8 de Diciembre

Lunes II de Adviento

Equipo de Liturgia
Mercabá, 8 diciembre 2025

a) Is 35, 1-10

         Seguimos escuchando hoy al profeta de la esperanza mesiánica, que mediante el recurso a las imágenes poéticas, trata de describir lo que Dios va a hacer en el futuro, cuando envíe su Mesías al mundo.

         Las imágenes son tomadas por Isaías de la vida campestre (el yermo se convierte en vergel, brotan aguas en el desierto, hay caminos seguros sin miedo a los animales salvajes...) y de la vida humana (manos débiles que reciben vigor, rodillas vacilantes que se afianzan, cobardes que recobran el valor, el pueblo que encuentra el camino de retorno desde el destierro, la gente entona alegres alabanzas festivas...).

         Se trata de un nuevo éxodo de liberación, que tendrá lugar con la llegada del Mesías, y muy superior al experimentado al salir de Egipto. Y en él todo son planes de salvación, como recuerda el salmo responsorial de hoy: "Dios anuncia la paz a su pueblo y a sus amigos".

         Ya no caben penas ni aflicción. Dios curará a los ciegos y a los sordos, a los mudos y a los cojos. Y a todos les enseñará el camino de la verdadera felicidad. Hasta la misma caravana del pueblo liberado, será guiada por el mismo Dios en persona.

         De nuevo nos quedamos perplejos ante un cuadro tan idílico. Es como un poema gozoso del retorno al paraíso, con una mezcla de fiesta cósmica y humana. Dios ha perdonado a su pueblo, le libra de todas sus tribulaciones y le vuelve a prometer todos los bienes que nuestros primeros padres malograron al principio de la historia.

José Aldazábal

*  *  *

         Inmediatamente después de las maldiciones contra Edom que ocupan todo el cap. 34 de Isaías, viene todo este capítulo de bendiciones a favor de Jerusalén, un canto que los especialistas ponen en relación con el Deutero Isaías. Recordemos que el libro de Isaías tiene al menos 3 manos; es decir, que no se trata de un solo autor, sino de tres, aunque algunos detectan cuatro.

         Las bendiciones y tiempo de bonanza que anuncia el profeta se insertan en un tiempo de desesperanza y angustia. Las amarguras de la opresión y el mal causado por los babilonios serán cambiadas por tiempos mejores. Es muy importante anotar que en todos estos cantos y poemas que nos presenta la liturgia para este tiempo de Adviento, el gozo, la alegría, la época nueva, involucra a toda la creación.

         Es decir, no se trata de tiempos nuevos y mejores sólo para los humanos, sino que esa transformación o esa bendición, también incluye a la naturaleza. Es la mentalidad isaiana que intenta rescatar aquella armonía descrita en el Génesis al inicio de la creación.

         De nuevo el tema de la salvación que vendrá es descrito con signos tangibles y actuales. Nótese cómo la salvación esperada se hará realidad aún en cambios físicos: los ciegos verán, las orejas de los sordos se abrirán. Con esto se nos indica que el evento de la salvación no es algo que tengamos que diferir al día de nuestra muerte, cuando nos encontraremos con el Juez universal, libro de cuentas en mano para hacer balance de nuestras obras y dictarnos la sentencia: salvado o condenado.

         Esta concepción tan corriente a partir de una cierta época entre los cristianos, no tiene ningún fundamento bíblico. Las imágenes de lo que la revelación nos va mostrando como salvación se van viendo cada vez más claras a lo largo del AT, y más concretamente en Isaías.

Servicio Bíblico Latinoamericano

a) Lc 5, 17-26

         La lectura de hoy de Lucas nos presenta una escena digna de Isaías: a Jesús enseñando en medio de fariseos y severos doctores de la ley venidos de todas partes del país. Dice el evangelista que una fuerza divina impulsaba a Jesús a realizar curaciones.

         Nos narra a continuación Lucas la conocida curación del paralítico traído en su camilla, que no puede ser llevado ante Jesús por la multitud que llena la casa y que entonces es descolgado a través del techo en donde se practica un agujero. La enfermedad, la muerte, cualquier clase de mal que sobrevenga al ser humano son considerados en la Biblia como consecuencia del pecado.

         Por eso Jesús, para escándalo de los especialistas en la ley, presentes en el lugar, perdona al paralítico sus pecados, antes de curarlo. Porque son peores las parálisis del corazón y del espíritu que las de los miembros corporales. Peor no ser capaz de amar y de servir que no poder caminar, y porque a veces no nos podemos mover por falta de generosidad, por orgullo y egoísmo.

         Es cierto que sólo Dios puede perdonar los pecados, pero Jesús afirma que el misterioso Hijo del Hombre que él representa, que es él mismo, tiene también ese poder, y para confirmarlo y comprobarlo ordena al paralítico levantarse, echarse al hombro la camilla de sus dolores y pecados y volver por su propio pie a su casa. ¡Oh maravilla! El paralítico se va glorificando a Dios, los presentes también glorifican a Dios llenos de asombro. ¿Tal vez también los fariseos y los doctores de la ley?

         Así se cumplen en Jesús las profecías de Isaías: los cojos brincan, los ciegos ven, los sordos oyen. La tierra se renueva en su presencia, el desierto se convierte en vergel, regresan los deportados por las potencias opresoras. Todo esto sucede, y sucederá plenamente, cuando vivimos su evangelio, seguimos su enseñanza, cumplimos sus mandatos que son mandatos de amar y de servir, de perdonar y compartir.

         ¿Y cómo no prepararnos cuidadosamente para celebrar su nacimiento ya próximo en esta Navidad? ¿Cómo no reconocer nuestros pecados y pedir perdón por ellos, sabiendo que perdonados seremos capaces de obrar maravillas, de caminar gozosos al encuentro de los hermanos para construir junto con ellos una sociedad más justa, pacífica y fraterna?

Josep Camps

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         El paralítico del evangelio de hoy estaba totalmente postrado. Su limitación no le permitía desempeñarse como cualquier otro ser humano. Esta limitación que de por sí era oprobiosa, aumentaba más con la marginalidad a que era sometido por la mentalidad vigente en aquella cultura. Como enfermo estaba totalmente desplazado de la comunidad humana.

         En aquel tiempo se consideraba que la enfermedad, en general, provenía del pecado. Si un ser humano enfermaba, se pensaba que, necesariamente, era un pecador. Cuanto más grave su enfermedad, tanto mayor era el pecado que se suponía habría cometido. Si no hubiera sido él, la familia o algún antepasado.

         Los sacerdotes, escribas y los fanáticos religiosos guardaban celosamente los prejuicios de la cultura como normas absolutas e inalterables. Sometían a la población a un régimen de ideas que los ataba a la estructura ideológica del sacralismo y el perfeccionismo legal. En ese esquema, el enfermo no tenía alternativa. Era expulsado de la comunidad y ya no era reconocido prácticamente como ser humano.

         Jesús rompe ese esquema y propone una visión amplia, generosa, tierna. El ser humano, cualquiera que sea, tiene un valor tan grande que las normas y los prejuicios tienen que modificarse para que la persona sea el centro de la vida. La fe de un pueblo, tiene que partir de que el Dios de la vida está en medio de ellos para hacerlos crecer en dignidad, justicia y solidaridad. La fe en Dios, por tanto, no se puede utilizar para marginar y recriminar a nadie.

         Este orden de convicciones, este credo vital y liberador, es el que Jesús aplica en la discusión con los fanáticos religiosos. El ser humano, no importa qué dignidad y cargo ocupe, no está en el mundo para reprimir a sus hermanos y someterlos a la servidumbre de las costumbres: "¿Quién puede perdonar los pecados sino Dios?".

         La función del ser humano, del Hijo del hombre, es liberar a la humanidad atormentada y darle posibilidades de comenzar aquí y ahora el camino de redención: "Te lo ordeno, levántate, toma tu camilla y vuelve a tu casa". El paralítico se puso en pie y recuperó su dignidad humana, y fue capaz de seguir por sus propios medios el camino que él propio eligió, no sometido ya a que los demás decidan por él.

Servicio Bíblico Latinoamericano

c) Meditación

         El evangelista Lucas nos presenta hoy a Jesús enseñando, y nos dice que éste es espiado por los fariseos y maestros de la ley, los cuales se han constituido en los jueces de su enseñanza y de sus acciones. El poder del Señor, precisa el evangelista, impulsaba a Jesús a curar, como ese poderoso impulso de Dios que operaba en él. Hasta que llegan hasta la casa en la que se encontraba unos hombres que llevaban a un paralítico en una camilla.

         Como no tenían por donde introducir al paralítico, debido al gentío, deciden aquellos hombres subirse a la azotea de la casa, y descolgarlo desde allí tras haber separado las tejas y hecho un boquete para bajarlo. Así es como colocan al paralítico delante de Jesús, con su camilla en el centro de la sala.

         Jesús interpreta que aquellos hombres no sólo son concienzudos, sino que además tienen fe en que van a lograr lo que pretenden, llevando a aquel paralítico a su presencia. Y de tal manera ve su fe (porque la fe puede verse, en sus manifestaciones) que, dirigiéndose al paralítico, le dice: Hombre, tus pecados están perdonados.

         No era esto, seguramente, lo que el paralítico y sus acompañantes esperaban oír, como tampoco lo esperaban los fariseos espías. Lo que buscaba el paralítico y sus portadores al presentarse allí era su curación, y no a un sacerdote para que le diese la unción o le confesase, sino a un sanador que devolviera la movilidad a sus miembros. Por eso, la reacción de los letrados y fariseos no se hizo esperar.

         Al oír aquellas palabras absolutorias de Jesús, los fariseos entendieron de inmediato que se encontraban ante un blasfemo, pues ¿quién puede perdonar pecados más que Dios? Y es verdad. En realidad, sólo Dios puede perdonar los pecados, a través de una confesión del pecador. Sólo Dios puede perdonar, y hasta destruir el mal y hasta curar la enfermedad. Jesús se estaba atribuyendo, a juicio de los fariseos, un poder divino, y esto era para ellos no sólo arrogancia, sino blasfemia.

         Jesús, que sabía cómo pensaban, les replica: ¿Qué pensáis en vuestro interior? ¿Qué es más fácil decir, tus pecados quedan perdonados, o decir "levántate y anda"? Las dos cosas son fáciles de decir; lo difícil es hacer que se hagan realidad tales cosas, tanto el perdón como la curación, si bien la curación física es más fácil de verificar que la curación (= perdón) moral.

         Para Dios ninguna de esas cosas son difíciles, mientras que para el hombre las dos tienen una dificultad similar o una imposibilidad similar. Pues bien, sentencia Jesús, para que veáis que el Hijo del hombre tiene poder en la tierra para perdonar pecados, a ti te lo digo: Ponte en pie, toma tu camilla y vete a tu casa. Inmediatamente, aquel paralítico se levantó, tomó su camilla y se marchó a su casa, dando gloria a Dios. Luego Jesucristo cura al paralítico para que vean que tiene poder para perdonar pecados.

         La curación física se convierte en signo de su capacidad para perdonar o curar moralmente. Hace un acto de poder, ciertamente admirable, sobre un organismo humano que tiene atrofiados sus miembros para hacer ver que tiene poder divino, pues el poder de perdonar sólo le compete a Dios, como prejuzgan acertadamente los fariseos. El poder de perdonar destruyendo el mal sólo está en Dios.

         Jesús muestra que tiene este poder al curar al paralítico de su mal físico. Por eso provoca en su entorno asombro y arranca expresiones de glorificación de Dios. No sólo da gloria a Dios el que ha recibido el beneficio divino de la curación, que percibe con claridad que Dios es el verdadero responsable de aquel suceso, sino todos los que se dejan arrebatar por el asombro provocado por tan admirables acciones.

         Los testigos de aquel milagro glorifican a Dios porque entienden que sólo Dios puede estar detrás de las acciones milagrosas de Jesús. No es que confundan a este hombre con Dios, pero ven a Dios en el actuar de este hombre. Y por eso se asombran y dan gloria.

         El evangelio proclama, por tanto, que en Jesús se manifestaba el poder de Dios, hasta tal punto que su poder de curar y perdonar era poder divino, porque sólo Dios puede perdonar pecados (aunque la curación de algunas enfermedades esté también en poder de los hombres).

         Podemos concluir que en el poder efectivo de Jesús se estaba haciendo patente el poder del mismo Dios, y que Jesús no se arrogaba ilegítimamente este poder, sino que hacía uso legítimo de él porque era realmente suyo en cuanto Hijo de la misma naturaleza que el Padre. Y que cuando obraba, hacía lo que veía hacer al Padre, como reproduciendo su misma actividad con su misma capacidad de operar.

         A nosotros nos puede suceder lo que a aquel paralítico: que, estando enfermos, solicitemos la curación de esa enfermedad física o mental que cargamos ya desde hace tiempo con verdaderos deseos de vernos liberados de ella; pero que nos olvidemos de solicitar la curación de esa otra enfermedad que también nos acompaña a lo largo de la vida sin experimentar el deseo apremiante de liberarnos de ella, y que es el pecado.

         Parece como si el peso de nuestros pecados nos molestase menos que la carga de cualquier enfermedad; y no reparamos en que el pecado puede ser más destructivo y dañino que una enfermedad, sea del tipo que sea. Por eso es importante que caigamos en la cuenta de aquello a lo que da prioridad Jesús. Jesús viene a decirnos, como al paralítico: Te hago ver mi poder de curación para que adviertas mi poder de perdón, que es una curación más profunda y de mayor alcance.

 Act: 08/12/25     @tiempo de adviento         E D I T O R I A L    M E R C A B A    M U R C I A