú que en la Iglesia de Cristo ocupas un lugar elevado. ¡Qué ingrato e incluso funesto serías con ese gran sacramento de misericordia si crees venerarlo buscando un negocio! ¡Qué infiel eres con el que consagró ese ministerio mediante su propia sangre si buscas en él tu gloria, que es vacío; si buscas tu interés, no el de Jesucristo! ¡Qué íntimamente corresponde a su condescendencia contigo! Por ella te ensalzó mediante la dispensación de los misterios de su humildad, te encomendó los sacramentos celestiales y te entregó poderes más amplios, quizá, que a los mismos espíritus de la gloria. Y ahora tú te arrojas abajo, buscando no lo de arriba, sino lo terreno. Todo aquel que se abate sobre sí mismo y se precipita empujado por el ansia de la vanagloria, indudablemente, en vez de darle gracias, injuria al Señor de las virtudes, que tanto padeció entre nosotros para imprimimos la forma de esta santidad.

VI

1. Reflexionemos atentamente, hermanos, si la tentación que turba al alma bajo pretexto de necesidad corporal no debe compararse con el áspid. Porque este animal hiere con su virulenta mordedura y cierra su oído para no oír la voz del encantador. ¿Y qué pretende denodadamente el tentador sino cerrar y endurecer el  oído del corazón contra los consuelos de la fe? Pero no lo consiguió el enemigo, no obstruyó el oído del que dijo: No de sólo pan vive el hombre, sino de toda palabra que sabe de la boca de Dios. Porque cuando dice: Todo esto te daré si postrándote me adoras, debemos descubrir el fascinante silbido del dragón insidioso. Dicen que, ocultándose en la arena, atrae incluso a las aves con su venenoso hálito. ¡Y qué soplo tan mortífero! Todo esto te daré si postrándote me adoras. Mas en esta ocasión no se trataba de un ave cualquiera, porque nada consiguió el dragón.

VII

1. ¿Y qué diremos del basilisco? Es lo más monstruoso que existe: sólo con su mirada envenena y mata al hombre. Si no me equivoco, es la misma vanagloria. Cuidado con hacer vuestras obras delante de la gente para llamar la atención. Como si dijera: Libraos de los ojos del basilisco. Pero ¿a quién hiere? al  que no lo ve. Si lo descubres tú primero, ya no te hará daño; incluso muere. Así es, hermanos. La gloria vana mata a los que no la ven; a ciegos y negligentes, que alardean de sí y se arriesgan ante ella, en vez de observarla con atención, mirarla y desvanecerla. No ven todo lo frívola, caduca  vana y frágil que es. Todo el que mire así al basilisco, le obliga a morir y ya no le mata la gloria; es ella quien muere y cae convertida en polvo, reducida a la nada. Creo que huelga preguntar qué tiene que ver con la vanagloria aquella tentación: Si eres el Hijo de Dios, tírate abajo. ¿Qué pretendía sino que fuese admirado y ser descubierto así por el basilisco?

VIII

1. Observa cómo se ocultó el basilisco para no ser descubierto antes. Porque está escrito: A sus ángeles ha dado órdenes y te llevarán en sus palmas. ¿De qué hablas, malvado; di? A sus ángeles ha dado órdenes. ¿Pero qué les ha mandado? Fijaos y veréis que se calla taimadamente lo que desbarataría la mentira de su engaño. Porque ¿qué les ha mandado? Lo dice el salmo: Que te guarden en tus caminos. ¿O será en los precipicios? ¿Qué clase de camino es ése, tirarse del alero abajo? Eso no es camino, es muerte. Y si es camino, será el tuyo, no el suyo. En vano tergiversaste para tentar a la Cabeza lo que fue escrito para consolar al cuerpo. Solamente necesita custodio quien puede temer que su pie tropiece en la piedra. No hay por qué custodiar al que no tiene motivos para temer. ¿Y por qué te callas lo que dice seguidamente: Caminarás sobre áspides y basiliscos, pisotearás leones y dragones? A ti fe concierne esta comparación. Con estos monstruosos apelativos queda bien manifiesta la monstruosa malicia que va a pisotear la Cabeza y el cuerpo entero.

2. Lo hizo cuando, después de haber burlado al enemigo por tres veces, éste no recurrió a la astucia de a serpiente para atacar al Señor, sino que se sirvió de la crueldad de león hasta los oprobios, los azotes, la muerte, y muerte de cruz. Pero ahora también le ha dominado claramente el León de Judá. Por eso, al verse frustrado en todo, suscita una persecución con todo su furor contra nosotros, hermanos, como no la ha habido desde que el mundo es mundo, para cerrar el paso con la violencia de la tribulación a los que esperan el reino de los cielos. ¡Feliz el alma que, pisoteando al mismo león con fuerza arrolladora, logrará arrebatarlo violentamente!

IX

1. Por eso, pues, hermanos, andemos con mayor cautela e inquietud, como sobre áspides y basiliscos. Evitemos toda ocasión de amargura para que nadie entre nosotros sea mordaz, osado o colérico, contumaz o rebelde. Y no nos tiremos abajo; pasemos y saltemos por encima del guiño mortal de la gloria temporal. Así, conforme está escrito: en vano se tiende una red visible a los seres alados, pisotearemos al león y al dragón para que no nos aterrorice su rugido ni nos inficione su aliento.

2. Parece que estos cuatro monstruos están incubando sobre otros tantos afectos, uno cada uno. ¿A quién acecha el dragón particularmente? Pienso que a la concupiscencia, porque sabe que es la raíz de todos los males y que arruina el corazón al máximo. Por esa razón le dijo como mirando por su bien: todo eso te daré. Porque lo del león es rugir espantosamente, pero sólo a la puerta del temor. Mientras que el áspid observa  as puertas de la tristeza, pues piensa que están más abiertas para él. Por eso no se acercó al Señor Cristo hasta que sintió hambre. Por el contrario, la alegría deberá precaverse del basilisco, porque es el principal acceso por el que suele introducir los rayos venenosos de sus ojos; y la vanagloria no es nociva sino por la vanidad de la alegría.

X

1. Piensa también si no podremos contrarrestar con cuatro virtudes estos cuatro peligros. Ruge el león; ¿quién no temerá? El que lo consiga, lo hará por su fortaleza. Pero, superado el león, se esconde en la arena el dragón para atraerlo a su corrompido soplo, infundiéndole la concupiscencia terrena. ¿Quién crees que eludirá sus asechanzas? Solamente la prudencia. Pero quizá, mientras te abstienes de condescender con las cosas, te cerca una tribulación y te sorprende el áspid, porque  cree  que ha  encontrado  el  momento  más  oportuno. ¿Quién evitará la exasperación del áspid? La templanza y la sobriedad, expertas en abundancias y penurias.

2. Pienso que en esta ocasión pretenderá fascinarte lisonjeándote con su mirada perversa. ¿Quién podrá desviar su vista? La justicia, que se resiste a apropiarse la gloria que pertenece a Dios, y la rehúsa también si otros se la ofrecen. Cuando realmente el hombre es justo y pone por obra en justicia lo que es justo, no hace sus obras de piedad delante de la gente y, en fin aun siendo justo, nunca se enorgullece. Esta verdad, en definitiva, es la humildad que purifica la intención y consigue todo mérito más auténtica y eficazmente cuanto menos lo atribuye a sí mismo.

LECCIÓN XV
El Señor te librará y te protegerá, porque conoces su nombre y has esperado en él

I

1. Acercaos a mí todos los que estáis rendidos y abrumados, que yo os daré respiro, dice el Señor. Cargad con mi yugo, y hallaréis reposo para vuestras almas, porque mi yugo es llevadero y mi carga es ligera. A los cansados los invita al descanso, y a los abrumados los llama al sosiego. Pero todavía no nos quita la carga o el trabajo; lo cambia por otra carga y otro trabajo más llevadero y más ligero; en ellos se encuentra descanso y alivio, aunque no tan manifiestos. Gran carga es el pecado, que yace bajo una tapadera de plomo. Bajo este fardo gemía uno que decía así: Mis culpas sobrepasan mi cabeza son un peso superior a mis fuerzas.

2. Entonces, ¿cuál es la carga de Cristo, su carga ligera? A mi encender, la carga de sus beneficios. Carga ligera, mas para el que la sienta y la experimente. Porque, si no la encuentras, mirándolo bien, será pesadísima y peligrosa. El hombre es un animal de carga toda su vida mortal. Si aún lleva sobre sí sus pecados, la carga es pesada; si ya le han descargado de sus pecados, es menos pesada; pero, si es una persona cabal, comprobará que este alivio del que hablamos es una carga no menor. Dios nos carga cuando nos alivia; nos carga con sus beneficios cuando nos aligera del pecado. Dice el agobiado: ¿Cómo pagaré al Señor todo el bien que me ha hecho? Dice el sobrecargado: Apártate de mí, Señor, que soy un pecador. Dice el abrumado: Yo siempre temí a Dios, considerando su enojo como olas hinchadas contra mí. Siempre temí, dice; lo mismo antes que después de ser perdonado de mis pecados. Dichoso el hombre que siempre persevera en el temor, pero no se angustia con la menor inquietud tanto si se siente abrumado por los beneficios como por los  pecados.

II

1. A esto nos exhortan los beneficios de Dios, tan solícito y tan espléndido con nosotros. Que nos conmueva su gracia y nos estimulemos al amor. A sus ángeles ha dado órdenes para que te guarden en todos tus caminos. ¿Qué más pudo hacer por ti y no lo hizo? Ya sé lo que piensas, candorosa criatura. Cuentas con el favor de los ángeles del Señor, pero tú te consumes por el Señor mismo de los ángeles. No contento con sus emisarios, pides y deseas que se te haga presente el mismo que hasta ahora te ha hablado, y que te bese no como por medio de otro, sino con besos de su boca. Has escuchado que caminarás sobre el áspid y el basilisco, sobre el león y el dragón, no ignoras la victoria de Miguel y sus ángeles sobre el dragón. Pero tus deseos suspiran no por Miguel, sino por el Señor. Líbrame, Señor, y ponme a tu lado, y pelee contra mí el que quiera. Eso equivale a buscar un refugio no más alto que otro, sino el más elevado de todos. Así, el que exclama interiormente: Tú, Señor, eres mi esperanza, con razón escucha: Tomaste al Altísimo por defensa.

III

1. Porque el Señor compasivo y misericordioso no desdeña convertirse en la esperanza de los débiles, no rehúsa presentarse a sí mismo como liberador y baluarte de los que en él confían. Porque se puso junto a mí, lo libraré; lo protegeré porque conoce mi nombre. Si el Señor no guarda la ciudad, en vano vigilan los centinelas, sean hombres o sean ángeles. Jerusalén está rodeada de montañas; pero de poco o nada serviría si el Señor no rodease a su pueblo. Por eso en el Cantar se dice de la esposa que encontró a los centinelas; mejor dicho, ellos la encontraron, pues no los buscaba. Pero no se paró ni se entretuvo con ellos, sino que preguntó inmediatamente por su amado y voló más veloz a buscarlo. Porque su corazón no lo tenía en los centinelas, sino que confiaba en el Señor, contestaba a los que le disuadían: Al Señor me acojo; ¿por qué me decís: Escapa como un pájaro al monte?

2. Más descuidados fueron los de Corinto; encontraron a los centinelas, se detuvieron con ellos y no siguieron adelante. Yo estoy con Cefas, yo con Pablo, yo con Apolo. Pero ¿qué hicieron los  centinelas prudentes y moderados? No podían tomar para sí aquella esposa porque la amaban con un verdadero celo, el celo de Dios, para desposarla con un solo marido y presentarla como virgen intacta a su único Esposo que es Cristo. Me golpearon e hirieron los centinelas. ¿Por qué? Si no me engaño, de esta manera la urgían para que siguiera adelante y encontrase a su amado. Y hasta me quitaron el manto, dice, para que corriera más fácilmente. Advierte la fuerza con que les golpea el Apóstol y qué flechas les dispara porque se habían detenido con los centinelas: ¿Acaso crucificaron a Pablo por vosotros? ¿O es que os bautizaron para vincularos con Pablo? Cuando uno dice: Yo estoy con Pablo; y otro: Yo, con Apolo, ¿no sois como gente cualquiera? En fin de cuentas, ¿qué es Apolo y qué es Pablo? Ministros que os llevaron a la fe. Porque espera en mí, lo libraré.

3. No espera en los centinelas, ni en el hombre, ni el ángel, sino en mí, sin aguardar nada de nadie, sino de mí y no de ellos. Todo don acabado viene de arriba, del Padre de los otros. Yo hago eficaz la vigilancia de los hombres, que ven las acciones externas, pues los he designado como centinelas suyos. De mí salen las rondas vigilantes de los ángeles, que detectan los impulsos más íntimos: los que seducen de manera especial o alejan a los que nos sugieren la maldad. Pero la vigilancia intima de las intenciones más secretas me la reservo yo, porque hasta ahí no pueden llegar ni los ojos del hombre ni los del ángel.

IV

1. Descubramos, hermanos, esta triple vigilancia y abrámonos como corresponde a cada una de ellas. Procurad la buena reputación ante los hombres, ante los ángeles y ante Dios. Tratemos de agradar a todos en todo, y principalmente al que está sobre todo. Salmodiemos para él en presencia de los ángeles, y se cumplirá así en ellos o que está escrito: Tus fieles verán con alegría que he esperado en tu palabra. Obedezcamos a nuestros dirigentes que velan por nuestro bien, porque han de dar cuenta de nuestras almas para que puedan cumplir su tarea con alegría, no suspirando pesarosos.

2. Yo, sinceramente, doy gracias a Dios, manantial único de todo don; porque en esto no debo insistiros demasiado, pues no me preocupáis mucho en ese aspecto. ¿No es mi alegría y mi corona vuestra pronta obediencia y vuestra irreprochable vida monástica? ¡Ojalá tuviese la certeza de que ni los mismos ángeles encuentran nada indigno en vosotros, que ninguno esconde despojos de Jericó, que no murmura, que no difama a nadie por detrás, que no obra con hipocresía o adulación, que no revuelve en su interior pensamientos vergonzosos, con los que a veces, ¡ay!, suele turbarse también la carne!

3. Eso aumentaría mucho mi gozo, pero aún no llegaría a su plenitud: Porque no somos tan perfectos que podamos prescindir del posible juicio humano, y mucho menos que seamos irreprensibles para nuestra conciencia. Por otra parte, si aun los mejores temen a Juez tan oculto, cuánto más nosotros, ¿no deberíamos temblar ante el recuerdo de su juicio? ¡Ah, si yo llegase a la certeza de que en ninguno de vosotros hay nada que ofenda a su mirada, la única que ve perfectamente lo que hay en el hombre, incluso lo que no descubre uno mismo! Hermanos, pensemos en este juicio y frecuentemos su contemplación con temor y temblor cuanto menos podamos comprender el insondable abismo de los juicios de Dios y sus irrevocables disposiciones. Por este temor cobra mérito la esperanza y con este miedo se espera justificadamente.

V

1. Si lo pensamos bien, este mismo temor es precisamente un motivo de esperanza firmísimo y eficaz. Porque es como el máximo don de Dios; al recibir los bienes presentes, se esperan más firmemente los futuros. Además, el Señor aprecia a los que le temen y de su amor pende la vida, porque su benevolencia es causa de vida eterna. Ya que espera en mí, lo libraré. Dulcísima liberalidad, segura para los que esperan en él, pues todo el mérito del hombre estriba en que ponga toda su confianza en el que puede salvar al hombre entero. En ti confiaban nuestros padres, confiaban y los ponías a salvo; a ti gritaban, y quedaban libres; en ti confiaban, y no los defraudaste. Porque ¿quién esperó en él y quedó abandonado? Pueblo suyo, confiad en él. Todo lo que pisen vuestros pies será vuestro. Vuestros pies son vuestra esperanza. Todo cuanto desee lo conseguirá, con tal que se apoye totalmente en Dios para que sea sólida y no vacile. ¿Cómo podrá temer al áspid y al basilisco? ¿Por qué asustarse de los rugidos del león y de los silbidos del dragón?

VI

1. Porque ha esperado en mí, lo libraré. Todo liberado necesita que le ayuden siempre, no sea que de nuevo se vea vencido; o protegeré y lo mantendré, pero si conoce mi nombre; no sea que se atribuya a sí mismo su liberación, sino que dé la gloria a tu nombre. Lo protegeré porque conoce mi nombre. Porque en presencia de su rostro se le rinde gloria y en el conocimiento de su nombre se muestra su protección. La esperanza radica en el nombre, pero su objeto está en la visión del rostro. ¿Quién espera lo que ya ve? La fe sigue al mensaje y, según el mismo Apóstol, es el anticipo de lo que se espera.

2. Lo protegeré porque conoce mi nombre. No conoce su nombre el que lo pronuncia en falso, diciéndole: Señor, Señor, y no hace lo que él dice. No conoce su nombre el que no le honra como Padre ni le teme como Señor. No conoce su nombre el que acude a los idólatras, que se extravían con falsedades. Dichoso el hombre que ha puesto su confianza en el nombre del Señor y no acude a los idólatras, que se extravían con falsedades. Pedro sí que conoció ese nombre cuando decía: No tenemos otro nombre al que debamos invocar para salvarnos. Nosotros sí conocemos su nombre que está con nosotros; pero debemos desear que sea santificado siempre en nosotros y oraremos como nos lo enseñó el Salvador: Padre nuestro, que estás en los cielos, santificado sea tu nombre.

3. Escucha, finalmente, cómo continúa el salmo: Me invocará y lo escucharé. Este es el fruto del conocimiento de su nombre: el clamor de la oración. Y el fruto de nuestro clamor es que nos escuche él Salvador. Porque no puede ser escuchado el que no lo invoca, ni puede invocarle el que no conoce el nombre del Señor. Demos gracias al Señor, que manifestó a los hombres el nombre del Padre, disponiendo que en su invocación encontremos la salvación, como está escrito: Todos los que invoquen el nombre del Señor se librarán.

LECCIÓN XVI
Lo invocarás y te escuchará. Te defenderá y te glorificará, y contigo estará en la tribulación

I

1. Me invocará y lo escucharé. Aquí encontramos una clara alianza de paz, un pacto de piedad, un acuerdo que misericordia y compasión. Espera en mí y te libraré, conoce mi nombre y te protegeré, me invocarás y te escucharé. No dice que fue digno, justo y recto, hombre de manos inocentes y puro corazón y  por eso lo librará, lo protegerá y lo escuchará. ¿Quién no desconfiaría si hablase así? ¿Quién se atrevería a decir que tiene la conciencia pura? Pero de ti procede el perdón y tu ley infunde respeto, Señor, Dulce ley, que estableces el clamor de la oración como único mérito para ser escuchado.

2. Me invocará y lo escucharé. No es escuchado el que encubre su clamor, o no pide absolutamente nada, o lo pide iría o débilmente. El deseo inflamado es como un gran clamor para los oídos del Señor; pero el ánimo desganado es como voz apagada. ¿Cuándo atraviesa las nubes? ¿Cuándo se escucha en los cielos? Para que el hombre sepa cómo debe gritar, antes de comenzar a orar se le advierte que va a dirigirse el Padre que está en los cielos. Así recordará que la oración debe ser como disparo impetuoso del espíritu. Dios es espíritu, y todo el que desee que su clamor llegue hasta él deberá clamar en espíritu. El no mira al rostro del hombre como nosotros, sino que penetra en su corazón. De la misma manera, escucha, más bien, la voz del corazón que la de la boca. Por eso, el Profeta le llama Dios de mi corazón. Moisés callaba exteriormente, pero el Señor escuchaba su interior y le responde: ¿Por qué me gritas?

II

1. Me invocará y lo escucharé. No sin razón. Una gran necesidad arrancó un gran clamor. ¿Qué pidió gritando sino el consuelo, la libertad y la dignidad? ¿Cómo habría sido escuchado sí hubiera exclamado por otras razones? Lo escucharé, dice. ¿Qué le vas a escuchar, Señor? Con él estaré en la tribulación, lo libraré, lo glorificaré. Podemos relacionar estas tres frases con el triduo que pronto vamos a celebrar. El sufrió por nosotros el dolor y  a tribulación cuando, por la dicha que le esperaba, sobrellevó la cruz, despreciando la ignominia. Pero, tal como lo había dicho antes de morir, todo legó a su fin y, como dijo al expirar, queda terminado. En ese momento comenzó su sábado. No se hizo esperar la gloria de la resurrección: al tercer día, al romper el alba, el Sol de justicia amaneció del sepulcro para nosotros.

2. Así aparecieron juntos el fruto de la tribulación y la verdad de la liberación en la gloria manifiesta. También en nosotros se da cierta trilogía parecida. Con él estaré en la tribulación. ¿Cuándo sucede esto? El día de nuestra tribulación, el día de nuestra cruz, siempre que se cumple lo que él dice: En el mundo tendréis apreturas. Y también el Apóstol: Todo el que se proponga vivir como buen cristiano será perseguido. Porque no será posible una liberación plena y perfecta antes del día de la muerte: Los hijos de Adán yacen bajo un yugo pesado desde que salen del vientre materno hasta que vuelven a la madre de los vivientes. Ese día precisamente lo libraré, cuando el mundo va nada pueda contra el cuerpo ni contra el alma. La glorificación se reserva para el último día, el día de la resurrección cuando surja en gloria lo que ahora se siempre en ignominia.

III

1. ¿Cómo sabemos que está con nosotros en la tribulación? Porque nos encontramos atribulados. ¿Quién lo soportaría? ¿Quién subsistiría, quién perseveraría sin él? Tengámonos por muy dichosos, hermanos míos, cuando nos veamos asediados por pruebas de todo género, sabiendo que tenemos que pasar mucho antes de entrar en el reino de Dios y que el Señor está cerca de los atribulados. Aunque camine por cañadas oscuras, nada temo, porque tú vas conmigo. Así es como está con nosotros todos los días hasta el fin del mundo. ¿Y cómo viviremos con él? Cuando seamos arrebatados en nubes para recibir al Señor en el aire, y así estaremos siempre con Cristo. ¿Cuándo apareceremos con él en la gloria? Cuando se manifieste Cristo, que es nuestra vida. Entre tanto tiene que ocultarse  ara que la tribulación preceda a la libertad, y la libertad a la glorificación. Así exclama el liberado: Alma mía, recobra tu calma, que el Señor fue bueno contigo; arrancó mi alma de la muerte; mis ojos, de las lágrimas; mis pies, de la caída. Lo defenderé, lo glorificaré.

2. ¡Dichoso el que ahora tiene quien le ayude y le consuele, su refugio en los momentos de peligro y en las tribulaciones: ¡Pero cuánto más dichoso si ya lo has librado y lo arrancaste de tanto mal! ¡Cuánto más feliz si ya lo sacaste de la red del cazador, arrebatándolo para que la malicia no pervierta su conciencia ni la perfidia sedujera su alma! Pero, por encima de todo, será mucho más feliz cuando lo lleves contigo para saciarlo con los bienes de tu casa y reproducir en él tu esplendor.

IV

1. Y ahora, hijitos, gritemos al cielo, y nuestro Dios tendrá piedad de nosotros. Gritemos al cielo, porque bajo el cielo todo es trabajo, dolor, vacío y aflicción de espíritu. Nada más falso y enconado que el corazón y sus sentidos, propensos a la maldad. En mis bajos instintos no anida nada bueno. El pecado habita dentro de mí en guerra declarada contra el espíritu. Finalmente, me falta el valor y mi ser muere por el pecado. Pero a cada día le bastan sus disgustos, mientras el mundo entero está en poder del malo. ¡Qué perverso el mundo presente! ¡Con qué malicia hacen guerra contra el espíritu los deseos mundanos! Y no olvidemos al jefe de este mundo, de estas tinieblas, de las fuerzas espirituales del mal, de las potestades aéreas y, sobresaliendo entre todos, la serpiente, el animal más astuto. Esto es lo malo de todo cuanto sucede bajo el sol y bajo el cielo. ¿Dónde encontrarás asilo? ¿Dónde esperas algún consuelo, algún auxilio? Si lo buscas dentro de ti, tu corazón está agostado y te olvidas de comer tu pan, abandonado como un muerto. Si lo buscas debajo de ti, el cuerpo mortal es lastre del alma. Si lo buscas en torno a ti, la tienda terrestre abruma la mente pensativa. Búscalo, pues, arriba; pero anda con cautela al pasar por los torbellinos del viento. Porque esos ladronzuelos saben que todo buen regalo y todo don perfecto viene de arriba y cerraron el camino intermedio. Pasa, pues; atraviesa esa maldad vigilante que observa y acecha sin tregua para que nadie pueda huir a la ciudad.

2. Si te golpean, si te hieren, suéltales tu manto, como José lo dejó en Egipto para aquella adúltera; quédate sin sábana para huir de ellos desnudo, como el joven del Evangelio. ¿Acaso no le entregaron algo más que el manto al poder del malvado, cuando se le dijo: Respétale la vida? Así, pues, levanta el corazón; levanta tu clamor, tus deseos, tu ciudadanía, tu intención; y toda tu esperanza estará puesta arriba. Grita al cielo para que te escuche, y el Padre que están los cielos te enviará auxilio desde el santuario, te apoyará desde el  monte Sión. Te auxiliará ahora en la tribulación. Te librará del peligro y te glorificará en la resurrección. Muy grande es todo esto; pero tú, Señor, que eres grande, lo prometiste. Esperamos en tu promesa, y por eso nos atrevemos a decir: Si clamamos con un corazón piadoso, seguro que nos lo debes por tu promesa. Amén.

LECCIÓN XVII
Te saciará de largas días, y te hará ver su salvación

I

1. Este verso del salmo, hermanos, es muy oportuno; corresponde bastante a este tiempo litúrgico. Celebrando va pronto la resurrección del Señor, a cada uno de nosotros se le promete la suya al festejar como miembros el memorial de lo que antes aconteció en la Cabeza y esperamos que algún día se realice en nosotros mismos. Precioso remate el del salmo, que promete un fin tan dichoso al que lo canta. Lo saciaré de largos días y le haré ver mi salvación.

2. Muchas veces os recalco, hermanos, que, según Pablo, la piedad es objeto de una promesa para esta vida y para la obra. Por eso dice también: Os vais ganando una santificación que os lleva a la vida eterna. Esa es a plenitud que se nos promete aquí: largos días. ¿Hay algo más largo que la vida eterna? ¿Qué puede haber tan largo como lo que no se interrumpe porque no tiene fin? Buen fin la vida eterna, que no tiene fin. Y lo que no tiene fin es bueno por sí mismo. Abracémonos, pues, a la santificación, porque es buena, porque su fin es la vida sin fin. Corramos tras la santidad y la paz, sin las que nadie verá a Dios.

3. Lo saciaré de largos días y le haré ver mi salvación. De la diestra de Dios viene esta promesa; don de su diestra que el santo deseaba para sí: Alargarás tu diestra a la obra de tus manos. Me saciarás de alegría perpetua a tu derecha. También consiguió esto mismo aquel de quien dice el salmista: Te pidió vida, y se la has concedido; años que se prolongan sin término. Más claramente lo dice el Sabio: En la diestra trae largos años, y en la izquierda, honor y riquezas. ¿Hay alguien que ame la vida y desee días de prosperidad? Porque la vida que vivimos es, más bien, una muerte; no es vida simplemente, sino vida mortal.

4. Decimos que el hombre muere cuando se acerca la muerte con toda certeza. Pero desde que empezamos a vivir, ¿qué hacemos sino acercarnos a la muerte y empezar a morir? Como atestigua el santo patriarca, los días de esta vida son pocos y malos. Se vive verdaderamente cuando la vida es rebosante y vital; los días son prósperos cuando son interminablemente largos. Demos gracias a Dios, que todo lo abarca y gobierna el universo con acierto. Pronto se acabará esta breve sucesión de días, a cada uno de los cuales le basta su propio agobio. Porque, cuando lleguen los días prósperos, no faltará la eternidad.

II

1. Lo saciaré de largos días. Con ese verso aclara mejor lo que antes había dicho: Lo glorificaré. ¿A quién no le bastará ser glorificado por un Señor cuyas obras son perfectas? Porque un ser tan inmenso sólo puede glorificar a otros inmensamente. Tiene que ser grande una glorificación que procede de su inmensa gloria. Desde la sublime gloria le llegó aquella voz singular, dice Pedro. Exacto: gloria sublime la que glorifica tan magníficamente con una claridad plena, múltiple y amplia. Engañosa es la gloria, fugaz la hermosura y contados los días del hombre. El Sabio no los anhela, sino que de corazón dice al que mira al corazón: No he deseado el día del hombre; tú lo sabes. Deseo algo más que lo que él desea. Yo lo rechazo de plano. Porque sé de quién es la voz que dice: Honores humanos no los acepto. ¡Qué desgraciados los que nos intercambiamos honores y no buscamos el honor que viene de Dios!

2. Esta única gloria que despreciamos es la que sólo cuenta con la plenitud y sacia de largos días. Los días del hombre son cortos y florecen como la hierba. Se agosta la hierba, se marchita la flor pero la Palabra de Dios permanece por siempre. El verdadero día que no conoce ocaso es la verdad  eterna, la verdadera eternidad, y, por tanto, la saciedad verdadera y eterna. Si no, ¿cómo puede llenar una gloria que es engañosa y vana? Por eso se la califica como vacía, para que sepas que con ella te vacías más y no puedes saciarte. Por tanto, en esta vida es mayor bien la abyección que la altanería; nuestro mejor bien es la privación y no el deleite; ambas pasan en seguida. Pero una conlleva el castigo y la otra el premio.

III

1. Provechosa tribulación la que, acarreando prueba, conduce a la gloria. Con él estaré en a tribulación; lo libraré y lo glorificaré. Demos gracias al Padre de las misericordias, que está con nosotros en la tribulación y nos consuela en cualquiera de ellas. Es necesaria, como he dicho, la tribulación que se convierte en gloria, la tristeza que se transforma en gozo; un gozo duradero que nadie nos arrebatará, un gozo múltiple, un gozo total. Necesaria es esa necesidad que engendra el premio. No la despreciemos, hermanos; es una semilla insignificante, pero el fruto que de ella brota es grande. Quizá sea insípida, amarga, como el grano de mostaza. Pero no valoremos lo que se ve, sino lo que no se ve. Porque lo que se ve es transitorio y lo que no se ve es eterno. Pregustemos las primicias de la gloria, gloriémonos en la esperanza gloriosa del Dios excelso.

2. Para decirlo todo, gloriémonos también por la tribulación, porque en ella radica  a esperanza de la gloria. Mira si no es esto mismo lo que quiere enseñar el Apóstol cuando añade: La tribulación engendra la paciencia, etc. Hay que subrayar que en esta frase, habiendo dicho antes el Apóstol solamente que nos gloriemos por la esperanza, añade además: Estamos orgullosos también de la tribulación. Y no recomienda ningún otro motivo de orgullo, sino que simplemente explica dónde está la esperanza gloriosa, dónde debe buscarse la gloria de la esperanza. Porque la esperanza de la gloria está en la tribulación. Es más, en la tribulación se encierra la gloria misma, como en la simiente está la esperanza del fruto, igual que el fruto está ya en la semilla.

3. De igual manera, el reino de Dios está dentro de nosotros, como un tesoro en vasija de barro o en un campo cualquiera. Esta, dice; pero está escondido. Dichoso el que lo encumbra ahí. ¿Quién será? El que piense más en la cosecha que en la semilla. Este tesoro lo encuentra la mirada de la fe, que no juzga por las apariencias, porque ve lo que no aparece e intuye lo que no se ve. Con toda seguridad había encontrado este tesoro, aquel que, deseando que lo hallasen los demás, decía: Vuestras penalidades momentáneas y ligeras nos producen una riqueza eterna, una gloria que las sobrepasa desmesuradamente. No dice, nos producirá, sino nos produce una riqueza eterna. Se nos oculta la gloria, hermanos míos; se nos esconde en la tribulación. En este momento fugaz está latente una eternidad. Y en algo tan liviano, una consistencia sublime y desproporcionada. Démonos prisa en esta vida para comprar ese campo. Para comprar ese tesoro escondido en el campo. Pongamos todo nuestro gozo en las diversas tribulaciones que nos sobrevengan. Digamos de verdad con el corazón, repitamos aquella máxima: Más vale visitar la casa en duelo que la casa en fiestas.

IV

1. Con él estaré en la tribulación, dice Dios. ¿Y yo voy a buscar aquí algo que no sea la tribulación? Para mí, lo bueno es estar junto a Dios. Y no sólo eso: Hacer del Señor mi refugio, porque lo libraré y lo glorificaré. Con él estaré en la tribulación. Yo, dice, disfruto estando con los hombres. Emmanuel, Dios con nosotros. Alégrate, llena de gracia, dice el ángel a María; el Señor está contigo. Está con nosotros en la plenitud de la gracia, y nosotros estaremos con él en la plenitud de la gloria. Descendió para estar cerca de los atribulados, para estar con nosotros en nuestra tribulación. Seremos arrebatados en nubes  ara recibir a Cristo en el aire, y así estaremos siempre con el Señor. Pero con tal de que procuremos tener altura como compañero del camino al que nos dará la patria. O mejor dicho, el que será un día nuestra patria si ahora es nuestro camino. Para mí, lo bueno es, Señor, padecer la tribulación, si es que tú estás conmigo, mejor que reinar sin ti, banquetear sin ti, llenarme de gloria sin ti. Prefiero abrazarte en la tribulación, tenerte conmigo en el camino, a estar sin ti aun en el cielo. ¿Qué puedo apetecer del cielo ni qué he de desear sobre la tierra fuera de ti?

2. El horno prueba la vasija del alfarero, y la prueba de la tentación al hombre justo. Ahí, ahí estás con ellos, Señor. Ahí estás en medio de los que se reúnen en tu nombre, como antiguamente te manifestaste con los tres jóvenes en el horno al gentil, que llegó a decir: El cuarto parece un ser divino. ¿Por qué temblamos, por qué  tememos, por qué huimos de esta hoguera? Se enfurece el fuego, pero el Señor está con nosotras en la tribulación. Si Dios está a nuestro favor, ¿quién puede estar en contra? Asimismo, si él es nuestro liberador, ¿quién puede arrancarnos de sus manos? Finalmente, si él nos da la gloria, ¿quién podrá afrentarnos? ¿Quién puede humillarnos?

V

1. Escucha, por fin, con qué gloria piensa glorificarnos. Lo saciaré, dice, de largos días. Al poner en plural la palabra "días", no quiso indicar inestabilidad alguna, sino su pura prolongación. Porque, si lo interpretas como cambio, mejor es un día en los atrios del Señor que mil fuera. Hemos leído que los santos y los hombres perfectos murieron colmados de días como los nuestros, pero sabemos que se llenaron de virtudes y de gracias. Por cierto que fueron levados hasta esa plenitud de día en día, de claridad en claridad; no por su propio espíritu, sino por el Espíritu del Señor.

2. Y si al día se le considera una gracia; si, como recordábamos, la claridad que nace del hombre se conceptúa como día e incluso esta pálida gloria que buscamos unos de otros, esa plenitud de la verdadera gloria, ¿no será propiamente el verdadero día o su plenitud meridiana? Si a la variedad de dones la llamamos larga sucesión de días, ¿no podemos entender por gloria múltiple la multiplicidad de días? Por último, descubrirás mejor la saciedad de días sin cambio alguno en estas palabras: La luz de la luna será como la luz del sol, dice el Profeta, y la luz del sol, siete veces mayor que la de siete días. Si no me engaño, aquel rey fiel deseaba cantar sus salmos todos estos días de su vida en la casa del Señor. Porque ser fieles a Dios con cada uno de los dones de tan sublime y diversa gloria, dándole gracias en todo, equivale a cantar salmos a su nombre todos los días.

VI

1. Le saciaré de largos días. Como si dijera más claramente. Sé lo que ansía, sé lo que desea, sé lo que saborea. No es plata ni oro, ni el placer, ni la curiosidad, ni dignidad cualquiera del mundo. Todo lo tiene por pérdida. Todo lo desprecia y lo considera como basura. Se despojó hasta de sí mismo y no soporta entregarse a lo que sabe que no puede llenarle. Sabe a imagen de quién ha sido creado, de qué grandeza es capaz, y no tolera medrar con minucias para privarse de lo mejor. Por eso saciaré de largos días a quien sólo puede recrearle la luz verdadera y colmarle la luz eterna. Porque esa larga duración no tiene fin, ni su claridad ocaso, ni su saciedad hartura. En la eternidad habrá sosiego, en la verdad gloria, en la saciedad gozo. Y le haré ver mi salvación. Merecerá ver lo que deseaba en el momento en que el Rey de la gloria le presente a la Iglesia radiante, sin mancha alguna, en la claridad del día, y sin arruga por su total lozanía. Al contrario, un espíritu impuro, turbado e inquieto por algo, se desvanece al brillo de su luz.

2. Por esta razón, como os recordaba, se nos prescribe correr tras la santidad y la paz, porque sin ellas nadie puede ver a Dios. Cuando tu deseo se vea colmado de bienes, hasta no suspirar por nada, pacificada totalmente el alma por su misma plenitud, podrás ya contemplar aquella calma colmada de la majestad,  echo semejante a Dios, para verla tal como es. Quizá, lleno de gloria en sí mismo, vea eternamente la victoria que Dios ha ganado y contemple el que ahora habite este mundo de delicias cómo toda la tierra se embriaga de su majestad. Parece que a esto se referiría lo que añade el salmo: Y le haré ver mi salvación.

VII

1. Pero, si así lo prefirieseis, también podemos interpretarlo como una aclaración de la promesa de largos días mostrándole su salvación. Lo saciaré, dice, de largos días. Y como si te preguntaras si es posible hablar de días en una ciudad en la que de día no luce el sol porque nunca es de noche, te responde: le haré ver mi salvación. Como se dice en la Escritura, porque su lámpara es el Cordero. Le haré ver mi salvación pero ya no le instruiré en la fe ni le ejercitaré en la esperanza, sino que lo colmaré directamente en la visión. Le haré ver mi salvación: le mostraré a mi Jesús para que vea ya eternamente a aquel en quien creyó, a quien amó y a quien siempre deseó.

2. Muéstranos, Señor, tu misericordia y danos tu salvación. Muéstranos, Señor, tu Salvador y nos basta, pues el que le ve, te ve a ti, porque está en ti, y tú en él. Esta es la vida  eterna, reconocerte a ti como único Dios verdadero, y a tu enviado Jesús, el Cristo. Entonces, Señor, dejarás a tu siervo irse en paz, según tu promesa, cuando mis ojos vean tu salvación, tu Jesús y Señor nuestro, que es el Dios soberano bendito por siempre.