2 de Diciembre

Martes I de Adviento

Equipo de Liturgia
Mercabá, 2 diciembre 2025

a) Is 11, 1-10

         La hermosa imagen del tronco y del renuevo le sirve a Isaías, el profeta de la esperanza, para anunciar que, a pesar de que el pueblo de Israel parece un tronco seco y sin futuro (en tiempos del rey Acaz I de Israel), Dios le va a infundir vida y de él va a brotar un retoño que traerá a todos la salvación.

         Jesé era el padre del rey David. Por tanto el "tronco de Jesé" hace referencia a la familia y descendencia de David, que será la que va a alegrarse de este nuevo brote, empezando por las esperanzas puestas en el rey Ezequías. La "raíz de Jesé" se erguirá como enseña y bandera para todos los pueblos.

         Esta página del profeta fue siempre interpretada, por los mismos judíos (y mucho más por nosotros, que la escuchamos 2.000 años después de la venida de Cristo Jesús) como un anuncio de los planes salvadores de Dios para los tiempos mesiánicos.

         El cuadro no puede ser más optimista. El Espíritu de Dios reposará sobre el Mesías y le llenará de sus dones. Por eso será siempre justo su juicio, y trabajará en favor de la justicia, y doblegará a los violentos. En su tiempo reinará la paz. Las comparaciones, tomadas del mundo de los animales, son poéticas y expresivas. Los que parecen más irreconciliables, estarán en paz: el lobo y el cordero.

         Son motivos muy válidos para mirar al futuro con ánimos y con esperanza. El Salmo 71 hace hoy eco a este anuncio alabando el programa de justicia y de paz de un rey bueno, destacando sobre todo que en sus intenciones entra la atención y la defensa del pobre y del afligido.

José Aldazábal

*  *  *

         La profecía de Isaías sigue siendo hoy el sueño de todo el pueblo de Dios, de todo el que espera que Dios reine, por fin, con su "reino de paz y de justicia". Isaías, un profeta de la corte y amante de la dinastía davídica, esperaba al rey Mesías del linaje de David. Y esperaba que el reinado de éste descendiente sea en verdad un reinado de fidelidad a la ley de Dios.

         Aquí Isaías no predica nada más que lo que le correspondía hacer al rey como tal: gobernar al pueblo según los preceptos de Dios. Si solamente hace eso, ya no habrá pobreza, ya no habrá injusticia, ya no habrá abuso del derecho, ya no habrá opresión.

         Es interesante ver cómo la profecía no se dispara hacia un "más allá" celestial. El profeta espera que en verdad un rey reine de esta manera. Y el modo de reinar y de impartir la justicia ha de ser a favor de los pobres. ¡Hace tanto que vienen padeciendo que Dios vendrá a hacerles justicia cuando llegue este Rey! Y será tan eficaz y tan justo, que no necesitará la violencia para imponerse: "su palabra derribará al opresor", dice el profeta. Es la promesa más esperada, y aún no cumplida totalmente.

         Pero esto no puede ser comprendido por todos. Es necesario un corazón pobre para comprender la necesidad de se haga justicia por los pobres. Solo quien está padeciendo puede comprender la salvación. Solo quien está oprimido puede comprender la grandeza de la liberación. Por eso la esperanza de que se cumpla esta profecía es propiedad de los pobres.

         Son los pobres los que esperan que por fin el opresor sea derribado, que la justicia algún día falle en favor de ellos. Y por eso son los pobres los que, a la vez, con sus palabras y sus vidas van derribando los argumentos y las estructuras de los opresores.

Servicio Bíblico Latinoamericano

b) Lc 10, 21-24

         "En aquel preciso momento, con la alegría del Espíritu Santo, Jesús exclamó" (v.21a). A pesar de ser Jesús un hombre alegre y feliz, que comía y bebía con todos, y no un asceta por el estilo de Juan Bautista, solamente aquí se transparenta su alegría.

         Se trata de uno de los procedimientos literarios más bellos e intencionados: el autor quiere dar el máximo relieve posible a los hechos que han ocurrido por 1ª vez. Finalmente, hay un grupo de discípulos que ha sido capaz de expulsar las falsas ideologías que encadenaban a la gente.

         Jesús está en sintonía con "los setenta". A través de la misión bien hecha, llevada a cabo por estos personajes anónimos, y de la reacción exultante de Jesús, Lucas anticipa cómo será la misión ideal: abierta, universal, liberadora. "Bendito seas, Padre, Señor de cielo y tierra" (v.21b). Jesús deja transparentar su experiencia de Dios (Padre) y prorrumpe en un canto de alabanza porque ya no hay dicotomía entre el plan de Dios (cielo) y su realización concreta (tierra).

         Este plan se ha ocultado a los "sabios y entendidos", los letrados o maestros de la ley (Lc 5, 17.21.30; 7,30) y a los que se tienen por justos (Lc 5, 32), pues sus intereses mezquinos hacen que sus conocimientos científicos no sean útiles a la comunidad (su influencia se deja sentir incluso en los discípulos israelitas, los Doce, seguros de sí mismos y de sus instituciones religiosas), y se ha revelado a los "pequeños" (a los Setenta), despreciados por su origen étnico y religioso, pero con capacidad para comprender las líneas maestras del designio de Dios. Son hombres sin fachada.

         Jesús cierra la acción de gracias como la había iniciado: "Sí, Padre, bendito seas, por haberte parecido eso bien" (v.21c). Estamos cansados de repetir que los planes de Dios no van parejos con los nuestros, pero lo decimos en otro sentido.

         Los nuestros son los planes de la sociedad en la que nos encontramos inmersos: pretendemos eficacia, salud, pesetas (más bien marcos o yenes, ¿no es así?), quisiéramos figurar como la única religión verdadera, ser respetados por los poderosos y aparecer en los medios de comunicación. Jesús tiene otros valores, valores que han comprendido los sencillos, los pequeños, los que ya están al servicio de los demás, los que no tienen aspiraciones y están abiertos a todos.

         De la acción de gracias Jesús pasa a una revelación que habría firmado el propio evangelista Juan: "Mi Padre me lo ha entregado todo, y nadie conoce quién es el Hijo sino el Padre, ni quién es el Padre sino el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar" (v.22).

         Jesús tiene conciencia de conocer a fondo el plan de Dios. Ha tomado conciencia de ello en el Jordán, cuando se abrió el cielo de par en par, bajó el Espíritu Santo sobre él y la voz del Padre lo manifestó como su Hijo amado: "Hijo mío eres tú, yo hoy te he engendrado" (Lc 3, 21-22).

         La comunidad de Espíritu entre el Padre y el Hijo explica esta relación de intimidad, que, por 1ª vez, Jesús revela a sus íntimos. Sólo conoce al Padre aquel que recibe el Espíritu de Jesús y experimenta así el amor del Padre. El conocimiento que el estudio de la ley, la Escritura, procuraba a los "sabios y entendidos" no es verdadero conocimiento. Estaba falto del conocimiento por experiencia que sólo puede procurar el Espíritu de Jesús.

Josep Rius

*  *  *

         Ocasionalmente encontramos formas de cristianismo que se pasan a Jesús por la faja. El centro de su devoción no es el Jesús de los evangelios, sino un conjunto aficiones por imágenes, santos y otras figuras interesantes de la fe cristiana. Pero, muchas veces, sin querer, ignoran a quien es el centro de nuestra fe.

         Lo que nos enseñan los evangelios en su extensa catequesis es esto precisamente: para la cabal comprensión y asimilación del cristianismo es insustituible conocer y comprender al hombre Jesús de Nazaret. El pasaje que hoy leemos nos enfatiza precisamente este asunto.

         En boca de Jesús el evangelista nos propone una reflexión sumamente interesante. Para nosotros los cristianos, la relación con Dios está mediada por la historia concreta de una persona concreta que es indispensable para nuestra fe. Y esta persona no es otra que Jesús, el que venía de Galilea y murió en Jerusalén.

         El evangelista es enfático en decirnos que "nadie sabe quién es el Hijo sino el Padre; ni quién es el Padre sino el Hijo". Jesús y su historia son de este modo insustituibles para la fe. Quien pretenda ser cristiano ignorando el significado de Jesús para la fe, pierde el tiempo y se equivoca de camino.

         Hoy asistimos al nacimiento de muchos movimientos religiosos que se saltan olímpicamente la relevancia de Jesús y lo reemplazan por espiritualismo de poco vuelo. Cambian el núcleo de la fe por cualquier ideología, ilusión o engañifa creyendo que con hacer más fácil la religión y ponerle estrategias publicitarias hacen un gran aporte al cristianismo. El evangelio, por el contrario, nos invita a tomarnos a Jesús en serio y a valorarlo como el tesoro hallado en el campo: por el damos todo y vibramos de alegría.

Servicio Bíblico Latinoamericano

c) Meditación

         En cierta ocasión, nos dice hoy el evangelista, estando Jesús lleno de la alegría del Espíritu Santo, exclamó: Te doy gracias, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y a los entendidos, y las has revelado a la gente sencilla.

         Se trata de una exclamación jubilosa que brota seguramente de una experiencia personal. Jesús constata que su mensaje ha calado más en la gente sencilla que en los sabios y entendidos que le son contemporáneos. En esto no hay apenas diferencia con los tiempos actuales.

         También hoy su mensaje sigue teniendo más acogida entre los sencillos que entre la gente consciente de su saber o engreída en su saber. Los entendidos de entonces, a los que quizá se refiera Jesús, eran los letrados o entendidos en las antiguas Escrituras. Los entendidos de hoy pueden ser también este tipo de letrados de las ciencias bíblicas, pero lo normal es que sean letrados de otros tipos de ciencias, quizá las experimentales o las filosóficas.

         La mentalidad cientifista actual suele convertirse con frecuencia en una barrera infranqueable para la fe. Cuando esto sucede, no es que se les esconda el mensaje a estos sabios, sino que, por identificarse con esa mentalidad que no acepta más que lo que puede verificar en la experiencia sensible, se impermeabilizan contra este mensaje que pugna por penetrar en su interior.

         Hay un efecto de rechazo, producto de una determinada mentalidad. Por eso, sólo cuando se resquebraja esta mentalidad puede penetrar el mensaje por las rendijas que deja el quebranto o la quiebra. Jesús, que sintoniza con los sencillos, se alegra de su receptividad y del enorme beneficio que ésta les aporta.

         Este es el camino por el que Dios ha decidido darse a conocer. Y el que no lo quiere aceptar porque no se fía de este testimonio o porque entiende que el conocimiento que le ofrece este testimonio es incompatible con el conocimiento adquirido por su ciencia, se está cerrando esta vía de acceso al Dios que le trasciende, que es el mismo Jesús, en cuanto Hijo, y su mensaje de salvación. Porque, como proclama él mismo, nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiere revelar.

         Él es la vía de acceso al conocimiento de Dios, y si descartamos esta vía por considerarla insignificante o no suficientemente significativa, nos puede resultar muy difícil, o quizás imposible, acceder a él. Pero se trata de una revelación que se hace depender del testimonio de un hombre que se declara Hijo de Dios, el Hijo de Dios hecho hombre en virtud de la encarnación.

         Ante un testimonio sólo cabe creer o no creer: o se le acoge como verdadero, o se le rechaza como falso. Habrá que evaluar seguramente si hay motivos suficientes para aceptar la verdad de ese testimonio, que es en gran medida la verdad de aquel que lo da. Lo que no podemos pretender es que ese testimonio sea empíricamente verificable o que esa verdad sea una evidencia incuestionable.

         Si aplicamos los criterios de verificación exigidos por la ciencia a este tipo de cosas, todo o casi todo resulta cuestionable, hasta la paternidad de nuestros padres o la filiación de nuestros hijos. A lo más que podemos llegar es a ver en ese testimonio algo creíble o algo que merece realmente nuestra fe. Jesús tuvo y tiene seguidores porque les ha inspirado confianza.

         La fe es una cuestión de confianza, aunque el que confía tiene que tener motivos para confiar. Pero si nos anclamos en la desconfianza, no lograremos salir del foso de nuestra propia soledad. Y al final nos veremos solos ante la muerte o la amenaza de la muerte, solos en la inmensidad del universo, sin tener ya a quien recurrir porque no hay una mano amiga a la que podamos agarrarnos con fuerza para que nos saque de las aguas pantanosas en las que nos sumergimos lentamente.

         Alguno puede decir que la fe se plantea como una llamada de emergencia en nuestra situación de desvalimiento. Puede que esta conexión entre fe e indigencia humana sea una realidad, pero ¿no lo es también la situación de desvalimiento que tarde o temprano espera al hombre?

         Si fuéramos dioses, quizás no necesitaríamos recurrir a Dios. Pero no lo somos, sino que somos sólo hombres. Y pretender ser autosuficientes, además de ser una temeridad, fruto de una vana presunción o de un engreimiento fatuo, es una falsedad que antes o después se revela insostenible. Si acogemos con la necesaria humildad la revelación del Hijo, podremos alegrarnos con él y dar gracias al Padre por toda la eternidad.

 Act: 02/12/25    @tiempo de adviento         E D I T O R I A L    M E R C A B A    M U R C I A