10 de Enero

Día 10 de Epifanía

Equipo de Liturgia
Mercabá, 10 enero 2025

a) 1 Jn 4, 19-5, 4

         ¿Nos acercamos hoy a la primera lectura? Porque la Carta I de Juan es un buen tratado de discernimiento de espíritus. Probablemente, os habréis preguntado más de una vez: Pero bueno, ¿se puede saber si amo a Dios? Y no sería de extrañar que luego os plantearais la cuestión: ¿Se puede saber en qué consiste eso de amar a Dios?

         ¿Quieres saber si amas a Dios? ¿Quieres evitar alguna de las muchas trampas que pueden conducirte al autoengaño? Aquí tienes un primer punto de referencia: examina tu grado de obediencia al querer de Dios. Y en un siguiente paso, sopesa qué calidad tiene esa disciplina. Porque seguro que descubrirás que ese amor-obediencia es perfectible en sus realizaciones y en su inspiración. No obstante, si adviertes en ti un impulso a vivir "como hijo de su agrado", da gracias a Dios con toda sencillez y sigue adelante.

         En la Carta I de Juan se te ofrece una nueva indicación: ama a tu hermano.

         En el 2º tercio del s. XX hubo una corriente filosófica que recibió el nombre de "empirismo lógico". La gran debilidad, incurable, que creía advertir en los sonoros enunciados religiosos era que no había manera de verificar el sentido de tales proposiciones. Si, por ejemplo, digo que "está lloviendo", tengo que saber traducir esta frase a un enunciado de observación que permita verificarla, a forma de "me asomo a la ventana y observo la caída de gotas de agua en esa forma de precipitación que llamamos lluvia".

         Siguiendo esta corriente, ¿cuáles serían los enunciados de observación que nos permitieran verificar proposiciones como "Dios nos ama" y "Dios es eterno"? O según nuestro caso, ¿cuál sería el enunciado protocolar que me permitiría decir "pues, sí, con toda la cautela con que hay que afirmar estas cosas, creo que el don del amor a Dios, derramado en mí por su Espíritu (Rm 5, 5), no lo tengo muerto"?

         Nos lo dice la misma Carta I de Juan: Puedes decir que amas al Dios invisible si amas a tu hermano al que ves, si al que llama a tu puerta para que le atiendas en una necesidad, no lo despides vacío con un "Dios te ampare, hermano". Éstas son cosas requetesabidas, pero en ocasiones puedes percibirlas con una lucidez especial. Si te pasa eso, ya lo sabes: a mayor conciencia, mayor responsabilidad.

Pablo Largo

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         Venimos haciendo esta semana la lectura continuada de la Carta I de Juan. Los versículos de nuestra lectura orante de hoy están enmarcados en la sección sobre las fuentes del amor y de la fe, tras habernos dicho ayer que "todo el que ama ha nacido de Dios y conoce a Dios, porque Dios es amor" (vv.7-8).

         El amor con el que Dios nos ama es lo primero. Es lo radical y fundante. Se trata de un amor activo, difusivo, creativo, y constituye el mejor rostro de Dios. Se revela y se realiza en nosotros, y constituye una historia de amor hacia nosotros y con nosotros. Se nos comunica en el Hijo de su amor, entregado y resucitado por nosotros.

         La iniciativa de ese amor suscita y espera respuesta por nuestra parte. Pero esa respuesta es auténtica si se da en una doble dirección, que podemos representar en sentido espacial: horizontal y vertical. Acoger y entender el regalo del amor de Dios incluye el amor fraterno. Quien no ama a su hermano a quien ve, no puede amar a Dios a quien no ve. Al Dios Amor no se puede acceder sin los hermanos. Sólo con el amor fraterno se corresponde a la iniciativa amorosa de Dios.

         Mas también la vertical nos remite a la horizontal. No se puede amar verdaderamente al Dios que es amor sin amar a los hijos de Dios, pues quien ama verdaderamente a Dios ama a los que han nacido de él. La vertical señala la autenticidad de la horizontal: "En esto conocemos que amamos a los hijos de Dios: si amamos a Dios y cumplimos sus mandamientos" (v.2). El amor de Dios consiste en que guardemos sus mandamientos.

         En la distancia temporal esto de guardar los mandamientos suele sonarnos a cumplir la ley moral de decálogo. Pero en este contexto inmediato se refiere al mandamiento del amor, que antes de ser tarea es gracia y don. Y aquí estamos tocando simultáneamente el centro de la vida humana, de la vida cristiana y de Dios mismo. Así de simple y de unificante, para embelesar nuestra mente y nuestro espíritu de discípulos.

Bonifacio Fernández

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         Hoy recordamos que "quien ama Dios, que ame también a su hermano" (v.21). ¿Cómo podríamos amar a Dios a quien no vemos, sin no amamos a quien vemos, imagen de Dios? Después que Pedro renegara, Jesús le preguntó si le amaba, y aquel respondió: "Señor, tú lo sabes todo, tú sabes que te amo" (Jn 21, 17).

         Como a Pedro, también a nosotros nos pregunta Jesús: "¿Me amas?". Nosotros queremos responderle: "Tú lo sabes todo, Señor, tú sabes que te amo". Pero también nos vemos impulsados a decirle: Pero ayúdame a demostrártelo, ayúdame a descubrir las necesidades de mis hermanos, a darme de verdad a los otros, a aceptarlos tal como son, a valorarlos».

         La vocación del hombre es el amor, es darse, es buscar la felicidad del otro y encontrar así la propia felicidad. Como dice San Juan de la Cruz, "al atardecer seremos juzgados en el amor". Vale la pena que nos preguntemos al final de la jornada, cada día, en un breve examen de conciencia, cómo ha ido este amor, y puntualizar algún aspecto a mejorar para el día siguiente. Como dice el Concilio II Vaticano, "todos los fieles, de cualquier estado o condición, son llamados a la plenitud de la vida cristiana y a la perfección de la caridad".

         El Espíritu Santo nos transformará como hizo con los apóstoles, para que podamos actuar bajo su moción, otorgándonos sus frutos y, así, llevarlos a todos los corazones: "El fruto del Espíritu es caridad, paz, alegría, paciencia, afabilidad, bondad, fidelidad, mansedumbre, templanza" (Gál 5, 22-23).

Llucia Pou

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         Un hecho en el que no solemos reparar es que el amor cristiano es fundamentalmente amor a los hermanos. El amor cristiano no es una vaga simpatía por la humanidad ni una romántica declaración del bien de la raza humana; tampoco puede traducirse en simple filantropía o en un programa político o de construcción de la sociedad, así se trate de aquella sociedad que nos parece que retrata mejor los valores del Reino.

         El amor predicado por el apóstol es aquel que nace ante la obra del amor. Así como en el plano puramente humano amamos lo amable, según los sentidos o según los intereses, así en este nivel de la vida de la gracia que ha llegado por Jesús amamos lo amable, es decir, amamos la obra que Dios ha hecho en alguien, arrancándolo de las tinieblas y acercándolo a la luz.

         Este modo hablar puede extrañarnos. Estamos dispuestos a pensar el amor cristiano como una realidad sin fronteras y parece que al decir que amamos a los nacidos de Dios estamos encerrándonos sólo en los que son o piensan como nosotros. La cosa es más compleja. Cada amor se define por su objetivo, el amado, pero también por su motivo, su causa.

         El amor cristiano tiene siempre una causa: Dios, y lo que nace de Dios. Esto implica que amamos a los que ya son de Dios y amamos a los que no son para que sean de él, para que nazcan de él. Amamos a todos pero esto no quiere decir que aprobamos a todos ni que estamos de acuerdo con todos ni que nos parecen iguales todos.

         Con otras palabras: amamos a los que ya son hermanos, porque sentimos y sabemos que han nacido de Dios, y amamos a los que no lo son para que un día estén en comunión con nosotros, y con el Padre y el Hijo.

         Seguramente nos puede extrañar la frase del apóstol Juan ("sus mandamientos no son pesados"; v.3). Pero se trata de una expresión que deberíamos leer en paralelo con aquello que nos dice el Señor en alguna parte del evangelio: "Mi yugo es suave". En contraste con las obligaciones onerosas de los fariseos, Jesús habla de un yugo suave, y su apóstol nos habla de mandamientos que no son pesados.

         La clave está en ese concepto que Juan nos ha venido repitiendo: "nacidos de Dios". Por eso dice: "Todo el que ha nacido de Dios vence al mundo" (v.4). Nacer de Dios es empezar a tener la vida de Dios. Y con la vida que él nos da están también la fuerza y la gracia para realizar lo que a él le agrada. Lo difícil, pues, no es obedecer a Dios, sino obedecerlo sin tener por dentro su vida.

         Esta es otra manera de referirnos al tema tan frecuente de la relación entre la ley y la gracia. La ley prescribe cosas buenas (Rm 7, 12) pero que resultan a la larga impracticables (Rm 7, 14-18). De este modo su función es más la de una denuncia que la de una curación de nuestros pecados. Por eso tenía que venir un tiempo de distinto, que San Pablo llama gracia y San Juan "nacer de Dios". En ese nuevo estado sí somos capaces de obedecer como por propio impulso lo que Dios quiere, porque ya no sólo lo quiere afuera de nosotros sino también adentro.

Nelson Medina

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         Nos presenta hoy Juan una imagen de oposición entre el cristiano y el mundo. Por justa que sea en la pluma de Juan, que da al mundo un sentido muy particular, corre el riesgo de ser muy equívoca para la mentalidad actual. Esta opinión de Juan, en efecto, podría acreditar la idea de que la Iglesia está separada del mundo, y la intención, llena de buena voluntad, que tiende a establecer un diálogo entre la Iglesia y el mundo.

         Esta visión dualista de dos sociedades separadas es falsa, como decir que la Iglesia no tiene que "ir al mundo" para llamarlo a la conversión y para darle la fe y la caridad. La Iglesia está el mundo en vías de hacerse, y tiende a ser la humanidad reunida por el Espíritu de amor. Pero sólo conseguirá esto poniéndose, como Cristo, al servicio de los hombres, con el fin de ser el catalizador de su fraternidad.

         En el momento en que una institución eclesiástica, escuelas, partidos, sindicatos, opone a los hombres entre sí no actúa como Iglesia, aun cuando se apoye en una desacertada interpretación de los vv. 1-5. La misión esencial de la Iglesia es la comunión de los hombres y debe cumplirla en nombre de Jesucristo, al cual se refiere explícitamente la asamblea eucarística, única institución eclesial decisiva.

          El cristiano es el hombre abierto a la iniciativa de Dios; el mundo es el hombre replegado sobre sí mismo (1Jn 3, 2). Pero Juan aporta aquí una idea nueva (la única de este pasaje): "El cristiano ha vencido al mundo" (vv.4-5). Esta victoria es a la vez pasada (v.4) y presente (v.5). El pasado es el momento de la conversión; el presente es la fe de cada día.

         Pero Juan piensa también en la victoria inicial y decisiva de Cristo sobre el mundo (Jn 16, 33). Esta victoria no es de orden externo, como la de un ejército sobre otro. La gana Cristo sobre lo que, en él, hubiera podido ser tentación de salvarse por sí mismo. Y en cada discípulo de Cristo es la victoria sobre la tentación de autodivinización y el abandono de nuestra salvación a la iniciativa de Dios. De ahí que la victoria haya comenzado en el momento de la conversión y se prosiga todo el tiempo que la fe en Dios inspire el comportamiento del discípulo.

Maertens-Frisque

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         De nuevo Juan repite hoy los temas que ha ido desarrollando, cada vez con matices nuevos, a lo largo de su carta, sobre el amor que Dios nos tiene y el amor que nosotros debemos tener a Dios y al hermano. Los argumentos se suceden en cadena:

-Dios nos amó primero, por eso debemos amarle nosotros también;

-pero la segunda respuesta a ese amor de Dios es que amemos también al hermano. Aquí la antítesis es muy expresiva: "Si alguien dice que ama a Dios y aborrece a su hermano, es un mentiroso: pues quien no ama a su hermano, a quien ve, no puede amar a Dios a quien no ve";

-el que dice creer en Jesús debe también aprender y cumplir la doctrina que él nos enseñó: el doble mandamiento del amor, íntimamente unido (amar a Dios y amar al prójimo);

-el que sabe que es hijo, nacido de Dios, debe cumplir sus mandamientos. Mas el mandamiento principal de Dios es el amor al hermano;

-cumplir estos mandamientos, y por tanto amar al hermano, no es una carga pesada, porque ya participamos en la victoria de Cristo contra el mal del mundo.

         Hay veces que las lecturas bíblicas no necesitan mucha explicación, porque se entienden muy bien: lo que nos cuesta es llevarlas a la práctica. El examen de conciencia que Juan nos ha propuesto en su carta nos afecta a todos en la vida de cada día: sólo podremos afirmar que amamos a Dios si amamos al hermano, que está a nuestro lado. Si no, somos unos mentirosos.

         Al terminar nuestra vivencia de la Navidad, se nos pregunta sobre la coherencia con lo que hemos celebrado. Lo fácil es cantar cantos al niño nacido en Belén, y alabar a Dios por su amor. Quedar satisfechos porque "amamos a Dios". Lo difícil es sacar las consecuencias para nuestra vida: que en el trato con las personas que nos rodean seamos tan comprensivos y generosos como Dios lo ha sido con nosotros.

José Aldazábal

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         Una nueva verdad fundamental, contundente, mayor, nos presenta hoy el apóstol Juan, como todos estos día pasados. Cada día una verdad fundamental, mas hoy se trata de la contradicción entre un amor a Dios (invisible) junto a un desamor al prójimo (visible).

         En realidad habría que caer en la cuenta de que lo que Juan nos presenta como contradictorio e imposible no lo es (en un 1º sentido, al menos). No sólo no es imposible, sino que es la experiencia nuestra de cada día: estamos hartos de ver y conocer personas que dicen amar mucho a Dios, tanto, que no quieren distraerse con ninguna otra preocupación referente a los humanos, y que por eso mismo no quieren saber del mundo, la política, de la economía, del sistema social que a tantos seres humanos está dificultado la vida. ¿Miente esta gente? No. Lo que pasa es que tienen una idea (imagen) de Dios que no es la de san Juan.

         Hay gente que piensa a Dios como un ente separado del mundo y de los seres humanos, un Dios que está por encima de las nubes y que podría ser pensado o amado con independencia de cualquier referencia a los humanos. Los dioses griegos eran así, por ejemplo; eran dioses que vivían en el Olimpo, en otro mundo. Pero el Dios del que Juan habla es el Dios cristiano. Esa es la diferencia.

         Si se habla o se piensa en un Dios que no sea sino el concepto universal de las religiones, es posible amarlo y no amar al prójimo, ¿por qué no?, y eso es algo que vemos con demasiada frecuencia. Pero si se habla del Dios de Jesús, del Dios encarnado, que se ha identificado con todos los hombres y especialmente con los más humildes (Mt 25, 31), entonces no es posible amar a Dios y no amar al prójimo. Juan tiene toda la verdad, siempre que entendamos que está hablando del Dios de Jesús. Si se tratara de otro dios, las cosas serían distintas.

Servicio Bíblico Latinoamericano

b) Lc 4, 14-22

         Cuando Mateo presenta a Cristo con los rasgos de un rabí ambulante (Mt 4, 12-17), Lucas, más liturgista, comienza y termina su evangelio por la narración de acontecimientos que se desarrollan en el templo (Lc 1,5-23; 24,50-53), y da comienzo al ministerio de Cristo dentro de la liturgia sinagogal del sábado.

         Esta última exigía generalmente dos lecturas. La 1ª lectura, sacada de la ley (Pentateuco), era leída y comentada por un doctor de la ley; la 2ª lectura, de origen más tardío, tenía que ser extraída de los profetas y podía ser leída y comentada por cualquiera que tuviese al menos 30 años. Jesús tiene 30 años y reivindica el derecho de leer y comentar esta segunda lectura. Su 1º discurso público es, pues, una homilía litúrgica.

         Lucas no ha conservado el mismo discurso de Cristo, pero resume lo esencial de él en una sola frase: "Hoy se cumple" (v.21). Todas las leyes de la homilía están contenidas en este pequeño versículo. La liturgia de la Palabra no es una simple lección moral de catecismo, ni la afirmación de la esperanza escatológica fomentada por los profetas; esta liturgia proclama el cumplimiento del designio del Padre en el hoy de la vida y de la asamblea. No se contempla ya un pasado cumplido, aunque sea edad de oro u ocasión de caída; ya no se sueña más en un futuro extraordinario; se vive el tiempo presente como momento privilegiado para la venida del Señor.

         Los apóstoles, a su vez, han respetado este procedimiento homilético de Jesús (Hch 13,14-42; 16,13-17; 17,1-3; 18, 4). La liturgia cristiana de la Palabra es, por consiguiente, hija de la de la sinagoga; cumple el recuerdo de ésta del pasado y la esperanza del futuro en la celebración de hoy. Sin embargo, ¿puede uno preguntarse si los sermones pronunciados en las asambleas cristianas son fieles a los de Cristo o a los de los doctores de la ley?

         Lucas parece haber detenido intencionadamente su lectura en el momento en que la profecía de Isaías anunciaba "un año de gracia". Pasa en silencio el versículo siguiente, que anunciaba el juicio de las naciones ("y un día de venganza para nuestro Dios"; Is 61,2), para insistir exclusivamente, sin duda, en la gracia de Dios. Estas palabras de gracia provocan el asombro de la asamblea (v.22) y son el origen de los incidentes narrados en los vv. 25-30. Precisamente para reforzar la idea de que su misión, toda, es de gracia y no de condenación, Cristo (o Lucas) ha añadido dentro de la cita de Is 61, 1-2 un versículo, tomado de Is 58, 6, sobre la libertad ofrecida a los prisioneros.

         Cristo define de una vez su misión como una proclamación del amor gratuito de Dios a todo hombre. Tal revelación sólo podía producir escándalo a los judíos que esperaban la escatología con todo el ardor que el odio a los paganos podía producirles.

         Lucas atribuye mucha importancia a la misión del Espíritu en la vida de Cristo. De hecho, el Espíritu Santo está en el bautismo para confirmar la vocación mesiánica de Jesús (Lc 4, 1), le presta su poder en la realización de los milagros de Jesús (Lc 5,17; 6,19; 9,1), le ayuda en la elección de sus discípulos (Hch 1, 2) y le reconforta en su misión (Lc 10, 21). El es el don del Padre (Lc 11, 13) y característica de los últimos tiempos (Lc 24, 49; Hch 1,4-8; 11,16; 2,1-4). Se comprende entonces que Lucas haya conservado la homilía de Cristo en Cafarnaum, en cuanto constituye el reconocimiento por parte de Cristo de su vocación en el Espíritu.

         Decir que hoy se cumple la palabra de Dios (ésta es la misión de la homilía) no sólo significa que se realiza una profecía antigua o que un texto inspirado toma repentinamente importancia. Lo que se cumple no es ante todo la Palabra de los profetas o de los teólogos, sino esta palabra de Dios más profunda que cristifica a la humanidad, así como la vida y la condición de los hombres. Decir que la palabra de Dios se cumple quiere decir que la humanidad, hoy, ha incorporado a Dios en Jesucristo.

         No se trata, pues, de hacer una homilía que tratara de aplicar tal o cual texto inspirado, tal o cual palabra profética a los acontecimientos vividos por los miembros de la asamblea; se trata más bien de revelar, como lo hace el evangelio con el acontecimiento privilegiado Jesucristo, cómo el acontecimiento vivido actualmente por los hombres y los cristianos es revelador del designio cristificador de Dios.

         Las fuentes y el vocabulario bíblicos deben desdoblarse en fuentes y vocabulario sociológicos y psicológicos. Para esto es preciso disociar la obra de Jesucristo del contexto sociocultural al que está ligada, lazo que la palabra de los evangelistas ha reforzado con frecuencia, para verla en acción en el ambiente contemporáneo como una respuesta a la búsqueda de Dios que lleva a cabo un pueblo concreto al que se dirige la homilía.

         De esta manera, en el momento actual de los hombres es como la homilía incorpora el hoy de Dios y merece ser el ministerio de la palabra de Dios.

Maertens-Frisque

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         La escena evangélica de hoy tiene lugar en la sinagoga de Nazaret, bastión del nacionalismo más exaltado, merced a su complicada orografía, que favorecía la resistencia armada contra las tropas de ocupación. Jesús regresa a su pueblo con la aureola de predicador y taumaturgo de que viene rodeado por su actividad en Cafarnaum (v.23). Jesús tiene por costumbre acudir a la sinagoga el sábado, para enseñar y encontrarse con el pueblo (v.15).

         En Nazaret, sin embargo, proclama el cambio total que se ha producido en su vida después de la gran experiencia de Dios que ha tenido en el Jordán. Jesús tiene ahora plena conciencia de ser el Mesías que ha de inaugurar el reinado definitivo de Dios en la historia de la humanidad. Pero sabe muy bien que su mesianismo no comulga con el triunfalismo que lo rodea. Las tentaciones del desierto han servido para clarificar este concepto.

         El ambiente de la sinagoga es de suma expectación. Pretende que Jesús se pronuncie públicamente a favor de la causa nacionalista y que se ponga del lado de los fanáticos. Jesús es quien toma la iniciativa de levantarse para tener la lectura.

         El responsable de la sinagoga pone en sus manos el rollo del profeta Isaías, que contenía ciertas profecías mesiánicas que todos se sabían de memoria. Jesús abre el volumen en el pasaje preciso (dio, después de buscarlo, "con el pasaje donde estaba escrito"; v.17) donde se habla sin ambages del cambio histórico que el Mesías debía llevar a cabo a favor de Israel y contra las naciones paganas que lo oprimen.

         Lee Jesús en voz alta este pasaje, pero interrumpe la lectura al final del 1º hemistiquio de un verso, silenciando el 2º hemistiquio que todos esperaban. El texto de Isaías decía: "El Espíritu del Señor descansa sobre mí, porque él me ha ungido para proclamar el año favorable del Señor y el día del desquite" (Is 61, l).

         Jesús proclama que la profecía se acaba de cumplir en su persona ("hoy ha quedado cumplido este pasaje ante vosotros que lo habéis escuchado"; v.21), y centra su homilía en la inauguración del Año Santo por excelencia ("el año favorable del Señor"), pero omite cualquier referencia al desquite y castigo. De ahí que "todos estaban extrañados" y se quedasen con que de su boca "sólo salían palabras de gracia" (v.22a).

         Los traductores y los comentaristas de Lucas andan de cabeza acerca de la interpretación de la expresión griega lucana, a causa de su ambivalencia. En efecto, el término "dar testimonio" se puede construir, en griego, de dos maneras, con dativo favorable o desfavorable.

         Generalmente se interpreta que "todos daban testimonio a su favor", cuando aquí lo que es más propio es el sentido opuesto: "Todos se declaraban en contra, extrañados de que mencionase tan sólo las palabras sobre la gracia". La frase despectiva con que lo apostrofan a continuación lo confirma: "Pero ¿no es éste el hijo de José?" (v.22b), o literalmente "el hijo del Pantera", apodo de la familia de Jesús según antiguos documentos rabínicos y cristianos.

         El rechazo de que es objeto en su patria presagia el rechazo de que será objeto en Israel. Lucas lo anticipa, como anticipa también la futura extensión del programa mesiánico de Jesús a todas las naciones paganas: "Os aseguro que a ningún profeta lo aceptan en su tierra" (v.24). Las dos analogías, la de la "viuda de Sarepta" y la de "Naamán el Sirio", ambos extranjeros, que les echa en cara, dejan entrever que el alcance de la misión no se circunscribirá sólo a Israel.

         El fanatismo nacionalista de sus compatriotas no se contenta con recriminarle su falta de compromiso, sino que "mientras oían aquello, todos en la sinagoga se fueron llenando de cólera y, levantándose, lo expulsaron fuera de la ciudad y lo empujaron hasta un barranco del monte sobre el que estaba edificado su pueblo, con la intención de despeñarlo" (vv.28-29).

         De hecho, al final de su vida, lo sacarán fuera de la ciudad de Jerusalén y lo ejecutarán como si fuese un zelota más, crucificándolo en medio de dos malhechores. Y para más inri, en la inscripción de la cruz se lo reprocharon de nuevo, echándole en cara que se haya autoconstituido "rey de los judíos" y mesías de Israel. Sea como sea, conseguirán hacerlo callar de momento, porque su mensaje estorba a unos y a otros. Al fin, todos se pondrán de acuerdo contra él. Ya se veía venir desde el principio.

         Pero Jesús, "abriéndose paso entre ellos, emprendió el camino" (v.30). Con todo, nunca podrán ahogar su clamor universalista, y su persona y su mensaje continuarán influyendo en la historia, encarnándose en hombres y mujeres que, fieles a su compromiso, se alejarán de todo sistema de poder e irán creando pequeños oasis de solidaridad y de fraternidad.

Josep Rius

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         Hoy leemos otra epifanía de Jesús, otra de sus manifestaciones luminosas. Se trata de su participación en el culto de la sinagoga de su propio pueblo, en la pequeña aldea de Nazaret. Jesús lee ante sus paisanos un texto que anuncia la venida de un enviado de Dios, lleno de su Espíritu, para anunciar la buena noticia, el evangelio, a los pobres, curándolos de paso de todas sus enfermedades. Terminada la lectura Jesús se aplica el texto diciendo simplemente: "hoy se cumple esta Escritura que acaban de oír".

         El mismo evangelista nos ha dicho, al comenzar el pasaje que leímos hoy, que Jesús recorría toda Galilea, enseñando y mereciendo la alabanza de quienes lo escuchaban y seguían. No comienza Jesús enseñando en el templo de Jerusalén a las gentes piadosas que allí acudían diariamente, ni se dirige a los poderosos sacerdotes, ni a los sabios escribas, ni a los agentes del poder romano.

         Jesús anuncia su evangelio, su buena noticia del amor de Dios, a las pobres gentes de Galilea. Jesús entra a enseñar a las pequeñas sinagogas de su tierra, como viene a enseñarnos ahora, en nuestras humildes y rústicas iglesias, en nuestras propias casas pobres. Su evangelio no es tanto para los doctores y los poderosos, preferentemente para los más pobres y humildes del mundo, en los más apartados lugares de la tierra, allí donde haya hombres y mujeres que sufran y que esperen en Dios, hasta allí llega la palabra salvadora del evangelio, de la buena noticia de Jesús.

José A. Martínez

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         "Un profeta nunca es bien recibido en su propia casa". Se trata de unas palabras, pronunciadas por Jesús, que éste dice por la falta de fe de sus compatriotas. En esta ocasión se encuentra en casa. Según su costumbre, dice el pasaje, "se levantó" para leer en la sinagoga. Usa todos los momentos para poder dar a conocer el mensaje de la salvación que está por llegar. No quiere perder ninguna oportunidad para enseñarles a los hombres un poco más acerca de su Padre.

         "El Espíritu del Señor está sobre mí", dijo Jesús. ¡Qué realidad de la vida de Cristo! En efecto, él siempre ha sido movido por el Espíritu Santo. Es más, antes cualquier empresa importante en su vida precede un tiempo magnifico, y bien aprovechado, de oración. Momentos muy preciados en su vida. La oración en Jesús siempre toma un lugar predilecto. Él así lo vive y así nos lo enseña.

Juan Pablo Menéndez

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         Jesús anuncia hoy su proyecto en una sinagoga donde el ambiente era de suma expectación. Todos esperaban que Jesús se pronunciara a favor de la causa nacionalista y que se pusiera del lado de los fanáticos del pueblo. Pero no, Jesús no hace eso, sino que anuncia que el texto de Isaías se acaba de cumplir en su persona y centra su predicación en la inauguración del "año favorable del Señor".

         Jesús centró el anuncio de su programación mesiánica en la gracia, y de ahí el repudio de los maestros de la sinagoga, al decirse más o menos: ¿Cómo éste cualquiera, uno que no pertenece al ambiente sacerdotal, se atreve a proclamar el año de gracia de Dios? De esta forma, Jesús define su tiempo como el tiempo permanente de justicia, libertad, restitución y humanidad.

         El proyecto de Dios fue en el tiempo de Jesús, y sigue siendo hoy, la posibilidad histórica de experimentar al Dios y Padre que desde el AT liberó a su pueblo del dominio de Egipto con mano fuerte y brazo extendido, y que a través de los profetas los fue fortaleciendo con su palabra y con su testimonio, y que con Jesús lo entregó todo para que cada persona logre tener en su propia vida la gracia.

Confederación Internacional Claretiana

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         Nos encontramos frente a un texto del evangelio que recoge la razón de ser del ministerio de Jesús. Él expone frente a la asamblea sinagogal, en Nazaret, para qué lo envió su Padre, cuál era su verdadera misión. Un cristiano no podrá negar nunca que Jesús vino a salvar a la humanidad. Pero tendrá también que afirmar, con el evangelio en la mano, que lo vino a hacer a través de la realidad del Reino: "anunciar la buena noticia a los pobres y oprimidos" por el egoísmo de las personas y de las estructuras.

         Para entender este tipo de salvación centrada en el pobre, el evangelista retoma unos signos muy concretos, los mismos que el profeta Isaías había señalado para anunciar su propia misión: "Dar libertad a los cautivos, dar vista a los ciegos, liberar a los oprimidos e inaugurar un año de perdón de deudas". Por eso se llama un "año de gracia" que se proclama en nombre de Dios.

         Llegar a hacer esto en la sociedad, presupone cambiar sus estructuras: de insolidarias, de elitistas, de excluidoras, de usureras... hay que hacerlas pasar a ser solidarias, igualitarias, fraternas. Por eso, este trabajo del Reino que toca realidades sociales, y es el trabajo más espiritual que se pueda pensar, exige la conversión interior de personas y estructuras.

         Unas líneas más adelante, el evangelio nos dice que, por causa de esta propuesta, la asamblea sinagogal se alborotó e intentó despeñarlo. Así se mataba la persona y su propuesta. Los seguidores de Jesús no pondrán nunca olvidar su proclama del Reino. Es una propuesta revolucionaria que jamás podrá darse sin dificultades y sin persecución. Quien acepte ser discípulo del Reino, habrá de tener claro que la propuesta de Jesús toca lo social, ya que el Reino de fraternidad que Jesús anuncia debe comenzar a palparse en esta vida. De lo contrario Dios no tendría sentido concreto para los pobres.

Servicio Bíblico Latinoamericano

c) Meditación

         El evangelista Lucas sitúa hoy a Jesús en la comarca de Galilea, enseñando en las sinagogas y recibiendo alabanzas de todos, disfrutando del éxito y extendiendo su fama por toda la región. Nazaret, el lugar en el que se había criado, también gozó de su presencia y actividad profética. Pero allí no tuvo tanto éxito, y allí notó Jesús el desprecio que se dispensa a los profetas en su propia patria.

         En concreto, el evangelista nos dice que, estando en Nazaret, Jesús entró en la sinagoga, como era su costumbre los sábados, y se puso en pie para hacer la lectura. Se trata de la lectura sinagogal que correspondía a ese día. Por eso se le entrega el libro (= rollo) del profeta Isaías, y él, desenrollándolo, lee en voz alta el pasaje indicado:

"El Espíritu del Señor está sobre mí, porque él me ha ungido. Me ha enviado para dar la buena noticia a los pobres, para anunciar a los cautivos la libertad, y a los ciegos la vista. Para dar libertad a los oprimidos, para anunciar el año de gracia del Señor".

         Tras la lectura del texto bíblico, venía el comentario del rabino, pues la palabra de Dios no podía quedar sin comentario. Se trataba de una enseñanza que tenía que ser esclarecida y aplicada a la vida de los oyentes. Por eso la gente se sienta y se dispone a escuchar manteniendo los ojos fijos en él.

         La expectativa ante la palabra de cualquier rabino aquí doblaba su intensidad y emoción. Jesús se había criado entre ellos, era el hijo del carpintero, conocían a sus parientes y estaban realmente expectantes. Y Jesús no defrauda esas expectativas, aunque más tarde se vea obligado a decir: No desprecian a un profeta más que en su tierra, entre su gente.

         Al parecer, comenzó su discurso Jesús con esta frase, tan rotunda como contundente: Hoy se cumple esta Escritura que acabáis de oír. Es decir, yo soy ese Ungido del que habla Isaías, enviado para dar la buena noticia a los pobres y para anunciar a los cautivos la libertad; yo soy el designado por Dios para anunciar el año de gracia del Señor.

         Hoy, por tanto, se cumplen los tiempos mesiánicos (viene a decir Jesús), y en este momento histórico ha empezado a resonar la buena noticia a los pobres de este mundo. Yo soy el portador de esa noticia. Yo soy el que viene de parte de Dios no sólo para anunciar, sino también para dar la libertad o la gracia presentes en ese anuncio. Hoy, con mi actividad, se cumple esta Escritura. No hay que esperar, por tanto, a otro tiempo ni a otra persona. Hoy es el momento del cumplimiento.

         A pesar de ser tan novedoso e impactante el discurso, no parece que provocara ningún rechazo en la asamblea. Al contrario, todos le expresaron su aprobación y se admiraron de las palabras de gracia que salían de sus labios.

         Sólo más tarde, cuando no cumple con sus expectativas y exigencias (de milagros), empieza a encontrar oposición y rechazo por parte de sus paisanos. Pero en este momento Jesús es acogido como un verdadero Mesías o libertador. Son los momentos idílicos de la relación de Jesús con su pueblo.

         También nosotros podemos pasar por diferentes fases en nuestra relación con Jesús: una fase de acogida entusiasta, una fase de acostumbramiento, una fase de desencanto (porque no cumple nuestras expectativas), una fase de indiferencia, una fase de desprecio, una fase de incredulidad... y en algunos casos, hasta una fase de rechazo visceral o de odio. Pero él seguirá siendo aquel en el que se cumple la Escritura de Isaías, porque con él ha llegado la buena noticia a los pobres.

         Y pobres de este mundo no son sólo los que carecen de recursos económicos, sino que son también los que carecen de recursos culturales (analfabetos) y sanitarios. O los que, teniéndolos, carecen de salud (enfermos) o de vigor (ancianos), o de afecto y compañía (solitarios), o de consideración social (marginados, mendigos, vagabundos), o de estabilidad laboral o humana, o de autoestima (maltratados), o de dignidad (porque nadie se la reconoce), o de esperanza, más allá de lo que cabe esperar de esta vida (desesperanzados, desesperados, suicidas). Porque otros se la han arrebatado junto con la fe, o de amor de Dios (porque no lo conocen para poder experimentarlo).

         Aunque quizás la mayor de las pobrezas para el ser humano sea la carencia de Dios, o el no poder recurrir a él porque se desconoce su existencia. Para estos el evangelio es buena noticia, porque el evangelio proclama que tenemos Dios y que ese Dios es Padre y nos ama.

         Para eso ha venido el Hijo a nosotros, para testificarlo. Es verdad que la noticia no tendrá ninguna eficacia si no es acogida o en aquellos por quienes no es acogida. Para estos será una simple información, despreciable por falta de credibilidad.

         En cualquier caso, será una noticia despreciada o desoída. Pero ahí estará como un permanente desafío o una oferta permanente de bondad, de libertad, de gracia que brota de lo más alto o de lo más profundo de nuestro ser. Nosotros, los que nos profesamos cristianos o no hemos renegado de nuestra condición bautismal, somos los que hemos conocido esta buena noticia del amor de Dios, manifestado en Cristo Jesús.

         Vivamos de este conocimiento experiencial, y nunca nos sentiremos desamparados ni experimentaremos la gélida sensación de estar solos en la inmensidad del universo, porque en la circunstancia más desgraciada percibiremos el calor que proporciona el regazo de nuestro Padre.

JOSÉ RAMÓN DÍAZ SÁNCHEZ·CID, doctor en Teología

 Act: 09/01/25     @tiempo de navidad         E D I T O R I A L    M E R C A B A    M U R C I A