5 de Febrero

Miércoles IV Ordinario

Equipo de Liturgia
Mercabá, 5 febrero 2025

a) Heb 12, 4-7.11-15

         El autor prosigue el razonamiento empezado en Hb 12, 1-4, para convencer a sus destinatarios a que soporten la prueba de su destierro lejos de Jerusalén, la ciudad santa. Y aduce un nuevo argumento: la prueba es un correctivo, semejante a los que todo hijo recibe de su padre.

         Esta idea de la corrección paterna es bastante original en el NT. El autor la introduce apelando a la experiencia común: todos hemos tenido un padre que con cierta frecuencia ha castigado duramente; en ese momento la corrección parecía injusta y difícil de soportar; más tarde se revela beneficiosa y justa (vv.9-11). Otro tanto ocurre con los acontecimientos desagradables de la vida, a los que el autor considera como otras tantas reprimendas y castigos paternales.

         El autor se basa igualmente en un argumento tomado de los Proverbios (vv.5-7): los rabinos solían corregir muy severamente a sus discípulos, cosa que no impedía llamarles generalmente hijos (Eclo 4,17; 23,2; Prov 3,11-12; 13,24; 23,12-14). Las antiguas tradiciones talmúdicas dejan constancia de estas correcciones en los medios rabínicos.

         Pero estas 2 imágenes (la paternidad de los padres de familia, y la de los rabinos) encierran una idea más profunda: si Dios corrige a sus hijos (v.8), concediéndoles un trato semejante en todo al que da a los bastardos, es porque ve en ellos a su propio Hijo crucificado, para "hacernos partícipes de la santidad" adquirida por Cristo (v.10). Por tanto, Dios no es un padrastro, y si castiga no es por sadismo, sino en nombre de la más alta forma de amor: la acogida amorosa en su presencia (v.6).

         "Aceptad la corrección, porque Dios os trata como a hijos". Muchas veces han comparado los profetas la actitud de Dios con la de un educador que guía a su pueblo hacia la edad adulta, no sólo por medio de la enseñanza, sino también con reprimendas y hasta con correctivos. Ese lenguaje, propio de los escritores deuteronomistas, tiene hoy el peligro de ser mal comprendido.

         Sin embargo, ¿no está contenida en él una buena parte de la experiencia humana? Por un lado, las pruebas son una realidad que está ahí; por otro lado, ¿no adquiere madurez el hombre al superar esas pruebas? Así pues, las pruebas sobrellevadas por los cristianos no son arbitrarias, pero sí requieren constancia por parte de ellos. Esas pruebas contribuyen así a formar al "hombre perfecto, a la medida de Cristo en su plenitud" (Ef 4, 13).

Maertens-Frisque

*  *  *

         Las correcciones por parte de Dios son una muestra de su amor, y nos ayudan a afianzarnos en nuestra fidelidad a sus caminos. La página de hoy repite la frase con la que terminaba la de ayer: "Todavía no habéis llegado a la sangre en vuestra pelea contra el pecado". No somos, pues, los que más mérito tenemos, y otros muchos creyentes nos han dado ejemplo hasta el derramamiento de la sangre, en su camino de fe.

         Las pruebas que encontramos en la vida nos ayudan, y han de ser interpretadas como una corrección de parte de Dios. Lo cual entra en la mejor pedagogía de un padre para con sus hijos, y se encamina a de ir creciendo en firmeza: "Fortaleced las manos débiles, robusteced las rodillas vacilantes y caminad por una senda llana".

         Todo eso con gran confianza en el amor de Dios, que resalta el magnifico Salmo 102: "La misericordia del Señor dura por siempre, y como un padre siente ternura por sus hijos, siente el Señor ternura por sus fieles, porque él conoce nuestra masa, se acuerda de que somos barro". Lo cual tiene lugar desde el deseo de ayudarnos unos a otros, en esta perseverancia: "Que nadie se quede sin la gracia de Dios".

         ¿Hasta qué punto es firme nuestra fidelidad? A veces creemos ser los primeros que sufren en este mundo, o los únicos, o los que más esfuerzo están haciendo para mostrar su fe en Dios. Mientras que son muchísimos, empezando por Cristo mismo, los que han tenido un camino más difícil que el nuestro, y lo han recorrido con firmeza.

         Las pruebas de la vida tendrían que ser aceptada con esa actitud que la Carta a los Hebreos quiere de sus lectores: como venidas de las manos de Dios, que busca nuestro bien. Aunque no hace falta que siempre interpretemos que nos las envía él, porque nos vienen de los demás, o de la vida misma (que es dura, y nos ofrece unos días soleados y otros nublados). Dios quiere que lo aprovechemos, todo esto, para nuestro crecimiento.

         Como vemos en la historia del pueblo de Israel, en el AT Dios le corrige, castiga y hace madurar. Y también a nosotros. Las pruebas nos ayudan a dar temple a nuestra fe, y a madurar en el camino del amor. Pues el amor (como la amistad, como la fidelidad) no es firme hasta que no ha superado, positivamente, los obstáculos que encuentra en el camino. Las pruebas nos hacen reconsiderar nuestra vida, y nos ayudan a descubrir valores ocultos que una vida demasiado fácil o superficial no nos permite descubrir.

José Aldazábal

b) Mc 6, 1-6

         Por 1ª vez después de la constitución del nuevo Israel (Mc 3, 13-19), Jesús va a reanudar el contacto con el público de las sinagogas de Galilea. En la 1ª ocasión en que tuvo ese contacto la reacción fue favorable (Mc 1, 21-28); en la 2ª intentó liberar al pueblo de la opresión legalista (Mc 3, 1-7). Ahora, cuando ya ha propuesto su alternativa para los oprimidos paganos y judíos, vuelve al ámbito de la sinagoga para exponer esa alternativa a los integrados en ella, esperando que le den su adhesión.

         No se nombra a Nazaret, porque su tierra/patria es el pueblo judío y, en particular, Galilea. Esta sinagoga representa todas las de esa región, donde Jesús ha ejercido su actividad (Mc 1, 39). Cuando llega a "su tierra", sin embargo, nadie acude a él (Mc 2,l; 4,1; 5,20), insinuándose ya el rechazo que va a experimentar.

         Cuando llegó el día de precepto se puso a enseñar en la sinagoga. La mayoría, al oírlo, decían impresionados: "¿De dónde le vienen a éste esas cosas? ¿Qué clase de saber le han comunicado a éste, y qué clase de fuerzas son esas que le salen de las manos?".

         El 1º contacto con la gente lo tiene el día de precepto, en el que todos están obligados a asistir al culto sinagogal. La escena tipifica la actitud hacia Jesús de la mayoría del pueblo practicante, que está identificado con la postura de los letrados (Mc 3, 22).

         Están de nuevo impresionados por su enseñanza, pero no reconocen que su autoridad sea la del Espíritu. Cuando hablan de él, no pronuncian su nombre, y lo designan sólo con pronombres despectivos hacia su persona y actividad (éste, eso). Si ahora no ven que su autoridad provenga de Dios ("¿de dónde le vienen a éste esas cosas?"), se deduce que no puede ser más que del demonio ("es un agente de Belcebú"; Mc 3,22), y por eso dan un sentido peyorativo a su saber (magia) y actividad (no hace prodigios, sino que "le salen de las manos", como instrumento de otro).

         La gente pone como excusa que Jesús es "el carpintero, el hijo de María" y "el hermano de Santiago, José, Judas y Simón", y que "sus hermanas viven aquí con nosotros". Y se escandalizaban de él. Lo llaman "el hijo de María", como si fuese indigno de llamarse hijo de José, y lo equiparan a sus parientes más próximos (sus hermanos, sus hermanas). En definitiva, les resulta intolerable que uno como ellos, sin títulos reconocidos, se erija en maestro y actúe como lo hace. El rechazo de los judíos practicantes es total.

         El cambio de actitud respecto al pasado se debe a que, en el intervalo, el centro de la institución religiosa ha emanado una sentencia contra Jesús (Mc 3, 22.30), y los que una vez habían reconocido en él la autoridad del Espíritu (Mc 1, 22) se han plegado a esta sentencia.

         Los fieles de la sinagoga se han identificado de nuevo con los letrados, sus opresores. La institución religiosa, a la que ellos mismos inicialmente habían negado crédito (Mc 1, 22), ha vuelto a imponerles su autoridad. Se les ha dicho taxativamente que, a pesar de las acciones que realiza, Jesús integra en su comunidad a los impuros y niega validez a las instituciones e ideales de Israel, y por eso no puede ser un enviado de Dios, sino un enemigo suyo (Mc 3, 22). En consecuencia, el que al principio habían visto como un profeta no es ahora más que un impostor, un agente del demonio.

         A todos ellos, Jesús les dijo: "No hay profeta despreciado, excepto en su tierra, entre sus parientes y en su casa". Y no le fue posible fundar allí el reino de Dios, limitándose tan sólo a curar a unos cuantos postrados (aplicándoles las manos).

         Jesús, por su parte, se presenta como profeta, es decir, como inspirado por el Espíritu de Dios, desmintiendo la acusación de magia. Pero la falta de fe impide casi completamente su actividad (curó a unos pocos postrados), y hace que Jesús quede sorprendido "por su falta de fe".

         Desde entonces, Jesús no volverá ya nunca más a Nazaret, ni pisará una sinagoga judía. Respecto a este 2º dato, posiblemente lo hizo por los propios instructores religiosos, que fueron los primeros en ponerle obstáculos. De hecho, tanto tiempo han estado éstos sin criterio propio (infantilismo), que no se fían de sí mismos ni de su experiencia, y se dedican a emitir juicios contrarios sin más, sin ninguna vacilación. Sin embargo, no todo está perdido, y hay mucha gente del pueblo, alejada de la institución religiosa y residente en la periferia, que sigue escuchando su enseñanza.

Juan Mateos

*  *  *

         A partir de hoy, y durante 3 capítulos más, Marcos nos va a ir presentando cómo reaccionan ante la persona de Jesús diferente tipos de personas. Antes lo habían hecho los fariseos, después el pueblo en general, y ahora los más allegados.

         De nuevo se ve que Jesús no tiene demasiado éxito entre sus familiares y vecinos de Nazaret, pues admiran sus palabras, no dejan de hablar de sus curaciones milagrosas, pero no aciertan a dar el salto, poniendo las excusas de que es carpintero, es "hijo de María" o sus parientes son sus paisanos. Con todo, ¿cómo se puede explicar lo que hace y lo que dice? La respuesta la da el evangelista: "Desconfiaban de él". No llegaron, pues, a dar el paso a la fe, y Jesús "se extrañó de su falta de fe". Tal vez, si hubiera aparecido como un Mesías más guerrero y político, lo hubieran aceptado.

         Se cumple una vez más el dicho de que "vino a los suyos, y los suyos no le recibieron", o como expresa el propio Jesús, "nadie es profeta en su tierra". Ya el anciano Simeón lo había dicho a sus padres: que Jesús iba a ser piedra de escándalo, y señal de contradicción.

         Lo de llamar hermanos a Santiago, José, Judas y Simón (por lo visto, parientes de Jesús, por vía de José) bien pudiera aludir a que eran primos, y de 2 de ellos nos hablará más adelante Marcos (Mc 15, 40).

         Equivalentemente, nosotros somos ahora "los de su casa", los más cercanos al Señor, los que celebramos incluso diariamente su eucaristía y escuchamos su Palabra. ¿Hará Jesús milagros en nosotros, o se extrañará de nuestra falta de fe? ¿No es verdad que otras personas, más alejadas de la fe, nos podrían ganar en generosidad y entrega?

         La familiaridad y rutina son a veces enemigas del aprecio y del amor, y nos pueden impedir reconocer la voz de Dios en los mil pequeños signos cotidianos de su presencia (en las noticias, en la naturaleza, en los compañeros de trabajo...), a veces muy sencillos e insignificantes, pero ricos en dones espirituales y verdaderas profecías de Dios.

         Tal vez podemos defendernos de tales testimonios, como hicieron los vecinos de Nazaret, e incluso poner la excusa de que "éste era carpintero", y seguir tranquilamente nuestro camino. Por esa vía, cualquier explicación nos resultaría válida ("no está en sus cabales", "es un fanático"...). Todo, menos aceptarle a él, y mucho menos su mensaje (porque resulta exigente e incómodo, o sencillamente no entra dentro de su mentalidad). Pues reconocer a Jesucristo como el enviado de Dios, supone aceptar también lo que está predicando sobre el Reino, lleno de novedad y compromiso.

José Aldazábal

*  *  *

         Jesús regresa hoy a su tierra con sus discípulos, no repara en las leyes judías y se pone a enseñar en la singoga de una manera sorprendente para los concurrentes, quienes no se explicaban de dónde le venía tanta sabiduría y los milagros que realizaba. Él, tan conocido, no era descendiente de sabios ni de sacerdotes, así que todos se mostraban incrédulos ante sus palabras. Sobre todo alguna gente muy cercana a él, como algunos de sus familiares, que parecían ser los más acuciados en la no aceptación de la propuesta del Reino.

         A nosotros nos puede suceder como a los paisanos de Jesús en Nazaret. Él fue a predicar en su sinagoga y no le escucharon, pues no podían creer que "un hijo de vecino" como él, de quien conocían toda la parentela, pudiera tener algo importante que decirles, o ser un enviado de Dios, o hacer milagros en nombre de Dios. El refrán con que Jesús caracteriza la incredulidad de sus paisanos, bien puede aplicársenos a nosotros: "Nadie es profeta en su propia tierra".

         ¿No estaremos acostumbrándonos al evangelio que oímos cada día? ¿No nos pasan de lado las palabras de Jesús invitándonos a la solidaridad, al compromiso con los demás, al perdón, a la confianza en la bondad y en la providencia de Dios? ¿No juzgamos mal a quienes se toman en serio eso de ser cristianos, y nos parece que exageran, que buscan protagonismo, que son imprudentes?

         La escena evangélica que propone hoy Marcos, ante nuestros ojos, no es una simple anécdota del pasado o de la vida de Jesús. Es una advertencia para que estemos siempre atentos a reconocer a Jesús, la novedad de su palabra, su presencia en la comunidad y en aquellos que se afanan por servir a los demás, realizando nuevamente los milagros de la misericordia y de la acogida.

Servicio Bíblico Latinoamericano

c) Comentario

         El evangelista sitúa hoy a Jesús en su tierra, concretamente en Nazaret, en compañía de sus discípulos. Llegado el sábado, y según costumbre, Jesús acude a la sinagoga judía y allí enseña como cualquier rabino, a partir de los textos proclamados de las Sagradas Escrituras (en este caso, del AT).

         La multitud congregada, precisa Marcos en sintonía con otros relatos evangélicos como el de Lucas, le oía con asombro y se preguntaba: ¿De dónde saca todo eso? ¿Qué sabiduría es esa que le han enseñado? ¿Y esos milagros de sus manos? ¿No es éste el carpintero, el hijo de María, hermano de Santiago y José y Judas y Simón? Y sus hermanas, ¿no viven con nosotros aquí? Y desconfiaban de él.

         Del asombro inicial pasan, pues, casi sin solución de continuidad, a la desconfianza final. Y todo porque le conocían como el carpintero o como el hijo de María.

         Es este conocimiento previo y pretérito el que les impide aceptarlo en el modo en que ahora se les presentaba, como el portador de una sabiduría asombrosa y como el autor de unas acciones milagrosas. La imagen todavía reciente del Jesús carpintero no les permite asimilar esta otra imagen, más actual, del Jesús maestro y profeta.

         A los nazarenos les parece imposible que ambas imágenes pudieran confluir en la misma persona, y por eso desconfían de lo que ven y de lo que oyen, sobreponiéndose a su inicial asombro y como si éste fuera fruto de una alucinación o un espejismo engañoso.

         Jesús era para sus paisanos alguien demasiado conocido (incluso por su contexto familiar) como para ser reconocido ahora como profeta o portador del mensaje divino. Y la desconfianza provocada por ese conocimiento natural o familiar acabó degenerando en una atmósfera de frialdad, hasta estallar en brotes de ira descontrolada (como nos recuerda el relato de Lucas, cuando alude al hecho de que quisieron despeñarlo por un barranco).

         A ello contribuyeron, sin duda, las palabras del mismo Jesús, echándoles en cara su incredulidad y censurando su actitud: No desprecian a un profeta más que en su tierra, entre sus parientes y en su casa. Se hacía realidad histórica así la sentencia del evangelista Juan: Vino a los suyos y los suyos no lo recibieron.

         Es históricamente constatable que Jesús encontró más oposición a su mensaje y actividad mesiánica entre sus paisanos y parientes, pero ¿por qué? No hay otra razón que la del conocimiento parental o de paisanaje, que actuaba como barrera y prejuicio difícil de superar. Sólo esto explica que un profeta sea menos apreciado (o más despreciado) en su tierra o en su casa.

         Y es que hay conocimientos que, sin ser falsos, pueden convertirse en un verdadero obstáculo para sucesivos reconocimientos. Y aceptar a Jesús (el carpintero) como profeta era reconocer la verdad completa del que hasta entonces no se había manifestado en esta condición.

         Aun a sabiendas de esto, y de que no desprecian a un profeta más que en su tierra, Jesús fue a su tierra (quizás para confirmar esta apreciación), y allí se extrañó de su falta de fe Y no pudo hacer allí ningún milagro, exceptuando la curación de algunos enfermos.

         Resulta asombroso el poder fáctico que se concede a la incredulidad. Por falta de fe, Jesús no pudo hacer allí milagros. Y eso que le habían pedido hacer los milagros que había hecho en Cafarnaum y en otros lugares (por lo visto, no desde la fe sino desde la desconfianza).

         La incredulidad tiene el poder de desactivar la beneficencia del mismo Dios. No su capacidad de hacer el bien, que permanece inmutable, sino su concreta activación y ejercicio.

         Pero también aquí se pueden establecer diferencias, pues también hay faltas de fe (como las que Jesús encontró en sus discípulos, también hombres de poca fe) superables y no paralizantes de la actividad benéfica y milagrosa. Dada nuestra fragilidad e ignorancia humanas, a Jesús no puede extrañarle nuestra falta de fe, pero sí esa obstinación farisaica, y casi sobrehumana, a negarnos a reconocerle como al que viene de parte de Dios con un mensaje de salvación, acompañado de efectos saludables.

         Si el Hijo de Dios se ha encarnado es para que el conocimiento humano de Jesús nos ayude a reconocerle como tal Hijo. Pero puede suceder, y de hecho sucede, que tal conocimiento se convierta en un obstáculo para el reconocimiento de su plena realidad (que implica el reconocimiento de su divinidad).

         Sin este supuesto, la biografía de Jesús será siempre una página de nuestra historia no del todo explicada o insuficientemente entendida. Ojalá que el Señor derribe las paredes de nuestras desconfianzas, y nos abra al horizonte inabarcable de la fe.

JOSÉ RAMÓN DÍAZ SÁNCHEZ·CID, doctor en Teología

 Act: 05/02/25     @tiempo ordinario         E D I T O R I A L    M E R C A B A    M U R C I A