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Ignacio
de Antioquía (35-108) fue discípulo directo del apóstol
Pablo, uno de los principales distribuidores de los escritos apostólicos y uno de los
principales continuadores
del ministerio apostólico de Juan, junto a
Policarpo, Ireneo y otros padres de la Iglesia primitiva.
Vida.
Según Eusebio de Cesarea fue el 3º obispo de Antioquía, después del apóstol
Pedro y de Evodio. Durante el imperio de Trajano (ca. 98) fue condenado a
las fieras y deportado a Roma para padecer el martirio. Según un
documento del s. IV (Martirio de San Ignacio) fue discípulo
directo del apóstol
Juan.
Obras.
Durante
su viaje a Roma (ca. 108) escribió Ignacio
7 cartas, de
una importancia inapreciable para la historia del dogma. De ellas,
la más importante fue
la dirigida a la Iglesia de Roma,
mientras que
las otras tuvieron como destinatarias las comunidades de Éfeso,
Magnesia, Tralia, Filadelfia y Esmirna, cuyos delegados había saludado a
su paso. Otra
fue dirigida
a su amigo personal Policarpo, obispo de Esmirna.
Con
una cordialidad fraterna que dice mucho sobre el sentido colegial del
episcopado, Ignacio agradece a dichas
comunidades su caridad para con él,
les inculca la sumisión a los obispos locales y no deja de incluir algún
consejo (incluso alguna ligera
reprensión) contra las
doctrinas heréticas.
En
sus cartas se descubre el alma ardiente, heroica y mística de Ignacio.
Tiene sed de martirio y un amor encendido a Cristo, a quien quiere imitar.
Pide a los romanos que no le priven de este
deseo (Rm
1,2; 2,1; 4,1),
pues "bello
es que el sol de mi vida, saliendo del mundo, trasponga en Dios, para
amanecer en él" (Rm 2,2). A Policarpo le anima a mantenerse
firme, "como un yunque golpeado por el martillo", pues
"de
gran atleta es ser
desollado y vencer" (Pol 3,1). El estilo de las cartas
es fogoso y
cordial, un
dechado de teología pastoral, y en ocasiones alcanza los
vértices
sublimes del
mártir y enamorado de Jesucristo.
En
el s. IV las cartas sufrieron una manipulación que amplió el texto
primitivo, y hasta
1646 sólo
se conocía este corpus adulterado. Entonces se halló la primitiva
redacción griega, más breve y sencilla, que los eruditos reconocieron
como la recensión genuina y a la cual llamaron
Codex Mediceus Laurentianus
(CML 57,7). Cureton descubrió en 1845 una recensión en traducción
siriaca aún más breve, pero los especialistas la han considerado no como
la primitiva, sino como un resumen de la misma.
Eclesiología.
Es importante la
enseñanza de Ignacio
en este punto,
por tratarse de la generación episcopal subsiguiente a la de los apóstoles.
Ignacio tiene ante sí una constelación de Iglesias locales cuyo centro y vértice
es el obispo que gobierna dicha
comunidad local, rodeado de sus presbíteros
y diáconos. Son como los ángeles de las Iglesias de los que habla
San Juan en Ap 2-3. Pero
Ignacio no sólo alaba dicha realidad local, sino que da un paso más, y es el 1º que pone nombre
y apellido a la comunidad cristiana universal: Ia
Iglesia Católica. Eso sí, dicha Iglesia Católica está parcelada en
Iglesias locales, presididas por un obispo (Esm 8,2). A todos recomienda sumo
respeto al obispo local, y en él "al Padre de Jesucristo, que es el
obispo de todos" (Mag 3,1). Pero
entre todas esas iglesias locales hay una
iglesia que está por encima de las demás: la Iglesia de Roma, que merece mayor
respeto que las demás,
y que está sobre ellas.
Llama la atención que
la Carta a Roma de Ignacio está
toda
ella llena de frases de grande estima, sin asomo de críticas o consejos (como en las
otras). Es la "iglesia que preside, en el lugar
de la región de los romanos". No dice "sobre el lugar",
sino "desde el lugar", y afirma que "preside" (prokathetai),
término que en griego significa presidencia, según reproduce
también la antigua versión siriaca.
Esta
presidencia la ejerce sobre el agapé, término que tiene diversos
sentidos en las cartas de Ignacio
Un
sentido frecuente es el de Iglesia, tomada en su aspecto interno de
comunidad de amor (Tral 13,1; 12,1). Según eso, la Iglesia de Roma tiene
la presidencia sobre la
comunidad de amor que es la Iglesia universal, y no tanto porque sean
cuantiosas sus obras de caridad (Rm 3,1).
A
continuación,
analiza Ignacio el
magisterio autoritativo del obispo local (el suyo propio, o antioqueno),
viniendo a decir que
"yo no os doy mandatos como Pedro y Pablo, pues ellos eran apóstoles
y yo un siervo" (Rm 4,3). De hecho, encomienda la Iglesia de Antioquía a las
oraciones y cuidados de la Iglesia de Roma (Rm 9,1).
Según
ello, la Iglesia de Roma es la primada de toda la Iglesia, en cuanto a magisterio
autoritativo y en cuanto al cuidado pastoral del resto de iglesias, pues
"sólo ella, con Cristo, se cuida de
la huérfana Iglesia de Antioquía". Con todo, de estas frases no se deduce
el modo en que ha de
ejercitarse (o se ejercitaba ya) esa presidencia, a no ser en
los asuntos
del
magisterio preceptivo.
Espiritualidad.
El espíritu cristocéntrico
de Ignacio
se revela en la insistencia con que inculca
la imitación del Señor, si queremos vivir animados por su Espíritu (Ef
8,2). Esta
imitación de Jesucristo tiene que extenderse a la participación en su pasión por medio del
martirio (que para Ignacio es
la cumbre de
la imitación
del Redentor), y por ello hay que estar siempre dispuestos a él (Rm
5,3-6,1). Mientras llega la hora de contemplar a Cristo, hemos de hacer que
él more en nosotros y que nosotros
seamos sus templos.
Cristología.
Sostiene claramente Ignacio
tanto la divinidad del Señor como su
realidad humana, y no sólo
en
apariencia sino en verdadero cuerpo
y carne humana (Esm 7). Con ello, Jesucristo
es "hijo verdadero de la virgen María, e hijo de Dios según
la voluntad y poder de Dios" (Esm 1,1). Cristo como Dios está fuera
del tiempo (achronos) y es invisible, pero "se hizo por
nosotros visible y pasible para sufrir por todos nosotros" (Pol 3,2).
Afirma
también Ignacio
que la eucaristía
es el banquete del cuerpo de Cristo, y el banquete de
la unidad
entre todos los fieles y entre éstos y el obispo (Fil 4), así como
medicina de inmortalidad. Ignacio
se hace eco de la predicación y escritos apostólicos, que ya circulaban
por todas las iglesias, y expone antes que nadie un
ciclo cristológico que poco a poco cristalizará, con diversas formas, en
los Símbolos de Fe. En concreto, se refiere Ignacio a "Jesucristo, que nació,
padeció bajo Poncio Pilato, fue crucificado,
murió y
resucitó de entre los muertos" (Tral 9)... "para
levantar por su resurrección para siempre la bandera en favor de sus
santos y fieles" (Esm 1). Ver
aquí su Carta a Policarpo (),
Carta a Esmirna
(),
Carta a Éfeso
(),
Carta a Filadelfia (),
Carta a Tralles
(),
Carta a Magnesia
() y
Carta a
Roma ().
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