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 Act: 04/03/24   @escritores de iglesia      E D I T O R I A L    M E R C A B A    M U R C I A 

CLEMENTE ROMANO

resumido por

ESCUELA DE JÓVENES CRISTIANOS, FILIAL DE MERCABÁ

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Clemente I Romano (34-99) fue padre apostólico y 4º sucesor de Pedro en la sede de Roma. La liturgia romana ha incluido su nombre en el canon de la Misa y celebra su fiesta el 23 de noviembre.

Vida. Pocas son las noticias que tenemos de su vida. Orígenes lo identifica con el Clemente nombrado por San Pablo en su Carta a los Filipenses (Fil 4,3), y las Pseudo Clementinas dicen que perteneció a la familia de los Flavios. Algunos modernos lo identifican con el cónsul Tito Flavio Clemente, que por su condición de cristiano fue ejecutado con Flavia Domitila. No obstante, el examen interno de su Carta a los Corintios parece aludir a una mano judeo-helenista, y se diría que el mismo Orígenes está de acuerdo con dicha sentencia al referir que algunos ven en él la mano de la Carta a los Hebreos. El mismo Eusebio de Cesarea deja constancia que la Carta a los Hebreos había sido traducida al griego por Clemente (Historia Eclesiástica, III,38).

Orígenes afirma que Clemente fue discípulo de los apóstoles (De Principius, II,3,6), y San Ireneo que fue el cuarto obispo de Roma (Adversus Haereses, III,3), tras Pedro, Lino (68-80) y Cleto (80-92). Tertuliano asegura que Clemente fue consagrado por el mismo San Pedro como su sucesor inmediato (De praescriptione Haereticorum, 32), si bien San Epifanio explica que Clemente renunció al pontificado en favor de Lino, y volvió a él tras la muerte de Anacleto, para no perturbar la paz (Panarian, XXVII,6).

Nada dicen Eusebio ni San Jerónimo sobre el género de muerte de Clemente, ni mucho menos del martirio que relata el Martyrium Clementis del s. IV. Según la tradición, sus reliquias fueron llevadas a Roma por San Cirilo, y depositadas en una basílica construida en el monte Celio.

Obras. El único escrito de Clemente cuya autenticidad es universalmente reconocida es la Carta a los Corintios, según Hegesipo y Eusebio (Historia Eclesiástica, III,16) escrita al final del imperio de Domiciano (18 sept. 96) o a principios del de Nerva (96-98). El historiador Eusebio escribe que "la carta de Clemente fue escrita en nombre de la Iglesia de Roma a la de Corinto, con ocasión de una discusión originada en Corinto" (Historia Eclesiástica, III,16). No se puede probar que la Iglesia de Corinto hubiese solicitado ayuda de la Iglesia de Roma para que ésta acabase con sus disensiones, aunque es probable que cristianos romanos, residentes en Corinto, informaran a Roma de las discordias de aquella Iglesia, y Roma juzgase como obligación el intervenir en la materia.

La Carta consta de un prólogo (1-3) y dos partes bien marcadas, una teórica (4-38) y otra práctica (39-58), junto a una oración (59-61) y un epílogo (62-65) en el que recapitula todos los argumentos y exhorta a la concordia.

En el prólogo, Clemente describe el estado floreciente de la Iglesia de Corinto, y el trastorno en el que se ve inmersa por las discusiones.

En la 1ª parte expone Clemente cuál debe ser la conducta del cristiano, y a colación trae los vicios de la discordia y la envidia, los cuales han de ser combatidos con la caridad, penitencia, obediencia, piedad y hospitalidad, así como por una humildad que ha de ser el origen de la paz. Entre los motivos que deben inducir al cristiano a tales virtudes, subraya el ejemplo ofrecido por los santos, la resurrección como premio de los buenos y la bendición divina en Jesucristo ya en la vida presente.

En la 2ª parte da Clemente una serie de consejos prácticos, con el fin de acabar con las divisiones de la Iglesia de Corinto. Dios, creador del orden de la naturaleza, exige orden y obediencia a sus criaturas. Y si él mismo creó en la Iglesia los diversos grados de funciones (prefigurados ya en el AT), y Jesucristo envió a los apóstoles, y éstos eligieron obispos y diáconos (en el NT), también es obvio que todo eso lo hicieron en orden a la unión y armonía, y no como foco de discordia. Los causantes del cisma, por tanto, deberían hacer penitencia o desterrarse voluntariamente, para que pueda volver de nuevo la paz.

En el epílogo repite Clemente todo lo expresado, al mismo tiempo que abriga la esperanza de que la paz reine de nuevo en Corinto, antes que los portadores de su Carta lleguen a Roma.

Doctrina. No se puede abordar la Carta a los Corintios de Clemente con la ilusión de encontrar en ella una síntesis acabada o un sistema teológico, sino un escrito de circunstancias con una finalidad concreta. En ella se afirman muchas verdades teológicas, aunque siempre en relación con el fin pretendido. Dos son los temas que convendría tratar: el del primado romano y el de la jerarquía.

Doctrina sobre el Primado. En la Carta no se encuentra afirmación directa alguna del primado de la Sede Romana. No obstante, la constatación de ciertas expresiones hace ver en su autor "un hombre consciente de su autoridad, y deseoso de ser obedecido" (Batiffol, P; L'Eglise naissante et le catholicisme, París 1927, 146), que no ha podido atender antes a las irregularidades de Corinto y que con ello ha omitido un deber que tenía él mismo por obligación. Cuando Clemente toma el asunto por su cuenta, cree que los corintios pecarían si no se mostraran obedientes (59,1-2), y casi al final de la Carta confía en que será obedecido por los corintios (63,2).

Clemente se siente en posesión, por tanto, de una autoridad superior que no cesará de ejercer. Por otro lado, nunca pensaron los corintios que el papa se había extralimitado, pues su Carta gozó de una veneración inusitada, hasta el punto de llegar a ser leída en los oficios divinos.

Doctrina sobre la jerarquía. Existe en la carta de Clemente un testimonio precioso sobre la institución divina de la jerarquía eclesiástica (42), así como nos dice que la jerarquía cristiana consta de obispos, presbíteros y diáconos. El oficio de los obispos y presbíteros es el de oficiar las ofrendas de los dones, mientras que lo característico de los diáconos consiste en ser servidores del sacrificio.

Hay que obedecer y estimar a los obispos, recuerda Clemente, pues ellos son los guías de las almas. Si los obispos suceden a los apóstoles, y éstos obedecieron a Cristo, el cual vino al mundo en obediencia al Padre, se deduce que, por línea de obediencia, los últimos elegidos son tan legítimos como los primeros. De ahí se deduce que la comunidad no tiene derecho alguno a destituirlos, dado que la autoridad no está en la comunidad sino en Dios, que la entregó a Jesucristo, éste a sus apóstoles y éstos a sus sucesores. Todo poder proviene de Dios, y por Jesucristo fue entregado únicamente a los apóstoles, y por éstos a sus sucesores.

Otras doctrinas. Clara y precisa es la doctrina que ofrece Clemente acerca de cada una de las personas de la Trinidad. Dios es descrito como Padre que creó todas sus obras con bondad y sabiduría, y que demuestra un amor especial a los que su hijo Jesucristo eligió, limpió de pecados y condujo hacia su Reino. El Hijo se humilló hasta el punto de padecer por nosotros su pasión y muerte. Él es nuestro Señor y Salvador, y por eso la Iglesia le tributa idéntico culto que al Padre. Finalmente, el Espíritu Santo es el que revela los misterios divinos, inspira a los profetas, ilumina y dirige a la Iglesia y adorna con sus virtudes a cada uno de los seguidores de Jesucristo.

Ver aquí su Carta a los Corintios (), así como la falsamente atribuida a él Segunda Clementina ().
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cf. IBÁNEZ, I; "Clemente Romano", en Gran Enciclopedia Rialp, ed. Rialp, Madrid 1991.

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Molina de Segura, 4 de Marzo de 2024