13 de Enero

Lunes I Ordinario

Equipo de Liturgia
Mercabá, 13 enero 2025

a) Heb 1, 1-6

         La Carta a los Hebreos, que leeremos durante 4 semanas, no es una carta ni fue escrita por San Pablo, sino que se trata de una homilía escrita por alguno de los discípulos de San Pablo. En todo caso, una homilía de una extraordinaria densidad, humana y teológica. Además, su lectura requiere un esfuerzo, pues está destinada sin duda a judíos conversos y alude a ritos de sacrificio de animales y a una interpretación simbólica de la Biblia. Para no extraviarse, pues, es preciso entrar en la dialéctica del autor.

         Comienza diciendo hoy Hebreos que "muchas veces y de diversas formas habló Dios en el pasado a nuestros padres por medio de los profetas. Pero en estos últimos tiempos nos ha hablado por medio de su Hijo". Un Dios que no cesa de hablar, un Dios que se comunica con los hombres... tal es nuestro Dios.

         Esta 1ª frase anuncia también el asunto, el tema que será tratado: el AT anuncia y prefigura a Cristo. Jesús es la palabra última de Dios (su Palabra definitiva), el Hijo a quien instituyó heredero de todo y por quien creó los mundos, con superioridad total sobre los ángeles.

         Toda la siguiente demostración tiende a afirmar esta supremacía. El judaísmo de aquel tiempo veía ángeles por todas partes. Para respetar la grandeza y la invisibilidad de Dios, se había multiplicado esos mediadores, esos intermediarios. El hombre de hoy se ha procurado otros protectores, como la ciencia, la técnica, el progreso. ¿Sabemos reconocer la supremacía de Cristo sobre todo esto?

Noel Quesson

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         Durante 4 semanas leeremos la Carta a los Hebreos, cuyo autor desconocido (que pertenece al círculo doctrinal de San Pablo) la escribió hacia el año 67, dirigida a cristianos que provenían del judaísmo (de ahí lo de hebreos), cansados y afectados por cierta añoranza a lo que han dejado: el templo, el sacerdocio, los sacrificios, el culto y la ley de Moisés. Su fe es todavía, por tanto, débil y superficial.

         Toda la carta les exhorta a perseverar y les va mostrando que Jesús es superior a Moisés y los demás profetas antiguos y a los mismos ángeles. Es superior a los sacerdotes del AT y hace inútiles los sacrificios de antes. Cristo Jesús, él mismo en persona, es el sacerdote y el sacrificio y el templo y el profeta. Por tanto, no tendrían que alimentar ninguna clase de nostalgia del pasado. Todo lo relacionado con el AT es sombra y promesa de Jesucristo. Vale la pena mantenerse fieles en la fe cristiana, a pesar del cansancio o de las persecuciones.

         El pasaje de hoy nos introduce directamente, sin demasiados preámbulos, al misterio más profundo de Cristo: el Hijo de Dios ("heredero de todo") y revelador de Dios ("reflejo de la gloria de Dios, e impronta de su ser"), que "sostiene el universo con su palabra poderosa" y que, "habiendo realizado la purificación de los pecados" con su muerte y resurrección está ahora "sentado a la derecha de Dios".

         Se pueden considerar estos versículos iniciales como el resumen de todo lo que va a decir la carta. Esta 1ª página compara a Jesús con los profetas del AT, para decirnos que si Dios nos había hablado entonces por medio de esas personas, ahora, en la plenitud del tiempo, nos ha hablado enviándonos a su propio Hijo, Cristo, el maestro, el profeta. Dios nos ha dirigido siempre su palabra. No es un Dios mudo. Nos está cercano. Sale de sí y nos habla. Ya en el AT iba guiando a su pueblo por medio de los profetas. Pero en Cristo Jesús nos ha dicho la plenitud de su palabra.

         Tenemos suerte de vivir en el NT. Conocemos a Cristo, creemos en él, le sabemos presente en su Iglesia. Por medio de él, Dios nos ofrece continuamente su vida. Por ejemplo en este momento privilegiado de la eucaristía, en que Dios nos habla hoy y aquí y además nos da el cuerpo y sangre de su Hijo.

         Pero ¿qué respuesta damos a este don? Y los que nos llamamos cristianos, ¿de veras creemos en Jesús como Palabra definitiva, hecha persona? ¿Es él, no sólo en teoría, sino en la práctica, nuestro maestro y profeta? ¿Le escuchamos, le seguimos, vamos aprendiendo día tras día su mentalidad, su escala de valores? ¿O prestamos oídos a otros presuntos maestros?

José Aldazábal

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         Comenzamos a leer la llamada Carta a los Hebreos, clasificada entre las cartas católicas (es decir, dirigidas a toda la Iglesia). Su tema central es el sacerdocio de Jesucristo, que intercede por nosotros ante el Padre. Tal vez este escrito del NT no nos sea muy familiar, pero para eso, entre otras razones, celebramos la liturgia cada día: para escuchar la Palabra de Dios que encontramos plasmada de manera especial en los escritos bíblicos.

         Ante el peligro de desanimarse a causa de las persecuciones, o de la nostalgia por la liturgia esplendorosa que los judíos celebraban en el templo de Jerusalén, el autor de Hebreos toma la pluma para exhortar a los fieles a la perseverancia en el seguimiento de Cristo, en la vida de la comunidad eclesial, en el servicio y el amor a los demás.

         Queriendo mostrarles una faceta novedosa y atrayente de la persona de Jesús, el autor de Hebreos presenta a éste presenta como el verdadero, el único, el sumo y definitivo sacerdote. Así su obra se convierte en un manifiesto del carácter mediador: por él, por su sacrificio en la cruz, nos son perdonados los pecados;

         Jesucristo presenta nuestras oraciones ante Dios, y por medio de él nos son dispensadas las gracias y los dones de Dios. Él es superior a cualquier otro mediador, superior a los ángeles y a los más grandes profetas, superior a Moisés. Y merece nuestra confianza, nuestra fidelidad. Iremos leyendo, en estas semanas venideras, la Carta a los Hebreos, y podremos profundizar en su temática y mensaje, para vivir nuestra fe más lúcidamente, iluminada por la palabra de Dios.

Servicio Bíblico Latinoamericano

b) Mc 1, 14-20

         Durante las 9 primeras semanas del año hacemos la lectura continua del evangelio de Marcos, el 1º que se puso por escrito y el más corto de los evangelios. Los 13 primeros versículos, que no leemos aquí, porque se leyeron durante los domingos precedentes, relatan muy brevemente la predicación de Juan Bautista y el bautismo de Jesús, así como el retiro preliminar de Jesús en el desierto, donde fue tentado.

         "Después que Juan fue preso, Jesús marchó a Galilea, predicando la buena nueva de Dios". Jesús, humildemente sigue la predicación de Juan. Le ha dejado llegar hasta el final de su misión de precursor. A su desaparición, le llega a Jesús el turno de entrar en escena. ¿Sé yo dejar su lugar a los demás? Juan Bautista fue pues detenido y encarcelado. En esta situación dramática, cuando la Buena Nueva es un estorbo y los portavoces de Dios son mal vistos, es cuando Jesús comienza: ya puede prever lo que le esperará dentro de algunos meses.

         Y decía: "Los tiempos se han cumplido, y el reino de Dios está cerca. Arrepentíos y creed en la buena nueva". Voy a meditar pausadamente sobre estas 4 ideas.

         Jesús desde el principio se considera ser el término de todo el AT. El tiempo fijado por Dios para cumplir sus promesas ha llegado. Una nueva era comienza. Abraham, Moisés, David, los profetas... no eran más que una preparación, pues "Yo llego, cumplo, termino".

         Pretensión exorbitante. Se ha creído a veces poder soslayar la cuestión engorrosa que suscita la personalidad de Jesús, tratando de suprimir los milagros o de explicarlos humanamente. De hecho la conciencia que posee Jesús de su vinculación privilegiada con Dios está presente en todas las páginas del evangelio. Si se rehúsa admitir la divinidad de Jesús, no sólo se tendrán que romper algunas páginas molestas, sino que toda la trama del evangelio quedaría rota.

         "El reino de Dios está cerca" de esta humanidad a la que Jesús es enviado. Y es a partir de él que este reino, tan esperado, va a comenzar. Convertíos, pues, y cambiad de vida, porque el momento es urgente.

         "Creed la buena nueva", nos dice Jesús, porque lo que está aconteciendo es bueno, ¡es una alegre nueva! Marcos no intenta darnos una biografía real. Sabemos por el evangelio según san Juan que Jesús había ya encontrado esos mismos hombres a orillas del Jordán. Pero aquí Marcos quiere decirnos toda la importancia que, para Jesús, tienen los discípulos.

         Todavía no hemos visto a Jesús ante las muchedumbres, ni ante personas precisas. Estamos tan sólo en el v. 16 del evangelio, y he aquí que Jesús se rodea de 4 hombres, que no van a dejarle más, y que veremos siempre a su alrededor. Y son éstos más importantes, para Jesús, que el mismo entusiasmo de las gentes. Es la Iglesia, que se va preparando. Decididamente, este joven rabí se impone de entrada.

         ¿Y quién es este rabino, para tener tales pretensiones y tales exigencias? Parece saber muy bien lo que quiere. Por el momento no será un maestro intelectual reuniendo auditores para ir pensando con él. No, hay que seguirle para una acción, hay que trabajar en su obra, hay que ayudar a salvar a la humanidad.

Noel Quesson

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         Durante las primeras 9 semanas del tiempo ordinario proclamamos el evangelio de Marcos, que se lee el 1º entre los 3 sinópticos haciendo caso a los estudiosos actuales (que sitúan a Marcos como el evangelio más antiguo, y del que dependen en buena parte los otros 2, Mateo y Lucas). Se podría decir, por tanto, que Marcos es el inventor de ese género literario tan provechoso que se llama evangelio: no tanto historia ni novela, sino "buena noticia". Pudo ser escrito en los años 60, o, si hacemos caso de los Papiros de Qumram, incluso antes.

         Con un estilo sencillo, concreto y popular, Marcos va a ir haciendo pasar ante nuestros ojos los hechos y palabras de Jesús: con más relieve los hechos que las palabras. Marcos no nos aporta, por ejemplo, tantos discursos de Jesús como Mateo o tantas parábolas como Lucas. Le interesa más la persona que la doctrina. En sus páginas está presente Jesús, con su historia palpitante, sus reacciones, sus miradas, sus sentimientos de afecto o de ira.

         Lo que quiere Marcos, y lo dice desde el principio, es presentarnos "el evangelio de Jesús, el Mesías, el Hijo de Dios" (Mc 1, 1). Hasta que al final del mismo ponga, en labios del centurión, las mismas palabras con las que se empezó: "Verdaderamente, este hombre era Hijo de Dios" (Mc 15, 39).

         La página que escuchamos hoy narra el comienzo del ministerio de Jesús en Galilea, que ocupará varios capítulos. En los versículos anteriores (Mc 1, 1-13) nos hablaba de Juan el Bautista y del bautismo de Jesús en el Jordán. El mensaje que Marcos pone en labios de Jesús es sencillo, pero lleno de consecuencias: ha llegado la hora (kairós, en griego) y las promesas del AT se van a cumplir: "Está cerca el reino de Dios, convertíos y creed la buena noticia". Pues esa Buena Noticia que tiene que cambiar nuestra actitud ante la vida.

         Y en seguida empieza a llamar a discípulos: hoy a 4, dos parejas de hermanos. El relato es bien escueto, y sólo aporta 2 detalles: es Jesús el que llama, y los llamados le siguen inmediatamente, formando ya un grupo en torno suyo.

         Somos invitados a escuchar a Jesús, nuestro auténtico Maestro, a lo largo de todo el año, y a seguirle en su camino. Es la escuela de Jesús, y a ella somos invitados y convertidos, aceptando en nuestras vidas la mentalidad de Jesús. Si creyéramos de veras, como aquellos 4 discípulos, la Buena Noticia que Jesús nos anuncia también a nosotros, ¿no tendría que cambiar más nuestro estilo de vida?, ¿no se nos tendría que notar?

         "Convertíos y creed en la Buena Noticia". Convertirse significa cambiar, abandonar un camino y seguir el que debe ser, el de Jesús. Porque el mensaje de Jesús es radical, y no deja indiferentes.

         "Lo dejaron todo y le siguieron". Buena disposición la de aquellos pescadores. A veces los lazos de parentesco (son hermanos) o sociedad (son pescadores) tienen también su influencia en la vocación y en el seguimiento. Luego irán madurando, pero ya desde ahora manifiestan una fe y una entrega muy meritorias.

         "Lo dejaron todo y le siguieron". Jesús no es un maestro que enseña sentado en una cátedra. Es un maestro que camina por delante, y sus discípulos no son tanto los que aprenden cosas de él, sino los que le siguen, los que caminan con él. Es más importante la persona que la doctrina. Marcos no nos revela tanto qué es lo que enseñaba Jesús, sino quién es Jesús y lo que significa seguirle.

José Aldazábal

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         Los primeros discípulos de Jesús no pertenecían a la clase sacerdotal que controlaba el templo, ni al grupo de los fariseos o letrados (devotos de turno o teólogos juristas), ni a los saduceos, que conformaban la aristocracia terrateniente. Provenían de Galilea, una región mal vista por la ortodoxia judía (a la que llamaban "Galilea de los Paganos"), llena de gente descreída y propensa a revoluciones desestabilizadoras del orden establecido. Y eso, a la gente de bien, no les parecería lo más adecuado, a la hora de elegir a los futuros maestros de la religión.

         Jesús comienza llamando a 2 parejas de hermanos, pues el reino de Dios o Iglesia será una comunidad de iguales. Y los invita a seguirlo, para entregarles su Espíritu (como Elías invitó a Elíseo; 1Re 19,20). Cuando reciban el Espíritu (y el amor universal de Dios), quedarán capacitados para ser "pescadores de hombres", o lo que es igual, para llamar a todos sin distinción, para formar por todas partes una Iglesia que ha de ser una alternativa de sociedad (o una sociedad alternativa) dentro de este viejo mundo.

Emiliana Lohr

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         Marcos nos presenta, en apretada síntesis, la actividad de Jesús al comienzo de su ministerio: iba predicando por toda Galilea el "evangelio de la buena noticia": el tiempo ha llegado a su madurez, se ha cumplido el plazo anhelado, el "reino de Dios" está ya cerca, y es algo inminente.

         Jesús llamaba urgentemente a la conversión y a la fe en su predicación. Y también nos dice Marcos que, ya desde el principio, Jesús llamó a algunos discípulos a seguirle. Serán los testigos de su palabra y de sus milagros y terminará enviándolos a proclamar su mensaje, que ha llegado hasta nosotros, gracias a que ellos le fueron fieles.

         Juan el Bautista se encuentra prisionero en Maqueronte por orden de Herodes II de Judea (Herodes Antipas), gobernador de Galilea y Perea. El testimonio de vida de Juan y las denuncias que hizo de los abusos de la Corte trajeron como consecuencia su detención y posterior muerte. Pero el fruto principal de la actividad de Juan fue la preparación de un ambiente favorable a la acogida del mensaje de Jesús por las clases oprimidas del pueblo. Juan exigía el arrepentimiento y anunciaba la llegada de alguien muy superior a él.

         Jesús se dirige a Galilea (región campesina y comercial de Israel) y no a Jerusalén (centro político y espiritual del judaísmo). Se dirige a los últimos, y en estas circunstancias va descubriendo que las cosas no van como deberían. Va, pues, a Galilea, y allí comienzan a juntársele quienes descubren que tiene algo bueno que decir. Se acercan y siguen a este hombre, que les impacta con sus palabras.

         El texto nos cuenta el encuentro de Jesús con 2 parejas de hermanos que desempeñan el oficio de pescadores. Son gente humilde y campesina (y por tanto descontentas con el estado de cosas en que viven) que sin embargo se van con Jesús, viendo en él al Mesías esperado que liberaría al pueblo de sus dominadores. Y comienzan este caminar juntos en el anuncio del reino de Dios.

         También nosotros, ahora, hemos de escuchar el mensaje de Jesús: el reino de Dios está en medio de nuestra existencia, tenemos que descubrirlo y abrazarlo, convirtiéndonos a él, creyéndolo y proclamándolo. También nosotros somos discípulos llamados por Jesús; llevamos en nuestro corazón y en nuestros labios el testimonio de aquel que vino a anunciar la buena noticia del Reino.

Servicio Bíblico Latinoamericano

c) Meditación

         Tras ser arrestado Juan el Bautista, Jesús decide hoy marchar a Galilea a proclamar su evangelio, que es el evangelio de Dios. Decía: Se ha cumplido el plazo, está cerca el reino de Dios; convertíos y creed la buena noticia. La alusión al plazo hace referencia a un período de tiempo que ha llegado a su término. El plazo señala la frontera entre lo que finaliza y lo que comienza.

         La presencia de Cristo en el mundo representa esa frontera entre el AT, que llega a su fin, y el NT, que irrumpe con él. Su proximidad es la cercanía del Reino, porque con él, con su presencia y actividad, llega el reino de Dios. La llegada del Reino coincide con la implantación del derecho divino y con la liberación de los oprimidos por el diablo.

         Son las dos tareas que ha venido a realizar el Ungido por el Espíritu Santo. Por eso, en la medida en que implanta el derecho (divino) en las naciones, y libera de la opresión del poder del diablo (o pecado), establece el reino de Dios en el mundo. La cercanía del Reino es ya presencia operativa, aunque no sea plenitud (plena instalación) o consumación.

          Pero la presencia del Reino en el mundo no se concibe sin conversión y sin fe en esa buena noticia que lo anuncia. La conversión a esa realidad a la que se invita a participar supone la fe en la realidad misma de esa noticia que se presenta como buena, puesto que el Reino es algo muy beneficioso para el hombre, tanto que representa su salvación. La cercanía del Reino es el evangelio de Jesús, su buena noticia para la entera humanidad.

          Pero formar parte de esta realidad, que nos llega con Jesucristo, no puede ser nunca una imposición, pues la estructura del Reino no es la propia de un régimen de esclavitud, sino de libertad. Sus habitantes no pueden ser sino personas libres, que han optado libremente por formar parte de este régimen en el que impera la ley del amor.

         La felicidad del Reino es incompatible con una situación de sometimiento forzado, similar al de un campo de concentración o al de un régimen policial. Por eso se hace imprescindible la conversión a (o la asunción de) sus valores para incorporarse a él como miembros de pleno derecho. Sólo los que aman los valores que prevalecen en el Reino (los proclamados en las bienaventuranzas) pueden sentirse cómodos o felizmente instalados en él.

          Pero el Reino es también una realidad comunitaria, que no se concibe sin moradores, sin seres humanos viviendo en la armonía y el amor de Dios. La implantación del Reino es, por eso, implantación de una comunidad humana en la que se comparten bienes y recursos.

         Por eso Jesús no se limitó a proclamar la buena noticia de su proximidad, ni a invitar a la conversión a sus valores, sino que comenzó a forjar esa comunidad germinal, llamando a algunos a formar parte de la misma para hacerla después extensiva a otros lugares y personas. Eso es lo que significa ser pescadores de hombres.

         Jesús no llama a Simón y a Andrés, y a los hermanos Zebedeo Santiago y Juan, únicamente para que estuvieran con él, formando parte de esa comunidad mesiánica nuclear en la que comenzaba a germinar el Reino. Sino que los llama también para que sean pescadores de hombres, ampliando así los límites del Reino y propiciando el brote de nuevas comunidades donde se vivan los valores del Reino. Venid conmigo, les dice, y os haré pescadores de hombre.

          El Reino ya no depende exclusivamente del Mesías, sino también de todos los que, llamados por él, se incorporan a su misión de anunciar y de extender el reino de Dios en el mundo, como colaboradores suyos. Ellos dejaron inmediatamente las redes y lo siguieron. Su reacción ante la llamada significó el comienzo de esta colaboración para la que tuvieron que dejar cosas importantes, porque importantes para ellos (como lo es para cualquiera) eran su trabajo y su familia.

          Aquella colaboración con Jesús empezó a significar para ellos algo más que su propio trabajo y sus lazos afectivos. De no haber sido así, no habrían roto con vínculos tan poderosos. La implantación del reino de Dios justifica, por tanto, no sólo la misión del mismo Cristo, sino también la vocación y misión de sus discípulos, los futuros pescadores de hombres.

         Aquí, la pesca no es otra cosa que la convocación y congregación de los designados por Dios para formar parte de este Reino de salvación, que es el suyo, y del que por principio no se excluye a ninguna de sus criaturas racionales.

          Ello explica que, tras la resurrección, reciban el mandato de marchar por el mundo (sin detenerse en ninguna frontera) predicando el evangelio del Reino y bautizando. Tanto la enseñanza como el bautismo son los instrumentos empleados para la congregación de los llamados. Y esa labor se hace realidad histórica en las comunidades cristianas nacidas de esta siembra y de esta pesca.

          La realidad del Reino comienza germinando en el interior de las personas, pero no se visibiliza hasta que no se hace comunidad de vida en las familias y en las iglesias. Porque si no se hace comunidad (donde se puede compartir), su crecimiento se interrumpe. La levadura del Reino dispone de un dinamismo de comunión que tiene que hacerse patente de cualquier modo en las relaciones humanas, generando mecanismos de unión o de fraternidad.

         ¿Quién puede desear quedar excluido de esta hermosa realidad aportada por Cristo? Sólo los ignorantes, los soberbios o los solitarios enfermizos, que desconocen el deleite de la vida en comunión.

JOSÉ RAMÓN DÍAZ SÁNCHEZ·CID, doctor en Teología

 Act: 13/01/25     @tiempo ordinario         E D I T O R I A L    M E R C A B A    M U R C I A