SAN BUENAVENTURA
Sobre la Infancia de Jesús

Dado que, según el parecer y la doctrina de aquellos hombres venerables que la irradiación divina más ampliamente ilustró en la Iglesia de Dios, y más abundantemente encendió la devoción celeste, la meditación del dulce Jesús y la devota contemplación del Verbo encarnado deleita el alma devota con más suavidad que la miel y que la fragancia de los más exquisitos perfumes, la embriaga más dulcemente, y con mayor perfección la consuela y conforta; de aquí que, habiéndome sustraído un poquito al tumulto de molestos pensamientos, reflexioné en silencio, dentro de mí mismo, qué pudiera yo meditar en este tiempo sobre la Encarnación para recibir algún consuelo espiritual, en el cual gustara por espejo la divina dulzura en este valle de lágrimas, de manera que, una vez gustado en algo dicho consuelo, me fastidiara toda consolación temporal y fantástica.

Y de lo secreto de la mente me saltó la idea de que el alma devota podía renovar en sí el misterio de la Encarnación, y por virtud del Altísimo, mediante la gracia del Espíritu Santo, podía espiritualmente concebir, dar a luz y poner nombre al Verbo bendito e Hijo unigénito de Dios Padre; buscarlo y adorarlo con los santos Magos y, finalmente, presentárselo a Dios Padre, conforme a la ley de Moisés, felizmente en el templo. De esta forma el alma, como verdadera discípula de la religión cristiana, viene a celebrar en sí devotamente las cinco festividades que del niño Jesús celebra la Iglesia. Y como humildemente lo imaginé, así con humildes palabras lo compuse, omitidas las autoridades por amor de la brevedad.

Si alguno, leyendo o meditando este trabajo breve y humilde, se mueve un poco a devoción del dulcísimo Jesús, a él solo, autor, fuente y principio de todos los bienes, alabe, glorifique y bendiga. Mas si no concibiere ningún afecto, culpe al escritor de insuficiente e indigno, si ya no es suya la culpa por haber leído con poca devoción y humildad.

SERMÓN I
Sobre la concepción de Jesucristo

1. En primer lugar, purificado el entendimiento con el agua de la contrición, y encendido y elevado el afecto con la chispa del amor, consideremos casta y devotamente la manera como este bendito Hijo de Dios, Cristo Jesús, es concebido espiritualmente del alma piadosa.

Cuando el alma devota, movida y estimulada o por la esperanza del galardón del cielo, o por el temor del eterno suplicio, o por el hastío de morar por más tiempo en este valle de lágrimas, comienza a ser visitada con nuevas inspiraciones, santos afectos la inflaman y altos pensamientos y consideraciones del cielo la congojan, pero, rechazados y despreciados los antiguos defectos y los deseos de antes, es espiritualmente fecundada con el espíritu de la gracia por el Padre de las luces, de quien proviene toda dádiva preciosa y todo don perfecto1, con la decisión de una nueva forma de vivir. ¿Y qué significa esto, sino que descendiendo la virtud del Altísimo y la sombra del celestial refrigerio, que mitiga las concupiscencias carnales, conforta y ayuda a ver a los ojos del alma, el Padre vuelve grávida y fecunda el alma con una suerte de semilla celeste? Tras esta sacratísima concepción, el alma empalidece en el rostro por la verdadera humildad en el comportamiento, experimenta desgano por el alimento y la bebida, y desprecio y rechazo totales por las cosas del mundo; cambian los deseos en los afectos a raíz del propósito y la intención de bienes diferentes, y a veces también comienza a debilitarse y enfermar en el reniego de la propia voluntad. Ya anda triste y turbada por la perpetración de los pasados delitos, por el tiempo perdido, por la compañía y la conducta de los hombres que todavía viven en el mundo según los criterios del mundo. Poco a poco, ya comienza a resultarle pesado y tedioso todo lo que está y se ve afuera, porque se da cuenta de que desagrada a Aquél que ella percibe y siente presente en el corazón.

2. ¡Oh feliz concepción, de la cual se consigue semejante desprecio del mundo y tan gran apetito por las operaciones del cielo y las ocupaciones divinas! Ya, habiendo gustado el alma aunque más no sea un poco de la suavidad del espíritu, pierde el sabor toda carne con gemido, ya el alma comienza a subir a la montaña con María, porque después de tal concepción molestan las cosas terrenas y se desean las celestes y eternas. Ya comienza a huir de la compañía de aquellos que sólo encuentran sabor en lo terreno, y anhela la familiaridad de aquellos que suspiran por lo celeste. Ya comienza a servir a Isabel, es decir, a aquellos que ilumina la sabiduría divina y la divina gracia más enciende por el amor. Y esto es muy importante, porque es la exigencia de muchos que, cuanto más se apartan del mundo, tanto más amigos y familiares se vuelven de los hombres buenos, de manera que tanto más insípida se les vuelve la compañía de los malos, cuanto más dulcemente los aficiona y los enciende la vida honesta de los buenos y los espirituales. Porque, según el bienaventurado Gregorio, “cuando alguien se une a un hombre santo, sucede que, de verlo con frecuencia, de oír sus palabras y del ejemplo de su vida, se enciende en el amor a la verdad, huye de las tinieblas de los pecados y se enardece en el amor de la luz divina”2. De donde Isidoro añade: “Procura la compañía de los buenos. Sucederá, en efecto, que si te haces compañero de su vida, serás también compañero de sus virtudes”3. Considere aquí el alma fiel, cuán castos, cuán santos y cuán devotos fueron los diálogos de aquellos santos, cuán divinos y cuán salutíferos sus consejos, cuán admirable la santidad y cuán grande la obra de su mutua compañía, cuando cada uno provocaba al otro, con el ejemplo y la palabra, a cosas siempre mejores.

3. Eso mismo has de hacer tú, alma devota, si sientes haber concebido del Espíritu nuevos deseos de vida celestial. Huye de la compañía de los malos, asciende con María, busca los consejos de hombres espirituales, trata de imitar las huellas de los perfectos, contempla las palabras de los buenos, junto a sus obras y a sus ejemplos. Huye de los venenosos consejos de los perversos, que siempre buscan pervertir, desean impedir, no desisten de lacerar los nuevos deseos del Santo Espíritu, y muchas veces, bajo apariencia de piedad inoculan el virus de la impía tibieza, diciendo: “lo que empiezas es demasiado grande, lo que te propones es demasiado arduo, nadie puede resistir lo que haces; no te darán las fuerzas, te faltan las virtudes naturales, perderás la cabeza, se te destruirán los ojos, te prepararás mil enfermedades distintas: tisis, parálisis, cálculos, mareos de cabeza, cataratas en los ojos; perderás los sentidos, se te obnubilará la razón, y te abandonarán todas las fuerzas. Todo esto te sucederá si no desistes de lo comenzado, si no atiendes más al bienestar de tu cuerpo. Estas cosas no están bien para tu estado, te hacen perder honor e imagen”. Ves cómo ya se hizo maestro de disciplina y médico del cuerpo el que ni sabe componer las propias costumbres ni es capaz de curar la enfermedad de su propia mente. Ay, ay… ¡Cuántos y cuántos cayeron por las zancadillas de los malditos consejos de los mundanos, y mataron al Hijo de Dios que había sido concebido en ellos por el Espíritu Santo! Esta es la miserable poción y la mortífera persuasión diabólica, que impide en muchos la concepción espiritual, y en muchos más elimina y aborta lo que ya está concebido y formado por el propósito, o lo que ya está hecho por el deseo.

4. Pero también hay otros que parecen buenos y religiosos -y quizá lo son-, mas, salvada su reverencia, son demasiado miedosos, sin darse cuenta de que no se empequeñeció la mano del Señor, de manera que ya no pueda salvar4, ni fue disminuida la piedad del Altísimo, que quiere y puede ayudar; tienen celo de Dios, pero indiscreto5, al alejar a los hombres de las obras de perfección por compasión de la aflicción corporal, o tal vez por temor del desfallecimiento natural, viendo hacer a otros con resolución lo que ellos mismos ya habían considerado bueno y santo, pero no se habían atrevido a empezar. Disuaden de todo aquello que exceda la norma de la vida común, destruyen los santos consejos de la divina inspiración; y los consejos de estos tales, cuanto más autorizados son en razón de su vida, tanto más peligrosos resultan.

5. A veces dicen éstos, objetando astutamente con el arte del antiguo enemigo: “Haciendo todo eso te considerarán santo, buen religioso, devoto. Y como aún no se halla en ti aquello que dicen los otros, a los ojos del supremo Juez, que conoce tus grandes, graves y horrendos pecados, serás culpable y perderás los méritos de tus obras, y serás juzgado como un simulador o un hipócrita”. Ellos dicen que tales ejercicios son para aquellos que nunca hicieron nada malo, aquellos que siempre llevaron una vida santa e inocente, que dejaron todo por el Señor, y que todo el tiempo de su vida vivieron perfectamente unidos a Dios.

6. Pero tú, oh alma devota amada por Dios, guárdate bien de ellos; sube al monte con María. Pablo no había vivido sin pecado, y todavía no había servido por mucho tiempo a Dios cuando fue arrebatado al tercer cielo y vio a Dios cara a cara6. María Magdalena, toda soberbia, toda ambiciosa, toda vuelta a las vanidades del mundo y toda volcada a los placeres de la carne, no mucho después se sentó entre los apóstoles a los pies de Jesús, y escuchó con devota intención la doctrina de la perfección; mereció en poco tiempo ver a Dios antes que todos los demás y anunció con constancia a todos las palabras de la verdad. Dios, en efecto, no hace acepción de personas7, no se fija en la nobleza de linaje, ni en la cantidad de tiempo, ni en la multitud de obras, sino en el fervor más grande y en el mayor amor del alma devota. No se fija en cómo fuiste alguna vez, sino en cómo empezaste a ser ahora. Por eso los consejos de quienes te aconsejan de este modo serían muy reprensibles si no los excusara la simplicidad; pero no deben ser aprobados.

7. Si no puedes ser salvada por la inocencia, entonces, procura ser salvada por la penitencia; si no puedes ser Catalina o Cecilia, no desprecies el ser María Magdalena, o María la Egipcia. Así pues, si tú sientes haber concebido con un santo propósito al dulcísimo Hijo de Dios, huye de aquellos mortíferos venenos y apresúrate, anhela y suspira, como una mujer en su último mes, por llegar felizmente al parto.

SERMÓN II
Sobre el nacimiento de Jesucristo

1. En segundo lugar, atiende y considera de qué manera el bendito Hijo de Dios, ya espiritualmente concebido, nace espiritualmente en el alma. Nace, en efecto, cuando después de un sano consejo, después de un examen suficientemente maduro, después de haber invocado la ayuda de Dios, el propósito se pone en marcha; cuando el alma ya comienza a poner por obra aquello que había analizado en su mente pero que siempre temía empezar, por miedo de fracasar. En este felicísimo nacimiento los ángeles se alegran, glorifican a Dios, anuncian la paz, ya que, mientras se lleva a efecto lo que antes había sido concebido en el alma, la paz vuelve a formarse en el hombre interior8. En efecto, en el reino del alma no cunde la paz buenamente cuando la carne lucha contra el espíritu y el espíritu contra la carne9; cuando la soledad afecta al espíritu y la muchedumbre a la carne; cuando Cristo deleita al espíritu y el mundo a la carne; cuando el espíritu busca el descanso de la contemplación con Dios, y la carne ansía el honor de los puestos en el siglo. Por el contrario, cuando la carne se somete al espíritu, una vez que se lleva a cabo la obra buena, que antes impedía la carne, vuelve a formarse la paz y la exultación interior. ¡Oh, qué feliz nacimiento el que engendra un júbilo tan grande en los ángeles y en los hombres! “¡Oh qué dulce y deleitable sería obrar según la naturaleza si nuestra locura lo permitiese, sanada la cual, la naturaleza sonreiría de inmediato a los naturales!”10. Entonces, comprobaría la verdad de lo que dice el Salvador: Tomad sobre vosotros mi yugo y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón, y hallaréis descanso para vuestras almas; porque mi yugo es suave, y mi carga ligera11.

2. Mas aquí has de notar, oh alma devota, que si te deleita este jubiloso nacimiento, primero debes ser María. “María”, en efecto, significa mar amargo, iluminadora y señora12. Sé pues, un mar amargo por la contrición de las lágrimas, doliéndote muy amargamente de los pecados cometidos, gimiendo muy profundamente por los bienes omitidos, y afligiéndote incesantemente por los días malgastados y perdidos. Sé, en segundo lugar, iluminadora por la vida honesta, por la acción virtuosa y por la diligente dedicación en afianzar a los otros en el bien. Sé, por último, señora de los sentidos, de los deseos de la carne, de todas tus acciones, para que todas tus obras las hagas según el recto juicio de la razón y en todas ellas anheles y procures tu propia salvación, la edificación del prójimo y la alabanza y la gloria de Dios.

Después de esta feliz navidad, conoce y gusta cuán suave es el Señor Jesús13. Suave, en verdad, cuando es nutrido con santas meditaciones, cuando es bañado en la fuente de devotas y tiernas lágrimas, cuando es envuelto en los pañales de los castos deseos y cuando es alzado en brazos del santo amor, colmado de besos por los afectos de devoción y abrigado dentro del seno del propio corazón. Así, pues, nace el niño espiritualmente.

SERMÓN III

Sobre la presentación de Jesucristo

1. En tercer lugar debemos considerar de qué manera este tan bendito bebé nacido espiritualmente, ha de ser nombrado. Y pienso que no podría recibir un nombre más apto que Jesús, pues está escrito: Será llamado Jesús14. Este es el nombre más sagrado, profetizado por los profetas, anunciado por el ángel, predicado por los apóstoles, deseado por todos los santos. ¡Oh nombre virtuoso, gracioso, gozoso, delicioso, glorioso! Virtuoso, porque vence a los enemigos, repara las fuerzas, renueva las almas. Gracioso, porque en él tenemos el fundamento de la fe, la firmeza de la esperanza, el aumento de la caridad, el complemento de la justicia. Gozoso, porque es “júbilo en el corazón, melodía en el oído, miel en la boca”, esplendor en el alma. Delicioso, porque “rumiado nutre, pronunciado deleita, invocado unge”15, escrito recrea, leído instruye. Nombre en verdad glorioso, porque dio la vista a los ciegos, el andar a los cojos, el oído a los sordos, la palabra a los mudos, la vida a los muertos. ¡Oh nombre bendito, que tan grandes efectos de virtud ostenta! ¡Oh alma, ya escribas, ya leas, ya enseñes, ya hagas cualquier otra cosa, nada te agrade, nada te deleite sino Jesús. Llama pues, a tu bebé, engendrado espiritualmente en ti, Jesús, es decir, salvador en el destierro y la miseria de esta vida; y que te salve de la superficialidad del mundo que lucha contra ti; de la falsedad del demonio que te corrompe; de la fragilidad de la carne que te atormenta.

2. Grita, alma devota, en medio de los tantos flagelos de esta vida: ¡Oh Jesús, Salvador del mundo, sálvanos, tú que por tu cruz y tu sangre nos redimiste; ayúdanos, Señor Dios nuestro!. Salva -diré-, dulcísimo Jesús, confortando al débil, consolando al afligido, ayudando al frágil, consolidando al que vacila.

3. ¡Oh, cuánta dulzura sintió muchas veces después de aquella bendita imposición del nombre la feliz madre natural y verdadera madre espiritual, María virgen, cuando percibió que en este nombre se expulsaban los demonios, se acumulaban los milagros, se iluminaban los ciegos, se sanaban los enfermos, se levantaban los muertos! Pues de la misma manera tú, alma que eres espiritualmente madre, con razón debes gozar y exultar cuando percibes en ti y en los otros que tu bendito Hijo Jesús pone en fuga a los demonios en la remisión de los pecados, ilumina a los ciegos en la infusión del verdadero conocimiento, levanta a los muertos en la colación de la gracia, cuida a los enfermos, sana a los cojos, endereza a los paralíticos y contrahechos en el robustecimiento espiritual, de manera que ya se vuelvan fuertes y viriles por la gracia los que antes eran débiles y frágiles por la culpa. ¡Oh, cuán feliz y bienaventurado el nombre que mereció tener tan grande poder y eficacia!

SERMÓN IV
Sobre la adoración de Jesucristo por parte de los magos

1. Sigue la cuarta solemnidad, que consiste en la adoración de los magos. Una vez que el alma concibió espiritualmente por la gracia a este dulcísimo niño, lo dio a luz y le puso nombre, los tres reyes, es decir las tres potencias del alma -con razón llamadas reyes, porque ya se enseñorean de la carne, dominan los sentidos, y se ocupan, como corresponde, solamente en las cosas de Dios-, juzgan que el niño, que ya les fuera revelado de múltiples maneras, debe ser buscado en la ciudad real, esto es, en todo el mundo universo. Buscan en las meditaciones, rebuscan con los afectos, preguntan con devotos pensamientos: ¿Dónde está el que ha nacido? Vimos su estrella en oriente16; vimos su claridad refulgente en la mente devota, vimos su esplendor radiante en lo secreto del alma, escuchamos su voz dulcísima, gustamos su dulzura delicadísima, percibimos su aroma suavísimo, experimentamos su deliciosísimo abrazo. Respóndenos de una vez, Herodes, haznos ver al amado, muéstranos al bebito deseado. Él es a quien deseamos y buscamos.

2. Oh dulcísimo y amantísimo niño eterno, recién nacido y antiguo ¿cuándo te veremos, cuándo te hallaremos, cuando estaremos ante tu rostro? Fastidia gozar sin ti, deleita gozar contigo y llorar contigo. Todo lo que para ti es adverso para nosotros es molesto; y lo que te agrada es nuestro deseo indefectible. ¡Oh, si tan dulce es llorar por ti, cuánto más dulce ha de ser gozar por ti!17. ¿Dónde está, pues, el que buscamos? ¿Dónde está el que deseamos en todo y por sobre todo? ¿Dónde está el que ha nacido rey de los Judíos, ley de los devotos, luz de los ciegos, guía de los miserables, vida de los que mueren, salud eterna de todos los que eternamente viven?18.

3. Sigue la respuesta justa: En Belén de Judá; Belén significa casa del pan, Judá confesión19. Cristo es hallado allí donde, después de la confesión de los crímenes, se escucha, se rumia y se retiene en la mente devota el pan de vida celeste, es decir, la doctrina del Evangelio, para realizarla en las obras y proponerla a los otros para ser vivida. El niño Jesús es hallado con María, la madre20, allí donde, después de la dolorosa contrición del llanto, después de la fructuosa confesión, se disfruta la dulzura de la contemplación celeste y del consuelo, a veces entre abundantísimas lágrimas, cuando la oración que se comienza casi desesperada, se deja llena de gozo y segura del perdón21. ¡Oh feliz María, por quien es concebido Jesús, de quien nace y con quien tan dulce y gozosamente es hallado Jesús!

4. Pero también vosotros, reyes, es decir potencias naturales del alma devota, buscad con los reyes de la tierra para adorarle y ofrecerle dones22. Adorad con reverencia, porque es el creador, el redentor y el remunerador: creador en la formación de la vida natural, redentor en la reformación de la vida espiritual, remunerador en la entrega de la vida eterna. Oh, vosotros, reyes, adorad con reverencia, ya que es rey poderosísimo; adorad con decencia, ya que es maestro sapientísimo; adorad con alegría, ya que es príncipe liberalísimo.

Y no os deis por satisfechos con la adoración, si no la sigue la oblación. Ofreced -diré- el oro del amor más ardiente, ofreced el incienso de la contemplación más devota, la mirra de la contrición más amarga: el oro del amor por los bienes otorgados, el incienso de la devoción por los gozos preparados, la mirra de la contrición por los pecados cometidos; ofreced oro a la Divinidad eterna, incienso a la santidad del alma, mirra a la pasibilidad del cuerpo. Así, pues, buscad, adorad y ofreced vosotras, almas.

SERMÓN V
Sobre la presentación de Jesucristo en el templo

1. En quinto y último lugar, considere el alma devota y fiel de qué manera el bebé recién nacido por la consumación de las obras divinas y nombrado por la dulzura de la degustación de las cosas celestes, y buscado y hallado, adorado y honrado por la oblación de dones espirituales, ha de ser presentado en el Templo, ofrecido al Señor, y esto por la devota, humilde y debida acción de gracias.

Después de que la feliz María, madre espiritual de Jesús, ha sido purificada por la penitencia en la concepción de este bendito hijo, después de haber sido ya confortada en algo por la gracia en el nacimiento, después de haber sido íntimamente consolada por la imposición del bendito nombre, y finalmente informada por Dios en la adoración con los reyes, ¿qué otra cosa queda sino llevar a la Jerusalén celeste, al templo de la Divinidad y presentar a Dios, al Hijo de Dios y de la Virgen?

2. Sube, pues, María en el espíritu, no ya a la montaña, sino a las moradas de la Jerusalén celeste, a los palacios de la ciudad superna. Arrodíllate allí humildemente ante el trono de la eterna Trinidad y de la indivisa Unidad; allí presenta a Dios Padre a tu hijo, alabando, glorificando y bendiciendo al Padre y al Hijo con el Espíritu Santo. Alaba con júbilo a Dios Padre, por cuya inspiración concebiste el buen propósito. Glorifica en la alabanza a Dios Hijo, por cuya información llevaste a cabo el bien que te habías propuesto. Bendice y santifica a Dios Espíritu Santo, por cuya consolación perseveraste hasta ahora en el buen ejercicio.

3. Oh alma, glorifica a Dios Padre en todos sus dones y en todos tus bienes, porque él es quien te llamó del siglo por oculta inspiración, diciéndote: Vuelve, vuelve, Sunamita, palabras cuyo comentario busca aparte, en otro tratado, en la primera meditación23.

Engrandece a Dios Hijo en todos sus santos. Él es, en efecto, quien te liberó de la servidumbre del demonio por su secreta información, diciéndote: Toma sobre ti mi yugo; rechaza el yugo del demonio. El yugo del demonio es amarguísimo, mi yugo es suavísimo; a su yugo seguirá suplicio eterno y tormentos, a mi yugo seguirá fruto suavísimo y descanso opulento. Si su yugo muestra a veces cierta dulzura, es falsa y momentánea; cuando mi yugo procura alegría, es verdadera y salvadora. Él a veces levanta un poco a sus servidores, mas para confundirlos eternamente; el que me honra, por el contrario, si por un momento es humillado, es para reinar y gloriarse eternamente. Esta fue la enseñanza que te dio el Hijo de Dios, a veces por sí mismo y a veces por sus doctores y amigos, y te liberó de la falsa persuasión del demonio, y de la blanda decepción de la carne y del mundo.

Bendice y santifica siempre a Dios Espíritu Santo, oh alma, que te confirmó en el bien por su dulcísima consolación, diciéndote: Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré24. ¿Cómo, en efecto, oh alma delicada y frágil, acostumbrada a las delicias del mundo, embriagada con las alegrías de este siglo como los cerdos con el mosto del vino, cómo habrías podido, entre tales y tantas redes del antiguo enemigo, entre tantos falsos consejos, entre tan variados obstáculos, entre tan innumerable multitud de amigos, parientes y otros conocidos que te apartaban del camino del amor y entre las flechas de los que te herían, perseverar en el bien, amarrada con los lazos de tantos pecados, y cómo progresar en el bien, si no hubieras sido ayudada misericordiosamente por la gracia del Espíritu Santo y tantas veces dulcemente consolada y sostenida? A él, pues, debes referir todas tus obras, sin retener nada para ti.

4. Di con pura y devota intención de la mente: Todas mis obras las realizas tú, Señor25; ante ti nada soy, nada puedo; es don tuyo que subsista, sin ti no puedo hacer nada. A ti, clementísimo Padre de las misericordias, te ofrezco lo que te pertenece, a ti lo encomiendo, a ti lo confío, indigna e ingrata de todos tus dones, que reconozco humildemente entregados a mí. A ti la alabanza, a ti la gloria, a ti la acción de gracias, o felicísimo Padre, majestad eterna, que por tu infinito poder me creaste de la nada.

Te alabo, te glorifico, te doy gracias, oh felicísimo Hijo, claridad del Padre, que me liberaste de la muerte por tu eterna sabiduría.

Te bendigo, te santifico, te adoro, oh felicísimo Espíritu Santo, que por tu bendita piedad y clemencia me llamaste del pecado a la gracia, del siglo a la vida religiosa, del exilio a la patria, del trabajo al reposo, de la tristeza a la jocundísima y deliciosísima dulzura de la bienaventurada fruición; la cual nos conceda Jesucristo, Hijo de María Virgen, que vive y reina con el Padre y el Espíritu Santo por los siglos de los siglos. Amén.

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1: St, 1,17. 2: Gregorio Magno, Homil. In Ezech. 5,6. 3: Isidoro de Sevilla, II Synonymorum 44 (c.8). 4: Is, 59,1. 5: Rom, 10,2. 6: 2 Cor, 12,2-4. 7: Hch, 10,34. 8: Lc, 2,13s. 9: Gal, 5,17. 10: Guillermo de Saint Thierry, Epistola ad fratres de monte Dei (inter opera Bernardi) 1,8,23. 11: Mt, 11,29. 12: Jerónimo, De nominibus hebraicis. 13: Sal, 33,9; cf. Sb 12,1. 14: Lc, 2,21. 15: Bernardo, In Cantica Canticorum S. 15,6; 15,5. 16: Mt, 2.2. 17: Bernardo, Lamentationes in passionem Christi 3. 18: Mt, 2,5. 19: Bernardo, In Vigilia Nativitatis Domini S. 1,6. 20: Mt, 2,11. 21: Bernardo, In Cantica Canticorum S. 32,3. 22: Mt, 2,11. 23: Ct, 6,12. 24: Mt, 11,28. 25: Is, 26,12.