6 de Febrero

Jueves IV Ordinario

Equipo de Liturgia
Mercabá, 6 febrero 2025

a) Heb 12, 18-19.21-24

         Cuando habéis ido hacia Dios, nos dice hoy la Carta a los Hebreos, "no os habéis acercado a ninguna realidad sensible, como el monte Sinaí". Ni a un fuego ardiendo, ni a la oscuridad, tinieblas o tormentas, ni al estrépito de la trompeta ni al clamor de palabras, pronunciadas por aquella voz que suplicaron los que lo oyeron no se les hablara más. De hecho, tan espantoso debió ser aquel espectáculo del monte Sinaí, que el mismo Moisés dijo: "Espantado y temblando estoy".

         Y es que a esos hebreos (judíos convertidos al cristianismo), tentados de volver atrás, el autor de Hebreos les mostrará la superioridad de la nueva fe cristiana. Pues el Sinaí no era sino el símbolo del terror sagrado, con fenómenos espantosos que reforzaban cierta idea de Dios (la mayoría de las religiones naturales), de un Dios terrible que infunde miedo.

         Y frente a esa realidad del AT, "vosotros, en cambio, os habéis acercado al monte Sión". Comparándolo al Sinaí (montaña alta y desértica), el Sión es sólo una humilde colina que no puede amedrentar a nadie. ¿Sigo teniendo miedo de Dios aun después que se humilló hasta nosotros? (Fil 2, 8; Heb 2, 9).

         "Os habéis acercado a la ciudad de Dios vivo, a la Jerusalén celestial". En comparación al desierto, lugar de inseguridad y de soledad (y el desierto del Sinaí es de los más terribles), una villa rodeada de murallas, o cualquier ciudad, es el símbolo de la seguridad, y de la vida en una comunidad. Pues bien, dice Hebreos, la Iglesia el la "ciudad de Dios vivo", es una comunidad fraterna en la que se vive familiarmente con Dios. ¿Es así como veo yo a la Iglesia?

         "Os habéis acercado a millares de ángeles reunidos en asamblea festiva, y a la reunión de los primogénitos cuyos nombres están inscritos en el cielo". El término asamblea traduce aquí el término griego ecclesia. ¿Es verdaderamente la Iglesia esa comunidad festiva? ¿Es algo nuevo respecto al temor aterrador del Sinaí? ¿Tengo yo la seguridad de que mi nombre está escrito en el cielo? Mi nombre escrito en el corazón del Padre. Jesús pedía a sus amigos que se alegraran de ello: "Alegraos de que vuestros nombres estén escritos en el cielo" (Lc 10, 20). ¡Cuán grande ha de ser nuestra confianza!

         "Os habéis acercado a Dios, juez universal; y a los espíritus de los justos, llegados ya a la perfección". El autor, naturalmente, quiere espiritualizar la esperanza de los cristianos, y por ello resalta que nada hay material en todo esto. Pues se trata de una Iglesia que no se reúne alrededor de una montaña, o ni siquiera de un templo, sino en torno a Dios, y a las "almas de los justos".

         "Os habéis acercado a Jesús, mediador de una nueva Alianza, y a la aspersión de su sangre derramada por los hombres". La comunidad fraterna y confiada de los cristianos se reúne en asamblea festiva, finalmente, en torno a Jesús resucitado. Y de ahí obtiene la confianza de saberse amados y salvados, pues él derramó su sangre por nosotros. La sangre de Jesús habla, nos comunica su amor infinito, nos habla de la voluntad de salvación de Dios, y nos dice hasta donde Dios quiere llegar.

Noel Quesson

*  *  *

         La Carta a los Hebreos sigue comparando las instituciones del AT (que sus lectores parece que añoraban) con las del NT, que en Cristo Jesús han encontrado plenitud de sentido y superan en mucho a las antiguas, y por tanto deberían estimular a una fe más firme y constante.

         Aquí la comparación se refiere al acontecimiento de la primera Alianza, que debió ser espectacular (con fuego, nubarrones y estrépito de trompetas, en el adusto monte Sinaí) y que fue dictada bajo el signo del miedo, por parte del pueblo y hasta del mismo Moisés.

         Ahora, la nueva y definitiva Alianza, en Cristo Jesús, se describe mucho más amable. Será sellada en el monte Sión (más cercano y accesible), con ángeles y multitud de creyentes que han alcanzado ya la salvación (y gozan en el cielo) y con un Dios justo cuyo mediador, Jesús, nos ha purificado con su sangre. Todo ello hace que miremos a la Nueva Alianza con confianza, y no con miedo. ¿Estamos todavía nosotros bajo la ley del miedo, o bajo la ley de la confianza y del amor?

         El amor de Dios que se nos ha manifestado en Cristo Jesús y la Alianza que él ha sellado por todos nosotros, no son ciertamente una invitación a la superficialidad y la dejadez: nos comprometen radicalmente. No hay nada más exigente que el amor.

         Pero nos envuelven en una atmósfera de confianza, con la actitud de los hijos que se encuentran en casa de su Padre, acompañados de los bienaventurados (la Virgen, y los santos y ángeles) y el mediador (Jesucristo), y delante de Dios, que es Juez pero también Padre. La Nueva Alianza en que vivimos nos debería llenar de alegría por pertenecer a una comunidad que es congregada por el Espíritu de Dios, en torno a Cristo. Pero a partir de ahora el lugar de la Alianza no es ya un monte, sino la persona misma del Señor Resucitado.

         En la oración penitencial más repetida del mundo, el Yo Confieso, invocamos a Dios y a la comunidad que nos rodea ("vosotros, hermanos"), a la Virgen María, a los ángeles y los santos, para que intercedan por nosotros ante Dios. No estamos solos en nuestro camino de fe, y también esos hermanos están interesados en nuestra conversión a Dios.

         Cuando el Catecismo de la Iglesia se plantea "¿quién celebra la liturgia?", responde con una visión de la comunidad celestial, en torno a Dios y al Cordero, como un río de agua viva (que es el Espíritu Santo), y una multitud incontable de salvados por la Pascua de Cristo (CIC, 1137-1139). Esta es la Alianza a la que pertenecemos. Una visión llena de optimismo, una asamblea donde "la celebración es enteramente comunión y fiesta" (CIC, 1136), y a la que ya nos unimos ahora en nuestra celebración.

José Aldazábal

b) Mc 6, 7-13

         Jesús convoca hoy a los 12, como había hecho antes a la hora de constituir el grupo de los Doce (Mc 3, 13). Y les encarga proclamar (Mc 3, 14) lo que ya han asimilado. Porque toda labor de proclamación que fuese hecha fuera de esa asimilación, sería una falsificación del mensaje.

         Lo que hace Jesús es enviarlos de dos en dos, tal como los había llamado al principio (Mc 1, 16-21). Como en aquel pasaje, ir "de dos en dos" implica la afirmación de la igualdad, y excluye la subordinación de uno a otro. Además, es testimonio de ayuda y solidaridad mutuas.

         También les confiere autoridad sobre los espíritus inmundos, y unas minuciosas instrucciones sobre el modo como deben comportarse: no deben llevar provisiones (pan), ni alforja (propia de los mendigos, para guardar lo que pudieran recibir por el camino), ni dinero (que les daría la seguridad de no quedarse desprovistos, en caso de no recibir nada). Por una parte, el despego de todo eso permite la libertad, y la confianza en ellos por su mensaje de fraternidad.

         Jesús los envía para que, con su modo de proceder, den un testimonio de igualdad entre los hombres ("de dos en dos"). Al mismo tiempo, la carencia de provisiones debe mostrar a todos que esperan solidaridad humana y que confían en la gente, y que no van a aprovecharse de la solidaridad ajena, pues no van a pedir limosna ni a aceptar nada para guardarlo ("ni alforja"). Eso sí, no van a presentarse como mendigos, sino con plena dignidad. Pero al ser dependientes de la buena voluntad de los demás, se elimina toda posible pretensión de superioridad.

         El bastón y las sandalias eran imprescindibles para los viajes largos, y eso sí debían llevarlo. Por el contrario, llevar puestas 2 túnicas era señal de riqueza, y por eso no deben hacerlo. El vestido refleja la clase social a la que se pertenece, y ellos deben estar al nivel de la gente modesta. Como se ve, la igualdad, la solidaridad humana, la confianza mutua, la dignidad, la carencia total de ambición y la sencillez en el vestir... tal es el mensaje que han de transmitir, con su modo de proceder.

         Puede verse ya el propósito de Jesús con este envío de los 12, al ponerlos en contacto con hombres de otros pueblos, para que sea la experiencia lo que les haga cambiar de mentalidad. Es una especie de terapia de choque. No los envía sólo a predicar, sino a aprender del contacto humano. No señala duración ni traza itinerario para el viaje, pero no lo limita al pueblo judío. Deberán convencerse de que la frontera entre la bondad y la maldad humana no coincide con la frontera étnica de Israel.

         Añade después Jesús otras instrucciones sobre el contacto con la gente que van a encontrar, y cuál ha de ser su reacción: según la acogida que reciban. No menciona el ir a las sinagogas (institución judía); ni nada que sea contrario a la finalidad del envío.

         Y menciona solamente el lugar y la casa, que pueden encontrarse en cualquier país. Han de aceptar la hospitalidad que se les ofrece, y no cambiar de casa para no desairar la buena voluntad de la gente, ni afrentar la hospitalidad ofrecida. No tienen que informarse sobre quién los acoge, sino que deben aceptar lo que les ofrecen sin mostrarse reacios a los usos del lugar.

         Para el grupo de los Doce (el nuevo Israel), esta instrucción implica un cambio radical de mentalidad: entrar en casa de paganos (despreciados por los judíos) y depender de ellos para la supervivencia. Jesús pretende que olviden su identidad judía, para colocarse en el plano de la humanidad.

         Puede darse el caso de que un grupo humano ("un lugar") se niegue a aceptar la presencia de los enviados. Un rechazo que el pasaje expresa de 2 maneras: la falta de solidaridad ("no os acoge") o la cerrazón completa al diálogo y comunicación humana ("ni os escuchan"), como ejemplo de erigir barreras que impiden el acercamiento entre los hombres.

         Si eso sucede, deben abandonar el lugar. Pero al marcharse tienen que hacer un gesto de acusación, el que hacían los judíos al salir de tierra pagana. Un signo que ahora significa que los verdaderos paganos, los que no conocen al verdadero Dios, son los que se oponen a la igualdad y solidaridad humanas, y que ser pagano no se define por las creencias, sino por el modo de actuar; lo es quien no refleja en su conducta el amor universal de Dios.

         Recibidas las instrucciones, los 12 se ponen en marcha, sin precisar adónde van ni cuánto dura el viaje. En 1º lugar, se dedican a proclamar, exhortando a la enmienda (haciendo suyo el mensaje del Bautista al pueblo judío; Mc 1, 4) y a un cambio individual (como condición de Jesús para construir la sociedad nueva o reino de Dios; Mc 1, 15).

         La expulsión de demonios y las curaciones están en paralelo con las efectuadas por Jesús en Cafarnaum, antes de que expusiera el programa universalista y rompiera con la institución judía (Mc 2, 1-3.7). Los 12, por su parte, suscitan en el pueblo abatido la esperanza de un mesías davídico restaurador de la gloria de Dios (el ungir con aceite recuerda la unción de los reyes de Israel), y así remedian momentáneamente ("curaban enfermos") el estado de postración de muchos. Tienen gran éxito, y a esta propuesta no experimentan rechazo alguno.

Juan Mateos

*  *  *

         Hoy el Señor nos llama y nos envía. Si nos paráramos a pensar en que esta misma tarde nos tenemos que marchar a una misión porque así quiere el Señor, ¿cuáles serían nuestras preocupaciones? Posiblemente serían "tengo que avisar a", "¿qué me pongo hoy?", "¿cuánto durará?", "antes necesito saber", "¿hará frío o calor?". Imagínate cuántas y cuántas preguntas, dudas, miedos, esperanzas y expectativas.

         Pero la respuesta tiene una sola palabra: nada. La respuesta es nada. Si ya tenemos el poder que nos ha dado Jesús, ¿qué más necesitamos? Seguir a Jesús es cambiar completamente de perspectiva, de horizonte, también por lo que se refiere a las necesidades humanas. ¿Significa eso que vivamos despreocupados? Yo creo que no, pero sí que miremos a nuestras necesidades físicas, transfiguradas por las promesas de Jesús.

         Cuando por el contrario no recibimos a Jesús, no escuchamos, nos alejamos de él, entonces el cubrir nuestras necesidades puede convertirse en una obsesión. Pues como dice una canción que muchos de nosotros conocen "si no te tengo no soy nada, si no estás junto a mí, no soy nada". Y cuando nos damos cuenta que no tenemos nada, de que sin él no somos nada entonces nos vemos necesitados de todo, todo lo queremos para sentirnos arropados, menos desnudos.

Carlo Gallucci

*  *  *

         La semilla del evangelio comenzó a esparcirse por el mundo, y 12 hombres se encargaron de esa labor: los apóstoles de Jesús. Para eso los había llamado el Señor: para que anunciaran su mensaje a todos los hombres. Así, ellos fueron los primeros eslabones de una larga cadena, que llega hasta nosotros.

         Pero para ello Jesús les dijo que "no llevéis más que un bastón, ni pan, ni alforja, ni dinero, ni dos túnicas". ¿Acaso no quiere Cristo que vayamos bien preparados? Sí, y por eso mismo nos da este consejo. A veces nos preocupamos demasiado de las cosas del Señor y nos olvidamos del Señor de las cosas. Y el único equipaje indispensable para nuestra misión es que llevemos a Cristo. Que estemos muy llenos de Dios, para poder compartirlo con los demás, pues como dice la Escritura: "Nadie da lo que no tiene".

         Hoy sabemos que los apóstoles cumplieron su misión. A pesar de sus posibles defectos y debilidades, ayudaron a Cristo a extender su Reino entre los hombres. Nuestra labor es continuar su misión, la misma misión de Cristo, convirtiéndonos en testigos del amor de Dios. Predicar, ante todo, con el ejemplo de las buenas obras. Predicar a tiempo y a destiempo, también con la palabra. Podemos llevar el evangelio a pequeños rincones del mundo, en nuestro hogar o en nuestro trabajo, y hacer así más grande la cadena de la salvación.

Ignacio Sarre

*  *  *

         El evangelio de hoy relata la 1ª de las misiones apostólicas. Cristo envía a los 12 a predicar, a curar todo tipo de enfermos y a preparar los caminos de la salvación definitiva. Ésta es la misión de la Iglesia, y también la de cada cristiano. Pues como ya dijo el Concilio II Vaticano: "la vocación cristiana implica como tal la vocación al apostolado, y ningún miembro tiene una función pasiva. Por tanto, quien no se esforzara por el crecimiento del cuerpo sería, por ello mismo, inútil para toda la Iglesia como también para sí mismo".

         El mundo actual necesita (como decía Gustave Thibon) un "suplemento de alma" para poderlo regenerar. Y sólo Cristo con su doctrina es medicina para las enfermedades de todo el mundo. Un mundo lleno de crisis, de crisis moral y de valores humanos, y de crisis en conjunto (que bien podría llamarse una "crisis de alma").

         Los cristianos nos encontramos, con la gracia y la doctrina de Jesús, en medio de las estructuras temporales, para vivificarlas y ordenarlas hacia el Creador, como ya decía San Agustín: "Que el mundo, por la predicación de la Iglesia, escuchando pueda creer, creyendo pueda esperar, y esperando pueda amar".

         El cristiano no puede huir de este mundo, pues tal como escribía Bernanos: "Nos has lanzado, Señor, en medio de la masa, y en medio de la multitud como levadura. Y por eso reconquistaremos, palmo a palmo, el universo que el pecado nos ha arrebatado. Señor, te lo devolveremos tal como lo recibimos aquella primera mañana de los días, en todo su orden y en toda su santidad".

         Uno de los secretos está en amar al mundo con toda el alma y vivir con amor la misión encomendada por Cristo a los apóstoles y a todos nosotros. Con palabras de San José Mª Escrivá, "el apostolado es amor de Dios, que se desborda, con entrega de uno mismo a los otros. Y el afán de apostolado es la manifestación exacta, adecuada, necesaria, de la vida interior". Éste ha de ser nuestro testimonio cotidiano en medio de los hombres y a lo largo de todas las épocas.

Josep Valls

*  *  *

         Podríamos aferrarnos al esquema prefijado, y detenernos hoy en una frase de Marcos: "Si un lugar no os recibe ni os escucha, al marcharos sacudíos el polvo de los pies, para probar su culpa". Pero sería demasiado rígida esa posición que no se sale del esquema de desencuentros seguido hasta ahora. Aquí, en cambio, se nos informa: los 12 salieron "a predicar la conversión, echaban muchos demonios, ungían con aceite a muchos enfermos y los curaban".

         La buena noticia es doble en este pasaje. En 1º lugar, porque Jesús da a los 12 autoridad sobre los espíritus inmundos. Y en 2º lugar porque no sólo quiere limpiar la casa de Dios (este mundo nuestro, en que hay tanto poder negativo que acampa por sus respetos), sino que incorpora a sus acompañantes a estas las labores de limpieza.

         Pero estos colaboradores no son un simple coro de entusiastas, o grupito de fans que jalea al ídolo, meras comparsas y figurantes. Sino que forman con Jesús un coro en que también tienen, por don de Jesús, su voz y papel co-estelar. No para lucirse ellos, sino para que haya más luz en el mundo, en estos escenarios de dolor y en los patios de butacas, como en el teatro vivo en que se salta la barrera mágica de las candilejas y se incorpora a la escena a los que eran simples espectadores.

         Eso está llamada a ser la realidad nuestra de cada día: por todas partes, con una intensidad y unos ritmos mayores o menores, se está invitando a los laicos a entrar en la misión compartida. La autoridad de Jesús se difunde por todos los miembros y células de su cuerpo: la Iglesia.

         Descubre, pues, tu don y ponlo a servir. Trata de descubrir el don de los que están a tu lado, en tu casa, en tu parroquia, entre tus amigos, el don de la gente con que tratas, díselo y anímalos a que salgan a escena y se lancen al ruedo. Es lo que se está haciendo en las misiones populares, gracias al trabajo de los equipos de evangelización misionera. Se crea un nuevo clima y uno empieza a sentirse Iglesia con una intensidad mucho mayor.

         La buena noticia es, en 2º lugar, el texto que hemos citado: que los 12 se empeñaron en la misión recibida y realizaron una labor eficaz. Y esto sigue sucediendo. También ahora, para los que habitaban en una región de tinieblas, una luz les brilló. El evangelio sigue siendo fecundo.

Pablo Largo

*  *  *

         La lectura del día de hoy deja para mí una palabra clave: el apoyo. Jesús manda a sus discípulos que sólo lleven un bastón. El principal uso de este artículo es para apoyarse, para caminar mejor. Pero también Jesús los manda "de dos en dos", para que sean apoyo el uno del otro. No hemos nacido para estar solos. Necesitamos quién nos ayude a echar adelante día a día.

         Necesitamos quien camine con nosotros queriendo alcanzar la misma meta y guiados por los mismos principios, valores, convicciones. Estas palabras me hacen reflexionar acerca de quiénes están a mi alrededor, mi pareja, mis amigas y amigos, mis compañeras y compañeros de trabajos. ¿Quién o qué me guía a mí? ¿Quién o qué los guía a ellas y ellos? ¿Quién o qué nos guía en conjunto? ¿De qué o quiénes me apoyo?

         Señor, te pido que tú seas mi verdadero sostén. Que como el salmista pueda decir que tu eres la roca en la que me apoyo.

Miosotis Nolasco

*  *  *

         El pasaje evangélico de hoy nos invita a reflexionar en nuestra participación a la extensión del reino de Dios, y en cómo ésta en sí misma trae la recompensa y el bienestar para aquellos que la realizan. Es triste ver que hoy en día pocos hermanos dedican algo de su tiempo para la evangelización y por ello la vida evangélica no se desarrolla en nuestras comunidades.

         Podríamos pensar que no tenemos los recursos necesarios para hacerlo, sin embargo hoy Jesús, al invitar a sus discípulos a que no llevaran nada para el camino, nos hace ver que Dios mismo proveerá, no solo las necesidades materiales de los evangelizadores, sino incluso de todo aquello que hiciera falta para que el anuncio llegue a tocar los corazones.

         Lo único que requiere es nuestra disposición y generosidad con nuestro tiempo. Escucha hoy con atención el llamado y el envío que Dios te hace a ti personalmente a participar en la conversión de tu casa, de tu oficina, de tu barrio de tu propio ambiente. Trata de hacerlo, y verás que no es difícil hablar del amor y la misericordia de Dios.

Ernesto Caro

*  *  *

         Escuchamos hoy el exigente mensaje de Jesús, que nos pide que nos despojemos de todas las seguridades y emprendamos así el camino. Ya hemos escuchado sus enseñanzas, sus parábolas, hemos presenciado sus milagros, los que realiza en nuestras vidas y en las de muchos hermanos y hermanas. Hemos estado con él en la intimidad, en la oración, en la liturgia y llega el momento de dar a conocer a todos la oferta de divina de salvación, de amor, de libertad.

         No hay un modelo práctico igual para todos, pero todos desde nuestra peculiar vocación en la Iglesia podemos vivir esta radicalidad. El verdadero discípulo es una persona desinstalada.

         Los religiosos se suelen identificar profundamente con este evangelio, experimentando el contraste entre la radicalidad de la pobreza y la realidad de sus formas de vida. Y los seglares ven posible el cumplimiento literal de esto. Solamente a través de un proceso de maduración en la fe, aprendemos a distinguir la radicalidad de los consejos concretos de Jesús (ligados a una época) y la radicalidad del estilo de vida que conlleva la vocación cristiana.

         Ser llamado a ser discípulo de Jesús, y todo cristiano lo es, desencadena una dinámica de transformación de la vida entera. Esta transformación viene de la exigencia a vivir en radicalidad todos los valores de la existencia: las relaciones interpersonales, y el status social o económico.

Rosa Pérez

*  *  *

         El envío de hoy los apóstoles a la misión evangelizadora se hace a través de la fórmula "de dos en dos", según relata hoy Marcos.

         En efecto, Jesús había elegido a una serie de personas para que estuviesen con él, y en un futuro no lejano enviarlos a misionar. Esas personas ya han convivido con él, le han escuchado, y han aprendido. Y ahora, les ha llegado el momento de ser investidos de autoridad (o hacerse partícipes del profetismo de Jesús), y ser enviados a la misión (para predicar la Buena Nueva y expulsar demonios). Y se hace con el aviso de que en algunos lugares sí serán recibidos, y en otros no.

         Para ello, Jesús les recomienda un estilo de austeridad y pobreza (la pobreza evangélica), de modo que no pongan énfasis en los medios humanos o técnicos, sino en la fuerza de Dios que él les transmite.

         Los cristianos somos enviados a evangelizar este mundo. ¿Lo estamos siendo ya, o todavía no? Dios no quiere servirse ya de ángeles ni revelaciones directas, sino que quiere que sea la Iglesia (o sea, los cristianos) la que en adelante continúe visibilizando la obra salvadora de Cristo.

         Como los 12 apóstoles, que "estaban con Jesús" y poco después salieron a a dar testimonio de Jesús, así nosotros, que celebramos con fe la eucaristía, somos invitados a dar testimonio en la vida. Tanto individualmente (y cada uno por su cuenta) como colectivamente (de 2 en 2), con cierta organización. También vale para hoy día la invitación a la pobreza evangélica, a ir a la misión mas ligeros de equipaje, sin gran preocupación por los repuestos, y no apoyándonos en demasía en los medios humanos. Pues es Dios el que hace crecer, y el que da vida a todo lo que hagamos nosotros.

         Deberíamos dar ejemplo de la austeridad y pobreza que quería Jesús: todos deberían poder ver que no nos dedicamos a acumular "bastones, dinero, sandalias o túnicas". Que nos sentimos más peregrinos que instalados. Que, contando naturalmente con los medios que hacen falta para la evangelización del mundo, nos apoyamos sobre todo en la gracia de Dios y nuestra fe, sin buscar seguridades y prestigios humanos. Es el lenguaje que más fácilmente nos entenderá el mundo de hoy: la austeridad y el desinterés a la hora de hacer el bien.

         También a nosotros, como a los apóstoles, y al mismo Cristo, en algunos lugares nos admitirán. En otros, no. Estamos avisados. Se nos ha anunciado la incomprensión y hasta la persecución. Pero no seguimos a Cristo porque nos haya prometido éxitos y aplausos fáciles. Sino porque estamos convencidos de que también para el mundo de hoy la vida que ofrece Cristo Jesús es la verdadera salvación y la puerta de la felicidad auténtica.

         No estamos aquí para "salvarnos nosotros", sino para que "otros se salven", intentando colaborar entre nosotros para que el resto de personas puedan conocer y aceptar el Reino de Dios.

José Aldazábal

*  *  *

         Decepcionado por la reacción de la sinagoga, de los fariseos, de sus paisanos y familiares, Jesús llama a los discípulos (los 12) dándoles autoridad sobre los espíritus impuros. Y los envía de dos en dos, para que experimenten la igualdad y la solidaridad mutua. Los manda libres de seguridades (sin pan y sin morral donde guardar las provisiones), los quiere pobres (sin monedas en la faja y con una sola túnica), y durante el viaje deben confiar en la acogida y la generosidad (que les presten quienes se encuentren con ellos).

         El camino será largo, y por eso deberán llevar bastón y sandalias en los pies. En ningún caso andarán cambiando de casa para medrar, ni preocuparse demasiado si alguien no los recibe: "Quedaos en la casa donde los alojen hasta que se vayan de aquel lugar. Y si un lugar no los recibe ni los escucha, al marchaos sacudíos el polvo de los pies, para echárselo en cara".

         El gesto de sacudirse el polvo de los pies lo hacían los judíos al volver a Israel desde tierra pagana. Quienes no los acojan, quienes no practiquen la solidaridad con ellos serán considerados como paganos, pues pagano no es ya quien no pertenece al pueblo de Dios (pues el Dios de Jesús no es ya Dios de un solo pueblo, sino padre de todos), sino quien no practica la solidaridad y el amor.

         Éste será su modo de presentarse en sociedad. En su misión tendrán ocasión de experimentar la acogida y la solidaridad, pero también la indiferencia y el rechazo. Pobres, sin falsas seguridades, libres, solidarios, confiados, abiertos y acogedores. Así nos quiere Jesús a los suyos, en medio del mundo de hoy.

Confederación Internacional Claretiana

*  *  *

         El relato de hoy de Marcos está enmarcado en el envío que Jesús hace de sus discípulos, envío que se concretiza con la misión encomendada a los discípulos "de dos en dos". La intención del envío no es otro sino la predicación a los judíos del acontecimiento del reino de Dios que el mismo Jesús ha venido a predicar y que ahora anuncia a través del grupo de sus discípulos.

         Ser enviado por el maestro tiene una serie de exigencias, exigencia que van a dar credibilidad a la acción evangelizadora. El no llevar nada para el camino más que un bastón, da muestra clara de que el Maestro quiere que el anuncio sea ratificado con la vida de sobriedad de sus seguidores.

         Ellos han aprendido de Jesús que la predicación no debe ser sólo de palabra sino de vida, por eso van "de dos en dos", dando testimonio de comunidad, y dando testimonio de pobreza manifestada en la simplicidad de sus vestidos y en la ausencia de equipaje. Esta doble realidad (palabra y vida) va a caracterizar a la primera comunidad cristiana, que a tiempo y a destiempo vivía predicando el reino de Dios manifestado en la persona de Jesús.

         Nuestras comunidades deben desapegarse de tantos equipajes que se han inventado para anunciar el Reino de Dios. Hoy más que nunca surge la necesidad de ser sobrios y coherentes en la proclamación cristiana. Debemos imitar a aquellos hombres y mujeres que con su sencillez y sobriedad en todo lugar eran transmisores del accionar liberador de Dios en la vida individual y colectiva.

         Necesitamos una Iglesia reformada, que sea capaz de vivir íntegramente el evangelio enseñado por Jesús, pero sobre todo con capacidad de sanar a los individuos del egoísmo que mata, con capacidad de expulsar los demonios que generan la corrupción, el empobrecimiento y la muerte, en definitiva, el pecado.

Servicio Bíblico Latinoamericano

c) Meditación

         El envío para la misión es un acto constituyente que forma parte de la actividad mesiánica de Jesús, tal como ponen de relieve los relatos evangélicos. Cristo no podía dejar que su misión se agotara con su propia existencia histórica, y por eso eligió de entre sus discípulos a 12 de ellos (los Doce) y les formó para el apostolado, haciendo de ellos apóstoles (de apostello, lit. enviar) o enviados para prolongar su misión en el tiempo.

         A esta formación para el apostolado pertenece el texto de Marcos de hoy. Nos dice el evangelista que, en cierta ocasión, Jesús llamó a los Doce y los fue enviando de dos en dos, dándoles autoridad sobre los espíritus inmundos.

         Los Doce forman ya un grupo bien definido, conformado por esos discípulos que están con Jesús de modo más o menos permanente, que suelen acompañarle a todas partes y que reciben una enseñanza privada y personalizada. Pues bien, cuando Jesús lo creyó oportuno, reunió a los Doce y los fue enviando de dos en dos a una experiencia misionera.

         Dicho envío hizo de ellos enviados, es decir, apóstoles. Pero semejante envío iba acompañado de una autoridad, que implicaba una potestad (pues no hay autoridad sin potestad para su ejercicio) sobre los espíritus inmundos.

         Pero dicha potestad y autoridad sobre los espíritus inmundos no sólo entrañaba la ejecución de ciertos exorcismos, o la actuación sobre los endemoniados. Sino que también suponía aplicarse a una tarea de mayor alcance, a la hora de extender el reino de Dios: el debilitamiento de las fuerzas del mal (en todas sus expresiones, como enfermedad, pecado, posesión diabólica...) y de las fuerzas instaladas en el mundo (en todos sus dominios).

         Para esta misión itinerante, les recuerda Jesús, no necesitaban los Doce más que la palabra y los descansos necesarios para reponer fuerzas, pues los elementos prescindibles de la vida ordinaria podrían convertirse en un obstáculo o distracción, a través de cosas inservibles para la misión. Por eso les encarga que prescindan de todo lo que es prescindible. Además, así aprenderán a vivir de la providencia divina, que es la que cuidará a su apóstol para que no le falte lo necesario.

         Ello explica las instrucciones que les da Jesús: Que llevaran para el camino un bastón (frecuente de ver en las largas caminatas) y nada más, ni pan ni alforja, ni dinero suelto en la faja; que llevasen sandalias, pero no una túnica de repuesto.

         Parece que Jesús tiene especial interés en ver a sus misioneros salir a la misión despojados de todo, como diciendo que lo que en la vida ordinaria parece necesario puede resultar superfluo para la misión (incluido el pan del día, o los víveres almacenados en la alforja, o el dinero suelto para las compras más elementales).

         De lo necesario para la vida de cada día ya se ocupa el mismo Dios, recuerda Jesús, ese Dios que alimenta a las aves del cielo y viste con todo esplendor a los lirios del campo, y que vela por las necesidades de sus elegidos y enviados. Ya habrá quienes les procuren el pan y la casa a estos misioneros, que no necesitan siquiera llevar una túnica de repuesto.

         Los que se dejen captar por el mensaje del Reino les repondrán de lo necesario. ¿A qué preocuparse, por tanto, de estos utensilios o de este equipaje que resta libertad para moverse con ligereza y diligencia en los asuntos propios de la misión?

         Estas recomendaciones no son, sin embargo, las de un lunático insensato e inconsciente que vive en la inopia y carece del más mínimo sentido de la realidad, incapaz de advertir las necesidades del hombre en su condición terrestre. Jesús sabe muy bien que sus apóstoles necesitarán no sólo de bastón para el camino, sino también de casa para descansar y de pan para comer. Y por eso, añade:

"Quedaos en la casa donde entréis, hasta que os vayáis de aquel sitio. Y si un lugar no os recibe ni os escucha, al marcharos sacudíos el polvo de los pies, para probar su culpa".

         Jesús les asegura, por tanto, que encontrarán casas donde reposar y donde ser bien acogidos, porque siempre habrá puertas que se abran y acojan a los enviados de Dios. Y eso es lo que ellos han de aprovechar, esas ofertas acogedoras en las que disfrutar de la estancia y de la hospitalidad, a cambio les dejarles el regalo de la paz (ese conjunto de bienes salvíficos) de la que ellos son portadores de parte de Dios.

         Porque el obrero merece su salario. Y cuando un lugar no les reciba (que también sucederá) ni les escuche (pues a él tampoco lo recibieron ni escucharon, en muchos lugares), que no se extrañen, porque la desconfianza y la ingratitud son también patrimonio humano, y ellos habrán de experimentarlo en sus propias carnes.

         En ese caso, les dice Jesús, que se sacudan el polvo de los pies en señal de disconformidad y desaprobación, como si no quisieran compartir con los moradores del lugar ni el polvo del terreno que se pega a sus pies.

         De esta manera pondrán de manifiesto los discípulos su culpa. Es decir, su desprecio, su cerrazón y su falta de apertura a ese don de Dios que no se hace perceptible sino a través de sus mediaciones humanas. Pues despreciando a sus enviados (sus mediaciones) se estarán substrayendo al mismo Dios, ya que el que a vosotros recibe a mí me recibe; y el que a vosotros rechaza a mí me rechaza.

         Esta es la lógica de Dios, que pasa por la aceptación de sus mediaciones. Y las mediaciones, aun siendo humanas o mundanas (y por ende imperfectas, y hasta vulgares), no por eso dejan de ser mediaciones de Dios, y los cauces a través de los cuales Dios se nos comunica.

         Aquellos discípulos, respondiendo al envío, salieron a predicar la conversión (al mensaje del Reino), echaban muchos demonios (dando muestras de la potestad recibida), ungían con aceite a muchos enfermos y los curaban (confirmando así la eficacia de su palabra, o la fuerza de la autoridad con la que habían sido investidos).

         Sus obras eran el mejor refrendo de la autoridad con la que Jesús les había dotado para la misión. Los enviados habían recibido del enviante su misma potestad de operar sobre la enfermedad y los demonios, en bien de ese hombre oprimido pero llamado a participar de los bienes mesiánicos del Reino de los Cielos.

         Aquella misión fue un ensayo de lo que habría de consolidarse después como misión de la Iglesia, y aquel envío fue un esbozo del mandato misionero posterior a la resurrección del Señor: Id por todo el mundo y proclamad el evangelio a toda la creación.

         La misión de la Iglesia brota de la misión de Jesús, y tiene como fin prolongar en el tiempo lo iniciado por el Cristo, así como dar continuidad a lo sembrado por el Mesías en nuestra tierra: contribuir al acrecentamiento del reino de Dios.

JOSÉ RAMÓN DÍAZ SÁNCHEZ·CID, doctor en Teología

 Act: 06/02/25     @tiempo ordinario         E D I T O R I A L    M E R C A B A    M U R C I A