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Ireneo
de Lyon (140-202) fue apologista esmirneo y el principal opositor a las herejías gnósticas del
nuevo judeo-cristianismo,
razón
por la cual
San Jerónimo
lo
denomina
"hombre de
los tiempos apostólicos"
(Epístolas,
LXXVII,
687). Vida.
Según
Eusebio
de Cesarea
(Historia Eclesiástica,
V,
443)
Ireneo fue oyente de
San Policarpo
en
su adolescencia, lo cual hace suponer
que
vivía en Esmirna. A
la muerte de San Policarpo
(ca.
155)
Ireneo aparece ya en Roma, y en tiempos de
Antonino Pío (ca.161)
como presbítero
de la Iglesia de Lyon.
Una vez sacerdote, según Eusebio,
Ireneo fue
enviado por la
diócesis
de Lyon al papa Eleuterio
(ca.
174), para
que hiciese de mediador ante
los
montanistas. El aprecio
hacia su persona y su rectitud doctrinal hace explicable el que a la muerte de
Fotino, obispo de Lyon, fuese
Ireneo nombrado su sucesor,
con una dignidad
que
queda también confirmada por
el
testimonio de Sócrates (Historia
Eclesiástica,
III,391).
De su tarea
como obispo, conocemos su papel pacificador en la controversia de la Pascua,
durante el pontificado de Víctor I
(ca.189). Sin
embargo, no parece ser cierto el hecho de su martirio, que según Gregorio de
Tours
(Historia
de los Francos,
127) ocurrió en la persecución
de Septimio Severo (ca. 202). Obras. De
la
producción
literaria de
Ireneo nos
ha llegado su
obra principal,
que escribió
contra los gnósticos
bajo el título
Elenjos kai
Anatrope tes
Pseudonímou
Gnóseos
(lit.
demostración y
refutación de la falsa gnosis),
más conocida como
Adversus Haereses
o Contra las Herejías. Se
trata de
una obra polémica, dividida en 5 libros.
En el
1º
intenta descubrir como falsas las doctrinas de los herejes
(Valentín, Basílides, Cerinto, Marción, Taciano...).
En el
2º refuta
con argumentos de razón dichas herejías.
En el
3º
prueba la misma suerte,
pero apoyándose en la Eescritura.
En el
4º
hace lo mismo pero con palabras del Señor.
En el
5º, que trata casi exclusivamente de la resurrección de la
carne, ofrece idéntica perspectiva, pero partiendo de otras doctrinas del Señor
así como de las epístolas apostólicas. Se
propone
en ella desenmascarar
Ireneo a los herejes, para que
reconozcan sus errores
y
se conviertan,
a la vez que
confirma
a los neófitos y cristianos
en
la doctrina tradicional. La
otra
obra
que nos ha llegado de Ireneo es su
Epídeixis tou Apostolikou
Kerigmatos
(lit.
demostración de la enseñanza apostólica), no
un
libro polémico sino más bien apologético. Expone
en
ella Ireneo la predicación de la verdad,
y explana las pruebas de los dogmas divinos.
Se trata de un precioso testimonio de la
teología y de la doctrina, al mismo tiempo que ofrece un sentido del
cristianismo sencillo, seguro y profundo. Además de las obras
enumeradas, escribió
Ireneo, según Eusebio,
el Adversus Gentes
(hoy perdida),
y diversas cartas contra los que adulteraban la ley precisa de la
Iglesia.
Especial debió ser su carta
De Schimate
(enviada
a
un tal
Blastio que vivía en
Roma y era favorecedor de innovaciones), y
su
Monarquia Divina (enviada
al presbítero romano Florino,
advirtiendo que Dios no es el autor del mal). Eusebio nos
cita
también una
carta escrita al papa Víctor
I, afirmando que, sobre el
particular escribió también a otros muchos obispos. Antropología.
Enseña
Ireneo
que el hombre está compuesto de cuerpo, alma y espíritu. La carne es
el elemento capaz de ser perfeccionado, mientras que el alma es un elemento
intermedio que se elevará unas veces (siguiendo las mociones de la parte
espiritual del hombre) o se rebajará otras
(accediendo a las concupiscencias de
la carne). Parece, pues, que son dos cosas totalmente
distintas el
hombre perfecto y
el hombre
perfecto
y espiritual. El
hombre perfecto equivaldría al hombre
acabado
e íntegro,
que tiene las partes esenciales
que
le hacen
ser un hombre y no otra
cosa.
El hombre
perfecto y espiritual
sería
el abierto
en sus partes
integrantes (cuerpo, alma y
espíritu)
al Espíritu
de Dios. Tanto el alma como el espíritu
tienen asegurada la pervivencia por su misma naturaleza.
La carne, en cambio,
por configuración propia es perecedera y mortal. El
Espíritu
de Dios,
absorbiendo a la carne en su debilidad, le comunica su fuerza y virtualidades.
Lo débil sería
así asumido por
lo, poderoso quedando la enfermedad
de la carne desterrada por la fuerza del Espíritu.
La
incorruptibilidad
tendrá lugar no por
la
propia sustancia
humana, sino por la intervención
de Dios. Teología. El
principio fontal del que se sirve para refutar los sistemas gnósticos es el de
la unidad divina: un solo Dios, un solo Señor, un solo Creador, un solo Padre,
sólo El contiene todas las cosas dando el ser a todas ellas. Teniendo en cuenta
los presupuestos de la gnosis, identifica el Dios único y verdadero no sólo
con el Creador del mundo, sino también con el Dios del AT. El Padre es Señor
y el Hijo es Señor. El Padre es Dios y el Hijo es Dios, ya que el que ha nacido
de Dios es Dios. Así
mismo, por la esencia misma y la naturaleza de su ser, se
demuestra que no existe más que un solo Dios, aunque en la economía de nuestra
redención haya un Hijo y un Padre. También afirma la divinidad del Espíritu
Santo incluyéndolo en el rango de Dios y que Él mismo lo derrama sobre la
humanidad por El adoptada. El Espíritu Santo es eterno y se adueña del hombre
interior y exteriormente no abandonándolo jamás. La historia de la humanidad
creada y redimida, así como las palabras "hagamos al hombre a imagen y
semejanza nuestra"
(Gn 1,26),
prueban claramente la existencia del Padre, del Hijo y del
Espíritu. El Verbo, pues, es Hijo de
Dios, Hijo único de Dios y su filiación no comienza con la concepción
virginal sino que es eterno como el Verbo que preexiste desde siempre. Por su
parte el Espíritu Santo, que ha hablado por los profetas, que ha enseñado a
nuestro padres las cosas divinas y que ha guiado a los justos por el camino de
la justicia, es el que, llegada la plenitud de los tiempos, ha sido derramado de
un modo nuevo sobre la humanidad, mientras que Dios renovaba al hombre sobre
toda la tierra. El Verbo es quien revela al Padre y el Espíritu Santo es el
revelador del hijo. Cristología. Contra la teoría
de Valentín afirma
Ireneo que la carne y sangre de Cristo son tan reales y
verdaderas que fue el antiguo plasma de Adán lo que Cristo recapituló en Sí
mismo. De esta manera, resulta evidente que si la afirmación de los herejes
fuese cierta, el Verbo de Dios no habría tomado la carne ya que el asumirla
hubiera supuesto la carga de un elemento despreciable. Pone un interés especial en
probar la realidad de la encarnación precisamente porque estriba en ella la
posibilidad de salvación para la carne. El hecho de que Cristo asumió una
carne verdadera explicará el relato sobre la plasmación del hombre haciendo
ver cómo Cristo es el ejemplar del hombre de Gn 2,7. El que el Verbo aún no
hubiese tomado carne acarreó dos efectos desastrosos para el hombre, es decir,
olvidándose que había sido hecho a imagen de Aquel que aún no se había
manifestado, perdió fácilmente dicha semejanza. Es, pues, la
encarnación el
postulado necesario para que la obra redentora tenga sentido, al mismo tiempo
que Cristo hecho carne, sufriente, muerto y redivivo apunta a la idea de hombre
perfecto, idea ahora realizable, porque de un modo ejemplar se ha realizado ya
en Cristo. Por otra parte, Cristo hecho carne queda constituido, después de
restituir su dignidad al hombre plasmado, en mediador entre Dios y los hombres
renovando, mediante su obediencia, los vínculos de amistad entre las dos partes
alejadas. Mariología. Es el teólogo
por excelencia del tema María nueva Eva. La obra de la redención sigue, en el
obispo de Lyon, las mismas etapas de la caída del hombre y, por consiguiente,
la antítesis Eva-María no es más que un aspecto o un momento de la
recapitulación. Según
Ciguelli,
Ireneo subraya los siguientes
puntos: 1º
Eva es una virgen caducada,
seducida por el ángel rebelde, desobediente, que causa por sí misma la muerte,
virgen condenada, causa de muerte para todo el género humano, que engendra en
la corrupción y en el dolor. 2º
María es virgen que recapitula a Eva,
evangelizada por el ángel fiel, obediente, que causa por sí misma la salvación,
virgen abogada de Eva, causa de salvación para todo el género humano, que
engendra sin corrupción y sin dolor. Cristo abrió con toda pureza el seno puro
que regenera a los hombres en Dios. Eclesiología. Sus ideas en torno
a la Iglesia pueden ser agrupadas en los apartados siguientes: 1º Cristo Cabeza
de la Iglesia atrae a Sí todas las cosas a su debido tiempo continuando,
mediante ésta, la obra de renovación hasta el fin de los tiempos. 2º A
diferencia de los gnósticos, que no tienen un cuerpo de doctrina uniforme y armónico,
la Iglesia, extendida por todo el mundo, guarda celosamente la fe recibida de
los apóstoles y de sus discípulos como si estuviera toda reunida en una sola
casa y cree todo como si no tuviera más que una sola mente y un solo corazón y
su predicación y tradición es conforme a esta fe, como si no tuviera más que
una sola boca. 3º Así como la gnosis está reservada a pocos, la Iglesia, en
cambio, esparcida por la tierra abarca a los hombres de todos los tiempos; y
aunque haya muchas lenguas en el mundo, la fuerza de la fe y de la tradición es
en todas partes la misma. 4º
Solamente los apóstoles y sus sucesores han
recibido del Padre el don seguro de la verdad, carisma, por tanto, que falta a
los herejes ppesto que no son sucesores de los apóstoles. Primado
de Roma.
Dice
Ireneo que,
a
causa de su principalidad, es preciso que concuerden con la
Iglesia
de Roma el
resto de
iglesias.
Es decir,
"los fieles que están en todas partes, ya que en ella se ha
conservado siempre la tradición apostólica por los fieles que son en todas
partes"
(Contra
Herejes, III,
III,
2). Demuestra
también Ireneo
la tradición que Roma
ha recibido de los apóstoles, y la fe
que ésta
ha anunciado a los
demás
ha
través de sus
sucesiones de
obispos. Diversos son los significados
que los autores estudiosos de dicho texto han atribuido a la palabra
principalitatem: 1º
El de origen apostólico. Entonces, según esta interpretación,
el texto sería propter potentiorem apostolicitatem, lo cual, se puede afirmar,
incluye grados en la apostolicidad, a no ser que se conceda un ius speciale a
Pedro como cabeza. Abundando más, se prueba históricamente que la
apostolicitas no libera a las otras iglesias del error, como sucedió con la de
Corinto
(la cual, gracias a Clemente
I, fue traída de nuevo a la fe). 2º El
de origen o principio. Si se entiende dicho origen o principio por
apostolicidad, en tal caso, presenta los mismos defectos que la sentencia
anterior; por el contrario, si se ha de entender cronológicamente, resulta que
la Iglesia de Antioquía y, sobre todo, la de Jerusalén son anteriores a la de
Roma. 3º
El de
autoridad.
Es decir, que:
1º para tener seguridad sobre la ortodoxia
de una doctrina, basta recurrir a la Iglesia de Roma;
2º con
el
magisterio de Roma
debe estar concorde la doctrina
de los obispos de todo el mundo. Escatología. Si era
necesario que fuese asumido lo que había de ser redimido, el fin último de la encarnación consiste en que el Verbo de Dios depare en los tiempos novísimos
una morada apta a cada uno, dado que en este mundo muchos se ponen de parte de
la luz y otros se separan de ella. La obra recapituladora de Cristo aparece,
pues, como la designación concreta de cada uno al lugar que le corresponde. Hasta tal punto es necesario un juicio que discrimine la actitud de los hombres,
que si éste no se diese habría sido inútil el advenimiento ele Cristo. Si el
Hijo ha venido igualmente para todos y el Padre ha hecho a todos de modo
semejante dotándolos de recto juicio y de libertad en sus operaciones, es
necesario que se declare mediante una acción judicial la sumisión o desacato
de los hombres. La comunión con Dios es vida, luz y participación de su gozo;
en cambio, los que haciendo uso de su libertad rompen la comunión con Dios, se
separan de él y de todo lo que tal unión lleva consigo. Y dado que Dios es
eterno, eterna será la participación en su gozo y eterna la duración de los
sufrimientos. El juicio supone que la obra comenzada en la encarnación ha
quedado consumada. Y del mismo modo que existe la
comunión con Dios que asegura la comunión en su eterna gloria, existe también
la comunión con el diablo. Él recapitulará toda maldad, de modo que los que
le están unidos por el lazo de la injusticia y de la impiedad participarán
siempre con él en la maldición del fuego sin fin. Ver
aquí su Enseñanza Apostólica () y su tratado
Contra
las Herejías (,
,
,
y ).
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