23 de Diciembre
Día 23 de Adviento
Equipo
de Liturgia
Mercabá, 23 diciembre 2025
a) Mal 3, 1-5.23-24
El anuncio del profeta Malaquías, de que Dios enviará un mensajero, prepara en paralelo el relato evangélico del nacimiento de Juan.
Nos situamos en el Israel del s. V a.C, en un reino estancado políticamente y en el que los abusos (por parte de las autoridades, hacia el pueblo) están a la orden del día. Un reino que, por otra parte, vive la más completa desidia religiosa, con unos sacerdotes que se desquitan de su grey, y con un templo cuyo culto acusa la más completa deficiencia. De ahí que un nuevo profeta (Malaquías) sea llamado por Dios, para anunciar una queja generalizada y una muy necesaria reforma en todas las instituciones.
Más en concreto, Dios anuncia reformas, y el envío de un mensajero que prepare el camino del mismo Señor. Su venida será gracia y juicio a la vez, y fuego de fundidor que purificará quemando, para que la ofrenda del templo sea dignamente presentada ante el Señor.
¿Y quién podrá resistir el día de su venida? Una de las características de la misión de este mensajero es que "convertirá el corazón de los padres hacia los hijos, y el corazón de los hijos hacia los padres".
El salmo responsorial de hoy da mayor suavidad al tema y nos hace repetir con confianza, ante este día de la venida del Señor: "mirad y levantad vuestras cabezas: se acerca vuestra redención". Eso sí, con un compromiso de caminar por las sendas de Dios, con lealtad y rectitud, y guardando la alianza con Dios.
Los judíos habían interpretado que este mensajero (anunciado por Malaquías) se refería al profeta Elías (que habría de volver al final de los tiempos). Pero Jesús lo identificó con Juan Bautista.
José Aldazábal
* * *
Los profetas no únicamente anuncian tragedias y catástrofes, como estamos acostumbrados a pensar. Pues a pesar de la decadencia generalizada, también son capaces de anunciar la esperanza, proclamar la utopía e indicar los pasos necesarios para alcanzarla. En este texto, Malaquías nos habla de una vuelta del Señor a su pueblo: un mensajero consolidará la alianza pactada desde antiguo, y constantemente infringida por la infidelidad de Israel.
La presencia del mensajero de la Alianza significa que el Señor del universo acompañará, desde su santuario, a todo el pueblo que está atento a su voz y a su presencia. Para que esto sea posible es necesario dar varios pasos previos.
El 1º de ellos es liberar al pueblo de los pecados. Pero no de cualquier trasgresión superflua, sino de la más grave de todas: la violencia y la opresión que se había instalado en el corazón de la nación. La conducta corrupta de los gobernantes y la desidia del pueblo eran los más claros síntomas de que se había infringido la Alianza.
Ante esta situación, el profeta debe actuar como una fragua, y purificar con su acción radical la falta de temple de la nación. Dispuesto de este modo el pueblo y sus dirigentes, la nación podía encaminarse a renovar la alianza con Dios, por medio de un compromiso que consiste en el respeto del derecho y en la observancia de la justicia.
La propuesta del profeta Malaquías, sin embargo, no es atendida. Por eso, en la plenitud de los tiempos, el Hijo de Dios se verá abocado a instaurar una Nueva Alianza. Una Nueva Alizanza que ya no será exclusiva de un pueblo, sino patrimonio de la humanidad. Se irradiará desde cada ser humano, y se comprometerá en la realización de la justicia y el derecho. Ellos serán el santuario, desde el cual se proclame la Buena Nueva.
Servicio Bíblico Latinoamericano
b) Lc 1, 57-66
Hoy hemos escuchado el relato del nacimiento de Juan, el Precursor, que se completará mañana con el cántico de su padre Zacarías (el Benedictus) y nos preparará así próximamente a celebrar el nacimiento de Jesús.
Dios ha decidido que ha llegado ya la plenitud de los tiempos y empieza a actuar. La voz corre por la comarca y todos se llenan de alegría. Tienen razón los vecinos: ¿qué será de este niño? Juan será grande.
Durante bastantes días, en este Adviento, hemos ido leyendo pasajes en que se cantan las alabanzas de este personaje, decisivo en la preparación del Mesías: el testigo de la luz, la voz de heraldo que clama en el desierto y prepara los caminos del Señor, la creación de grupos de discípulos... que han ido predicando la conversión e inminente venida del Señor, en forma de Profeta definitivo.
El nombre, para los judíos, tiene mucha importancia. De hecho, Juan significa "favor de Dios", y nadie en la historia de Israel se había llamado nunca así. Pues Dios sigue siempre ofreciendo nuevos caminos, casi siempre sorprendentes.
José Aldazábal
* * *
El evangelio de hoy nos presenta la gran alegría que supuso para toda la comarca el nacimiento de Juan el Bautista, el Precursor. Una alegría que, para aquella familia y aquel pueblo, nacía del corazón.
Una alegría que es doble. Pues Zacarías se había quedado mudo, cuando el ángel lo había castigado a no poder contar ni una palabra a Isabel de lo que le había ocurrido. Y había pasado 9 meses de larga espera, en silencio y con tiempo suficiente como para recobrar la paz y la serenidad (aceptando con dolor el sufrimiento, y aprendiendo a ser humilde).
Por eso, su lengua se desata en el momento oportuno. Pues ni Zacarías ni nadie esperaban ya una recuperación, y ésta sucede de improviso (como de improviso había llegado aquel día el ángel), sabiendo en este caso el anciano sacerdote cómo responder. La gratitud y la alabanza a Dios son sus primeras palabras, en un Cántico de Zacarías lleno de júbilo emocionado.
Isabel había concebido a Juan en su seno, mientras Zacarías (en silencio) había recobrado su fe y confianza en Dios. Y en ambos se había dado el milagro.
La vida espiritual se construye a base de pequeños (o grandes) milagros que se dan en esa esfera íntima del alma, que sólo Dios y cada uno conoce. Pero no por ello dejan de ser milagros. Pues Dios toca con su mano nuestras almas (más a menudo que nuestros cuerpos) y, como dice el evangelio, "la mano del Señor estaba con él" y con nosotros.
Porque Dios quiere engendrar, en cada uno de nosotros, un hombre nuevo. Y quiere hacerlo mediante la humildad y el crecimiento (de nuestra fe y confianza), por medio de la donación y de la entrega generosa. Porque sin amor no podemos hacer nada meritorio. El hombre nuevo que coopere a la acción de Dios, será consciente de su pequeñez, así como de esa mano divina le sostiene.
Rodrigo Escorza
* * *
A las puertas ya de la Navidad, y en su misma víspera, la liturgia nos presenta el anuncio del mensajero que "preparará el camino delante de Dios", y la realización de esa promesa: el nacimiento de Juan, el Precursor.
Sobre ese nacimiento, el evangelio nos ofrece una escena muy pintoresca, con un padre que está mudo por la obstinación, y una madre que lucha contracorriente con sus vecinos. Eso sí, tanto Isabel como Zacarías están de acuerdo en una cosa: la esperanza de Israel no se ha perdido, y la utopía es posible. El niño presagia que las expectativas no son inútiles, que Dios se ha acordado de su pueblo, y que envía un mensajero para preparar el camino hacia la irrupción del tiempo definitivo.
No obstante, la esperanza sobre este tipo de niño (precursor del tiempo definitivo) se consuma de una forma oculta, con un nacimiento humilde, concreto y real: de carne. Un niño, de carne y hueso, humilde y desconocido en su momento, que va a ser el protagonista del futuro, aparte de devolver la confianza perdida, la seguridad interior y la compañía de Dios, bajo los velos de la carne humilde y tierna.
Servicio Bíblico Latinoamericano
c) Meditación
La biografía de Juan el Bautista es la de un elegido de Dios para desempeñar una función importante en la historia de la salvación. Antes que ser bautista (y en su condición de tal, precursor mesiánico) fue llamado Juan al desierto, pero antes aún que la llamada está la elección.
Todos los datos de su biografía así lo indican. Es el hijo de unos padres ancianos y estériles, hasta que Dios quiebra su esterilidad o saca de ella fecundidad. Su nacimiento es anunciado con antelación a su padre, Zacarías, un hombre que, debido a la edad, ha perdido toda esperanza de paternidad.
Y el anuncio se hizo realidad. Su mujer, Isabel, contra todo pronóstico, quedó embarazada y, habiéndosele cumplido el tiempo, dio a luz un hijo, el hijo llegado cuando ya nadie lo esperaba porque la naturaleza de aquel matrimonio de ancianos parecía desprovista de todo vigor.
Aquel nacimiento en edad inusual significó para los parientes y vecinos un motivo de extrañeza y de gozo al mismo tiempo. Al darles el regalo inesperado de un hijo, Dios les había hecho una gran misericordia, pues les había liberado del baldón, casi un estigma, de la esterilidad. Había, por tanto, motivos para felicitarles.
A los 8 días tocaba circuncidar al niño, tal como preveía la ley, y declarar su nombre. La circuncisión lo hacía miembro del pueblo elegido. Pero él ya era un elegido de Dios antes incluso de pasar a integrar la nómina de ese pueblo. Por eso tendrá el nombre que el elector ha dispuesto para él, y no el que debía llevar el primogénito según los usos y costumbres más arraigados en el judaísmo, el nombre del padre.
Tendrá que intervenir la madre para evitar que se le llame Zacarías, como a su padre, porque el niño ya tiene nombre, el que le ha puesto aquel que le encomendará la misión a realizar en la vida. Juan es su nombre, replica Isabel, contraviniendo las costumbres usuales de su pueblo.
Y como les resulta extraño este modo de proceder, le preguntan al padre, que permanece mudo tras la anunciación del ángel. Él escribió: Juan es su nombre, porque el mismo que había anunciado anticipadamente su concepción y nacimiento le había impuesto ya el nombre, es decir, le había asignado misión y oficio. En ese mismo instante Zacarías recupera el habla para bendecir a Dios, causando la admiración de los testigos.
La acumulación de hechos extraños provocó la sensación de estar ante algo inusual y extraordinario: todos los vecinos quedaron sobrecogidos y la noticia corrió por toda la montaña de Judea. Era la manera de destacar lo singular de este nacimiento. Y ante lo extraño o extraordinario de los hechos era inevitable que la gente se hiciese preguntas: ¿Qué va a ser este niño?
Sospechaban que estaba tocado por la mano de Dios. Pues bien, ese niño acabará siendo lo que quería de él el que lo había llamado a la existencia y a la misión profética, el Bautista, el mártir de la verdad, el precursor del Mesías. Este último título le confiere una singularidad en la historia que no tiene parangón.
También nosotros, en nuestra condición de bautizados, hemos sido elegidos por Dios para formar parte de su pueblo, desempeñando cada uno el papel que le corresponda al servicio del mismo, pues en cuanto bautizados participamos de la condición profética, sacerdotal y regia de Jesucristo.
Pero para sentirnos tales tenemos que apreciar esos signos de elección que han conformado nuestra vida vocacional. Sólo así, como Juan, tendremos una conciencia viva de nuestra elección divina y de la necesidad de responder a la iniciativa de Dios con una vida entregada a la misión encomendada.
Act: