SAN BERNARDO
Sermones sobre la Virgen María

SERMÓN I
SOBRE EL NACIMIENTO DE LA VIRGEN MARÍA

1. Cuando el cielo goza ya de la presencia de la Virgen fecunda, la tierra venera su memoria. Allí se halla la posesión de todo bien, aquí el recuerdo; allí la saciedad, aquí una tenue prueba de las primicias; allí la realidad, aquí el nombre. Señor, dice el salmista, tu nombre permanece para siempre, y tu memoria pasará de generación en generación. Esta generación y generación no es de ángeles, a la verdad, sino de hombres. ¿Queréis saber cómo su nombre, y su memoria está en nosotros y su presencia en las alturas? Oíd al Salvador cuando dice: Habéis de orar así: Padre nuestro que estás en los cielos, santificado sea tu nombre. Fiel oración, cuyos principios nos avisan de la divina adopción y de la terrena peregrinación, a fin de que, sabiendo que mientras no estamos en el cielo vivimos alejados del Señor y fuera de nuestra patria, gimamos dentro de nosotros mismos aguardando la adopción de hijos, o sea, la presencia del Padre. Por tanto, expresamente habla de Cristo el profeta cuando dice: Cual espíritu que anda delante de nosotros es Cristo nuestro Señor; bajo de su sombra viviremos entre las gentes, porque entre las celestiales bienaventuranzas no se vive en la sombra, sino más bien en el esplendor. En los esplendores de los santos, dice, de mi seno te engendré antes del lucero. Pero esto, sin duda, el Padre.

2. Mas la madre no le engendró al mismo en el esplendor, sino en la sombra; pero no en otra sombra que con la que el Altísimo la cubrió. Justamente por eso canta la Iglesia, no aquella Iglesia de los santos, que está en las alturas y en el esplendor, sino la que peregrina todavía en la tierra: A la sombra de aquel que había deseado me senté, y su fruto es dulce al paladar mío. Había pedido que se le mostrase la luz del mediodía, en donde el Esposo apacienta su rebaño, pero fue contrariada en su deseo, y en lugar de la plenitud de la luz recibió la sombra, en lugar de la saciedad, el gusto. Finalmente, no dice: A la sombra que yo había deseado, sino: A la sombra de aquel a quien yo había deseado me senté, pues no había deseado la sombra, sino el resplandor del mediodía, la luz llena de quien es luz llena. Y su fruto, añade, dulce a mi paladar. ¿Hasta cuándo me has de negar tu compasión, sin permitirme el respirar y tragar siquiera mi saliva? ¿Cuándo llegará el día en que se cumpla esta sentencia: Gustad y ved cuán suave es el Señor? Sin duda es suave al gusto y dulce al paladar, por lo cual se comprende perfectamente que, en vista de ello, prorrumpiera la esposa en voces de acción de gracias y de alabanza.

3. Pero ¿cuándo se dirá: Comed, amigos, y bebed y embriagaros, amadísimos? Los justos, dice el profeta, coman en convite, pero delante de Dios, no en la sombra. Y de sí mismo dice: Seré saciado cuando aparezca tu gloria. También el Señor dice a los apóstoles: Vosotros sois los que permanecisteis conmigo en mis tentaciones y yo dispongo para vosotros, así como mi Padre le dispuso para mí el reino, para que comáis y bebáis sobre mi mesa». ¿En dónde? En mi reino, dice. Dichoso aquel que coma el pan en el reino de Dios. Sea, pues, tu nombre santificado, por el cual de algún modo ahora estás, Señor, en nosotros, habitando por la fe en nuestros corazones, puesto que ya ha sido invocado sobre nosotros tu nombre. Vénganos tu reino. Venga, ciertamente, lo que es perfecto y sea acabado lo que es en parte. Tenéis, dice el Apóstol, por fruto de vuestras obras la santificación, pero será su fin la vida eterna. La vida eterna es fuente indeficiente que riega toda la superficie del paraíso. No sólo la riega, sino que la embriaga, como fuente de los huertos, pozo de aguas vivas que corren con ímpetu desde el Líbano, y el ímpetu del río alegra la ciudad de Dios". Pero ¿quién es la fuente de la vida, sino Cristo Señor? Cuando aparezca Cristo, que es vuestra vida, entonces también apareceréis vosotros con El en la gloria. A la verdad, la misma plenitud se anonadó a sí misma para hacerse para nosotros justicia, santificación y remisión, no apareciendo todavía vida o gloria o bienaventuranza. Corrió la fuente hasta nosotros y se difundieron las aguas en las plazas, aunque no beba el ajeno de ellas. Descendió por un acueducto aquella vena celestial, no ofreciendo, con todo ello, la copia de una fuente, sino infundiendo en nuestros áridos corazones las gotas de la gracia, a unos, ciertamente, más, a otros, menos. El acueducto, sin duda, lleno está para que los demás reciban de la plenitud, pero no la misma plenitud.

4. Ya habéis advertido, si no me engaño, quién quiero decir que es este acueducto que, recibiendo la plenitud de la misma fuente del corazón del Padre, nos la franqueó a nosotros, si no del modo que es en sí misma, a lo menos según podíamos nosotros participar de ella. Sabéis, pues, a quién se dijo: Dios te salve, llena de gracia. Mas ¿acaso admiraremos que se pudiese encontrar de que se formase tal y tan grande acueducto, cuya cumbre, al modo de aquella escala que vio el patriarca Jacob, tocase en los cielos, más bien, sobrepasase también los cielos y pudiese llegar a aquella vivísima fuente de las aguas que están sobre los cielos? Se admiraba también Salomón y, al modo del que desespera, decía: ¿Quién hallará una mujer fuerte? A la verdad, por eso faltaron durante tanto tiempo al género humano las corrientes de la gracia, porque todavía no estaba interpuesto este deseable acueducto de que hablamos ahora. Ni nos admiraremos de que fuese aguardado largo tiempo, si recordamos cuántos años trabajó Noé, varón justo, en la fábrica de] arca, en la cual sólo unas pocas almas, esto es, ocho, se salvaron, y esto para un tiempo bastante corto.

5. Pero ¿cómo llegó este nuestro acueducto a aquella fuente tan sublime? ¿Cómo? Con la vehemencia del deseo, con el fervor de la devoción y con la pureza de la oración, según está escrito: La oración del justo penetra los cielos. A la verdad, ¿quién será justo, si no lo es María, de quien nació para nosotros el Sol de justicia? ¿Y cómo hubiera podido llegar hasta tocar aquella majestad inaccesible, sino llamando, pidiendo y buscando? Sí, halló lo que buscaba aquella a quien se dijo: Has hallado gracia a los ojos de Dios. ¿Qué? ¿Está llena de gracia y todavía halla más gracia? Digna es, por cierto, de hallar lo que busca, pues no la satisface la propia plenitud, ni está contenta aún con el bien que posee, sino que, así como está escrito: El que de mí bebe, tendrá sed todavía, pide el poder rebosar para la salvación del universo. El Espíritu Santo, le dice el ángel, descenderá sobre ti, y en tanta copia, en tanta plenitud difundirá en ti aquel bálsamo precioso, que se derramará copiosamente por todas partes. Así es, ya lo sentimos, ya se alegran nuestros rostros en el óleo. Mas esto, ciertamente, no es en vano; y si el aceite se derrama, no por eso perece. Por esto, sin duda, también las vírgenes, esto es, las almas todavía párvulas, aman al Esposo y no poco. Y no sólo recibió la barba aquel ungüento que descendía de la cabeza, sino también las mismas fimbrias del vestido le recibieron.

6. Mira, hombre, el consejo de Dios, reconoce el consejo de la sabiduría, el consejo de la piedad. Habiendo de regar toda la era con el rocío celestial, humedeció primero todo el vellocino; habiendo de redimir todo el linaje humano, puso todo el precio en María. ¿Con qué fin hizo esto? Quizá para que Eva fuese disculpada por la hija, y cesase la queja del hombre contra la mujer para siempre. No digas ya, jamás, Adán: La mujer que me diste me ofreció del árbol prohibido; di más bien: La mujer que me diste me ha dado a comer del fruto bendito. Consejo piadosísimo, sin duda, pero no es esto todo acaso; hay otro todavía oculto. Verdad es lo que se ha dicho, pero aún es poco (si no me engaño) a vuestros deseos. Dulzura de leche es; se sacará, acaso, si con más fuerza apretamos la crasitud de la manteca. Contemplad, pues, más altamente con cuánto afecto de devoción quiso fuese honrada María por nosotros aquel Señor, que puso en ella toda la plenitud, para que, consiguientemente, si en nosotros hay algo de esperanza, algo de gracia, algo de salud, conozcamos que redunda de aquélla que subió rebosando en delicias. Huerto es, en verdad, de delicias que no solamente inspiró viniendo, sino que agitó dulcemente con sus soberanos soplos aquel austro divino, sobreviniendo en ella, para que por todas partes fluyan y se difundan sus aromas y dones, es a saber, las gracias. Quita este cuerpo solar que ilumina al mundo, y ¿cómo podría haber día? Quita a María, esta estrella del mar, del mar sin duda grande y espacioso, y ¿qué quedará, sino oscuridad, ofuscación, sombra de la muerte y densísimas tinieblas?

7. Con todo lo íntimo, pues, de nuestra alma, con todos los afectos de nuestro corazón y con todos los sentimientos y deseos de nuestra voluntad, veneremos a María, porque ésta es la voluntad de aquel Señor que quiso que todo lo recibiéramos por María. Esta es, repito, su voluntad, pero para bien nuestro. Puesto que, mirando en todo y por todo al bien de los miserables, consuela nuestro temor, excita nuestra fe, fortalece nuestra esperanza, disipa nuestra desconfianza y anima nuestra pusilanimidad. Recelabas acercarte al Padre, y aterrado con sólo oír su voz. Huías a esconderte entre las hojas, y Él te dio a Jesús por mediador. ¿Qué no conseguirá tal Hijo de Padre tal? Será oído sin duda por su respeto, pues el Padre ama al Hijo. Mas recelas acaso llegarte también a El. Hermano tuyo es, tu carne es, tentado en todas las cosas sin pecado para hacerse misericordioso. Este hermano te lo dio María. Pero, por ventura, en El también miras con temblor su majestad divina, porque, aunque se hizo hombre, con todo eso permaneció Dios. ¿Quieres tener un abogado igualmente para con Él? Pues recurre a María. Porque se halla la humanidad pura en María, no sólo pura de toda contaminación, sino pura de toda mezcla de otra naturaleza. No me cabe la menor duda: será ella oída también por tu respeto. Oirá sin duda el Hijo a la Madre, y oirá el Padre al Hijo. Hijos amados, ésta es la escala de los pecadores, ésta es mi mayor confianza, ésta es toda la razón de la esperanza mía. ¿Pues qué? ¿Podrá acaso el Hijo repeler, o padecer El re pulsa? ¿Podrá el Hijo no ser atendido por su Padre o rechazar los ruegos de su Madre? No, no; mil veces no. Hallaste, dice el ángel, gracia en los ojos de Dios. Dichosamente. Siempre ella encontrará la gracia, y sola la gracia es de lo que necesitamos. La prudente Virgen no buscaba sabiduría, como Salomón; ni riquezas, ni honores, ni poder, sino gracia. A la verdad, sola es la gracia por la que nos salvamos.

8. ¿Para qué deseamos nosotros, hermanos, otras cosas? Busquemos la gracia, y busquémosla por María, porque ella encuentra lo que busca y no puede verse frustrada. Busquemos la gracia, pero la gracia en Dios, pues en los hombres la gracia es falaz. Busquen otros el mérito; nosotros procuremos cuidadosamente hallar la gracia. ¿Pues qué? ¿Por ventura, no es gracia el estar aquí? Verdaderamente misericordia del Señor es que no hayamos sido consumidos nosotros. ¿Y quiénes somos nosotros? Nosotros, tal vez, perjuros; nosotros, adúlteros; nosotros, homicidas; nosotros, ladrones; la basura, sin duda, del mundo. Consultad vuestras conciencias, hermanos, y ved que donde abundó 'el delito sobreabundó también la gracia. María no alega el mérito, sino que busca la gracia. A la verdad, en tanto grado confía en la gracia y no presume de sí altamente, que se recela de la misma salutación del ángel. María, dice, pensaba qué salutación sería ésta. Sin duda, se reputaba indigna de la salutación del ángel. Y acaso meditaba dentro de sí misma: ¿De dónde a mí esto, que el ángel de mi Señor venga a mí? No temas, María, no te admires de que venga el ángel, que después de él viene otro mayor que él. No te admires del ángel del Señor, el Señor del ángel está contigo. ¿Qué mucho que veas a un ángel viviendo tú ya angélicamente? ¿Qué mucho es que visite el ángel a una compañera de su vida? ¿Qué mucho que salude a la ciudadana de los santos y familiar del Señor? Angélica vida es, ciertamente, la virginidad, pues los que no se casan ni son casados serán corno los ángeles de Dios.

9. ¿No veis cómo también de este modo nuestro acueducto sube a la fuente, ni ya con sola la oración penetra los cielos, sino igualmente con la incorrupción, la cual nos une con Dios, como dice el Sabio? Era la Virgen santa en el cuerpo y en el espíritu, y podía decir con especialidad: Nuestro trato es en el cielo. Santa era, repito, en el cuerpo y en el espíritu, para que nada dudes acerca de este acueducto. Sublime es en gran manera, pero no menos permanece enterísimo. Huerto cerrado es, fuente sellada, templo del Señor, sagrario del Espíritu Santo. No era virgen fatua, pues no sólo tenía su lámpara llena de aceite, sino que guardaba en su vasija la plenitud de él. En su corazón había dispuesto los grados para subir hasta el lugar santo por medio de la asidua oración y una vida santísima, y así vemos que subió a las montañas de Judea con mucha prisa, saludó a Isabel y permaneció en su asistencia como tres meses, de suerte que ya entonces podía decir la Madre de Dios a la madre de Juan lo que mucho tiempo después dijo el Hijo de Dios al hijo de Isabel: Déjame hacer ahora, que así es como conviene que cumplamos nosotros toda justicia. Puede afirmarse con toda verdad que esta Virgen al subir a las montañas de Judea se elevó más que los más altos montes de Dios, lo cual constituye el tercer ascenso de la Virgen, a fin de que se cumpliera en ella aquello de que con dificultad se rompe la cuerda tres veces doblada. Hervía, pues, la caridad en buscar la gracia, resplandecía en el cuerpo la virginidad y sobresalía la humildad en el obsequio. Pues si todo aquel que se humilla será ensalzado, ¿qué cosa más sublime que esta humildad? Se admiraba Isabel de su venida, y decía: ¿De dónde a mí esto, que la Madre de mi Señor venga a mí? Pero mucho más debiera haberse admirado de que María se anticipara a lo que más tarde debía decir su Hijo: No vine a ser servido, sino a servir. Con razón, por tanto, aquel cantor divino, llevado de su admiración profética, decía de ella: ¿Quién es ésta que va subiendo cual aurora naciente, hermosa como la luna, escogida como el sol; terrible como un ejército formado en batalla? Sube ciertamente sobre el linaje humano, sube hasta los ángeles, pero a éstos también los sobrepuja y se eleva sobre toda criatura celestial. Sin duda que sobre los mismos ángeles es forzoso que vaya a recibir aquella agua viva que ha de difundir sobre los hombres.

10. ¿Cómo, dice, se hará esto, porque yo no conozco varón? Verdaderamente es santa en el cuerpo y en el espíritu, teniendo no sólo la integridad de la virginidad, sino el propósito firme de conservarla incólume. Mas respondiendo el ángel, le dijo: El Espíritu Santo sobrevendrá en ti, y la virtud del Altísimo te hará sombra. Como si dijera: No me preguntes a mí esto, porque es cosa superior a mi comprensión y no podría declarártelo. El Espíritu Santo, no el espíritu angélico, sobrevendrá en ti, y la virtud del Altísimo te hará sombra, no yo. No te pares ni siquiera entre los ángeles, Virgen santa; mucho más sublime está lo que la tierra sedienta espera que se le dé a beber por ministerio tuyo. Un poco que les pases a ellos hallarás a quien ama tu alma. Un poco, repito, no porque tu Amado no sea superior a ellos incomparablemente, sino porque nada encontrarás que medie entre Él y ellos. Pasa, pues, las virtudes y las dominaciones, los querubines y los serafines, hasta que llegues a Aquel de quien alternativamente están clamando: Santo, santo, santo es el Señor Dios de los ejércitos. Pues el fruto santo que nacerá de ti se llamará Hijo de Dios. Fuente es de la sabiduría el Verbo del Padre en las alturas. Pero este Verbo por medio de ti se hará carne, para que Aquel que dice: Yo estoy en el Padre y el Padre en mí, diga igualmente: Porque yo procedí de Dios y he venido de parte de Dios. En el principio, dice San Juan, era el verbo. Ya brota la fuente, pero por ahora sólo en sí misma. Añade luego: Y el Verbo estaba en Dios, habitando una luz inaccesible, y decía el Señor desde el principio: Yo medito pensamientos de paz y de aflicción. Pero en ti, Señor, está tu pensamiento, y lo que piensas lo ignoramos nosotros. Porque ¿quién pudo jamás conocer los designios del Señor o quien fue su consejero? Descendió, pues, el pensamiento de la paz a la obra de la paz: el Verbo se hizo carne y habita ya entre nosotros. Habita por la fe en nuestros corazones, habita en nuestra memoria, habita en muestro pensamiento y desciende hasta la misma imaginación. Porque ¿qué idea se formaría antes el hombre de Dios? ¿No se le representaba en su corazón bajo la forma de un ídolo?

11. Incomprensible era e inaccesible, invisible y superior a toda humana inteligencia. Mas ahora quiso ser comprendido, quiso ser visto, quiso que pudiésemos pensar en El. ¿De qué modo, me preguntas? Echado en el pesebre, reposando en el virginal regazo, predicando en el monte, pernoctando en la oración; o bien pendiente de la cruz, poniéndose pálido en la muerte, libre entre los muertos y mandando en el infierno; o también resucitando al tercer día y mostrando a los apóstoles las hendiduras de los clavos, insignias de su victoria; últimamente subiendo a lo más alto de los cielos a vista de los mismos apóstoles. ¿Qué cosa de éstas no se piensa verdadera, piadosa y santamente? Cualquiera de estas cosas que yo piense, pienso en mi Dios y en todas estas cosas. El es mi Dios. El meditar, pues, estos misterios lo llamé sabiduría, y juzgué por prudencia el refrescar incesantemente la memoria de la suavidad de estos dulces frutos, que produjo copiosamente la vara sacerdotal que María fue a coger en las alturas para difundirlos con la mayor abundancia en nosotros. La recibió, sin duda, en las alturas y sobre los ángeles, puesto que recibió al Verbo del mismo corazón del Padre, según está escrito: El día anuncia al día la palabra. Verdaderamente es día el Padre, pues es día del día la salud de Dios. ¿Acaso no es también día María? Y esclarecido. Resplandeciente día es, sin duda, la que procedió como la aurora resurgente, hermosa como la luna, escogida como el sol.

12. Contempla, pues, cómo se elevó hasta los ángeles por la plenitud de la gracia y por encima de los ángeles al descender sobre ella el Espíritu Santo. Hay en los ángeles caridad, hay pureza, hay humildad. ¿Cuál de estas cosas no resplandeció en María? Pero de esto ya os hemos hablado antes del modo que hemos podido; prosigamos en ver su excelencia singular. ¿A quién de los ángeles se dijo alguna vez: El Espíritu Santo descenderá sobre ti, y la virtud del Altísimo te hará sombra, y por eso el fruto santo que nacerá de ti se llamará Hijo de Dios? La verdad nació de la tierra, no de la criatura angélica, puesto que no tornó la naturaleza de los ángeles para salvarlos, sino que tomó la semilla de Abraham para redimir a sus hijos. Cosa excelsa es para el ángel el ser ministro del Señor, pero otra cosa más sublime mereció María, que fue la de ser Madre del Señor. Así la fecundidad de la Virgen es una gloria sobreeminente, y por este privilegio único fue sublimada sobre todos los ángeles, tanto más cuanto supera el nombre de Madre de Dios al de simples ministros suyos. A ella la encontró llena de gracia para que, fervorosa en la caridad, íntegra en la virginidad y devota en la humildad, concibiese sin conocer varón y diera a luz igualmente sin dolor, ni menoscabo de su virginidad. Más aún, el fruto que nació de ella se llama santo y es Hijo de Dios.

13. En lo demás, hermanos, debemos procurar con el mayor cuidado que aquella Palabra que salió de la boca del Padre para nosotros Por medio de la Virgen, no se vuelva vacía, sino que por mediación de Nuestra Señora volvamos gracia por gracia. Mientras suspiramos por la presencia, fomentemos con toda nuestra atención su memoria, y así sean restituidas a su origen las corrientes de la gracia, para que fluyan después más copiosamente. De otra suerte, si no vuelven a la fuente se secarán, y siendo infieles en lo poco no merecernos recibir lo que es máximo. Poco es ciertamente la memoria en comparación de la presencia, poco en comparación de lo que deseamos, pero grande cosa es respecto de lo que merecemos: inferior es respecto del deseo, pero muy superior al mérito. Sabiamente, por tanto, la Esposa, aun por esto poco, se congratula a sí misma en gran manera, puesto que habiendo dicho: Muéstrame dónde tienes los pastos, dónde reposas al llegar el mediodía, aunque recibió muy poco en comparación de lo que había pedido, pues en vez del pasto de mediodía sólo gustó el sacrificio de la tarde, sin embargo de ningún modo se lamenta de ello, como suele suceder, ni se contrista, sino que da gracias al Amado y en todo se muestra más devota. Sabe muy bien que si es fiel en la sombra de la memoria, obtendrá sin duda la luz de la presencia. Así, los que hacéis memoria del Señor, no guardéis silencio, no permanezcáis mudos, aunque, a la verdad, los que tienen presente al Señor no necesitan de exhortación, y aquellas palabras del profeta: alaba, Jerusalén, al Señor, alaba a tu Dios, Sión, más bien son de congratulación que de amonestación, pero por los que caminan aún en la fe necesitan de amonestación para que no callen y no respondan al Señor con el silencio, porque El hace oír su voz y habla palabras de paz para su pueblo y para sus santos y para todos aquellos que se vuelven a El de corazón. Por esto se dice en el salmo: Con el santo serás .santo, y con el varón inocente, inocente, y oirá al que le oye y hablará al que le habla. De otra suerte le habrás dado silencio, si tú callas. Pero ¿si tú callas de qué? De la alabanza. No calléis, dice, y no le deis silencio hasta que establezca y ponga a Jerusalén alabanza en la tierra. La alabanza de Jerusalén es gustosa y hermosa alabanza, a no ser que acaso juzguemos que los ciudadanos de Jerusalén se deleitan de las alabanzas mutuas y que se engañan recíprocamente con la vanidad.

14. Hágase tu voluntad, ¡oh Padre!, así en la tierra como en el cielo, para que las alabanzas que resuenan en Jerusalén resuenen también en la tierra. Pero ¿qué sucede ahora? El ángel no busca gloria de otro ángel en Jerusalén, mas el hombre desea ser alabado del hombre en la tierra. ¡Execrable perversidad, propia de aquellos que tienen ignorancia de Dios! En cuanto a vosotros, que os acordáis del Señor, no ceséis de publicar sus alabanzas hasta que resuenen cumplidamente en toda la tierra. Hay un silencio irreprensible, más aún, loable, como también hay palabras que no son buenas. De otra suerte no diría el profeta que era bueno aguardar en silencio la salud que viene de Dios. Bueno es que la jactancia guarde silencio, bueno es que la blasfemia se calle, bueno es que enmudezca la murmuración y la detracción. Acontece que alguno, exasperado por la magnitud del trabajo y peso del día, murmura en su corazón y juzga temerariamente a los que velan por su alma, como que han de dar cuenta de ella. Esta murmuración equivale a un grito clamoroso que procede de un corazón endurecido y que le impide oír la voz de Dios. Otros, por la pusilanimidad de su espíritu, desmayan en la esperanza, y ésta viene a ser como una horrible blasfemia, que ni en este siglo ni en el futuro se perdona. Otros, en fin, aspiran a cosas grandes y muy superiores a su capacidad, diciendo: Nuestra mano es robusta, creyéndose algo cuando en realidad son una pura nada. ¿Qué le hablará a éste aquel Señor que no habla sitio de paz? Ese tal dice: Rico soy y de nadie necesito, mientras que el que es la verdad clama: ¡Ay de vosotros, ricos!, porque ya tenéis aquí vuestra consolación. Y en otra parte añade: Bienaventurados los que lloran, porque ellos serán consolados. Calle, pues, en nosotros la lengua maldiciente, la lengua blasfema, la lengua orgullosa y altanera, porque es bueno aguardar en este triplicado silencio la salud que viene de Dios, a fin de que así podamos decir: Habla, Señor, porque tu siervo escucha. Semejantes voces no se dirigen a Él, sino contra El, según aquello que decía Moisés a los murmuradores: No es contra mí vuestra murmuración, sino contra el Señor.

15. Mas de tal suerte has de callar en estas tres cosas, que no enmudezcas del todo, guardando con Dios absoluto silencio. Háblale contra la jactancia por la confesión, para que alcances perdón de lo pasado. Háblale contra la murmuración con la acción de gracias, para que te conceda más abundante gracia en la presente vida. Háblale contra la desconfianza en la oración, para que consigas también la gloria en lo futuro. Confiesa, repito, lo pasado, y da gracias por lo presente, y en adelante ora con más cuidado por lo futuro, a fin de que El a su vez no calle en la remisión, ni en la donación de sus gracias ni en sus promesas. No calles, repito, no guardes silencio en su presencia. Háblale para que también Él te hable y pueda decirte: Mi amado es para mí y yo para él. Voz agradable es ésta; dulce palabra. Sin duda no es esta voz de murmuración, sino de tórtola. No me digas: ¿Cómo hemos de cantar los cánticos del Señor en la tierra extraña?, porque no debe reputarse tierra extraña aquella de la cual dice el Esposo: La voz de la tórtola se ha oído ya en nuestra tierra. Había, pues, oído el que decía: Cogednos las zorras pequeñas, y por eso acaso prorrumpió en voces de gozo, diciendo: Mi amado es para mí y yo para él. Sin duda voz de tórtola que con una castidad singular persevera para su consorte, así vivo como muerto, para que ni la muerte ni la vida la separen de la claridad de Cristo. Mira, pues, si hubo algo que pudiese apartar al amado de la amada, cuando ves que persevera unido a ella aún pecando y estando apartada de Él. Porfiaban en vueltas entre sí las nubes en ofuscar los rayos para que nuestras iniquidades nos apartasen de Dios. Pero desplegó su fervor el Sol y lo disipó todo. De otra suerte, ¿cuándo hubieras tú vuelto a Él, si Él no hubiera perseverado para ti, si Él no hubiera clamado: Vuélvete, Sunamita, para que te miremos? Sé, pues, tú también no menos perseverante, de modo que por ningunos castigos, por ningunos trabajos te apartes.

16. Lucha con el ángel, como Jacob, para que no seas vencido, porque el reino de los cielos se alcanza a viva fuerza y sólo los valerosos le arrebatan. ¿Por ventura, no indican lucha aquellas palabras: Mi amado es para mí y yo para él? Te dio El muestras de su amor, experimente también el tuyo. En muchas cosas te prueba el Señor tu Dios; se desvía muchas veces, aparta de ti su rostro; pero no llevado de ira. Lo hace para probarte, no para reprobarte. Te sufrió el amado, sufre tú al amado, sostén al Señor y obra varonilmente. No le vencieron a El tus pecados, a ti tampoco te superen sus castigos, y alcanzarás la bendición. Mas ¿cuándo? Al nacimiento de la aurora, cuando ya esclarezca el día, cuando haya establecido las alabanzas de Jerusalén en la tierra. He aquí, dice Moisés, que un varón, o sea, un ángel, luchaba con Jacob hasta la mañana. Haz que sea oída de mí en la mañana tu misericordia, porque en ti, Señor, he esperado. No callaré, perseveraré en la oración hasta la mañana, y ojalá que no me quede en ayunas. Tú, Señor, te dignas alimentarme, y no sólo esto, sino entre las azucenas. Mi amado es para mí, y yo para él, el cual se apacienta entre las azucenas. Un poco antes se observa en el mismo cántico que la aparición de las flores va acompañada del arrullo de la tórtola. Pero atiende que parece indicar el sitio, no el sustento, y no explica de qué cosas se alimenta, sino entre qué cosas. Acaso, pues, no se alimenta con el manjar, sino con la compañía de las azucenas, ni come azucenas, sino que anda entre ellas. Sin duda más bien por el olor que por el sabor agradan las azucenas y son más a propósito para la vista que para la comida.

17. Así, pues, se apacienta entre las azucenas, hasta que decline el día, y a la belleza de las flores se siga la abundancia de los frutos. Porque ahora es tiempo de flores, no de frutos, pues tenemos aquí sola la esperanza y no lo que esperamos, y caminando por la fe, no por la vista clara, nos congratulamos más con la expectación que con la experiencia. Considerad la suma delicadeza de esta flor y acordaos de aquellas palabras del Apóstol: Llevamos este tesoro en vasos de barro. ¡Cuántos peligros amenazan a las flores! ¡Cuán fácilmente con los aguijones de las espinas es traspasada la azucena! Con razón, pues, canta el amado: Como azucena entre espinas, así es mi Amiga entre las vírgenes. ¿Acaso no era azucena entre espinas el que decía: Con los que aborrecían la paz era yo pacífico? Sin embargo, aunque el justo florece como la azucena, no se alimenta el Esposo de azucenas ni se complace en la singularidad. Escuchad cómo habla el que mora en medio de las azucenas: Donde dos o tres se hallan congregados en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos. Ama siempre Jesús lo que está en medio; los lugares apartados y solitarios siempre los ha reprobado el Hijo del hombre, que es el mediador entre Dios y los hombres. Mi Amado es para mí y yo para él, el cual se apacienta entre azucenas. Procuremos, pues, hermanos míos, cultivar azucenas; démonos prisa arrancar de raíz las espinas y los abrojos, y plantemos en su lugar azucenas, por si alguna vez acaso se digna el amado descender a apacentarse entre ellas.

18. En María sí que se apacentaba, puesto que en ella hallaba grandísima abundancia de azucenas. ¿No son acaso azucenas el decoro de la virginidad, las insignias de la humildad, la supereminencia de la caridad? También nosotros podemos tener azucenas, aunque menos hermosas y olorosas; con todo, ni aun entre ellas se desdeñará de apacentarse el esposo, con tal de que a esas acciones de gracias, de que hemos hablado antes, les dé lustre la alegría de la devoción, a la oración le dé candor la pureza de intención y la misericordia dé blancura a la confesión, como está escrito: Aunque sean vuestros pecados como la escarlata, se volverán blancos como la nieve, y aunque sean rojos como el carmesí, serán blancos como la lana Pero sea lo que fuere aquello que dispones ofrecer, acuérdate de encomendarlo a María, para que vuelva la gracia por el mismo cauce por donde corrió, al dador de la gracia. No le faltaba a Dios, ciertamente, poder para infundirnos la gracia, sin valerse de este acueducto, si Él hubiera querido, pero quiso proveerte de ella por este conducto. Acaso tus manos están aún llenas de sangre o manchadas con dádivas sobornadoras, porque todavía no las tienes lavadas de toda mancha. Por eso aquello poco que deseas ofrecer, procura depositarlo en aquellas manos de María, graciosísimas y dignísimas de todo aprecio, a fin de que sea ofrecido al Señor, sin sufrir de Él repulsa. Sin duda candidísimas azucenas son, ni se quejará aquel amante, de las azucenas de no haber encontrado entre azucenas todo lo que El hallare en las manos de María. Amén.

SERMÓN II
SOBRE LA ANUNCIACIÓN DEL ÁNGEL A LA VIRGEN MARÍA

1. La presente solemnidad de la anunciación del Señor, hermanos míos, parece que presenta a nuestra vista la sencilla historia de nuestra reparación bajo el aspecto de una llanura dilatada y amenísima. Se confía una nueva embajada al ángel San Gabriel, y una virgen que profesa una nueva virtud es honrada con los obsequios de una nueva salutación. Se aparta de las mujeres la maldición antigua, y la nueva Madre recibe una bendición nueva. Se halla llena de gracia la que ignora la concupiscencia, a fin de que, viniendo sobre ella el Espíritu Santo, conciba en su seno virginal un Hijo la misma que se desdeña de admitir varón. Penetra en nosotros el antídoto de la salud por la puerta misma por donde, entrando el veneno de la serpiente, había ocupado la universalidad del linaje humano. Innumerables flores semejantes a éstas es fácil coger en estos hermosos prados; pero yo descubro en medio de ellos un abismo de una profundidad insondable. Abismo inescrutable es verdaderamente el misterio de la encarnación del Señor, abismo impenetrable aquel en que el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros. ¿Quién le podrá sondear, quién podrá asomarse a él, quién le comprenderá? El pozo es profundo y yo no tengo con qué pueda sacar agua. Sin embargo, acontece algunas veces que el vapor que se exhala del fondo de un pozo humedece los lienzos puestos sobre la boca del mismo pozo. Así, aunque recelo penetrar adentro, conociendo bien mi propia flaqueza, con todo eso repetidas veces, Señor, colocándome junto a la boca de este pozo, extiendo a ti mis manos, porque mi alma está como una tierra sin agua en tu presencia. Y ahora que subiendo de abajo la niebla ha embebido en sí algo de ella mi tenue pensamiento, procuraré, hermanos míos, comunicároslo con toda sencillez, exprimiendo, por decirlo así, el lienzo y derramando sobre vosotros las pequeñas gotas del celestial rocío.

2. Pregunto, pues, ¿por qué razón encarnó el Hijo y no el Padre o el Espíritu Santo, siendo no sólo igual la gloria de toda la Trinidad, sino también una sola e idéntica su sustancia? Pero ¿quién conoció los designios del Señor, o quién ha sido su consejero? Altísimo misterio es éste ni conviene que temerariamente precipitemos nuestro parecer sobre esto. Con todo eso, parece que ni la encarnación del Padre ni la del Espíritu Santo hubiera evitado el inconveniente de la confusión en la pluralidad de hijos, debiendo llamarse el uno hijo de Dios y el otro hijo del hombre. Parece también muy congruente que el que era Hijo se hiciera hijo, para que no hubiera equivocación ni siquiera en el nombre. En fin, esto mismo constituye la gloria de nuestra Virgen, ésta es la singular prerrogativa de María, que mereció tener por hijo al mismo que es Hijo de Dios Padre, la cual gloria no tendría, como es claro, si el Hijo no se hubiera encarnado. Ni a nosotros se nos podría dar de otro modo igual ocasión de esperar la salud y la herencia eterna, porque, hecho primogénito entre muchos hermanos el que era unigénito del Padre, llamará sin duda a la participación de la herencia a los que llamó a la adopción, pues los que son hermanos son coherederos también. Jesucristo, pues, así como con un misterio inefable juntó en una persona la sustancia de Dios y la del hombre, así también, usando de un altísimo consejo, en la reconciliación no se apartó de una equidad prudente, dando a uno y a otro lo que convenía: honor a Dios y misericordia al hombre. Bellísima forma de composición entre el Señor ofendido y el siervo reo es hacer que ni por el celo de honrar al Señor sea oprimido el siervo con una sentencia algo más dura, ni tampoco condescendiendo con él inmoderadamente sea defraudado el Señor en el honor que le es debido.

3. Escucha, pues, y observa la distribución que hacen los ángeles en el nacimiento de este Mediador: Gloria, dicen, sea a Dios en las alturas y en la tierra paz a los hombres de buena voluntad. En fin, para guardar esta distribución no faltó a Cristo reconciliador fiel, ni el espíritu de temor, con que mostrara siempre reverencia al Padre, siempre difiriese a él y siempre buscase su gloria; ni el espíritu de piedad, con que misericordiosamente se compadeciese de los hombres. Por lo mismo, tuvo también como necesario el espíritu de ciencia, por el cual se hiciese la distribución del espíritu de temor y de piedad sin confusión alguna. Y advierte que en aquel pecado de nuestros primeros padres fueron tres los autores, pero manifiestamente faltaron a los tres cosas. Hablo de Eva, del diablo y de Adán. No tuvo Eva ciencia, pues, como dice el Apóstol, fue seducida para cometer el pecado. Seguramente ésta no faltó a la serpiente, pues se describe como la más astuta entre todos los animales, pero careció e maligno del espíritu de piedad, puesto que fue homicida desde el principio. Tal vez Adán podría parecer piadoso en no querer contristar a la mujer, pero abandonó el espíritu de temor de Dios, obedeciendo antes a la voz de Eva que a la divina. Ojalá que hubiera prevalecido en él el espíritu de temor, como expresamente leemos de Cristo en la Escritura, que estuvo lleno no del espíritu de piedad, sino del de temor, porque en todo y para todo debe preferirse el temor de Dios a la piedad con los prójimos, y él sólo es el que debe ocupar todo el hombre. Por medio de estas tres virtudes, que son: el espíritu de temor, el de piedad y el de ciencia, reconcilió a los hombres con Dios nuestro Mediador, porque con su consejo y con su fortaleza los libró del poder del enemigo. En efecto, con su espíritu de consejo, permitiendo que Satanás echara sus manos violentas sobre el Inocente, le despojó de sus antiguos derechos, con su fortaleza prevaleció contra él para que no pudiera retener a los redimidos cuando volvió de los infiernos vencedor y devolvió la vida a todos los que resucitaron con El.

4. Nos sustenta, a más de esto, con el pan de vida y de entendimiento, y nos da a beber del agua de la sabiduría que da la salud. Porque la inteligencia de las cosas espirituales e invisibles es verdadero pan del alma que corrobora nuestro corazón y nos fortalece para toda obra buena en todo género de ejercicios espirituales. El hombre carnal que no percibe las cosas que son del Espíritu de Dios, sino que le parecen necesidad, gime y llora diciendo: Se ha secado mi corazón porque me olvidé de comer mi pan. Mira qué verdad tan pura y perfecta es que de nada le sirve al hombre ganar todo el mundo si pierde su alma. Pero ¿cuándo percibirá esto el avaro? En vano trabajará cualquiera que pretenda persuadírselo. ¿Y por qué? Porque le parece necedad. ¿Qué cosa más verdadera que ser suave el yugo de Cristo? Pon esto delante de un hombre mundano y verás cómo lo reputa piedra antes que pan. Y ciertamente con la inteligencia de esta verdad interior vive el alma y éste es su manjar espiritual, porque: No sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que procede de la boca de Dios. Sin embargo, mientras no saborees esta verdad, difícilmente podrás penetrar hasta el interior. Mas cuando comenzares a sentir deleite en ella ya no será manjar, sino bebida; y sin dificultad entrará en tu alma para que así el manjar espiritual de la inteligencia se digiera mejor mezclado con la bebida de la sabiduría, no sea que padeciendo sequedad los miembros del hombre interior, esto es, sus afectos, sirva más de carga que de provecho.

5. De todas las cosas, pues, que eran necesarias para salvar a los pueblos, ninguna absolutamente faltó al Salvador. Porque El es de quien anticipadamente cantó Isaías: Saldrá una vara del tronco de Jesé, y de su raíz se elevará una flor, y reposará sobre ella el espíritu del Señor; espíritu de sabiduría y de entendimiento, espíritu de consejo y de fortaleza, espíritu de ciencia y de piedad, y la llenará el espíritu del temor del Señor. Observa con cuidado que dijo que esta flor se elevaría, no de la vara, sino de la raíz. Porque si la nueva carne de Cristo hubiera sido criada de la nada en la Virgen (como algunos pensaron), no se podría decir que la flor había subido de la raíz, sino de la vara. Mas al decirse que se elevó de la raíz, se hace manifiesto que tuvo una materia común con los demás hombres desde el principio. Cuando añade que descansará sobre Él el Espíritu del Señor, nos declara que ninguna contradicción o lucha habría en Él. En nosotros, porque no es del todo superior el espíritu, no descansa del todo; puesto que la carne lucha y combate contra el espíritu y el espíritu contra la carne, del cual combate nos libre aquel Señor en quien nada semejante hubo; aquel hombre nuevo, aquel hombre íntegro y perfecto que tomó el verdadero origen de nuestra carne, pero no tomó el envejecido cebo de la concupiscencia.

SERMÓN III
SOBRE LA PURIFICACIÓN EN EL TEMPLO DE LA VIRGEN MARÍA

1. Hoy celebramos la purificación de la bienaventurada Virgen María, que se hizo, según la ley de Moisés, pasados cuarenta días desde el nacimiento del Señor. Pues estaba escrito en la ley que la mujer que habiendo usado del matrimonio diera a luz un varón, fuese impura siete días y en el día octavo se circuncidase al niño; después, empleándose todavía en lavarse y purificarse, se abstuviese de entrar en el templo durante treinta y tres días, los cuales cumplidos ofreciese su hijo con algunos dones al Señor. Pero ¿quién no advierte que, según las palabras mismas de la ley, la Madre del Salvador estaba completamente exenta de este precepto? ¿Piensas que, habiendo de decir Moisés que la mujer que diera a luz un varón fuese impura, no temió incurrir en crimen de blasfemia contra la Madre del Señor, y que por eso precisamente añadió: habiendo usado del matrimonio? Porque si no hubiera previsto que, sin usar del matrimonio y sin conocer varón, había de dar a luz la Virgen, ¿qué necesidad tenía de hacer mención de esto? Es claro, pues, que esta ley no comprendía a la Madre del Señor, que sin obra de varón concibió y dio a luz a su hijo, como estaba predicho por Jeremías que había de hacer Dios una cosa nueva sobre la tierra. ¿Preguntas qué cosa nueva? Una mujer, dice, rodeará a un varón. No de otro varón recibirá un varón, no según la ley humana concebirá un hombre, sino que encerrará un varón dentro de sus intactas y virginales entrañas; de tal suerte que entrando y saliendo el Señor, según otro profeta dice, permanecerá cerrada perpetuamente la puerta oriental.

2. ¿Piensas que no podía la Virgen quejarse y decir: Qué necesidad tengo yo de purificación? ¿Por qué me he de abstener yo de la entrada en el templo, si mi seno, ignorando varón, fue hecho templo del Espíritu Santo? ¿Por qué no he de entrar en el templo, siendo yo quien di a luz al Señor del templo? Nada hubo en esta concepción, nada en este parto que fuese impuro, nada hubo lícito, nada que necesitase de purificarse, siendo este niño la fuente de la pureza y el que ha venido a hacer la purificación de los delitos. ¿Qué tiene que purificar en mí la ceremonia legal, habiéndome hecho purísima en el mismo parto inmaculado? Verdaderamente, Virgen bienaventurada, verdaderamente tienes sobrada razón; no hay en ti necesidad de purificación. Pero ¿acaso tu Hijo tenía necesidad de circuncisión? Sé, pues, entre las mujeres como una de ellas, porque así también es tu Hijo entre los niños. Quiso ser circuncidado, ¿y no querrá también ser ofrecido? Ofrece tu Hijo, Virgen sagrada, y presenta al Señor el fruto bendito de tu seno virginal. Ofrece para nuestra reconciliación la víctima santa y agradable a Dios. Por todos modos aceptará Dios Padre la nueva ofrenda y preciosísima víctima, de la cual dice El mismo: Este es mi Hijo muy amado, en quien tengo todas mis complacencias. Pero esta ofrenda, hermanos míos, parece bastante delicada, puesto que solamente es presentado el niño al Señor, después es redimido con algunas aves y luego se lo llevan. Tiempo vendrá en que no será ofrecido en el templo, ni entre los brazos de Simeón, sino fuera de la ciudad y entre los brazos de la cruz. Vendrá tiempo en que no será redimido con lo ajeno, sino que redimirá a otros con su propia sangre, porque Dios Padre le ha enviado para redención de su pueblo. Aquél será sacrificio de la tarde, éste es de la mañana; éste es más gustoso, pero aquél será más lleno; éste en el tiempo de su nacimiento, aquél en la plenitud de la edad. Sin embargo, de uno y otro puedes entender lo que predijo el profeta: fue ofrecido porque El mismo quiso, pues aun ahora fue ofrecido, no porque tenía necesidad, no porque estaba bajo del edicto de la ley, sino porque quiso; y en la cruz igualmente fue ofrecido, no porque lo mereció, no porque los judíos lo maquinaron, sino porque El mismo quiso. Yo os ofreceré voluntariamente un sacrificio, Señor, porque voluntariamente fuiste ofrecido por mi salud, no por tu necesidad.

3. Pero ¿qué ofreceremos nosotros, hermanos míos, o qué le volveremos por todos los bienes que nos ha hecho? El ofreció por nosotros la víctima más preciosa que tuvo, y que no puede haber otra más preciosa; hagamos también nosotros lo que podamos, ofreciéndole lo mejor que tenemos, que somos nosotros mismos. El se ofreció a sí mismo; ¿tú quién eres que dudas ofrecerte? ¡Oh si yo tuviera la dicha de que se dignara recibir mi ofrenda una Majestad tan grande! Dos cosas cortas tengo, Señor, que son el cuerpo y el alma, ¡ojalá que te las pueda ofrecer en sacrificio de alabanza! Mejor es para mí y mucho más útil y glorioso ofrecerme a ti que dejarme para mí mismo. Porque en mí mismo se turba mi alma, y mi espíritu se alegrará en ti si sinceramente es ofrecido. Los judíos, hermanos míos, ofrecían víctimas muertas al Señor que había de morir; mas ahora ya: Vivo yo, dice el Señor, no quiero la muerte del pecador, sino que se convierta y viva. No quiere Dios mi muerte, ¿y no le ofreceré yo gustosamente mi vida? Esta es una víctima pacífica, víctima agradable a Dios, víctima viva. En la ofrenda del Señor se lee que hubo tres personas; y en la nuestra, igualmente, tres cosas pide el Señor. Estuvo allí José, esposo de la Madre del Señor, que era reputado padre de Él; estaba también la Virgen Madre, y el Niño Jesús, que era el ofrecido. Haya, pues, en nuestra ofrenda también una constancia varonil, haya la continencia del cuerpo, haya una conciencia humilde. Haya una varonil constancia, en el propósito de perseverar, haya una virginal pureza en la castidad, haya en la conciencia una sencillez y humildad propia de un niño.

4. ¿Qué entendemos cuando decimos que María se purificó? Y ¿qué cuando decimos que se circuncidó a Cristo? A la verdad, ni ella tuvo necesidad de la purificación ni El de la circuncisión. Por nosotros, pues, se circuncida éste y ella se purifica. Nos dan ejemplo a los que hacemos penitencia para que, absteniéndonos de los vicios, primero nos circuncidemos por la continencia, después nos purifiquemos por la penitencia de los pecados cometidos. ¿Qué significa que María lleva a Jesús en el seno; San José, en los hombros al ir y volver de Egipto; Simeón en los brazos? Representan a los tres órdenes de elegidos: María, a los predicadores; San José, a los penitentes; Simeón, a los buenos operadores. El que evangeliza a otros lleva a Jesús como en el seno para darle a luz a otros o, más bien, en otros. De éstos era el bienaventurado San Pablo, quien decía: Hijitos míos, a los que de nuevo doy a luz hasta que se forme Cristo en vosotros. Quienes por causa de Cristo se ven colmados de trabajos, quienes padecen persecución, quienes no hacen a nadie ningún mal, mas sufren con paciencia los que se infieren a ellos, con razón llevan a Cristo en los hombros. A éstos dice la misma Verdad: Quien quiera venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, etc. Quien da pan al hambriento, bebida al sediento y obra con los necesitados las demás prácticas (la caridad, ¿no lleva a Cristo en sus brazos? A éstos les dirá en el juicio el Señor: Cuando hicisteis esto a uno de mis pequeñuelos, a mí me lo hicisteis. Amén.

SERMÓN IV
SOBRE LA ASUNCIÓN AL CIELO DE LA VIRGEN MARÍA

1. Subiendo hoy a los cielos la Virgen gloriosa, colmó sin duda los gozos de los ciudadanos celestiales con copiosos aumentos, pues ella fue la que, a la voz de su salutación, hizo saltar de gozo a aquel que aún vivía encerrado en las maternas entrañas. Ahora bien, si el alma de un párvulo aún no nacido se derritió en castos afectos luego que habló María, ¿cuál pensamos sería el gozo de los ejércitos celestiales cuando merecieron oír su voz, ver su rostro y gozar de su dichosa presencia? Mas nosotros, carísimos, ¿qué ocasión tenemos de solemnidad en su asunción, qué causa de alegría, qué materia de gozo?

Con la presencia de María se ilustraba todo el orbe, de tal suerte que aun la misma patria celestial brilla más lucidamente iluminada con el resplandor de esta lámpara virginal. Por eso con razón resuena en las alturas la acción de gracias y la voz de alabanza, pero para nosotros más parece debido el llanto que el aplauso. Porque ¿no es, por ventura, natural, al parecer, que cuanto de su presencia se alegra el cielo otro tanto llore su ausencia este nuestro inferior mundo? Sin embargo, cesen nuestras quejas, porque tampoco nosotros tenemos aquí ciudad permanente, sino que buscamos aquella a la cual María purísima llega hoy. Y si estamos señalados por ciudadanos suyos, razón será que, aun en el destierro, aun sobre la ribera de los ríos de Babilonia, nos acordemos de ella, tomemos parte en sus gozos y participemos de su alegría., especialmente de aquella alegría que con ímpetu tan copioso baña hoy la ciudad de Dios, para que también percibamos nosotros las gotas que destilan sobre la tierra. Nos precedió nuestra reina, nos precedió, y tan gloriosamente fue recibida, que confiadamente siguen a su Señora los siervecillos clamando: Atráenos en pos de ti y correremos todos al olor de tus aromas. Subió de la tierra al cielo nuestra Abogada, para que, como Madre del Juez y Madre de misericordia, trate los negocios de nuestra salud devota y eficazmente.

2. Un precioso regalo envió al cielo nuestra tierra hoy, para que, dando y recibiendo, se asocie, en trato feliz de amistades, lo humano a lo divino, lo terreno a lo celestial, lo ínfimo a lo sumo. Porque allá ascendió el fruto sublime de la tierra, de donde descienden las preciosísimas dádivas y los dones perfectos. Subiendo, pues, a lo alto, la Virgen bienaventurada otorgará copiosos dones a los hombres. ¿Y cómo no dará? Ni le falta poder ni voluntad. Reina de los cielos es, misericordiosa es; finalmente, Madre es del Unigénito Hijo de Dios. Nada hay que pueda darnos más excelsa idea de la grandeza de su poder o de su piedad, a no ser que alguien pudiera llegar a creer que el Hijo de Dios se niega a honrar a su Madre o pudiera dudar de que están como impregnadas de la más exquisita caridad las entrañas de María, en las cuales la misma caridad que procede de Dios descansó corporalmente nueve meses.

3. Y estas cosas, ciertamente, las he dicho por nosotros, hermanos, sabiendo que es dificultoso que en pobreza tanta se pueda hallar aquella caridad perfecta que no busca la propia conveniencia. Mas con todo eso, sin hablar ahora de los beneficios que conseguimos por su glorificación, si de veras la amamos nos alegraremos inmensamente al ver que va a juntarse con su Hijo. Sí, nos alegraremos y le daremos el parabién, a no ser que, como esté lejos de nosotros, quisiéramos mostrarnos ingratos con aquella que nos dio al autor de la gracia. Hoy es recibida la Virgen en la celestial Jerusalén por Aquel a quien ella recibió al venir a este mundo; pero ¿quién será capaz de expresar con palabras con cuánto honor fue recibida, con cuánto gozo, con cuánta alegría? Ni en la tierra hubo jamás lugar tan digno de honor como el templo de su seno virginal, en el que recibió María al Hijo de Dios, ni en el cielo hay otro solio regio tan excelso como aquel al que sublimó hoy para María el Hijo de María. Feliz uno y otro recibimiento, inefables ambos, porque ambos a dos trascienden toda humana inteligencia. ¿Mas a qué fin se recita hoy en las iglesias de Cristo aquel pasaje del Evangelio en que se significa cómo la mujer bendita entre todas las mujeres recibió al Salvador? Creo que a fin de que este recibimiento que hoy celebramos se pueda conocer de algún modo por aquél, o, más bien, a fin de que, según la inestimable gloria de aquél, se conozca también que esta gloria es inestimable. Porque ¿quién, aunque pueda hablar con las lenguas de los hombres y de los ángeles será capaz de explicar de qué modo, sobreviniendo el Espíritu Santo y haciendo sombra la virtud del Altísimo, se hizo carne el Verbo de Dios, por quien fueron hechas todas las cosas ¿Cómo el Señor de la majestad, que no cabe en el universo de las criaturas, se encerró a sí mismo, hecho hombre, dentro de las entrañas virginales?

4. Pero ¿y quién será suficiente para pensar siquiera cuán gloriosa iría hoy la reina del mundo y con cuánto afecto de devoción saldría toda la multitud de los ejércitos celestiales a su encuentro? ¿Con qué cánticos sería acompañada hasta el trono de la gloria, con qué semblante tan plácido, con qué rostro tan sereno, con qué alegres abrazos sería recibida del Hijo y ensalzada sobre toda criatura con aquel honor que Madre tan grande merecía, con aquella gloria que era digna de tan gran Hijo? Felices enteramente los besos que imprimía en sus labios cuando mamaba y cuando le acariciaba la madre en su regazo virginal. Mas, ¿por ventura, 110 los juzgaremos más felices los que de la boca del que está sentado a la diestra del Padre recibió hoy en la salutación dichosa, cuando subía al trono de la gloria cantando el cántico de la Esposa y diciendo: Béseme con el beso de su boca? Porque cuanto mayor gracia alcanzó en la tierra sobre todos los demás, otro tanto más obtiene también en los cielos de gloria singular. Y si el ojo no vio ni el oído oyó, ni cupo en el corazón del hombre lo que tiene Dios preparado a los que le aman; lo que preparó a la que le engendró y (lo que es cierto para todos) a la que amó más que a todos, ¿quién lo hablará? Dichosa, por tanto, María, y de muchos modos dichosa, o recibiendo al Salvador o siendo ella recibida del Salvador. En lo uno y en lo otro es admirable la dignidad de la Virgen Madre; en lo uno y en lo otro es amable la dignación de la Majestad. Entró, dice, Jesús en un castillo y una mujer le recibió en su casa. Pero más bien nos debemos ocupar en las alabanzas, pues se debe emplear este día en elogios festivos. Y pues nos ofrecen copiosa materia las palabras de esta lección del Evangelio, mañana también, concurriendo, nosotros juntamente, será comunicado sin envidia lo que se nos dé de arriba, para que en la memoria de tan grande Virgen no sólo se excite la devoción, sino que también sean edificadas nuestras costumbres para aprovechamiento de la conducta de nuestra vida, en alabanza y gloria de su Hijo, Señor nuestro, que es sobre todas las cosas Dios bendito por los siglos. Amén.

SERMÓN V
SOBRE EL MODO DE ADORNAR LA CASA

1. Entró Jesús en un castillo y una mujer llamada Marta le recibió en su casa. Muy oportunamente, a mi parecer puedo usurpar aquí la profética exclamación: ¡Oh Israel, cuán grande es la casa de Dios y cuán espacioso el lugar de su dominio! ¿Por ventura no será grande, cuando en su comparación se llama castillo la espaciosísima latitud de esta tierra? ¿Por ventura no será grande aquella patria y región inestimable, cuando viniendo de ella el Salvador y entrando en el orbe de la tierra se dice que entra en un castillo? A no ser que alguno se imagine que por ese castillo se debe entender otra cosa que aquel atrio del fuerte armado, príncipe de este mundo, cuyos despojos vino a saquear el que era más fuerte que él. Apresurémonos, hermanos míos, a entrar en aquella vastísima morada de la bienaventuranza, en donde todos viven holgadísimos, a fin de que podamos comprender con todos los santos cuál sea su longitud y latitud, su sublimidad y profundidad. Ni desesperemos de esto, supuesto que el mismo habitador de la celestial patria, y también su Criador, no rehúsa las estrecheces de nuestro pequeño castillo.

2. Pero ¿qué digno haber entrado en un pequeño castillo si vemos que se dignó encarnarse en el estrechísimo albergue que le ofreció el seno virginal de María? Una mujer, dice el Evangelio, le recibió en su casa. Feliz mujer la que mereció recibir, no ya a los exploradores de Jericó, sino al mismo despojador fortísimo de aquel necio que verdaderamente se muda como la luna; no a los legados de Jesús, hijo de Yaveh, sino al verdadero Jesús Hijo de Dios. Feliz mujer, vuelvo a decir, cuya casa, habiendo recibido al Salvador, se halló limpia a la verdad, pero no vacía. Porque ¿quién dirá que está vacía aquella a quien saluda el ángel llena de gracia? Ni sólo esto, sino que afirma, además, que descenderá sobre ella el Espíritu Santo. ¿A qué juzgas sino a llenarla más todavía? ¿A qué sino a que descendiendo sobre ella el Espíritu Santo, estando ya llena de gracia, la llene todavía más y más a fin de esparcirla y derramarla abundantísimamente sobre todo el mundo? ¡Ojalá fluyan en nosotros aquellos aromas celestiales, es a saber, aquellos dones de gracias, para que todos recibamos de tanta plenitud! María es nuestra mediadora, ella es por quien recibimos, ¡oh Dios mío!, tu misericordia, por ella es por quien recibimos al Señor Jesús en nuestras casas' Porque cada uno de nosotros tiene su casa y su castillo, y la Sabiduría llama a las puertas de cada uno; si alguno la abre, entrará y cenará con él. Hay un proverbio vulgar que anda en la boca, y mucho más en el corazón de muchos: el que guarda su cuerpo, custodia un magnífico castillo. Sin embargo, el Sabio no dice así, sino más bien: Con toda diligencia guarda tu corazón, porque de él procede la vida.

3. Mas sea así y cedamos a la multitud; guarde un buen castillo el que guarda su cuerpo. Lo que necesitamos saber en qué custodia se debe aplicar a este castillo. ¿Te parecerá, por ventura, que ha guardado bien aquella alma el castillo de su cuerpo, cuyos miembros, como haciendo conjuración, entregaron su dominio a su enemigo? Porque hay quienes hicieron alianza con el infierno y concertaron pacto con la muerte. Se dejó sumergir, dice, el amado en las comidas regaladas y recalcitró encrasado, lleno y dilatado. Esta, justamente, es la custodia alabada por los pecadores en los deseos de su carne. ¿Qué os parece, hermanos? ¿Se deberá ceder en esta parte también a la multitud? De ningún modo. Más bien preguntaremos a Pablo, como a capitán valeroso de la espiritual milicia. Dinos, Apóstol santo, ¿cuál es la custodia de tu castillo? Yo, dice, así corro, no como a una cosa incierta; así peleo, no como azotando al aire. Castigo, pues, mi cuerpo y le reduzco a servidumbre, no sea acaso que, habiendo predicado a los demás, yo mismo me haga réprobo; y en otro lugar: No reine, dice, el pecado en vuestro cuerpo mortal para obedecer a sus concupiscencias. Útil custodia, por cierto, y dichosa el alma que guarda así su cuerpo para que nunca le conquiste el enemigo. Hubo, pues, tiempo en que había sujetado a su tiranía aquel impío este mí castillo, imperando a todos sus miembros arbitrariamente. Cuánto daño hizo en aquel tiempo lo indica la presente desolación y miseria, ¡Ay!, ni dejó en él el muro de la continencia ni el antemural de la paciencia. Exterminó las viñas, segó las mieses, desarraigó los árboles, y aún también estos mismos ojos míos robaban mi alma. En fin, si no hubiese sido porque el Señor me ayudó, poco hubiera faltado para caer en el infierno mi alma. Hablo del infierno inferior, en donde ninguna confesión hay y de donde a ninguno se le permite salir.

4. Con todo eso, aun entonces ni cárcel ni infierno le faltaba a mi alma. Presa desde el mismo principio de la conjuración y traición pésima, no en otra parte que en la casa propia fue entregada a la guardia de los carceleros. Ni fijé entregada a otros verdugos que a los de su propia familia. Era, pues, su cárcel la conciencia, los verdugos eran la razón y la memoria, y éstos ciertamente crueles, austeros y despiadados, aunque mucho menos que los que rugían preparados para devorarla y a quienes ya estaba para ser entregada. Mas, bendito sea Dios, que no me entregó como presa a sus dientes. Bendito el Señor, repito, que me visitó y rescató. Porque cuando el maligno se daba prisa para arrojarla a la cárcel del infierno y abrasar el mismo castillo con perpetuo fuego, a fin de que así se diese el justo pago a los miembros perjuros, sobrevino el que es más fuerte. Entró Jesús en el castillo y, atando al fuerte, saqueó sus despojos, para que se trocaran en vasos de honor los que habían sido hasta entonces vasos de ignominia. Quebrantó las puertas de bronce e hizo pedazos los cerrojos de hierro, sacando al prisionero de la cárcel y (le la sombra de la muerte. Esta su salida fue por la puerta de la confesión, puesto que esta misma es la escoba con que, limpiada la cárcel y adornada con los juncos hermosamente verdes (le las prácticas regulares, se convierte de cárcel en morada habitable. Tiene así la mujer ya su casa, tiene un lugar decente donde recibir a aquel Señor a quien está obligada por tantos beneficios. De otra suerte, ¡ay de ella si rehúsa recibirle, si no le detiene, si no le obliga a quedarse consigo cuando ya se acerca la noche! Porque volviendo el que antes había sido echado de ella, encontrará ciertamente la casa limpia y adornada, pero desocupada y vacía.

5. En efecto, no le quedará sino una casa vacía y desierta al alma que se haya descuidado de convertirla en hospedaje digno del Salvador. ¡Cómo!, dices, ¿podrá acontecer acaso que aquella casa limpia ya por la confesión de los anteriores delitos y adornada con la observancia de las prácticas regulares, todavía sea considerada indigna de que more en ella la gracia y de que entre en ella el Salvador? Podrá, sin duda, si solamente está limpia en la apariencia y alfombrada (como se ha dicho) con verdes juncos, permaneciendo en su interior llena de lodo. Porque ¿quién piensa que se haya de hospedar el Señor dentro de los blanqueados sepulcros de los muertos, que por fuera parecen lustrosos y en su interior están llenos de inmundicia y podredumbre? Demos que alguna vez, como complacido de su vistosa apariencia, comience a poner el pie en ella, concediendo la gracia primera de su visitación a semejante alma. ¿Por ventura no se volverá atrás luego con indignación? ¿Por ventura no huirá clamando: Me he metido en el cieno del profundo, donde no hay sustancia alguna? Porque lo exterior de la virtud, sin la verdad de ella, es como un accidente, no sustancia. Las simples apariencias de virtud no bastan para que pueda hacer su entrada en el alma Aquel que penetra todas las cosas y en lo íntimo de los corazones fija su morada. Y si de ningún modo habita el Espíritu Santo, que es maestro de la verdadera ciencia, en un cuerpo manifiestamente sujeto a los pecados, sin duda no sólo se desvía del hombre fingido, sino que huye y se aleja de él. ¿Es acaso otra cosa que una execrable ficción, que solamente raigas el pecado por la superficie y en lo interior no le desarraigues? Está cierto de que brotará más abundantemente y de que el huésped maligno, que había sido echado antes, entrará de nuevo en la limpia pero vacía casa con otros siete más malos que él. El perro que vuelve al vómito será más aborrecible que antes, y se hará de muchos modos hijo del infierno el que después de la indulgencia de sus delitos caiga de nuevo en las mismas suciedades, como el puerco lavado en el revolcadero del cieno.

6. ¿Quieres ver una casa limpia, adornada y vacía? Mira a un hombre que confesó y dejó los pecados manifiestos, aun antes del juicio, y ahora mueve solas las manos a las obras de los mandatos, con un corazón totalmente árido, llevado de la costumbre, suavemente, como la becerra de Efraín, que está acostumbrada y gusta del trillo. De las cosas exteriores que valen para poco, ni una jota se le pasa, ni un ápice, pero se traga un camello y cuela un mosquito. Porque en el corazón es siervo de la propia voluntad, adora la avaricia, anhela la gloria, aspira con ansia al honor, fomentando todos estos vicios o algunos de ellos en su interior, y se desmiente a sí misma la iniquidad, pero no es burlado Dios. Verás alguna vez de tal suerte paliado este hombre, que llega a seducirse aun a sí mismo, no atendiendo enteramente al gusano que está paciendo y destruyendo su interior. Quédale, pues, la superficie y juzga que todas sus cosas están sanas. Comieron, dice el profeta, los ajenos su fuerza Y lo ignoró. Él dice: Rico soy y de nada necesito, siendo pobre, mísero y miserable. Porque, en llegando la ocasión, verás brotar la materia que estaba oculta en la úlcera; verás cómo el árbol cortado, y no extirpado, se dilata en más densa maleza. Si queremos evitar semejante peligro es necesario que apliquemos el hacha a la raíz de los árboles, no a las ramas. No se hallen, pues, en nosotros solamente, las prácticas exteriores y corporales que para poco valen, sino hállese la verdadera piedad, que es útil para todo, bien cultivada y abonada con las prácticas espirituales.

7. Una mujer, dice San Lucas, llamada Marta, le recibió en su casa; tenía ésta una hermana, cuyo nombre era María. Hermanas son y deben morar juntas. Esta se ocupa en el ministerio de la casa, aquélla está atenta a las palabras del Señor. A Marta toca el ornato de la casa, pero a María el llenarla, puesto que ella vaca al servicio del Señor para que no esté la casa desocupada. ¿Pero a quién asignaremos el oficio de limpiar la casa? Porque si encontrásemos también esto, sería la casa en que el Señor es recibido limpia, adornada y no vacía. Demos este cuidado a Lázaro si a vosotras también os parece así, puesto que por el derecho de hermano le es común esta casa con las hermanas. Hablo de aquel Lázaro a quien, ya de cuatro días difunto y hediendo ya, resucitó de entre los muertos la voz de la virtud, de suerte que parece con bastante congruencia mostrar en sí la imagen de un penitente. Entre, pues, el Salvador y visite frecuentemente esta casa que limpia Lázaro penitente, adorna Marta solícita y llena María dedicada a la interior contemplación.

8. Mas acaso preguntará alguno con mayor curiosidad: ¿Por qué en el presente pasaje del Evangelio no se hace mención alguna de Lázaro? Juzgo, a la verdad, que ni esto disuena de la similitud que se propone formar. Queriendo el Espíritu Santo que se entendiese aquí la casa virginal, calló muy oportunamente la penitencia, que no puede darse sin la existencia del pecado. Porque debe estar muy lejos de nosotros el decir que esta casa haya tenido jamás algo de propia inmundicia, para que, por consiguiente, fuese precisa en ella la escoba de Lázaro. Y aunque supiéramos que contrajo de sus padres la original mancha, la piedad cristiana nos prohíbe creer que fuese menos llena del Espíritu Santo que Juan, pues no sería honrada en su nacimiento con festivas alabanzas si no naciera santa. Últimamente, constándonos sin género alguno de duda que sola la gracia hizo limpia a María del contagio original, al modo que también ahora en el bautismo la gracia sola lava esta mancha, como en otro tiempo la raía la piedra de la circuncisión, si, como enteramente debe la piedad creer, no tuvo María delito propio, no menos estuvo lejos de su inocentísimo corazón la penitencia. Asista, pues, Lázaro, con aquellos cuyas conciencias es necesario limpiar de las obras muertas, apártese entre los llagados que duermen en los sepulcros, para que en el aposento virginal se hallen Marta y María solamente. Ella misma es la que asistió a Isabel estando encinta y llena de días, con humilde cuidado por el espacio como de tres meses; ella misma es la que conservaba en su memoria las cosas que se decían de su hijo, repasándolas él, su corazón.

9. A nadie , pues, le haga fuerza que la mujer que recibe al Señor no se llame María, sino Marta, porque en esta única y suprema María se hallan a un tiempo la oficiosa diligencia de Marta y el ocio nada ocioso de María. Ciertamente, toda la gloria de la hija del Rey está por dentro, pero, con todo esto, está cubierta alrededor con variedad de colores en fimbrias de oro. No es del número de las vírgenes fatuas; es virgen prudente; lámpara tiene, pero lleva también aceite en su vasija. ¿Se os ha olvidado, acaso, aquella evangélica parábola que refiere, cómo a las vírgenes fatuas se les estorbó la entrada en la sala de las bodas? Estaba, ciertamente, su casa limpia, pues ellas eran vírgenes; estaba adornada, porque todas juntamente, esto es, las fatuas y las prudentes, adornaron sus lámparas; pero estaba vacía, porque no tenían aceite en sus vasijas. Por esto el celestial Esposo ni quiso ser recibido en sus casas ni recibirlas en su sala de bodas. No así aquella mujer fuerte que quebrantó la cabeza de la serpiente, porque entre otras muchas alabanzas que se le tributan, dícese de ella que no se apagará por la noche su antorcha. Para ignominia de las vírgenes fatuas se dice esto, las cuales, viniendo a medianoche el Esposo, tardíamente se lamentan diciendo: ¡Que se apagan nuestras lámparas! Se les adelantó, pues, la Virgen gloriosa, cuya ardentísima lámpara fue un asombro para los mismos ángeles de luz, de modo que decían: ¿Quién es esta que camina como la aurora que se levanta, hermosa como la luna, escogida como el sol? Porque más claramente que las demás brillaba aquella a quien había llenado del aceite de la gracia sobre todos sus participantes Cristo Jesús, Hijo Suyo y Señor nuestro.

SERMÓN VI
SOBRE LOS CUATRO DÍAS DE LA MUERTE DE LÁZARO

1. Tiempo es ya para toda carne de hablar cuando es llevada al cielo la Madre del Verbo encarnado, ni debe cesar en sus alabanzas la humana mortalidad cuando sola la naturaleza del hombre es ensalzada sobre los espíritus inmortales en la Virgen. Mas ni permite la devoción callar de su gloria, ni puede mi pensamiento estéril concebir cosa que sea digna, ni la puede dar a luz mi lenguaje inculto. De aquí es que, aun los mismos príncipes de la corte celestial, a la consideración de tanta novedad claman no sin admiración: ¿Quién es esta que sube del desierto rebosando en delicias? Como si claramente dijeran: ¡Cuán grande y excelsa es ésta! Pero, ¿de dónde le pudo venir, subiendo sin duda del desierto, tanta afluencia de delicias? Porque no se encuentran delicias iguales, ni aun entre nosotros, a quienes en la ciudad de Dios alegra el Señor con inefables placeres, y que bebemos en el torrente de sus delicias contemplando su gloria. ¿Quién es esta que de debajo del sol, en donde nada hay sino trabajo y dolor y aflicción de espíritu, sube rebosando en delicias espirituales? ¿Qué mucho que haya llamado yo delicias al honor de la virginidad con el don de la fecundidad, a la distinguida divisa de la humildad, al panal de la caridad que destila, a las entrañas de piedad, a la plenitud de la gracia, a la prerrogativa de la singular gloria? Subiendo, pues, del desierto la reina del mundo aun para los ángeles santos, como canta la Iglesia: Se hizo hermosa y suave en sus delicias. Sin embargo, dejen de admirar las delicias de este desierto, porque el Señor dio su bendición y la tierra nuestra dio su fruto. ¿Para qué se admiran de que suba María de la tierra desierta rebosando en delicias? Admiren más bien a Cristo bajando pobre de la plenitud del reino celestial. Porque mucho más digno de maravilla parece que el Hijo de Dios se minore algo respecto de los ángeles, que el ser ensalzada la Madre de Dios sobre los ángeles. El anonadarse el Señor de la majestad fue para encumbrarnos a nosotros; las miserias de El son las delicias del mundo. A más de esto, siendo rico se hizo pobre por nosotros, para que con su pobreza fuésemos enriquecidos; la misma ignominia de su cruz se ha convertido en gloria para los creyentes.

2. Más aún, yo veo a Jesús, nuestra vida., que corre presuroso hacia el monumento funerario para sacar de allí al muerto de cuatro días, sobre quien (si vuestra caridad se acuerda bien) debe versar el sermón de hoy; esto es, a Lázaro busca para ser El buscado y hallado de Lázaro. Porque en esto está precisamente la caridad, no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que El nos amó primero. Ea, pues, Señor, busca a quien amas para hacerle a él amante de ti y diligente en buscarte. Pregunta en dónde le han puesto, puesto que yace encerrado, atado y como aplastado por la losa sepulcral. Yace en el túmulo de la conciencia, está preso con los lazos de la disciplina, está apretado como con una piedra que gravita sobre él y es oprimido con la carga de la penitencia, especialmente porque le falta por ahora el amor fuerte como la muerte y la caridad que lo soporta todo, y además, Señor, ya huele mal, puesto que hace ya cuatro días que se halla en estado. Sospecho que ya vuelan delante los ingenios de muchos para entender qué Lázaro sea ese de quien hablo; aquél sin duda que muerto raspó la pared, a fin de ver las muchas y execrables abominaciones de su perverso e inescrutable corazón, Y, según otro profeta, se ocultó en la caverna subterránea abierta en la roca viva a fin de substraerse a la indignación e ira del Señor.

3. ¿Mas qué significan aquellas palabras: Señor, mira que hiede, pues hace ya cuatro días que está ahí? Acaso no entenderá cualquiera lo que significa este hedor y estos cuatro días. Yo juzgo que el primero de estos días es del temor, cuando el mal del pecado, penetrando en nuestros corazones, nos da la muerte, y en algún modo nos sepulta en el fondo de nuestras conciencias. El segundo, si no me engaño, se pasa en el trabajo del combate. A la verdad, en los principios de la conversión suele acometer más fuertemente la tentación de la mala costumbre, y apenas se pueden extinguir los dardos inflamados del enemigo. El tercero parece ser el del dolor, cuando uno repasa sus años en la amargura de su alma y no trabaja tanto en evitar lo que está por venir, cuanto en llorar con muchísimas lágrimas lo pasado. ¿Os admiráis de que he llamado días a éstos? Tales eran debidos a una sepultura; unos días de niebla y de oscuridad, días de llanto y de amargura. Síguese a éstos el día de la vergüenza y confusión, muy semejante a los anteriores, cuando ya se cubre de horrible confusión esta lamentable alma, considerando atentísimamente en qué y cuánto ha delinquido, y mirando con los ojos del corazón las denegridas imágenes de sus pecados. Semejante alma nada disimula, sino que todo lo juzga, todo lo agrava, todo lo exagera; no se perdona a sí, hecha duro juez contra sí misma. Enojo útil ciertamente y crueldad digna de misericordia, que fácilmente le concilia la divina gracia cuando el alma se llena del celo por la gloria de Dios, aun contra sí misma. Mientras tanto, oh Lázaro, sal ya afuera, no te detengas más tiempo envuelto en tanto hedor. La carne que huele mal está próxima a la podredumbre, y el que se confunde y quebranta más intensamente de lo que conviene, está cerca de la desesperación. Por tanto, Lázaro, sal afuera. Un abismo llama a otro abismo; el abismo de luz y de misericordia llama al abismo de miseria y tinieblas. Mayor es la bondad de Dios que tu iniquidad, y donde abunda el delito, Él hace sobreabundar su gracia. Lázaro, dice Jesús, sal afuera. Como si dijera más claramente: ¿Hasta cuándo te detiene la oscuridad de tu conciencia? ¿Cuánto tiempo te compungirás en tu interior con un corazón pesado? Sal fuera, anda, respira en la luz de mis misericordias. Porque esto es lo que leíste en el profeta: Enfrenaré tu boca con mi alabanza para que no perezcas .Y más explícitamente otro profeta dice de sí: Conturbada está interiormente mi alma, por eso me acordaré de ti.

4. Mas ¿qué nos da a entender Jesús cuando dice: Quitad la piedra; y casi a continuación: desatadle? ¿Por ventura, después de la visita de la gracia que le trajo el consuelo, cesará de hacer penitencia porque se acercó a él el reino de los cielos, o desechará la enseñanza, dando acaso lugar a que el Señor se enoje, perezca él fuera del camino de la justicia? De ninguna manera haga esto. Quítese la piedra, pero permanezca la penitencia, no ya apremiando y cargando, sino antes corroborando y confirmando la mente vigorosa y robusta, siendo ya su comida lo que antes no sabía hacer, o sea, la voluntad del Señor. Así la disciplina ya no constriñe al que se halla libre, según aquello: No hay puesta ley para los justos, sino que le rige como voluntario y le dirige por el camino de la paz. Acerca de esta resurrección de Lázaro, más claramente canta el profeta: No abandonarás mi alma en el infierno , porque, como me acuerdo haber dicho en el segundo día de esta festividad, es como un infierno y cárcel del alma la conciencia culpable. Ni permitirás que tu santo, es decir, aquel a quien tú mismo santificas, vea la corrupción. Porque está próximo a la corrupción el muerto de cuatro días, que ya comienza a oler mal. Por modo parecido el impío que se ve hundido en el abismo de sus pecados está próximo a hundirse más aún en la corrupción, sin hacer caso de nada; pero prevenido por la voz de la virtud y vivificado por ella, da gracias al Señor diciendo: Me hiciste manifiestos los caminos de la vida y me llenarás de alegría con la vista de tu divino rostro. Porque elevaste mi mente a la contemplación de ti mismo y sacaste del infierno mi alma cuando se congojaba sobre mí mi espíritu, mirando el semblante demasiado abominable de la conciencia propia. Clamó Jesús, dice el evangelista, con grande voz: Lázaro, sal fuera, con grande voz., ciertamente, no tanto elevada en el sonido cuanto magnífica en la piedad y virtud.

5. Mas ¿adónde hemos venido? Seguíamos a la Virgen que subía sobre los cielos, ved ahí que hemos descendido con Lázaro al abismo. Del esplendor de la virtud hemos bajado al hedor de un muerto de cuatro días; inclinándose por sí misma se resbaló la oración. ¿Por qué esto, sino porque éramos llevados del peso propio y nos arrastraba tras sí una materia tanto más copiosa cuanto más familiar? Confieso mi impericia, no oculto mi gran pusilanimidad. No hay cosa a la verdad, que más deleite. Pero tampoco la hay que más me aterre, que el hablar de la gloria de la Virgen Madre. Porque, sin mencionar ahora el inefable privilegio de sus méritos y prerrogativas enteramente singulares, con tanto afecto de devoción la aman todos, como es justo; con tanta admiración, la honran y la respetan, que, aunque todos emprendan hablar de ella, sin embargo todo lo que se dice de lo que es indecible, por lo mismo de que se pudo decir, es menos grato, agrada menos, y menos se acepta. ¿Y qué mucho que dé poco gusto todo lo que de una gloria incomprensible puede comprender la mente humana? Porque si alabo yo en ella la virginidad, otras muchas vírgenes se ofrecen a mi mente después de ella. Si predico su humildad, se encontrarán acaso, aunque sean pocos, quienes, a ejemplo de su divino Hijo, se hicieron mansos y humildes de corazón. Si quiero engrandecer la muchedumbre de su misericordia, acuden a mi memoria algunos varones y también mujeres que fueron misericordiosos. Una cosa hay en la cual ni tuvo antes par ni semejante, ni la tendrá jamás, y es el haberse juntado en ella los gozos de la maternidad con el honor de la virginidad. María, dice Jesús, escogió para sí la mejor parte. Nadie duda, en efecto, que si es buena la fecundidad conyugal, todavía es mejor la castidad virginal; pues bien, supera inmensamente a las dos la fecundidad virginal o la virginidad fecunda. Privilegio es éste propio de María y que no se concederá jamás a ninguna otra mujer, porque nadie se lo podrá arrebatar a ella. Es un privilegio exclusivamente suyo y por esto mismo inefable, porque así como nadie lo puede alcanzar, así tampoco nadie lo puede explicar cual se merece. ¿Y qué diremos si paramos mientes en el Hijo de quien es madre? ¿Qué lengua será capaz, aunque sea angélica, de ensalzar con dignas alabanzas a la Virgen Madre, y madre no de cualquiera, sino de Dios? Duplicada novedad, duplicada prerrogativa, duplicado milagro, pero que por modo maravilloso se armonizan digna y aptísimamente. Porque ni fue decente a la Virgen otro Hijo ni a Dios otra madre.

6. Sin embargo, si atentamente lo consideramos, veremos al punto que no sólo estas dos, sino también todas las demás virtudes que, al parecer, compartía con otros, fueron en María singulares. Porque, ¿qué pureza, aunque sea la angélica, se atreverá a compararse con aquella virginidad que fue digna de ser hecha sagrario del Espíritu Santo y habitación del Hijo de Dios? Si juzgamos del precio de las cosas por lo raro de ellas, sin duda la primera mujer que resolvió observar en la tierra una vida angélica es superior a todas las demás. ¿Cómo, dice, podrá ser esto, porque yo no conozco varón? ¡Qué propósito tan firme de guardar virginidad aquel que ni prometiéndole el ángel un hijo, titubeó en lo más mínimo! ¿Cómo, dice, podrá ser esto? Porque yo supongo que no habrá de ser del mismo modo que suele hacerlas en las demás mujeres, puesto que yo absolutamente no conozco varón, ni con deseos de hijo ni con esperanza de sucesión.

7. Pero ¿cuán grande y cuán preciosa fue su humildad acompañada de tanta pureza, de inocencia tanta, y de una conciencia enteramente exenta de pecado, más aún, adornada con tal plenitud de gracia? ¿De dónde a ti tanta y tan profunda humildad, oh dichosa Virgen? Digna ciertamente de que el Señor fijara en ella su mirada, de que el Rey de reyes desease su hermosura y de que con su olor suavísimo lo atrajese a sí desde aquel eterno reposo en el paterno seno. Mira, pues, cuán manifiestamente concuerdan entre sí el cántico de nuestra Virgen y el cántico nupcial; sin duda su purísimo seno fue tálamo del divino Esposo. Escucha a María en el Evangelio: Miró el Señor, dice, la humildad de su sierva. Escucha a la misma en el cántico de los Esposos: Cuando el Rey estaba en su reposo, mi nardo dio su olor. El nardo es una planta humilde, de flores blancas muy olorosas, por lo cual simboliza admirablemente la humildad, cuyo aroma y hermosura hallaron gracia delante de Dios.

8. Cese de ensalzar tu misericordia, ¡oh bienaventurada Virgen!, quienquiera que, habiendo invocado en sus necesidades, se acuerda de que no le has socorrido. Nosotros, siervecillos tuyos, te congratulamos a la verdad en todas las demás virtudes, pero en tu misericordia más bien nos congratulamos a nosotros mismos. Alabamos la virginidad y admiramos la humildad, pero la misericordia sabe más dulcemente a los miserables; por esto abrazamos con más amor la misericordia, nos acordamos de ella más veces y la invocamos con más frecuencia. Porque ésta es la que obtuvo la salud de todo el mundo, ésta la que logró la reparación del linaje humano. No cabe duda que anduvo solícita a favor de todo el linaje humano aquella a quien dijo el ángel: No temas, María, porque has hallado gracia, o sea, has hallado la gracia que buscabas. ¿Quién podrá investigar, pues, ¡oh Virgen bendita!, la longitud y latitud, la sublimidad y profundidad de tu misericordia? Porque su longitud alcanza hasta su última hora a los que la invocan. Su latitud llena el orbe de la tierra para que toda la tierra esté llena de su misericordia. En cuanto a su sublimidad, fue tan excelsa que alcanzó la restauración de la ciudad celestial, y su profundidad fue tan honda que obtuvo la redención para los que estaban sentados en las tinieblas y sombras de la muerte. Por ti se llenó el cielo, se evacuó el infierno, se instauraron las ruinas de la celestial Jerusalén, se dio la vida que habían perdido a los miserables que la aguardaban, de suerte que tu potentísima y piadosísima caridad está llena de afecto para compadecerse y de eficacia para socorrer a los necesitados; en ambas cosas es igualmente rica y exuberante.

9. A esta fuente abundosa, pues, corra sedienta nuestra alma; a este cúmulo de misericordia recurra con toda solicitud nuestra miseria. Mira ya con qué afectos te hemos acompañado, subiendo tú al Hijo, y te hemos seguido a lo menos de lejos, Virgen bendita. Que en adelante tu piedad tome a pecho el hacer manifiesta al mundo la misma gracia que hallaste con Dios, alcanzando con tu intercesión Perdón para los pecadores, remedio para los enfermos, fortaleza para los débiles de corazón, consuelo, para los afligidos, amparo y libertad para los que peligran. Y en este día que celebramos con tanta solemnidad y alegría, a estos siervecillos tuyos que invocan con sus alabanzas tu dulcísimo nombre, ¡oh María!, reina piadosa, alcánzales los dones de la gracia de Jesucristo, tu Hijo y Señor nuestro, quien es sobre todas cosas Dios bendito por los siglos de los siglos. Amén.

SERMÓN VII
SOBRE LA CASA DE LA DIVINA SABIDURÍA, QUE ES LA VIRGEN MARÍA

1. La sabiduría edificó para sí una casa. Como hay varias sabidurías, debemos buscar qué sabiduría edificó para sí la casa. Hay una sabiduría de la carne, que es enemiga de Dios, y una sabiduría de este mundo, que es insensatez ante Dios. Estas dos, según el apóstol Santiago, son terrenas, animales y diabólicas. Según estas sabidurías, se llaman sabios los que hacen el mal y no saben hacer el bien, los cuales se pierden y se condenan en su misma sabiduría, como está escrito: Cogeré a los sabios en su astucia; Perderé la sabiduría de los sabios y reprobaré la prudencia de los prudentes. Y, ciertamente, me parece que a tales sabios se adapta digna y competentemente el dicho de Salomón: Vi una malicia debajo del sol: el hombre que se cree ante sí ser sabio. Ninguna de estas sabidurías, ya sea la de la carne, ya la del mundo, edifica, más bien destruyen cualquiera casa en que habiten. Pero hay otra sabiduría que viene de arriba; la cual primero es pudorosa, después pacífica. Es Cristo, Virtud y Sabiduría de Dios, de quien dice el Apóstol: Al cual nos ha dado Dios como sabiduría y justicia, santificación y redención.

2. Así, pues, esta sabiduría, que era de Dios, que era Dios, vino a nosotros del seno del Padre y edificó para sí una casa, es a saber, a María virgen, su madre, en la que talló siete columnas. ¿Qué significa tallar en ella siete columnas sino hacer de ella una digna morada con la fe y las buenas obras? Ciertamente, el número ternario pertenece a la fe en la santa Trinidad, y el cuaternario, a las cuatro principales virtudes. Que estuvo la Santísima Trinidad en María (me refiero a la presencia de la majestad), en la que sólo el Hijo estaba por la asunción de la humanidad, lo atestigua el mensajero celestial, quien, abriendo los misterios ocultos, dice: Dios, te salve, llena de gracia, el Señor es contigo; y en seguida: El Espíritu Santo vendrá sobre ti y la virtud del Altísimo te cubrirá con su sombra». He ahí que tienes al Señor, que tienes la virtud del Altísimo, que tienes al Espíritu Santo, que tienes al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo. Ni puede estar el Padre sin el Hijo o el Hijo sin el Padre o sin los dos el que procede de ambos, el Espíritu Santo, según lo dice el mismo Hijo: Yo estoy en el Padre y el Padre está en mí. Y otra vez: El Padre, que permanece en mí, ése hace los milagros. Es claro, pues, que en el corazón de la Virgen estuvo la fe en la Santísima Trinidad.

3. Que poseyó las cuatro principales virtudes como cuatro columnas, debemos investigarlo. Primero veamos si tuvo la fortaleza. ¿Cómo pudo estar lejos esta virtud de aquella que, relegadas las pompas seculares y despreciados los deleites de la carne, se propuso vivir sólo para Dios virginalmente? Si no me engaño, ésta es la virgen de la que se lee en Salomón: ¿Quién encontrará a la mujer fuerte? Ciertamente, su precio es de los últimos confines. La cual fue tan valerosa, que aplastó la cabeza de aquella serpiente a la que dijo el Señor: Pondré enemistad entre ti y la mujer, tu descendencia y su descendencia; ella aplastará tu cabeza. Que fue templada, prudente y justa, lo comprobamos con luz más clara en la alocución del ángel y en la respuesta de ella. Habiendo saludado tan honrosamente el ángel diciéndole: Dios te salve, llena de gracia, no se ensoberbeció por ser bendita con un singular privilegio de la gracia, sino que calló y pensó dentro de sí qué sería este insólito saludo. ¿Qué otra cosa brilla en esto sino la templanza? Mas cuando el mismo ángel la ilustraba sobre los misterios celestiales, preguntó diligentemente cómo concebiría y daría a luz la que no conocía varón; y en esto, sin duda ninguna, fue prudente. Da una señal de justicia cuando se confiesa esclava del Señor. Que la confesión es de los justos, lo atestigua el que dice: Con todo eso, los Justos confesarán tu nombre y los rectos habitarán en tu presencia. Y en otra parte se dice de los mismos: Y diréis en la confesión: Todas las obras del Señor son muy buenas.

4. Fue, pues, la bienaventurada Virgen María fuerte en el propósito, templada en el silencio, prudente en la interrogación, justa en la confesión. Por tanto, con estas cuatro columnas y las tres predichas de la fe construyó en ella la Sabiduría celestial una casa para sí. La cual Sabiduría de tal modo llenó la mente, que de su Plenitud se fecundó la carne, y con ella cubrió la Virgen, mediante una gracia singular, a la misma sabiduría, que antes había concebido en la mente pura. También nosotros, si queremos ser hechos casa de esta sabiduría, debemos tallar en nosotros las mismas siete columnas, esto es, nos debemos preparar para ella con la fe y las costumbres. Por lo que se refiere a las costumbres, pienso que basta la justicia, mas rodeada de las demás virtudes. Así, pues, para que el error no engañe a la ignorancia, haya una previa prudencia; haya también templanza y fortaleza para que no caiga ladeándose a la derecha o a la izquierda.

SERMÓN VIII
SOBRE LA MUJER ADÚLTERA, SUSANA Y LA VIRGEN MARÍA

1. ¡Qué rico eres en misericordia, qué magnífico en justicia, qué dadivoso en gracia, Señor Dios nuestro! No hay quien sea semejante a ti, larguísimo Bienhechor, justísimo Remunerador, piadosísimo Libertador. Graciosamente miras a los humildes, rectamente juzgas a los inocentes, misericordiosamente salvas a los pecadores. Estas, carísimos, son las delicias que sobre la mesa de este rico Padre de familias, en los textos de las Escrituras santas, si con cuidado lo advertís, se nos ponen con más copia que lo acostumbrado. Esta abundancia nos ofrece el santo tiempo de la Cuaresma y el sacratísimo día de la Anunciación, que han concurrido juntamente. Porque, hoy, como acabamos de oírlo, absuelve la clemencia del Redentor a una mujer cogida en adulterio; hoy libra de la muerte a la inocente Susana; hoy llena también a la bienaventurada Virgen de los singulares dones de su bendición graciosa. ¡Grande convite en que se nos sirve a un tiempo mismo la misericordia, la justicia y la gracia! ¿Por ventura no es la misericordia manjar del hombre? Enteramente saludable y eficaz para su remedio. ¿No es la justicia pan del corazón? Y pan que en gran manera le conforta como alimento sólido para nutrirle, puesto que: Bienaventurados los que tienen hambre de ella, porque serán hartos. ¿No es alimento del alma la gracia de Dios? Dulcísimo alimento ciertamente, y que tiene toda suavidad y deleite para el paladar; más aún, juntando en sí todas estas propiedades, no sólo deleita, sino que fortalece y sana.

2. Lleguémonos, hermanos míos, a esta mesa, y de cada manjar tomemos por lo menos un poco: En la ley mandó Moisés apedrear a tales mujeres, dicen los pecadores de una pecadora y los fariseos de una adúltera. Mas Él, por toda respuesta a la dureza de su corazón de piedra, inclinó los ojos hacia el suelo. Señor, inclina tus cielos y baja. Inclinóse Jesús, y propenso a la misericordia (porque Él no era de un corazón judaico) escribía con el dedo, no ya en la piedra, sino en la tierra. Ni hizo esto una vez sola, sino que aquí tenemos dos escrituras, como en Moisés dos tablas. Y acaso se puede decir que escribiendo la verdad y la gracia, y volviendo a escribirlas las dejó impresas en la tierra, según lo que dice el apóstol San Juan: La ley fue dada por Moisés y fue traída la gracia y la verdad por Jesucristo. En fin, mira si se puede decir que había leído en la tabla de la verdad lo que le sirvió para confutar a los fariseos: El que entre vosotros esté sin pecado, dijo, sea el primero que tire contra ella la piedra. Palabra breve, pero eficaz, y más penetrante que una espada de dos filos. ¡Qué gravemente fueron traspasados con esta palabra aquellos corazones de pedernal! Con qué vehemencia con esta piedrecita fueron quebrantadas las frentes de piedra, lo prueba el rubor de su confusión y huída clandestina. Merecía, ciertamente, la adúltera ser apedreada; pero dispóngase a ejecutar el castigo el que no se halle merecedor de ser castigado también; atrévase a exigir venganza contra la pecadora el que de ningún modo merezca sufrirla. De otra suerte, siendo él más vecino que todos de sí mismo, comience por sí; ejecute primero en sí la sentencia y ejerza contra sí la justicia. Esto decía la Verdad.

3. Pero aun esto es poco, pues aunque esta Verdad refuta a los acusadores, todavía no absuelve a la culpada. Escriba otra vez, escriba la gracia; lea y escuchemos: Mujer, ¿ninguno te ha condenado? -Ninguno, Señor. Ni yo te he de condenar; anda y no quieras pecar otra vez. ¡Oh voz de misericordia, oh eco de saludable alegría! Haz que sea oída de mí por la mañana tu misericordia, porque en ti, Señor, he puesto mi esperanza. Sola la esperanza obtiene la primacía de la misericordia en tu acatamiento, pues tú no depositas el óleo de tu clemencia sino en el vaso de la confianza. Pero hay una confianza infiel que sólo atrae sobre sí la maldición, y es la que se halla en el hombre cuando peca con la esperanza del perdón. Mas no debe llamarse esto confianza, sino insensibilidad y disimulación perniciosa. Porque ¿qué confianza es la de aquel que no atiende a su peligro? ¿Cómo buscará remedio contra el temor el que ni teme ni cree tener motivo para temer? La esperanza es un consuelo; y no necesita consuelo el que se aplaude a sí mismo de haber obrado mal y se alegra en cosas pésimas. Roguemos, hermanos míos, que se nos diga con sinceridad cuantas maldades y peca os tenemos, deseemos que nos muestren nuestros., crímenes y delitos. Examinemos nuestros caminos y nuestras aficiones, pensemos en todos nuestros peligros con vigilante atención. Diga cada uno lleno de pavor: Yo iré a las puertas del infierno, para que ya no respiremos sino en la misericordia de Dios. La verdadera confianza del hombre consiste en no presumir de sí mismo y en no apoyarse sino en Dios. Esta, repito, es la confianza verdadera, a la cual no se niega la misericordia, testificando el profeta que Dios tiene placer en los que le temen y en los que esperan en su misericordia. A la verdad, no tenemos pocos motivos en nosotros de temor Y en El de confianza. Suave y manso es; copiosa es su misericordia, mayor que nuestra malicia y muy grande para perdonar. Creamos por lo menos a los enemigos, pues no hallaron en El otra cosa de que tomar ocasión para formarle una calumnia. Se compadecerá, decían para sí, de esta pecadora, y no permitirá que habiéndosela presentado le den la muerte; así será tenido por enemigo manifiesto de la ley, absolviendo a quien la ley condena. Contra vosotros, fariseos, se vuelve la invención de vuestra malignidad. Mucho desconfiáis de vuestra causa cuando tan cautelosamente huís del juicio. Sin duda quedará absuelta sin injuria de la ley la que quedó sin acusadores.

4. Mas consideremos, hermanos míos, adónde se van desde aquí los fariseos. ¿No veis a aquellos dos viejos (pues de los más viejos comenzaron a salir), no veis, repito, a aquellos dos viejos que se esconden en el huerto de Joaquín? A su mujer, Susana, buscan, sigámosles, porque están llenos de un malvado pensamiento contra ella. Consiente con nosotros, dicen los viejos, dicen los fariseos, dicen los lobos, que poco antes intentaron en vano tragar otra, aunque perdida, oveja: Consiente y condesciende a nuestra pasión para contigo. ¡Oh hombres envejecidos en la maldad!; una vez acusáis el adulterio y otra vez persuadís el adulterio. Pero ésta es toda vuestra justicia, y lo que en público reprendéis, lo hacéis vosotros en lo secreto. Por eso fuisteis saliendo uno tras otro luego que aquel Señor a quien está patente lo más oculto hirió tan fuertemente vuestras conciencias diciendo: El que entre vosotros esté sin pecado, ése sea el primero que tire la piedra contra ella. Con razón dice la Verdad a sus discípulos: Si no es más abundante vuestra justicia que la de los escribas y fariseos, no entraréis en el reino de los cielos. De otra suerte, añaden los viejos, diremos contra ti un falso testimonio. Raza de Canaán y no de Judá; tampoco mandó esto Moisés en la ley. ¿Por ventura el que decretó que se apedrease a la adúltera mandó que se acusase a la honesta? ¿Por ventura mandó también dar testimonio contra la inocente? Antes, así igualmente que de la adúltera, mandó que el testigo falso no quedase sin castigo. Pero vosotros, que os gloriáis en la ley, por la trasgresión de la ley deshonráis a Dios.

5. Dio un gemido Susana y dijo: Por todas partes me cercan angustias; porque por todas partes veo la muerte: por aquí la corporal, por allí la espiritual. Si hago lo que vosotros deseáis, yo soy muerta en el alma; si no lo hago, no me escaparé de vuestras manos. De vuestras manos, fariseos, ni está libre la adúltera ni la casta; no evita vuestras acusaciones ni el santo ni el pecador. Disimuláis vuestros pecados cuando encontráis los ajenos; por otra parte, si acaso alguno no tiene delito propio, le imputáis el vuestro. Pero ¿qué liará Susana entre la muerte y la muerte, es decir, entre la muerte del alma y la del cuerpo, viéndose por todas partes estrechada? Mejor es para mí, dice, no haciendo esto, caer en las manos de los hombres que desamparar la ley de mi Dios. Sabía ella qué cosa tan horrible es caer en manos de Dios vivo. Los hombres, a la verdad, después de haber muerto al cuerpo, nada pueden hacer al alma; pero a aquel Señor se debe temer, que tiene potestad de arrojar el cuerpo y el alma al infierno. ¿Cómo tarda la familia de Joaquín? Dése prisa a entrar por el postigo, porque se está oyendo ruido en el huerto; ruido ciertamente de unos lobos fieros y de una ovejilla que bala entre ellos. Pero no permite que traguen, a la inocente el que con tanta dignación sacó de sus mismas fauces aun a quien no merecía ser librada. Por eso, con razón, aun siendo llevada a la muerte, tenía su corazón una firme confianza en el Señor, a quien de tal modo había temido, que había despreciado todo temor humano y preferido su ley a su misma vida y fama. Porque no se había dicho jamás cosa semejante de Susana. Sus padres también eran justos y su marido el más honrado de todos los judíos. Con razón, pues, consiguió del justo Juez la merecida venganza de los impíos la que con tanta ansia tuvo hambre de la justicia, que por ella despreció la muerte del cuerpo, el oprobio de su linaje y el llanto inconsolable de sus amigos.

6. Nosotros también, hermanos míos, sí hemos oído a Cristo: Ni yo te condenaré, si no queremos pecar contra El, si deseamos vivir piadosamente en Cristo, es preciso que toleremos la persecución y no volvamos mal por mal ni maldición por maldición. Porque el que no conserva la paciencia perderá la justicia, es decir, perderá la vida, o sea, perderá su alma. A mí está reservada la venganza, y yo soy quien la he de ejecutar. Así es, en efecto: El la liará; mas con tal de que tú le dejes el cuidado de la venganza, si no le usurpas la potestad de juzgar, si no vuelves daños a los que a ti te los hubieren hecho. Hará juicio, pero a favor del que tolera la injuria; según equidad juzgará, pero a favor de los mansos de la tierra. Ya a vosotros, si yo no me engaño, se os hace molesto que tarden las delicias. No os admiréis, son delicias que fastidiarán a los que las eructan.

7. Fue enviado el ángel Gabriel por Dios a una ciudad de Galilea llamada Nazaret. ¿Te admiras de que la pequeña ciudad de Nazaret sea ilustrada con un embajador de tan grande Rey y pon una embajada de tanto momento? En esta ciudad se oculta un tesoro riquísimo, se oculta, digo, pero a los hombres, no a Dios. ¿Por ventura no es María el tesoro de Dios? En cualquiera parte que ella esté está el corazón de Dios. Sus ojos están puestos en ella; en todas partes mira la humildad de su sierva. ¿Conoce el cielo el Unigénito de Dios Padre? Pues si conoce el cielo, también conocerá a Nazaret. ¿Qué mucho que conozca su patria? El cielo le toca por el Padre; Nazaret, por la Madre; así como, según testifica Él mismo, es hijo de David, también es Señor de David. El cielo supremo es para el Señor, mas a los hijos de los hombres les dio la tierra. Uno y otro, pues, es preciso que le toque por posesión suya, porque no sólo es Señor, sino hijo del hombre. Escucha además de qué manera vindica para sí la tierra como hijo del hombre y cómo se comunica a manera de Esposo con su esposa: Las flores, le dice, han aparecido sobre nuestra tierra. Ni disuena de esto el interpretarse flor Nazaret. Ama la patria de las flores la flor de la raíz de Jesé, y gustosamente se alimenta entre las azucenas la flor del campo y la azucena de los valles. Tres gracias hacen estimables a las flores: la hermosura, el buen olor y la esperanza del fruto. Y a ti Dios te reputará flor, y en ti tendrá mucho placer si no te faltare la hermosura de una conducta honesta, ni la fragancia de la buena opinión, ni el deseo vivo de la recompensa eterna, pues la vida eterna es el fruto del espíritu.

8. No temas, María, porque hallaste gracia en los ojos de Dios ¿Cuánta gracia? Una gracia llena, una gracia singular. ¿Singular o general? Una y otra sin duda, pues por ser gracia llena, por eso mismo es tan singular como general, pues que la misma gracia general la recibiste singularmente. Es tan singular, repito, como general, pues tú sola recibiste más gracia que todas las demás criaturas. Es singular, por cuanto tú sola hallaste esta plenitud; es general, porque de esa plenitud reciben todos. Bendita eres entre todas las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre. Sin duda alguna Él es el fruto bendito de tu seno virginal, ¡oh María!, pero por tu medio ha venido a las almas de todos. Así, ciertamente, así en otro tiempo todo el rocío estuvo en el vellocino y todo en la era, pero en ninguna parte de la era todo como en el vellocino. En ti sola aquel Rey rico y riquísimo se abatió, el excelso se humilló, el inmenso se abrevió y se hizo como algo menor que los ángeles; encarnó en ti el verdadero Dios e Hijo de Dios. Pero ¿con qué intento? Sin duda con el fin de que con su pobreza fuéramos todos enriquecidos, con su humildad ensalzados, con su abatimiento engrandecidos, y juntándonos a Dios por su encarnación comenzáramos a ser un mismo espíritu con El.

9. Pero ¿qué diremos, hermanos míos? ¿En qué vaso con especialidad se ha de depositar esta gracia? Si la confianza, como arriba dijimos, es vaso capaz de la misericordia, y la paciencia de la justicia, ¿qué vaso podremos presentar que sea receptáculo digno de la gracia? Bálsamo purísimo es y requiere un solidísimo vaso. ¿Y cuál es tan puro, cuál es tan sólido como la humildad de corazón? Por eso justamente da la gracia Dios a los humildes; por eso justamente miró a humildad de su sierva. ¿Preguntas en qué estuvo su mérito? En que no ocupó su ánimo humilde ningún mérito humano, para que de este modo no se impidiese que entrara libremente en la plenitud de la gracia divina. A esta misma humildad debemos subir nosotros por diversos grados. Porque en primer lugar el corazón del hombre, a quien todavía le deleita pecar y no ha mudado su miserable costumbre en mejor propósito, está impedido por sus propios vicios para que quepa en él la gracia. Después, cuando ya se ha propuesto corregir sus costumbres y no repetir jamás sus primeras culpas, los mismos pecados pasados, aunque parezca que de algún modo están cortados ya, mientras que permanecen en él, no dejan entrar la gracia. Quedan, pues, y permanecen hasta que sean lavados en la confesión, hasta que sean quitados con dignos frutos de penitencia. Pero ¡ay de ti si acaso te sigue la ingratitud, más perniciosa que los mismos pecados y vicios! Porque ¿qué cosa más claramente contraria a la gracia? Nos entibiamos con el decurso del tiempo, se resfría poco a poco la caridad, crece la maldad, para que así acabemos en la carne los que habíamos comenzado en espíritu. De ahí es que conocemos poco los bienes que Dios nos ha hecho, siendo a un tiempo mismo indevotos e ingratos. Abandonamos el temor de Dios, dejamos la religiosa soledad, haciéndonos habladores, curiosos, decidores, detractores y murmuradores; gastando el tiempo en frívolas chanzas, huyendo del trabajo y de la regular disciplina todas las veces que se puede hacer sin nota, como si por eso fuera también sin culpa. ¿Qué nos admiramos, pues, de que nos falte la gracia, siendo rechazada por tantos obstáculos? Mas ya si alguno, a fin de que, según habla el Apóstol, la palabra de Cristo, que es la palabra de la gracia, habite en él, se muestra agradecido a Dios; sí es devoto, si es solícito, si es fervoroso de espíritu, guárdese de fiar en sus méritos y de fundarse en sus obras. De otra suerte, tampoco entraría la gracia en esta alma. Sin duda estaría llena de sí y no encontraría en ella lugar la gracia.

10. ¿Pusisteis atención en aquel fariseo que estaba orando? No era ladrón, no era injusto, no era adúltero. ¿Estaba, acaso, sin frutos de penitencia? Dos veces ayunaba a la semana, daba el diezmo de todo lo que poseía. ¿Sospecháis que fuese ingrato? Escuchad lo que dice: ¡Oh Dios!, gracias te doy. Pero no estaba desocupado, no estaba vacío, no era humilde, sino soberbio; por esto no procuró saber lo que le faltaba, sino que exageró sus méritos, no era aquella plenitud sólida, sino hinchazón. Así, volvió a su casa vacía, por haber fingido la plenitud. Al revés, aquel publicano que se había humillado y abatido, porque tuvo cuidado de presentar un vaso desocupado, llevóse consigo mayor gracia. Nosotros, pues, hermanos míos, si deseamos hallar la gracia, abstengámonos de los vicios en adelante de tal suerte que hagamos también digna penitencia de los pecados que hemos cometido, e igualmente seamos cuidadosos en mostrarnos con Dios devotos y humildes de verdad. El mira a semejantes almas agradablemente con aquella vista piadosa de que habla el Sabio: La gracia y misericordia de Dios está sobre sus santos, y sus miradas favorables sobre sus escogidos... Y quizá por esto cuatro veces pide que se vuelva el alma a quien Él mira, diciéndole: Vuélvete, Sunamita, vuélvele para que te miremos; para que no persistas ni en la costumbre de pecar, ni en la conciencia de pecado, ni en la tibieza y torpeza de la ingratitud, ni en la ceguedad de la altivez. De estos cuatro peligros se digne apartarnos y sacarnos aquel Señor que para nosotros fue hecho, por Dios Padre, justicia y redención, Jesucristo Señor nuestro, que con el Padre y el Espíritu Santo vive y reina Dios por infinitos siglos de los siglos. Amén.

SERMÓN IX
SOBRE LA MUJER DEL APOCALIPSIS

1. Muchísimo daño, amadísimos, nos causaron un varón y una mujer; pero, gracias a Dios, igualmente por un varón y una mujer se restaura todo. Y no sin grande aumento de gracias. Porque no fue el don como había sido el delito, sino que excede a la estimación del daño la grandeza del beneficio. Así, el prudentísimo y clementísimo Artífice no quebrantó lo que estaba hendido, sino que lo rehizo más útilmente por todos modos, es a saber, formando un nuevo Adán del viejo y transfundiendo a Eva en María. Y, ciertamente, podía bastar Cristo, pues aun ahora toda nuestra suficiencia es de Él, pero no era bueno para nosotros que estuviese el hombre solo. Mucho más conveniente era que asistiese a nuestra reparación uno y otro sexo, no habiendo faltado para nuestra corrupción ni el uno ni el otro. Fiel y poderoso mediador de Dios y de los hombres es el hombre Cristo Jesús, pero respetan en él los hombres una divina majestad. Parece estar la humanidad absorbida en la divinidad, no porque se haya mudado la sustancia, sino porque sus afectos están divinizados. No se canta de El sola la misericordia, sino que también se le canta igualmente la justicia, porque aunque aprendió, por lo que padeció, la compasión, y vino a ser misericordioso, con todo eso tiene la potestad de juez al mismo tiempo. En fin, nuestro Dios es un fuego que consume. ¿Qué mucho tema el pecador llegarse a Él, no sea que, al modo que se derrite la cera a la presencia del fuego, así perezca él a la presencia de Dios?

2. Así, pues, ya no parecerá estar de más la mujer bendita entre todas las mujeres, pues se ve claramente el papel que desempeña en la obra de nuestra reconciliación, porque necesitamos un mediador cerca de este Mediador y nadie puede desempeñar tan provechosamente este oficio como María. ¡Mediadora demasiado cruel fue Eva, por quien la serpiente antigua infundió en el varón mismo el pestífero veneno! ¡Pero fiel es María, que propinó el antídoto de la salud a los varones y a las mujeres! Aquélla fue instrumento de la seducción, ésta de la propiciación; aquélla sugirió la prevaricación, ésta introdujo la redención. ¿Qué recela llegar a María la fragilidad humana? Nada hay en ella austero, nada terrible; todo es suave, ofreciendo a todos leche y lana. Revuelve con cuidado toda la serie de la evangélica historia, y si acaso algo de dureza o de reprensión desabrida, si aun la señal de alguna indignación, aunque leve, se encuentre en María, tenla en adelante por sospechosa y recela el llegarte a ella. Pero si más bien (como es así en la verdad) encuentras las cosas que pertenecen a ella llenas de piedad y de misericordia, llenas de mansedumbre y de gracia, da las gracias a aquel Señor que con una benignísima misericordia proveyó para ti tal mediadora que nada puede haber en ella que infunda temor. Ella se hizo toda para todos; a los sabios y a los ignorantes, con una copiosísima caridad, se hizo deudora. A todos abre el seno de la misericordia, para que todos reciban de su plenitud: redención el cautivo, curación el enfermo, consuelo el afligido, el pecador perdón, el justo gracia, el ángel alegría; en fin, toda la Trinidad gloria, y la misma persona del Hijo recibe de ella la sustancia de la carne humana, a fin de que no haya quien se esconda de su calor.

3. ¿No juzgas, pues, que esta misma es aquella mujer vestida del sol? Porque, aunque la misma serie de la visión profética demuestre que se debe entender de la presente Iglesia, esto mismo seguramente parece que se puede atribuir sin inconveniente a María. Sin duda ella es la que se vistió corno de otro sol. Porque, así como aquél nace indiferentemente sobre los buenos y los malos, así también esta Señora no examina los méritos antecedentes, sino que se presenta exorable para todos, para todos clementísima, y se apiada de las necesidades de todos con un amplísimo afecto. Todo defecto está debajo de ella y supera todo lo que hay en nosotros la fragilidad y corrupción, con una sublimidad excelentísima en que excede y sobrepasa las demás criaturas, de modo que con razón se dice que la luna está debajo de sus pies. De otra suerte, no parecería que decíamos una cosa muy grande si dijéramos que esta luna estaba debajo de los pies de quien es lícito dudar que fue ensalzada sobre todos los coros de los ángeles, sobre los querubines también y los serafines. Suele designarse en la una no sólo el defecto de la corrupción, sino la necedad del entendimiento y algunas veces la Iglesia del tiempo presente; aquello, ciertamente, por su mutabilidad, la Iglesia por el esplendor que recibe de otra parte. Mas una y otra luna (por decirlo así) congruentísimamente está debajo de los pies de María, pero de diferente modo, puesto que el necio se muda como la luna y el sabio permanece como el sol. En el sol, el calor y el esplendor son estables, mientras que en la luna hay solamente el esplendor, y aun éste es mudable e incierto, pues nunca permanece en el mismo estado. Con razón, pues, se nos representa a María vestida del sol, por cuanto penetró el abismo profundísimo de la divina sabiduría más allá de lo que se pueda creer, de suerte que, en cuanto lo permite la condición de simple criatura, sin llegar a la unión personal, parece estar sumergida totalmente en aquella inaccesible luz, en aquel fuego que purificó los labios del profeta Isaías, y en el cual se abrasan los serafines. Así que de muy diferente modo mereció María no sólo ser rozada ligeramente por el sol divino, sino más bien ser cubierta con él por todas partes, ser bañada alrededor y como encerrada en el mismo fuego. Candidísimo es, a la verdad, pero y también calidísimo el vestido de esta mujer, de quien todas las cosas se ven tan excelentemente iluminadas, que no es lícito sospechar en ella nada, no digo tenebroso, pero ni oscuro en algún modo siquiera o menos lúcido, ni tampoco algo que sea tibio o no lleno de fervor.

4. Igualmente, toda necedad está muy debajo de sus pies, para que por todos modos no se cuente María en el número de las mujeres necias ni en el coro de las vírgenes fatuas. Antes bien, aquel único necio y príncipe de toda la necedad que, mudado verdaderamente como la luna, perdió la sabiduría en su hermosura, conculcado y quebrantado bajo los pies de María, padece una miserable esclavitud. Sin duda, ella es aquella mujer prometida otro tiempo por Dios para quebrantar la cabeza de la serpiente antigua con el pie de la virtud, a cuyo calcaño puso asechanzas en muchos ardides de su astucia, pero en vano, puesto que ella sola quebrantó toda la herética perversidad. Uno decía que no había concebido a Cristo de la sustancia de su carne; otro silbaba que no había dado a luz al niño, sino que le había hallado; otro blasfemaba que, a lo menos, después del parto, había sido conocida de varón; otro, no sufriendo que la llamasen Madre de Dios, reprendía impiísimamente aquel nombre grande, Theotokos, que significa la que dio a luz a Dios. Pero fueron quebrantados los que ponían asechanzas, fueron conculcados los engañadores, fueron confutados los usurpadores y la llaman bienaventurada todas las generaciones. Finalmente, luego que dio a luz, puso asechanzas el dragón por medio de Herodes, para apoderarse del Hijo que nacía y devorarle, porque había enemistades entre la generación de la mujer y la del dragón.

5. Mas ya, si parece que más bien se debe entender la Iglesia en el nombre de luna, por cuanto no resplandece de suyo, sino que aquel Señor que dice: Sin mí nada podéis hacer, tendremos entonces evidentemente expresada aquí aquella mediadora de quien poco ha os he hablado. Apareció una mujer, dice San Juan, vestida del sol, y la luna debajo de sus pies. Abracemos las plantas de María, hermanos míos, y postrémonos con devotísimas súplicas a aquellos pies bienaventurados. Retengámosla y no la dejemos partir hasta que nos bendiga, porque es poderosa. Ciertamente, el vellocino colocado entre el rocío y la era, y la mujer entre el sol y la luna, nos muestran a María, colocada entre Cristo y la Iglesia. Pero acaso no os admira tanto el vellocino saturado de rocío como la mujer vestida del sol, porque si bien es grande la conexión entre la mujer y el sol con que está vestida, todavía resulta más sorprendente la adherencia que hay entre ambos. Porque ¿cómo en medio de aquel ardor tan vehemente pudo subsistir una naturaleza tan frágil? Justamente te admiras, Moisés santo, y deseas ver más de cerca esa estupenda maravilla; mas para conseguirlo debes quitarte el calzado y despojarte enteramente de toda clase de pensamientos carnales. Iré a ver, dice, esta gran maravilla. Gran maravilla, ciertamente, una zarza ardiendo sin quemarse, gran portento una mujer que queda ilesa estando cubierta con el sol. No es de la naturaleza de la zarza el que esté cubierta por todas partes de llamas y permanezca con todo eso sin quemarse; no es poder de mujer el sostener un sol que la cubre. No es de virtud humana, pero ni de la angélica seguramente. Es necesaria otra más sublime. El Espíritu Santo, dice, sobrevendrá en ti. Y como si respondiese ella: Dios es espíritu y nuestro Dios es un fuego que consume. La virtud, dice, no la mía, no la tuya, sino la del Altísimo, te hará sombra. No es maravilla, pues, que debajo de tal sombra sostenga también una mujer vestido tal.

6. Una mujer, dice, cubierta con el sol. Sin duda cubierta de luz como de un vestido. No lo percibe acaso el carnal: sin duda es cosa espiritual, necedad le parece. No parecía así al Apóstol, quien decía: Vestíos del Señor Jesucristo. ¡Cuán familiar de Él fuiste hecha, Señora! ¡Cuán próxima, más bien, cuán íntima mereciste ser hecha! ¡Cuánta gracia hallaste en Dios! En ti está y tú en Él; a Él le vistes y eres vestida por Él. Le vistes con la sustancia de la carne y Él te viste con la gloria de la majestad suya. Vistes al sol de una nube y eres vestida tú misma de un sol. Porque una cosa nueva hizo Dios sobre la tierra, y fue que una mujer rodease a un varón, que no es otro que Cristo, de quien se dice: He ahí un varón; Oriente es su nombre; una cosa nueva hizo también en el cielo, y fue que apareciese una mujer cubierta con el sol. Finalmente, ella le coronó y mereció también ser coronada por El. Salid, hijas de Sión, y ved al rey Salomón en la diadema con que le coronó su Madre. Pero esto para otro tiempo. Entre tanto, entrad, más bien, y ved a la reina en la diadema con que la coronó su Hijo.

7. En su cabeza, dice, tenía una corona de doce estrellas. Digna, sin duda, de ser coronada con estrellas aquella cuya cabeza, brillando mucho más lucidamente que ellas, más bien las adornará que será por ellas adornada. ¿Qué mucho que coronen los astros a quien viste el sol? Como en los días de primavera, dice, la rodeaban las flores de los rosales y las azucenas de los valles. Sin duda la mano izquierda del Esposo está puesta bajo de su cabeza y ya su diestra la abraza. ¿Quién apreciará estas piedras? ¿Quién dará nombre a estas estrellas con que está fabricada la diadema real de María? Sobre la capacidad del hombre es dar idea de esta corona y explicar su composición. Con todo eso, nosotros, según nuestra cortedad, absteniéndonos del peligroso examen de los secretos, podremos acaso sin inconveniente entender en estas doce estrellas doce prerrogativas de gracias con que María singularmente está adornada. Porque se encuentran en María prerrogativas del cielo, prerrogativas del cuerpo y prerrogativas del corazón; y si este ternario se multiplica por cuatro, tenernos quizá las doce estrellas con que la real diadema de María resplandece sobre todos. Para mí brilla un singular resplandor, primero, en la generación de María; segundo, en la salutación del ángel; tercero, en la venida del Espíritu Santo sobre ella; cuarto, en la indecible concepción del Hijo de Dios. Así, en estas mismas cosas también resplandece un soberano honor, por haber sido ella la primiceria de la virginidad, por haber sido fecunda sin corrupción, por haber estado encinta sin opresión, por haber dado a luz sin dolor. No menos también con un especial resplandor brillan en María la mansedumbre del pudor, la devoción de la humildad, de magnanimidad de la fe, el martirio del corazón. Cuidado vuestro será mirar con mayor diligencia cada una de estas cosas. Nosotros habremos satisfecho, al parecer, si podemos indicarlas brevemente.

8. ¿Qué es, pues, lo que brilla, comparable con las estrellas, en la generación de María? Sin duda el ser nacida de reyes, el ser de sangre de Abraham, el ser de la generosa prosapia de David. Si esto parece poco, añade que se sabe fue concedida por el cielo a aquella generación por el privilegio singular de santidad, que mucho antes fue prometida por Dios a estos mismos Padres, que fue prefigurada con misteriosos prodigios, que fue prenunciada con oráculos proféticos. Porque a esta misma señalaba anticipadamente la vara sacerdotal cuando floreció sin raíz, a ésta el vellocino de Gedeón cuándo en medio de la era seca se humedeció, a ésta la puerta oriental en la visión de Ezequiel, la cual para ninguno estuvo patente jamás. Esta era, en fin, la que Isaías, más claramente que todos, ya la prometía como vara que había de nacer de la raíz de Jesé, ya, más manifiestamente, como virgen que había de dar a luz. Con razón se escribe que este prodigio grande había aparecido en el cielo, pues se sabe haber sido prometido tanto antes por el cielo. El Señor dice: Él mismo os dará un prodigio. Ved que concebirá una virgen. Grande prodigio dio, a la verdad, porque también es grande el que le dio. ¿En qué vista no reverbera con la mayor vehemencia el brillo resplandeciente de esta prerrogativa? Ya, en haber sido saludada por el ángel tan reverente y obsequiosamente, que podía parecer que la miraba ya ensalzada con el solio real sobre todos los órdenes de los escuadrones celestiales y que casi iba a adora a una mujer el que solía hasta entonces ser adorado gustosamente por los hombres, se nos recomienda el excelentísimo mérito de nuestra Virgen y su gracia singular.

9. No menos resplandece aquel nuevo modo de concepción, por el cual, no en la iniquidad, como las demás mujeres, sino sobreviniendo el Espíritu Santo, sola María concibió y de sola la santificación. Pero el haber engendrado ella al verdadero Dios y verdadero Hijo de Dios, para que uno mismo fuese Hijo de Dios y de los hombres y uno absolutamente, Dios y hombre, naciese de María, abismo es de luz; ni diré fácilmente que aun la vista del ángel no se ofusque a la vehemencia de este resplandor. En lo demás, evidentemente, se ilustra la virginidad por la novedad del mismo propósito de la virginidad por la novedad del mismo propósito, puesto que, elevándose en la libertad de espíritu sobre los decretos de la ley de Moisés, ofreció a Dios con voto la inmaculada santidad de cuerpo y de espíritu juntamente. Prueba la inviolable firmeza de su propósito el haber respondido tan firmemente al ángel que la prometía un hijo: ¿Cómo se hará esto, porque yo no conozco varón? Acaso por eso se turbó en sus palabras y pensaba qué salutación sería ésta, porque había oído que la llamaban bendita entre las mujeres la que siempre deseaba ser bendita entre las vírgenes. Y desde aquel punto, ciertamente, pensaba qué salutación sería ésta, porque ya parecía ser sospechosa. Mas luego que en la promesa de un hijo aparecía el peligro manifiesto de la virginidad, ya no pudo disimular más ni dejar de decir: ¿Cómo se hará esto, porque yo no conozco varón? Por tanto, con razón mereció aquella bendición y no perdió ésta, para que así sea mucha más gloriosa la virginidad por la fecundidad y la fecundidad por la virginidad y parezcan ilustrarse mutuamente estos dos astros con sus rayos. Pues el ser virgen cosa grande es, pero ser virgen madre, por todos modos es mucho más. Con razón también sola ella no sintió aquel molestísimo tedio con que todas las mujeres embarazadas son afligidas, pues ella sola concibió sin libidinoso deleite. Por lo cual, en el mismo principio de la concepción, cuando principalmente son afligidas miserablemente las demás mujeres, María con toda presteza sube a las montañas para asistir a Isabel. Subió también a Belén, estando ya cercano el parto, llevando aquel preciosísimo depósito, llevando aquel peso dulce, llevando a quien la llevaba. Así también, en el mismo parto, de cuánto esplendor es el haber dado a luz con un gozo nuevo la nueva prole, siendo sola ella entre las mujeres ajena de la común maldición y del dolor de las que dan a luz. Si el precio de las cosas se ha de juzgar por lo raro de ellas, nada se puede hallar más raro que éstas. Puesto que en todas ellas ni se vio tener primera semejante ni segunda. De todo esto, si fielmente lo miramos, sin duda concebiremos admiración; pero y veneración también, devoción y consolación.

10. Mas lo que todavía resta considerar pide imitación. No es para nosotros el ser antes del nacimiento (prometido prodigiosamente de tantos y tan varios modos) ni el ser preanunciado desde el cielo, ni tampoco el ser honrados por el arcángel Gabriel con los obsequios de tan nueva salutación. Mucho menos nos comunican las otras dos cosas a nosotros; ciertamente su secreto es para sí. Porque sola ella es de quien se dice: Lo que en ella ha nacido es del Espíritu Santo. Sola ella es a quien se dice: Lo santo que nacerá de ti se llamará Hijo de Dios. Sean ofrecidas al Rey las vírgenes, pero después de ella, porque ella sola reserva para sí la primacía. Mucho más, ella sola concibió al hijo sin corrupción, le llevó sin opresión, le dio a luz sin dolor. Así, nada de esto se exige de nosotros, pero, ciertamente, se exige algo. Porque por ventura, si también nos falta a nosotros la mansedumbre del pudor, la humildad del corazón, la magnanimidad de la fe, la compasión del ánimo, ¿excusará nuestra negligencia la singularidad de estos dones? Agraciada piedra en la diadema, estrella resplandeciente en la cabeza es el rubor en el semblante del hombre vergonzoso. ¿Piensa acaso alguno que careció de esta gracia la que fue llena de gracias? Vergonzosa fue María. Del Evangelio lo probamos. Porque ¿en dónde se ve que fuese alguna vez locuaz, en dónde se ve que fuese presuntuosa? Solicitando hablar al hijo se estaba afuera, ni con la autoridad que tenía de madre interrumpió el sermón o se entró por la habitación en que el hijo estaba hablando. En toda la serie, finalmente, de los cuatro Evangelios (si bien me acuerdo) no se oye hablar a María sino cuatro veces. La primera al ángel, pero cuando ya una y dos veces la había él hablado; la segunda a Isabel, cuando la voz de su salutación hizo saltar de gozo a Juan en el vientre; y, alabando, entonces Isabel a María, cuidó ella más bien de alabar al Señor; la tercera al Hijo, cuando era ya de doce años, porque ella misma y su padre le habían buscado llenos de dolor; la cuarta, en las bodas, al Hijo y a los ministros. Y estas palabras, sin duda, fueron índice certísimo de su congénita mansedumbre y vergüenza virginal. Puesto que, reputando suyo el empacho de otros, no pudo sufrir, no pudo disimular que les faltase vino. A la verdad, luego que fue increpada por el Hijo, como mansa y humilde de corazón, no respondió, mas ni con todo eso desesperó, avisando a los ministros que hiciesen lo que El les dijese.

11. Y después de haber nacido Jesús en la cueva de Belén, ¿acaso no leemos que vinieron los pastores y encontraron la primera de todos a María? Hallaron, dice el evangelista, a María y a José, y al infante puesto en el pesebre. También los Magos, si hacemos memoria, no, sin María su Madre encontraron al Niño, y cuando ella introdujo en el templo del Señor al Señor del templo, muchas cosas ciertamente oyó a Simeón, así relativas a Jesús como a sí misma, pero, como siempre, mostróse tarda en hablar y solícita en escuchar. María conservaba todas estas palabras, ponderándolas en su corazón; y en todas estas circunstancias no profieren sus labios una sola palabra acerca del sublime misterio de la encarnación del Señor. ¡Ay de nosotros, que parece tenemos el espíritu en las narices! ¡Ay de nosotros, que echamos afuera todo nuestro espíritu, y que, según aquello del cómico, llenos de hendiduras nos derramamos por todas partes! ¡Cuántas veces oyó María a su Hijo, no sólo hablando a las turbas en parábolas, sino descubriendo aparte a sus discípulos el misterio del reino de Dios! ¡Vióle haciendo prodigios, vióle pendiente de la cruz, vióle expirando, vióle cuando resucitó, vióle, en fin, ascendiendo a los cielos! Y en todas estas circunstancias, ¿cuántas veces se menciona haber sido oída la voz de esta pudorosísima Virgen, cuántas el arrullo de esta castísima y mansísima tórtola? Últimamente leemos en los Actos de los Apóstoles que los discípulos, volviendo del monte de los Olivos, perseveraban unánimemente en la oración. ¿Quiénes? Hallándose presente allí María, parece obvio que debía ser nombrada la primera, puesto que era superior a todos, así por la prerrogativa de su divina maternidad como por el privilegio de su santidad. Pedro y Andrés, dice, Santiago y Juan, y los demás que se siguen. Todos los cuales perseveraban juntos en oración con las mujeres, y con María, la madre de Jesús. Pues ¿qué?, ¿se portaba acaso María como la última de las mujeres, para que se la pusiese en el postrer lugar? Cuando los discípulos, sobre los cuales aún no había bajado el Espíritu Santo, porque Jesús no había sido aún glorificado, suscitaron entre sí la contienda acerca de la primacía en el reino de Cristo, obraron guiados por miras humanas; todo al revés lo hizo María, pues siendo la mayor de todos y en todo, se humilló en todo y más que todos. Con razón, pues, fue constituida la primera de todos, la que siendo en realidad la más excelsa escogía para sí el último lugar. Con razón fue hecha Señora de todos la que se portaba como sierva de todos. Con razón, en fin, fue ensalzada sobre todos los coros de los ángeles la que con inefable mansedumbre se abatía a sí misma debajo de las viudas y penitentes, y aun debajo de aquella de quien habían sido lanzados siete demonios. Ruégoos, hijos amados, que imitéis esta virtud; si amáis a María, si anheláis agradarla, imitad su modestia. Nada dice tan bien al hombre, nada es tan conveniente al cristiano y nada es tan decente al monje en especial.

12. Y sin duda que bastante claramente se deja ver en la Virgen, por esta misma mansedumbre, la virtud de la humildad con la mayor brillantez. Verdaderamente, colactáneas son la mansedumbre y la humildad, confederadas más íntimamente en aquel Señor que decía: Aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón. Porque así como la altivez es madre de la presunción así la verdadera mansedumbre no procede sino de la verdadera humildad. Mas ni sólo en el silencio de María se recomienda su humildad, sitio que resuena todavía más elocuentemente en sus palabras. Había oído: Lo santo que nacerá de ti se llamará Hijo de Dios, y no responde otra cosa sino que es la sierva de Él. De aquí llega la visita a Isabel, y al punto se le revela a ésta por el espíritu la singular gloria de la Virgen. Finalmente, admiraba la persona de quien venía, diciendo: ¿De dónde a mí esto, que venga a mi casa la madre de mi Señor? Ensalzaba también la voz de quien la saludaba, añadiendo: Luego que sonó la voz de tu salutación en mis oídos saltó de gozo el infante en mi vientre. Y alababa la fe de quien había creído diciendo: Bienaventurada tú que has creído, porque en ti serán cumplidas las cosas que por el Señor se te han dicho. Grandes elogios, sin duda, pero también su devota humildad, no queriendo retener nada para sí, más bien lo atribuye todo a aquel Señor cuyos beneficios se alababan en ella. Tú, dice, engrandeces a la Madre del Señor, pero mi alma engrandece al Señor. Dices que a mi voz saltó de gozo el párvulo, pero mí espíritu se 1lenó de gozo en Dios, que es mi salud, y él mismo también, como amigo del Esposo, se llena de gozo a la voz del Esposo. Bienaventurada me llamas porque he creído, pero la causa de mi fe y de mi dicha es haberme mirado la piedad suprema, a fin de que por eso me llamen bienaventurada las naciones todas, porque se dignó Dios mirar a esta su sierva pequeña y humilde.

13. Sin embargo, ¿creéis acaso, hermanos, que Santa Isabel errase en lo que, iluminada por el Espíritu Santo, hablaba? De ningún modo. Bienaventurada ciertamente era aquella a quien miró Dios, y bienaventurada la que creyó, porque su fe fue el fruto sublime que produjo en ella la vista de Dios. Pues por un inefable artificio del Espíritu Santo, a tanta humildad se juntó tanta magnanimidad en lo íntimo del corazón virginal de María, para que (como dijimos antes de la integridad y fecundidad) se volvieran igualmente estas dos estrellas más claras por la mutua correspondencia, porque ni su profunda humildad disminuyó su magnanimidad ni su excelsa magnanimidad amenguó su humildad, sino que, siendo en su estimación tan humilde, era no menos magnánima en la creencia de la promesa, de suerte que aunque no se reputaba a sí misma otra cosa que una pequeña sierva, de ningún modo dudaba que había sido escogida para este incomprensible misterio, para este comercio admirable, para este sacramento inescrutable, y creía firmemente que había de ser luego verdadera madre del que es Dios y hombre. Tales son los efectos que en los corazones de los escogidos causa la excelencia de la divina gracia, de forma que ni la humildad los hace pusilánimes ni la magnanimidad arrogantes, sino que estas dos virtudes más bien se ayudan mutuamente, para que no sólo ninguna altivez se introduzca por la magnanimidad, sino que por ella principalmente crezca la humildad; con esto se vuelven ellos mucho más timoratos y agradecidos al dador de todas las gracias y al propio tiempo evitan que tenga entrada alguna en su alma la pusilanimidad con ocasión de la humildad, porque cuanto menos suele presumir cada uno de su propia virtud, aún en las cosas mínimas, tanto más en cualesquiera cosas grandes confía en la virtud divina.

14. El martirio de la Virgen ciertamente (que entre las estrellas de su diadema, si os acordáis, nombramos la duodécima) está expresado así en la profecía de Simeón como en la historia de la pasión del Señor. Está puesto éste, dice Simeón al párvulo Jesús, como blanco al que contradecirán, y a tu misma alma (decía a María) traspasará la espada. Verdaderamente, ¡oh madre bienaventurada!, traspasó tu alma la espada. Ni pudiera ella penetrar el cuerpo de tu hijo sin traspasarla. Y, ciertamente, después que expiró aquel tu Jesús (de todos, sin duda, pero especialmente tuyo) no tocó su alma la lanza cruel que abrió (no perdonándole aun muerto, a quien ya no podía dañar) su costado, pero traspasó seguramente la tuya. Su alma ya no estaba allí, pero la tuya, ciertamente, no se podía de allí arrancar. Tu alma, pues, traspasó la fuerza del dolor, para que no sin razón te prediquemos más que mártir, habiendo sido en ti mayor el afecto de compasión que pudiera ser el sentido de la pasión corporal.

15. ¿Acaso no fue para ti más que espada aquella palabra que traspasaba en la realidad el alma que llegaba hasta la división del alma y del espíritu: Mujer, mira tu hijo? ¡Oh trueque! Te entregan a Juan en lugar de Jesús, el siervo en lugar del Señor, el discípulo en lugar del Maestro, el hijo del Zebedeo en lugar del Hijo de Dios, un hombre puro en lugar del Dios verdadero. ¿Cómo no traspasaría tu afectuosísima alma el oír esto, cuando quiebra nuestros pechos, aunque de piedra, aunque de hierro, sola la memoria de ello? No os admiréis, hermanos, de que sea llamada María mártir en el alma. Admírese el que no se acuerde haber oído a Pablo contar entre los mayores crímenes de los gentiles el haber vivido sin tener afecto. Lejos estuvo esto de las entrañas de María, lejos esté también de sus humildes siervos. Mas acaso dirá alguno: ¿Por ventura no supo anticipadamente que su Hijo había de morir? Sin duda alguna. ¿Por ventura no esperaba que luego había de resucitar? Con la mayor confianza. Y a pesar de esto, ¿se dolió de verle crucificado? Y en gran manera. Por lo demás, ¿quién eres tú, hermano, o qué sabiduría es la tuya, que admiras más a María complaciente que al Hijo de María paciente? El pudo morir en el cuerpo, ¿y María no pudo morir juntamente en el corazón? Realizó aquello una caridad superior a toda otra caridad; también hizo esto una caridad que después de aquélla no tuvo par ni semejante. Y ahora, ¡oh Madre de misericordia!, postrada humildemente a tus pies, como la luna, te ruega la Iglesia con devotísimas súplicas que, pues estás constituida mediadora entre ella y el Sol de justicia, por aquel sincerísimo afecto de tu alma le alcances la gracia de que en tu luz llegue a ver la luz de ese resplandeciente Sol, que te amó verdaderamente más que a todas las demás criaturas y te adornó con las más preciosas galas de la gloria, poniendo en tu cabeza la corona de hermosura. Llena estás de gracia, llena del celestial rocío, sustentada por el amado y rebosando en delicias. Alimenta hoy, Señora, a tus pobres; los mismos cachorrillos también coman de las migajas que caen de la mesa de su Señor; no sólo al criado de Abraham, sino también a sus camellos dales de beber de tu copioso cántaro de agua, porque tú eres verdaderamente aquella doncella anticipadamente elegida y preparada para desposarse con el Hijo del Altísimo, el cual es sobre todas cosas Dios bendito por los siglos de los siglos. Amén.