17 de Enero

Viernes I Ordinario

Equipo de Liturgia
Mercabá, 17 enero 2025

a) Heb 4, 1-5, 11

         Este pasaje de Hebreos forma parte del mismo ciclo que el anterior. En él, el autor trata de convencer a los nuevos cristianos (procedentes del judaísmo, y dispersos entre las naciones) a que no vuelvan a Jerusalén, y a que dejen de considerar a esta ciudad como el ideal escatológico del "reposo". A este propósito, se sirve del Salmo 94, pero dejando en la sombra el tema de Meribá para detenerse especialmente en el tema de la entrada en Canaán.

         Los versículos de hoy se detienen, sobre todo, en el contenido de ese reposo que los hebreos del desierto no llegaron a conocer (v.3), y que los cristianos se exponían a no conocer si persistían en sus murmuraciones y falta de fe, en un momento en que el reposo de Jerusalén y de la Tierra Prometida parecía írseles de las manos (v.1).

         La falta de fe ha privado, efectivamente, a los antepasados de la entrada en el descanso (v.3), pero los cristianos están llamados a un descanso muy superior, que no es ya el de la Tierra Prometida ni Jerusalén, sino el de la vida con Dios (vv.4-5): el "reposo" del día 8º día (judío) de la creación, como terminación y coronamiento de ésta.

         Efectivamente, a 1ª vista resulta chocante que los hebreos pudiesen considerar la vida con Dios como un "reposo", como si el trabajo fuese alienante, sólo el reposo pudiera liberar de dicha esclavitud, y el ideal de felicidad eterna consistiese en vivir como un jubilado. Sobre todo porque toda una tradición bíblica (representada de modo particular por Jn 5,17) ha dicho claramente que Dios no cesa de trabajar, y ha subrayado con toda claridad que la felicidad consistirá en unas responsabilidades cada vez mayores (Mt 24,47; 25,21).

         Por consiguiente, hay que entender este reposo en un sentido más amplio, en el que la mentalidad judía atribuía a esta palabra los significados de paz, concordia y alegría.

         El concepto que el mundo moderno tiene del ocio corresponde perfectamente a esta idea (mal entendida), cuando asocia ocio y cultura y trata así de recuperar aquel valor que la industrialización había desvirtuado. En efecto, mientras que el artesano del s. XIII encontraba su cultura en el corazón mismo de su trabajo (que era creación y arte, folklore y culto), el obrero del s. XIX realizaba un trabajo en cadena del que quedaba excluida toda promoción y toda cultura. Por eso, el s. XXI está empezando a reivindicar un ocio cada vez más prolongado.

         En este terreno, a los cristianos nos toca enderezar la situación. Pues cuando el ocio se reduce ociosidad, y se destina a otra actividad no menos alienante, o cuando se limita exclusivamente al consumo pasivo de ficción (en el cine o campo de fútbol), el ocio sigue estando muy lejos de responder a lo que cabe exigir de él: una ocasión de compromiso humanizador, un medio de descubrir nuevas formas de sociabilidad, un descubrimiento más personal de lo hermoso y de lo bueno.

         Sí, hay que penetrar en el reposo de Dios, pero en un reposo en el que Dios (y el hombre) trabaja en la promoción del hombre, humanizando al hombre y no esclavizándolo a las nuevas técnicas de animación, que adormecen nuestro actual mundo en vez de espabilarlo.

Maertens-Frisque

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         La lectura de hoy de Hebreos habla mucho del descanso, o "reposo" judío. En un 1º sentido se refiere a la historia de Israel en el desierto: Dios les destinaba a la tierra prometida, donde encontrarían el reposo después de cuarenta años de peregrinación por el desierto. Pero por haber sido infieles a Dios, no merecieron entrar en ese descanso: la generación que salió de Egipto no entró en Canaán (ni Moisés tampoco).

         En otras ocasiones se habla del descanso del sábado, imitación del descanso de Dios el 7º día de la creación. Y también del descanso de Cristo Jesús en el sepulcro, después de llevar a cumplimiento la misión que el Padre le había encomendado: el reposo del Sábado Santo.

         El autor de la carta atribuye la no entrada al descanso de los antiguos a su desobediencia, y quiere que los cristianos aprendan la lección y no caigan en la misma trampa que los israelitas en el desierto. Tienen que ser perseverantes en su fidelidad a Dios y así conseguir que el Señor les admita al descanso verdadero, el descanso de Dios, el que nos consiguió Cristo con su entrega pascual. Por eso les recomienda encarecidamente: "Empeñémonos en entrar en aquel descanso, para que nadie caiga siguiendo aquel ejemplo de desobediencia".

         El descanso verdadero no es el de una tierra prometida: ése es un descanso efímero. El verdadero es llegar a gozar de la vida y la felicidad total con Dios, en la escatología: y aquí es Cristo Jesús el que, como nuevo Moisés, sí nos quiere introducir en ese descanso definitivo, al que él ya ha llegado.

         Cada uno de nosotros es invitado hoy a perseverar en la fidelidad, para merecer ese descanso último y perpetuo, el que nos prepara Dios, pues el verdadero reposo está en Dios o, mejor, nuestro reposo es Dios.

         Pero somos conscientes de que sentimos las mismas tentaciones de distracción y desconfianza y hasta de rebeldía. Como los israelitas merecieron el castigo, también nosotros podemos, por desgracia, desperdiciar la gracia que Dios nos ofrece: "También nosotros hemos recibido la Buena Noticia, igual que ellos: pero de nada les sirvió porque no se adhirieron por la fe a lo que habían escuchado".

         Los creyentes sí entraron en el descanso. Los incrédulos y rebeldes, no. ¿Nos sentimos acaso nosotros asegurados contra el fracaso y la posibilidad de desperdiciar la gracia de Dios? Y cuando rezamos el salmo ("no olvidéis las acciones de Dios, sino guardad sus mandamientos, para que no imitéis a sus padres, generación rebelde y pertinaz"), ¿lo aplicamos fácilmente a los judíos, o nos sentimos amonestados nosotros mismos ahora?

         Ser buenos un día, o una temporada, es relativamente fácil. Pero lo difícil es la perseverancia, pues el haber empezado bien no es garantía de llegar a la meta. Por estar bautizados o rezar algo no funciona automáticamente nuestra salvación y nuestra entrada en el reposo último. Escuchamos la Palabra, celebramos los sacramentos y decimos oraciones: pero lo hemos de hacer bien, con fe, y llevando a nuestra existencia el estilo de vida que Dios quiere de nosotros. Es lo que nos invita a hacer la Carta a los Hebreos.

José Aldazábal

b) Mc 2, 1-12

         El evangelio de hoy muestra un episodio simpático y lleno de intención teológica: el del paralítico a quien bajan por un boquete en el tejado, y a quien Jesús cura y perdona.

         Es de admirar, ante todo, la fe y la amabilidad de los que echan una mano al enfermo y le llevan ante Jesús, sin desanimarse ante la dificultad de la empresa. A esta fe responde la acogida de Jesús y su prontitud en curarle y también en perdonarle. Le da una doble salud: la corporal y la espiritual. Así aparece como el que cura el mal en su manifestación exterior y también en su raíz interior. Y a eso ha venido el Mesías: a perdonar. Cristo ataca el mal en sus propias raíces.

         La reacción de los presentes es variada. Unos quedan atónitos y dan gloria a Dios. Otros no: ya empiezan las contradicciones. Es la 1ª vez, en el evangelio de Marcos, que los letrados se oponen a Jesús. Se escandalizan de que alguien diga que puede perdonar los pecados, si no es Dios. Y como no pueden aceptar la divinidad de Jesús, en cierto modo es lógica su oposición.

         Marcos va a contarnos a partir de hoy 5 escenas de controversia de Jesús con los fariseos: no tanto porque sucedieran seguidas, sino agrupadas por él con una intención catequética.

         Lo 1º que tendríamos que aplicarnos es la iniciativa de los que llevaron al enfermo ante Jesús. ¿A quién ayudamos nosotros? ¿A quién llevamos para que se encuentre con Jesús y le libere de su enfermedad, sea cual sea? ¿O nos desentendemos, con la excusa de que no es nuestro problema, o que es difícil de resolver?

         Además, nos tenemos que alegrar de que también a nosotros Cristo nos quiere curar de todos nuestros males, sobre todo del pecado, que está en la raíz de todo mal. La afirmación categórica de que "el Hijo del Hombre tiene poder para perdonar pecados" tiene ahora su continuidad, y su expresión sacramental en el Sacramento de la Reconciliación.

         Por mediación de la Iglesia, a la que ha encomendado este perdón, Jesucristo, lleno de misericordia (como en el caso del paralítico) sigue ejercitando su misión de perdonar. Tendríamos que mirar a este sacramento con alegría. No nos gusta confesar nuestras culpas. En el fondo, no nos gusta convertirnos. Pero aquí tenemos el más gozoso de los dones de Dios, su perdón y su paz.

         ¿En qué personaje de la escena nos sentimos retratados? ¿En el enfermo que acude confiado a Jesús, el perdonador? ¿En las buenas personas que saben ayudar a los demás? ¿En los escribas que, cómodamente sentados, sin echar una mano para colaborar, sí son rápidos en criticar a Jesús por todo lo que hace y dice? ¿O en el mismo Jesús, que tiene buen corazón y libera del mal al que lo necesita?

José Aldazábal

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         Hoy vemos nuevamente al Señor rodeado de un gentío: "Se agolparon tantos que ni siquiera ante la puerta había ya sitio" (v.2). Su corazón se deshace ante la necesidad de los otros y les procura todo el bien que se puede hacer: perdona, enseña y cura a la vez. Ciertamente, les dispensa ayuda a nivel material (en el caso de hoy, lo hace curando una enfermedad de parálisis), pero en el fondo busca lo mejor y primero para cada uno de nosotros: el bien del alma.

         Jesús el Salvador quiere dejarnos una esperanza cierta de salvación: él es capaz, incluso, de perdonar los pecados, y de compadecerse de nuestra debilidad moral. De ahí que, antes que nada, diga taxativamente: "Hijo, tus pecados te son perdonados" (v.5).

         Después, lo contemplamos asociando el perdón de los pecados (que dispensa generosa e incansablemente) a un milagro extraordinario, palpable con nuestros ojos físicos. Como una especie de garantía externa, como para abrirnos los ojos de la fe, después de declarar el perdón de los pecados del paralítico, le cura la parálisis: "A ti te digo, levántate, toma tu camilla y vete a tu casa". A lo que el paralítico "se levantó, tomó su camilla, y salió a la vista de todos" (vv.11-12).

         Este milagro lo podemos revivir frecuentemente nosotros con la confesión. En las palabras de la absolución sacramental, que pronuncia el ministro de Dios ("Yo te absuelvo en el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo"), Jesús nos ofrece nuevamente la garantía externa del perdón de nuestros pecados, garantía equivalente a la curación espectacular que hizo con el paralítico de Cafarnaum.

         Ahora comenzamos un nuevo tiempo ordinario. Y se nos recuerda a los creyentes la urgente necesidad que tenemos del encuentro sincero y personal con Jesucristo misericordioso. Jesucristo nos invita en este tiempo a no hacer rebajas ni descuidar el necesario perdón que él nos ofrece en su alcoba, que es la Iglesia.

Joan Montserrat

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         La fama de Jesús se ha extendido por toda la región alrededor del lago de Galilea, y al regresar a Cafarnaum, mucha gente va a verlo, y él habla a la multitud. Traen un paralítico que deben bajarlo por una abertura que hacen en el techo hasta donde está Jesús pues es grande la aglomeración de personas a la entrada de la casa.

         Las primeras palabras de Jesús desencadenan los acontecimientos. Dice al paralítico que sus pecados quedan perdonados. Los maestros de la ley que lo escuchan se escandalizan, pues sólo Dios puede perdonar pecados, y sólo lo hace a través de sus intermediarios: los sacerdotes, y la estructura organizada para purificar al pecador. Según ellos, Jesús no sólo blasfema, sino que usurpa atribuciones.

         Nos encontramos, pues, con 2 proyectos confrontados:

         En 1º lugar, con el proyecto de Jesús, que propone una renovación del ser humano desde su interior, que las personas descubran que las estructuras y sus funcionarios los han apartado del proyecto de Dios y que este descubrimiento los lleve a aceptarse como hijos e hijas de Dios, miembros de una comunidad de hermanos y no sometidos a las estructuras alienantes. Por eso, aunque lo prioritario para el paralítico y para quienes lo llevaron era la curación física, Jesús primero le perdona sus pecados.

         Y en 2º lugar, con el proyecto de los maestros de la ley, quienes piensan que la curación física es lo primordial para ser aceptado en el pueblo de Dios. Según la manera de pensar del momento comienzan por lo secundario, pues la enfermedad era considerada consecuencia del pecado.

         Aunque esta curación sirvió de prueba para los presentes de que Jesús sí tenía poder para perdonar pecados, su manera de proceder (perdón de los pecados, y después la curación física) relativiza la curación física y da prioridad al cambio interior, a la acogida del que sufre, a quien llama "hijo mío" (v.5).

         En efecto, Marcos nos cuenta que, tras el leproso (de ayer), viene un paralítico (de hoy) en busca de Jesús; está completamente a merced de las buenas personas que lo cargan en su camilla, tal vez sus familiares que perseveran en ayudarle. Y como encuentran a Jesús tan ocupado, predicando en la casa, rodeado de tanta gente, hasta el punto de no poder ni verlo ni acercársele, se las ingeniaron para abrir un boquete en el techo y descolgar al paralítico en su camilla, ¡justo a los pies de Jesús!

         Maravilla tanta fe, tanta determinación y hasta cierta osadía. Jesús no los alaba de entrada, no sana la parálisis, sino que le perdona al paralítico sus pecados, causando escándalo entre los especialistas de la ley, los escribas presentes. Según ellos, solo Dios puede perdonar los pecados, por tanto Jesús está blasfemando, atribuyéndose poderes divinos.

         Pero Jesús adivina sus pensamientos, y les sale al paso, "para que vean que el Hijo del hombre tiene poder de perdonar pecados". Y sana al paralítico. Y así el perdón de los pecados queda manifestado en la salud corporal recuperada, en la autonomía personal ya no necesitada de la asistencia forzada de los demás, en la liberación de las ataduras de los miembros impedidos de movimiento, en la posibilidad de seguir a Jesús, de valerse por sí mismo, de servir a los demás.

         El perdón de Dios, concedido por Cristo de manera absolutamente gratuita (sin condiciones ritualistas, sin mediaciones interesadas) y como respuesta a la fe que busca (sobre todo recuperar la dignidad humana), alcanza la plena liberación de cualquier atadura antihumana, y restablece la relación dialogante entre el hombre y Dios. Por eso la gente sencilla, presente cuando Jesús perdona y sana al paralítico, dice acertadamente: "nunca hemos visto nada igual". Ojalá que hoy seamos nosotros capaces de decir lo mismo, cuando leemos la Buena Noticia de nuestra salvación.

Servicio Bíblico Latinoamericano

c) Meditación

        El evangelista Marcos sitúa hoy a Jesús en uno de sus escenarios habituales: Cafarnaum; y en su espacio más familiar: en casa. Pero aquí el lugar es lo que menos cuenta, pues cualquier lugar en el que Jesús se encuentre se convierte de inmediato en centro de peregrinación y convocación, que atrae a todo tipo de personas en busca de lo que no les ofrecen otros maestros y letrados.

         Pues bien, tantos eran los que acudieron, que no quedaba sitio ni a la puerta. Y Jesús aprovecha la ocasión para dirigirles la palabra.

         Entre tanto, un grupo de personas llegan con un paralítico en una camilla, y como no pueden meterlo entremedias del gentío que rodeaba al predicador, deciden levantar unas losetas del tejado e descolgarlo hasta colocarlo delante de él. Jesús, que se da cuenta de la fe que les mueve, le dice al paralítico: Hijo, tus pecados quedan perdonados.

         Seguramente que aquella reacción dejó perplejo tanto al enfermo como a sus acompañantes, porque si le habían llevado hasta allí era para que le curase, y no para que le perdonase sus pecados.

        Por otra parte, la frase pronunciada por Jesús provocó inmediatamente el escándalo de los letrados, que casualmente estaban presentes en aquel lugar y que pensaban para sus adentros: ¿Por qué habla éste así? Blasfema, pues ¿quién puede perdonar pecados fuera de Dios? La sentencia absolutoria de Jesús les resulta blasfema, y piensan que se arroga un poder que sólo a Dios corresponde: el de perdonar pecados.

        Y es que los hombres podremos disculpar, exculpar, excusar, exonerar, disimular, dispensar del pecado... pero no hacerlo desaparecer o perdonarlo, pues para eso se necesita la capacidad de Dios. De ahí que la frase les suene a blasfemia y arrogante irreverencia, al pretender arrogarse lo que sólo a Dios compete (el poder divino).

        Jesús, que leyó sus pensamientos, se dirige a ellos y les dice: ¿Por qué pensáis eso? ¿Qué es más fácil: decir al paralítico "tus pecados quedan perdonados", o decirle "levántate, coge tu camilla y echa a andar"? Pues para que veáis que el Hijo del hombre tiene potestad en la tierra para perdonar pecados, entonces dijo al paralítico: Contigo hablo: Levántate, coge tu camilla y vete a tu casa.

        Y el paralítico así lo hizo, ante el asombro de todos los presentes. Se levantó, cogió su camilla y salió. ¿Qué es más fácil: perdonar los pecados del paralítico o devolver la movilidad a sus miembros inmovilizados? ¿Curar la enfermedad moral o la física?

         Ambas cosas son difíciles para el que carece de poder, y fáciles para el que tiene poder. Aunque entre una cosa y otra hay diferencia. La curación física es más fácil de verificar que el perdón de los pecados, y por eso Jesús se sirve de aquélla (la que puede verificarse empíricamente) para certificar ésta (es decir, su potestad para perdonar pecados).

         Ya había dado Jesús suficientes muestras de su poder de sanación, y lo que ahora quiere es emplear este poder como muestra (signo) de un poder aún mayor, que sólo a Dios compete: el poder divino de perdonar pecados, o poder de sanar espiritualmente al hombre en la tierra.

         Se trata de un poder ejercido sobre otro poder, porque tanto la enfermedad como el pecado se apoderan del hombre sin que éste pueda hacer mucho para evitarlo. Algo puede hacer, pero no lo puede todo, ni mantenerse incólume de toda enfermedad, ni mantenerse impecable. En el caso del pecado, interviene más la voluntad, ordinariamente débil y asociada a un entendimiento fácilmente seducible. De ahí que difícilmente pueda evitar ser presa del poder del pecado.

        Pues bien, Jesús demuestra tener poder para doblegar ambos poderes, el de la enfermedad y el del pecado, aunque el poder sobre la 1ª sea evidente, y sobre el 2º sólo sea creíble (pero razonablemente creíble, por razón del poder manifestado en la curación de la enfermedad corporal). Jesús cura la parálisis de aquel hombre para hacer ver a los que se resisten a creer que tiene realmente poder para curar (= perdonar) su pecado.

         A la perplejidad de los testigos, atónitos ante el suceso, siguió la alabanza, pues daban gloria a Dios diciendo: Nunca hemos visto una cosa igual. Esta sensación de estar ante algo extraordinario e incomparable (nada igual) es lo que les hizo elevar su mirada a Dios, que facultó a Jesús para obrar en este modo.

        Las obras de Jesús recondujeron a muchos hacia la glorificación de Dios. Pero no a todos, porque seguramente aquellos letrados, que habían pensado que se encontraban ante un blasfemo arrogante, siguieron pensándolo tras el suceso milagroso.

         Y es que la incredulidad obstinada del hombre no es fácil de derribar, ni siquiera con hechos extraordinarios. Semejante incredulidad, de ordinario, suele exigir más signos y más patentes, y nunca se da por satisfecha con las pruebas presentadas. Siempre pide más, pero como dice Jesús: A esta generación no se le dará más signo que el signo de Jonás. Así como Jonás fue un signo para los habitantes de Nínive, así será el Hijo del hombre.

        Jesús obra tales signos porque quiere nuestra fe. Pero si lo que quiere es nuestra fe en su poder y en su bondad, no podrá darnos más que signos, ni las evidencias que hagan imposible nuestra fe. Sino que también nos pedirá nuestra fe ¿Por qué no dársela a Jesús, cuando él está dispuesto a darnos el ciento por uno después de habernos dado la vida?

JOSÉ RAMÓN DÍAZ SÁNCHEZ·CID, doctor en Teología

 Act: 17/01/25     @tiempo ordinario         E D I T O R I A L    M E R C A B A    M U R C I A