SAN BERNARDO
Sermones de Pascua

SERMÓN I
SOBRE LA VICTORIA DE CRISTO RESUCITADO

I

1. Todo el que nace de Dios vence al mundo. Después que el Unigénito de Dios, lejos de aferrarse a su categoría divina, se dignó hacerse hombre y presentarse como simple hombre, la pequeñez humana se siente orgullosa de su nacimiento celeste. No desdice tampoco de Dios hacerse padre de los que Cristo ha hecho hermanos suyos. El evangelista Juan, que nos recuerda con mucha frecuencia y gran empeño esta adopción divina, dice en el pórtico mismo de su evangelio: a los que le recibieron, les hizo capaces de ser hijos de Dios.

2. Lo mismo nos ha repetido hoy: todo el que nace de Dios vence al mundo. A los auténticos cristianos e mundo los odia como a Cristo, pero ellos lo vencen unidos a Cristo. Recordad: no os extrañéis si el mundo os odia; tened presente que primero me ha odiado a mí. Animo, que yo he vencido al mundo. Así comprendemos lo que dice e Apóstol: a quienes eligió (el Padre, sin duda alguna) los destinó a que reprodujeran los rasgos de su Hijo. Fijaos en el paralelismo: por él son hijos adoptivos para que él sea el hermano mayor; por él los odia el mundo y por él vencen ellos al mundo.

II

1. Sí, es verdad : todo el que nace de Dios vence al mundo; la prueba más clara de este nacimiento celeste es superar la tentación. Lo mismo que el Hijo de Dios por naturaleza triunfó del mundo y de su jefe, los hijos adoptivos también lo hemos vencido. Lo hemos vencido, pero unidos a él que nos hace fuertes, y con el que todo lo podemos. Porque la victoria que vence al mundo es nuestra fe. Por la fe somos hijos adoptivos de Dios; la fe es lo que odia y persigue en nosotros este mundo perverso; y la fe consigue la victoria, como dice la Escritura: ellos con su fe subyugaron reinos. Si la vida procede de la fe, también el triunfo: el justo vive de la fe.

2. Por lo tanto, siempre que resistes a la tentación y vences el mal, no te lo atribuyas a ti mismo, ni te gloríes de ti mismo, sino del Señor. Ese enemigo tan fuerte no se rendiría jamás ante tu flaqueza. Escucha las palabras del que ha sido nombrado por el Señor pastor del rebaño: vuestro adversario el diablo, rugiendo como un león, ronda buscando a quien devorar. Haced e frente firmes en la fe. Los testigos de la verdad coinciden plenamente: Pablo dice que los santos han vencido por la fe; Pedro exhorta a resistir al Jefe de este mundo con la fortaleza de la fe; y Juan proclama: la victoria que vence al mundo es nuestra fe.

III

1. Continúa diciendo: ¿Quién puede vencer al mundo sino el que cree que Jesús es el Hijo de Dios? Nada más cierto que esto, hermanos: el que no cree en el Hijo de Dios no sólo está derrotado sino condenado. Porque sin fe es imposible a radar a Dios. Alguno puede replicar que actualmente muchos que admiten a Jesús como Hijo de Dios, se dejan dominar por los deseos del mundo. ¿Cómo decimos que únicamente vence al mundo el que cree que Jesús es el Hijo de Dios, si el mundo acepta esta verdad? ¿No lo creen también los demonios y les hace temblar? ¿Crees tú que ve en Jesús al Hijo de Dios el hombre que no teme sus amenazas ni le mueven sus promesas, ni cumple sus preceptos, ni le importan sus consejos? Ese tal, aunque diga que cree en Dios, o niega con sus obras. Porque la fe sin obras es como un cadáver. Y el que no vive, difícilmente puede vencer.

IV

1. ¿Quieres saber cuál es la fe que da vida y consigue la victoria? Aquella por la cual Cristo habita en lo íntimo de nuestro ser. Él es nuestra virtud y nuestra vida. Cuando se manifieste Cristo, que es nuestra vida, dice el Apóstol, os manifestaréis también vosotros gloriosos con él. Esa gloria será vuestra victoria. Y nos manifestaremos con él porque vencemos por él. Solamente llegan a ser hijos de Dios los que reciben a Cristo, y únicamente en ellos se cumple lo que dice la Escritura: todo el que nace de Dios, vence al mundo.

2. Por eso, el mismo que había dicho "¿quién puede vencer al mundo sino el que cree que Jesús es el Hijo Dios?" quiere ahora ensalzar sin reservas la fe, por la cual Cristo habita en nuestros corazones. Refiriéndose a su venida añade: el que vino ron agua y sangre fue él, Jesucristo. Muestra además otro camino más perfecto: el Espíritu atestigua que Jesús es Hijo de Dios. Lo que dice antes de esto: no vino sólo en el agua, sino en el agua y la sangre, creo que hace referencia a Moisés, que vino en el agua, y por eso se llama así.

V

1. Recordemos el episodio del Antiguo Testamento: mataban a todos los niños israelitas que nacían en Egipto, excepto a Moisés que lo pusieron en el agua y lo recogió la hija del faraón. Moisés es una clara figura de Cristo. Herodes se inquietó y sospechó como el faraón, acudió a idénticos medios de crueldad, y quedó tan burlado como aquél. En ambos casos mueren degollados muchos niños por una sola persona que suscita sospechas; y en ambos casos se libra el que buscaban. A Moisés lo salvó la hija del faraón, y a Cristo Egipto, cuyo sentido es hija del faraón. Pero es evidente que éste es muy superior a Moisés, porque no sólo vino en el agua, sino en el agua y la sangre. Muchas aguas equivale a muchos pueblos.

2. El que vino sólo en el agua formó un pueblo, pero no lo redimió. La liberación de la esclavitud de Egipto no se hizo con la sangre de Moisés, sino del Cordero. Y es símbolo de la liberación del modo de vivir idolátrico que nosotros hemos conseguido por la sangre del Cordero inmaculado, Cristo Jesús. Él es nuestro verdadero Legislador, y de él nos viene una redención copiosa. No sólo murió por la nación, sino también para reunir a los hijos de Dios dispersos. Juan fue testigo presencial, y da testimonio: y nos consta que su testimonio es verdadero. Del costado de Cristo muerto en la cruz salió sangre y agua, es decir, del costado del nuevo Adán dormido nació y fue redimida la Iglesia.

VI

1. Hoy viene también a nosotros por el agua y la sangre: y dan testimonio de su venida y de nuestra fe victoriosa. Además tenemos otro testimonio mucho mayor: el del espíritu de la verdad. Lo que estos tres afirman es cierto y verídico. Dichosa el alma que merece escuchar: los que dan testimonio en la tierra son tres: el Espíritu, el agua y la sangre. El agua simboliza el bautismo, la sangre el martirio, y el Espíritu el amor. El Espíritu da vida, y la vida de la fe es el amor. La relación que existe entre el Espíritu y el amor la pregona Pablo: el amor que Dios nos tiene inunda nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos ha dado. Por eso debemos unir siempre el Espíritu al agua y a la san re, ya que, como dice el Apóstol, sin el amor nada tiene valor alguno.

VII

1. Si el agua es símbolo del bautismo y la sangre lo es del martirio, eso quiere decir que tanto el uno como el otro son una realidad única y de cada día. Las continuas molestias corporales son una especie de martirio y un continuo derramar la sangre. La compunción del corazón y las lágrimas también son un autismo. De este modo los cobardes y apocados, incapaces de dar de una vez su vida por Cristo, pueden derramar su sangre en un martirio más lento y llevadero. Y como el bautismo no se puede repetir, de este modo pueden purificarse continuamente los que pecan sin cesar. Lo dice el Profeta: de noche lloro sobre el lecho; riego mi cama con lágrimas. Ahí tienes al que vence al mundo. Intenta comprender lo que desea superar. Lo dice el mismo Juan: No améis el mundo ni lo que hay en el mundo. Porque todo lo que hay en el mundo es: bajos instintos, ojos insaciables y arrogancia del dinero.

2. Estas son las tres bandas que hicieron los caldeos. Recuerda, así mismo, que Jacob formó tres grupos por temor a Esaú, cuando regresó de Mesopotamia. También vosotros necesitáis una triple defensa contra estas tres tentaciones: contra los bajos instintos la mortificación corporal, indicada en el testimonio de la sangre. Los ojos insaciables se dominan con el espíritu de compunción y la frecuencia de las lágrimas. Y la ambición del dinero se excluye por el amor, único capaz de limpiar el alma y purificar la intención.

3. La sena más patente de haber vencido al mundo es dominar el cuerpo y obligarle a que nos sirva, y de este modo evitar que vaya tras el desenfreno del placer; entregarse al llanto, más bien que a la altivez o curiosidad; y en vez de llenar el corazón de vanidad abrasarse en amor espiritual.

VIII

1. El Espíritu es el único testimonio del cielo y de la tierra, porque las fatigas corporales cesarán y las lágrimas se agotarán. Pero el amor no asa nunca. Ahora lo gustamos por anticipado: la plenitud y a saciedad serán más tarde. El Espíritu perdura mucho más que el agua y la sangre (la carne v la sangre no pueden heredar el reino de Dios); pero actualmente es imposible encontrar el Espíritu sin ellos, porque los tres son una misma realidad, y si falta uno los otros tampoco están. Por el contrario, cuando se encuentran los tres juntos son dignos de todo crédito, y quien los posea en esta vida no se verá privado de ellos en la otra.

2. Ahora se pronuncia por el Hijo de Dios ante los hombres, no con palabras y de boca, sino con obras y de verdad; y el Hijo se pronunciará en su favor ante los ángeles de Dios. El Padre no rechaza un testimonio refrendado por el Hijo. Y el Espíritu tampoco discrepa del Padre y del Hijo, porque es el Espíritu de ambos. Además no puede verse priva o en el cielo de su testimonio el que ya gozó de él en la tierra. Así, pues, tres son los que dan testimonio en el cielo, el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. No temas que falte la armonía entre ellos: los tres son uno, El mejor testimonio imaginable es que el Padre nos reciba en el cielo como hijos y herederos, el Hijo nos admita como hermanos y coherederos, y el Espíritu Santo haga un mismo espíritu con él a quienes se unen a Dios. El Espíritu es el vínculo indisoluble de la Trinidad, por el cual el Padre y el Hijo son uno. Ojalá nosotros seamos también uno en ellos, por gracia del que pidió esto mismo para sus discípulos, Jesucristo nuestro Señor.

SERMÓN II
SOBRE LOS TESTIGOS DE LA RESURRECCIÓN

I

1. En la carta de San Juan que hoy ha sido proclamada, se nos dice que hay un triple testimonio en el cielo, y otro semejante en la tierra. A mi parecer, el primero es signo de estabilidad y el segundo de restauración. Aquél selecciona a tos ángeles, éste a los hombres; aquél separa a los buenos de los malos, éste a los justos de los pecadores. La visión de la Trinidad testifica en favor de los ángeles que se mantuvieron fieles a la verdad, cuando se rebeló Luzbel. Y los hombres que han sido salvados por la misericordia divina poseen el testimonio del Espíritu, del agua y de la sangre.

2. No hay duda que el Padre da testimonio en favor de aquellos que le honran como a Padre. Pero si eres un malvado te dirá: si soy padre, ¿dónde queda mi honor? Estarás totalmente privado de su testimonio, porque intentas apropiarte su gloria, y en vez de honrarle pretendes hacerte igual a él. Me sentaré, dices, en el monte de la asamblea, me igualaré al Altísimo. Acabas de ser creado, y ¿ya quieres sentarte junto al Padre de los espíritus? Todavía no te ha dicho: siéntate a mi derecha. Se lo ha dicho al que es el Unigénito, cuya generación eterna le hace igual en esencia y dignidad al Padre. Tú, en cambio, quieres usurpar la categoría divina y tienes envidia de la gloria del Hijo, gloria del Hijo único del Padre; con lo cual te privas también de su testimonio. ¿Y podrá alcanzar el testimonio del Espíritu quien ha sido rechazado del Padre y del Hijo? El Espíritu detesta al soberbio y turbulento; el amante de la paz descansa sobre el humilde y pacífico; y el creador de la unidad tiene celos contra ti, que no buscas ni la unidad ni la paz.

II

1. ¿Cómo no vamos a temer, hermanos míos, que esta humilde viña del Señor pueda ser pasto de esta alimaña tan singular? ¿No destrozó muchos sarmientos de la viña celeste aquella primera singularidad? Es más fácil advertir allí la soberbia que la singularidad. Pero yo pregunto: si todos los ángeles permanecían fieles, ¿no se dejó llevar de la singularidad el que pretendió usurpar el trono? Que los ángeles permanecían fieles me lo dicen dos testigos muy calificados, que testifican lo que vieron. Isaías afirma: Vi al Señor sentado... y serafines en pie junto a él. Daniel añade: Miles y miles le servían, millones estaban a sus órdenes.

2. ¿Queréis un tercer testigo, para que con tres testigos quede fallada la causa? Acudiré a Apóstol, que fue arrebatado hasta el tercer cielo, y después dijo: ¿Qué son todos sino espíritus que cumplen sus funciones? Todos permanecen en actitud de servicio: tú, en cambio, no quieres la paz y aspiras al trono. Irritas al Espíritu que fomenta la unanimidad en su casa; denigras el amor, al rasgar la unidad y deshacer el lazo de la paz. Los ángeles no abandonaron su estado ni su casa, y el Espíritu de caridad, de unidad y de paz da testimonio en su favor. A ti, empero, te condena por tu envidia, tu singularidad y tu ansiedad. Esto es lo que me inspira el testimonio del cielo.

III

1. Existe también otro en la tierra, ara discernir a los nativos de los extraños, es decir, a los ciudadanos del cielo de los de Babilonia. Dios no puede dejar sin testimonio a sus elegidos. Si carecieran de pruebas que confirmasen su elección, se verían privados del consuelo cuando fluctúan angustiados entre el miedo y la esperanza. Pero el Señor conoce a os suyos, y él sabe muy bien a quiénes eligió desde el principio. El hombre, en cambio, no sabe si Dios le ama o le odia.

2. Si carecemos de una certeza absoluta, nos será al menos muy provechoso y consolador tener algunos indicios de elección. Porque mientras nuestro espíritu no tenga algún testimonio de su predestinación, no podrá vivir en paz. la palabra más auténtica y digna de que todos la hagan suya es aquella que nos garanticé de algún modo la salvación. Esa palabra consuela a los elegidos y desarma las excusas de los réprobos. Si conocemos los signos de la vida, quien los rechaza manifiesta claramente que no le interesa el bien de su alma, y aprecia muy poco la patria suspirada.

IV

1. Los que dan testimonio en la tierra son tres: el Espíritu, el agua y la sangre. Sabéis muy bien, hermanos, que al pecar todos en Adán, todos caímos en él. Caímos en una cárcel, llena de fango y de piedras. Allí yacíamos cautivos, manchados y maltrechos, hasta que llegó el deseado de las naciones, que nos rescató, nos limpió y nos restableció. Dio su propia sangre como rescate, brotó agua de su costado para lavarnos, y envió su Espíritu de lo alto para confortar nuestra flaqueza.

2. Examínate si todo esto produce frutos abundantes en ti. Porque puedes ser culpable de la sangre del Señor si no le das valor alguno; y al tener agua para purificarte te haces más reprensible si continúas lleno de fango; y si resistes al Espíritu no quedarás impune si eres un deslenguado. Ten, pues, mucho cuidado: porque si no producen frutos en ti te perjudicarán.

V

1. El que se abstiene de pecar, puede estar cieno de que la sangre de Cristo no ha sido inútilmente derramada. Quien peca se esclaviza al pecado. Pero si renuncia al pecado y se libra del yugo de su esclavitud, posee una prueba evidente de la redención, fruto de la sangre de Cristo. Sin embargo, el pecador debe unir la penitencia a la continencia. Use la prueba del agua, entregándose al llanto regando el lecho con lágrimas. La sangre perdona el peca o y hace que ya no reine en nuestro ser mortal; y el agua limpia todas las faltas cometidas.

2. Pero el triste arrastrar las cadenas y la espantosa lobreguez de la cárcel nos ha dejado triturados y entumecidos. Somos incapaces de defendernos en la vida. Pidamos el Espíritu que auxilia y reconforta, plenamente confiados de que e Padre da el buen espíritu a los que se lo piden. Una vida nueva es señal inequívoca de poseer un espíritu nuevo. En resumen: tener el testimonio de la sangre, del agua y del espíritu, significa privarse de pecar, hacer frutos dignos de penitencia y abundar en buenas obras.