12 de Diciembre
Viernes II de Adviento
Equipo
de Liturgia
Mercabá, 12 diciembre 2025
a) Is 48, 17-19
El texto de hoy de Isaías puede ser leído de muchas maneras. Algunos podrán afirmar que el modo de concebir la suerte histórica que corrió Israel corresponde a una mentalidad religiosa de tipo primitivo, que consideraba a Dios como el causante de males y de bienes del pueblo. Sumamos a esto las cantidad de lecturas que hace Israel de su pasado y el modo de considerar sus opresiones como castigos de sus pecados e infidelidades.
Es cierto, esta mentalidad religiosa hoy no puede sostenerse, al menos de esta manera. Los antiguos no tenían lo que hoy nosotros llamamos distinción entre "mundo sagrado" y "autonomía del mundo profano".
Otra lectura puede considerar actual ese modo de pensar, y afirmar que el mal (o males) que nos aquejan son producto del alejamiento del mundo con respecto a Dios, o del secularismo al que aluden muchos sectores religiosos. Esta postura sostiene que para remediar a esta sociedad enferma hay que volver a Dios, a la vida religiosa.
En estos tiempos posmodernos hablar de religión, de presencia de Dios en la historia ya es demasiado, pero además, hablar de Dios causante de males es escandaloso, y mucho más afirmar que es necesario volver a Dios para que los hombres y mujeres vivan de acuerdo a una conciencia moral.
Sin embargo, es necesario actualizar esta palabra dicha hoy en el contexto de un continente plagado de pecado, Continente en el que el pecado se ha instalado en las mismas estructuras transformándolas en destructoras de la misma dignidad humana. Es necesario volver a actualizar este texto en este continente que se hace llamar cristiano (¡y católico!) y que en nombre de las tradiciones culturales occidentales y cristianas mata niños, desprotege ancianos, viola a sus mujeres, desemplea a sus hijos e hijas.
Es cierto, no podemos decir, del mismo modo que lo decía Isaías, que estamos mal porque hemos pecado. ¿Pero estamos seguros de que no lo podemos decir así? ¿No es cierto que los males que sufrimos es porque muchos oprimen y desgastan al pueblo? ¿No es cierto que la desocupación es fruto de un plan malévolo y demoníaco de los gobernantes de este mundo que prefieren excluir a muchos para que sobrevivan unos pocos?
¿No es cierto que respiramos aire impuro y bebemos aguas contaminadas por la ambición de muchos que poco les importa el presente y el futuro de nuestro hogar? ¿No es cierto que nuestros niños viven en las calles de las grandes ciudades prostituyéndose porque el sistema los ha condenado a vivir así?
¿No es cierto que los cristianos dejamos que estas cosas pasen muchas veces escondiéndonos en nuestras iglesias y sacristías? ¿No es cierto que sobran documentos eclesiales sobre el mal de la pobreza y faltan gestos de solidaridad desde la cabeza hasta todos sus miembros? Y seguimos la lista...
Así, la vida mal vivida es obra de los hombres y mujeres que ya no distinguen el mal del bien. Y podemos volver a leer a Isaías diciendo: "Debemos volver al camino de Dios y del hombre, debemos volver a conocer el dolor para arrepentirnos del pecado contra el hermano y la hermana. Debemos estar atentos a nuestra buena conciencia que nos alerta sobre nuestras acciones. Debemos volver los ojos al pobre para saber cuál es la ley que lleva a la vida".
Servicio Bíblico Latinoamericano
b) Mt 11, 16-19
La parábola de hoy de Jesús tiene su punto de apoyo en el mundo infantil. Entre los niños ocurre con frecuencia no ponerse de acuerdo en sus juegos. Unos quieren jugar a una cosa, otros a otra. El capricho y la terquedad de los niños en sus juegos es el punto esencial de referencia en la parábola. Inmediatamente se pasa a la aplicación de la misma: así es esta generación.
Cuando Jesús utiliza la palabra generación lo hace ordinariamente en sentido peyorativo de censura descorazonada, de reprensión infructuosa e inútil (Mt 12,39-42; 23,36; Mc 8,12-38). Si fuésemos a precisar todavía más el sentido de la parábola tendríamos que recurrir a otros lugares del evangelio donde la generación lleva el calificativo de "mala y adúltera" (infiel a la palabra de Dios y sus exigencias).
Jesús retrata en la parábola al pueblo judío que le ha negado la fe. Y de modo especial a los dirigentes cualificados del pueblo, a los especialistas cualificados de la ley. Ellos son los más directamente responsables. De la parábola pudiera deducirse la conclusión siguiente: unos que quieren y otros que no quieren jugar. ¿Tiene cada uno de estos grupos un significado especial en la aplicación doctrinal de la parábola? No lo creemos. Se trata, más bien, de rasgos parabólicos que se hallan en función de la enseñanza.
"Os hemos tocado la flauta y no habéis bailado, hemos tocado cantos fúnebres y no os habéis entristecido", recuerda Jesús. ¿Tenemos en estas palabras el retrato del Bautista, que incitaba a la penitencia, y el de Jesús, que invitaba a la alegría? El Maestro alude al Precursor y al Hijo del hombre para poner de relieve el capricho de aquel pueblo.
El sentido de la parábola está claro: los judíos siempre rechazan la palabra de Dios, en cualquier forma que les haya sido propuesta. Su comportamiento no es el de héroes sino el de niños tercos y caprichosos. Sentados (v.11) en el comodín de una religión desfigurada por ellos, y por lo mismo inauténtica, se sentían felices diezmando el anís, la menta y el comino y descuidaban, cobijados bajo el manto de su religiosidad oficial, lo fundamental de la ley: la justicia, la misericordia, la fe.
Sentados en la plaza criticaban la actitud de todos los enviados de Dios: todos aquellos que no entren por sus caminos y se ajusten a sus planes están lejos del camino de la salvación, incluso el mismo Jesús.
Son ellos, los dirigentes del pueblo, los que viven sentados como señores en la plaza y se arrogan el derecho de elegir las piezas que deben tocarse. Por encima de todos debe prevalecer su criterio, su plusvalía, su capricho. Y al no querer obedecer nunca, quedan excluidos del camino de la salud. Porque nuestra vida fundamentalmente es obediencia. La obediencia de la fe.
Al final de la parábola añade Jesús esta sentencia: "La sabiduría se acredita por sus obras". Cuando se habla de la sabiduría en el mundo griego, y también en nuestro mundo, se piensa sencillamente en la ciencia. El mundo de la Biblia piensa de manera distinta.
La sabiduría, sin calificativo alguno, es la sabiduría de Dios. Con ella se hace referencia al plan de Dios sobre el mundo y su ejecución a través de los hombres elegidos por él para lograrlo.
Este proverbio afirma, por consiguiente, que tanto el Bautista como Jesús son agentes eminentes en la realización del plan de Dios. Su conducta puede parecer equivocada y ser juzgada como tal por los dirigentes del pueblo judío, pero sus obras demuestran que están en la línea de la verdad y que, por tanto, los equivocados son ellos. Por otra parte sabemos (y lo repite frecuentemente el NT) que Jesús es la sabiduría de Dios. La obra salvadora que llevó a cabo en el mundo demuestra que aquellos que le rechazaron no tenían razón.
Frederic Raurell
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Jesús echa hoy en cara a su generación, por no recibir a los enviados de Dios, ni al Bautista ni a él mismo. Ya en la 1ª lectura el profeta se lamenta con tristeza de que el pueblo era rebelde y no había querido obedecer a Dios. No eligió el camino del bien, sino el del propio capricho. Y así le fue. Tampoco hicieron caso al Bautista muchos de sus contemporáneos, ni al mismo Jesús, que acreditaba sobradamente que era el enviado de Dios. De ahí que "vino al mundo y los suyos no le recibieron".
Esta vez la queja está en labios de Jesús, con la gráfica comparación de los juegos y la música en la plaza. Un grupo de niños invita a otro a bailar con música alegre, y los otros no quieren. Les cambian entonces la música, y ponen una triste, pero tampoco. En el fondo, es que no aceptan al otro grupo, por el motivo que fuera. Tal vez por mero capricho o tozudez.
La aplicación de Jesús es clara. El Bautista, con su estilo austero de vida, es rechazado por muchos, bajo excusas de que tiene un demonio, o es demasiado exigente, o debe ser un fanático. Viene Jesús, que es mucho más humano, que come y bebe, que es capaz de amistad, pero también le rechazan: "Es un comilón y un borracho".
En el fondo, las gentes no quieren cambiar. Se encuentran bien como están, y hay que desprestigiar como sea al profeta de turno, para no tener que hacer caso a su mensaje. De Jesús, lo que sabe mal a los fariseos es que es "amigo de publicanos y pecadores", que ha hecho una clara opción preferencial por los pobres y los débiles, los llamados pecadores, que han sido marginados por la sociedad.
La queja la repetirá Jesús más tarde: "Jerusalén, Jerusalén, cuántas veces quise reunir a tus hijos como la gallina a sus polluelos, y no quisiste".
José Aldazábal
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La gente tiende a hacerse una imagen demasiado rígida de sus líderes, gobernantes y pastores. Esas imágenes estereotipadas se imponen en la mentalidad como las auténticas o las originales. A esto se enfrentó Jesús.
Jesús era reconocido por sus paisanos como un profeta. Pero había muchas cosas en él que no encajaban con la imagen típica que el pueblo había creado. Jesús se mostraba demasiado libre frente a la Ley. La infringía para favorecer a las personas enfermas, endemoniadas y abatidas.
Respecto a las tradiciones más sagradas, Jesús se mostraba crítico, y a veces demoledor. Por eso, sustraía a las profecías todos aquellos presagios de venganza e ira divina (Lc 4, 16). Su permanente presencia entre descreídos (hoy diríamos ateos), gente de mala reputación y en ocasiones sorprendentes como fiestas, banquetes y labores cotidianas, definitivamente contradecían la imagen tradicional del profeta.
El modo de vivir de Jesús, tal como lo describe el evangelio, provocó no pocos escándalos y fuertes críticas. Por eso, lo tildaron de "comilón, borracho y amigo de gentuza", títulos que no le iban bien a la imagen de profeta y Maestro que la multitud le adjudicaba. Pero esa situación no era nueva respecto a Juan, quien era tenido por loco o incluso endemoniado.
Por esta razón Jesús, cada vez que escuchaba críticas ponía al descubierto la falsedad de sus opositores: critican a un hombre austero y radical como Juan y critican a un hombre tan generoso y festivo como Jesús. Total: lo que ellos quieren es que no haya profetas entre el pueblo. Porque, se portan como niños necios que no sufren con la música fúnebre ni gozan con la música festiva.
Hoy sufrimos una situación parecida. Nos disgustamos con aquellos que nos advierten de los peligros de seguir con un modo de producción industrializado que asola al planeta y pone toda la vida en peligro. Pero nos sentimos disgustados con aquellos que defienden y proclaman la irreductible utopía de un mundo mejor y más justo. No aceptamos las grandes propuestas (los macro-relatos), y nos fastidian los que quieren defender el entorno natural. Total, nos portamos como "niños necios", únicamente atentos al instante actual, sin preocuparnos a fondo por el futuro de la humanidad.
Servicio Bíblico Latinoamericano
c) Meditación
Jesús compara hoy a su generación con esos niños sentados en la plaza que gritan a otros: "Hemos tocado la flauta y no habéis bailado, hemos cantado lamentaciones y no habéis llorado". Es decir, como esos que esperan que los demás se muevan al ritmo que ellos tocan, y sintonicen con el tipo de melodía que ellos entonan, en su pretensión de ser ellos la medida de cuantos les rodeen y contemplen.
Jesús recurre a esta comparación para aplicarla de inmediato a la actitud que sus contemporáneos habían adoptado ante dos personajes de signo aparentemente distinto, y que habían comparecido en la escena socio-religiosa de su tiempo: Juan el Bautista y el mismo Jesús. Porque vino (decía Jesús) Juan, que ni comía ni bebía, y dicen: Tiene un demonio. Y vino el Hijo del hombre, que come y bebe, y dicen: Ahí tenéis a un comilón y borracho, amigo de publicanos y pecadores.
Aparentemente, Juan y Jesús adoptan conductas contrapuestas. Mientras el 1º se presenta como modelo de austeridad y ayuno, ni come ni bebe, el 2º actúa más bien como una persona normal, que se deja invitar a banquetes y bodas y que come y bebe de lo que le ponen, hasta ganarse la fama de comilón y borracho.
Pero tanto uno como otro merecen la crítica negativa de quienes se sitúan ante ellos como jueces que sentencian con extrema facilidad y ligereza al modo de aquellos niños caprichosos que, sentados en la plaza, reprochaban a otros no cumplir con sus expectativas.
Los ayunos de Juan son vistos como propios de alguien que está poseído por el demonio de la austeridad. Y las comidas y bebidas de Jesús como los de alguien que está dominado por el demonio de la gula o de la intemperancia. En Juan les desconcierta su extremismo ascético, y en Jesús su normalidad y su extrema familiaridad con publicanos y pecadores.
Ambas actitudes son objeto de su crítica acerba, que brota de un narcisismo casi adolescente. Nada les satisface. Nada les parece bien. Hagan una cosa o su contraria, serán criticados. En el fondo hay una predisposición a no aceptar nada que proceda de ellos, porque los vetados son ellos mismos.
Jesús parece hacer extensiva esa actitud que es característica de los fariseos a su generación. Porque fueron precisamente los fariseos, en su gran mayoría, los que no creyeron en Juan ni en Jesús como enviados de Dios. Jesús les echará en cara esta incredulidad en alguna ocasión. Y también a él le acusaron de estar poseído por el demonio o de obrar con el poder de Belzebú.
Pero los hechos dan razón a la sabiduría de Dios, les contesta Jesús. Es decir, que a pesar de las críticas e incomprensiones, los hechos (otra lectura dice los hijos) acabarán dando la razón a la sabiduría de Dios, que se ha manifestado tanto en Juan como en Jesús. Ambos son portadores de la sabiduría divina y ambos actúan (cuando comen y cuando no comen) en conformidad con la voluntad de Dios.
Alguno podría pensar que la muerte con que ambos acaban su vida (uno decapitado por Herodes, y otro crucificado por Pilato) no les daba precisamente la razón. Pero hay una historia posterior a ese término que quita la razón a sus críticos, opositores y adversarios, y se la da a ellos.
Es la historia de sus seguidores que les engrandecen y les aúnan, es la historia del cristianismo que brota de la resurrección de Cristo. Esta historia, con todos sus hechos martiriales y virginales, y con todos sus frutos, les está dando la razón, y con ellos dan razón a la sabiduría de Dios de que estaban investidos.
Si esto es así, son los hijos de la sabiduría
los que, con su seguimiento y testimonio martirial, están dando la razón a Jesús, dando la razón a la sabiduría con la que obraba y quitando la razón a aquella generación de mentalidad farisaica o narcisista.Ojalá que el Señor nos encuentre entre los hijos de esa sabiduría, y no como intérpretes carentes de sensibilidad para apreciar las manifestaciones de Dios en nuestra historia. Porque puede suceder que una mentalidad excesivamente crítica o cientifista nos impida ver, como a los fariseos coetáneos de Jesús, esas manifestaciones de Dios en nuestro mundo.
Act:
12/12/25
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