5 de Diciembre
Viernes I de Adviento
Equipo
de Liturgia
Mercabá, 5 diciembre 2025
a) Is 29, 17-24
"Mirad este país que Dios dio a vuestros padres", nos dice hoy Isaías. En efecto, la injusticia y la opresión reinan por todas partes, la administración está corrompida, y los pobres no disponen de recurso alguno contra la arbitrariedad. Y un tirano, es decir, la pandilla de los bien provistos y de los consejeros regios, tapa la iniquidad de las sentencias dictadas por los tribunales del rey.
Ya no se presta atención a la palabra de Dios; por el contrario, los aduladores están bien instalados. ¿Es ése el reino de la justicia y de la santidad? Pero Dios va a derribar a los que así se mofan de él. La transformación será radical: "El Líbano llegará a ser como el Carmelo, y el bosque soberbio no será más que un huerto". Entonces "los ciegos verán y los sordos oirán"; entonces "los pobres exultarán en el Señor". Fiel a sus promesas, Dios habrá borrado la vergüenza de la casa de Jacob.
El ojo del profeta vislumbra como cercana la salvación total. Esta salvación está ya presente en el corazón de los que esperan aunque no aparezca en el orden externo. Se la entiende como liberación de la pobreza de la tierra, de toda tara personal, de todo abuso social. Será un vuelco total que sufrirá la creación entera y nuestro propio corazón cuando llegue la hora.
Cuando triunfe el Mesías, cuando llegue su Reino y todo sea transformado y el mundo redimido, no podrá existir el mal en ningún sentido. Tanto el mal cósmico como el humano habrán desaparecido. Todos escucharán y todos verán porque todos vivirán pendientes de la palabra de Dios, de su voluntad salvífica.
Noel Quesson
* * *
Es hermoso el panorama que nos presenta hoy el profeta, que nos viene a decir que Dios quiere salvar a su pueblo, y lo hará pronto. Los sordos oirán, y lo que estaba seco se convertirá en un jardín, y los que se sentían oprimidos se verán liberados, mientras que los violentos recibirán su castigo. Ya no tendremos que avergonzarnos de ser buenos y seguir al Señor. ¡Qué buena noticia para los pobres de todos los tiempos! Los ciegos verán y la oscuridad dejará paso a la luz.
Se trata de una página muy optimista la que hoy leemos. Nos puede parecer increíble y utópica, pero los planes de Dios son así, y no sólo hace 2.500 años para el pueblo de Israel, sino también hoy para nosotros, que también sabemos lo que es sequedad, oscuridad y opresión.
Cuando leemos los anuncios de Isaías los leemos desde nuestra historia, y nos dejamos interpelar por él, o sea, por el Dios que nos quiere salvar en este año concreto que vivimos ahora. El programa se inició en los tiempos mesiánicos, con Cristo Jesús, pero sigue en pie. Sigue queriendo cumplirse.
Hoy podemos proclamar las páginas del profeta al menos con igual motivo que en la época de su primer anuncio. Porque seguimos necesitando esa salvación de Dios. También nosotros, con las palabras del salmo responsorial de hoy, decimos con confianza: "El Señor es mi luz y mi salvación". Y eso es lo que nos da ánimos y mantiene nuestra esperanza.
José Aldazábal
b) Mt 9, 27-31
El breve pasaje de Mateo que leemos hoy nos presenta la escena de los dos ciegos que siguen a Jesús pidiéndole que los cure. Lo llaman, llenos de fe y de esperanza, "Hijo de David", es decir, Mesías, enviado de Dios. Da a entender el evangelista que Jesús no los curó inmediatamente, que esperó a llegar a la casa adonde se dirigía y que además los interrogó sobre su fe.
Parecería que fue la fe, no el simple contacto de la mano de Jesús, lo que curó a los ciegos. La fe que es confianza incondicionada de que el bien vence al mal, de que Dios es más grande que nuestros males, nuestros egoísmos y nuestras ruindades.
Jesús exige a los ciegos curados que no divulguen el milagro. ¿Acaso fue hecho en secreto? ¿No hubo testigos que seguramente contarían a otros la maravilla acontecida? Tal vez Jesús no quiere la falsa propaganda, ser equiparado a un simple curandero, ser recibido por el interés en sus poderes.
Pero los ciegos no pueden callar, y dice Mateo que divulgaron la noticia por toda la comarca. No la noticia del milagro, sino la noticia de que podíamos encontrarnos con alguien tan compasivo y misericordioso, alguien tan poderoso, que sería capaz de curar nuestra ceguera y nuestra sordera, de asumir la defensa de los pobres y los oprimidos y de castigar a los jueces y gobernantes corruptos.
Todo esto quiere decir que se hacen realidad las palabras de Isaías escuchadas en la 1ª lectura. Esta es una convicción que se nos quiere inculcar en este tiempo de Adviento: que en Cristo, cuyo nacimiento estamos próximos a celebrar, se realizan las más grandes esperanzas de la humanidad, las promesas que Dios hizo al pueblo elegido, los anhelos de bien y de amor que anidan en todos los seres humanos de buena voluntad.
Juan Mateos
* * *
Jesús obraba prodigios a partir de la fe que la gente manifestaba. Casi todos los que acudían a él tenían la fe puesta en su obra, en lo que el significaba para el pueblo. Por eso lo llamaban "Hijo de David". Este era un título mesiánico que designaba al liberador nacional de Israel.
El episodio de hoy nos narra una señal muy especial. Dos ciegos lo siguieron después de que escucharon como él había recuperado la salud de la hija del jefe del pueblo. Es raro ver a dos invidentes ir detrás de una persona, pero la necesidad que ellos tenían de recuperar su visión pudo más que sus limitaciones. Sin embargo, Jesús no obra la señal a la vista de todos. Se dirige a su casa y allí los ciegos van a buscarlo.
Después del Sermón de la Montaña, Jesús rehuye las multitudes que lo aclaman como liberador nacional. Y continúa haciendo el bien pero de modo sumamente discreto. Sabe que sus paisanos buscan un líder para proclamarlo rey y él no es partidario de seguir esas aspiraciones populares. Él sabía bien que convirtiéndose en el gobernante de una aldea o de una región no iba a cambiar las cosas.
La práctica de Jesús nos muestra que él quería cambiar las cosas desde abajo, desde la base, desde las comunidades concretas de hombres y mujeres. Si hubiera cedido a las presiones de sus paisanos le hubiera tocado aceptar algún cargo y jerarquía en un sistema que él no consideraba válido. Por eso, el escoge los espacios discretos y desde allí continúa su obra transformadora.
Los ciegos le manifiestan una fe decidida en lo que él significa para ellos: un liberador nacional. Jesús les acepta esa fe, pero les abre los ojos para que vean que él es radicalmente diferente a lo que ellos suponían. Los ciegos recuperan la visión y superan la perspectiva de una liberación puramente nacionalista; entonces, no se pueden contener y salen a anunciar la obra de Jesús.
Servicio Bíblico Latinoamericano
c) Meditación
Es una constante evangélica que Jesús fue objeto de búsqueda por parte de menesterosos e indigentes. Y que hubo quienes iniciaron el seguimiento de Cristo porque él les llamó, y quienes (como los dos ciegos de hoy) le seguían sin que él les hubiera llamado, impulsados por el deseo acuciante de recuperar lo perdido (en este caso, la vista).
En el caso de los dos ciegos de hoy, fue la necesidad la que les llevó a implorar, a gritos, la compasión del que para ellos era el hijo de David. No obstante, también le buscan porque Jesús se ha hecho accesible a ellos, e imploran su misericordia porque él ya ha dado abundantes muestras de su compasión hacia los miserables. En definitiva, reclaman su intervención porque confían en él, y entienden que Jesús dispone de una medicina de efectos milagrosos.
Por eso le buscan y le siguen sin rubor, y gritan y tratan de dar mayor notoriedad a su carencia, y le suplican compasión con la humildad propia de los humillados y despojados de toda dignidad. Desde semejante indigencia, a los dos ciegos no les queda otra cosa que gritar y esperar.
Como en otras ocasiones, Jesús se deja rogar, quizás para provocar un mayor acrecentamiento en el deseo de los ciegos, y con la objetivo de que ese crecimiento del deseo aumente también su esperanza, y con la esperanza la fe.
Al llegar a casa se le acercaron los ciegos, nos dice el evangelista. Es decir, que no necesitaban dar explicaciones o aclarar la razón de su presencia en el lugar, ante Jesús. Estaban allí, en presencia del Maestro, porque querían ver la luz y él podía otorgarles este don, sin exigirles nada a cambio. Jesús tampoco pide explicaciones de su clamoroso acoso ni de sus flagrantes súplicas. Su voluntad es meridiana. Están allí porque desean imperiosamente ver y creen que con la ayuda de este médico pueden lograrlo.
Jesús se limita a decirles lo que tampoco necesita aclaración: ¿Creéis que puedo hacerlo? Era evidente que creían. ¿Para qué si no estaban allí, suplicando su favor? Porque creían que podía devolverles la vista. Su señal de identidad es que eran ciegos. Sólo por esto (su invidencia) les conoce el evangelio. El relator de la escena no necesita más datos identitarios. Le basta con notar y hacernos saber que se trata de dos ciegos.
Aunque la pregunta de Jesús ya estaba implícitamente contestada con su actitud y disposición, ellos responden con humildad: Sí, Señor, creemos que puedes hacerlo. Y sin más dilación, Jesús, tocando sus ojos, les dijo: Que os suceda conforme a vuestra fe. Y sucedió. Y la expectativa de aquellos ciegos se cumplió: sus ojos se abrieron y pudieron gozar de nuevo del color de las cosas que pone al descubierto la luz.
El tacto prodigioso de Jesús había logrado el milagro, y aquello tan ansiado por aquellos ciegos: la desaparición del obstáculo que les impedía ver. Todo conforme a su fe. Luego no es extraño que, a pesar de la severa prohibición de su sanador, aquellos ciegos que ya no lo eran hablaran de él por toda la región. No podían callar un hecho tan magnífico y digno de mención. Ello contribuía, sin duda, a que la fama de Cristo como benefactor y taumaturgo se extendiera por todas partes, y de todas partes acudieran a él.
Jesús concede una importancia extraordinaria a la fe. Con fe es posible lo que parece imposible según la experiencia ordinaria de la vida. Pero la fe vive y se alimenta de aquel en quien se deposita y de quien recibe el vigor. Resulta evidente que aquellos ciegos no tenían fe en su propia capacidad ni en la capacidad de la medicina convencional para recuperar la vista. Ya habrían acudido seguramente a todos los recursos humanos disponibles o a su alcance sin obtener resultados.
Pero sí tienen fe en Jesús, del que probablemente estaban bien informados, al menos en lo que se refería a su poder curativo. Es esta información lo que les lleva hasta él como último o penúltimo recurso. La fe requiere, pues, un lugar donde apoyarse, una persona en la que depositarse. Y este lugar último no puede ser sino Dios.
No hay fundamento más consistente que éste para la fe. Los demás fundamentos no son últimos; están necesitados de fundamento. Sólo Dios, visto como bueno y poderoso, puede sostener la fe de un creyente, ya sea ciego o vidente. Que os suceda conforme a vuestra fe, les dice Jesús, tocándoles los ojos.
La fe parece reclamar el tacto que le da eficacia, y el tacto confiere a la fe (causa dispositiva) toda su potencia: Si tuvierais fe como un granito de mostaza diríais a esta morera: arráncate de raíz y plántate en el mar. Se trata del tacto divino-humano que se hace realidad en Jesús de Nazaret, el Verbo encarnado.
La confluencia del tacto (y contacto) y la fe produce el milagro. Que os suceda conforme a vuestra fe, pero ¿y si no hay fe? ¿Qué puede suceder? Quizás nada, o quizás que las cosas sigan igual de insanas, de envejecidas, de tristes, o de tenebrosas, y nosotros igual de ciegos. Porque no tener fe equivale a estar ciegos.
Aquellos ciegos que tenían fe no carecían de esperanza, y por tanto veían el horizonte luminoso que les mostraba la esperanza. Pero los videntes que no tienen fe (los incrédulos) carecen de ese horizonte de vida, viven encerrados en su mundo, siempre estrecho, en su tierra, siempre movediza, en su isla, siempre aislada, en su tumba, siempre enterrada.
Si no creemos que pueda hacerlo él, ¿quién podrá? ¿El que carece de poder? ¿El que tiene un poder tan limitado como el hombre? Jesús dio muestras de que podía. El relato evangélico da testimonio de este poder. Confiemos en él y se realizará lo que es conforme a nuestra fe y a su voluntad.
Act: