27 de Diciembre

Día 27 de Navidad

Equipo de Liturgia
Mercabá, 27 diciembre 2025

a) 1 Jn 1, 1-4

         El 1º tema importante que plantea la Carta I de Juan de hoy es el de la comunión con Dios (1Jn 1, 3), fin último y razón de ser del ministerio evangélico, a ojos del apóstol.

         Se trata de un tema que aparece bajo diversas formas en su carta. Así, Juan hablará de "nacer con Dios" (1Jn 2, 29; 4,7), "permanecer en la luz" que es Dios (1Jn 2, 8-11), "permanecer en Dios" (1Jn 3, 5-6; 4,16), "comulgar con Dios" (1Jn 1, 5-7) y "conocer a Dios" (1Jn 4, 7-8).

         Todas las exposiciones de Juan tienden hacia la misma conclusión: Dios se revela a través de ciertas cualidades (justicia, amor, luz) y el cristiano ha de actuar en conformidad con esas cualidades (haciendo justicia, amando, caminando en la luz). Así, el cristiano puede penetrar en la relación existencial con Dios, a la que Juan designa aquí bajo el nombre de comunión.

         La epístola precisará más adelante en qué consiste esa comunión: una presencia de Dios en el hombre, y una presencia del hombre en Dios. Pues por comunicación de vida, y la comunión realizada plenamente en Cristo, ésta está ya en marcha en cada cristiano (1Jn 5,11-12; 2,5-6; 3,6; 3,24; 4,13-16; 5,19). Se trata de una comunión en forma de una alianza, mediante la cual Dios concede al hombre un corazón nuevo, capaz de conocerle y unirse a él (1Jn 5,19; 2,27).

         El 2º tema importante que plantea la Carta I de Juan de hoy es el del conocimiento de Dios (1Jn 1, 1). Se trata de un tema bastante cercano al de la comunión, pero que reviste un valor particular que interesa captar. Para un semita (como San Juan), el conocimiento no tiene nada de intelectual, y es esencialmente algo concreto: se conoce a Dios en la medida en que se observan sus maravillas, y sus intervenciones en el mundo (de ahí que no se le conociera en sus etapas de silencio, durante el destierro).

         Ahora bien, Juan explica con toda claridad un conocimiento también experimental: "él ha oído, él ha visto, él ha contemplado, él ha tocado" a Dios en la persona del Verbo de vida. Se trata, pues, de un conocimiento existencial de Dios, del que los apóstoles quieren hacer beneficiarios a sus oyentes y corresponsales. No llegamos a Dios como si fuera una realidad abstracta (deducida a partir de pruebas silogísticas), sino como a un ser que vive y que permanece en nosotros con ciertas condiciones.

         En ese contexto de comunión y de conocimiento, es donde se sitúa, para Juan, la proclamación misionera (1Jn 1, 3) y la tarea del apóstol. Los términos con que se describe esa misión son significativos, pues Juan habla de testimonio, de anuncio y de alegría (1Jn 1, 2.3.5). También aquí nos encontramos en un plano existencial: la misión no es una enseñanza, es transmisión de experiencias vitales.

Maertens-Frisque

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         La solemnidad del fragmento bíblico de hoy es impresionante. En él se advierte una resonancia de autoridad, y se pueden distinguir 2 partes. La 1ª parte es como una obertura, y el pórtico de un escrito peculiar y único en el NT. Es una parte enunciativa que hay que leer poco a poco, para saborear el contenido añejo, experimentado y vivido (1Jn 1, 1-5). La 2ª parte sería más directa e interpelante, a nivel de juzgarnos y penetrarnos (si decimos, si confesamos, si caminamos...).

         El apóstol Juan ha dejado ya la introducción y saludos, y pasa a hablar con solemnidad y autoridad, pidiendo cuentas (1Jn 1, 6-10). En el fondo, lo hace a la luz del mensaje que nos transmite, y criterio fundamental de la fe cristiana: la experiencia del logos de vida.

         Hay que prestar atención a la serie de verbos de experiencia que marcan el punto de referencia del testimonio del apóstol: "hemos oído", "hemos visto con nuestros ojos", "hemos observado", "lo que nuestras manos han palpado", "lo que hemos visto y hemos oído" os lo anunciamos (1Jn 1, 1-3).

         Pero es importante destacar que lo que anuncia, y de lo que da testimonio el autor, no es el Verbo (visto, palpado, contemplado) sino lo visto en el Verbo (que Dios es luz; 1Jn 1,5). Lo que el autor ha visto (palpado, contemplado) es que Dios se ha manifestado. Así, el objeto del testimonio del autor va más allá de su experiencia directa, y de lo que ven sus ojos y palpan sus manos.

         Nosotros hablamos mucho de testimonio, y el cristiano ha de ser un testigo. Pero podemos preguntarnos si nuestro testimonio no se limita demasiado a las apariencias, a las cosas que vemos y palpamos. ¿No necesitaríamos profundizar nuestra mirada? Quizás entonces el objeto de nuestro testimonio sería más profundo. Quizás entonces nuestro anuncio tendría un poco más de seguridad, y la convicción del fragmento de hoy.

Josep Oriol Tuñí

b) Jn 20, 2-8

         Después del testimonio de ayer (de Esteban), hoy se nos presenta otro testimonio (del apóstol Juan). Otro gran testigo que nos ayuda a profundizar en el misterio de la Navidad, y a la vez relaciona estrechamente a ese Niño recién nacido con el Cristo que nos salva (a través de su entrega pascual y su resurrección). Se trata del apóstol Juan, el teólogo de Jesucristo, el testigo de la cruz, el cuidador de María, el visionario del sepulcro vacío.

         Pero también es el teólogo de la Navidad. Pues nadie como él ha sabido condensar la teología del nacimiento de Cristo, no sucedido en Belén sino en Dios (pues "la Palabra, que era Dios, se hizo hombre").

         El apóstol Juan, el que había sido testigo presencial de la muerte de Cristo (porque estaba al pie de la cruz con María y las otras mujeres), es también testigo hoy del sepulcro vacío.

         En el grupo de los discípulos, hubo un momento difícil para su fe, y tenía que ver con que "que él había de resucitar de entre los muertos". Hasta que, alertados por el testimonio de la Magdalena, corren al sepulcro. Y los primeros en hacerlo son Pedro y Juan, del cual se dice que "vio y creyó".

         Leer este pasaje, en plena celebración navideña, nos ayuda a entender todo el misterio de Cristo, y a no quedarse en la entrañable escena del Niño que nace, adorado por pastores y magos. Pues ese Niño está destinado a sufrir, morir y resucitar. Luego no se puede olvidar la Pascua, en plena Navidad.

José Aldazábal

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         Escuchamos hoy la alarma de María Magdalena, que avisa a los 2 discípulos preferidos de Cristo por separado, pues la muerte de Jesús ha provocado la dispersión (Jn 16, 32). Y les resume todo lo que ella cree haber sucedido: se han llevado al Señor. Ella no había entendido lo que era una señal de vida (el sepulcro abierto), pues para ella el Señor estaba ya muerto, y a merced de lo que quisieran hacer con él. Es una señal del desconcierto en que estaba sumergida la comunidad de Cristo, y de ahí el uso del plural ("no sabemos").

         Los 2 discípulos más recios de Jesús reaccionan al instante, y echan a correr hacia el sepulcro (Jn 20, 3-4). Pero es Juan el que marca el camino, y Pedro tiene que hacer esfuerzo por seguir su ritmo (Jn 20, 6). En todo caso, ambos corren juntos, porque tienen una común adhesión a Jesús (aunque Juan corra más que Pedro).

         En las 2 ocasiones que hasta ahora Pedro y Juan han aparecido juntos (Jn 13, 23-25; 18,15), Juan ha dado la primacía a Pedro. Y en este caso también, aunque Juan corra más de prisa que Pedro, porque él sí ha sido testigo del fruto de la cruz (Jn 19, 33), y Pedro no concibe todavía la muerte de Jesús (y mucho menos como muestra de amor y fuente de vida; Jn 12,24).

         Juan ve puestos los lienzos aparte (Jn 20, 5), como sábanas en el lecho nupcial y no con forma de ataduras (Jn 19, 40). Distingue la señal de la vida, pero no la comprende. Deberían deducir que Jesús ha vuelto a reproducir el caso de Lázaro (Jn 11, 44), pero no conciben que la vida pueda vencer a la muerte.

         Juan no entra en el sepulcro, sino que cede el paso a Pedro, en un gesto de aceptación y reconciliación (tras las negaciones de éste último, y su abandono en la cruz; Jn 18,15-17.25). Y allí ve Pedro los lienzos y el sudario, símbolo de la muerte (Jn 11, 44) pero colocado aparte (envolviendo un determinado lugar; Jn 20,7).

         La expresión es extraña, e indica un 2º sentido. El término lugar denota siempre en Juan el templo de Jerusalén (Jn 4,20; 5,13; 11,48) o, por contraste, el lugar donde se encuentra Jesús (nuevo santuario; Jn 6,10.23; 10,40). En este caso, lugar designa el templo, que se ha separado de Jesús. Pues al matar a Jesús, los sacerdotes judíos eliminaron la presencia de Dios de sus vidas, y con ello condenaron a su propio templo a la destrucción (Jn 2, 19). La muerte, vencida por Jesús, amenaza sin remedio a la institución que lo condenó. Y ante esto, no hay reacción de Pedro.

         Insiste Juan en la deferencia de Pedro (Jn 20, 8), que no había llegado antes pero que muestra una actitud de amor hacia Jesús. Al ver las señales, Juan sí comprende: la muerte no ha interrumpido la vida (simbolizada por el lecho nupcial preparado), y ahora puede creer, y así ver la gloria y amor de Dios (Jn 11, 40), que da vida definitiva.

Juan Mateos

c) Meditación

         El relato de Juan nos presenta hoy a María Magdalena informando a los apóstoles Pedro y Juan de un hallazgo muy singular. Se ha encontrado el sepulcro donde había sido enterrado Jesús vacío de su cadáver, y ella interpreta esta ausencia como un robo o una substracción: Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo han puesto. No piensa, por tanto, en la resurrección predicha de manera más o menos manifiesta.

         Pedro y el otro discípulo, nos cuenta el evangelista, salieron camino del sepulcro, quizás para confirmar o contrastar una información de María que no les merecía mucho crédito. Los dos corrían, pero el más joven se adelantó al mayor, y asomándose al interior del sepulcro vio las vendas en el suelo, pero ningún rastro del cuerpo. Después entró el más viejo, Simón Pedro, y vio también las vendas en el suelo y el sudario, con el que le habían cubierto la cabeza, enrollado en un sitio aparte.

         Entonces entró también Juan, vio y creyó. Vio por dentro el sepulcro vacío del cadáver de Jesús, vio el envoltorio (venda y sudario) con el que lo habían embalsamado, y creyó en lo predicho por las Escrituras: que él había de resucitar de entre los muertos.

         Le bastaron a Juan ciertas señales (la desaparición del cadáver del lugar donde había sido depositado, el abandono de las vendas y del sudario que lo habían envuelto) para creer en su resurrección. Y creer en su resurrección era creer que la muerte no había podido retener la vida del Sepultado en el sepulcro.

         Desde entonces, el apóstol Juan se convirtió en testigo de este hecho, y vivió para testimoniar este hecho. Es decir, predicó, escribió, viajó, se fatigó y sufrió para dar testimonio de la resurrección de Jesús.

         Este fenómeno era, para Juan, la evidencia de que en Jesús, el Crucificado, latía una vida más poderosa que la misma muerte que había acabado con su vida temporal. Por eso, no resulta extraño que Juan acabe convirtiéndose en el testigo de la Palabra de la vida que existía desde el principio, Palabra eterna que estaba junto al Padre, y que se manifestó en la vida temporal de Jesús de Nazaret.

         Tras la experiencia de la resurrección, San Juan acaba identificando a la Palabra de la vida, tan eterna como el mismo Padre de quien procede, con la vida visible y manifiesta de un hombre con el que él pudo convivir, hasta el punto de poder oírle, verle y tocarle.

         De ahí que pueda decir Juan que, lo que existía desde el principio, nosotros lo hemos visto con nuestros propios ojos, y lo hemos podido tocar con nuestras manos. Se trata de la Vida hecha visible y palpable en un ser humano, se trata de la Palabra hecha carne.

         Sólo así, encarnada, puede ser vista, oída y tocada. Pero para ser vista y tocada por quienes viven en el tiempo tiene que hacerse temporal. Es la vida eterna (vida de Dios) hecha temporal y, por tanto, sometida a la muerte, pero no subordinada a la muerte, puesto que la muerte no puede nada contra la vida eterna. La vida eterna presente en la vida temporal de Jesús no puede ser retenida indefinidamente en el sepulcro. Por eso se produce la resurrección o salida de la muerte.

         Tras constatar la desaparición del cadáver de Jesús, Juan cree en la resurrección del mismo anunciada por las Escrituras, y se convierte en testigo de esta fe que identifica la vida humana y temporal de Jesús con la vida divina y eterna de la Palabra que estaba junto a Dios desde el principio, haciendo de aquélla la manifestación o visibilización de ésta.

         Este testimonio-anuncio tiene un fin, que es no sólo dar a conocer una verdad (aquélla de la que se ha sido testigo) sino provocar una comunión de fe: Eso que hemos visto y oído os lo anunciamos para que estéis unidos con nosotros en esa unión que tenemos con el Padre y con su Hijo Jesucristo.

         ¿Y cómo podemos estar unidos con Juan, el testigo, y con otros como él? Creyendo en su testimonio. Dando crédito a su testimonio, nos unimos a él y a todos los que creen con él. Pero, unidos a él, nos uniremos también a la unión que él tiene con el Padre y con el Hijo por la fe nacida de la resurrección.

         La fe en el Resucitado es la que le permite creer en la navidad como nacimiento temporal del Hijo eterno de Dios. De la fe brota la comunión con los testigos del Dios uno y trino y con el mismo Dios uno y trino al que quedaron unidos tales testigos. Y en esta comunión (eclesial) con Dios se completa la alegría inherente a la misma fe en la resurrección, que es fe en la Vida que Dios vive y que no puede ser sino eterna como él.

         Nuestro evangelista Juan es, pues, un testigo de hechos que le han permitido creer, y un apóstol de este testimonio con el que quiere despertar la fe de los demás, incorporándonos a una comunión con Dios que colma las ansias de alegría que laten en nuestro corazón.

 Act: 27/12/25     @tiempo de navidad         E D I T O R I A L    M E R C A B A    M U R C I A