8 de Enero
Día 8 de Epifanía
Equipo
de Liturgia
Mercabá, 8 enero 2025
a) 1 Jn 4, 7-10
"Dios es amor". Ésta es la afirmación más profunda y consoladora de la Carta I de Juan. Dios nos ha amado, y en esto se ha manifestado su amor: en que nos ha enviado a su Hijo, como Salvador de todos. Todo lo demás es consecuencia y respuesta, porque lo que insistentemente repite la carta es siempre lo mismo: "Amémonos unos a otros". Porque todos somos hijos de ese Dios que ama, y por tanto hermanos los unos de los otros.
Se suceden de nuevo los verbos más típicos de Juan: nacer de Dios, conocer a Dios, vivir en el amor. El programa que nos da la carta de Juan es sencillo de decir y difícil de cumplir: amémonos los unos a los otros, porque todos somos nacidos de Dios, y Dios es amor.
Una vez más, en estos días últimos de la Navidad y primeros del año, se nos pone delante, como en un espejo, el modelo del amor de Dios, para que lo imitemos. Nunca mejor que en la Navidad se nos puede recordar el amor de Dios que nos ha enviado a su Hijo. Y se nos avisa: "quien no ama, no ha conocido a Dios, porque Dios es amor".
¿Creemos de veras en el amor de Dios? ¿Nos dejamos envolver por él, le dejamos que cambie nuestra existencia? ¿Hemos aprendido la lección que él ha querido enseñarnos, el amor fraterno? Es inútil que creamos que ha sido una buena celebración de la Navidad, si no hemos progresado en nuestra actitud de cercanía y amabilidad con las demás personas. Lo que creemos, y lo que hemos celebrado, no se puede quedar en teoría: compromete nuestra manera de vivir.
José Aldazábal
* * *
"Queridos míos, amémonos unos a otros", nos recuerda una vez más hoy Juan, que elabora en torno a ello todo un programa eclesial, familiar, social y laboral. En definitiva, todo un programa para la humanidad, porque el amor es de Dios, y todos los que aman "son hijos de Dios y conocen a Dios". Y además, porque "quien no ama no conoce a Dios", porque "Dios es amor".
Se trata de un texto de insondable profundidad, que hay que escuchar en silencio, repetir y tratar de expresar con palabras nuestras. Todo el que ama es como una parcela de Dios, una parte del Amor, porque Dios es amor. Y todo acto de amor "viene de Dios", tiene su fuente u origen en el corazón de Dios. Porque Dios puede ser contemplado en el amor de:
-una madre que ama a su
hijito, y de
un niño que ama a sus padres,
-un prometido a su prometida, y de un
esposo a su esposa,
-un hombre que se desvela por sus
camaradas de trabajo,
-un trabajador que pone su oficio al
servicio de sus compatriotas.
Dios está en el origen de todas esas actitudes. ¿Y en mi vida? Lo contesta el apóstol Juan: "En esto se manifestó el amor que Dios nos tiene, en que envió al mundo a su Hijo único para que vivamos por medio de él".
Dios no se ha quedado en las generalidades o en hermosas declaraciones. Sino que Dios ha manifestado, concretado y probado su amor. Dios ha encarnado su amor, y ha dado su Hijo al mundo. Jesús es el amor de Dios por el mundo. Es el Hijo único, entregado, único, no guardado para sí, sino dado. Éste es el amor, que existe no porque nosotros amáramos a Dios, sino porque él nos amó a nosotros.
El apóstol Juan insiste siempre en esta iniciativa divina, en que Dios no nos ha esperado, sino que ha tomado la iniciativa (de amarnos) antes incluso de conocer cómo responderíamos (a ese amor). La experiencia del pecado tiene una misteriosa ventaja: que el pecador sabe que es esperado y amado. Aun en los momentos en que el hombre no piensa en Dios ni ama a Dios, Dios no cesa de pensar en él y de amarlo.
Se trata de la gratuidad total del amor divino, que no está condicionado a una respuesta positiva, ni es algo banal o de broma. Fue un amor "hasta el derramamiento de sangre". Cristo se sacrificó por nosotros, y se victimó por mis pecados. Jesús se sacrificó por mí porque me ama, hasta el punto de renunciar a su propia vida "para que yo viva". ¿Y yo?
Noel Quesson
b) Mc 6, 34-44
Con el pasaje de hoy inaugura Marcos una nueva sección de su evangelio. No se trata ya de los primeros pasos apostólicos del rabino Jesús, ni de sus victorias sobre la enfermedad y los demonios, sino de una sección particular, unificada en torno al tema del pan: dos multiplicaciones de panes (Mc 6, 30-44; 8,1-10). Una sección a la que le seguirá:
-una
discusión sobre el sentido de las abluciones
antes de comer el pan (Mc 7, 1-23),
-una discusión sobre la falsa levadura (Mc 8, 11-20),
-una discusión con una pagana a propósito de las migajas de pan que solicita. (Mc
7, 24-20).
Se trata de la Sección de los Panes del evangelio de Marcos. De hecho, se trata más bien de una serie de relatos, reunidos en su mayor parte antes de la redacción evangélica, que tienen como fin iniciar en el misterio de Cristo y en las dimensiones originales de su seguimiento.
La 1ª parte de la perícopa (vv.30-40) trata de introducir la sección, poniendo de relieve el papel importante que desempeñan los apóstoles en las preocupaciones catequéticas de Cristo. Pero el v. 34, específico de Marcos, es muy significativo. El tema del rebaño sin pastor está tomado de Números (Nm 27, 17), y en él se refleja la preocupación de Moisés por encontrar un sucesor para no dejar al pueblo sin dirección (Ez 34, 5).
Cristo se presenta así como el sucesor de Moisés, capaz de conducir el rebaño, de alimentarle con pastos de vida y conducirle a los pastos definitivos. Toda la sección de los panes está concebida de tal forma que Cristo aparece efectivamente como ese nuevo Moisés que ofrece el verdadero maná (vv.35-44), que triunfa a su vez de las aguas del mar (Mc 6, 35-52), que libera al pueblo del legalismo a que habían reducido los fariseos la ley de Moisés (Mc 7, 1-13) y que al fin abre a los mismos paganos el acceso a la Tierra Prometida (Mc 7, 24-37).
Si Jesús opera el milagro de la multiplicación de los panes en beneficio de una multitud por la que siente compasión, lo hace también con el fin de formar a sus apóstoles. Los asocia a los preparativos del banquete (vv.35-39) y más tarde les forzará a reflexionar sobre el alcance de este milagro (Mc 8, 14-21).
La atención al carácter educativo de un milagro es algo nuevo en Marcos, pues para él Cristo no obra milagros para satisfacer las necesidades materiales del pueblo, sino para revelar su misión entre los hombres y preparar a los apóstoles para la inteligencia de la eucaristía.
Efectivamente, Marcos ha destacado ante todo la interpretación eucarística de la escena. Mientras que los tres sinópticos se toman relativas libertades (sólo hay un 20% de palabras comunes) en la redacción del relato, concuerdan aproximadamente en un 80% de las palabras cuando se trata de reflejar los gestos mismos de Cristo (v.41). Eso es sin duda un indicio de la veneración que sentían ya por ese versículo capital en que Cristo realiza los mismos gestos que en la Cena.
Los diferentes relatos sinópticos de multiplicación del pan comienzan todos por mencionar el pan y el pez, y después, a lo largo de la narración, se limitan progresivamente a solo el pan (Mt 14,17; Lc 9,13; Jn 6, 9; Mt 15,34), lo que es un indicio de su preocupación eucarística. Pues bien, Marcos es una excepción a la regla y sigue hablando de los peces hasta el final (vv.41.43).
Pero estas menciones de los peces son evidentemente añadiduras posteriores: no terminan de encajar en la redacción y Mc 8,7 utiliza para la acción de gracias la palabra eulogein (de origen griego), mientras que Mt 8,6 emplea eucharistein (de origen hebreo). Hay sobradas razones para creer que esas añadiduras las ha hecho alguien más preocupado por la historia que por el simbolismo eucarístico, y si Marcos es responsable de esas añadiduras, eso significa que la fuente que utiliza era ya de orientación eucarística.
Esta conclusión es importante, puesto que revela que la interpretación eucarística de la multiplicación de los panes se remonta a la tradición oral, y que la comunidad primitiva vivió la eucaristía aun antes de la redacción de los evangelios, piensen lo que quieran quienes pretenden hacer de ella una invención tardía de la Iglesia.
Cabría objetar que el milagro de la multiplicación de los panes no contiene una fórmula de bendición sobre el vino, y que esa falta hace problemática la interpretación eucarística. Pero no obstante eso, uno de los principales temas de la bendición del cáliz, el de la multitud (Mc 14, 24), se encuentra en la multiplicación del pan, concretamente en el v. 44 y simbólicamente en el tema del sobrante (v.43), orientado a hacer tomar conciencia de que el alimento preparado por Cristo está destinado a otros muchos invitados que no han tomado parte en este banquete.
Y si quedan exactamente 12 canastas de trozos (v.43) es porque los 12 apóstoles, que han sido los servidores de la asamblea, han de convertirse en misioneros cerca de los invitados que no han estado presentes. La eucaristía se nos presenta así en su dimensión misionera: no reúne a los ya congregados, sino para enviarles a congregar a los demás.
De esta forma, la tradición catequética primitiva se ha apoderado rápidamente del relato de un milagro de multiplicación de los panes para ver en él un símbolo de la eucaristía. El banquete de la Cena no era una comida de despedida reservada tan solo a los 12 apóstoles presentes, sino que era, por el contrario, una comida destinada a la multitud de los creyentes, una multitud que aumentaría sin cesar al ritmo del progreso de la misión.
Esta concepción pudo existir algunos años antes de abrirse paso en la conciencia de la Iglesia primitiva: en todo caso, estaba ya incorporada a la fuente que Marcos utiliza, es decir, unos veinte o treinta años después de la muerte de Cristo.
Maertens-Frisque
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Hoy Jesús nos muestra su sensibilidad, ante las necesidades de las personas que salen a su encuentro. No puede encontrarse con personas y pasar indiferente ante sus necesidades. El corazón de Jesús se compadece al ver el gran gentío que le seguía "como ovejas sin pastor" (v.34).
El Maestro deja aparte los proyectos previos y se pone a enseñar. ¿Cuántas veces nosotros hemos dejado que la urgencia o la impaciencia manden sobre nuestra conducta? ¿Cuántas veces no hemos querido cambiar de planes para atender necesidades inmediatas e imprevistas? Jesús nos da ejemplo de flexibilidad, de modificar la programación previa y de estar disponible para las personas que le siguen.
El tiempo pasa deprisa. Cuando amas es fácil que el tiempo pase muy deprisa. Y Jesús, que ama mucho, está explicando la doctrina de una manera prolongada. Se hace tarde, los discípulos se lo recuerdan al Maestro y les preocupa que el gentío pueda comer. Entonces Jesús hace una propuesta increíble: "Dadles vosotros de comer" (v.37).
No solamente le preocupa a Jesús, pues, dar el alimento espiritual con sus enseñanzas, sino también el alimento del cuerpo. Los discípulos ponen dificultades, que son reales: los panes van a costar mucho dinero (v.37). Ven las dificultades materiales, pero sus ojos todavía no reconocen que quien les habla lo puede todo; les falta más fe.
Jesús no manda hacer una fila de a pie; hace sentar a la gente en grupos. Comunitariamente descansarán y compartirán. Pidió a los discípulos la comida que llevaban: sólo son 5 panes y 2 peces. Jesús los toma, invoca la bendición de Dios y los reparte. Una comida tan escasa que servirá para alimentar a miles de hombres y todavía sobrarán doce canastos. Milagro que prefigura el alimento espiritual de la eucaristía, Pan de vida que se extiende gratuitamente a todos los pueblos de la tierra para dar vida y vida eterna.
Xavier Sobrevia
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El milagro de la multiplicación de los panes, que hoy escuchamos, marcó tanto a las comunidades primitivas cristianas, que todos los evangelistas lo relatan. Todos los milagros de Jesús tienen contenido simbólico y liberador. Lo que importa de un milagro hecho por Jesús no es cómo sucedió; lo que importa es descubrir la acción liberadora de Dios en determinado acontecimiento. Por eso es necesario descubrir el mensaje oculto del milagro, saber leer las expresiones simbólicas que contiene su relato.
Los apóstoles plantean a Jesús la necesidad de despachar a la muchedumbre. Pero Jesús no acepta que sus discípulos se desentiendan del problema, y les propone que ellos mismos den de comer a la gente. La alternativa de los discípulos es que para eso necesitarían mucho dinero.
En cambio, lo que Jesús quiere enseñarles es que no todo problema debe ser resulto con dinero. Su pregunta no es económica (¿cuánto tenéis?) sino de solidaridad: (¿qué tenéis?). Los discípulos sacan lo que tienen y, a partir de ello, se realiza lo que llamamos el milagro de la multiplicación de los panes.
Por eso, este milagro bien puede llamarse el milagro de la solidaridad: de dar lo que se tiene, de no dejarse vencer por la impotencia y el egoísmo. Dios acontece en este relato cuando se nos cuenta que los discípulos se comprometieron con el pueblo hambriento y aportaron de lo propio, para que Jesús hiciera el resto. De esta manera la lección para el futuro grupo de cristianos está dada: los problemas no sólo se solucionan con dinero; la solidaridad es una fuerza milagrosa que hay que despertar.
El pan sólo se multiplicará cuando se multiplique la solidaridad. El papel de la eucaristía es exactamente éste: hacer crecer la solidaridad, haciendo comunión con los hermanos que estén a mi lado, sin distinción de género, de clase y de etnia. Por eso la eucaristía será siempre una multiplicación de los panes.
Servicio Bíblico Latinoamericano
c) Meditación
La multiplicación de los panes es uno de esos hechos evangélicos que San Ignacio de Loyola considera "misterios de la vida de Jesús dignos de ser contemplados". Pudiera llamarse misterio por lo que tiene de inexplicable, pero también y sobre todo por formar parte de la vida de Jesús, que es vida (humana) del Hijo de Dios hecho hombre. Y es que en las acciones de este hombre, actuando la persona divina del Hijo, hay ya un misterio.
Que una persona divina esté actuando en nuestro mundo y tiempo con manos, con boca, con palabras, con gestos y con materiales humanos, es ya un misterio. En este caso, es el misterio de la encarnación del Verbo, que está presente en todas las actuaciones del Encarnado.
En Jesús no podemos ver a un simple hombre, sino al Hijo de Dios en esa condición humana, terrena, temporal, limitada por el espacio y el tiempo, pero superando límites y liberando de ciertas cadenas (enfermedades, poder del demonio, pecado, hambre, muerte...).
Si Cristo ya es un misterio en sí mismo, cualquier cosa que haga en cuanto tal podrá ser calificada de mistérica, y en ella se estará revelando o reflejando lo que él es (Dios en carne humana). Esto es, su poder, su bondad, su intencionalidad y su designio.
Pues vayamos con el hecho y misterio de la multiplicación de los panes y los peces, tal como nos viene narrado en el evangelio de Marcos. Tras una experiencia o ensayo misionero, los apóstoles vuelven a reunirse con Jesús, compartiendo con él anécdotas y enseñanzas. Y éste les invita a buscar un lugar apartado del tráfico humano para descansar un poco. Con este propósito, toman la barca en busca de un lugar desierto.
Pero sucede lo que no entraba en sus planes. Muchos les vieron marcharse y los reconocieron, de modo que, acudiendo por tierra a su lugar de desplazamiento, se les adelantaron. Y he aquí que al desembarcar se encuentran de nuevo con la multitud hambrienta o sedienta o mendiga de pan, o de consuelo, o de salud, o de vida. Y Jesús, que deseaba descansar con sus discípulos cambió de planes movido por la compasión hacia aquellos que veía como ovejas sin pastor. Y se puso a enseñarles.
Esta respuesta nos muestra a una multitud más hambrienta de palabra o de enseñanza que de pan. Pero no sólo de palabra vive el hombre, sino que también vive de pan. Resultó que se hizo tarde (recuerda el testimonio apostólico) y que estaban en descampado.
Para conseguir comida, había que desplazarse a los cortijos y aldeas más cercanos. Y esto es lo que sugieren sus discípulos a Jesús: Despídelos, que vayan a los cortijos y aldeas de alrededor y se compren de comer. Es una sugerencia razonable, pues la hora y las circunstancias aconsejan esta despedida y puesta en marcha. Pero Jesús, extrañamente les sugiere otra cosa: Dadles vosotros de comer.
El mandato les desconcierta: ¿Con qué comida podían alimentar medianamente a tanta gente? Serían necesarios al menos 200 denarios de pan, y nadie disponía de esta cantidad. Jesús les pregunta por su despensa, pues su disposición ya la conoce. No tienen a mano más que cinco panes y dos peces, bien poca cosa para las miles de personas que se congregan en torno suyo.
Jesús manda que se recuesten sobre la hierba y en grupos, a forma de organizar la distribución. Y con ello empieza ya a ejecutar su plan, sin haber hecho del todo partícipes a sus apóstoles y colaboradores del mismo.
La gente se acomoda en grupos de 100 y de 50. Y Jesús, solemnizando el momento, toma los 5 panes y los 2 peces que le habían proporcionado, y alzando la mirada al cielo (como en un acto cúltico de acción de gracias) pronunció una bendición, los partió en pedazos y se los fue dando a los discípulos (para que estos, a modo de camareros o diáconos, se los sirvieran a la gente). Hubo comida para todos, pues todos comieron y se saciaron. Y de tal manera se saciaron que hubo sobras (12 cestos de pan y de peces).
Juan, en su relato, nos dice que la gente, al ver el signo que había hecho, decía: Este es verdaderamente el profeta que tenía que venir al mundo y querían llevárselo para proclamarlo rey. Pero él se retiró solo a la montaña evitando esta pública proclamación mesiánica.
Los demás evangelistas se limitan a reseñar el hecho que sin duda hubo de provocar la reacción que describe san Juan. No es extraño que, tras este hecho, al que tenían por guía y maestro, quisieran tenerlo también por regente y administrador de sus bienes, quisieran tenerlo por rey.
Aunque nosotros no podemos ponernos en el lugar de Jesús, algo que resultaría presuntuoso y temerario de nuestra parte, ni disponemos del poder divino de crear o multiplicar la materia, sí disponemos del poder que nos otorga el mismo Dios, en virtud de la fe: Si tuvierais fe como un granito de mostaza, diríais a esta morera: arráncate de raíz y plántate en el mar, y os obedecería. O también: Si tuvierais fe, haríais incluso obras mayores que yo.
Según estas expresiones, la fe da mucho poder: el poder de hacer milagros, el poder de renunciar a todos los bienes, el poder de dar la vida en vemos en tantos santos y mártires.
Es el poder de Jesús que pasa a sus ungidos y ministros: el poder de perdonar pecados, el poder de transformar el pan ordinario en el cuerpo de Cristo, el poder de alimentar distribuyendo la palabra de Dios o el pan de la eucaristía. Es un poder realmente extraordinario, y una participación en el poder de Jesucristo. Pero sin pretender disponer de este poder, que no debe usarse nunca en provecho propio, sí podemos compadecernos de los hambrientos de este mundo.
La compasión o capacidad para compadecer con nuestros semejantes es universal: una capacidad común a todo hombre. Pero nuestra compasión debe estar regida por el Espíritu de Cristo, esto es, por la caridad y la rectitud, es decir, por el recto amor al prójimo.
Nuestra compasión, por ejemplo, no nos debe hacer cómplices del pecado de los demás. Pero el movimiento de la compasión puede verse muchas veces paralizado por nuestros miedos, con frecuencia disfrazados de prudencia, nuestras comodidades y nuestras cobardías. Sobre todo, nuestros miedos a perder lo que tenemos, o a vernos enredados en asuntos poco gratos, o a contraer algún tipo de contagio maligno, o simplemente al decir de las personas decentes.
Es verdad que siempre hemos de actuar con prudencia, pero hay situaciones o emergencias en que la presunta prudencia puede acabar impidiendo nuestro obrar compasivo. Por prudencia Jesús se hubiera mantenido tal vez alejado de leprosos y pecadores, pero no lo hizo.
Por prudencia no se hubiese dejado enredar Jesús en disputas con letrados y fariseos. Por prudencia no debería haberse dejado tocar por ciertas mujeres de mala vida. Por prudencia no tendría que haber permitido a sus discípulos arrancar espigas en sábado. Por prudencia no debería haber venido a este mundo en el que antes había entrado el pecado y la muerte. Y San Damián, el apóstol de los leprosos, cometía una imprudencia al acercarse a estos enfermos para curar sus llagas.
Son muchas las imprudencias cometidas por los santos en sus acercamientos a los indigentes y en sus penitencias y ayunos, sobre todo vistos desde la atalaya de la comodidad y de la pura racionalidad. También los mártires cometieron la imprudencia de declararse o delatarse como cristianos. Pero hoy les reconocemos testigos privilegiados de la fe.
Si nos ponemos en el lugar de los apóstoles, haciendo las veces de intermediarios entre Jesús y la multitud, le oiremos dirigirse a nosotros para decirnos: Dadles vosotros de comer. Y puesto que sabéis de la necesidad de estas personas, remediad vosotros esta necesidad. No os limitéis a sentir lástima de ellos, sino poned remedio a su situación lastimosa, proporcionándoles el pan que necesitan. ¿O es que vamos a responder, como ellos: No tenemos más que cinco panes y dos peces, y ¿qué es eso para tantos?
Dios podría replicarnos lo mismo que Jesús: "Traedme esos panes", traedme lo que tengáis y veremos lo que se puede hacer. Y haría el milagro. Multiplicaría nuestros escasos recursos y con ellos lograría saciar a la multitud. Dios obra el milagro, pero no sin nuestra aportación.
Dios reclama la colaboración humana, y la reclama para todo, para el cultivo de la tierra, para la generación de nuevas vidas, para la confección de nuevas tecnologías, para la educación de los niños, para la evangelización, para el acrecentamiento de la caridad, para el combate contra el mal, para el restablecimiento de la justicia, para otorgar el perdón y para dar la vida eterna.
Y cuando le entregamos lo poco que tenemos, lo multiplica, provocando nuestro asombro al comprobar el resultado obtenido. Pero ¿estamos dispuestos a entregarle ese poco, en el que solemos poner muchas veces nuestra seguridad?
Y si nos ponemos, finalmente, en el lugar de la multitud hambrienta, cabe preguntarse: ¿Nos sentimos realmente hambrientos de la palabra de Dios, hambrientos hasta el punto de acudir allí donde nos van a proporcionar ese alimento, aunque ello cueste desplazamientos, incomodidades, dinero? Porque no hemos dejado de ser ovejas necesitadas de pastor.
Y si experimentamos la necesidad de saciarnos de este pan, ¿lo buscamos a diario? ¿Leemos con detención todos los días las lecturas que escuchamos en la misa? ¿Nos preocupamos de entenderlas? ¿Recurrimos a algún comentario o explicación? ¿Buscamos una misa con homilía incorporada? ¿Procuramos hallar claridad en los textos oscuros o difíciles?
¿Tenemos verdadero deseo de conocer el pensamiento de Jesús sobre el hombre, la vida, la muerte, la Iglesia, su seguimiento, nuestro destino? ¿Nos preguntamos qué espera él de nosotros? ¿Tenemos verdadero interés por conocerle más y mejor, porque el conocimiento de una persona amable incrementa el amor?
JOSÉ RAMÓN DÍAZ SÁNCHEZ·CID, doctor en Teología
Act: