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Clemente
I Romano (34-99) fue padre
apostólico y 4º sucesor de Pedro en la sede de Roma. La liturgia romana
ha incluido su nombre en el canon de la Misa y celebra su fiesta el 23 de
noviembre.
Vida. Pocas son las noticias
que tenemos de su vida. Orígenes lo identifica con el Clemente nombrado
por San Pablo en su Carta a los Filipenses (Fil 4,3), y las Pseudo
Clementinas dicen que perteneció a la familia de los Flavios. Algunos
modernos lo identifican con el cónsul Tito Flavio Clemente, que por su
condición de cristiano fue ejecutado con Flavia Domitila. No obstante, el
examen interno de su Carta a los Corintios parece aludir a una mano
judeo-helenista, y se diría que el mismo Orígenes está de acuerdo con
dicha sentencia al referir que algunos ven en él la mano de la Carta a
los Hebreos. El mismo Eusebio de Cesarea deja constancia que la Carta
a los Hebreos había sido traducida al griego por Clemente (Historia
Eclesiástica, III,38).
Orígenes
afirma que Clemente fue discípulo de los apóstoles (De Principius, II,3,6),
y San Ireneo que fue el cuarto obispo de Roma (Adversus Haereses,
III,3), tras Pedro, Lino (68-80) y Cleto (80-92). Tertuliano asegura que Clemente
fue consagrado por el mismo San Pedro como su sucesor inmediato (De
praescriptione Haereticorum, 32), si bien San Epifanio explica que Clemente
renunció al pontificado en favor de Lino, y volvió a él tras la muerte
de Anacleto, para no perturbar la paz (Panarian, XXVII,6).
Nada
dicen Eusebio ni San Jerónimo sobre el género de muerte de Clemente, ni
mucho menos del martirio que relata el Martyrium Clementis del s.
IV. Según la tradición, sus reliquias fueron llevadas a Roma por San
Cirilo, y depositadas en una basílica construida en el monte Celio.
Obras. El único escrito de Clemente
cuya autenticidad es universalmente reconocida es la Carta a los
Corintios, según Hegesipo y Eusebio (Historia Eclesiástica,
III,16) escrita al final del imperio de Domiciano (18 sept. 96) o a
principios del de Nerva (96-98). El historiador Eusebio escribe que "la
carta de Clemente fue escrita en nombre de la Iglesia de Roma a la de
Corinto, con ocasión de una discusión originada en Corinto" (Historia
Eclesiástica, III,16). No se puede probar que la Iglesia de Corinto
hubiese solicitado ayuda de la Iglesia de Roma para que ésta acabase con
sus disensiones, aunque es probable que cristianos romanos, residentes en
Corinto, informaran a Roma de las discordias de aquella Iglesia, y Roma
juzgase como obligación el intervenir en la materia.
La
Carta consta de un prólogo (1-3) y dos partes bien marcadas, una teórica
(4-38) y otra práctica (39-58), junto a una oración (59-61) y un
epílogo (62-65) en el que recapitula todos los argumentos y exhorta a la
concordia.
En
el prólogo, Clemente describe el estado floreciente de la Iglesia de
Corinto, y el trastorno en el que se ve inmersa por las discusiones.
En
la 1ª parte expone Clemente cuál debe ser la conducta del cristiano, y a
colación trae los vicios de la discordia y la envidia, los cuales han de
ser combatidos con la caridad, penitencia, obediencia, piedad y
hospitalidad, así como por una humildad que ha de ser el origen de la
paz. Entre los motivos que deben inducir al cristiano a tales virtudes,
subraya el ejemplo ofrecido por los santos, la resurrección como premio
de los buenos y la bendición divina en Jesucristo ya en la vida presente.
En
la 2ª parte da Clemente una serie de consejos prácticos, con el fin de
acabar con las divisiones de la Iglesia de Corinto. Dios, creador del
orden de la naturaleza, exige orden y obediencia a sus criaturas. Y si él
mismo creó en la Iglesia los diversos grados de funciones (prefigurados
ya en el AT), y Jesucristo envió a los apóstoles, y éstos eligieron
obispos y diáconos (en el NT), también es obvio que todo eso lo hicieron
en orden a la unión y armonía, y no como foco de discordia. Los
causantes del cisma, por tanto, deberían hacer penitencia o desterrarse
voluntariamente, para que pueda volver de nuevo la paz.
En
el epílogo repite Clemente todo lo expresado, al mismo tiempo que abriga
la esperanza de que la paz reine de nuevo en Corinto, antes que los
portadores de su Carta lleguen a Roma.
Doctrina. No se puede abordar la
Carta a los Corintios de Clemente con la ilusión de encontrar en
ella una síntesis acabada o un sistema teológico, sino un escrito de
circunstancias con una finalidad concreta. En ella se afirman muchas
verdades teológicas, aunque siempre en relación con el fin pretendido.
Dos son los temas que convendría tratar: el del primado romano y el de la
jerarquía.
Doctrina
sobre el Primado. En la Carta no se
encuentra afirmación directa alguna del primado de la Sede Romana. No
obstante, la constatación de ciertas expresiones hace ver en su autor
"un hombre consciente de su autoridad, y deseoso de ser obedecido"
(Batiffol, P; L'Eglise naissante et le catholicisme, París 1927,
146), que no ha podido atender antes a las irregularidades de Corinto y
que con ello ha omitido un deber que tenía él mismo por obligación.
Cuando Clemente toma el asunto por su cuenta, cree que los corintios pecarían
si no se mostraran obedientes (59,1-2), y casi al final de la Carta
confía en que será obedecido por los corintios (63,2).
Clemente
se siente en posesión, por tanto, de una autoridad superior que no cesará
de ejercer. Por otro lado, nunca pensaron los corintios que el papa se había
extralimitado, pues su Carta gozó de una veneración inusitada, hasta el
punto de llegar a ser leída en los oficios divinos.
Doctrina
sobre la jerarquía. Existe en la carta de
Clemente un testimonio precioso sobre la institución divina de la jerarquía
eclesiástica (42), así como nos dice que la jerarquía cristiana consta
de obispos, presbíteros y diáconos. El oficio de los obispos y
presbíteros es el de oficiar las ofrendas de los dones, mientras que lo
característico de los diáconos consiste en ser servidores del sacrificio.
Hay
que obedecer y estimar a los obispos, recuerda Clemente, pues ellos son
los guías de las almas. Si los obispos suceden a los apóstoles, y éstos
obedecieron a Cristo, el cual vino al mundo en obediencia al Padre, se
deduce que, por línea de obediencia, los últimos elegidos son tan legítimos
como los primeros. De ahí se deduce que la comunidad no tiene derecho
alguno a destituirlos, dado que la autoridad no está en la comunidad sino
en Dios, que la entregó a Jesucristo, éste a sus apóstoles y éstos a
sus sucesores. Todo poder proviene de Dios, y por Jesucristo fue entregado
únicamente a los apóstoles, y por éstos a sus sucesores.
Otras
doctrinas. Clara y precisa es la
doctrina que ofrece Clemente acerca de cada una de las personas de la
Trinidad. Dios es descrito como Padre que creó todas sus obras con bondad
y sabiduría, y que demuestra un amor especial a los que su hijo Jesucristo
eligió, limpió de pecados y condujo hacia su Reino. El Hijo se humilló
hasta el punto de padecer por nosotros su pasión y muerte. Él es nuestro
Señor y Salvador, y por eso la Iglesia le tributa idéntico culto que al
Padre. Finalmente, el Espíritu Santo es el que revela los misterios
divinos, inspira a los profetas, ilumina y dirige a la Iglesia y adorna
con sus virtudes a cada uno de los seguidores de Jesucristo. Ver
aquí su Carta a los Corintios (), así como la falsamente
atribuida a él Segunda Clementina ().
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