4 de Diciembre

Jueves I de Adviento

Equipo de Liturgia
Mercabá, 4 diciembre 2025

a) Is 26, 1-6

         El tema de la lucha entre las dos ciudades (Babilonia y Jerusalén), símbolo de la lucha entre el mal y el bien, es constante en la Biblia (Ap 18, 21). Y en ese contexto, nos dice Isaías que "tenemos una ciudad fortificada", y "¿quién podrá derrocarnos?".

         Se trata de una hermosa imagen de Isaías, sobre la doble defensa que levanta Dios sobre su ciudad. Pues no olvidemos que en aquella época todos los habitantes de Jerusalén (y el mismo Isaías) tenían cada semana noticias alarmantes de la caída de tal o cual ciudad bajo los asirios, algunas de ellas distantes tan sólo a 50 km.

         La profecía de Isaías describe a la comunidad espiritual (la ciudad fuerte), a la que Dios "ha dotado de murallas y baluartes, para salvarla". Tenemos una doble defensa, una defensa que ningún enemigo podría destruir. Y por ello debemos dar gracias a Dios, por habernos llamado a la Iglesia o a la "ciudad de Dios", como la llamaba San Agustín. En ella, Dios me alimenta, me conforta; cura mis fragilidades y mis pecados.

         Pero también dice Isaías "abrid las puertas para que entre un pueblo justo". Y es que, en esta ciudad espiritual, yo tengo que abrir cada vez más de par en par las puertas de mi razón, de mi voluntad, de mi corazón, para ir adquiriendo esta justicia y esta fidelidad, que es la que concede el verdadero derecho de ciudadanía en esta ciudad de Dios.

         Y lo dice no solamente a los ciudadanos de Jerusalén, sino a todos sus conciudadanos. Isaías pide a sus conciudadanos que abran su mentalidad, porque la ciudadanía de esta ciudad la crean "la justicia y la fidelidad" y no el hecho de pertenecer a una raza o a un país.

         "Confiad siempre en el Señor", repite Isaías. Pero la seguridad de las ciudades antiguas se debía, a menudo, a su situación; Jerusalén, por ejemplo, era considerada inexpugnable porque estaba admirablemente situada sobre un espolón rocoso, lugar muy estratégico para la defensa.

         La verdadera seguridad de la ciudad espiritual, por tanto, no procede de los medios humanos de defensa, sino del apoyo en Dios: ¡Dios es la roca verdadera! Se trata de la imagen de la solidez de la piedra, tan recurrida por los profetas y que Jesús también repetirá en el evangelio: "edificad vuestras casas sobre roca", "tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia".

         Por último, termina diciendo Isaías que Dios derroca a los que viven en las alturas y humilla la ciudadela inaccesible. Se trata del tema complementario: la fragilidad de las seguridades humanas. Lo cual me lleva a cuestionarme: ¿Es la Iglesia mi seguridad?, ¿me apoyo en ella?, ¿o más bien me apoyo en mis propias fuerzas, y en mis propios juicios sobre la Iglesia?

Noel Quesson

b) Mt 15, 29-37

         En la lectura de hoy Mateo pone en labios de Jesús la imagen de la roca que ya nos había presentado Isaías. Se trata del final del Sermón de la Montaña, cuando Jesús urge a sus discípulos a apropiarse de sus palabras poniéndolas en práctica. No basta confesar en el culto que Jesús es el Señor. Hay que manifestarlo en la vida cumpliendo la voluntad del Padre celestial, que se expresa plena y definitivamente en las palabras de Jesús.

         Dice el Señor que el que así obra es como si construyera su casa sobre la roca, de la cual hablamos ya a propósito de la 1ª lectura. Lo contrario, ser entusiastas en el culto, y de labios para fuera, pero no realizar las palabras de Jesús, es cometer la estupidez de construir una casa sin cimientos.

         Esto se aplica a cada individuo, a cada uno de los discípulos que escuchan las enseñanzas del maestro; pero puede aplicarse también a cada comunidad cristiana, a la Iglesia en general. Sólo durarán, en medio de las turbulentas corrientes de la historia, aquellas comunidades que pongan firmemente los cimientos en la roca de la palabra de Jesús.

         Así como la imagen de la barca, también la imagen de la roca representa a la Iglesia. Imagen de seguridad y de confianza, siempre y cuando estén asentadas en la docilidad y obediencia a la Palabra de Dios. En el mismo evangelio de Mateo oímos que Jesús promete a Pedro constituirlo en piedra, en roca sobre la cual construirá su Iglesia (Mt 16,18), contra la cual no prevalecerán los poderes del mal y de la muerte.

         Y no porque la Iglesia haya sido perfecta, sin defecto, sino porque a pesar de sus pecados, el Señor la ha mantenido firmemente asentada, como "signo universal de salvación", sobre la roca de los apóstoles, en medio de las encontradas corrientes de la historia.

         Nosotros, los cristianos de este tercer milenio, somos ahora los responsables de mantener la fidelidad de la iglesia a su Señor. Para que ella pueda seguir cumpliendo su misión de manifestar la salvación de Dios a todos los seres humanos.

Juan Mateos

*  *  *

         Una de las afirmaciones del sermón de la montaña que más nos puede cuestionar es la del texto que acabamos de leer: "No todo el que dice Señor, Señor entra en el reino de los cielos". Las prácticas religiosas entre nosotros están, muchas veces, llenas de repeticiones de palabras que no trascienden al compromiso de vida cristiana. Pero el Señor nos exhorta: "No basta decir Señor, Señor para entrar en el reino de Dios, sino que hay que poner por obra el designio de mi Padre del cielo" (v.29).

         Hay que hacer notar que al destacar al "Padre del cielo" (Mt 6, 9), Jesús no quiere discípulos que cultiven sólo una relación con él, sino seguidores que, unidos a él trabajen por cambiar la situación de la humanidad, cumpliendo así la voluntad de su Padre. Al final de la vida nadie podrá aducir en su favor el devoto reconocimiento de Jesús, llamándolo Señor, o alegando su activismo religioso (profetizar, expulsar demonios), si se ha apartado de las exigencias fundamentales del Reino, si sus obras no nacieron del amor, si no contribuyeron a cumplir el designio del Padre.

         Termina el sermón del monte con una parábola en la que se contraponen el hombre sabio que edifica su casa sobre cimientos firmes y el que la edifica sobre arena; ellos representan a los, que han escuchado la palabras de Jesús y han hecho de estas palabras el modelo de su vida están en capacidad de sostenerse a pesar de los embates de las persecuciones, han edificado su vida con bases firmes, las exigencias del Reino sintetizadas en las bienaventuranzas. Pero también existen otros que no ponen en práctica lo escuchado; su vida está perdida desde el momento en que no se comprometen con las exigencias de Jesús.

         Una empresa difícil es la propuesta del Reino, pero nada podemos temer si confiamos en el Señor; él es la roca segura, y quien se acerca a él está firme y mantiene la paz.

Emiliana Lohr

*  *  *

         La comparación que este texto nos propone es un símbolo muy popular entre nosotros: la roca que sirve de cimiento a la edificación. Mucho se ha discutido si Cristo fundó la Iglesia o si sólo organizó una pequeña comunidad. Esto no es asunto que se aclare en pocas líneas, aunque lo cierto es que la Iglesia se fundada por Cristo, y él es el fundamento a partir del cual la comunidad se integra.

         Además, la Iglesia no está formada por simpatizantes a los que un día se les ocurrió organizar algo mejor. La comunidad cristiana está ante todo formada por el Espíritu de Dios que congrega a los creyentes en torno a un hombre que nos ha mostrado el camino hacia el Reino.

         Ahora, el que reconozcamos a Cristo y lo publicitemos no quiere necesariamente decir que estamos haciendo Iglesia. Pues, "no todo el que dice Señor, Señor entrará al reino de los cielos". Anunciar a Cristo es mucho más que obrar prodigios y realizar eventos espectaculares. Anunciar a Cristo es primero creer en él y creer en lo que él creyó, compartir su fe en Dios Padre y en la humanidad. Por esto, antes de emprender obras que nosotros creemos convertirán a millones, necesitamos revisarnos y ver si nosotros hemos realmente cambiado de mentalidad.

         Nuestras comunidades tienen, entonces, el reto de profundizar su fe y cimentar sus principios antes de lanzarse a cualquier obra. Pues no basta con hacer cosas, es ante todo necesario ser discípulo de Jesús. Y en ese ser nos jugamos el sentido de nuestra existencia. Pues Jesús nos ha llamado para que demos testimonio con nuestras vidas de su obra entre nosotros y no para que nos alborotemos haciendo cosas y más cosas.

Servicio Bíblico Latinoamericano

c) Meditación

         Nos revela hoy Jesús en el evangelio el requisito necesario para entrar en el Reino de los Cielos: No todo el que me dice "Señor, Señor" entrará en el reino de los cielos, sino el que cumple la voluntad de mi Padre que está en los cielos. Es decir, que para ser miembro del Reino de los Cielos no basta con reconocer a Jesús como Señor, ni basta con alabarle, ni basta con elevarle súplicas.

         Para ser miembro del Reino de los Cielos es absolutamente necesario acatar la voluntad (que no es exigencia arbitraria) del Padre (que no es déspota ni dominador), y cumplirla. Y es que el reino de Dios no puede ser sino ese espacio en el que se vive como Dios quiere, conforme a sus normas y directrices, según su voluntad. Sólo así puede ser reino de Dios.

         Sólo así puede ser cielo, pues si en ese Reino no se impusiese la ley del amor, o si en ese Reino no hubiese paz y armonía, o si en ese Reino imperase, como en la tierra, la ley del más fuerte o el dictado del egoísmo o la mentira... ya no sería de Dios, que es amor, verdad y paz.

         Para que sea de Dios en este Reino tiene que prevalecer su voluntad. En el cielo rige la voluntad de Dios, y por eso decimos en el Padrenuestro: Hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo. Manifestamos nuestro deseo de que la tierra se haga cielo, o al menos se acerque a él. Pero esto sólo es posible si en la tierra se vive bajo la misma ley que en el cielo. Porque la voluntad de Dios es ley y norma de conducta para el hombre, y está expresada en diferentes modos.

         Ahí tenemos los mandamientos de la ley de Dios: Amarás al Señor, tu Dios; honra a tu padre y a tu madre; no matarás; no mentirás; no desearás a la mujer de tu prójimo... Y ahí tenemos las consignas de Jesús en el evangelio:

"No hagáis frente al que os agravia, amad a vuestros enemigos, haced el bien a los que os odian, no devolváis a nadie mal por mal, responded con una bendición, al que de abofetee en la mejilla derecha, preséntale la otra, al que te pide dale, al que te reclama para acompañarle una milla, acompáñale dos".

         Ahí tenemos los acontecimientos de la vida que nos van descubriendo la voluntad misteriosa de Dios: esa voluntad que se revela también en nuestra historia y que se entremezcla con las voluntades humanas. Luego si queremos que el reino de Dios sea de Dios (y no de los hombres), hemos de admitir que sea un lugar en el que se cumpla la voluntad de quien es y lo ha diseñado conforme a su querer.

         Por eso no podrán entrar los que no estén dispuestos a someterse a esta voluntad y ley. No es que Dios no quiere tenerlos en su Reino; es que no pueden vivir en un régimen al que no quieren ajustarse, porque sus actitudes le son contrarias.

         La existencia de tales habitantes en este Reino lo desvirtuaría, a no ser que se convirtiesen a este régimen de vida. Por eso, el cumplimiento de la voluntad de Dios se convierte en requisito para la entrada en su Reino. No obstante, a cumplir la voluntad de Dios también se aprende. El mismo Dios nos va enseñando a lo largo de la vida y al contacto con sus manifestaciones.

         El que escucha estas palabras, nos dice también Jesús, y las pone en práctica obra como un hombre prudente que edifica su casa sobre roca. Edificar sobre roca y no sobre arena es de personas prudentes y sensatas. Sólo la firmeza de la roca podrá soportar lluvias, vientos y huracanes.

         En cambio, lo edificado sobre arena, se desmoronará al más leve movimiento o fuerza contraria. Así edifica el hombre necio, sin prestar atención a los cimientos sobre los que edifica. Jesús entiende que su doctrina es un buen cimiento para edificar una vida.

         Y como se trata de una doctrina para ser puesta en práctica (doctrina moral), sólo se considerará asimilada cuando sea llevada a la práctica. Hasta entonces no será una doctrina plenamente asumida, porque encuentra su verificación en su misma aplicación.

         Esta es una doctrina que, aplicada en la vida de los santos, revela su verdad, o su seriedad, o su eficacia, o su magnificencia, o su robustez, pues es capaz de sostener esa vida hasta sus últimas consecuencias. Prestar atención a estas palabras ya es prudencia, y edificar la propia vida sobre ellas es máxima prudencia.

 Act: 04/12/25     @tiempo de adviento         E D I T O R I A L    M E R C A B A    M U R C I A