7 de Febrero
Viernes IV Ordinario
Equipo
de Liturgia
Mercabá, 7 febrero 2025
a) Heb 13, 1-8
Este pasaje pertenece al final de la Carta a los Hebreos, en una especie de poscriptum parenético sobre las condiciones de la vida cristiana, en el orden social y comunitario. El tono utilizado es ya diferente al del de los primeros capítulos (sobre el sacrificio y sacerdocio judío) y capítulos intermedios (del sacerdocio y liturgia de Cristo), e insiste en el nuevo orden que debe suponer todo eso: una actitud ética.
La 1ª actitud ética que especifica Hebreos es la caridad fraterna (vv.1-3), que se revela sobre todo en la hospitalidad y en la atención para con los prisioneros (criminales, presos políticos y perseguidos). La razón de esta actitud hacia esos hombres es muy simple: si todos compartimos la condición de transeúntes de este mundo, todos tenemos la probabilidad de ser objeto de la persecución y la política.
La 2ª actitud resaltada tiene que ver con los cristianos unidos por el matrimonio (v.4). Pues el lecho nupcial debe ser para ellos como un verdadero templo, y debe mantener la pureza del templo (2Mac 14,36; 15,34; Sant 1,27). El matrimonio debe ser para el cristiano, por tanto, un auténtico lugar de culto, siendo la castidad la actitud más exigida, antes que seguir manteniendo las antiguas costumbres de pureza legal.
La 3ª actitud concierne al dinero (vv.5-6), pues el cristiano debe vivir el desinterés evangélico, contentándose con lo que cada día trae consigo y confiando en que Dios no abandonará a sus fieles. Pero es interesante destacar que el versículo que el autor cita, para hacer alusión a esta providencia divina (Sal 118, 6), está tomado de un salmo litúrgico, que el pueblo de Israel cantaba desde las puertas del templo hasta el altar de los holocaustos. Mediante esta cita, el autor pone de manifiesto su intención de dejar claro que toda actitud ética es realmente litúrgica.
Una 4ª actitud que se desprende de este pasaje debe ser la veneración debida a los guías de las comunidades (v.7), y la adhesión a sus enseñanzas. E insiste en el término guía, que en el AT designaba a los grandes sacerdotes judíos. Así, pues, estos nuevos guías (los cristianos) serán venerados como representantes de Cristo (v.8), que siempre va tras ellos animando su valor, e inspirando sus enseñanzas.
Maertens-Frisque
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Al terminar su carta, el autor de Hebreos vuelve a hablar de la muerte santificadora de Jesús, evocando su sufrimiento "fuera de las murallas" (v.12). Y lo hace esta exhortación: "Salgamos, pues, a encontrarlo fuera del campamento" (vv.13-14), y "ofrezcamos a Dios por medio de él un sacrificio de alabanza perpetua" (vv.15-16).
En el AT, "salir fuera del campamento" era un elemento negativo, en contraposición al "entrar en el santuario" (Heb 10,19-25). No obstante, para el NT dicha expresión pasa a convertirse en un elemento positivo, que intenta no apartarse de los hombres, así como evitar refugiarse en una comunidad. Pues el hombre lleva dentro de sí la raíz de su alejamiento de Dios y de los demás, y salir supone abandonar una vida centrada en la propia autoafirmación, en la esterilidad o en una equivocada búsqueda de la felicidad por el dominio o las posesiones. Significa dejar el mediocre egocentrismo que aleja de los demás y de Dios, abandonar las falsas seguridades (v.9) y construir una ciudad permanente (v.14).
Es preciso salir, pues, de este mundo mediocre, y "ofrecer sacrificios que agradan a Dios" (vv.15-16), acercándose al santuario (Heb 10,22) y ofreciendo la propia vida a Dios, en "la confesión de la fe y en la comunión con los hombres" (vv.15-16). En esta autodonación a los demás, el hombre se pierde así mismo (aparentemente), pero encuentra a Dios allí donde él no puede acceder por sus propios medios: la verdadera vida (v.9).
Nos hallamos ante el único caso en que el autor de Hebreos detalla algunas exhortaciones concretas sobre el amor fraterno, el matrimonio, las riquezas y la relación con los dirigentes de la comunidad (Heb 13,1-7.17). Y con ellas intenta mostrar la revelación central de Jesucristo: la comunión entre Dios y los hombres, consistente en la libre y personal donación a Dios.
Una donación que se expresa en una vida concreta, constante y aparentemente normal, pero que hace del Dios vivo la razón de ser de cada decisión. Una vida que se sitúa ante los demás en actitud de amor fraterno, que acoge a todos, que se preocupa de los encarcelados, que vive el matrimonio con fidelidad, que se libera del dinero y pone la confianza en Dios. Esa es la fe que Dios quiere de nosotros (Heb 10,36-39) y que el pastor pide al terminar su escrito (Heb 13,20-21). El don de Dios, y el esfuerzo del hombre, se unen para conseguir la verdadera vida.
Gaspar Mora
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Estamos llegando al final de la Carta a los Hebreos, en que su autor pasa ya de la teología elaborada con antelación a la enumeración de una serie de recomendaciones muy concretas y variadas, para la vida de la comunidad cristiana:
-"conservad el amor fraterno, y no olvidéis la
hospitalidad", poniendo como motivación el ejemplo de Abraham (que
acogió amablemente a los 3 viajeros del Altísimo);
-"acordaos de los presos y de los que son maltratados", solidarizándoos con
ellos;
-"que todos respeten el matrimonio", porque Dios
quiere la vida matrimonial dignamente vivida;
-"vivid sin ansia de dinero": la avaricia, que es
la idolatría del dinero, es una de las cosas que más hay que evitar;
-"contentaos con lo que tengáis",
con una cierta austeridad en la vida, poniendo la confianza más en Dios que en
los dineros ahorrados;
-"acordaos de vuestros jefes", los que os
anunciaron la fe y han vivido una vida de fe digna de imitación.
Y finalmente, da la respuesta fundamental a por qué hay que hacer todo eso: porque "Jesucristo es el mismo, ayer, hoy y siempre". Una afirmación cristológica que da sentido a todo, y en la que Jesús es el modelo supremo de todo cristiano.
Los consejos de Hebreos no han de pasar, pues, al baúl del pasado, sino que son de actualidad y seguirán siendo directivos para el cristiano del futuro. Pues:
-la motivación que nosotros hemos recibido de Cristo (para la caridad y la hospitalidad) es que en la persona del prójimo vemos su misma persona: "a mí me lo hicisteis";
-cuando el Catecismo ejemplifica en qué clase de personas tenemos que ver de modo especial a Cristo, nombra a "los pobres, los enfermos y los presos" (CIC, 1373);
-la exhortación a evitar el adulterio, y atentar contra la santidad matrimonial, sigue teniendo hoy plena actualidad, en medio de un mundo de costumbres bastantes alejadas de la verdadera espiritualidad;
-la recomendación a evitar la avaricia, puede afectar a todos (religiosos y sacerdotes), no sólo a los laicos;
-el respeto a los pastores de la comunidad, desde el deseo de ayudarles y aprender de ellos, no es tampoco superfluo en las relaciones interpersonales, y ayuda a construir la comunidad cristiana.
José Aldazábal
b) Mc 6, 17-20.21-29
Sobre Jesús corren 3 opiniones entre la gente, que llegan hoy a oídos de Herodes II de Judea (Herodes Antipas). Por la actividad que han ejercido los Doce, la 1ª opinión ve en Jesús a Juan Bautista resucitado; como tal, ha pasado por la muerte, y ahora es instrumento de "las fuerzas" o poderes oscuros del mundo de ultratumba.
Los que expresan esta opinión siguen la de los letrados, para quienes Jesús es un agente de Belcebú (Mc 3, 22). Según ellos, Jesús es Juan, porque sus discípulos predican la enmienda, pero al mismo tiempo es agente de fuerzas oscuras, porque también expulsan demonios (agente de Belcebú).
Las otras 2 opiniones muestran un concepto favorable de Jesús. Para unos, es Elías, el profeta que tenía que preceder la llegada del Mesías. Este sector espera un cambio de época, pero no por obra de Jesús mismo, que no es más que un precursor. Para otros, finalmente, Jesús continúa la antigua tradición profética; lo reconocen como enviado de Dios que, como los antiguos profetas, denuncia la injusticia. Estos no esperan un cambio de época, sino un cambio interior del pueblo.
Cada opinión refleja un sector de la sociedad judía. Los partidarios de la institución religiosa reaccionan con miedo y pretenden desacreditar a Jesús. Los descontentos, deseosos de una reforma tajante, lo identifican con Elías, el reformista violento. Los fieles a Dios ven en él un profeta comparable a los antiguos. Las 3 opiniones asimilan a Jesús a figuras del pasado, sin comprender la novedad de su mensaje ni la calidad de su persona.
Oídas estas opiniones, Herodes Antipas expresa la suya: es Juan resucitado, de cuya muerte se confiesa culpable. El supuesto hecho le preocupa, pues pone en entredicho su autoridad: no es señor de la vida de sus súbditos. Un Juan resucitado sería una acusación permanente de su injusticia y un fracaso de su poder.
Herodes priva a Juan de su libertad, impidiéndole continuar su actividad; la medida de Herodes no hace caso de la opinión del pueblo, que veía en Juan un enviado divino. Sin embargo, aunque es Herodes quien da la orden de encarcelar a Juan, otra persona lo ha instigado a hacerlo, Herodías, mujer de su hermano Filipo y a la que Herodes había tomado por esposa.
Juan no era parcial con los poderosos y denunció esa injusticia. La frase no te está permitido apela a la ley, que prohíbe ese matrimonio (Ex 20,17; Lv 18,16; 20,21). La más sensible a esta denuncia es Herodías, la adúltera. La denuncia de Juan desacredita ante el pueblo al poder político y puede crear una fuerte opinión popular contraria a Herodes que provoque la intervención romana o que decida a Herodes a despedir a Herodías. Esta teme por su posición y su poder; Juan es una amenaza para ella.
Herodías se propone quitar la vida a Juan, pero hay un obstáculo a su propósito, el temor que siente Herodes por Juan, al que considera un hombre justo, es decir, de conducta agradable a Dios y aprobada por él, y santo o consagrado por Dios, un profeta.
Conociendo la hostilidad de Herodías, Herodes protege a Juan de sus maquinaciones y no consiente darle muerte. Es más, se siente atraído por Juan, habla familiarmente con él y lo escucha con gusto, aunque no deje de exigirle que se separe de Herodías. Cogido entre el influjo de ésta y el discurso de Juan, Herodes queda irresoluto. El peligro para Herodías es extremo; ella no respeta al profeta, es el prototipo de la impiedad.
El episodio de la muerte de Juan tiene 2 lecturas paralelas. Marcos lo desarrolla en un plano narrativo, pero dejando ver a través de él un 2º plano, en el que los personajes adquieren un carácter representativo. Los notables judíos de Galilea han renunciado a la idea de un Mesías enviado por Dios; tienen al pueblo sometido y lo utilizan para ganarse el favor del rey ilegítimo. Son ellos los principales responsables de la muerte de Juan Bautista.
El día oportuno es la ocasión propicia para que Herodías cumpla su designio de matar a Juan (v.19). Todo lo que sigue está, por consiguiente, preparado por ella. El banquete de cumpleaños era para los judíos una costumbre pagana (Gn 40,20; Est 1,3). Se celebra la vida de Herodes, el poder absoluto, y con él la celebran los representantes de todos los estamentos del poder.
Los magnates son probablemente los gobernadores de distrito, poder político asociado y dependiente del de Herodes; los oficiales son los jefes de las cohortes, poder militar al servicio de Herodes; los notables de Galilea son los miembros de la aristocracia judía, poder económico aliado con Herodes.
En el plano representativo, al adulterio público de Herodes y Herodías corresponde la infidelidad a Dios de los dirigentes judíos, llamada adulterio en el lenguaje de los profetas: los notables de Galilea están en el banquete de Herodes, perseguidor de Juan, reconociéndolo por rey legítimo. Estos son los herodianos (Mc 3,6; 8,15; 12,13). La figura de Herodías, la adúltera, representa a estos dirigentes.
Aparece otro personaje, la hija de Herodías, sin nombre y que se define por su madre: no tiene personalidad propia. El oficio de bailarina en un banquete era propio de esclavas y la hija de Herodías se presta a actuar como tal; danza para divertir a Herodes y a sus invitados; humillante adulación al poder. La muchacha está en edad de casarse. Representa al pueblo sin voluntad propia y juguete en manos de los dirigentes.
Herodes, muy complacido, se compromete solemnemente a dar un premio a la muchacha, dejándolo a su arbitrio. De aquí en adelante desaparecen los nombres propios: Herodes es el rey, y Herodías la madre, subrayando el carácter representativo de los personajes. El rey se considera dueño de todo y con poder para todo ("cualquier cosa que me pidas"); aunque sea la mitad de mi reino (Est 5, 3.6), promesa desmesurada.
La muchacha no tiene voluntad propia; mostrando su total dependencia, va a preguntar a su madre, que ha urdido toda la trama. La promesa se hizo a la hija, pero decide la madre, que busca sólo su propio interés: eliminar a Juan. Su adúltera participación en el poder vale más que la vida del profeta. Por medio de su hija, somete a Herodes. No quiere la mitad del reino, quiere todo el reino.
Marcos subraya la inmadurez de la joven: "entra en seguida, a toda prisa", sin criticar ni juzgar la decisión de la madre ni considerar si era o no favorable para ella. Es, pues, una esclava de su madre, y exige ("quiero") que se cumpla su petición sin tardar ("inmediatamente"). El banquete de aniversario, que pretendía celebrar la vida, se convierte en un banquete de muerte ("en una bandeja").
En el poder civil hay un resto de humanidad; Herodes estimaba a Juan y sabe que lo que le piden no es sólo una injusticia, sino un desprecio a Dios ("justo y santo"; v.20); pero un rey no puede quedar en mal lugar, perdería su prestigio. Por encima de lo humano están los intereses del poder. Ninguna reacción por parte de los invitados: al rey le está permitido todo, es dueño de la vida de sus súbditos. La joven da la cabeza a la madre, quedándose sin nada. La madre consigue su propósito, acallar definitivamente la voz del Bautista.
Se deduce que Juan no había denunciado solamente el adulterio personal de Herodes, sino también el connubio entre los dirigentes judíos y el poder del tetrarca. La muerte de Juan a manos del poder civil, por instigación del poder judío (Herodías), preludia la muerte de Jesús.
Los discípulos de Juan entierran el cadáver: todo ha terminado, incluso para sus discípulos; un cadáver no tiene vida ni futuro. No habrá continuación. Como los discípulos de Juan no siguen a Jesús, no pueden hacer más que dar testimonio del fin de su maestro. El fin de Juan se narra cuando Jesús va a manifestarse como Mesías y, para eso, ya no hace falta más preparación.
Juan Mateos
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Entre el envío de los discípulos (Mc 6, 7-13) y el regreso de su misión (Mc 6, 30), Marcos introduce dos relatos, el 1º sobre lo que la gente opina sobre Jesús, y el 2º sobre la responsabilidad de Herodes en el martirio de Juan el Bautista.
La actividad misionera de Jesús, prolongada ahora en los discípulos extiende la fama pero también los interrogantes sobre la persona de Jesús. Las diferentes opiniones son positivas y de carácter profético. Que es Juan el bautista resucitado. Que es Elías el precursor del Mesías (Mal 4, 5-6). Que es un profeta como los muchos que han pasado por Israel, con la única novedad que sería el primero después de mucho tiempo.
A Herodes, protagonista del relato, le preocupó aquella opinión que era Juan el Bautista resucitado, a quien el había mandado decapitar. El relato nos deja ver desde el inicio la intranquilidad de conciencia de Herodes, pero también nos anticipa lo que le sucederá a Jesús.
Hablar de la familia de Herodes genera siempre confusión por que casi todos aparecen con el nombre de su padre. Hagamos una breve relación de los nombres que aparecen en este evangelio.
En 1º lugar tenemos a Herodes Antipas (Herodes II de Judea), hijo de Herodes I el Grande (Herodes I de Judea) y de su 4ª mujer (la samaritana Malthake). A la muerte de su padre le tocó en herencia las regiones de Galilea y Perea. Aunque Marcos lo llama rey, título al que siempre aspiró, Roma solo le otorgó el de Tetrarca.
De hecho Jesús, por ser de Nazaret, pertenece a la jurisdicción de Herodes Antipas; por esta razón, Pilatos, encartado con Jesús, lo mandará donde este Herodes (Lc 23, 8-12). Casado con una hija del rey Areta VI de Arabia, la abandonó para casarse con su sobrina-cuñada Herodías. Tenía su residencia en Tiberiades a orillas del lago Galilea.
Filipo, hijo de Herodes el grande y Marianne II. Marcos comete un error al llamarlo Filipo, talvez lo confunde con su hermanastro o es posible que llevara el mismo nombre. A este Herodes, 1º esposo de Herodías, no le correspondió territorio para gobernar. Su residencia estaba en Roma.
Probablemente en una de sus visitas a su hermanastro Antipas en Tiberiades, este se enamoró de su esposa Herodías. No se trata, por tanto, de Herodes Filipo (al que le correspondió el territorio de la Traconitide), ya que éste estaba casado con Salomé (la hija de Herodías).
Sobre Herodías, sobrina de Herodes I el Grande y casada con 2 de sus hijos, sabemos por el historiador Flavio Josefo que se llamaba Salomé. Será la mujer de Herodes Filipo, también hijo de Herodes I el Grande, tetrarca de Iturea y la Traconitide.
A partir del v. 17 comienza la historia o leyenda sobre la muerte de Juan el Bautista. Según el historiador Flavio Josefo, la muerte de Juan se originó por los desordenes políticos que estaba creando el movimiento bautista. La de Marcos responde más a la tradición popular entre los judeocristianos. De cualquier forma, la muerte de Juan el Bautista a manos de Herodes es incuestionable.
El relato de esta muerte comienza recordando la orden emitida por Herodes de apresar, encadenar y encarcelar a Juan. Si según Flavio Josefo la razón del encarcelamiento es de tipo político, para Marcos la razón es moral, pues Herodes está viviendo en adulterio con Herodías, mujer de su hermano, contraviniendo la ley judía que prohibía el matrimonio entre cuñados (Lv 20,21; 18,16).
El odio y venganza que manifiesta Herodías recuerda a Jezabel, que intentó dar muerte a Elías (1Re 19, 2). La sed de venganza de Herodías curiosamente se contrasta con el miedo que experimenta Herodes; es tanta la maldad de esta mujer que el mismo Herodes da la idea de ser bueno, hasta el punto de querer proteger a Juan de su mujer y de reconocerlo como hombre justo y santo. La superstición o el respeto por las palabras de Juan habían hecho mella en Herodes.
Las intenciones de Herodías encuentran la ocasión en la fiesta de cumpleaños de Herodes. Los únicos que pueden participar en la fiesta son los representantes del poder político, económico y religioso de la ciudad. En 1º lugar los magnates (jefes de otras tetrarquías, etnarquías...), los tribunos (jefes militares) y los principales (jefes religiosos, ricos...).
Fuera de la fiesta está Juan el bautista, representando a los pobres, los sencillos, los excluidos del banquete de los poderosos. Una niña, la hija de Herodías entra en escena con una danza que cautiva a los presentes, especialmente a Herodes. Este fanfarronea ofreciéndole la mitad de su reino, cuando no podía tocar un centímetro del territorio sin permiso de Roma.
La niña, utilizada por su madre, pedirá sin pérdida de tiempo la cabeza de Juan el Bautista. Un hombre inocente, en la oscuridad de una cárcel ha sido sin saberlo, invitado de muerte a la fiesta de un rey sin reino y miedoso, y de una mujer vengativa que utiliza una niña para sus macabras intenciones.
La petición, aunque causó tristeza en Herodes, fue cumplida a cabalidad. La cabeza de Juan cayó en las manos vengativas, ahora saciadas, de Herodías. Tanta barbarie es matizada en el último versículo, cuando el cuerpo de Juan es recogido y enterrado por sus discípulos.
Bruno Maggioni
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En el el pasaje de hoy de Marcos se nos habla de la fama de Jesús (conocido por sus milagros y enseñanzas). Era tal esta fama que para algunos se trataba del pariente y precursor de Jesús, Juan el Bautista, que habría resucitado de entre los muertos. Y así lo quería imaginar Herodes, el que le había hecho matar.
Pero este Jesús era mucho más que los otros hombres de Dios: más que aquel Juan; más que cualquiera de los profetas que hablaban en nombre del Altísimo: él era el Hijo de Dios hecho hombre, perfecto Dios y perfecto hombre. Este Jesús (presente entre nosotros), como hombre, nos puede comprender y, como Dios, nos puede conceder todo lo que necesitamos.
Juan, el precursor, que había sido enviado por Dios antes que Jesús, con su martirio le precede también en su pasión y muerte. Ha sido también una muerte injustamente infligida a un hombre santo, por parte del tetrarca Herodes, seguramente a contrapelo, porque éste le tenía aprecio y le escuchaba con respeto. Pero Juan era claro y firme con el rey, cuando le reprochaba su conducta merecedora de censura, y cuando le dice que no le era lícito haber tomado a Herodías como esposa, pues era la mujer de su hermano.
Herodes había accedido a la petición que le había hecho la hija de Herodías, instigada por su madre, cuando, en un banquete (después de la danza que había complacido al rey) ante los invitados juró a la bailarina darle aquello que le pidiera. "¿Qué voy a pedir?", pregunta a la madre, que le responde: "La cabeza de Juan el Bautista" (v.24). Y el reyezuelo hace ejecutar al Bautista. Era un juramento que de ninguna manera le obligaba, ya que era cosa mala, contra la justicia y contra la conciencia.
Una vez más, la experiencia enseña que una virtud ha de ir unida a todas las otras, y todas han de crecer orgánicamente, como los dedos de una mano. Y también que cuando se incurre en un vicio, viene después la procesión de los otros.
Ferrán Blasi
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En aquel tiempo la fama de Jesús se había extendido, y el rey Herodes oyó hablar de él. Unos decían que era Juan el Bautista resucitado de entre los muertos, y por eso actuaban en él poderes milagrosos; otros, por el contrario, sostenían que era Elías; y otros que era un profeta como los antiguos profetas. Herodes al oír todo esto, decía: "Ha resucitado Juan, a quien yo mandé que le cortaran la cabeza".
Y es que Herodes había mandado arrestar a Juan y lo había encerrado en la cárcel por causa de Herodías, la mujer de su hermano Filipo, con quien él se había casado. Pues Juan le decía a Herodes: "No te es lícito tener la mujer de tu hermano".
Herodes reconoce que Juan Bautista es un hombre honrado y santo. Sin embargo, y a pesar de ello, lo manda decapitar en la cárcel. Lo hace instigado por Herodías , mujer de su hermano a la que ha tomado por esposa. Juan valiente, le dijo al rey "no te es lícito tener la mujer de tu hermano". Y por esto Herodías odiaba a Juan y pidió su cabeza aprovechando la debilidad del rey. Y Juan murió porque supo jugarse la vida por la verdad.
Juan Bautista es un modelo a seguir por su valentía, porque es consecuente con lo que cree, con la verdad. Expone su vida y la pierde, pero la gana para la vida eterna. Esta postura fue la de Jesús, la de los primeros cristianos que confesaban la fe hasta la muerte.
Recordamos las palabras de san Pablo: "Mi vivir es Cristo y el morir es ganancia". Una postura valiente y sincera que han seguido también innumerables santos y mártires. Ser cristiano significa vivir consecuentemente la fe, en el quehacer de cada día, en el trabajo, en el trato con los demás, en la ayuda a los más necesitados, en demostrar con las palabras y con los hechos lo que creemos.
Y si es necesario con la vida, para eso está el don de fortaleza que Dios nos enviaría por su Espíritu. Te pido, Jesús, que me des fortaleza para confesar la fe en todo momento, aunque para eso haya que sufrir. Ser testigo de la fe que he recibido en el bautismo defendiéndola siempre ante las críticas.
Carlo Gallucci
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El evangelio de hoy nos relata el martirio de Juan el Bautista, porque fue coherente hasta el final con su vocación y con los principios que daban sentido a su existencia. El martirio es la mayor expresión de la virtud de la fortaleza y el testimonio supremo de una verdad que se confiesa hasta dar la vida por ella.
Sin embargo, el Señor no pide a la mayor parte de los cristianos que derramen su sangre en testimonio de su fe. Pero reclama de todos una firmeza heroica para proclamar la verdad con la vida y la palabra en ambientes quizá difíciles y hostiles a las enseñanzas de Cristo, y para vivir con plenitud las virtudes cristianas en medio del mundo, en las circunstancias en las que nos ha colocado la vida.
Santo Tomás de Aquino nos enseña que esta virtud se manifiesta en 2 tipos de actos: acometer el bien sin detenerse ante las dificultades y peligros que pueda comportar, y resistir los males y dificultades de modo que no nos lleven a la tristeza.
Nunca fue tarea cómoda seguir a Cristo. Es tarea alegre, inmensamente alegre, pero sacrificada. Y después de la primera decisión, está la de cada día, la de cada tiempo. Necesitamos la virtud de la fortaleza para emprender el camino de la santidad y para reemprenderlo a diario sin amilanarnos a pesar de todos los obstáculos. La necesitamos para ser fieles en lo pequeño de cada día, que es, en definitiva, lo que nos acerca o nos separa del Señor.
La necesitamos para no permitir que el corazón se apegue a las baratijas de la tierra, y para no olvidar nunca que Cristo es verdaderamente el tesoro escondido, la perla preciosa (Mt 13, 44-46), por cuya posesión vale la pena no llenar el corazón de bienes pequeños y relativos. Además esta virtud nos lleva a ser pacientes ante los acontecimientos, noticias desagradables y obstáculos que se nos presentan, con nosotros mismos, y con los demás.
No podemos permanecer pasivos cuando se quiera poner al Señor entre paréntesis en la vida pública o cuando personas sectarias pretenden arrinconarlo en el fondo de las conciencias. Tampoco podemos permanecer callados cuando tantas personas a nuestro lado esperan un testimonio coherente con la fe que profesamos. La fortaleza de Juan es para nosotros un ejemplo a imitar. Si lo seguimos, muchos se moverán a buscar a Cristo por nuestro testimonio sereno, de la misma manera que otros tantos se convertían al contemplar el martirio de los primeros cristianos.
Francisco Fernández
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El evangelista introduce hoy la narración sobre el macabro martirio de Juan, con la intención de concreta de hacernos ver que la muerte violenta del precursor (Juan) es signo de lo que le va a ocurrir a Jesús, además de lo que le va a ocurrir a sus discípulos.
Juan permaneció fiel a la misión que le encomendaron, y en ello tenemos los cristianos un modelo a seguir, sobre todo por su austeridad de vida, por su valentía en el anuncio y por indicar el camino que lleva a Dios, defendiéndolo hasta la muerte.
Juan supo hacer realidad lo que el salmo nos dice: "El Señor es mi luz y mi salvación, ¿a quién temeré?". Quizás sea el momento de preguntarnos si vivimos o no vivimos nuestra fe, si nos expresamos o no nos expresamos en medio del mundo, con la misma valentía que habría que tener.
En la misión que los apóstoles tienen encargado, ellos hablan y hacen hablar de Jesús. Y la gente se pregunta sobre este personaje, según sus ideales y expectativas personales. Y claro, los rumores y opiniones llegan hasta las autoridades (Herodes), que enseguida se suman a los que opinan que Jesús es un fantasma molesto (Juan resucitado). Es decir, asaltan a las autoridades sus propios fantasmas, así como el miedo y peso de la conciencia. Y acaban mandándonos encerrar, y quitándonos del medio.
Rosa Pérez
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Juan Bautista muere hoy como profeta mártir. Su denuncia del mal, sin miedo al enfado de los fuertes, de Herodes, le trajo la muerte. Por eso Juan quedará en el recuerdo del pueblo como profeta coherente que lleva su misión hasta el final sin cobardía. La muerte es su compañera esperada, su corona y su triunfo.
Concretamente Juan aparece aquí denunciando un pecado sexual, el de Herodes II Antipas (el hijo del Herodes I que reinaba cuando nació Jesús). Juan, como toda la moral profética y evangélica, no es moralista ni es un obseso sexual; el centro de la moral profética está en la justicia; y es precisamente desde la óptica de la justicia desde donde es enfocada la sexualidad.
En este campo de la moral profética, que con el decurso de los siglos sufriría tan notables deterioros, lo sexual no es malo por sí mismo, como un tabú, ni impuro o feo, sino que entra en la esfera del pecado en la medida en que entra en la injusticia y va contra el amor. La insistencia en la justicia no deja fuera de la moral a la sexualidad, como algunos podrían pensar, sino que la sitúa precisamente en su lugar propio.
Gonzalo Fernández
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El presente relato de hoy, sobre el martirio de Juan Bautista, sirve al evangelista Marcos para llenar el tiempo que los apóstoles pasan en la misión, y nos permite asomarnos un poco al ambiente que se respiraba en Galilea hace 2000 años, cuando vivió y actúo Jesús.
Era un ambiente cargado de tensión, pues Herodes Antipas gobernaba en nombre de Roma a la que debía dar constante y estrecha cuenta de su gestión. Los profetas eran mal vistos, sobre todo si los rodeaban grandes multitudes, como pasó con Juan Bautista y con Jesús. Se convertían en un peligro para el orden público.
Herodes había eliminado al Bautista, y ahora se preocupaba por Jesús. Ser fiel entonces significaba no dejarse amordazar por el miedo; seguir adelante con la misión encomendada de predicar. No callar ante el poder amenazante. Cualquiera podía sospechar el precio de esta actitud.
El historiador judío Flavio Josefo, del s. I, confirma las noticias de Marcos sobre el asesinato de Juan Bautista; incluso señala el lugar de la ejecución: la fortaleza de Maqueronte, al otro lado del Mar Muerto. Solo que no menciona la circunstancias familiares de que habla el evangelista. En todo caso estamos ante un profeta asesinado por los poderes de este mundo. Ante la Palabra de Dios que los injustos quieren silenciar. Toda una invitación para la Iglesia, para las comunidades cristianas: a la fidelidad, la perseverancia, al martirio si es preciso.
José A. Martínez
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El evangelio de hoy nos narra el asesinato de Juan el Bautista. El evangelista de forma sutil pero clara está anunciando la suerte que correría Jesús con su predicación tan impetuosa y transformadora, y la posible suerte que correrían el grupo de sus discípulos si se comprometían con seriedad y dedicación al anuncio de la llegada inminente del Reino y de la necesidad de un cambio de vida para asumir la causa proclamada por ellos.
Juan, como los profetas antiguos, había llegado a la pena capital por haber predicado contra la vida de prostitución y de desorden que vivían los de su pueblo, en especial los del palacio.
Esta perícopa está narrada después del envío en parejas del grupo de discípulos, envío que suscitará controversia y sobre todo inseguridad. Pero el mensaje será anunciado, no importando las posibles dificultades. Marcos es muy claro con los que han cimentado la fe en el Resucitado: todo aquel que asume su causa, y anuncia con su vida y con su palabra la justicia, la vida y el derecho, está exponiendo su cabeza, ya que su anuncio genera conciencia crítica en medio del pueblo.
Herodes encarna el poder que se vuelve ciego por el desenfreno y la pasión, al que no le importa nada sino satisfacer sus deseos a costa de lo que sea. Herodías, se alía con el poderoso, y su unión criticada por el Bautista, engendra el odio en la pareja de opresores y generan la muerte en la persona del precursor. Juan anuncia la injusticia y su martirio es testimonio de lucha pero también anuncio para los seguidores de Jesús.
La Iglesia no debe tener miedo en denunciar la injusticia y la opresión allí donde la vea, y con valentía debe anunciar y comprometerse en vivir la justicia y la "vida en abundancia" que viene a traer Jesús.
Gaspar Mora
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Hoy el evangelio nos presenta el martirio de Juan Bautista. Un hombre notable. No lo digo yo, lo dice Jesucristo: "En verdad os digo que entre los nacidos de mujer no se ha levantado nadie mayor que Juan el Bautista" (Mt 11, 11). Una vida grande y memorable, tronchada en circunstancias estúpidas y rodeado de gente indigna y cruel. Aprendamos de aquí que la muerte es grande por lo que en ella se entrega no por lo que en su furor nos arrebata.
Como hay una memoria litúrgica de la muerte del Bautista meditemos en esta ocasión sólo un punto: Herodes apreciaba a Juan, pero lo mandó decapitar, por guardar un juramento inicuo y quedar bien frente a unos invitados innobles. Hasta dónde puede llegar un hombre por tratar de complacer a otros y de cuidar su imagen.
Toda espiritualidad cristiana necesita un punto de partida sólido, y ese punto sólo lo encontramos en el querer de Dios. Las opiniones humanas son, como decía fray Luis de Granada, un monstruo de mil cabezas, y quien pretende orientarse por ese monstruo pronto traicionará sus más íntimas convicciones y hará decapitar sus mejores esperanzas.
Nelson Medina
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Imagina por un momento que tu hermano de repente se casa con la mujer de tu mejor amigo. ¿Qué harías? Supongo que se lo echarías en cara diciéndole que no puede hacer eso, que está en contra de tus principios cristianos, además, si ella ya está casada, estará pecando de adulterio.
Algo parecido le ha sucedido a San Juan Bautista. En su caso no es su mejor amigo, sino el rey de Galilea. ¡Qué ejemplo daría a todos sus súbditos! Pues bien, Juan no sintió vergüenza al hacerle ver el mal que estaba haciendo y todas las consecuencias que tenía. Por eso el Rey lo mandó encarcelar. Aunque lo escuchaba con agrado.
¿Qué cara debía tener Herodes, cuando hacía esto? Le tenía miedo al pueblo, y además admiraba a Juan. Parece que su vida era doble. Por un lado tenía que hacer callar a su conciencia que le reclamaba el mal hecho, pero por otro le hacía mucho bien el escuchar al hombre de Dios. Dos caras de una misma moneda.
Todo se deshizo cuando lo mandó matar por "no quedar mal con todos los comensales, y a causa del juramento que había hecho". Su fama no podía decaer en esos momentos tan importantes para su vida, por eso prefirió el mal ante el bien que le reclamaba su conciencia y todo el pueblo: la libertad del Bautista.
No queramos ser dobles como le sucedió a Herodes. Llamemos a cada cosa por su nombre y hagámosle caso a nuestra conciencia cuando nos dice que hagamos algo o evitemos el mal.
Rodrigo Escorza
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La figura de Juan el Bautista es admirable por su ejemplo de entereza, por su defensa de la verdad y por su valentía en la denuncia del mal. Y por ello va a dar cuenta, y caer bajo la espada impura y asesina.
Respecto a dicha muerte del Bautista, nos dice Flavio Josefo (Antigüedades Judías, XVIII) que todo comenzó con el miedo contraído por Herodes, que temía una revuelta política incontrolable, en torno a Juan. Marcos, en cambio, nos presenta un motivo más concreto: el Bautista fue ejecutado como venganza de una mujer despechada, porque el profeta había denunciado públicamente su unión ilícita con Herodes, y "Juan le decía que no le era lícito tener la mujer de su hermano".
Herodes apreciaba a Juan, y "le respetaba, sabiendo que era un hombre honrado y santo". Pero su debilidad y volubilidad, ante las intrigas de su cuñada y sobrina (ahora sus concubinas), acabaron con la vida de Juan. Igual que Elías había sido perseguido por Ajab (débil rey, instigado por su mujer Jezabel), así ahora Herodes se convierte en el juguete vengativo de su concubina Herodías.
De Juan aprendemos sobre todo su reciedumbre de carácter, así como la coherencia de su vida con lo que predicaba. El Bautista había ido siempre con la verdad por delante, en su predicación al pueblo, a los fariseos, a los publicanos, a los soldados. Y ahora está en la cárcel por lo mismo.
Juan preparó los caminos del Mesías, predicó incansablemente y, con brío abrumador, convirtió al pueblo judío. Mostró claramente al Mesías cuando apareció, y nunca quiso usurpar ningún papel que no le correspondiera: "él tiene que crecer y yo menguar", y "yo no soy digno ni de desatarle las sandalias".
Cuando llegó el caso, Juan denunció con intrepidez el mal, y acusó a las personas poderosas. Y eso suele tener fatales consecuencias. Pues un falso profeta, que dice lo que halaga los oídos de las personas, tiene asegurada su carrera. Pero un verdadero profeta lo único que asegura es la persecución, y frecuentemente la muerte. Tanto si su palabra profética apunta a la justicia social, como si ataca la ética de las costumbres. ¡Cuántos mártires sigue habiendo en la historia!
Tal vez nosotros no llegaremos a estar nunca amenazados de muerte. Pero sí somos invitados a seguir dando un testimonio coherente y profético, a anunciar la Buena Noticia de la salvación con nuestras palabras y con nuestra vida. Habrá ocasiones en que también tendremos que denunciar el mal allí donde existe. Lo haremos con palabras valientes, pero sobre todo con una vida coherente que, ella misma, sea como un signo profético en medio de un mundo que persigue valores que no lo son, o que levanta altares a dioses falsos.
José Aldazábal
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Mientras los discípulos están de viaje, lejos de Jesús, el evangelista cuenta la decapitación de Juan Bautista. La palabra libre del profeta resultaba incómoda al rey Herodes, que le había quitado injustamente la mujer a su hermano Felipe. El profeta no podía permanecer imparcial ante esta injusticia y la denunciaba haciendo saber a Herodes que "no le estaba permitido tener a su cuñada por mujer".
Herodías, inquietada también por la denuncia del profeta, aprovechó la fiesta de cumpleaños de Herodes para acabar con el profeta utilizando a su hija como gancho. La hizo danzar en la fiesta y agradó tanto a Herodes que éste, sin medir adecuadamente sus palabras, prometió a la joven darle hasta la mitad de su reino, si lo pidiese. Pero Herodías, su madre, se contentaría con menos: le bastaría solamente con la cabeza del profeta para acallar su voz y su denuncia.
Herodes, entristecido por la petición, se ve obligado a hacerle ese macabro regalo, por no quedar mal ante la corte. Un banquete de cumpleaños (celebración de la vida) se convirtió de este modo en una macabra fiesta de muerte.
Muerto Juan Bautista, el rey no pudo acabar con el espíritu profético que ahora se manifiesta en Jesús, a quien Herodes considera Juan Bautista resucitado y cuyos poderes siguen actuando; para otros Jesús es el gran profeta del AT, Elías, celoso del Dios verdadero hasta el punto de matar a los sacerdotes de Baal para mostrar que Dios hay sólo uno; otros lo identifican con un profeta comparable a los antiguos.
En todo caso, un personaje del pasado. Pero Jesús no es ningún profeta del pasado, sino la palabra de Dios hecha carne para acabar con la injusticia del mundo. Para ello tendría que pagar el precio de su vida. ¿Estamos dispuestos nosotros a seguir este camino?
Confederación Internacional Claretiana
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El evangelio de hoy nos narra el asesinato de Juan el Bautista. El evangelista de forma sutil pero clara está anunciando la suerte que correría Jesús con su predicación tan impetuosa y transformadora, y la posible suerte que correrían el grupo de sus discípulos si se comprometían con seriedad y dedicación al anuncio de la llegada inminente del Reino y de la necesidad de un cambio de vida para asumir la causa proclamada por ellos.
Juan, como los profetas antiguos, había llegado a la pena capital por haber predicado contra la vida de prostitución y de desorden que vivían los de su pueblo, en especial los del palacio.
Esta perícopa está narrada después del envío en parejas del grupo de discípulos, envío que suscitará controversia y sobre todo inseguridad. Pero el mensaje será anunciado, no importando las posibles dificultades. Marcos es muy claro con los que han cimentado la fe en el Resucitado: todo aquel que asume su causa, y anuncia con su vida y con su palabra la justicia, la vida y el derecho, está exponiendo su cabeza, ya que su anuncio genera conciencia crítica en medio del pueblo.
Herodes encarna el poder que se vuelve ciego por el desenfreno y la pasión, al que no le importa nada sino satisfacer sus deseos a costa de lo que sea. Herodías, se alía con el poderoso, y su unión criticada por el Bautista, engendra el odio en la pareja de opresores y generan la muerte en la persona del precursor. Juan anuncia la injusticia y su martirio es testimonio de lucha pero también anuncio para los seguidores de Jesús.
Juan Bautista muere como profeta mártir. Su denuncia del mal, sin miedo al enfado de los fuertes, de Herodes, le trajo la muerte. Por eso Juan quedará en el recuerdo del pueblo como profeta coherente que lleva su misión hasta el final sin cobardía. La muerte es su compañera esperada, su corona y su triunfo.
Concretamente Juan aparece aquí denunciando un pecado sexual, el de Herodes Antipas (el hijo del Herodes que reinaba cuando nació Jesús). Juan, como toda la moral profética y evangélica, no es moralista ni es un obseso sexual; el centro de la moral profética está en la justicia; y es precisamente desde la óptica de la justicia desde donde es enfocada la sexualidad.
En este campo de la moral profética, que con el decurso de los siglos sufriría tan notables deterioros, lo sexual no es malo por sí mismo, como un tabú, ni impuro o feo, sino que entra en la esfera del pecado en la medida en que entra en la injusticia y va contra el amor. La insistencia en la justicia no deja fuera de la moral a la sexualidad, como algunos podrían pensar, sino que la sitúa precisamente en su lugar propio.
La Iglesia no debe tener miedo en denunciar la injusticia y la opresión allí donde la vea, y con valentía debe anunciar y comprometerse en vivir la justicia y la "vida en abundancia" que viene a traer Jesús.
Servicio Bíblico Latinoamericano
c) Meditación
No es la primera vez que el evangelio alude a la fama de Jesús, la cual se iba acrecentado en la medida en que éste extendía el radio de sus actuaciones. Jesús y sus milagros han adquirido ya tal notoriedad (y sonoridad), que han llegado a oídos de los grandes jerarcas de la nación, concretamente al rey Herodes II de Judea (Herodes Antipas), sucesor de aquel Herodes I de Judea (Herodes el Grande) que provocó la matanza de los inocentes.
Por lo que se ve, en la corte del rey había diferentes opiniones acerca de Jesús. Unos decían que era Juan el Bautista redivivo (puesto que había sido decapitado no mucho tiempo atrás por orden del mismo Herodes). Otros decían que era una reencarnación o representación de Elías (del cual se decía que estaba para venir). Y otros decían que era simplemente un profeta equiparable a los antiguos profetas de la tradición judaica.
Herodes, al oír semejantes opiniones, decía: Es Juan, a quien yo decapité, que ha resucitado, y por eso las fuerzas milagrosas actúan en él.
La expresión del rey es significativa, y revela una herida nunca cerrada y un sentimiento de culpabilidad, respecto de aquel Juan el Bautista cuya voz él había silenciado porque le estaba acusando continuamente (pero con justicia) de una conducta reprobable.
Herodes era consciente, por tanto, de haber dado muerte a un inocente, y verdadero profeta del Altísimo, por el simple deseo de congraciarse con sus invitados, y por haber sido incapaz de sofocar las exigencias vengativas de su mujer Herodías (que aborrecía a Juan porque le acusaba de sus desmanes y caprichos). Y como no soportaba la verdad que brillaba en las ardientes palabras de Juan, decidió cerrarle la boca para siempre.
Por eso, a la primera ocasión que tuvo Herodías pidió la cabeza de Juan, y además en una bandeja de plata. No le bastaba con verle encarcelado, pues incluso en la cárcel la presencia de Juan seguía siendo molesta, ya que seguía censurando su conducta ilícita o adulterina.
Pero el verdadero profeta nunca se doblega a los deseos de los poderosos (porque no está a su servicio), sino al servicio de alguien que está por encima de ellos (al servicio de Dios y de su ley).
Y en semejante situación no es extraño que surja un conflicto de intereses y de poderes: el interés del poderoso (que no suele detenerse, en su injusticia ejercida sobre los más débiles) y el interés de Dios (que no puede tolerar semejante quebrantamiento de la justicia).Por eso el profeta, que sirve a los intereses de Dios, tiene que levantar su voz contra ese crimen, aunque en ello le vaya la vida. Esto es lo que le sucedió a un mártir de la verdad como Juan el Bautista, cuya palabra resultó intolerable para los poderosos de este mundo. Primero lo encerraron en la cárcel, y después lo mandaron decapitar porque ni siquiera encarcelado podían doblegarlo. Su alma era tan libre que no había manera de encadenarla, sino desterrándola de este mundo.
El rey Herodes, entre sorprendido y apenado ( porque tenía también a Juan por profeta), decidió conceder a Herodías y su hija lo que pedían, y mandó decapitar a Juan en la cárcel. La cabeza les fue entregada en una bandeja. Finalmente, refiere el evangelista, los discípulos de Juan recogieron el cadáver y lo enterraron. Y después, fueron a colocarlo en su sepulcro.
La tristeza de Herodes, que era consciente de su cobardía, se había convertido en una enfermedad crónica. No es extraño que los remordimientos de conciencia no le dejaran dormir, o que muchas noches se le apareciera el fantasma de aquel hombre decapitado, o de su cabeza removiéndose sobre la bandeja. Y por eso no sorprende que ahora diga de Jesús: Es Juan, a quien yo decapité, que ha resucitado para pedirme cuentas de lo que hice.
El fantasma de Juan lo perseguía, y sucede que los poderosos son más débiles y pusilánimes de lo que aparentan ser en su palacio. Y cuando les falla el más mínimo resorte en el que apoyan su poder, se desmoronan. Son ídolos con pies de barro.
Sin embargo, el profeta, cuanto más débil y debilitado parece, o cuando dispone de menos recursos o libertad de acción, más se acrecienta su figura y más crece su dignidad. Y más se afianza su misión, porque tendrá continuadores que tomen el relevo. Es verdad, los profetas resucitan porque siempre tienen seguidores, y porque el mismo Dios está detrás de ellos y de su misión, la cual no puede fracasar.
JOSÉ RAMÓN DÍAZ SÁNCHEZ·CID, doctor en Teología
Act:
07/02/25
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ordinario
E D I T O R I
A L
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R C A B A
M U R C I A