8 de Febrero

Sábado IV Ordinario

Equipo de Liturgia
Mercabá, 8 febrero 2025

a) Heb 13, 15-17.20-21

         Terminamos hoy la lectura de la Carta a los Hebreos, que nos ha acompañado durante 4 semanas como 1ª lectura de la Misa. Y acaba con una exhortación que resume toda la doctrina de la carta: el sacerdocio de Cristo, y nuestra perseverancia en la fe. Pues lo importante es que, a partir de ahora, nosotros mismos ofrezcamos a Dios, como sacerdotes, el sacrificio y la ofrenda de nuestra vida:

-ofreciendo a Dios un sacrificio de alabanza,
-no olvidándonos de "hacer el bien, y ayudaros mutuamente",
-obedeciendo a los responsables de la comunidad.

         En la bendición final se concentra toda la carta: el mismo Dios que envió a Cristo (y le resucitó de entre los muertos) nos ayudará también a nosotros (para que en nuestra vida cumplamos su voluntad, y hagamos toda clase de bien), ayudados por el mismo Jesucristo.

         Se trata de un óptimo programa para nuestra vida cristiana, que consiste en alabar a Dios con unos labios movidos por la fe y el amor. Y en ello, la eucaristía y la liturgia de las horas serán nuestra mejor oración eclesial y personal, que nos situará en la presencia de Dios y nos hará ver toda la historia a su luz. Pero a esa alabanza de oración se junta la ofrenda de toda la vida, pues nuestro culto a Dios es nuestra misma existencia, ofrecida a él como nuestro sacrificio sacerdotal. 

         La Carta del Sacerdocio de Cristo no aterriza en su última página, pues, hablando del sacerdocio ministerial, sino del sacerdocio común de todos los bautizados, con la ofrenda de nuestras vidas y en línea con la doctrina de San Pablo: "estos son los sacrificios que agradan a Dios" (Rm 12, 1). Así nos uniremos al sacrificio de Cristo, que no ofreció un rito como los sacrificios del templo, sino su propia vida.

         En esta ofrenda existencial, están de modo particular nuestras esfuerzos de caridad fraterna, y la caridad para con los responsables de la comunidad, para que el ministerio de la autoridad lo puedan realizar con ánimo esponjado y no con angustia y tensión. Se trata de un buen toque realista (la de facilitar la autoridad a los responsables), pues "con ello salís vosotros ganando", ya que cuando el que manda está sereno, comunica serenidad a todos.

         Tanto en la vida de familia como en la comunidad religiosa, ésta es la verdadera religión, y el sacrificio que agrada a Dios: una vida abierta a Dios (con la alabanza) y al prójimo (con ayuda y caridad). Y todo ello con los ojos fijos en nuestro hermano y mediador, Cristo Jesús, que es el que mejor ejemplo nos dio de una vida abierta en ambas direcciones, hasta las últimas consecuencias.

José Aldazábal

*  *  *

         "Por medio de Jesús, ofrezcamos continuamente a Dios un sacrificio de alabanza, y el fruto de unos labios que profesan su nombre". Este tipo de culto específico, que ya lo había formulado San Pablo en su Carta a los Romanos (Rm 12, 1), bien podía condensarse así: "Ofreced a Dios vuestras vidas, como hostia pura, santa e inmaculada".

         En la misma línea escribe ahora el autor de Hebreos. Aquellos cristianos a los que él escribe habían sido separados y excomulgados de la comunidad judía, a la que habían pertenecido antes de convertirse al cristianismo. Habían sido privados del solemne y fastuoso culto judío, pero ellos tenían algo mejor que ofrecer. A imitación de Cristo, ahora debían ofrecerse ellos a sí mismos, y convertirse en un sacrificio de alabanza.

         Nuestra vida cristiana debería ser un culto agradable a Dios. El de Cristo al Padre, en el Espíritu Santo, hace posible nuestro , y "por Cristo, ya podemos decir a Dios" (2Cor 1, 20).

         Este si de Cristo encuentra eco en todo corazón que se hace transparente ante la mirada de Dios. Entonces, nuestra pobreza se convierte en oración y en misión, es decir, en apertura a los planes salvíficos y universales de Dios. Dios no espera grandes cosas de nosotros, sino solamente que tengamos un corazón abierto y que sepamos hacer nuestro el de Jesucristo al Padre. Nuestra verdadera riqueza consiste en esta capacidad de pronunciar continuamente el de Jesús al Padre en medio de todas las circunstancias de nuestra vida.

         Junto a este sacrificio y entrega del cristiano, destaca también el de los bienes, y el ejercicio práctica de la caridad. Pues el amor fraterno es el sacrificio que agrada a Dios: "No os olvidéis de hacer el bien y de ayudaros mutuamente, pues esos son los sacrificios que agradan a Dios". La prueba más clara de haber encontrado a Dios, pues, es el amor fraterno, y la señal de que hemos nacido a una vida nueva.

         "Obedeced con docilidad a vuestros jefes, pues son responsables de vuestras almas y velan por ellas; así lo harán con alegría y sin lamentarse, con lo que salís ganando". La verdadera comunión eclesial supone vaciarse de sí mismo y de las propias ventajas. La kenosis y obediencia de Cristo al Padre fue así (Flp 2, 8), y los dirigentes de la comunidad deben hacer lo mismo, especialmente a nivel de Iglesia universal (el papa) y de iglesia particular (el obispo), haciendo presente a Cristo sacerdote.

         Todos ellos son signos pobres y no pocas veces ridiculizados y criticados. Pero son el necesario fundamento de la unidad y la comunión eclesial. Obedecer a Cristo (escondido bajo estos signos) supone correr la misma suerte de crucifixión y de muerte, sin ninguna ventaja humana ni aun por parte de la Iglesia. Es entonces cuando se ama más el misterio de la Iglesia que a nosotros mismos, porque nos basta con saber que es Cristo quien habla y actúa por ella.

         "Que el Dios de la paz, que hizo subir de entre los muertos al gran pastor de las ovejas, nuestro Señor Jesús, en virtud de la sangre de la alianza eterna, os haga perfectos, os ponga a punto en todo bien para que cumpláis su voluntad". Jesús hizo de su vida una pascua, un paso hacia el Padre, y ofreciéndose a sí mismo (en el Espíritu Santo) transformó su vida en oblación, insertándonos a nosotros en el Padre.

         "Cristo murió para llevarnos a Dios" (1Pe 3, 18) y, por tanto, ya hemos comenzado a pasar de este mundo al Padre (Jn 13, 1). Con ello, el pasar del tiempo ya no es un simple esfumarse de las cosas, sino una pascua o paso hacia la vida definitiva. Conforme van pasando los días y las cosas, debemos ir descubriendo a Dios mismo que se nos comienza a dar para siempre, unas veces de manera desconcertante, otras de manera dolorosa, algunas también con una enorme paz y alegría. Pero siempre es Dios el que viene a nosotros a través de todo lo que nos pasa para hacernos pasar a él.

Maertens-Frisque

b) Mc 6, 30-34

         Después del entierro de Juan Bautista de ayer, hoy Jesús asume la tarea del padre preocupado por sus hijos. La fama del proyecto misionero de Jesús se ha extendido tanto, que hasta los discípulos mantienen asediados por la gente. Jesús entonces introduce como parte de la formación misionera, además de enseñar y hacer, el valor del descanso, la soledad y la posibilidad de hacer con tranquilidad necesidades básicas como la alimentación.

         La decisión es ir a un lugar apartado. Sin embargo, el intento de esconderse fracasa, porque la gente corre y se anticipa. La fuerza del anuncio del Reino, aunque se aleje por el lago, sigue presente en la tierra porque ha sido sembrado con sentido misionero.

         Cuando Jesús bajó de la barca, ve la multitud y siente compasión por ellos porque son como ovejas sin pastor. Compadecer es una palabra que expresa "padecer con", es decir, estar al lado y compartir el sufrimiento del otro. El término griego compadecer tiene que ver con las entrañas, es decir, con compartir desde las entrañas, y desde lo más profundo experimentar el dolor de los demás.

         La compasión de Jesús se debe a la situación de Israel, un pueblo huérfano y abandonado, necesitado de pastor. Será entonces la imagen del pastor, de fuerte tradición en la teología de Israel, la que servirá a Jesús para plantear que su compasión no es de lástima, sino ante todo de propuestas y compromiso para ponerse al frente de un proyecto de liberación.

         Es la imagen de un pastor que se cuida y se preocupa de sus ovejas (Jn 10, 1-21). En el AT el nombramiento de Josué por parte de Moisés permite que el "pueblo de Dios no se asemeje a ovejas que carecen de pastor" (Nm 27, 17). Y en el Salmo 23 es Dios mismo quien aparece como "el pastor que conduce a su pueblo por verdes praderas y aguas frescas". Una de las tareas fundamentales del buen pastor es enseñar a sus ovejas. El pastor es también maestro de muchas cosas, y de todas aquellas que contribuyen a encontrar el camino, la verdad y la vida.

Emiliana Lohr

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         Si el jueves Jesús nos enviaba de dos en dos, hoy nos acoge y nos reune con él para descansar. Descansar no es olvidarse de los objetivos de tu existencia. Hay gente que vive para el fin de semana, y el viernes empieza a vivir tras no hacerlo de lunes a jueves. Descansar es importante, pero no puede ser el fin último de nuestras vidas, pues hay que vivir todos los días, y si no tenemos otro aliciente que esperar el fin de semana, algo no anda bien.

         Otra cosa me llama la atención del evangelio de hoy: la persecución de la gente a Jesús y los discípulos. La gente parece estar tan desesperada que no pierde de vista a Jesús, "como ovejas que no tienen pastor" (o sea, como si les faltara un guía). Ahora bien, al parecer lo único que reciben es la enseñanza de Jesús. En efecto, Jesús "se puso a enseñarles muchas cosas".

         Me hubiera gustado que el evangelista no se hubiera quedado en esa definición tan genérica: "muchas cosas". Porque esas "muchas cosas" son las que hacen que la gente persiga a Jesús, y que la gente empiece a correr para llegar donde él está, y que la gente salga de las ciudades para ir al campo a buscarle, dejando sus ocupaciones. Y hasta hace que la gente se adelante al mismo Jesús, para no perderse ni una palabra de su enseñanza. ¡Cuántos profesores y maestros desearían tener unos alumnos así!

         Como estamos de fin de semana, creo que podemos planear vivirlo según nos cuenta hoy el evangelio: descansar un poco, y sentarse a escuchar las enseñanzas de Jesús. Sería un fin de semana muy completo, ¿no?

Carlo Gallucci

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         El evangelio de hoy nos plantea una situación, una necesidad y una paradoja que son muy actuales.

         Una situación: los apóstoles están estresados, porque "los que iban y venían eran muchos, y no les quedaba tiempo ni para comer" (v.30). Frecuentemente nosotros nos vemos abocados al mismo trasiego, cuando el trabajo exige buena parte de nuestras energías, cuando la familia quiere palpar nuestro amor, y cuando el resto de actividades nos comprometen con los demás. ¿Querer es poder? Quizás sea más razonable reconocer que no podemos todo lo que quisiéramos.

         Una necesidad: el cuerpo, la cabeza y el corazón reclaman descanso. En estos versículos tenemos un manual, frecuentemente ignorado, sobre el descanso. Ahí destaca la comunicación. Los apóstoles "le contaron todo lo que habían hecho" (v.30), comunicándose con Dios y siguiendo el hilo de lo más profundo de su corazón. Y Dios les esperaba, y espera encontrarnos en nuestros cansancios.

         Entonces, Jesús les dice: "Venid vosotros aparte, a un lugar solitario, para descansar un poco" (v.31). En el plan de Dios ¡hay un lugar para el descanso! Es más, nuestra existencia, con todo su peso, debe descansar en Dios. Lo descubrió el inquieto San Agustín: "Nos has creado para ti y nuestro corazón está inquieto hasta que no descanse en ti". El reposo de Dios es creativo y no anestésico, y toparse con su amor centra nuestro corazón y nuestros pensamientos.

         Una paradoja: los discípulos no pueden reposar. El plan de Jesús fracasa, pues son abordados por la gente y no han podido desconectar. Nosotros, con frecuencia, no podemos liberarnos de nuestras obligaciones (hijos, cónyuge, trabajo...). Se impone, pues, encontrar a Dios en estas realidades. Si hay comunicación con Dios, y si nuestro corazón descansa en él, relativizaremos tensiones inútiles, y la realidad mostrará mejor la impronta de Dios. En él, y allí, hemos de reposar.

David Compte

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         Hay dos dimensiones de la vida de todo cristiano que encontramos bien delineadas en este pasaje: la oración y la acción. No son dos actividades aisladas la una de la otra, ni se limitan a momentos determinados. Sino que se trata de actitudes, más que de actos: oración para llenarnos de Cristo, y acción para comunicarlo a los demás.

         Por eso Cristo combinaba sabiamente con sus apóstoles estos dos ingredientes. Los apóstoles vuelven de predicar y hacer milagros, y Cristo se los lleva a un lugar solitario para estar con ellos, para charlar y para que compartan con él sus alegrías y dificultades, sus victorias y derrotas. A Jesús le encanta estar con sus amigos, y siempre disfruta cuando lo buscamos y le abrimos nuestro corazón.

         Cuando le miramos para aprender de él, cuando le confiamos nuestras inquietudes y dudas. Y este contacto con el Maestro deja una huella en nuestra vida. Pues como dice el Catecismo de la Iglesia, "la oración es el encuentro de la sed de Dios y de la sed del hombre. Y Dios tiene sed de que el hombre tenga sed de él" (CIC, 2560).

         Es peligrosa la pretensión de querer hacer muchas obras y acciones por el bien de los demás, si no nos damos tiempo para estar con Cristo, a quien vamos a predicar. Pero también es un error el quedarnos solos con él, sin salir al encuentro de nuestros hermanos. Dios nos quiere en la oración y en la acción, siempre de la mano de Cristo. Cuando él estaba con sus apóstoles, la multitud les vio y se acercó de nuevo. Y Cristo, compadecido, se puso a enseñarles junto con los apóstoles.

         Ser cristianos significa que seguimos a Cristo. Seguir sus huellas, andar detrás de él. Anuncio, dinamismo, movimiento, entrega. No fuimos elegidos para la pasividad y el acomodamiento.

Ignacio Sarre

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         El evangelio de hoy nos presenta una escena maravillosa, en la que compiten 2 aspectos de la compasión de Cristo. Jesús ve el agotamiento de sus discípulos (sin mencionar el suyo, que debía ser mucho mayor) y la necesidad del pueblo (hambriento de la palabra de salvación). Y se debate entre estos 2 rostros del amor: el amor que quiere acoger (y dar reposo), y el amor que quiere sanar (y enseñar). Porque en efecto el amor es a la vez recibir, aunque esto nos parezca pasivo, así como es construir el bien en otros, es decir, la parte activa.

         Meditemos en el momento de la barca. Minutos antes, circulaba gente en cantidades exasperantes; de pronto se escucha sólo el rumor del agua, el silbo del viento y seguramente la voz emocionada de aquellos hombres, aprendices de apóstoles, que ya tienen tantas cosas tan buenas y memorables qué contar. Fijemos nuestra atención en ese momento único, porque al llegar a tierra otra vez estarán colmados de inquietudes, preguntas, peticiones, lamentos y quejidos.

         Detengamos el tiempo y miremos a Jesús, que les escucha y les hace preguntas. ¿Qué hay en los ojos del Señor? ¿Cuál es la expresión de su mirada y qué dice su boca, aun sin palabras? Grabemos en el alma esos ojos y abramos espacio a ese corazón. Lo vamos a necesitar hoy, y mañana y cada día, hasta que él se deje ver para siempre en el cielo.

Nelson Medina

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         El verdadero pastor es aquél que da su vida por las ovejas, las cuida aunque vea venir al lobo que las mata y dispersa. Los demás, los mercenarios, quienes no son pastores cuando ven venir al lobo abandonan a las ovejas para salvar su pellejo.

         Cristo es el Buen Pastor, y él da su vida por las ovejas en todo momento, también cuando no le queda ya tiempo ni para comer. Allí está él, buscando un tiempo para descansar en compañía de sus discípulos. Pero las almas necesitadas de Dios le buscan para que les dé lo que más necesitan (amor), y Jesús no se resiste, y "se pone a enseñarles con calma".

         Jesús es como el padre que, después de una jornada cansada y agotadora, regresa a casa con el único deseo de descansar. Pero no tiene en cuenta que allí están los chiquillos que le esperan para jugar un poco antes de irse a la cama. Al ver que sus hijos le piden algo que humanamente le es ya imposible, saca sus últimas fuerzas para seguir jugando y haciendo felices a sus hijitos, dándoles lo mejor de sí, aunque su cuerpo esté deshecho.

         No importan las dificultades para el que ama. Si ama de verdad entonces todo queda en segundo plano, lo primero es la felicidad de aquellos a quienes ama. Así es Cristo con nosotros.

Rodrigo Escorza

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         Los apóstoles volvieron de la misión y le contaron a Jesús todo lo que habían hecho y enseñado. Y Jesús siente necesidad de hablar a solas con los apóstoles para clarificar ideas, y se los lleva a un lugar despoblado y apartado, donde puede hablar con tranquilidad. Pero su intento de estar a solas se frustra, pues cuando llegan a aquel lugar son muchos los que los esperan allí.

         La enseñanza de los discípulos no había sido la adecuada, pues la gente seguía "como ovejas sin pastor" y, por eso, Jesús "se pone a enseñarle muchas cosas". Y en efecto son muchas las cosas que tendrían que aprender las multitudes.

         Al menos, éstas son algunas de esas muchas cosas: que Jesús es el verdadero pastor del pueblo, que los demás no son pastores sino ladrones, que nadie debe usurpar su puesto de maestro, y que su enseñanza consiste en desvelar el misterio del reino de un Dios que no hace acepción de personas (porque nadie tiene a Dios en exclusiva, y éste se manifiesta como Padre de todos).

         Los apóstoles tendrían que recorrer aún un largo camino hasta asimilar esta doctrina universalista, la única capaz de hacer del mundo una fraternidad. También nosotros. ¿Y nosotros?

Conrado Bueno

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         Una vez relatado el martirio de Juan Bautista que escuchábamos ayer, Marcos nos dice que Jesús dispuso una especie de retiro y de descanso para sus discípulos que habían vuelto hablando maravillas de su experiencia misionera. Sólo que las necesidades de los pobres son más urgentes que el descanso de los misioneros: cuando desembarcaron en el lugar del retiro ya los esperaba la gente ansiosamente.

         En tal situación, nos dice el evangelista que Jesús, en lugar de molestarse, se compadeció y "se puso a enseñarles con calma". Y vuelve a aparecer la figura del pastor y las ovejas que ya habíamos encontrado en la primera lectura.

         Es una hermosa figura, muy familiar a los cristianos. Pero que no puede llevarnos a engaño: no se trata de que asumamos ante Jesús una actitud pasiva, como la de las ovejas ante su guardián. Ni de que alguien pueda reclamar el lugar y el título de pastor de las ovejas contra Jesús. Se trata de que el Señor encarna la bondad misericordiosa de Dios para con todos, que se compadece de nuestros males, los remueve, los condena, quiere nuestra vida y nuestra felicidad, nos llama a la fraternidad, a la justicia y a la paz entre nosotros.

         Es bien interesante y curioso este texto evangélico. Nos presenta un rasgo de Jesús que ha sido muchas veces ignorado a fuerza de presentarnos a un Jesús asceta y sacrificado hasta el paroxismo. Aquí Jesús nos aparece queriendo aprovechar una ocasión para descansar, para irse "de retiro" o quién sabe si "de campo" con sus íntimos. A descansar en todo caso a un lugar tranquilo y apartado. Lo cual nos habla de un rasgo entrañable de la humanidad de Jesús: el ser humano, aun el más militante y entregado, necesita una forma de descanso, de reposo espiritual, y hasta de amistad íntima.

Severiano Blanco

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         Jesús siente hoy algo tan propio de la naturaleza humana como es la fatiga, como cuando lo vimos cansado del camino y se sentó junto a un pozo porque no podía dar un paso más (Jn 4, 6). El Señor experimentó el cansancio en su trabajo, como nosotros cada día, en los 30 años de vida oculta. En muchos otros pasajes del evangelio también lo vemos extenuado. ¡Qué gran consuelo es contemplar al Señor agotado!

         En el cumplimiento de nuestros deberes, al gastarnos en servicio de los demás y en nuestro trabajo profesional, es natural que aparezca el cansancio como un compañero casi inseparable. Lejos de quejarnos ante esta realidad, hemos de aprender a descansar cerca de Dios: "Venid a mí todos los que andáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré" (Mt 11, 28), nos dice el Señor.

         Unimos nuestro cansancio al de Cristo, ofreciéndolo por la redención de las almas, y nos esforzaremos en vivir la caridad con quienes nos rodean. No olvidemos que también hemos de santificar el descanso porque el amor no tiene vacaciones.

         El cansancio nos enseña a ser humildes y a vivir la caridad; nos dejaremos ayudar y entenderemos el consejo de San Pablo de "llevar unos las cargas de los otros" (Gál 6, 2). La fatiga nos ayudará a vivir el desprendimiento, la fortaleza y la reciedumbre. Por otro lado, debemos vivir la virtud de la prudencia en el cuidado de la salud: si somos ordenados, encontraremos el modo de vivir el descanso en medio de una actividad exigente y abnegada.

         Aprendamos a descansar. Y si podemos evitar el agotamiento, hagámoslo porque cuando se está postrado se tiene menos facilidades para hacer las cosas bien y vivir la caridad. Porque como decía San José Mª Escrivá, "el descanso no es no hacer nada, sino distraernos en actividades que exigen menos esfuerzo".

         El descanso, como el trabajo, nos sirven para amar a Dios y al prójimo, por lo tanto la elección del lugar de vacaciones, o el descanso deben ser propicios para un encuentro con Cristo. Hoy veamos si nos preocupamos, como el Señor lo hacía, por la fatiga y la salud de quienes viven a nuestro lado: "Venid vosotros solos a un sitio tranquilo y descansar un poco" (Mc 6, 30-31).

Francisco Fernández

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         La escena del evangelio de hoy es muy humana, y expresiva de los sentimientos de Jesús: el retiro y descanso de sus apóstoles. En efecto, nos dice Marcos que los apóstoles, que habían ido de dos en dos a evangelizar, vuelven muy satisfechos, y cuentan los éxitos y fracasos que han tenido en su salida apostólica. Jesús se da cuenta de que están cansados, y de que lo que más necesitan un poco de descanso, para reponer fuerzas y revisar su actuación. Y ése es el plan que les propone.

         Pero la gente se les adelantó y les salió al encuentro, porque adivinaron adónde iban. En ese momento, Jesús vio a la gente y "sintió dio lástima de ellos, porque andaban como ovejas sin pastor". Y se acabó el retiro que pensaban hacer, "empezando a enseñarles con calma".

         Podemos vernos reflejados en esta escena de varias maneras. A lo largo de nuestras jornadas y temporadas, en nuestro trabajo cosechamos algunos éxitos, seguramente mezclados con fracasos. Que es lo que les pasarla a los apóstoles y al mismo Jesús, a quien no todos le hacían caso. Ojalá tengamos siempre a alguien con quien compartir lo vivido, que sepa escucharnos y con el que podamos hablar de nuestras varias experiencias, para revisar y remotivar lo que vamos haciendo.

         Ojalá tengamos también la oportunidad de algún retiro: todos necesitamos un poco de paz en la vida, momentos de oración, de silencio, de retiro físico y espiritual, con el Maestro.

         Además de que cada semana, el domingo está pensado para que sea un reencuentro serenante con Dios, con nosotros mismos, con la naturaleza, con los demás. El activismo nos agota y empobrece. El estrés no es bueno, aunque sea el espiritual. Los apóstoles estaban llenos de "todo lo que hablan hecho y enseñado". A veces dice el evangelio que "no tenían tiempo ni para comer". Necesitamos paz y serenidad, pues cuando no hay equilibrio interior, todo son nervios y disminuye la eficacia humana y evangelizadora.

         A la vez, hay otro factor importante en nuestra vida: la caridad fraterna, y la entrega a la misión que tengamos encomendada. Incluso por delante de nuestros deseos de descanso y retiro, como en el caso de Jesús y los suyos. Jesús conjuga bien el trabajo y la oración, y se decide prioritariamente por la evangelización. Pero sabe buscar momentos de silencio y oración para sí y los suyos, aunque en esta ocasión no haya sido con éxito.

         Otra lección que nos da Jesús es que no parece tener prisa, y no hacer ver que le han estropeado el plan, pues "se puso a enseñarles con calma". Porque vio que "iban desorientados, como ovejas sin pastor". Tener tiempo para los demás, a pesar de que todos andamos escasos de tiempo y con mil cosas que hacer, es una finura espiritual que Jesús nos enseña con su ejemplo: tratar a cada persona que sale a nuestro encuentro como si tuviéramos todo el tiempo del mundo.

José Aldazábal

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         Escuchamos hoy que Jesús, aquel día, estaba cansado. Los apóstoles, después de varias semanas de predicación, enviados por Jesús de dos en dos, regresaban llenos de gozo, aún iluminada el alma con los milagros que habían visto. Y ellos también estaban cansados. El Señor, sin ninguna duda, no quería saborear los relatos de sus amigos en medio del ruido y acosado por miles personas, sino que prefería degustar ese manjar en la intimidad con los suyos, y paladearlo despacio y dando gracias a Dios.

         Por eso, decidió Jesús: "Venid vosotros solos a un sitio tranquilo a descansar un poco". ¡No todo va a ser sufrir! Cualquiera convendría en que se lo habían ganado. Y con esa ilusión, se suben a una barca y ponen rumbo "a un sitio tranquilo y apartado".

         Seguramente, en la barca nadie se atrevía a contar nada, pues preferían esperar a estar sentados sobre la hierba, protegidos por el silencio y libres de los agobios del día, para disfrutar mejor del recuento de las maravillas de Dios. Pero cuando alcanzan la orilla confiando en desembarcar en un vergel... se encuentran allí a miles de personas, que esperan hambrientas las enseñanzas de Jesús.

         Y todos sus planes de descanso se vienen abajo, resucitando el cansancio en los cuerpos y en las mentes, y se impone la certeza de que los relatos y anécdotas que los apóstoles traían preparadas, y que tanto deseaba escuchar el Maestro, tendrán que esperar a mejor ocasión.

         En semejante situación, Jesús "se puso a enseñarles con calma". Y eso es heroico, porque lleva consigo un acto de negación de sí mismo, una aceptación rendida de la voluntad de Dios, y un abandono sin condiciones en la Providencia. Cuando los planes se rompen, o cuando el cansancio pesa, o cuando surge la contrariedad... la calma es la propia de los santos. ¡Bendita calma!

Diócesis de Madrid

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         Por medio de su palabra y de su ministerio de misericordia y de liberación, Jesús fue ganando espacio en medio del pueblo. Y poco a poco Jesús se convirtió en una alternativa posible para todos aquellos que ya no encontraban una salida en la oficialidad judía. Su palabra era comprendida por el pueblo como el mensaje de Dios mismo para ellos. Su actuar era visto y asimilado como el tiempo de gracia que Dios instauraba en medio de ellos.

         Por eso, a Jesús lo seguían hasta los lugares más apartados y recónditos. El pueblo tenía hambre y sed de justicia, de solidaridad, de igualdad, de palabra de Dios. Y quién mejor que Jesús, el autorizado del Padre, para darle al pueblo aquello que la religión oficial le había arrebatado.

         El pueblo experimentó con la persona de Jesús la misericordia de Dios hecha carne, hecha humanidad. Por eso no importaba la distancia, no importaban los horarios, no importaba lo establecido por la ley. Lo importante era experimentar a Dios mismo a través del ministerio de Jesús. Ellos así lo vivieron y así nos lo presentan los evangelios. Jesús fue su Buena Noticia, fue su salida de todo aquello que los tenía oprimidos y reducidos al anonimato.

         También nuestro pueblo hoy, ante este modelo social neoliberal que se ha impuesto el ser humano, sigue teniendo hambre de valores de humanidad, de valores absolutos que generen resistencia y creen espacios alternativos, frente a este mundo que todo lo crea en serie.

         Las iglesias, o nosotros que somos la Iglesia, tenemos que despertar y responderle a nuestro pueblo. A ese pueblo al que hemos sido enviados y al que tenemos la obligación de anunciarle la Buena Nueva propuesta por Jesús. Si no somos capaces de hacerlo es mejor renunciar a nuestro bautismo, porque si asumimos el proyecto de Jesús tenemos que darle vida al pueblo, pero vida en abundancia.

Confederación Internacional Claretiana

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         Los apóstoles regresan hoy donde Jesús, después de haber participado en la misión encomendada por él (Mc 6, 7-13). Ellos han enseñado el reino de Dios a la gente que encontraban por el camino, han curado enfermos y han expulsado los demonios, como Jesús se lo había encomendado. Ahora es el tiempo del descanso. Jesús recomienda a sus discípulos descansar, después de una agotadora jornada. Era necesario descansar, apartarse de la multitud y buscar un sitio tranquilo y despoblado (Mc 6, 31).

         Al llegar al lugar del descanso, Jesús se da cuenta de que lo ha seguido una gran cantidad de personas y el evangelista, con términos muy tiernos, presenta a Jesús compadecido de la multitud que anda como "ovejas sin pastor".

         Jesús asume el compromiso de pastor de su pueblo, y le enseña, lo orienta, lo guía y lo instruye para que comience a dar cambios cualitativos que redunden en bien común. Dios siente compasión de su pueblo cansado por el abuso de poder de sus gobernantes. Siente compasión por la falta de conciencia en medio de su pueblo. Por eso, en Jesús, el Padre manifiesta su amor y su compasión a aquella multitud que le seguía (para recibir la vida que provenía de su palabra y de su forma de vivir).

         Nuestro pueblo, también vive situaciones de muerte y de desolación y no tiene quién lo mire y le enseñe con misericordia. Nuestra gente sencilla y humilde necesita ser orientada y necesita escuchar palabra de Dios, palabra que genere "vida abundante".

Servicio Bíblico Latinoamericano

c) Meditación

         Tras el ensayo misionero de los días previos, los apóstoles vuelven hoy a reunirse con Jesús. Es el momento de compartir experiencias, poniendo en común todo lo que habían hecho y enseñado en una comunicación que podía ser muy útil y reconfortante para todos.

         Jesús sabe valorar este momento de puesta en común, y por eso les invita a retirarse a un sitio tranquilo para descansar un poco. El objetivo era ahora descansar, algo que no les permitía la gente que les rodeaba, pues eran tantos los que iban y venían que no encontraban tiempo ni para comer. Y con este fin tomaron una barca, y se alejaron del bullicio a la búsqueda del ansiado sitio de retiro. 

         Pero he aquí, nos dice el evangelista, que muchos, al verles marcharse, se les adelantaron por tierra, y cuando Jesús y los apóstoles desembarcaron se encontraron de nuevo con una multitud mayor de la que habían dejado en la otra orilla, y sus planes iniciales se vinieron abajo. A Jesús le dio lástima de ellos, porque andaban como ovejas sin pastor; y se puso a enseñarles con calma.

         El incidente narrado resulta aleccionador. En 1º lugar, por la pretensión de Jesús de descansar algún tiempo en compañía de sus discípulos (que acababan de regresar de su intenso viaje misionero, con el imperioso deseo de compartir experiencias). Y en 2º lugar por el imprevisto, cuando los planes se ven trastocados por esa multitud que se vuelven a encontrar, y que por lo visto Dios había ido poniendo delante.

         La reacción de Jesús, ante esta contrariedad, no es deshacerse del imprevisto de malas maneras o tirando de cortesía, sino prestarle atención con caridad. Jesús ve la necesidad real de aquellas gentes (como ovejas sin pastor), siente lástima de ellas y se pone a enseñarles como si dispusiera de todo el tiempo del mundo (como si ya no hubiese necesidad de descansar).

         Y es que, ante las exigencias de la caridad, nada puede anteponerse. La caridad auténtica reclama la atención inmediata, y todo lo demás puede esperar (el descanso, la oración, la convivencia amistosa, la comida...).

         Pero resulta curioso. Aquí Jesús no parece salir al paso de una urgencia, o de una situación que requiriese de una respuesta inmediata o de un socorro inaplazable. Se habla de un estado general de desorientación en la gente allí congregada (como ovejas sin pastor), y lo que reclama la situación es una palabra orientadora.

         Pero ¿no podía esperar este alimento hasta nueva ocasión, hasta pasados unos días? Además, también sus discípulos reclamaban su atención en esos momentos, y también ellos necesitaban esa tranquilidad que les ayudase a recomponer sus ideas y a recuperar sus fuerzas.

         No obstante, Jesús da prioridad al hambre de esa multitud congregada para escuchar su palabra. Se ve impelido a saciar esa hambre que no puede esperar. El deseo de sus discípulos y el suyo propio, deseo de descansar, sí puede esperar.

         La prioridad de Jesús viene marcada por el amor compasivo, y se ocupa de aquellos por quienes siente lástima en ese momento. Podían darle pena también sus discípulos, cuyos propósitos quedaban momentáneamente frustrados. Pero el reclamo de los necesitados estaba por delante. Son las exigencias de la caridad, que tiene un fuerte componente de compasión y que se ve impelida de modo inexcusable ( e inaplazable) por la necesidad que reclama socorro inmediato. 

         ¿Es ésta nuestra prioridad? ¿No es verdad que muchas veces aplazamos el socorro para otro momento más oportuno o favorable? ¿Y en qué situación dejamos al pobre que nos tiende la mano?

         Creemos que siempre habrá una segunda o una tercera vez, pero puede que no la haya. La misericordia, para que sea eficaz, tiene que ser diligente. Y aunque también es verdad que no todo el mundo se deja ayudar, y que la complejidad de las situaciones de necesidad reclaman estudio y planificación, la conducta de Jesús es para nosotros normativa. Por eso no podemos dejar de mirarnos en él como en un espejo, y hemos de tener muy en cuenta sus acciones, reacciones y prioridades.

JOSÉ RAMÓN DÍAZ SÁNCHEZ·CID, doctor en Teología

 Act: 08/02/25     @tiempo ordinario         E D I T O R I A L    M E R C A B A    M U R C I A