7 de Enero

Día 7 de Epifanía

Equipo de Liturgia
Mercabá, 7 enero 2025

a) 1 Jn 3, 22-4, 6

         En la página de hoy, insiste Juan en varias de las direcciones de su carta de los últimos días. Ante todo, la doble dirección del mandamiento de Dios: la fe y el amor, la recta doctrina y la práctica del amor, creer en Cristo Jesús y amarnos los unos a los otros. Quien guarda estos mandamientos, añade Juan, permanece en Dios y Dios en él. Y podrá orar confiadamente, porque será escuchado.

         Aparece también el tema del discernimiento de espíritus y la vigilancia contra los falsos profetas (los anticristos), que no aceptan a Cristo venido como hombre, encarnado en nuestra condición humana. El Espíritu Santo nos ayudará a saber distinguir, entre los maestros buenos y los malos.

         Finalmente, insiste la Carta I de Juan en nuestra lucha contra el mundo, en la tensión entre la verdad y el error, en la contraposición entre la luz y la tiniebla. Pues los cristianos estamos destinados a vencer al mundo, en cuanto contrario a Jesucristo. Y como Dios es más fuerte que el Anticristo, nuestra victoria está asegurada, si nos apoyamos en él.

         Algunos dan mayor importancia a la ortodoxia de la doctrina. Otros, a la ortopraxis de la caridad fraterna. La carta de Juan nos ha dicho claramente que los 2 mandamientos van unidos, y son inseparables. Por una parte, debemos discernir las muchas voces que escuchamos, guiados por el Espíritu de Dios y sabiéndonos defender de la seducción de otros espíritus (obedientes al egoísmo, a la facilidad o al ambiente materialista). Por otra parte, debemos fortalecer en nuestra vida la actitud de la caridad fraterna.

         Imitando el estilo de actuación de Cristo Jesús, es como mejor permanecemos en la recta doctrina y como mejor cumplimos el mandamiento del amor a los hermanos. Ojalá que al final de este año, que ahora estamos empezando, se pueda decir que lo hemos vivido "haciendo el bien", como se pudo resumir de Cristo Jesús: ayudando, curando heridas, liberando de angustias y miedos, anunciando la buena noticia del amor de Dios.

         Se trata de ver a Dios en los demás, sobre todo en los pobres y los débiles, en los marginados de cerca y de lejos. Se trata de que este amor, que aprendemos de Cristo, lo traduzcamos en obras concretas de comprensión y ayuda. El amor no es decir palabras solemnes, sino imitar los mil detalles diarios de un Cristo entregado por los demás.

José Aldazábal

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         Si la verdadera comunión con Dios está reservada para la eternidad (1Jn 3, 2), si esa comunión está ya actuando en la vida presente, aunque de manera misteriosa, que se sustrae a las miradas del mundo (1Jn 3, 1), ¿de qué criterios disponemos para saber si esa comunión nos acompaña realmente en esta tierra; qué seguridad podemos tener ante Dios sobre si esa presencia no es incluso percibida por nosotros mismos? A esta preguntas viene a contestar este pasaje.

         Podemos conocer experimentalmente que Dios mora en nosotros (v.24) por la manera en que guardamos los mandamientos. Esa observancia de los mandamiento hará que nuestro corazón no nos acuse (v.21), que estemos seguros ante Dios hasta el punto de poder pedirle con la seguridad de ser escuchados (v.21); la misma doctrina encontramos en Jn 15 (vv.15-17).

         El mandamiento que nos dará la seguridad delante de Dios y nos garantiza su estancia entre nosotros es doble: creer en el nombre de Jesucristo y amarnos los unos a los otros (v.23).

         Estos dos preceptos nos los presenta Juan de tal manera que no parecen constituir sino uno. Juan estima, en efecto, que no hay dos virtudes distintas: la fe por una parte y la caridad por otra, sino que esas dos virtudes no son más que las dimensiones trascendente e inmanente de una sola actitud (Jn 13, 34-36; 15,12-17): somos hijos de Dios por nuestra fe y la caridad entre hermanos deriva de esa filiación (1Jn 2, 3-11).

         Atenerse al mismo tiempo a la dimensión horizontal y a la dimensión vertical del mandamiento de Dios no es fácil. Hoy, en particular, la tentación del cristiano es la de buscar un amor fraterno más auténtico y más universal, pero sin referencia necesaria a Dios, olvidando que la salvación del hombre depende de una sola palabra: el amor, pero un amor que hunde sus raíces en la vida misma de Dios.

         Creer en Jesucristo como pide San Juan, es creer que el Padre ama a todos los hombres a través de su propio Hijo y querer participar en esa mediación del amor. Creer en Jesucristo es admitir igualmente que Jesús es la mejor réplica humana al amor del Padre y querer imitarle en su renuncia total a sí mismo y en su filiación obediente a su Padre.

         Cada eucaristía sitúa al cristiano en relación simultánea con Dios y con todos los hombres; nos reúne para dar gracias a Dios y después volverse hacia los hombres: la simultaneidad de ambas misiones es su misterio por excelencia.

Maertens-Frisque

b) Mt 4, 12-17.23-25

         Habiendo oído que Juan había sido preso, Jesús se retiró a Galilea. Dejando Nazaret, se fue a morar en Cafarnaúm, ciudad situada a orillas del mar, en los términos de Zabulón y Neftalí. Jesús cambia de domicilio; deja el pueblo donde había vivido hasta ahora y va a habitar a una ciudad más importante. En nuestro siglo de tanta movilidad, me gusta pensar que Jesús, El también, debió acostumbrarse a una nueva vecindad, a hacer nuevas relaciones, a cambiar de medio.

         Así se cumplió lo que el Señor había dicho por el profeta Isaías: "Tierra de Zabulón y tierra de Neftalí, camino del mar al otro lado del Jordán, Galilea de los gentiles. El pueblo que habita en tinieblas vio una gran luz".

         Jesús no cambia de domicilio sin una razón, sino como signo. Y este gesto tiene una significación misionera. Galilea era una provincia en la que convivían varias razas, una feria de gentiles, un camino de invasión, un país abierto por donde pasaban las caravanas que iban hacia el mar.

         Jesús va a vivir en ese cruce de caminos, en ese lugar de trasiego de pueblos, pues allí es donde piensa que podrá evangelizar a muchos de aquellos que viven aún "en las tinieblas" y que esperan la luz. Durante toda su infancia, Jesús ha vivido en un pueblo bien protegido, Nazaret, al margen de las grandes corrientes humanas de su época. Aquel día escogió habitar en Cafarnaum, donde había gentes ansiosas que buscaban. Y así, "para los que habitaban en la región de sombras y de muerte, una luz se levantó".

         Desde entonces comenzó Jesús a predicar y a decir: "Arrepentíos porque se acerca el reino de Dios". Recorría Galilea, enseñando en las sinagogas, predicando la buena nueva del Reino.

         Por el momento, ya sabemos una cosa: que el Reino de los Cielos ha llegado. Es decir, que Dios está aquí, con nosotros, si queremos acogerle. Y precisamente, el clamor de Jesús es que nos dispongamos a acoger a Dios: ¡Convertíos, cambiad de corazón, cambiad de vida!

         Todo puede llegar a ser hermoso y bueno: es un "algo bueno", una buena nueva. No transformemos la predicación de Jesús en una predicación moralizante (hay que hacer esto, no hay que hacer aquello), pues ante todo ha de ser un nuevo estado de espíritu, que lo cambia todo y también nuestros comportamientos morales. El evangelio es bueno.

         Jesús curaba en el pueblo toda enfermedad, toda dolencia. Le traían todos los que sufrían, y él los curaba. He ahí la epifanía de Dios, el signo de que Dios está obrando allí. Muy simplemente, me imagino estas escenas: toda la desventura de los hombres, y todo el mal que como una ola humana, afluyendo hacia el Señor.

Noel Quesson

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         La palabra de Dios tiene muchas dimensiones, y un versículo del evangelio puede convertirse en una fuente de inspiración y de vida, impulsando todo un camino de espiritualidad y dando nacimiento a nuevas formas de vida carismática.

         En el texto del evangelio de hoy se ponen de relieve al menos 5 aspectos. Podemos detener amorosamente nuestra atención para contemplarlos todos y cada uno de ellos:

         1º El arresto de Juan el Bautista fue significativo para Jesús. El destino de su maestro (y primo) le hace cambiar de lugar, dejar Nazaret y establecerse en Cafarnaum (junto al lago, y en adelante el centro de sus operaciones).

         2º El evangelista da un interpretación profética de este hecho. Y lo conecta con el tema de la luz. Jesús es la luz en la Galilea de los gentiles, que "ilumina al pueblo que habitaba en las tinieblas del de muerte". La misión de Jesús tiene dimensiones distintas y complementarias.

         3º De lo que se trata es de proclamar el evangelio del Reino. Jesús es heraldo del reino de Dios, es su profeta y anunciador. Y ese Reino ha de ser un evangelio, o buena noticia para todos. Para ello, Jesús recorre las sinagogas, predica y enseña, es profeta y maestro.

         4º La misión de Jesús incluye también la sanación de los enfermos. Su misión es decir y hacer, proclamar y transformar. El texto de Mateo hace un sumario sobre la actividad taumatúrgica de Jesús.

         5º Jesús exige un seguimiento, como respuesta a la proclamación del Reino y a las curaciones. La multitudes siguen a Jesús y van a él desde todas partes. Jesús es la nueva referencia, y señala el nuevo rumbo de sus vidas.

Bonifacio Fernández

c) Meditación

         Nos informa hoy el evangelista que, al enterarse Jesús que habían arrestado a Juan el Bautista, se retiró a Galilea, una región menos expuesta al control de las autoridades judías y romanas. Y es que a Jesús podían relacionarle fácilmente con el Bautista, y hacer que corriera la misma suerte, frustrando así la misión desde sus comienzos.

         Lo cierto es que el cese de la actividad del Bautista coincide con los inicios de la actividad pública de Jesús. Y que una vez que Juan (el precursor) hubo cumplido su tarea, se abrió paso aquel sobre el que había visto descender el Espíritu, Jesús el Mesías.

         Jesús se retira a Galilea, pero no se establece en Nazaret sino en Cafarnaum, ciudad marinera y sinagogal, y quizás un mejor escenario para su actividad misionera. El evangelista ve en esta decisión el cumplimiento de una profecía, pues Isaías había dicho:

"País de Zabulón y país de Neftalí  (territorio en el que se encontraba Cafarnaum), camino del mar, al otro lado del Jordán, Galilea de los gentiles. El pueblo que habitaba en tinieblas vio una luz grande; a los que habitaban en tierra y sombra de muerte una luz les brilló".

         Galilea, tierra de gentiles, y región en la que se concentraban las tinieblas del paganismo, sería por tanto la primera en percibir esa gran luz que comenzó a brillar con la predicación y las acciones milagrosas de Jesús.

         Se trata de la luz del evangelio, esta buena noticia que venía a ser como un impresionante foco de luz para los habitantes de aquellas tierras. Porque la Buena Noticia se ofrecía no sólo en forma de palabras cargadas de una enorme fuerza y novedad, sino también en forma de acciones extraordinarias capaces de curar todo tipo de enfermedades y dolencias.

         Las curaciones se sumaban a las palabras y todo ello constituía la presencia inusitada de un novum de irresistible atractivo. Jesús se convirtió al instante en foco de atención, en centro de miradas, en luz brillante que no dejaba indiferente a nadie.

         Había un tema monográfico, aunque con múltiples derivaciones y matices, en su predicación: el Reino de los Cielos, una realidad personal y colectiva, abarcante y absorbente, celeste (de los cielos) y terrestre (en la tierra), de Dios y de los hombres, una realidad que llegaba con él y que reclamaba conversión (esto es, atención, seguimiento, concentración, aprecio y exclusión de lo que no es Reino).

         Jesús decía: Convertíos, porque está cerca el reino de los cielos. Estaba tan cerca que podían tocarlo, y beneficiarse de él, y dejarse sembrar o fermentar por él, y conformar una comunidad en él, y empezar a vivir bajo su ley (el amor) y a respirar en su atmósfera.

         Pero para todo ello se requería conversión, aceptación de la Buena Noticia, sometimiento a la nueva ley, renuncia al anterior modo de vida. Y siempre con el apoyo del espíritu del sembrador e instaurador de ese Reino, Cristo Jesús.

         Jesús recorría toda Galilea, enseñando en las sinagogas y proclamando el evangelio del Reino, curando las enfermedades y dolencias del pueblo. En efecto, las primeras sedes de su enseñanza fueron las sinagogas o lugares habituales de reunión de los judíos en torno a la palabra de Dios.

         Ahí es donde Jesús comenzó proclamando su evangelio, porque semejante noticia no era ajena a las Escrituras (donde comparecían textos proféticos como los de Isaías) proclamadas en las sinagogas, sino todo lo contrario (pues eran su cumplimiento).

         Así lo ve el mismo Jesús, cuando dice: Hoy se cumple esta escritura (de Isaías) que acabáis de oír (dicho en la sinagoga de Nazaret). Pero Jesús no se limitaba a hablar del Reino en diferentes maneras, sino que curaba también muchas de las enfermedades y dolencias de las que adolecía el pueblo.

         Fue probablemente esto lo que le granjeó a Jesús una fama que rebasó las fronteras de su país, extendiéndose por toda Siria. Por eso no es extraño que le trajeran enfermos de todas partes y de todo pelaje, poseídos, lunáticos, paralíticos, y le siguieran casi compulsivamente multitudes venidas de diferentes lugares: Galilea, Decápolis, Jerusalén, Judea y Transjordania.

         Esta acumulación de miradas sólo es posible allí donde brilla una luz grande. Y Jesús fue, como había profetizado Isaías, una gran luz para los moradores de aquellas tierras donde inició su actividad misionera.

         Pero ¿por qué no lo es para nosotros hoy? ¿Por qué no vemos ni oímos lo que aquellos vieron y oyeron? ¿Por qué no vivimos en el escenario de aquellos acontecimientos? ¿Por qué el paso del tiempo ha debilitado en nuestra memoria histórica la fuerza de los hechos?

         ¿O por qué desconfiamos del testimonio de aquellos testigos presenciales o de los redactores de los hechos? ¿Por qué nosotros no somos tan ingenuos como los contemporáneos de Jesús? ¿Por qué nosotros somos hijos de la filosofía de la sospecha?

         Sea por lo que fuere, lo cierto es que podemos quedarnos en "tierra de sombra y de muerte" por resistirnos a dejarnos alumbrar por esta luz que desplegó su fulgor en la "Galilea de los gentiles".

JOSÉ RAMÓN DÍAZ SÁNCHEZ·CID, doctor en Teología

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