SAN BERNARDO
Sermones de Navidad

SERMÓN I
JESUCRISTO NACE EN BELÉN DE JUDÁ

I

1. Un grito de júbilo resuena en nuestra tierra; un grito de alegría y de salvación en las riendas de los pecadores. Hemos oído una palabra buena, una palabra de consuelo, una frase rezumante de gozo, digna de todo nuestro aprecio.

2. Exultad, montañas; aplaudid, árboles silvestres, delante del Señor porque llega. Oíd cielos; escucha, tierra; enmudece y alaba, coro de las criaturas; pero más que nadie, tú, hombre. Jesucristo, el Hijo de Dios, nace en Belén de Judá. ¿Quién tendrá corazón tan de piedra que, al oír este grito, no se le derrita el alma? ¿Se podría anunciar mensaje más consolador? ¿Se podría confiar noticia más agradable? ¿Cuándo se ha oído algo semejante? ¿Cuándo ha sentido el mundo cosa parecida? Jesucristo, el Hijo de Dios, nace en Belén de Judá. ¡Expresión concisa sobre la Palabra condensada, pero henchida de celeste fragancia! El afecto se fatiga intentando expandir un mayor derroche de esta meliflua dulzura, pero no encuentra palabras. Tanta gracia destila esta expresión, que, si se altera una simple coma, se siente de inmediato una merma de sabor.

3. Jesucristo, el Hijo de Dios, nace en Belén de Judá. ¡Oh nacimiento esclarecido en santidad, glorioso para el mundo, querido por la humanidad a causa de incomparable beneficio que le confiere, insondable incluso para los ángeles en la profundidad de su misterio sagrado! Y bajo cualquier aspecto, admirable por la grandeza exclusiva de su novedad; jamás se ha visto cosa parecida, ni antes ni después. ¡Oh alumbramiento único, sin dolor, cándido, incorruptible; que consagra el templo del seno virginal sin profanarlo! ¡Oh nacimiento que rebasa las leyes de la naturaleza, si bien la transforma; inimaginable en el ámbito de lo milagroso, pero subsanador por la energía de su misterio!

4. Hermanos: ¿Quién podrá proclamar esta generación? El ángel anuncia. La fuerza de Dios cubre con la sombra. Baja el Espíritu. La Virgen cree. La Virgen concibe en la fe. La Virgen alumbra y permanece virgen. ¿Quién no se asombrará? Nace el Hijo del Altísimo, Dios de Dios, engendrado antes de todos los siglos. Nace la Palabra-Niño. Imposible admirarlo cual se merece.

II

1. Tampoco es inútil este nacimiento, ni queda estéril tal condescendencia de la majestad divina. Jesucristo, el Hijo de Dios, nace en Belén de Judá. Los que yacéis en el polvo, levantaos exultantes. Mirad al Señor de la salvación. Trae la salvación y viene con ungüentos y con gloria. Es inconcebible un Jesús sin salvación, como lo es un Cristo sin unción y un Hijo de Dios sin gloria. El es la salvación; él, la unción y la gloria, como está escrito: El Hijo sensato es la gloria del padre.

2. Dichosa el alma que ha gustado del fruto de la salvación, porque le atrae y corre tras el olor de los perfumes para contemplar su gloria, gloria del Hijo único del Padre. Reanimaos los que os sentís desahuciados: Jesús viene a buscar lo que estaba perdido. Reconfortaos los que os sentís enfermos: Cristo viene para sanar a los oprimidos con el ungüento de su misericordia. Alborozaos todos los que soñáis con altos ideales: el Hijo de Dios baja hasta vosotros para haceros partícipes de su reino. Por eso imploro: Sáname, Señor, y quedaré sano; sálvame, y quedaré a salvo; dame tu gloria, y seré glorificado. Y mi alma bendecirá al Señor, y todo mi interior a su santo nombre, cuando perdones todas mis culpas, cures todas mis enfermedades y sacies de bienes mis anhelos.

3. Estas tres cosas, queridísimos míos, saboreo en mi alma cuando oigo la buena noticia del nacimiento de Jesucristo, el Hijo de Dios. ¿Por qué le llamamos Jesús? Únicamente porque salvará a su pueblo de todos sus pecados. ¿Y por qué le llamamos Cristo? Porque hará pudrir el yugo de tu cuello con la efusión del aceite. ¿Por qué e Hijo de Dios se hace hombre? Para que los hombres se vuelvan hijos de Dios. ¿Quién puede resistir a su voluntad? Si Jesús es el que perdona, ¿quién se atreverá a condenar? Si es Cristo el que cura, ¿quién podrá herir? Si el Hijo de Dios es el que enaltece, ¿a quién se le ocurrirá humillar?

III

1. Nace Jesús. Alégrese incluso el que siente en su conciencia de pecador el peso de una condena eterna. Porque la misericordia de Jesús sobrepuja el número y gravedad de los delitos. Nace Cristo. Gócense todos los que han sufrido la violencia de los vicios que dominan al hombre, pues ante la realidad de la unción de Cristo no puede quedar rastro alguno de enfermedad en el alma, por muy arraigada que esté. Nace el Hijo de Dios. Alborócense cuantos sueñan con sublimes objetivos, porque es un generoso galardonador.

2. Hermanos, he aquí al heredero. Acojámosle con devoción, y recibiremos su misma herencia. Aquel que entregó a su mismo Hijo por nosotros, ¿cómo nos negará los demás dones con el don de Hijo? Rechacemos la desconfianza y la duda. Tenemos un firme apoyo: La Palabra se ha hecho carne y acampó entre nosotros. El Hijo único de Dios quiso tener muchos hermanos para ser entre todos ellos el primero. No tiene por qué dudar el apocamiento de la debilidad humana. Fue el primero en hacerse hermano de los hombres, hijo del hombre, hombre. Y, aunque el hombre opine que esto es imposible, los ojos confirman la fe.

IV

1. Jesucristo, el Hijo de Dios, nace en Belén de Judá. Fíjate en el detalle. No nace en Jerusalén, la ciudad de los reyes. Nace en Belén, diminuta entre las aldeas de Judá. Belén, eres insignificante, pero el Señor te ha engrandecido. Te enalteció el que, de grande que era, se hizo en ti pequeño. Alégrate Belén. Que en todos tus rincones resuene hoy el cántico del Aleluya. ¿Qué ciudad, oyéndote, no envidiará ese preciosísimo establo y la gloria de su pesebre? Tu nombre se ha hecho famoso en la redondez de la tierra y te llaman dichosa todas las generaciones. Por doquier te proclaman dichosa, ciudad de Dios. En todas partes se canta: El hombre ha nacido en ella; el Altísimo en persona la ha fundado. En todo lugar, repito, se anuncia se proclama que Jesucristo, el Hijo de Dios, nace en Belén de Judá.

2. Y no en vano se añade de Judá, pues la expresión nos insinúa que la promesa se hizo a nuestros padres. No se le quitará a Judá el cetro, no dejará de salir el caudillo de entre sus muslos, basta que llegue el que tiene que venir. Él mismo será la esperanza de todas las naciones. Es cierto que la salvación viene de los judíos, pero se extiende hasta los confines de la tierra. Está escrito: A ti, Judá, te alabarán tus hermanos; pondrás tus manos sobre las nucas de tus enemigos; y otras cosas que leemos, pero que nunca se cumplieron en la persona de Judá, sino únicamente en Cristo: él es el león de la tribu de Judá. Sobre esto mismo está también escrito: Judá es un cachorrillo de león; te has abalanzado hacia la presa, hijo mío. Cristo es el hábil cazador que, antes de saber decir mamá o papá, se llevó el botín de Samaria. Diestro conquistador que, subiendo a lo alto, llevó cautiva a la misma cautividad. Y, sin robar nada, distribuyó dones a los hombres.

3. La expresión Belén de Judá nos recuerda estas profecías y otras parecidas que se cumplieron en Cristo, porque se referían a su persona. Ya no nos interesa saber si de Belén puede salir algo bueno.

V

1. Lo que sí nos interesa saber es la manera como quiere ser acogido el que quiso nacer en Belén. Quizá alguno hubiera pensado prepararle fastuosos palacios, para acoger con realce al rey de la gloria. No es ése el motivo de su venida desde el trono real. En la izquierda trae honor y riquezas, y en la derecha largos años. En el cielo había abundancia eterna de todas estas cosas, pero no pobreza. Precisamente abundaba y sobreabundaba esto en la tierra, y el hombre ignoraba su valor. El Hijo de Dios se prendó de ella, bajó, se la escogió, y revalorizó su encanto para nosotros. Engalana tu lecho, Sión; pero con humildad y con pobreza agradan estos pañales. María nos asegura que le gusta envolverse con estas telas. Sacrifica a tu Dios las abominaciones de los egipcios.

VI

1. Por último, fíjate que nace en Belén de Judá. Procura tú mismo llegar a ser Belén de Judá. Entonces no desdeñará tu acogida. Belén es la "casa del pan". Judá significa confesión. Tú sacia tu alma con el alimento de la palabra divina. Y aunque indigno, recibe con fidelidad y con la mayor devoción posible ese pan que baja del cielo y que da la vida al mundo: el cuerpo del Señor Jesús. De este modo, la carne de la resurrección renovará y confortará al viejo odre de tu cuerpo. Así, mejorado por este sedimento, podrá contener el vino nuevo que está en el interior. Y si, en fin, vives de la fe, nunca te lamentarás de haber olvidado de comer tu pan. Te has convertido en Belén, y digno, por tanto, de acoger al Señor; contando siempre con tu confesión. Sea, pues, Judá tu misma santificación. Revístete de confesión y de gala; condición indispensable que Cristo exige a sus ministros.

2. Para concluir, el Apóstol te pide estas dos cosas en breves palabras: que la fe interior alcance la justicia y que la confesión pública logre la salvación. La justicia en el corazón, y el pan en la casa. Ese es el pan que santifica. Dichosos los que tienen hambre de justicia, porque quedarán saciados. Haya justicia en el corazón, pero que sea la justicia que brota de la fe. Únicamente ésta merece gloria ante Dios. Afore también la confesión en los labios para la salvación. Y ya, con toda confianza, recibe a aquel que nace en Belén de Judá, Jesucristo, el Hijo de Dios.

SERMÓN II
ANUNCIO DEL NACIMIENTO DE JESUCRISTO

I

1. Acabamos de oír un mensaje rebosante de alegría y digno de todo aprecio: Cristo Jesús, el Hijo de Dios, ha nacido en Belén de Judá. El anuncio me estremece, mi espíritu se enciende en mi interior y se apresura, como siempre, a comunicaros esta alegría y este júbilo. Jesús, el Salvador, ¿hay algo tan imprescindible a los perdidos, tan deseable para los miserables y tan conveniente para los desesperados? ¿De qué otra parte puede venimos la salvación o la más ligera esperanza de salvarse de la ley del pecado, del cuerpo mortal, del agobio de cada día y de este mundo de dolor, si no nos naciera esta realidad nueva e insospechada?

2. Seguramente que deseas a salvación, pero temes la crudeza del tratamiento, consciente como eres de tu sensibilidad y de tu enfermedad. No te preocupes. Cristo es muy delicado, compasivo y rico en misericordia, ungido con perfume de fiesta en favor de los que están con él. Y si no recae sobre ellos la totalidad de la unción, al menos participan. Si te han dicho que el Salvador es delicado, no pienses por ello que sea ineficaz, pues se dice también que es Hijo de Dios. Como es el Padre, es también el Hijo, que tiene el querer y el poder.

3. Si estás ya informado sobre la conveniencia de la salvación y sobre la alegría de la unción, no puedo comprender el motivo de tus cavilaciones y te supongo, incluso, ansioso en torno a su decencia. Te alegras de que se te acerque el Salvador, sobre todo postrado como estás en tu catre, paralítico o, mejor quizá, medio muerto, y a la vera del camino entre Jerusalén y Jericó. Alégrate, al contrario, de que no sea un médico intransigente ni te recete medicamentos revulsivos. Lo hace así para que la breve convalecencia no te parezca más insoportable que la interminable enfermedad. Así se explica que sigan pereciendo tantos por rechazar al médico. Conocéis a Jesús pero ignoráis a Cristo. Calibráis con apreciaciones humanas el fastidio embargante del remedio por el número y gravedad de las dolencias.

II

1. Estás seguro en lo que atañe al Salvador sabes que Cristo para curar no emplea el bisturí, sino el perfume. Y que tampoco le gusta cauterizar, sino ungir. Pero se me ocurre que quizá puede existir otro motivo que influya en alguna inteligencia ingenua: pensar (Dios no lo permita) que el Salvador no es una persona suficientemente idónea. Creo que no eres tan ambicioso, ni ávido de gloria, o receloso de tu honor como para rehusar una gracia parecida que pudiera hacerte cualquiera de tus semejantes. Y tu rechazo sería aún menor si recibieras este favor de mano de un ángel, arcángel o alguno de los espíritus bienaventurados.

2. Por lo tanto, con tanta mayor confianza debes recibir a este Salvador cuanto más extraordinario es el nombre que se le ha dado: Jesús, el Cristo, el Hijo de Dios. Fíjate cómo recomendó abiertamente el ángel estos tres aspectos cuando anunció la gran alegría a los pastores. Escuchad: Os ha nacido hoy un Salvador, Cristo, el Señor. Alborocémonos, hermanos, en este nacimiento y felicitémonos siempre en él. Está tan enriquecido con el beneficio de la salvación, la suavidad de la unción y la majestad del Hijo de Dios, que no echamos en falta nada, ni de útil, ni de alegre, ni de conveniente. Alegrémonos, repito, meditando y comunicándonos mutuamente esta agradable palabra y dulce expresión: Jesús el Cristo, el Hijo de Dios, ha nacido en Belén de Judá.

III

1. Y que ningún displicente, ingrato o descreído me replique: "Eso no es ninguna novedad; es un mensaje y una hazaña muy antiguos. Ya es viejo el nacimiento de Cristo". Sí, le respondo yo, es viejo y más que viejo. Y nadie se extrañe de esto; el profeta lo dijo con otras palabras: Desde siempre y por siempre.

2. El nacimiento de Cristo precedió a nuestro tiempo histórico e incluso al tiempo de la creación. Su nacimiento está envuelto en un manto de oscuridad y habita en una luz inaccesible: se esconde en el corazón del Padre, en el monte encubierto de niebla. Mas para darse a conocer de alguna manera nació. Se hizo historia. Nació hombre, haciéndose Palabra-Carne. No nos extraña la noticia que hoy nos comunica la Iglesia: Ha nacido el Mesías, el Hijo de Dios. Hace ya muchos siglos que se viene diciendo lo mismo. Un Niño os ha nacido. Es un mensaje muy viejo que nunca hastió a ningún santo. Porque Jesús, el Cristo, es el mismo hoy que ayer, será el mismo siempre. Por eso, el primer hombre, padre e todos los que viven, confesó aquel gran misterio, que más tarde, y de forma más clara, declaró Pablo refiriéndose a Cristo y a la Iglesia: Dejará el hombre a su padre y a su madre, se unirá a su mujer, y serán los dos una sola carne.

IV

1. Del mismo modo, Abrahán, padre de todos los que creen, se alegró al ver este día; gozó lo indecible al verlo. Abrahán previó que de su mismo muslo habría de nacer el Señor de los cielos, en aquella ocasión en la que su criado obedeciendo a la orden de poner la mano bajo el muslo del amo, juró a su señor por el Dios del cielo. Y el mismo Dios comunicó esta confidencia íntima a un hombre, amigo, bajo fórmula juramental que nunca retractará: A uno de tu linaje pondré sobre tu trono.

2. Por eso, según el mensaje del ángel, nace en Belén de Judá, ciudad de David, como cumplimiento a la veracidad de Dios en las promesas hechas a los padres. Esto mismo, en múltiples ocasiones y de muchas maneras, se reveló a nuestros padres y a los profetas. No suceda nunca que cuantos aman a Dios adopten ni una sola vez actitudes desidiosas ante estos misterios. No era negligente aquel que imploraba: Por favor, Señor envía al que tengas que enviar: No se mostraba escéptico el que exclamaba: ¡Ojalá rasgases el cielo y bajases! Y otras expresiones parecidas.

3. Más tarde, los santos apóstoles lo vieron y oyeron; sus manos palparon a la Palabra, que es vida; y ella les interpelaba de forma muy concreta: ¡Dichosos los ojos que ven lo que vosotros veis! En fin, esto mismo se ha venido conservando también para nosotros, creyentes, y se ha mantenido en el tesoro de la fe. Lo atestigua el mismo Señor: Dichosos los que tienen fe sin haber visto. Nuestra suerte estriba en esta palabra de vida, que no se puede menospreciar. Ella nos da la vida. En ella se vence al mundo, pues el justo vive de la fe. Y ésta es la victoria que la derrota o al mundo: nuestra fe. La fe es como un muestrario de la eternidad; recoge al mismo tiempo lo pasado, el presente y lo por venir en un seno inmenso. Lo dirige, conserva y abarca todo.

V

1. Con razón, pues, impulsados por vuestra fe, cuando os llegó este mensaje, saltasteis de gozo, disteis gracias, os echasteis por tierra en adoración, apresurándoos a cobijaros como a la sombra de sus alas y esperar al calor de sus plumas. Todos vuestros corazones, nada más oír que nacía el Salvador, gritaban rebosantes de júbilo: Para mí lo bueno es estar junto a Dios. Más aún, os identificabais con las palabras del profeta: Descansa sólo en Dios, alma mía.

2. Desgraciado aquel que hace una postración fingida, abatiendo su cuerpo con un corazón rígido. Pues hay una humillación que resulta detestable: la de aquel que acaricia en su corazón el engaño. Ese hombre hace caso omiso de sus carencias no siente sus molestias, no le importan los peligros, acude sin devoción a los remedios de la salvación que nace, no se somete a Dios con amor y canta con frialdad: Señor, tú has sido nuestro refugio. Su adoración no es atendida, porque su gesto de postración no es sincero. A menor humillación, menor victoria e incluso menos fe viva.

3. ¿Por qué se dice: Dichosos los que tienen fe sin haber visto? Da la impresión que la fe es, en cierto modo, visión. Fíjate bien en las referencias de tiempo y de persona. Se alude a un recalcitrante que exigía la visión para creer. No es lo mismo ver y luego creer que ver creyendo. Por otra parte, ¿cómo se explica que Abrahán, vuestro padre, viera en cierto modo, este día del Señor sino creyendo?

4. Ahora comprendemos lo que vamos a cantar durante esta noche: Santificaos hoy y esta preparados, que mañana veréis la majestad de Dios en medio de vosotros. Se trata de una visión espiritual, de una piadosa representación y de venerar con una fe sin fingimientos el gran misterio que se manifestó romo hombre, que lo rehabilitó el espíritu, se apareció a los ángeles, se proclamó a las naciones, se le dio fe en el mundo y fue elevado a la gloria.

VI

1. Es algo siempre nuevo, algo que renueva continuamente nuestro espíritu. No imaginemos jamás vetustez alguna en aquello que no cesa de dar fruto, que no se marchita nunca. Este es el Santo, al que nunca se le permitirá conocer la corrupción. Es el hombre nuevo que, incapaz de aguantar rastro alguno de decrepitud, infunde la autentica vitalidad nueva en aquellos huesos ya consumidos. Por eso, si prestáis atención, resulta muy consecuente este mensaje de una noticia tan venturosa. No se dice que ha nacido, sino que nace Jesús el Cristo, el Hijo de Dios, en Belén de Judá.

2. Y así como, en cierto modo, se inmola aún cada día siempre que anunciamos su muerte, de la misma manera parece nacer cuando vivimos con fe su nacimiento. Mañana veremos la majestad de Dios; pero no en Dios, sino en nosotros. La majestad de Dios, en a humildad; la fuerza, en la debilidad; Dios, en el hombre. Porque él es Emmanuel, que significa Dios con nosotros. Escucha, no obstante, algo más claro: La Palabra se hizo hombre y acampó entre nosotros. Y desde entonces y siempre contemplamos su gloria, pero la gloria del Hijo Único del Padre. Le contemplamos lleno de gracia y de verdad. No es la gloria del poderío y de la luz; es la gloria del amor del Padre, la gloria de la gracia. A ella se refiere el Apóstol cuando dice: Para alabanza de su gracia gloriosa.

VII

1. Nace. Pero ¿dónde crees que nace? En Belén de Judá. No conviene que olvidemos Belén. Vayamos derechos a Belén, dicen los pastores. No pasemos de largo. ¿Qué importa que sea una aldea, e incluso lo más insignificante de toda Judea? No repara en este detalle aquel que siendo rico se hizo pobre por nosotros, que siendo Señor grande y muy digno de alabanza, se hizo niño por nosotros. Entonces estaba ya diciendo: Dichosos los pobres en el espíritu porque de ellos es el reino de los cielos. Y: Si no cambiáis y os hacéis como este niño, no entraréis en el Reino de los cielos. Por eso eligió un establo y un pesebre, casa de adobes y refugio de animales. Así sabrás que alza de la basura al pobre y socorre a hombres y animales.

VIII

1. ¡Ojalá seamos también nosotros ese Belén de Judá, para que nazca en nosotros y podamos oír: Porque respetáis a Dios, os alumbrará el sol de justicia! Probablemente, es lo mismo que recordábamos antes. Necesitamos un entrenamiento y una santificación previas para ver la majestad del Señor.

2. Porque, según el profeta Judá fue santificación de Dios. Y es también casa de pan. Belén significa eso; quizá por este motivo se alude a la preparación. ¿De qué forma puede disponerse a acoger un huésped tan notable quien anda diciendo que no tiene pan en casa? Pensad en aquel individuo que, carente de vituallas, se vio en la necesidad de golpear la puerta de su amigo en plena noche e importunarle: Acaba de llegar un amigo mío y no tengo qué ofrecerle. Su corazón confía en el Señor, dice el profeta, refiriéndose, sin duda, al justo; su corazón se siente seguro, no vacilará. El corazón que no se siente seguro es porque no está dispuesto. Además, sabemos, según el mismo profeta, que el pan conforta el corazón del hombre. Por tanto, no se encuentra dispuesto su corazón, está seco, lánguido, porque se olvidó de comer su pan.

3. Un corazón dispuesto, no ansioso, se dispone a observar los preceptos de vida y, olvidando lo que queda atrás, se lanza a lo que está delante. Ahí ves cómo debes evitar ciertos olvidos y cuánto debes desear otros, pues toda la tribu de Manasés no atravesó el Jordán, ni todos los que pasaron tuvieron una casa. Hay quien se olvida del Señor, su creador, y hay quien le tiene siempre presente, olvidando a su pueblo y la casa paterna. Aquel se olvida de las cosas de arriba; éste, en cambio, de las cosas de la tierra; uno se olvida de lo presente; otro, de lo venidero; éste, de lo visible; aquél, de lo invisible. En fin hay quien se olvida de sus asuntos, y otros, de los asuntos de Jesucristo.

4. Tanto unos como otros son Manasés, olvidadizos ambos; pero mientras éste se olvida de Jerusalén, aquél de Babilonia. Dispuesto está el que se olvida de los impedimentos; pero el que echa en olvido lo que conviene se encuentra totalmente indispuesto para contemplar en sí mismo la majestad del Señor. No es, por tanto, casa de pan en donde puede nacer el Salvador; tampoco es Manasés, a quien se aparece el que guía a Israel y tiene su trono sobre querubines. Pues dice: Resplandece ante Efraín, Benjamín y Manasés. A mi parecer, estos tres son quienes se salvan. A ellos, otro profeta los llamó Noé, Daniel y Job, representados en aquellos tres pastores a los que anunció el ángel la venturosa noticia del nacimiento del "Ángel, Maravilla de Consejero".

IX

1. Observa si tal vez no son éstos los tres magos que vienen de Oriente y de Occidente para sentarse a la mesa con Abrahán, Isaac y Jacob. Incluso no parece desatinado aplicar la ofrenda del incienso a Efraín, que significa fruto, pues la ofrenda del incienso de suave fragancia corresponde a quienes Dios destinó a ponerse en camino y a dar fruto. Me refiero a los prelados de la Iglesia, pues Benjamín, el hijo de la derecha, debe hacer la ofrenda de oro, esto es, de los bienes de este mundo, a fin de que el pueblo creyente, situado en la parte derecha, pueda oír al juez: Tuve hambre, y me diste de comer, y lo que sigue.

2. Manasés, para merecer que se le manifieste el Señor, tendrá que presentar la mirra de la renuncia. A mi entender, esto atañe muy en concreto a nuestra profesión. Insinúo estas cosas para que no formemos parte de las tribus de Manasés, que se quedaron a la otra orilla del Jordán. Olvidemos, pues, lo que queda atrás y lancémonos a lo que está delante.

X

1. Ahora volvamos a Belén para ver lo que ha hecho y nos ha mostrado el Señor. Belén es casa de pan; ya lo hemos dicho. Nos encontramos bien allí. Donde esté la Palabra del Señor no faltará el pan que conforta el corazón. Lo dice el profeta: Afiánzame con tus palabras. El hombre vive en la palabra que pronuncia Dios por su boca; el hombre vive en Cristo, y Cristo en él. Allí nace, allí se muestra. No le agrada el corazón perplejo o vacilante. Descansa en él estable e intrépido. Si alguien se queja, duda o zozobra; si alguien intenta revolcarse en el fango o volver a su propio vómito, desertar de sus promesas, cambiar su propósito, ese tal no es de Belén, no es de la casa de pan.

2. Sólo un hambre, y un hambre intensa, obliga a bajar a Egipto, a cebar cerdos, y apetecer algarrobas. Es que se encuentra lejos de la casa de pan, de la morada paterna, donde los mismos criados disfrutan de pan abundante. Cristo no nace en el corazón de estos tales, porque les falta la fortaleza de la fe, el pan de la vida. La Escritura afirma que el justo vive por la fe; es decir, la verdadera vida del alma que es el Señor sólo la poseemos ahora en nuestros corazones por la fe. De otro modo, ¿cómo va a nacer Cristo, cómo va a despumar la salvación en él, siendo cierta la sentencia que sostiene que quien persevere hasta el final se salvará? Cristo no puede encontrarse en él.

3. Para todos éstos no tiene sentido aquello de el Consagrado os confirió una unción, porque se han secado sus corazones al olvidarse de comer su pan. Tampoco pertenecen al Hijo de Dios, pues el Espíritu del Señor descansa sobre el pacífico y el humilde y sobre el que se estremece a sus palabras. Además, no puede haber concordia alguna entre la eternidad y tanto cambio, entre el que es y el que nunca puede quedar en un mismo sitio. Y aunque estemos firmes, aunque nos sintamos robustos en la fe, aunque nos veamos dispuestos, con pan en abundancia, porque nos lo da aquel a quien suplicamos siempre: Danos hoy nuestro pan de cada día, tenemos que añadir lo que sigue: Perdónanos nuestras ofensas. Pues, si afirmamos no tener pecado, nos engañamos y no llevamos dentro la verdad. Porque la Verdad misma, Jesús el Cristo, el Hijo de Dios, no nace simplemente en Belén, sino en Belén de Judá.

XI

1. Entremos a la presencia del Señor como pecadores, para que, santificados y dispuestos, seamos también nosotros Belén de Judá, y de este modo nos hagamos merecedores de contemplar al Señor que nace en nosotros.

2. Si algún alma progresara tanto, cuestión que nos concierne sobremanera, y llega a ser una virgen fecunda, una estrella del mar, una llena de gracia, en posesión del Espíritu Santo que se vuelca sobre ella, estimo que no sólo quiere nacer en ella, sino también de ella. Que nadie piense atribuirse esto a sí mismo, sino sólo aquellos a quienes el mismo Señor señala, diciendo: Ved a mi madre y a mis hermanos. Escucha ahora a uno de éstos: Hijos míos, otra vez me causáis dolores de parto hasta que Cristo se forme en vosotros. Si parecía nacer Cristo en ellos cuando se estaba formando en ellos, ¿cómo no se va a suponer que también nace en aquel que en cierto modo le estaba dando a luz en ellos?

SERMÓN III
¡OH JUDÁ Y JERUSALÉN!

I

1. ¡Oh Judá y Jerusalén, no temáis! Hablamos a los judíos auténticos, los que lo son según el espíritu y no según la letra. Hablamos a la descendencia de Abrahán. Su propagación, como se lee en la promesa, parece que se ha cumplido. La descendencia se refiere a los hijos en virtud de la promesa, no a los hijos naturales. Tampoco nos referimos a aquella Jerusalén que mata a los profetas. Pues ¿cómo la consolaríamos, si el Señor lloró por ella y quedó convertida en ruinas? Nos referimos a aquel que baja, nueva, desde el cielo. ¡No temáis, oh Judá y Jerusalén! No temáis, verdaderos confesores, que confesáis al Señor con la boca, con toda vuestra persona y por doquier. Os revestís de la confesión como de un vestido. Todo vuestro interior confiesa al Señor y todos los huesos proclaman: Señor, ¿quién como tú? No se comportan como esos que hacen profesión de conocer a Dios y lo desmienten con su conducta. La auténtica confesión consiste en que todas vuestras obras, hermanos, sean también obras suyas y lo ensalcen. Pero se le debe ensalzar de dos maneras, como envueltos en un doble vestido, mediante la confesión de los pecados y la proclamación de las divinas alabanzas. Seréis verdaderos judíos si la totalidad de vuestra vida confiesa que sois pecadores; que merecéis castigos mayores; que Dios es la bondad por excelencia; que él os perdona los castigos eternos que os habíais merecido a cambio de estos insignificantes y pasajeros sufrimientos.

2. El que no desea con ganas la penitencia, parece decir con sus acciones que no tiene necesidad de penitencia. De este modo no confiesa su pecado o la penitencia no le sirve de nada. Y tampoco ensalza a bondad divina. 3. Pero vosotros sed auténticos judíos, sed la nueva Jerusalén, y ya nada temeréis. Jerusalén es la visión de paz. Visión, no posesión. El Señor estableció la paz en sus fronteras. Y no precisamente en los aledaños ni en su mismo centro. Si no tenéis la paz, y nunca la podréis tener perfecta en esta vida, al menos vedla miradla, contempladla y deseadla. Clávense allí las miradas de vuestro corazón. Hacia la paz se orienten vuestras intenciones, para que en cualquier cosa que emprendáis os mueva el deseo de esta paz que supera todo sentido. Tened siempre este objetivo: vivir reconciliados y en paz con Dios.

II

1. A todos estos decimos: No temáis. A estos consolamos, no a quienes desconocen el camino de la paz. Y si se les dice: Mañana saldréis, les sonará a intimidación, nunca a consuelo. Únicamente desean morirse y estar con Cristo los que ven y conocen la paz. Si se derrumban sus albergues terrenos, saben que su construcción proviene de Dios. Los otros, en cambio, viven como unos insensatos y se complacen de su prisión. Cuando mueren estos tales, en vez de salir, debemos decir que entran. No emigran a la región de la luz y de la libertad; penetran en la cárcel, en las tinieblas, en el infierno.

2. A vosotros, en cambio, se os dice: No temáis, mañana saldréis; ya no rondará el temor por vuestras fronteras. Tenéis enemigos numerosos: la carne, el enemigo más cercano; este mundo perverso, que os invade por todas partes; los señores de las tinieblas, que, situados en la altura, acosan vuestros caminos. Sin embargo, no temáis; saldréis mañana; esto es, muy pronto. El mañana es inminente; por eso, el santo Job dijo: Mañana se me hará Justicia. En otro lugar se nos habla también de tres días: Al cabo de dos días, nos dará la vida, y al tercero nos resucitará. El primer día está bajo el signo de Adán; el segundo, en Cristo, y el tercero, con Cristo. Por eso añade: Nos esforzaremos por conocer al Señor; y en el mismo lugar: Mañana saldréis, y el Señor estará con vosotros.

3. Este pasaje se aplica a quienes han cumplido la mitad de sus años y en quienes han muerto el día en que nacieron, el día de Adán, el día del pecado; día que también Jeremías maldecía con estas protestas: Maldito el día en que nací. Todos nacemos en ese día. Que parezca ese día en todos nosotros; día de niebla y de oscuridad, día de tinieblas y de descontento. Este día nos lo proporcionó Adán y nuestro enemigo, que nos insinuó: Se abrirán vuestros ojos.

III

1. Pero fijaos: Ha brillado entre vosotros el día nuevo de la redención, el de la renovación antigua y de la dicha eterna. Este es el día que hizo el Señor; festejémoslo y alegrémonos, porque mañana saldremos. ¿De dónde? Del calabozo de este siglo, de la prisión del cuerpo, de los grilletes de la necesidad, de la curiosidad, de la vanidad y del placer. De codo eso que encadena los pies de los afectos, en contra de nuestra voluntad. ¿Qué le dicen las cosas terrenas a nuestro espíritu? ¿Por qué no desea las realidades espirituales y no busca ni saborea lo espiritual? ¡Oh espíritu!, tú eres de arriba; ¿qué te importa lo de abajo? Buscad as cosas de arriba, donde Cristo está sentado a la derecha de Dios. Saboread lo de arriba, no lo de la tierra. Pero el cuerpo mortal es lastre del alma y la morada terrestre abruma la mente pensativa.

2. Las incontables necesidades de nuestro cuerpo nos paralizan. La viscosidad de nuestro deseo malo y del placer terreno nos impide volar. Y si por casualidad se eleva un poco, al punto se la tira por tierra. Pero no temáis; saldréis mañana del lago de miseria y del cieno hediondo. Y para sacarnos de ahí, él mismo se hundió también en el cieno profundo. No temáis; saldréis mañana del cuerpo de la muerte y de la corrupción del pecado. Actuad durante este día en Cristo. Y vivid como él mismo vivió. Pues quien dice estar en Cristo, debe proceder como él mismo procedió. No temáis, que mañana saldréis y estaréis siempre con el Señor. O como expresamente se dice: Y el Señor estará con vosotros. Entendamos que, mientras vivamos en el cuerpo, podemos estar con el Señor, esto es, adherirnos a su querer. Pero él no está con nosotros para consentir a nuestro deseo. Queremos ser ya libres. Anhelamos morir. Deseamos salir. Pera el Señor tiene todavía sus motivos para demorarse. Mañana saldréis, y el Señor estará con vosotros, y entonces él querrá cuanto nosotros queramos; no habrá discordia alguna entre su voluntad y la nuestra.

IV

1. Por eso, no temáis, Judá y Jerusalén, si todavía no podéis lograr la perfección que deseáis. Que la humildad de la confesión supla la imperfección de vuestra conducta. Los ojos de Dios ven vuestra imperfección. Por eso ordenó cumplir con sumo esmero sus mandamientos. De este modo, cuando sintamos el desfallecimiento de nuestra debilidad y la imposibilidad de cumplir lo debido, refugiémonos en la misericordia y exclamemos: Tu misericordia vale más que la vida. Y si no podemos comparecer con el vestido de a inocencia o de la justicia, presentémonos con el vestido de la confesión.

2. La confesión y la hermosura llegan hasta la presencia del Señor si, como ya se indicó, la boca y la persona exclaman con todas sus fuerzas: Señor, ¿quién como tú? Este grito brota de la contemplación de la paz y del deseo de reconciliación con Dios. A estos se les dice: ¡Oh Judá y Jerusalén, no temáis; saldréis mañana! Y tan pronto como el alma salga del cuerpo, todos los afectos y deseos que actualmente se encuentran dispersos y cautivos en la superficie del mundo, saldrán de estas adherencias, y el Señor estará con vosotros.

3. Esto os parecerá una exageración si os fijáis en vosotros mismos y no en las cosas que os aguardan. ¿Acaso el universo entero no lo espera? La criatura está sometida a la vanidad. Al caer el hombre, al que el Señor había nombrado administrador de su casa y dueño de todas sus posesiones, toda su herencia quedó corrompida. Los vientos se desataron. La maldición cayó sobre la tierra en las obras de Adán, y todo quedó presa de la vanidad.

V

1. No se restaurará la herencia mientras no se renueve el heredero. De aquí el testimonio del Apóstol. Todo sigue gimiendo con dolores de parto hasta añora. Están pendientes de nosotros el mundo, los ángeles y los hombres. Escuchad: Me aguardan los justos hasta que me devuelvas tu favor. Los mártires reclamaron el día del juicio; y no tanto por deseos de venganza cuanto por anhelo de la perfección de su dicha que entonces se les daría. Pero recibieron esta divina respuesta: Aguantad un poro hasta que se complete el número de vuestros hermanos.

2. Es cierto que ya han recibido la vestidura blanca; pero no lucirán las dos túnicas hasta que no las luzcamos también nosotros. Como garantía tenemos rehenes a sus propios cuerpos, pues sin ellos y sin nuestra compañía no pueden lograr la plenitud de su gloria. De aquí que el Apóstol se exprese en estos términos hablando de los Patriarcas y de los Profetas: Dios preparó algo mejor para nosotros, y no quiso llevarlos a la meta sin nosotros. ¡Si sospecháramos cómo aguardan nuestra llegada! ¡Cuánto la desean y la buscan! ¡Con qué gusto reciben las buenas noticias sobre nosotros!

VI

1. Mas ¿por qué hablo de estos que aprendieron a ser compasivos a fuerza de sufrir? Los mismos ángeles desean nuestra compañía. ¿Es que se van a reconstruir las murallas de Jerusalén con estos gusanillos y este polvo? ¿Habéis pensado cuánto suspiran los ciudadanos del cielo restaurar las ruinas de su ciudad? ¿Cómo andan solícitos por recibir piedras vivas, que sirvan con ellos para la construcción? ¡Cómo se afanan entre Dios y nosotros, llevando con sumo cuidado a su presencia nuestros gemidos y devolviéndonos su gracia con enorme delicadeza! Imposible que se avergüencen de ser nuestros compañeros los que se han hecho nuestros servidores. ¿No son todos dispensadores del espíritu y enviados para ayudar a quienes han de lograr la herencia eterna? Aprisa, hermanos carísimos; aprisa, que nos espera toda la corte celestial. Hemos alegrado a los ángeles cuando nos hemos convertido a la penitencia. Avancemos, démonos prisa a colmarlos de alegría.

2. ¡Pobre de ti si piensas revolcarte en el fango, volver al vómito! ¿Crees que en el día del juicio tendrás de tu parte a quienes quieres rehusar un gozo tan intenso como esperado? Se alegraron cuando hicimos profesión de penitencia como si nos hubiesen visto volver desde los umbrales mismos del infierno. ¿Qué impresión tendrían ahora si nos viesen alejarnos desde los umbrales del mismo cielo y volverles la espalda cuando estábamos ya con un pie en el paraíso? Nuestra vida transcurre en la tierra, pero el corazón está en los cielos.

VII

1. Corred, hermanos, corred. Ya no son sólo los ángeles, es el mismo creador de los ángeles quien os espera. El banquete de todas está preparado. Pero la casa no está llena. Todavía se deja tiempo para que se llene la sala del festín. El Padre os aguarda y os desea por el gran amor con que os amó. Precisamente el Hijo único que está al lado del Padre ya os lo había anunciado: El Padre os ama. Pero también os ama y os desea por su misma persona, como se expresa en el Profeta: Lo hago por mí mismo, no por vosotros. ¿Podrá ya alguien dudar que no realizará aquella promesa hecha al Hijo: Pídemelo, y te daré en herencia las naciones? O aquella otra: Siéntate a mi derecha basta hacer de tus enemigos un estrado de tus pies. No quedarán destrozados todos sus enemigos mientras haya quien nos combata a nosotros, que somos sus miembros. No se realizará esta promesa hasta que no quede destruido el último enemigo, la muerte.

2. ¿Y quién puede dudar cuánto desea el Hijo palpar el fruto de su nacimiento, de toda su vida terrena, el fruto de su cruz y de su muerte, el precio de su sangre preciosa? ¿No va a entregar a Dios y Padre el reino que conquistó? ¿No renovará a sus criaturas, si por el as el Padre le envió al mundo? Nos aguarda también el espíritu Santo, porque es el amor y la bondad en la que nos ha escogido desde siempre. Es el primero en querer que se cumpla su elección.

VIII

1. Si ya está preparado el banquete de bodas y la innumerable corte celestial os desea y aguarda, corramos, pero no a la aventura. Corramos con los deseos y con la práctica de las virtudes. El que camina avanza. Diga cada cual: Mírame y ten piedad de mí según la norma de los que aman tu nombre. Yo no lo merezco; pero en virtud de lo que está estipulado: ten misericordia.

2. Digamos igualmente: Que se cumpla tu voluntad en los cielos. Y también: Hágase tu voluntad. Sabemos muy bien que está escrito: Si Dios está con nosotros, ¿quién contra nosotros? ¿Quién acusará a los elegidos de Dios? ¿Es que no tengo libertad para hacer lo que quiero?

3. Mientras tanto, sea éste nuestro consuelo, queridos, hasta que partamos y el Señor esté con nosotros. Que su inagotable misericordia nos acompañe en esa dichosa salida hasta aquella clara mañana, y que en esta también cercana mañana condescienda en visitarnos y se quede con nosotros. El compasivo que vino a proclamar la liberación a los presos, libere mañana cualquiera que se sienta reprimido por la tentación. Y recibamos con alegría de salvación la corona de nuestro Rey Niño. Nos la da él mismo que vive y reina con el Padre y el Espíritu Santo y es Dios por todos los siglos. Amén.

SERMÓN IV
HOY SABRÉIS QUE VIENE EL SEÑOR

I

1. Habitantes el mundo e hijos de los hombres, escuchad. Los que yacéis en el polvo, despertad jubilosos; el médico se acerca a los enfermos; el redentor, a los esclavos; el camino, a los extraviados; la vida, a los muertos. Se aproxima el que arroja todos nuestros pecados al fondo del mar, el que cura toda enfermedad, e que nos lleva en sus mismos hombros para devolvernos nuestra propia y original dignidad. Su poder es enorme, pero su misericordia es todavía más admirable, porque quiso venir a mí, con la eficacia de su remedio.

2. Hoy sabréis que viene el Señor. Esta expresión aparece en un lugar y tiempo concretos de la Escritura. Pero nuestra madre la Iglesia la aplica, con mucho acierto, a la vigilia del nacimiento del Señor. La Iglesia cuenta siempre con el amén y la inspiración del Esposo, su Dios. Él, como un amante, descansa entre sus pechos. Toma posesión y mantiene la morada de su corazón. Pero es ella quien hirió su corazón y hundió el ojo de la contemplación en el abismo de los misterios de Dios. De este modo establecen en sus respectivos corazones una morada perenne. Él en ella y ella en Él. Y cuando ella cambia o suple alguna palabra en las Escrituras, la nueva composición es mucho más viva que la anterior. Guarda la misma proporción existente entre la figura y la verdad, entre la luz y la sombra, la señora y la esclava.

II

1. Hoy sabréis que viene el Señor. A mi parecer, con estas palabras se nos recomienda insistentemente fijar nuestra atención en dos días. El primer día es el acontecimiento de la caída del primer hombre, y dura hasta el fin del mundo. Los santos han maldecido muchas veces este día. Amaneció un día espléndido; son los momentos de la creación de Adán. Pero se le expulsó y cayó aherrojado en la angustia de las realidades terrenas, viviendo en el día de las tinieblas, casi privado de la luz de la verdad. Todos nosotros nacemos en este día, si es que merece el apelativo de día y no de noche. Menos mal que nos conservó la luz de la razón, como una chispita, aquella inconmensurable misericordia.

2. El segundo día será el día de los esplendores sagrados, en la eternidad sin fin. Brillará aquella sosegada mañana con la garantía de la misericordia. Quedará totalmente vencida la noche y disipadas las sombras y las tinieblas. El resplandor de la verdadera luz invadirá todo: lo alto y lo bajo, lo interior y lo exterior. Por eso dice el Santo: Por la mañana déjame oír tu misericordia; y también: Por la mañana nos hemos saciado de tu misericordia.

3. Pero volvamos a nuestro día, que por su brevedad se compara a una vigilia nocturna; e incluso a la nada y al vacío, según se expresa uno de los intérpretes familiares del Espíritu Santo: Todos nuestros días ya han pasado; y: Mis días se desvanecieron como humo; o: Mis días fueron como una sombra que se alarga. He aquí cómo se expresa el santo patriarca que vio al Señor cara a cara: los días de mi vida son pocos y malos. En este día. Dios da al hombre la razón y la inteligencia; pero es imprescindible que, al salir de este mundo, Dios también lo ilumine con el resplandor de su ciencia, para que no salga totalmente extenuado de este calabozo y sombra de muerte y sea ya incapaz para siempre de disfrutar de la luz.

4. Por eso, el Hijo único de Dios y Sol de justicia, como inmenso y radiante cirio luminoso, está encendido y ardiendo en la prisión de este mundo, dispuesto a compartir su luz con cuantos quieran acercarse a él y vivir totalmente unidos a él. Nuestros pecados crean la separación entre Dios y nosotros. Pero si los quitamos, nos uniremos, nos encarnaremos y nos fundiremos en la verdadera luz. La luz extinguida se une directamente para encenderse en la luz que arde y brilla; es decir, por las formas visibles conocemos la realidad de lo invisible.

III

1. Como dice el profeta, encendamos en este enorme y refulgente astro la luz de la ciencia antes de salir de las tinieblas de este mundo, con el fin de que nunca pasemos de estas tinieblas a las otras tinieblas: las tinieblas eternas.

2. ¿En qué consiste esta ciencia? En esto: en estar convencidos que el Señor vendrá, aunque no sepamos el momento concreto. Esto es todo lo que se nos pide. Me dirás: Esto lo saben todos. ¿Quién no va a saber, aunque sólo sea cristiano de nombre, que el Señor vendrá, que vendrá a juzgar a vivos y muertos, y a pagar a cada uno según su conducta? Hermanos esto no lo sabe toda la gente, ni siquiera un gran número. Es de pocos, porque son pocos los que se salvan. ¿Piensas que los que obran el mal y se alegran en a perversión creen y reflexionan en la venida del Señor? Aunque lo digan, no lo creas. Porque quien dice "conozco al Señor", pero no cumple sus mandatos, es un embustero. Según el Apóstol, hacen profesión de conocer a Dios, pero sus acciones lo desmienten, porque la fe sin obras es un cadáver. Nunca se hubiesen enfangado si hubieran conocido o temido la venida del Señor; habrían estado alerta, sin permitir el naufragio de sus conciencias.

IV

1. Esta ciencia actúa en su primer grado provocando la pena o dolor. Transforma la risa en llanto, el canto en lamentos, la alegría en tristeza. Que comience a desagradarte lo que antes tanto te atraía; que aborrezcas tus más queridos caprichos como está escrito: El que aumenta el saber, aumenta el dolor. El indicio de una ciencia auténtica y santa es el dolor que la acompaña.

2. En un segundo grado, la ciencia actúa como corrección. Desde entonces, ya no permitas que los miembros de tu cuero sean instrumentos del pecado. Reprime la gula, ahoga la lujuria, abate la soberbia y fuerza al cuerpo a servir a la santidad, al igual que antes había servido a la inmoralidad. La pena sin corrección no sirve de nada, como dice el Sabio: Si lo que uno construye lo derriba otro, ¿de qué servirá este trabajo inútil? Quien se purifica del contacto de un cadáver y lo vuelve a tocar, de nada le sirve el baño. Como dice el Salvador, hay que andar precavidos, no sea que ocurra algo peor. Esta situación no se puede mantener durante mucho tiempo; el alma que se ve tan vulnerable debe vigilar y ocuparse de sí misma con enorme precaución.

3. Por eso en el tercer grado actúa la solicitud, que le impulsa a comportarse diligente con su Dios y examinarse profundamente a sí misma, para ver si hay algo, por insignificante que sea, que agravie a aquella tremenda majestad. Esta ciencia se enciende en el pesar, arde en la corrección, brilla en la solicitud; es una renovación interior y exterior.

V

1. Aquí comienza ya a liberarse de los infortunios y desgracias y a moderar la intensidad de su temor en la alegría del espíritu. De este modo no se hunde en el piélago de la tristeza ante la enormidad de sus crímenes. Teme al juez, pero espera al Salvador.

2. El temor y la alegría se apresuran en su corazón y le salen al paso. Muchas veces, el temor aventaja a la alegría; pero, con mayor frecuencia, la alegría excluye el temor, y se convierte en el secreto de su gozo. Dichosa la conciencia donde se libran de continuo semejantes combates hasta que lo caduco quede anegado en la vida, hasta que se elimine el temor, que siempre es imperfección, e invada la alegría, que es perfección. Su temor no es eterno. Su alegría, en cambio, sí lo será.

3. Ya arde y resplandece, mas todavía no se siente en su propio hogar. Allí, sin atisbos de temor al acoso de tos vientos, brilla una luz continua. Aquí, no olvide que estamos expuestos a la inclemencia e intente proteger con ambas manos lo que lleva; ni se fíe del tiempo, aunque no se mueva una hoja. De repente y cuando menos se piense, habrá un cambio, y al menor descuido de las manos, la luz se apagará. Si la llama le quema un poco las manos, aguántese. No las retire; en un momento, en un pestañear, se puede extinguir.

4. Nada habría que temer si estuviésemos en aquel hogar no edificado por hombres, en la morada eterna del cielo, donde no puede penetrar enemigo alguno, ni abandonarnos el amigo. Mas por el momento nos encontramos expuestos a tres vientos contrarios e impetuosos: los bajos instintos, el diablo y el mundo. Los tres maquinan cómo extinguir la conciencia iluminada, lanzando sobre nuestro corazón las rachas de los malos deseos e impulsos ilícitos. Hasta que, envueltos en el desconcierto, nos sintamos incapaces de vislumbrar el origen y la meta. Dos de esos vientos suelen calmarse a veces. Pero el tercero nunca cesa de arreciar. Por ello habrá que proteger el alma con las dos manos, la del cuerpo y la del corazón, no sea que se extinga su llama. Nadie debe rendirse o desanimarse, aunque la violencia de una gran borrasca atormente el corazón y el cuerpo del hombre. Repitamos las palabras del Santo: Mi alma siempre está en mis manos. Elijamos, más bien, arder que ceder. Y como no olvidamos fácilmente lo que tenemos en las manos, así nunca olvidemos el negocio de nuestras almas. Sea ésta la preocupación esencial de nuestros corazones.

VI

1. Así, pues, bien ceñidos y con las lámparas encendidas, vigilemos durante la noche el tropel de nuestros pensamientos y acciones, para que, si el Señor viene al comienzo de la noche, a media noche o de madrugada, nos encuentre dispuestos. El comienzo de la noche indica la rectitud en el obrar. Tu vida debe ser consecuente con la Regla a que te comprometiste. Nunca has de franquear los linderos que establecieron tus padres en todas las prácticas de esta peregrinación y de esta vida, ni desviarte a derecha o a izquierda.

2. La media noche viene a significar la pureza de intención. Tu ojo sencillo irradie en todo tu cuerpo; es decir, todo lo que hagas, hazlo por Dios. Y que las gracias vuelvan a su fuente y fluyan sin cesar.

3. La aurora representa el mantenimiento de la unidad. En la vida de comunidad antepón siempre los deseos de los demás a los tuyos propios. Convive con tus hermanos sin quejas y con alegría, soportando a todos y orando por ellos. Así podrá decirse de ti: Éste es el que ama a sus hermanos y al pueblo de Israel, e intercede continuamente por el pueblo y por la ciudad santa de Jerusalén. Así, pues, en este día de la llegada del Unigénito se nos infundió la verdadera ciencia; esa ciencia que nos prepara a la venida del Señor, fundamento estable y permanente de toda nuestra conducta.

VII

1. Y mañana contemplaréis su gloria. ¡Oh mañana, oh día! Vivido en los atrios del Señor, vale más que otros mil días. Aquello será el mes y el sábado por excelencia, porque el destello de la luz y el fuego de la caridad hará resplandecer a los moradores de la tierra en aquellas realidades su limes. ¿Quién se lo puede imaginar, y menos aún contar algo de todo eso? Mientras tanto, hermanos, construyamos nuestra fe. Y, si no podemos ver aquellas sublimidades que nos aguardan, al menos contemplemos las maravillas que por nosotros se realizaron en la tierra.

2. Tres obras, tres composiciones realizó la majestad todopoderosa al asumir nuestra naturaleza; y son tan extraordinariamente únicas, que jamás se hicieron ni podrán hacerse otras semejantes en nuestra historia. Quedaron íntimamente unidos Dios y el hombre, la Madre y la Virgen, la fe y el corazón humano. Admirables composiciones que superan a cualquier milagro. Nos parece inconcebible la aglutinación de elementos tan distintos y dispares.

VIII

1. Contempla ahora la creación, el orden y la disposición de las cosas. Fíjate cuánto poder supone la creación; qué sabiduría hay en el orden; cuánta bondad en la composición. Contempla el poder que ha creado tantas y tan grandes criaturas, la sabiduría de un orden meticuloso; la bondad, que no descuida ni lo grande ni lo pequeño merced a esa caridad amable y sobrecogedora. Dios aglutinó la fuerza vital a este barro terreno; y en virtud de ella, en los árboles rebosa la lozanía de sus hojas, la belleza de sus flores, el sabor y medicina de sus frutos. Pero no se contentó con esto: infundió sensibilidad a nuestro barro para que los animales tengan y gocen de cinco sentidos. Quiso ennoblecer tanto nuestro barro, que le infundió una energía racional. Me refiero a los hombres, que viven y sienten, y sobre todo, disciernen entre lo ventajoso y lo inconveniente, entre lo bueno y lo malo, lo verdadero y lo falso.

2. Quiso también sublimar nuestra porción más débil con una gloria rebosante. Por eso se redujo la majestad, y lo mejor de ella, la misma divinidad, se aglutinó a nuestro barro. Y así quedaron unidos, en una sola persona, Dios y el barro, la majestad y la debilidad, lo más vil y lo más sublime. Nada hay tan sublime como Dios y nada tan despreciable como el barro. Y a pesar de todo, Dios descendió al barro con tal bondad y el barro subió hasta Dios con tal nobleza, que la obra de Dios en el barro brilla como obra del mismo barro. Y cuanto el barro soporta, parece soportarlo el mismo Dios en él. Misterio inefable e incomprensible.

3. Fíjate que en ese Dios uno se da la Trinidad en las personas y la unidad en la sustancia. Así ocurre aquí: en esta única composición hay trinidad en las sustancias y unidad en la persona. Y como allí las personas no rompen la unidad ni empobrecen la Trinidad, aquí tampoco la persona encubre a las sustancias, ni las sustancias eliminan la unidad de la persona. Aquella sublime Trinidad nos hizo ver esta trinidad, hazaña maravillosa, única entre todas y sobre todas sus obras. La Palabra, el alma y la carne confluyeron en una persona. Y esta tríada unitaria o unidad trinitaria está constituida en la unidad de la persona, no en la ambigüedad de la sustancia.

4. He aquí la primera y más excelente composición. Ocupa el primer rango entre las tres mencionadas. Hombre, cae en la cuenta que eres barro y no te ensoberbezcas. Y que estás unido a Dios; no seas ingrato.

IX

1. La segunda composición se refiere a la virginidad y a la maternidad, caso único y admirable. Jamás se ha oído que una virgen concibiese y que siendo madre permaneciese virgen. Nunca, según el orden natural, se puede pensar en la virginidad de la fecundidad, ni en la fecundidad de la virginidad. Únicamente aquí la virginidad y la fecundidad se encuentran. Ahí se hizo lo que hasta entonces no se había hecho, ni se hará ya nunca, porque no existe nada precedente ni algo subsiguiente que se asemeje.

2. La tercera composición concierne a la fe y al corazón humano, si bien inferior a las dos anteriores, no es quizá menos intensa que ellas. Es admirable cómo el corazón humano adapta su fe a estas dos realidades; creyendo que Dios fuese hombre y que la Virgen diera a luz. Como el hierro y una vajilla de arcilla no pueden juntarse, tampoco estas dos cosas pueden mezclarse sin el aglutinante del Espíritu de Dios. ¿Cómo creer que aquel Dios es el mismo que reposa en el pesebre, que llora en la cuna, que sufre de necesidades como cualquier otro niño, que es azotado, escupido, crucificado, colocado en el sepulcro, aprisionado entre dos piedras, y que además es excelso e inmenso?

3. ¿Será virgen la mujer que da de mamar al niño, que tiene constantemente un marido al lado, en la mesa, en la alcoba; que la lleva a Egipto y la trae, y que ambos solos emprenden un viaje can largo y tan íntimo? ¿Cómo podrá convencerse de esto la humanidad y toda la creación? Y. sin embargo, tan fácil y prodigiosamente se convenció, que es precisamente esa multitud de creyentes quien me lo hace a mí fácil de creer. Muchachos y doncellas, viejos y niños, prefirieron morir mil veces antes que apartarse por un instante de esta fe.

X

1. Esta es una excelente composición, pero la segunda es mucho mejor, y la tercera insuperable. El oído percibió la primera, no el ojo; porque se proclamó y se dio fe en el mundo a ese gran sacramento de misericordia; mas ningún ojo vio, fuera de ti, la manera como te uniste al cuerpo humano en las estrechas entrañas de la virgen.

2. El ojo percibió la segunda composición, porque aquella Reina extraordinaria se sintió a sí misma fecundada y virgen, y conservaba el recuerdo de todo esto, meditándolo en su interior. Lo supo también José, testigo y celador de tan sublime virginidad.

3. La tercera composición tocó al corazón del hombre cuando creemos lo realizado, dando más fe a los oráculos que a los ojos, y mantenemos ardorosamente las palabras y las obras sin atisbo de duda. Fíjate en la primera composición lo que Dios te dio. En la segunda, por quién te lo dio. Y en la tercera, para qué te lo dio. Te dio a Cristo por María para tu curación. La primera composición es una medicina; con lo divino y lo humano se elaboró una especie de cataplasma para curar todas tus debilidades. Estos dos elementos se han triturado y mezclado en el seno de la Virgen, como en un almirez. El Espíritu Santo es la mano que los mezcló delicadamente. Pero como no eras digno de que se te confiase esta composición, se la entregó a María, para que recibas de ella todo lo que tienes. Ella, por ser virgen, mereció ser escuchada atentamente en favor tuyo y de toda la humanidad.

4. Si únicamente fuese madre, tendría que salvarse a sí misma mediante la procreación. Y si sólo fuese virgen, se beneficiaría únicamente a sí misma. Pero el fruto bendito de sus entrañas no sería rescate para el mundo. Así, pues, en la primera composición estriba nuestro remedio; en la segunda, nuestra ayuda, porque Dios no quiso que tuviéramos nada sin que pasara por manos de María. Y en a tercera radica el mérito, porque, cuando creemos sin titubeos en todo esto, ya merecemos. En la fe está la curación, porque el que cree se salvará.

SERMÓN V
HOY VERÉIS LA MAJESTAD DE DIOS

I

1. Vamos a celebrar el misterio inefable del nacimiento del Señor. Con razón se nos exhorta, hermanos, a prepararnos de la manera más santa posible. Se acerca el Santo de los santos. Se acerca el que ha dicho: Sed santos, porque yo, el Señor vuestro Dios, soy santo. De otro moño, ¿no se echará lo sagrado a los perros, y las perlas a los cerdos, si los unos no se purifican antes de toda iniquidad, y los otros de cualquier deleite indebido? ¿Si los unos no se apartan con todo denuedo del vómito y los otros no desisten de tus propios revuelcos?

2. Antiguamente, antes de recibir los mandamientos divinos; el Israel carnal se santificaba mediante observancias exteriores, abluciones diversas, dones y sacrificios; que no podían transformar la conciencia del que practicaba el culto. Todo esto pasó ya. Ahora ha llegado el momento, y ya estamos en él, de poner las cosas en su Punto. Ahora ya se os exige una santidad total, un lavado interior, una pureza espiritual, según las palabras del Señor: Dichosos los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios.

3. Para esto vivimos, hermanos. Para esto se nos ha llamado, para esto se nos concede este gran día. Antes era de noche, y nadie podía trabajar en estas cosas. La noche cubría el mundo entero antes de despuntar la luz verdadera, antes del nacimiento de Cristo. La noche se extendía sobre cada uno de nosotros antes de nuestra conversión y regeneración interior.

II

1. ¿No se cernían sobre la superficie de la tierra una noche muy profunda y densísimas tinieblas cuando nuestros padres rendían culto a ídolos de madera y adoraban sacrílegamente a leños y piedras? ¿No éramos también nosotros una noche espantosa todo ese tiempo en que hemos vivido sin Dios, arrastrados por nuestros bajos deseos, cediendo a los atractivos rastreros, contemporizando con las seducciones del mundo y esclavizándonos a pecado cómo perversos servidores de la iniquidad?

2. Y ahora, con justa causa, nos avergonzamos de todas estas obras de las tinieblas. Dice el Apóstol que los que duermen, duermen de noche, y que los borrachos, se emborrachan de noche. Eso erais vosotros. Pero os han despertado, os han consagrado. Con tal que seáis hijos de la luz y del día, y no de la noche ni de las tinieblas. El heraldo de este día es también el mismo que advierte: Sed sobrios y estad despiertos. Y dijo a los judíos en la fiesta de Pentecostés refiriéndose a sus condiscípulos: ¿Cómo es que éstos pueden estar borrachos siendo media mañana? Pablo viene a decir lo mismo: La noche está avanzada, el día se echa encima. Dejemos las obras propias de las tinieblas y pertrechémonos como en pleno día. Nos dice que nos sacudamos de las actividades de las tinieblas, las somnolencias y las borracheras, porque, como ya hemos recordado, los que duermen, duermen de noche, y los borrachos, se emborrachan de noche. No nos adormilemos de día. Caminemos con decoro y nunca embriagados.

3. Si ves a una persona que cabecea frente a cualquier obligación, todavía es presa de tinieblas. Si adviertes que otro se encuentra ebrio de amargura, azuzado por la curiosidad, nunca cansado de ver y oír, apegado al dinero o a todo lo que se le parezca, encontrarás su modelo en el hidrópico, siempre insaciable. Es hijo de la noche y de las tinieblas. No se disocian fácilmente estos dos aspectos, pues, según la Escritura, el holgazán desea mucho; quiere decir que en su borrachera se siente somnoliento. Por tanto, dejémonos santificar hoy y dispongámonos. Dispongámonos hoy sacudiendo la pesadez de la noche. Y ya santificados, vivamos de día, evitando la borrachera nocturna, manteniendo la brida de la comezón dañina. La ley entera y los profetas penden de estos dos mandamientos: apartarse del mal y obrar el bien.

III

1. Estos planteamientos son para hoy, pues mañana no habrá ya santificación ni preparación, sino únicamente visión de la majestad. Mañana, dice, veréis la majestad de Dios en vosotros. Es lo que dijo el patriarca Jacob: Mañana responderá mi justicia. Hoy se honra a la justicia y mañana responderá. Hoy la práctica, mañana el fruto. Y como no hay cosecha sin siembra, tampoco se dará visión de la majestad si ahora se desprecia la santidad. No des untará el Sol de la gloria en quien no hubiese aparecido el Sol de justicia. No amanecerá el mañana para quien no amanece hoy. El mismo a quien Dios Padre hizo para nosotros hoy justicia, aparecerá mañana como vida nuestra, para que nos manifestemos gloriosos con él. Hoy nace para nosotros un niño, para que no vuelva el hombre a ensalzarse, sino a convertirse sinceramente y hacerse niño. Mañana aparecerá el Señor en su grandeza y muy digno de alabanza, para que también nosotros mismos quedemos envueltos en la alabanza cuando cada uno sea alabanza de Dios. A quienes ha justificado hoy, mañana los ensalzará. Y a la perfección de la santidad sucederá la visión de la majestad. No será una visión engañosa, porque estriba en la semejanza: Seremos semejantes a él, porque le veremos como él es.

2. De aquí que no se diga simplemente: Veréis la majestad de Dios, sin añadir con acierto: en vosotros. Hoy nos vemos en él como en un espejo cuando asume lo nuestro; mañana lo veremos en nosotros cuando ya se nos haya dado, mostrándosenos y asumiéndonos en sí mismo. Prometió que se pondría a servirnos, y que hasta entonces recibiríamos de su plenitud no ya una gloria correspondiente a la suya, sino una gracia que corresponda a su don, como está escrito: El Señor concede la gracia y la gloria.

3. Por tanto, no desprecies estos favores si quieres alcanzar los otros. No rechaces el primer manjar si quieres gustar los postres. No rechaces la comida por los platos en que te la sirven. El Pacífico se ha convertido en manjar incorruptible, ciñéndose un cuerpo sin corrupción para servir en él los manjares de salvación. Por eso dice: No dejarás a tu Santo conocer la corrupción. Es aquel Santo de quien Gabriel dice a María: El que va a nacer de ti será santo, lo llamarán Hijo de Dios.

IV

1. Seamos hoy santificados por este Santo para contemplar su majestad cuando despunte aquel día, porque hoy es un día consagrado al Señor, día de salvación. Pero no de gloria ni de felicidad. Y mientras se celebra la pasión del Santo de los santos, que sufrió en el día de Parasceve, esto es, en el día de la preparación, se exhorta a todos: Santificaos hoy y estad dispuestos. Santificaos cada vez más, progresando de virtud en virtud, y estad dispuestos por la perseverancia.

2. ¿Con qué medios nos santificamos? He leído de alguien en la Escritura que lo santificó por la fidelidad y la mansedumbre. No es posible agradar a los hombres sin mansedumbre, ni a Dios sin la fe. Con razón se nos exhorta a disponernos, mediante estas dos actitudes; para estar de acuerdo con Dios, cuya majestad hemos de contemplar, y para contemplarla también en nosotros. Por este motivo, andemos solícitos por quedar bien no sólo ante Dios, sino también ante los hombres. Así podremos agradar a nuestro Rey y a nuestros vecinos y hermanos.

V

1. Ante todo, debemos buscar la fe. De ella se dice: Ha purificado sus corazones con la fe. Dichosos los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios. Fíate de Dios; encomiéndate a él; arroja sobre él todos tus afanes, y él te sustentará. Así podrás decir confiadamente y seguro: El Señor cuida de mí. Ignoran esto los egoístas, los resabidos, los interesados, los amigos del placer, los sordos a la voz del que exclama: Descargad en Dios todo agobio, que a él le interesa vuestro bien. Fiarse de sí mismo no es fe, es infidelidad; como confiar en sí mismo no es confianza, sino desconfianza.

2. Fiel es aquel que no cree ni espera en sí mismo; se hace como un cacharro inútil. Desprecia la propia existencia en el mundo para conservarla en una vida sin término. Esto sólo lo obtiene la humildad de corazón, pues el alma fiel nunca se apoya en sí misma, se abandona, más bien, a sí misma, y sube desde el desierto apoyada en su amado y rebosando en delicias.

VI

1. Para que la santificación sea perfecta, necesitamos aprender del Santo de los santos su sencillez y el gusto por la convivencia: Aprended de mí, que soy sencillo y humilde. ¿Qué nos impide afirmar que un hombre tal rezume delicias? Es bueno, sencillo y misericordioso; se hace disponible para todos; está saturado de ese ungüento de sencillez y dulzura con el que embriaga a todos. Vive tan rebosante, que parece destilar por todas partes. Dichoso el que se encuentra preparado por esta doble santificación y puede decir: Dispuesto esto, Dios mío; dispuesto estoy. Hoy ya tiene su fruto en la santificación; mañana logrará su meta en la vida eterna. Porque contemplará la majestad de Dios, que es la vida eterna, como se expresa la Verdad: Esta es la vi a eterna, reconocerte a ti romo único Dios verdadero, y a tu enviado Jesucristo. El Juez justo le premiará con la merecida corona en aquel día sin ocaso. Entonces verá e irradiará alegría; se admirará y se ensanchar: su corazón. ¿Hasta dónde? Hasta contemplar en sí mismo la majestad de Dios. Mas no penséis, hermanos, que pueda explicaros con palabras el contenido de esa promesa.

VII

1. Santificaos hoy y permaneced dispuestos; mañana veréis y os alegraréis, y vuestra alegría será total. ¿Qué puede deja vacío esa majestad? Colmará y hará rebosar, cuando se derrame en nuestros senos, una medida generosa, colmada, remecida y rebosante. Tanto rebosará que excederá en sublimidad los méritos y deseos, pues él es capaz de realizar en nosotros algo muy superior a nuestra comprensión y esperanza. Nuestros deseos se centran fundamentalmente en tres puntos: la permisividad, la conveniencia y el placer. Esto es lo que deseamos. Todo el mundo coincide aquí, con diferencias de matices. Uno se inclina más hacia el placer, sin fijarse tanto en la permisividad ni en la conveniencia. Otro más en el interés, dejando de lado la permisividad y lo placentero. El de allí no se preocupa ni de lo placentero ni de lo permisible sólo busca la honra. No se condenan los deseos, pero busquemos las cosas donde las podemos hallar. Todo esto, cuando es verdadero, es uno y el mismo bien sumo, gloria suprema, conveniencia soberana, deleite culminante. Y estas cosas, que en la vida podemos alcanzar, constituyen nuestra espera y la promesa de contemplar la majestad en nosotros para que Dios sea todo en todos nosotros: todo gozo, todo conveniente, todo permisible.

2. Y tú, Sinagoga impía, nos alumbraste a este hijo ejerciendo la misión de madre; pero sin el cariño materno. Lo arrojaste de tu seno; lo expulsaste fuera de la ciudad y lo pusiste en alto, como diciendo a la Iglesia del mundo pagano y a la más antigua que ya está en los cielos: "Ni para mí ni para ti; que se divida". Dice que se divida no entre las dos, sino por ambas. Expulsado y levantado un poco, lo suficiente para que no se halle dentro de tus muros ni en tu tierra; lo estrechaste por todos los costados con hierro para que no se inclinara a parte alguna.

3. De este modo separado de ti, no vendría a ser de nadie. Madre alevosamente cruel, quisiste engendrar un aborto, para que no se pudiese recoger lo que tú habías arrojado. Mira el provecho que has sacado; mejor, fíjate que no has hecho nada. De todos los rincones salen las muchachas de Sión para ver al rey Salomón con la rica corona que le ceñiste. Dejando a su madre, se unirá a su mujer, y serán los dos una sola carne. Expulsado de la ciudad y levantado de la tierra, tirará de todas las cosas hacia sí el que es Dios soberano, bendito para siempre. Amén.

SERMÓN VI
SOBRE LOS ENCANTOS DEL NIÑO

I

1. No es costumbre en nuestra Orden tener hoy sermón. Pero como mañana precisaremos de bastante tiempo en la celebración de las misas, no lo tendremos para un sermón largo. Por eso pienso que no es un despropósito preparar va hoy vuestros corazones para una solemnidad tan importante; sobre todo, cuando se trata de este insondable misterio y de su incomprensible profundidad. Es como la fuente viva: cuanto más se extrae, tanto más fluye, sin asomo de agotamiento.

2. Además, conozco vuestros frecuentes sufrimientos por Cristo, y quiero que rebose vuestro consuelo en él. No es conveniente ni lícito brindaros algún consuelo humano. Sería bochornoso y de nada serviría. Pero lo más lamentable es que sería un obstáculo al auténtico y saludable consuelo. Por eso, el que es la delicia y la gloria de los ángeles, se hizo salvación Y consuelo de los miserables; quien es grande y sublime en su ciudad glorificando a los habitantes e allá arriba, se vuelve pequeño y humilde en el destierro, alegrando sobremanera a los exiliados; y el que en lo alto es la gloria del Padre se hizo en la tierra paz para los hombres de buena voluntad.

3. Se ha hecho niño para los niños y grande ara los grandes. A aquéllos los justifica siendo niño, para ensalzarlos después y glorificarlos siendo grande y glorioso. Por eso existe aquel instrumento elegido, que todo lo recibió de la plenitud de este niño. Aunque pequeño, está colmado; colmado de gracia y de verdad; y en él habita corporalmente la plenitud de la divinidad. Por eso, repito, Pablo eructa ese bello poema que habéis oído con frecuencia durante estos días: Estad siempre alegres en el Señor; os lo repito, estad alegres. Estad alegres, dice, por lo que veis; y alegraos también por la promesa que recibís. Porque el misterio y su correspondiente esperanza rezuman gozo. Alegraos, porque ya habéis recibido los regalos de la mano izquierda; alegraos, pues aguardáis los premios de la derecha. Dice: Pone su mano izquierda bajo mi cabeza y me abraza con la derecha. La mano izquierda sosiega; la derecha acoge. La izquierda cura y santifica; la derecha a raza v glorifica. En la izquierda deposita sus méritos; en la derecha, sus premios. Insisto: la izquierda contiene los remedios, y la derecha los deleites.

II

1. Pero fíjate en este médico piadoso, observa al médico sabio. Considera con suma atención qué lote de medicamentos recientes trae. Mira el valor y la calidad; pues no sólo son muy útiles para curar, sino agradables a la vista y de buen paladar.

2. Bueno, repara en la primera medicina. La tiene en a mano izquierda. Se refiere a su concepción sin concurso de varón. Indaga, por favor, en esta realidad tan excepcional y admirable como gozosa y amable. ¿Hay algo más hermoso que una generación límpida? ¿Qué puede superar en gloria a una santa y auténtica concepción, sin menoscabo del pudor y sin mancha de corrupción? Pero quizá se enfriaría un poco en nosotros la admiración de tal novedad, aunque agradable, si no deleitara también nuestro espíritu el fruto de salvación y el sentido de lo útil. Esta concepción es gloriosa, sí, en su misma forma externa; pero, sobre todo, es preciosa en su dinamismo interno. Como dice la Escritura: en la izquierda del Señor se hallan inseparables el honor y las riquezas. Me refiero a las riquezas de salvación y al honor de lo nuevo.

3. ¿Quién podrá transformar en puro al que fue concebido de germen impuro? Tú solo, el único concebido sin placer inmundo e ilícito. En mi misma raíz y origen me encuentro infecto y manchado. Mi concepción es inmunda. Pero hay quien puede eliminar este trastorno: el único que está libre de él.

III

1. Tengo las riquezas de la salvación. Por ellas puedo recuperar la pureza de mi concepción persona. Me refiero a la concepción inmaculada de Cristo. Añade más, Señor Jesús; renueva los prodigios, cambia los portentos, Pues todo lo anterior ha perdido lozanía por su misma costumbre. Indudables y grandes prodigios son la salida y el ocaso del sol, la fecundidad de la tierra, el fluir de las estaciones. Pero todo esto nos es tan familiar que ya ni nos impresiona.

2. Renueva los prodigios, repite los portentos. Ved, dice, que todo lo hago nuevo. ¿Quién habla así? El Cordero que está sentado en el trono; el Cordero que respira dulzura, que es todo agrado; el ungido por antonomasia. Ese es el significado de su mismo nombre, Cristo. ¿A quién le parecerá áspero o duro, si ni a su misma madre lesionó ni molestó lo más mínimo en el momento de su alumbramiento? ¡Ya tenemos nuevos prodigios! Una concepción sin menoscabo del pudor y un parto sin dolor. La maldición de Eva se trastrocó en la virgen: dio a luz un hijo sin dolor. Se trastrocó, repito, la maldición en bendición, como lo anunció el ángel Gabriel: Bendita tú entre las mujeres. ¡Oh dichosa, única bendita entre las mujeres, no maldita; única exenta de la maldición universal, inexperta en el dolor de las que alumbran! No es extraño, hermanos, que no ocasionara dolor a su madre el que se apropió los sufrimientos de todo el mundo, como dice Isaías: Aguantó nuestros dolores.

3. Dos cosas teme la fragilidad humana: la vergüenza y el dolor. Y vino a quitar ambas; las asumió, sin más, en el momento en que los perversos le condenaron a muerte, y a una muerte infame. Por tanto, para ofrecernos garantía de que quitaría de nosotros estos dos azotes, mantuvo previamente a su madre incólume de uno y otro, no sufriendo ni menoscabo en el pudor ni el más ligero dolor en su parto.

IV

1. Pero ved cómo se amontonan las riquezas, aumenta la gloria, se renuevan los prodigios y se repiten los portentos. No sólo hay una concepción sin menoscabo del pudor y un parto sin dolor: hay una Madre sin corrupción. ¡Oh novedad inaudita! La Virgen dio a luz y quedó virgen después del parto. Saboreó el gozo de tener un hijo y la integridad de su cuerpo, la alegría de la maternidad y la gloria de la virginidad.

2. Ahora sí espero confiado la gloria de la incorrupción prometida a mi cuerpo, porque el Señor la conservó intacta en su Madre. El que hizo que su Madre se conservara incorrupta al darle a luz, con la misma facilidad revestirá de incorrupción esto corruptible al resucitarlo.

V

1. Aún tienes riquezas mayores y una gloria más sublime. La Madre queda intacta en su virginidad, y el Hijo sin la más leve huella de pecado. La maldición de Eva no recae en la madre; tampoco recae en su hijo esa secuela a que alude el profeta: Nadie está libre de mancha; ni siquiera el niño que acaba de nacer. Aquí hay un niño sin mancha, el único verídico entre los hombres, la verdad personificada.

2. Este es el Cordero sin mancha, el Cordero de Dios que quita los pecados del mundo. ¿Quién podrá eliminar mejor los pecados que quien está libre de pecado? Éste, que indudablemente no está manchado y podrá realmente lavarme. Su mano, sin pizca de polvo, limpie mi ojo cubierto de barro. Éste, que no tiene vigas en su ojo y que es capaz de extraer la brizna del mío. ¿Qué digo? Extraiga la viga de mi ojo Él, que no tiene ni la más insignificante mota de polvo en el suyo.

VI

1. Hemos contemplado las riquezas de la salvación y de la vida. Hemos contemplado su gloria, gloria del Hijo único del Padre. ¿De qué padre preguntas? Y se llamará Hijo del Altísimo. Está muy claro quién es el Altísimo. Mas, para que no se pase nada, dice el ángel Gabriel a María: Darás a luz al Santo, que se llamará Hijo de Dios. ¡Oh Santo con toda verdad! No dejarás, Señor, a tu Santo conocer la corrupción, pues ni a su madre la privó de la incorrupción.

2. Se repiten los milagros, se acrecientan las riquezas, se abren los cofres. Quien engendra es virgen y madre; el engendrado es Dios y hombre. Pero, ¿se va a echar lo sagrado a los perros o las perlas a los cerdos? Escondamos nuestro tesoro en el campo y depositemos nuestro dinero en las talegas. Que se oculte el engendrado sin semen en el desposorio de la madre, y el parto sin dolor en los va idos y lamentos del niño. Que se oculte la incorrupción de a que da a luz en su purificación legal; la inocencia del niño, en el rito de la circuncisión. Oculta, repito, oculta, María, el resplandor del nuevo Sol. Acuéstalo en el pesebre, envuélvelo en pañales; estos pañales son nuestras riquezas. Los pañales del Salvador valen más que todos los terciopelos. El pesebre es más excelso que los tronos dorados de los reyes. Y la pobreza de Cristo supera, con mucho, a todas las riquezas tesoros juntos.

3. ¿Qué puede hallarse más enriquecedor y de más valor que la humildad? Por ella se compra el reino de los cielos y se alcanza la gracia divina, como dice el Evangelio: Dichosos los que eligen ser pobres, porque tienen el reino de los cielos. Salomón añade: Dios se enfrenta con los arrogantes, pero concede gracia a los humildes. El nacimiento del Señor te inculca la humildad: le ves anonadado, tomando la condición de esclavo y viviendo como un hombre cualquiera.

VII

1. ¿Quieres encontrar todavía mayores riquezas y una gloria superior? Ahí tienes el amor en la pasión. No hay amor mayor que dar la vida por los amigos. Esta gloria y riquezas de salvación es la sangre preciosa y la cruz del Señor. Su sangre nos rescató y su cruz es nuestro orgullo, lo mismo que para el Apóstol, que exclama: Lo que es a mí, Dios me libre de gloriarme más que en la cruz de nuestro Señor Jesucristo. Y añade: No me propuse conocer otra cosa entre vosotros sino a Cristo Jesús, y a éste crucificado.

2. La mano izquierda es Cristo crucificado, y la derecha Cristo glorificado. El Apóstol apunta a Cristo, y éste crucificado. Quizá nosotros seamos esa cruz en la que Cristo está clavado. Porque el hombre tiene forma de cruz. Para expresarlo hasta extender los brazos. Y Cristo mismo se expresa en el salmo: Estoy clavado en un fango profundo. Ese fango somos nosotros, porque de él fuimos modelados. Pero en aquel entonces éramos arcilla del paraíso; ahora, en cambio, somos un fango profundo. Estoy clavado, afirma. Y no estoy ahí simplemente como de paso o de soslayo, estoy con vosotros hasta el fin del mundo. Cuando Tamar dio a luz a sus gemelos, Zeraj fue el primero que sacó una mano. Y le pusieron en la muñeca una cinta roja, como símbolo de la pasión del Señor.

VIII

1. Ya conocemos su izquierda. Pero todavía debemos gritar: Extiende tu derecha a la obra de tus manos. Señor, extiende sobre nosotros tu derecha y nos basta. Dice que hay riquezas y gloria en la casa del que teme al Señor. Y en tu casa, Señor, ¿qué hay? Acción de gracias y cánticos de alabanza. Dichosos los que viven en tu casa, Señor; te alabarán por siempre. Ojo nunca vio, ni oreja oyó, ni a ningún hombre le subió a la cabeza lo que Dios ha preparado para los que le aman. Reina una luz inaccesible y una paz que excede a toda experiencia, una fuente que se desliza por el valle y no escala los montes.

2. No hay ojo alguno que haya visto la luz inaccesible, ni oreja que haya percibido la paz incomprensible. Bienvenidos los que predican la paz; y aunque a toda la tierra alcance su pregón, no pudieron comprender en toda su dimensión esa paz que excede a toda experiencia, ni difundirla en los oídos ajenos. Pues el mismo Pablo dice: Hermanos, yo no pienso haberla alcanzado. La fe sigue al mensaje, y el mensaje acontece por la Palabra de Dios. Se refiere a la fe y a la promesa de la paz, no a su manifestación ni a la posesión.

3. Claro que ahora hay paz en la tierra para los hombres de buena voluntad; pero ¿qué supone esta paz frente a la plenitud y excelencia de aquella otra paz? Por eso el Señor mismo dice: Mi paz os doy, mi paz os dejo. Todavía sois incapaces de recibir esa paz mía que excede a toda experiencia y que está por encima de cualquier otra. Por este motivo os entrego ya la patria de la paz, dejándoos mientras tanto el camino de la paz.

IX

1. Y ¿qué significa la expresión mencionada: Ni a hombre alguno le subió a la cabeza? Pues que es manantial, y en cuanto tal, no entiende de subidas. Conocemos la propiedad natural del manantial: correr por el cauce de los valles y evitar las asperezas de los montes. Lo dice la Escritura: En los valles sacas manantiales para que las aguas fluyan entre los montes.

2. Por eso os recuerdo sin cesar que Dios se enfrenta con los arrogantes, pero concede gracia a los humildes. El agua que brota del manantial no alcanza un nivel más alto que el que le corresponde en su punto de origen. Según esta norma, parece que la soberbia no es impedimento en los cauces de la gracia. Sobre todo porque el primer soberbio, que, según la Escritura, es rey que domina a todos los hijos de la soberbia, no se dice que haya pensado "me encaramaré más", sino "me igualaré al Altísimo". Sin embargo, el Apóstol es tajante, y dice que el soberbio se pone por encima de todo lo que se llama Dios o es objeto de culto. Al oído humano le horroriza este grito. ¡Ojalá su espíritu se espante ante cualquier pensamiento o afecto desordenado! Yo os digo que tanto aquél como cualquier soberbio se ponen por encima de Dios.

3. Dios quiere que se cumpla su voluntad, y el soberbio quiere hacer la suya. Parece igualdad, pero hay una tremenda desproporción. Dios, en todo lo que aprueba la razón, quiere que se cumpla su voluntad. El soberbio, en cambio, busca la suya con razón o sin ella. Ya ves aquí una altura, y ahí no suben los raudales de la gracia. Si no os convertís y os hacéis como este niño, no entraréis en el reino de los cielos. Habla de sí mismo, que es el manantial de la vida, el que posee y derrama la plenitud de todas las gracias.

4. Prepara, pues, los riachuelos, allana los ribazos y los proyectos altisonantes, trata de asemejarte al Hijo del hombre, no a Adán. El manantial de la gracia no sube al corazón del hombre carnal y terreno. Purifica tu vista para que puedas ver la luz sin tacha. Inclina tu oído a la obediencia para que llegues un día al reposo eterno y a esa paz insospechada. El es luz serena, paz tranquila, manantial inagotable y eterno. Piensa en el Padre como manantial; de él nace el Hijo y procede el Espíritu Santo. Asigna la luz al Hijo, resplandor de vida eterna y luz verdadera que alumbra a todo hombre que viene a este mundo. Refiere la paz al Espíritu Santo, que se posa preferentemente sobre el pacífico y sencillo.

5. No quiero decir con esto que estas propiedades sean exclusivas de cada una de las personas. El Padre es también luz, para que el Hijo sea luz de luz. El Hijo es paz, es nuestra paz, pues hizo de dos pueblos uno. Y el Espíritu Santo es manantial de agua que salta, dando una vida sin término.

X

1. Pero ¿cuándo llegaremos a esto? ¿Cuándo me colmarás de gozo en tu presencia, Señor? Nos alegramos en ti porque nos has visita o como luz que viene de lo alto. Estamos siempre alegres, aguardando la gozosa esperanza en tu segunda llegada. Pero ¿cuándo va a llegar la plenitud, y el recuerdo será presencia, y la esperanza una gozosa realidad? Oigamos al Apóstol: Que todo el mundo note vuestra modestia. El Señor está cerca. Vale la pena que brille nuestra modestia. También la modestia del Señor admiró a todos. ¿Puede haber algo más incongruente que una actitud arrogante del hombre en la conciencia de su innata flaqueza, después que el Señor de la majestad actuó con tanta modestia en sus relaciones humanas? Aprended de mí, dice, que soy sencillo y humilde, para que también vuestra modestia pueda conocerse por los demás.

2. El texto añade: El Señor está cerca. Esto debe entenderse de su derecha. Porque de su mano izquierda dice él mismo: Mirad que yo estoy con vosotros, cada día, hasta el fin del mundo. El Señor está cerca, hermanos míos. No os agobiéis por nada. Está a punto y aparecerá muy pronto. No os sintáis derrotados, no os canséis. Buscad al Señor mientras podéis encontrarlo, invocadlo mientras está cerca. El Señor está cerca de los atribulados; cerca está de los que le aguardan, de los que le aguardan sinceramente. En fin, ¿quieres apercibirte de su cercanía? Escucha cómo canta la esposa al Esposo; mira, ya está detrás del tabique. Este tabique es tu mismo cuerpo. Es el único impedimento que te imposibilita ver todavía al que está tan cerca. Por eso, el mismo Pablo deseaba morir y estar con Cristo. Y sollozaba angustiado: ¡Desgraciado de mí! ¿Quién me librará del cuerpo, instrumento de esta muerte? Lo mismo expresa el profeta en el salmo: Sácame de la prisión para alabar tu nombre.