14 de Enero
Martes I Ordinario
Equipo de Liturgia
Mercabá, 14 enero 2025
a) Heb 2, 5-12
La Carta a los Hebreos se ocupa hoy en demostrar la superioridad de Cristo sobre los ángeles, pues las especulaciones hebreas en torno a la misión de los ángeles había adquirido una importancia desorbitada, tras el exilio y los escritos de Tobías y Daniel. El entorno de San Pablo analiza esa relevancia (de los ángeles, en el orden de la mediación), y concluye la doctrina de la mediación: exclusiva de Cristo.
En el pasaje de hoy, el autor de la carta añade a los argumentos exhibidos en el cap. 1º un tema nuevo: la posición de Cristo (v.9) respecto a los ángeles, durante su vida terrestre (vv.6-8). Y ve en esa especie de postergación (de Cristo, hecho hombre) cierta sumisión a las leyes de la existencia humana (Flp 2,5-10), a las que también están sujetos los ángeles, según la manera de pensar de sus contemporáneos (Col 2,15; Rom 8,38-39; Gál 4,3-9).
Cristo no está, pues, sometido a las leyes dictadas por los ángeles, como tampoco lo están ya los hombres, a partir de Cristo Jesús. Ya no habrá otras leyes cósmicas que las de la vida de Jesucristo glorificado, irradiando sobre el universo.
El autor subraya, a continuación, la solidaridad entre Cristo y los hombres (vv.11-13) en esa misma sumisión a las leyes naturales, como una liberación de sus ataduras y una victoria final sobre el mal. Se trata de la solidaridad de un pueblo con su sacerdote, surgido de su misma sangre (vv.14-18), y al cual representa delante de Dios.
Esa es la razón por la cual no puede surgir solidaridad alguna, en el orden de la salvación, entre los ángeles y los hombres, puesto que los primeros no podrán ejercer jamás el sacerdocio en nombre de los segundos. Cuando cita el Salmo 21, el autor hace alusión (v.12) a la totalidad del salmo, y recuerda precisamente que esa solidaridad entre Cristo y los cristianos no ha podido nacer sino después de la ofrenda de su muerte.
Ya no tiene interés alguno saber si hay ángeles para someter la naturaleza a las leyes cósmicas y fisiológicas. Esas leyes existen ciertamente, y los ángeles están detrás de ellas para vigilar su aplicación, pero no para mantener al hombre en un estado de sujeción y alienación. El cristiano sabe que el reino futuro de Cristo consistirá, no ya en la abolición del cosmos, sino en la espiritualización de esas leyes, merced a la soberanía de Cristo.
Esa es la esperanza a la que quiere abrirnos el autor de la Carta a los Hebreos. ¿No será acaso que esa esperanza esté comenzando a ser realidad en la medida en que el hombre contemporáneo influye en el curso de las leyes naturales y se asegura cierto dominio sobre ellas? Y el mundo configurado por la técnica, ¿no es acaso un mejor reflejo de Dios que el mundo alienado por las llamadas leyes naturales? ¿No quiere eso significar eficazmente que la mediación de Cristo tiende a hacerse real sobre el mundo y sobre la humanidad?
Maertens-Frisque
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Ayer ya se afirmaba que Jesús es superior a los ángeles. Y hoy se insiste en ello, tal vez por algún desliz teórico de aquella época, que tendía a sobrevalorar a los ángeles, incluso tras la venida de Cristo al mundo.
El Salmo 8, que el autor comenta (y que es el salmo responsorial de hoy), habla a este respecto, cuando dice que el hombre es "algo inferior a los ángeles", pero que fue a él a quien Dios dio "el mando sobre las obras de sus manos". Aquí, dicho salmo es aplicado a Cristo.
Jesús, por su encarnación como hombre, aparece como humanamente "algo inferior a los ángeles", sobre todo en su pasión y su muerte. Pero ahora ha sido glorificado, y se ha manifestado que es divinamente "superior a los ángeles", así como "coronado de gloria y dignidad", porque Dios "lo ha sometido todo a su dominio". Por haber padecido la muerte, para salvar a la humanidad, Dios le ha enaltecido sobre todos y sobre todo.
Apunta además otro tema predilecto de la carta: Jesús ha experimentado en profundidad todo lo humano, incluso el dolor y la muerte. Más aún, llega a decir que "Dios juzgó conveniente perfeccionarle y consagrarle con sufrimientos". Así ha podido conducir a la gloria a todos los hombres, a los que "no se avergüenza de llamarles hermanos".
Nos admira la superioridad de Cristo Jesús sobre todo el cosmos, incluidos los ángeles, porque es Hijo y está en íntima comunión con el Padre. Pero sobre todo nos conmueve su solidaridad total con la raza humana. Se ha querido hacer hermano nuestro. No se avergüenza de llamarnos hermanos, porque nos ama y nos anuncia la salvación como a hermanos. Así, "el santificador, y los santificados, proceden todos del mismo", son de la misma raza.
"Consagrado por los sufrimientos", y habiendo experimentado lo que es sufrir (incluso la muerte), Jesús nos ha salvado desde dentro, haciéndose totalmente solidario de nuestra vida. Es una perspectiva que se repetirá en días sucesivos y que nos llena de confianza. Jesús se nos ha acercado y se ha hecho uno de nosotros para llevarnos a todos a la comunión de vida con Dios. Antes de comulgar decimos siempre la oración que Cristo mismo nos enseñó, en la que nos sentimos hijos del mismo Dios y por tanto hermanos los unos de los otros. Pero somos hermanos, ante todo, de Cristo Jesús. Esa es la razón por la que nos podemos sentir y somos en verdad hijos de Dios y hermanos de los demás.
José Aldazábal
b) Mc 1, 21-28
Jesús, acompañado de sus discípulos, llega a Cafarnaum. Y no espera. En cuanto tiene 4 discípulos, entra en acción y desde la 1ª jornada, veremos una especie de resumen de toda esta acción: la 1ª jornada de Cafarnaum. Jesús enseña, expulsa a los demonios, sana a los enfermos, reza a solas... Todo esto por delante y con 4 discípulos.
Y enseguida, el día de sábado, entra en la sinagoga y empieza a enseñar. He aquí el 1º acto público de Jesús: va a un lugar de reunión semanal, y hace la homilía. Jesús se inserta en la vida religiosa clásica de su tiempo, pero no se encerrará en ella. De hecho, preferentemente se le verá predicar al aire libre, o en la vida profana. E incluso Marcos sólo muestra 3 veces a Jesús dentro de una sinagoga (la 3ª y última en Nazaret, de donde se le expulsa bruscamente; Mc 6,2).
Todos se maravillaban de la doctrina de Jesús. pues hablaba como hombre que tiene autoridad y no como los escribas. Y el que los escribas no hacían sino repetir las lecciones aprendidas, mientras que Jesús se distingue por su autoridad soberana, que viene del interior de sí mismo. He aquí otra observación indirecta sobre su misteriosa persona, que un día se descubrirá como divina. Por el momento se quedan asombrados.
Entre los asistentes en la sinagoga hay un hombre poseído por un espíritu impuro, que empezó a gritarle: "¿Qué hay entre tú y nosotros, Jesús Nazareno? ¿Has venido a perdernos? Te conozco, tú eres el Santo, el Santo de Dios". En efecto, son los demonios, los primeros que descubren quién es Jesús, ya fuese por su naturaleza espiritual, o por ser ellos más sutiles que los hombres. Pues mientras los hombres se asombran, y a lo mucho se preguntan... los demonios lo saben.
Jesús les mandó: "Cállate, y sal de este hombre". Se trata de un tema esencial de especial importancia en Marcos: el secreto mesiánico. Jesús hace callar a los que se apresuran a afirmar que él es el Hijo de Dios, pues prefiere revelar este misterio progresivamente, a fin de evitar un entusiasmo popular que falsearía el sentido de su misión. Y porque una revelación demasiado rápida hubiera sido el mejor medio de hacer desviar esta misión: "si tú eres el Hijo de Dios, haz esto, haz aquello". ¿Qué hubiéramos hecho en su lugar?
He aquí una enseñanza nueva, proclamada con autoridad. Manda incluso a los espíritus impuros, ¡y le obedecen! No estamos más que en la 1ª página de Jesús, en el 1º día de predicación.
Noel Quesson
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Todos estaban asombrados de lo que decía y hacía Jesús. Son todavía las primeras páginas del evangelio, llenas de éxitos y de admiración. Luego vendrán otras más conflictivas, hasta llegar progresivamente a la oposición abierta y la muerte.
Jesús enseña como ninguno ha enseñado, con autoridad. Además hace obras inexplicables: libera a los posesos de los espíritus malignos. Su fama va creciendo en Galilea, que es donde actúa de momento. Y Jesús no sólo predica, sino que empieza a actuar. Enseña y cura a la vez, y hasta los espíritus del mal tienen que reconocer que es "el Santo de Dios", el Mesías.
Fuera cual fuera el mal de los llamados posesos, el evangelio lo interpreta como efecto del Maligno, y subraya la amabilidad de Jesús como una fuerza poderosa, contra las fuerzas del mal.
Nos conviene recordar que Jesús sigue siendo el vencedor del mal, y del Maligno. Y que lo que pedimos a Dios en el Padrenuestro, ("líbranos del mal", o "líbranos del Maligno"), Jesús lo cumple en plenitud. Cuando iba por los caminos de Galilea atendiendo a los enfermos y a los posesos, y también ahora, Jesús nos sale al paso, a nosotros que somos débiles, pecadores y esclavos. Pues él nos quiere liberar, del pecado, de toda esclavitud y de todo mal.
Por otra parte, Jesús nos da una lección a sus seguidores. ¿Qué relación hay entre nuestras palabras y nuestros hechos? ¿Nos contentamos sólo con anunciar la Buena Noticia, o en verdad nuestras palabras van acompañadas (y por tanto se hacen creíbles) por los hechos, porque atendemos a los enfermos y ayudamos a los otros a liberarse de sus esclavitudes? ¿De qué clase de demonios contribuimos a que se liberen los que conviven con nosotros? ¿Repartimos esperanza y acogida a nuestro alrededor?
El cuadro de entonces sigue actual: Cristo luchando contra el mal. Y nosotros, sus seguidores, luchando también contra el mal, que hay en nosotros mismos.
José Aldazábal
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Comienza la vida pública de Jesús. Tras participar en el bautismo de Juan, Jesús ha cobrado una fuerza especial. Ha sido una experiencia fuerte que, unida al hecho del apresamiento de Juan, lo decide a hacer una ruptura en su vida. Le ha llegado su hora, y abandona su casa (y a su madre, viuda y sola) y se lanza por los caminos de Galilea. Reúne a sus primeros discípulos y comienza a predicar. Lo hace a partir de la plataforma religiosa de Israel: las celebraciones de los sábados en las sinagogas.
También Marcos, que es el 1º evangelista que escribe, el que lo hace más cercanamente a los hechos históricos que describe, testimonia la buena acogida de que Jesús disfrutó por parte de la gente: ésta siente a Jesús como alguien que "habla con autoridad", una forma de hablar enteramente distinta a la de los rabinos, escribas y fariseos. Más: señala Marcos que la fama de Jesús se expandió rápidamente por todo el territorio de Galilea.
Jesús y sus seguidores llegan a Cafarnaum, la población más grande a orillas del lago de Galilea la que pronto se convertiría en el centro de su actividad en esta región. El sábado va a la sinagoga, "como era su costumbre" (Lc 4, 16) y le encomiendan que comente las lecturas del día. El comentario de Jesús conmueve a las personas que lo escuchan, y éstos no pueden evitar compararlo con los maestros de la ley (que apoyaban su enseñanza en la tradición, mientras que este nuevo rabino enseña con propia autoridad).
Jesús, sin embargo, apoya su enseñanza en los hechos, da una nueva dimensión a la ley y a la tradición, valora a las personas frente a las instituciones dominantes de su tiempo (templo, sinagoga, ley). Por eso, su mensaje sencillo pero muy vital cala hondo en el pueblo sencillo y choca tanto en las estructuras y en sus dirigentes. La autoridad de Jesús no estaba al servicio de una institución; era más bien un servicio al ser humano para que reconociera su propia dignidad, su vocación a la vida comunitaria.
El episodio del hombre poseído por un espíritu impuro, más que demostrar autoridad de Jesús sobre las fuerzas espirituales del mal, muestra cómo Jesús integra al seno de la comunidad al que era excluido, al que era rechazado como muchos otros por padecimientos físicos y mentales al creer que quien sufría un trauma de esta naturaleza era por ser pecador (Jn 9, 2). Era ésta la conciencia creada en el pueblo, por una ley puesta al servicio de los intereses del poder establecido, y no al servicio del ser humano.
La nueva forma de enseñar Jesús "con plena autoridad" (v.27) apelaba a valores y actitudes fundamentales del ser humano: a la capacidad de convivencia, al reconocimiento respetuoso y tolerante del otro y de la otra y al desarrollo de la autoestima como condiciones para una auténtica liberación de la situación de marginación en que vivía la gran mayoría del pueblo. Estas son las condiciones para comenzar a hacer realidad el Reino de Dios en el mundo.
Y la gente se quedaba admirada preguntándose qué era lo que veían y oían, y que la fama de Jesús se extendía por toda Galilea. Tal admiración y tal pregunta correspondían a los hechos: a la obra de Jesús predicando incansablemente el reinado de Dios; a su poder liberador: los demonios que atormentan a un hombre salen despavoridos, confesando que Jesús es el Hijo de Dios.
Nosotros sabemos de dónde le venía a Jesús ese enseñar con autoridad y su poder de expulsar los demonios: sabemos que en él se hacía presente el amor misericordioso de Dios, su voluntad de salvarnos a todos, su reinado en favor nuestro.
Solamente que, tal vez, ya no nos admiramos ni nos preguntamos y por eso el evangelio nos recuerda lo que fue el destino humano de Jesús, para que acojamos su Palabra con entusiasmo y para que confiemos en su poder liberador, que expulsa los demonios del mal, estén en donde estén. Solamente que ahora nosotros somos los responsables de anunciar la palabra de Jesús y de realizar sus gesto salvadores.
Es el comienzo, un comienzo agradable, fácil, exitoso, cuesta abajo. Es importante constatarlo, para valorar más adecuadamente el hecho del conflicto que muy pronto se va a presentar. Y para comprender mejor el dolor y el desconcierto que Jesús hubo de sufrir al ver el rechazo de la gente a su Buena Noticia.
Servicio Bíblico Latinoamericano
c) Meditación
Muy pronto la enseñanza de Jesús comenzó a provocar asombro, por estar revestida de una extraordinaria autoridad. El evangelista Marcos sitúa hoy esta enseñanza en Cafarnaum y en la sinagoga. Ya hemos señalado que la sinagoga y el sábado fueron los ámbitos escogidos por Jesús para su primera evangelización, y para eso tuvo que servirse de lo que le ofrecía la misma institución judía, con sus espacios y tiempos de convocación.
El asombro provocado por su enseñanza se hace radicar en la autoridad con la que enseña, una autoridad no necesitada de autorización pues pertenecía a personas religiosas familiarizadas con la enseñanza de los letrados (o exegetas) del judaísmo.
Pero en su comparación con el discurso de Jesús, el de los letrados no les causa ningún asombro. ¿Qué tenía, pues, esta palabra tan asombrosa de Jesús? ¿En que se diferenciaba de la de los letrados? ¿En qué radicaba la autoridad de esta enseñanza? Quizás en que era una enseñanza con sello de autor, con la originalidad, novedad y veracidad de alguien que hablaba desde sí mismo, desde la propia experiencia y con profunda convicción.
Jesús hablaba del Padre como si lo conociese en persona, con la familiaridad (que tanto escandalizó a sus contemporáneos) propia de un hijo. También manifestaba tener un profundo conocimiento del alma humana y de sus dolencias y reacciones.
Jesús no hablaba de memoria ni de oídas, sino con la convicción de los testigos. Jesús no contaba historias ajenas, sino vivencias personales. Y este conjunto de cosas era lo que daba autoridad, y fuerza de autor, a su enseñanza. Lo que predicaba era esencialmente suyo, tan suyo como de su Padre Dios: Todo lo que he oído a mi Padre os lo he dado a conocer.
Pero a esto había que añadir otro elemento: el de la eficacia. Jesús enseñaba con autoridad porque su palabra era sumamente eficaz, y hacía realidad lo que en ella se significaba, poniendo inmediatamente en ejercicio lo que imperaba.
Cuenta el evangelio que se encontraba en la sinagoga en ese preciso instante un hombre que tenía un espíritu inmundo. Es decir, un endemoniado que, en presencia de Jesús, reaccionó gritando a grandes voces: ¿Qué quieres de nosotros, Jesús nazareno? ¿Has venido a acabar con nosotros? Sé quién eres: el Santo de Dios.
Efectivamente, si Jesús había salido para liberar a los oprimidos por el diablo, en cierto modo ha venido para acabar con él. Jesús lo increpó (cállate y sal de él) y el espíritu inmundo, dando un fuerte grito, salió.
La gente se preguntaba estupefacta: ¿Qué es esto? Este enseñar con autoridad es nuevo. Hasta a los espíritus inmundos les manda y le obedecen. Luego también aquí, en este mandar que genera obediencia incluso en los espíritus que le son contrarios, ven sus contemporáneos autoridad.
La palabra de Jesús tiene tal carga de autoridad que doblega voluntades y somete a los poderes del mal, que hace lo que dice, que provoca la retirada del demonio de los poseídos, que devuelve la salud a los enfermos y concede la salvación a los pecadores.
No hay palabra con más autoridad que la palabra creadora, una palabra con tal eficacia y poder que nada se le puede comparar ni oponer resistencia, pues ¿cómo resistir una palabra con tal poder de creación, que ni la nada es obstáculo para su realización, ni enfermedad, ni la muerte ni el demonio?
La autoridad de Jesús radica, pues, en su capacidad para generar obediencia. Luego al poder de persuasión que confería a su enseñanza su sello de autor, se unía (potenciando su autoridad) esta extraordinaria eficacia que le acompañaba en sus actuaciones milagrosas. Eso es lo que provocaba el asombro en los testigos de su enseñanza, contribuyendo a que su fama se extendiera enseguida por todas partes, hasta alcanzar la comarca entera de Galilea.
A nosotros nos ha llegado el eco de esta enseñanza en los escritos apostólicos, que son recuerdos de la misma. Y en ellos también advertimos el sello de autor que la califica. No hemos sido testigos directos de la eficacia de esa palabra, pero nos fiamos del testimonio creíble de quienes lo fueron.
Tampoco debe asombrarnos si partimos de un supuesto de fe. Es decir, si partimos del hecho de que aquel de quien procede esta enseñanza es el mismo Hijo de Dios encarnado. ¿Cómo no iba a hablar con autoridad y eficacia aquel a quien le adornaba esta condición de Verbo o palabra salida del Padre?
JOSÉ RAMÓN DÍAZ SÁNCHEZ·CID, doctor en Teología