19 de Febrero
Miércoles VI Ordinario
Equipo
de Liturgia
Mercabá, 19 febrero 2025
a) Gén 8, 6-13.20-22
Cuatro hechos principales se describen en este capítulo:
-el
final del diluvio, con el descenso de las aguas;
-la comprobación, a través de las aves, de que la tierra estaba prácticamente
seca y habitable;
-la salida del arca, de acuerdo con el mandato divino,
-el solemne compromiso de Dios con Noé.
El 1º hecho proviene de la tradición sacerdotal, a la cual gusta contraponer la subida y descenso de las aguas del diluvio. Entonces Dios "se acordó de Noé" (en la forma de misericordia y disposición salvadora), expresando el inicio del descenso.
Las repeticiones e incongruencias que se dan, sobre todo en esta parte, se deben a algún pequeño fragmento yahvista incrustado aquí, y a retazos de tradiciones anteriores que se han querido conservar. Por ejemplo, Ararat es considerada una región y no una montaña, pues en otros relatos babilónicos del diluvio la montaña del diluvio lleva el nombre de un pico preciso (Baris, Nisir, etc). Por otro lado, esto indica que la tradición bíblica ya había recorrido un largo camino, antes de ser puesta por escrito.
El 2º hecho pertenece a la tradición yahvista, y en ella el envío del cuervo compromete un poco el equilibrio de la escena. En otras narraciones de diluvio el experimento se hace con 3 aves diferentes o 3 veces con el mismo ave. Este es nuestro caso, y por eso el cuervo se ha de considerar como un residuo de una antigua tradición.
La experimentación, aparte del hecho cultural de que las primeras conquistas humanas se realizaron mediante animales y plantas, indica que la tradición yahvista es más humanista y racional que la tradición sacerdotal, la cual subraya la acción mayestática de Dios, frente a la cual no tiene el hombre otro recurso que la sumisión (de ahí que Noé salga del arca tal como entró, siguiendo las instrucciones divinas).
El sacrificio tras el diluvio es un rasgo que no falta casi nunca en las descripciones de este tipo. Implica la reacción de agradecimiento de los salvados de la gran catástrofe y la entrada en una vida nueva. Si sólo nos lo transmite la tradición yahvista es porque la sacerdotal reserva el comienzo de los sacrificios a la experiencia del Sinaí.
La conclusión yahvista del diluvio (vv.20-22) es tan importante como el prólogo, y en ambos casos la palabra de Dios tiene una importancia decisiva. Entonces "olió Dios el aroma que aplaca", dice el relato, en una expresión muy antropomórfica que expresa que Dios acoge favorablemente el sacrificio.
La solemne promesa divina se expresa en 4º lugar, y se compone de una parte negativa y de otra positiva. La negativa conecta con Gn 3,17 y con el prólogo del diluvio, y la positiva asegura el ritmo y la cadencia del año y la naturaleza.
La Biblia, pues, no solamente habla de un tiempo lineal, sino también de un tiempo cíclico. La tradición sacerdotal (v.13) es otra muestra de ello, con su insistencia en el nº 1 como alusión velada a la fiesta de año nuevo y al ciclo entre un año y otro. A pesar de que la inclinación al mal y al pecado amenacen la existencia del hombre, Dios quiere seguir siendo misericordioso, y se compromete a no enviar ningún diluvio más. Comienza, pues, el tiempo de la paciencia divina (Rm 3, 26). Dios, tal como un día dirá Jesús, "hará salir el sol sobre buenos y malos".
Josep Mas
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Los relatos babilónicos que narran los diluvios de la antigüedad están llenos de reyertas de los dioses. Al aprovechar esas viejas narraciones, la Biblia trató con esmero de eliminar todo politeísmo, e introducir su fe en el Dios único y autor de la Alianza. ¿Somos hoy nosotros capaces de asimilar la cultura de nuestro tiempo para despojarla de sus errores, y utilizar de nuevo su lenguaje y sus estructuras a fin de proclamar la fe?
Al cabo de 40 días "abrió Noé la ventana y soltó al cuervo". Y después soltó a la paloma, "para ver si habían menguado ya las aguas de la superficie terrestre". En el relato babilónico encontramos exactamente los mismos detalles concretos, prueba evidente del parentesco literario.
La paloma regresó al atardecer ,y he ahí que "traía en el pico un ramo verde de olivo". No debemos aferrarnos a estas imágenes, pero sí podemos confesar que no les falta poesía, porque la paloma y su ramita de olivo han pasado a ser el símbolo de la paz. Se trata, por tanto, de relatos de transmisión oral, que fueron puestos por escritos con un lenguaje fácil de recordar. Cuando se oían recitar una sola vez, quedaban grabados en la memoria para siempre, y por eso sería lástima que hoy los despreciáramos, apelando a no sé qué purismo intelectual.
Noé "construyó un altar al Señor y ofreció holocaustos". El 1º gesto de este salvado es "ofrecer un sacrificio de acción de gracias". Tú eres, Señor, quien nos ha liberado. Gracias, Señor. Pero ¿es mi vida lo suficientemente eucarística? ¿Y tengo el sentido de la alabanza a Dios?
El Señor "aspiró el agradable aroma", en una imagen sacada también del lenguaje pagano de Babilonia (en que los dioses estaban contentos "como moscas atraídas por el buen olor de los guisados"). El autor sagrado retuvo sólo el beneplácito que Dios otorga a la acción de gracias de Noé. Entonces, díjose Dios a sí mismo: "Nunca más volveré a maldecir el suelo por causa del hombre, porque las trazas del corazón humano son malas desde su niñez".
El diluvio ha sido copiado de los cuentos babilonios, únicamente para insertar en él ese final optimista y esta revelación sobre el verdadero Dios: A Dios no le agrada castigar, ni imponerse por la fuerza, sino que prefiere enviar a su Hijo para salvar al hombre pecador antes que volver a castigarlo.
¿Y por qué esa misericordia? Porque Dios "conoce el corazón del hombre", y conoce mejor que nadie nuestra debilidad congénita. La Biblia expone con esto una observación realista que no deberíamos olvidar: "desde su niñez", antes incluso de ser culpable (cuando el hombre obra el mal). Cuando un niño obra mal, no es maldición lo que necesita, sino amor. "Nunca más volveré a maldecir al hombre", dice Dios, sino que lo amará más todavía: "No volveré a herir a todo ser viviente como lo he hecho. Mientras dure la tierra, sementera y siega, fríos y calor, verano e invierno, día y noche no cesarán".
De nuevo, una admirable revelación sobre Dios. El verdadero Dios no es un ser caprichoso, sino que creó un universo con leyes estables, con las que el hombre puede contar. Gracias a esta estabilidad de las reacciones y de los fenómenos naturales, el hombre ha podido fundar la ciencia, la técnica y el mejoramiento de su vida. La creación tiene una verdadera autonomía, dada por Dios, que permite al hombre ser el socio de Dios.
Noel Quesson
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Es digno de ver, en el presente relato del diluvio, lo que el individuo es capaz de hacer, ese individuo elegido por Dios y llamado por su nombre, ese individuo que responde a la palabra de Dios y que sigue su mandato, ese individuo que, en Dios y sobre Dios, es capaz de dejarse congregar y salvar.
Es lo que expresa el Arca de Noé, como signo que flota sobre las aguas y sobrevive así al juicio de Dios, y supera la catástrofe. El arca oculta la bendición de Dios, y garantiza la pervivencia de la humanidad. Por Noé es salvada también su mujer, sus hijos y las mujeres de sus hijos. Son salvados los animales, los puros y los impuros, un par de cada especie. Y el individuo (viene a decirnos este relato), pues, tiene una función salvadora y santificadora para toda la comunidad.
Noé se convierte así en una brillante imagen que consuela a la creación, porque refleja la amabilidad de Dios y la disposición de Dios a conservar el género humano y a proseguir la historia universal. El aspecto de Dios como juez no ha eclipsado su aspecto de salvador y fuente de vida, revelado en 1º lugar. Y Noé es ahora el signo de esperanza de que la vida continúa y cobra fuerza renovada.
No se dice que Noé tuviera méritos propios que le distinguieran del resto de los hombres. Se dice sencillamente que "halló favor a los ojos de Dios". El autor de la Carta a los Hebreos habla de una prueba que Noé había superado: "obedecer la orden del cielo de construir el arca sin conocer su objeto". Su obediencia y su fe, expuestas a las burlas de quienes la veían construirla, le habían merecido el ser salvado.
Para el autor de esta historia, Dios muestra su favor libremente a quien nunca tendría méritos adecuados. La obra personal de este patriarca, el gran representante de la religión cósmica, es considerable. También Noé como Abraham creyó "contra toda esperanza", y fue hecho padre de muchos pueblos. También Noé obró contra las apariencias que reflejaba la humanidad superficial y contra las sombras proyectadas por el comportamiento de su mundo. Es lo que viene a decirnos la Carta II de Pedro, cuando evoca el recuerdo de Noé:
"Como en los tiempos de Noé, ahora y siempre ocurre lo mismo. Sabed que en los últimos días vendrán hombres llenos de sarcasmo, guiados por sus propias pasiones, que dirán en son de burla: ¿Dónde está la promesa de su venida?".
Mientras los hombres ríen y bailan, Noé construye su arca, fiel a los mandatos del otro mundo. Así es el hombre de fe, pendiente de la palabra de Dios y sin hacer caso del comportamiento y de los principios del mundo.
El arca ha sido el instrumento de la salvación de Noé y de su familia. Estos pocos han sido el resto salvado de la catástrofe, y con ellos Dios vuelve a empezar la historia de sus maravillas.
La humanidad que sale del arca es una humanidad nueva, y la salvación realizada equivale a una nueva creación, a una resurrección (pues la vida surge de nuevo). Para los salvados todo es nuevo, como recién estrenado, como recién salido de la mano de Dios. Todo vuelve a ser bueno, y el arca se ha convertido en el paraíso donde reinaba la paz, la armonía, la amistad con Dios.
Los Santos Padres vieron en el arca la imagen de la Iglesia (comunidad de fieles y pueblo santo de Dios), imagen de aquella familia que confía en el Dios uno y único y le sigue incondicionalmente. Y todo esto lo expresaron maravillosamente los primeros cristianos en las pinturas de las catacumbas.
El hombre, por el pecado, está abocado a la destrucción y a la muerte eterna. Y por eso Dios establece un juicio a hombre pecador en el bautismo del agua. Un agua que, destinada aparentemente a ahogar eternamente al pecador, lo que ahoga en realidad es el pecado, y de ese diluvio bautismal resurge un hombre nuevo y una nueva criatura.
El agua se ha convertido en instrumento de castigo para el pecado (al que destruye), pero ha sido también instrumento de salvación para el hombre, en virtud de los méritos de Jesucristo (que se anegó en las aguas de su muerte, y pasó por un diluvio de sangre). Con él y por él formamos parte de una alianza (nueva y eterna) de la cual la alianza con Noé no era más que una figura y anticipo.
Maertens-Frisque
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Seguimos hoy escuchando el relato, popular y sugerente, del diluvio universal, lleno de detalles simpáticos. En este caso, el pasaje del cuervo, de la paloma, de la hoja de olivo y del suspense del progresivo final del diluvio. El Génesis nos relata hoy el sacrificio de acción de gracias que ofrece la familia de Noé sobre un altar, y una promesa de Dios llena de comprensión hacia la debilidad del hombre: "No volveré a maldecir a la tierra a causa del hombre, porque el corazón humano piensa mal desde la juventud".
Está a punto de dar comienzo una nueva etapa de la humanidad, con los que ha salvado Dios del juicio del diluvio. El Arca de Noé es un símbolo de la misericordia de Dios, que en justicia condena el pecado y purifica a la humanidad, siempre dispuesto a empezar de nuevo y a dar confianza a sus criaturas. Como dice el salmo responsorial de hoy, "mucho le cuesta al Señor la muerte de sus fieles", pues él intenta siempre que se conviertan y vivan.
La humanidad tiene futuro. Y también ahora, a pesar de que a veces echamos en falta un nuevo diluvio que purifique el mundo de tanta corrupción y maldad. Sobre todo porque en Jesucristo, mucho más plenamente que en Noé, se ha reconciliado la humanidad con Dios de una vez por todas, y en el arca de la Iglesia todos deberían encontrar un espacio de salvación y esperanza.
Tenemos que aprender del optimismo de Dios. A Dios le gusta mucho más salvar que castigar, y cuando castiga lo hace como medicina y pedagogía para la conversión. Deberíamos saber dar una y otra vez un margen de confianza a los demás, a esa humanidad en la que vivimos, a esa Iglesia concreta que puede no gustarnos, a nuestra familia y a cada uno de los que viven con nosotros, y también a nosotros mismos.
Después del pecado de Adán y Eva, Dios promete la salvación. Después del asesinato de Abel, Dios da otro hijo a Eva y deja la puerta abierta a la esperanza. Y después del diluvio, sella un pacto de bendición para los hombres. ¿Es así de magnánimo nuestro corazón para con el mal que descubrimos en los demás? Dios sigue creyendo en el hombre, así que ¿por qué nosotros negamos un margen de confianza a nuestros hermanos?
José Aldazábal
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El fragmento del Génesis que escuchamos hoy, referido al relato sobre el final del diluvio, resulta muy rico: aguas purificadoras, Arca de Noé que se salva, tragaluz por el que se comprueba que la ira de Dios se ha calmado, esperanza de vida sobre la superficie de la tierra, cuervo y paloma mensajeros, Noé que actúa de sacerdote y ofrece víctimas propiciatorias... Y sobre todo, la alianza de Dios con su pueblo. Donde hubo amor, hubo perdón, y hay gracia para siempre.
Tratemos de seleccionar algunas pautas para la meditación, pues son muchos los elementos en que podemos fijarnos, mirando contemplativamente el relato del diluvio y su final feliz.
El hecho de que en muchas culturas aparecen relatos parecidos a los del diluvio bíblico nos hace pensar que la intensidad y extensión del pecado turbó todas las conciencias humanas, y que éstas necesitaban un agua purificadora que les devolviera la paz.
A su vez, esa necesidad de purificación y paz nos hace pensar que en la historia de la humanidad siempre se ha contado con un Agente superior (Dios), que estuvo alerta a favor nuestro y que fue marcando los pasos de nuestra liberación.
Reparemos que, en el relato bíblico, es Dios es quien toma la iniciativa en todo. Él busca y fija tiempos de purificación, él sugiere el ingreso en un arca, él ordena el descenso de las aguas, él jura no maldecir de nuevo la tierra... Y él escoge a Noé como amigo y oferente, para con él dar principio a una nueva humanidad que viva en alianza con el Señor. ¡Dios siempre a nuestro lado!
Dominicos de Madrid
b) Mc 8, 22-26
Betsaida Julias, ciudad situada fuera del territorio propiamente judío. Por fin llegan a la meta que les había señalado Jesús después del primer reparto (Mc 6, 45). Este lugar se encuentra "al otro lado" (Mc 8, 13), es decir, representa la antítesis de la mentalidad del judaísmo. Están de nuevo en tierra pagana, lugar favorable a la comprensión del mensaje.
Antes del reparto del pan a los paganos se ha encontrado el episodio del sordo tartamudo (Mc 7, 32-37), figura de la resistencia de los discípulos a escuchar el mensaje de la igualdad de los pueblos. En estrecho paralelo con el sordo aparece al final de la sección el ciego, igualmente figura de los discípulos, quienes, a pesar de las señales que Jesús ha dado y la experiencia que han tenido, siguen, como la gente, en la idea de un Mesías nacionalista y no reconocen el mesianismo de Jesús.
Como en el episodio del sordo tartamudo (Mc 7, 32-37), son unos colaboradores espontáneos y anónimos quienes acercan el ciego a Jesús y le suplican que lo toque. El ciego, como antes el sordo, representa a los discípulos, a quienes Jesús acaba de reprochar su ceguera (Mc 8, 18); pero se diría que no son conscientes de ella: no recurren a Jesús por iniciativa propia ni buscan ser curados. Los colaboradores saben que sólo Jesús puede poner remedio a la situación. Por otro lado, "abrir los ojos de los ciegos" equivale en los profetas a liberar de la opresión (Is 35,5; 42,7.16; 61,1).
El plano representativo del episodio está claramente señalado por Marcos con la frase cogiéndolo de la mano, lo condujo fuera de la aldea, que calca la de Jeremías: "Cuando los cogí de la mano para conducirlos fuera de Egipto" (Jr 31; 38,32). La acción de Jesús con el ciego significa, por tanto, un éxodo, una liberación; el lugar de opresión de donde lo saca Jesús es la aldea, que está en paralelo con el Egipto del texto profético.
En Marcos, de hecho, la aldea (en singular) representa la parte del pueblo judío dominada ideológicamente por la ciudad (Jerusalén; Mc 11,19; 14,13), que enseña y difunde el nacionalismo, fomentando la expectativa de la restauración y gloria de Israel; es esta ideología la que ciega a los discípulos, impidiéndoles comprender el mesianismo universalista de Jesús. Marcos indica así que, llegados a territorio fuera de Israel (Betsaida), Jesús quiere sacar a los discípulos de la expectación mesiánica del ambiente judío con la que ellos se han identificado y que les provoca la ceguera.
La curación se realiza en dos momentos: en el primero, Jesús, como en el caso del sordo (Mc 7, 33), utiliza la saliva (símbolo del Espíritu Santo) y aplica las manos al ciego (para transmitirle su propia fuerza). La redundancia de gestos muestra la dificultad que encuentra para la curación. Quiere iluminar los ojos del ciego, para que pueda juzgar críticamente su anterior postura, y refuerza la acción del Espíritu con su propio gesto. El ciego no reacciona espontáneamente, por eso Jesús le pregunta si le ha hecho efecto su acción.
El ciego empieza a ver; su respuesta muestra que ya es capaz de comprender la calidad humana de los hombres, es decir de los habitantes de la aldea. El término hombres tiene una carga negativa ("la tradición de los hombres"; Mc 7,8), y el uso de este término general implica que la ideología del poder dominador es la que impera no sólo en el pueblo judío (caso particular), sino en toda la humanidad.
El ciego percibe que, aun siendo hombres (aunque andan), son como árboles, que ni ven ni oyen (Mc 4, 12). Por fin se dan cuenta los discípulos del efecto de la ideología en el pueblo sometido a la institución: le impide ver, oír y entender. Jesús hace que lo descubran para que separen la idea de Mesías de la que profesa el pueblo. Es esta liberación la que Marcos ha expresado antes figuradamente como "sacar de la aldea".
Jesús interviene de nuevo, aplicando otra vez las manos en los ojos del ciego. Este 2º momento lo capacita para ver y entender del todo. Marcos insiste en la total curación acumulando verbos: vio del todo, quedó normal (sólo ahora lo consigue) y lo distinguía todo claramente.
Hay una oposición entre su casa y la aldea: la 1ª aparece como positiva, la 2ª como negativa. De hecho, la aldea es el sitio de donde Jesús saca, la tierra de opresión desde donde se emprende el éxodo. La casa propia de los discípulos es la del nuevo Israel, constituido por Jesús, donde él se hace presente y que forma parte de la nueva comunidad humana; ése es el punto de llegada del Exodo, la tierra prometida.
La aldea, o ambiente judío nacionalista que aspira a la restauración de Israel, constituye siempre un peligro, una tentación para los discípulos; eso justifica que Jesús les prohíba terminantemente volver a ella, pero indica al mismo tiempo que ellos, por sí mismos, no comprenden que es la aldea la que les causa la ceguera. Este último detalle hace ver que la curación del ciego (discípulo) es más exterior que profunda. Marcos juega con 2 planos: el ideal y el real.
Juan Mateos
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La 1ª etapa del ministerio de Jesús había terminado con el endurecimiento del corazón o ceguera de los fariseos y herodianos, hasta el punto que planean eliminar a Jesús (Mc 3, 6). En el final de la 2ª etapa son sus propios paisanos de Nazaret quienes por su ceguera no pueden reconocer un profeta en su tierra (Mc 6,1-6). La 3ª etapa se cierra con la falta de comprensión y ceguera de los mismos discípulos, que siguen preocupados por su propia comida, porque no han comprendido que el compartir permite que lo poco alcance para todos y hasta sobre. Las 3 etapas constituyen la 1ª parte del evangelio de Marcos, que termina precisamente con la curación de un ciego. Un relato clave por su ubicación y connotación simbólica.
Hasta el momento Jesús a estado rodeado de incomprensión o ciegos (sus adversarios, su familia y hasta sus propios discípulos) incapaces de ver la luz de Dios que brilla para toda la humanidad. Para Marcos, el paso de la incomprensión a la fe es como el paso de la ceguera a la visión.
La curación del ciego tiene lugar en Betsaida, una pequeña población de pescadores, ubicada en la margen izquierda del río Jordán, en su desembocadura en el mar de Galilea. El tetrarca Filipo la había ampliado y hasta cambiado el nombre por el de Julias, convirtiéndose en el lugar principal de la región de Gaulanitis. Su población era tanto judía como pagana. Sabemos, por otra parte, que la fama de Jesús había traspasado las fronteras de Galilea (Mc 3, 7-8).
Como en el relato del sordomudo (Mc 7, 32) un grupo de amigos le llevan a Jesús un ciego suplicándole que lo toque. Para la mentalidad judía la ceguera representaba un castigo divino, personal o familiar, proveniente de la aceptación de dinero por corrupción. Jesús no se contenta simplemente con tocarlo sino que entra, con la ternura de un padre, en contacto directo con el enfermo. Lo toma de la mano y lo conduce a las afueras de la ciudad. La actitud de Jesús nos introduce en su intención de evitar el escándalo y la espectacularidad.
Al igual que en el milagro del sordomudo, aquí Jesús utiliza la saliva. Según la tradición judía la saliva tenía poderes para expulsar demonios y curar enfermedades, de manera especial en la curación de enfermedades oculares. Algunos opinan que este poder curativa se debe a la relación de la saliva con la sangre, y a través de la boca, con la respiración, haciéndola por tanto, portadora de vida. De aquí se concluye que escupir sobre los ojos del ciego equivale simbólicamente a darles nueva vida.
Tras eso viene la imposición de las manos, que simboliza la fuerza curativa de Jesús. El milagro está hecho; sin embargo, Jesús introduce una pregunta retórica que permite entrar en diálogo con el enfermo: "¿Ves algo?". Éste ve "árboles que se mueven", por lo que concluye que son personas. Esto supone que el ciego no era de nacimiento, dado que distingue bien los objetos que percibe. De nuevo Jesús impone sus manos sobre los ojos del ciego, ahora sin saliva y sin diálogo.
El efecto de este último contacto se describe con tres acciones: poder ver con buena vista, recuperarse plenamente y ver con toda claridad. Queda ratificado que el hombre puede regresar a casa sin la ayuda de nadie, Jesús le ha devuelto la luz y la dignidad. El envío a su casa evitando entrar e el pueblo, significa el deseo de Jesús que el milagro se circunscriba solo al ámbito de la casa. Hay que mantener el secreto hasta que Jesús pueda ser visto crucificado y resucitado.
Fernando Camacho
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La curación de hoy de Jesús ha sido colocada a propósito en un contexto concreto, en que se habla también de la ceguera de los fariseos y de los discípulos. Se trata, pues, de una indicación simbólica a pesar de que el estilo de la narración induce a pensar que se trata de un acontecimiento real.
Como en el caso del sordomudo decapolitano (Mc 7, 31-37), Jesús hace uso de gestos que a 1ª vista parecerían mágicos. Pero en realidad Jesús no hace magia, sino que usa el lenguaje táctil, que únicamente podría comprender el pobre ciego. Como siempre, se intenta que la persona objeto del prodigio sea perfectamente consciente de lo que pasa.
El relato, comparado con el del sordomudo, parece demasiado prosaico. Ahora bien, como la curación se opera en 2 tiempos, lo más probable es que las cosas sucedieran así. En un 1º momento, el ciego ve un poco confusamente y confunde los hombres con los árboles, como hacen ordinariamente los niños cuando realizan los primeros dibujos. En un 2º momento la curación es ya completa. Hay que notar que el milagro se acomoda, por así decirlo, al curso normal de la recuperación natural. El relato termina con el leit motiv de Marcos: no hay que hacer del milagro un motivo de actitudes triunfalistas.
Volvemos a repetir lo de siempre: Jesús podría ser un taumaturgo en el doble sentido de la palabra: o en virtud de unas extraordinarias facultades psico-físicas o en virtud de una fuerza estrictamente sobrenatural. Un creyente no necesita demostrar el carácter sobrenatural del prodigio, ya que los prodigios siempre vienen después de la fe de los creyentes (de tal forma que, cuando no hay fe o la fe es débil, no se realiza el prodigio, como fue el caso de Nazaret).
En 2º lugar, los milagros jamás son encuadrados dentro de una cristología o eclesiología triunfalista, sino todo lo contrario: son testimonios de la venida del Mesías, que han de ser contados discretamente por aquéllos que han sido objeto de ellos. En todo caso, la reserva mesiánica es casi obsesiva en todos los relatos miraculosos del 2º evangelio.
Actualmente un creyente no tiene por qué medir sus fuerzas con el no creyente, a propósito de los milagros. En 1º lugar porque el auténtico creyente no tiene ningún inconveniente en admitir que muchos prodigios fueran efecto de unas fuerzas naturales todavía no conocidas por la razón humana. E en 2º lugar porque su fe no proviene de los milagros, sino que la presupone. En todo caso, un creyente tiene derecho a pensar que ciertos acontecimientos son auténticos prodigios, ya que cree en la fuerza sobrenatural de Dios. Pero no lo puede demostrar racionalmente.
Maertens-Frisque
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Hoy a través de un milagro, Jesús nos habla del proceso de la fe. La curación del ciego en 2 etapas muestra que no siempre es la fe una iluminación instantánea, sino que, frecuentemente requiere un itinerario que nos acerque a la luz y nos haga ver claro. No obstante, el primer paso de la fe (empezar a ver la realidad a la luz de Dios) ya es motivo de alegría, como dice san Agustín:
"Una vez sanados los ojos, ¿qué podemos tener de más valor, hermanos? Gozan los que ven esta luz que ha sido hecha, la que refulge desde el cielo o la que procede de una antorcha. ¡Y cuán desgraciados se sienten los que no pueden verla!".
Al llegar a Betsaida traen un ciego a Jesús para que le imponga las manos. Es significativo que Jesús se lo lleve fuera, pues ¿no nos indicará esto que para escuchar la Palabra de Dios, para descubrir la fe y ver la realidad en Cristo, debemos salir de nosotros mismos, de espacios y tiempos ruidosos que nos ahogan y deslumbran para recibir la auténtica iluminación?
Una vez fuera de la aldea, Jesús "le untó saliva en los ojos, le impuso las manos y le preguntó: ¿Ves algo?" (Lc 8, 23). Este gesto recuerda al Sacramento del Bautismo, en que Jesús ya no nos unta saliva, sino que baña todo nuestro ser con el agua de la salvación y, a lo largo de la vida, nos interroga sobre lo que vemos a la luz de la fe.
Jesús "le puso otra vez las manos en los ojos; el hombre miró: estaba curado, y veía todo con claridad" (Lc 8, 25). Este 2º momento recuerda el Sacramento de la Confirmación, en el que recibimos la plenitud del Espíritu Santo para llegar a la madurez de la fe y ver más claro. Recibir el bautismo, pero olvidar la confirmación nos lleva a ver, sí, pero sólo a medias.
Joaquim Meseguer
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En el evangelio de hoy Jesús y sus discípulos llegan a Betsaida, y allí le están esperando para presentarle un ciego, así como para suplicarle que le toque. Tomando al ciego de la mano, Jesús le sacó fuera del pueblo y, habiéndole puesto saliva en los ojos, le impuso las manos y le preguntó: "¿Ves algo?". El ciego, alzando la vista, dijo: "Veo a los hombres, pues los veo como árboles, pero que andan". Después, Jesús le volvió a poner las manos en los ojos, y el ciego comenzó a ver perfectamente, de suerte que veía de lejos claramente todas las cosas. Jesús lo envió a su casa, diciéndole: "No entres en el pueblo".
¿Ves algo? Cristo en este pasaje nos hace esta pregunta. ¿Podremos responderle que sí vemos? Impresiona que Dios mismo esté preguntando de esta forma. Pero ¿qué es lo que quiere que vea? ¿Cómo tengo que verlo?
Jesús nos pregunta si vemos con los ojos de la fe. Es decir, que si en todo lo que hacemos está detrás la mano de Dios. Ésta es la visión que él quiere que tengamos en todas nuestras actividades, no quedándonos tan sólo con la mirada borrascosa de las cosas ("veo a los hombres como árboles"), sino mas bien procurando que nuestros ojos estén limpios.
¿Qué es lo que no nos deja ver bien? Las preocupaciones de la vida, los problemas que agrandamos, el querer estar a la moda, buscar tener por tener, o por envidia... Por eso, limpiemos nuestra vista, quitando lo que más nos estorbe para mirar con claridad la mano de Dios en nuestra vida, haciendo lo contrario a lo que nos aparta de tan digna visión.
Rodrigo Escorza
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Me gustan los relatos de curación de ciegos que realiza Jesús, pues me resultan muy iluminativos para aclarar la fe en el ser humano. Los milagros de los ciegos se han repetido y se continúan repitiendo entre los seguidores despistados. Y las cegueras de los primeros discípulos no son nada comparadas con las de ahora (podríamos decir nosotros, que ellos probablemente dirían lo contrario).
La alianza de amor y protección de Dios con su pueblo se hace ostensible una vez más en esta escena evangélica. Un ciego está persuadido de que, si Jesús lo toca, él se curará. Y Jesús, tocado por esa confianza, trabaja para curarlo. Lo consigue y pide silencio. Así es el amor con sus obras.
Sirvámonos de esta imagen fantasiosa, hombres como árboles, para reflexionar. Nuestro modo de ver las cosas, nuestro modo confuso de apreciarlas, ¿no se parece con excesiva frecuencia a la visión del ciego de Betsaida, que andaba a media luz?
¡Cuántas veces necesitamos de nuevos toques del Espíritu para decidirnos a cambiar de mentalidad y seguir a Cristo íntegramente, en fraternidad y solidaridad, en justicia y amor, en adoración a Dios y servicio a los hombres! Dichosos cuantos, en medio de las dudas, turbaciones, sufrimientos, pobreza, dolor, acaban viendo el rostro de Cristo en cada obra buena que realizan por los demás en caridad.
Luis de las Heras
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Jesús y sus discípulos llegan hoy a Betsaida, y allí le espera un grupo de personas que le presenta a un ciego. Tomando al ciego de la mano, Jesús lo sacó "fuera de la aldea". He aquí precisamente un detalle concreto. ¿Por qué no sería verdadero? ¡Es tan verosímil! Sí, se conduce a los ciegos de la mano, la mano del ciego en la mano de Jesús... Gesto humano muy sencillo, y ¡que esperanza debió suscitar en el corazón del ciego! Sobre todo mientras iban los dos de la mano.
Si Jesús le lleva "fuera de la aldea", es para esconder en lo posible su milagro. Es también un detalle histórico, pero del cual conocemos bien la significación teológica: el secreto mesiánico. Cristo no será realmente comprensible sino después de la cruz, y la resurrección.
Jesús, "poniéndole saliva sobre los ojos, le impuso las manos". Son los mismos gestos que, en tiempo de san Pedro se hacían sobre los catecúmenos, para conducirlos de la incredulidad a la iluminación de la fe. Teológicamente hay que relacionar este milagro con el de la curación del sordomudo, explicado después de la 1ª multiplicación de los panes y la explicación de la 2ª multiplicación.
Marcos piensa, evidentemente, en el bautismo, pues los gestos de los 2 milagros son muy litúrgicos, y por esos gestos de Cristo, todo el ser del hombre queda sano. Los 3 sentidos importantes para la comunicación del hombre con el mundo y con sus hermanos son rehabilitados y renovados: el sentido del oído, el sentido de la palabra, el sentido de la vista ¡He aquí lo que la fe hace en nosotros hoy!
El bautismo nos abre a un universo nuevo, solamente transformado desde el interior: oír a Dios que nos habla a través de los acontecimientos y a través de la palabra de nuestros hermanos, ver a Dios que obra en el núcleo de nuestras vidas y de la vida del mundo, y llegar a ser capaz de poder hablar de todo ello.
El hombre empezaba a ver, pero de nuevo Jesús le impuso las manos sobre los ojos por 2ª vez, y el hombre empezó a ver mejor: "Recobró la vista, y vio claramente todos los objetos".
Marcos insiste, evidentemente, sobre esta curación en dos tiempos, que se va haciendo progresivamente. He aquí, de nuevo, uno de esos detalles que no se inventa (que tendería a probar que Jesús carecía de poder) Marcos, a través de este detalle histórico ve la lentitud del caminar hacia la fe plena. Hoy también avanzamos muy lentamente por ese camino, y nos quedamos medio ciegos por mucho tiempo. ¡Abre nuestros ojos, Señor!
Noel Quesson
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Con frecuencia nos encontramos a muchos ciegos espirituales que no ven lo esencial: el rostro de Cristo, presente en la vida del mundo. El Señor habló muchas veces de este tipo de ceguera, cuando decía a los fariseos que eran ciegos. Es un gran don mantener la mirada limpia para el bien, para encontrar a Dios en medio de los propios quehaceres, para ver a los hombres como hijos de Dios, para penetrar en lo que verdaderamente vale la pena, para contemplar junto a Dios la belleza divina que dejó como un rastro en las obras de la creación.
Además, es necesario tener la mirada limpia para que el corazón pueda amar, para mantenerlo joven. Mirada limpia no sólo en lo que se refiere directamente a la lujuria, sino en otros campos que también caen en la concupiscencia de los ojos: afán de poseer ropas, objetos, comidas o bebidas. No se trata de no ver, sino de no mirar lo que no se debe mirar, de vivir sin rarezas el necesario recogimiento para tener siempre presente el rostro de Cristo.
El cristiano ha de saber (poniendo los medios necesarios) quedar a salvo de esa gran ola de sensualidad y consumismo que parece querer arrasarlo todo. No tenemos miedo al mundo porque en él hemos recibido nuestra llamada a la santidad, ni tampoco podemos desertar, porque el Señor nos quiere como fermento y levadura.
Debemos estar vigilantes con una auténtica vida de oración y sin olvidar que las pequeñas mortificaciones (y las grandes, cuando el Señor las pida) han de mantenernos siempre en guardia, como el soldado que no se deja vencer por el sueño, porque es mucho lo que depende de su vigilia. A un alma que viviera en un clima sensual que prolifera en los espectáculos que da lugar a muchos pecados internos y externos contra la castidad, le sería imposible seguir a Cristo de cerca, y quizás tampoco de lejos.
El cristianismo no ha cambiado: Jesucristo es el mismo ayer, y hoy y siempre (Heb 13, 8), y nos pide la misma fidelidad, fortaleza y ejemplaridad que pedía a los primeros discípulos. También ahora deberemos navegar contra corriente en muchas ocasiones. Nuestra lealtad con Dios nos ha de llevar a evitar las ocasiones de peligro para el alma. Y si por estar mal informados asistiéramos a un espectáculo que desdice de la moral, la conducta que sigue un buen cristiano es levantarse y marcharse con naturalidad, sin miedo a parecer raro. Pidamos a Dios que nos ayude a conservar nuestra mirada limpia para poder contemplarle a él algún día, cara a cara.
Francisco Fernández
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Un ciego, conocido como tal por todos los del pueblo, ha sido hoy curado por Jesús. Y ahora debe guardar silencio acerca del regalo que ha recibido de Dios. Pero cuando se enciende una luz no es para ocultarla debajo de una olla de barro; ni se puede ocultar una ciudad construida sobre un monte. Aquel hombre, al pasar por el pueblo caminando con seguridad, y sin ir tomado de la mando de alguien que le condujera, estará hablando, no con las palabras, sino con los hechos, de que ha sido curado, de que Dios ha sido misericordioso con él.
Tal vez muchos ambientes hostiles a nuestra fe nos hagan imposible el poder hablar abiertamente del evangelio. En esas circunstancias nuestra vida intachable, nuestra firmeza para no ser comprados por gente deshonesta y malvada, nuestra lealtad a nuestros compromisos, nuestro amor solidario con los que nada tienen, nuestra entrega a favor del bien de todos se convertirá en el mejor testimonio del evangelio, proclamado desde una vida que ha sido poseída por el Espíritu Santo.
Pidámos al Señor que abra nuestros ojos al bien de tal forma que, libres de la oscuridad del pecado, seamos en adelante embajadores del evangelio, mediante nuestras buenas obras y también mediante nuestras palabras y nuestra vida misma.
Tal vez, a pesar de estar bautizados, muchas veces vivamos como ciegos ante la problemática que aqueja a aquellos que nos rodean. Y no es tanto que no contemplemos los males que hay en el mundo, sino que los ojos de nuestro corazón pueden haberse cerrado y habernos dejado insensibles ante ellos. Al habernos encontrado con Cristo en la eucaristía iniciamos un nuevo proceso de fe, que debe llegar a una madurez cada vez mayor, de tal forma que no nos conformemos con orar, sino que se despierte en nosotros el amor servicial sabiendo que lo que hagamos a los demás, al mismo Cristo lo hacemos.
Tal vez apenas comencemos a ver y veamos a los demás borrosamente y los confundamos con árboles que caminan y de cuya madera y frutos podemos aprovecharnos. Debemos permanecer firmes en nuestro seguimiento de Cristo hasta poder contemplar a los demás como Dios los contempla, y hasta saberlos amar como Dios los ama.
José A. Martínez
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Escuchamos hoy otro de los signos mesiánicos de Jesús, esta vez la curación progresiva del ciego. ¡Cuántas veces habían anunciado los profetas que el Mesías haría ver a los ciegos! Esta vez Jesús realiza unos ritos un poco nuevos: lo saca de la aldea, lo lleva de la mano, le unta de saliva los ojos, le impone las manos, dialoga con él. Y con ello el ciego va recobrando poco a poco la vista, primero viendo "hombres que parecen árboles" y luego "todo con toda claridad".
Es una curación por etapas que puede ser que en Marcos apunte simbólicamente al proceso gradual de visión y conversión que siguen los discípulos de Jesús, que sólo lentamente, y con la ayuda de Jesús, van madurando y viendo con ojos nuevos el sentido de su Reino mesiánico. Ayer mismo leíamos que Jesús les llamaba torpes a sus discípulos, porque no entendían: "¿Para qué os sirven los ojos si no véis y los oídos si no oís?".
También nuestro camino es gradual, como lo es el de los demás. No tenemos que perder la paciencia ni con nosotros mismos ni con aquellos a los que estamos intentando ayudar en su maduración humana o en su camino de fe. No podemos exigir resultados instantáneos. Cristo tuvo paciencia con todos. Al ciego le impuso las manos 2 veces antes de que viera bien. También los apóstoles al principio veían entre penumbras. Sólo más tarde llegaron a la plenitud de la visión. ¿Tenemos paciencia nosotros con aquellos a los que queremos ayudar a ver?
Este proceso nos recuerda también el itinerario sacramental: con el contacto, la imposición de manos y la unción, Cristo nos quiere comunicar su salvación por medio de su Iglesia. La pedagogía de los gestos simbólicos, unida a la palabra iluminadora, es la propia de los sacramentos cristianos en su comunicación de la vida divina. Tanto las palabras como los gestos simbólicos se han de potenciar, realizándolos bien, para que la celebración sea un momento en que se nos comunique la salvación de Dios de una manera no sólo válida, sino también educadora y pedagógica.
José Aldazábal
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Vivimos tiempos de malas noticias, y basta con mirar el telediario, o leer la prensa, para saber que en el mundo no hay muchos motivos para la alegría. Entre guerras y catástrofes, hambrunas y guerrillas, israelíes y palestinos, se acaba el noticiario y no hay más que penas, dolores, muertes y problemas.
En Betsaida hubo una buena noticia. Para ese ciego, el encuentro con Jesús le hizo olvidar todo lo malo vivido, y le dio un nuevo impulso vital. Y lo que es muy importante, Jesús le envía a su casa, para que allí, en su entorno cotidiano, entre los suyos, dé testimonio de lo que Dios ha hecho con él.
Nosotros muchas veces nos dejamos llevar del ambiente, y nos convertimos en propagadores de malas noticias. A lo mejor no provocamos guerras entre países, pero sí guerras domésticas. No somos terroristas suicidas, pero somos terroristas de la palabra, que sabemos herir cuando queremos. A lo mejor no tenemos esperanza en un mundo que, sobre todo, necesita esperanza (el ADN del cristiano), pues ¿cómo nos comportamos en casa, en la oficina, en la universidad? ¿O somos más bien transmisores de malas noticias? ¿Somos testigos de esperanza, o de desesperanza?
El ciego del pasaje de hoy puede que quisiera seguir a Jesús, pero el Maestro le envía a su casa. No es preciso hacer grandes viajes, ni lanzarse a aventuras extrañas, para ser testigo de Jesús. Mira el mundo con otros ojos. En medio de todo lo malo, si quieres algunas pistas para compartir esperanza, pincha aquí, en buenas noticias. A la luz del evangelio, a lo mejor descubres que no todo es tan malo como lo pintan. A lo mejor, como el ciego de Betsaida, ves la luz, y puedes ser profeta en tu tierra. O por lo menos lo puedes intentar.
Alejandro Carbajo
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Muchos piensan que la conversión es algo que sucede de manera instantánea y para siempre. Sin embargo la conversión es un proceso que se inicia cuando uno se encuentra con Jesús y que va progresando en la medida que permanecemos en él.
Esta curación de Jesús nos ilustra muy bien este proceso. Cuando estamos lejos de Jesús somos como el ciego: no somos capaces de ver la realidad y por eso dependemos de los demás y con mucha frecuencia nos tropezamos.
En el primer encuentro con Jesús se inicia el procesos, pero esto no es total. Empezamos a ver, pero no con claridad y esto hace que las cosas se vean como no son. Ya vemos pero todavía podemos caer, sobre todo porque es fácil confundir el camino en la vida espiritual y ver las cosas como no son.
Finalmente llega el momento en que se ve todo con claridad y será ahora mucho más difícil el tropezar. El mundo entonces se nos presenta con toda la belleza con la que Dios lo creo y somos capaces de ver la maldad del pecado que es capaz de destruir nuestra vida. ¿en que etapa de la vida espiritual estás tú?
Ernesto Caro
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El ciego del evangelio de hoy necesita encontrarse con Cristo y re-encontrarse con él. Podría parecer que en este caso el milagro le salió mal al Señor, pero a mi me gusta pensar que en la vida nos hace falta encontrarnos y reencontrarnos con Cristo cada día, a cada momento, y es que tenemos la manía de engañarnos a nosotros mismos con cierta frecuencia.
Al igual que yo tengo mi imagen interior con el pelo corto (poco, pero corto), a veces tenemos la idea de nuestra vida interior como cristiana y casi perfecta. Aunque vayan creciendo las pequeñas infidelidades, las faltas de piedad, los abandonos en la caridad, las críticas infundadas y, de vez en cuando, nos demos cuenta, somos como aquel que "se miraba la cara en el espejo, y que apenas se miraba daba media vuelta y se olvidaba de cómo era".
Creemos que vemos bien, pero en realidad "vemos como árboles". Es decir, tenemos el problema de acostumbrarnos a ver mal, a tener la certeza de que en nuestra vida cristiana no nos hace falta más, de que lo estamos haciendo bien (mejor que bien, estupendamente) y no examinamos nuestra vida cara a cara con Jesucristo. Escuchamos la palabra de Dios, pero para oír y olvidarla; hacemos oración pero sin que eso implique cambiar nuestra vida; asistimos a la eucaristía pero no salimos más enamorados del Señor.
En resumidas cuentas, que poco a poco resulta que nuestra religión no tiene contenido. Es cierto que un día nos encontramos con Cristo, y empezamos a ver el mundo de una manera diferente. Pero no dejamos que esto vuelva a suceder en nuestra vida, no vaya a ser que "veamos todo con claridad" y nos demos cuenta de que lo 1º que tenemos que hacer es cambiar nuestro modo de funcionar.
Quizás no nos guste este cambio de rumbo a nuestra vida, porque pensamos que eso nos va a comprometer. Pero no olvidemos que "el que se concentra en la ley perfecta, la de la libertad, y es constante, no para oír y olvidarse, sino para ponerla por obra, éste encontrará la felicidad en practicarla".
No tengas miedo a hacer un examen profundo de tu vida delante del sagrario, deja que el Señor te abra más los ojos. No temas hacer un examen cada noche de cada día, y deja que el Espíritu Santo te ayude a hacer propósitos concretos para mañana. Si tu corazón tiembla ponlo en las manos de María, y ella te descubrirá la alegría de fiarte del Señor y caminar con él, llenando de contenido tu vida.
Diócesis de Madrid
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Llegar a conocer a Jesús. como el que debe pasar por la muerte en cruz, es una gracia que sólo se obtiene por la acción de Dios. Esta acción de Dios queda clara en el milagro de hoy de la curación del ciego de Betsaida, en la acción repetida de Jesús sobre los ojos del ciego, que sólo poco a poco logrará ver.
El ciego no logra ver con total claridad desde el instante en que ocurre el milagro. Este acontecimiento es una expresión simbólica del proceso de los discípulos. Así como llegar a ver físicamente es para el ciego una gracia que Jesús le concede voluntaria y misericordiosamente. Así también el llegar a conocer a Jesús como "el Hijo del hombre crucificado y resucitado", es gracia del Padre celestial.
La acción repetida de Jesús para curar del todo al ciego, nos indica el proceso largo y duro que siguen los discípulos hasta alcanzar el conocimiento pleno y correcto de la realidad de Jesús.
Se puede llegar a tener un conocimiento humano perfecto y, sin embargo, de ahí no se sigue que se tenga un conocimiento espiritualmente perfecto de Jesús, el Cristo. Este conocimiento no sólo es de otro orden, sino que es contrario al del orden meramente humano. Lo que en el orden de la sociedad es normal, no lo es en el orden espiritual de Cristo.
Jesús está dominado por la ignominia de la Cruz. Su seguimiento exige cosas que no son lógicas, como, por ejemplo, creer en un Dios crucificado, impotente, que comparte con los excluidos, creer en un mundo igualitario. Todo esto imposibilitaba a los discípulos el creer con claridad en Jesús de Nazaret. ¿Será que nosotros hemos cambiado al Cristo de la cruz por un Cristo de poder y de majestad y por lo tanto vivimos un cristianismo sin mayores complicaciones?
Confederación Internacional Claretiana
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Apenas llega Jesús a cualquier parte, aparece de inmediato la gente preocupada por su sanación. En este caso, el hecho sucede en Betsaida, lugar en que Jesús toma un ciego que le han traído (que tiene la esperanza de recuperar la visión) y lo lleva a un lugar privado. Allí le va devolviendo la vista poco a poco, hasta que por fin lo logra. Tras lo cual pide Jesús al hombre que se vuelva discretamente a su casa, para no ser él considerado como un curandero o mago más (ya que su objetivo es otro).
En este relato se nota cómo los discípulos de Jesús parece que no lo conocieran ni lo confesaran como el Dios en quien tienen que creer. Son como el ciego del milagro: al principio no ven nada, luego comenzarán a ver borroso, hasta que consiguen ver con claridad.
Todo esto es producto de lo que estaban viviendo los discípulos, que no eran capaces de dar el paso con firmeza; primero dudaban, hasta que al fin lo conseguían. Lo que nos quiere decir es que el proyecto de Jesús no fue tan fácil de ser asumido como parece; los procesos que tuvieron que pasar en esa época debieron producir muchos inconvenientes. Ello nos facilita constatar dónde aparece el vigor que caracteriza la tenacidad de las luchas humanas.
Debe quedar claro en nuestra vida comunitaria que a Jesús se llega paso a paso, y que lograrlo también requiere de nuestra colaboración, ya que esto no se da por cálculos humanos sino, por la manera como nosotros nos abrimos a la acción de Dios. Las intervenciones de Dios son también pedagógicas, escalonadas y pacientes, abonadas con una sabiduría que nosotros no conocemos ni siempre comprendemos.
Servicio Bíblico Latinoamericano
c) Meditación
En aquel tiempo, nos refiere hoy el evangelista Marcos, Jesús y los discípulos llegaron a Betsaida. Betsaida era una localidad situada a orillas del mar de Galilea, y de allí eran algunos discípulos de Jesús como Felipe, Andrés y Juan, Simón Pedro y Santiago. Pues bien, llegados a esta aldea pesquera, le trajeron un ciego pidiéndole que lo tocase.
Los que le hacían esta petición confiaban en el tacto sanador de Jesús, y por eso buscaban el contacto. Jesús, como si quisiese reducir el impacto de su intervención, dándole la mayor privacidad posible, sacó al ciego de la aldea, le untó la saliva en los ojos, le impuso las manos, y le preguntó: ¿Ves algo?
El ciego empezó a distinguir imágenes borrosas de hombres, que le parecían árboles, pero que andaban. Jesús volvió a poner sus manos en los ojos del ciego, y éste comenzó a verlo todo con claridad. Estaba curado, y su sanador le despide diciéndole que no lo dijese a nadie en el pueblo.
Por lo que parece, Jesús deseaba seguir haciendo el bien, pero no que por el momento se hiciesen públicas sus buenas y extraordinarias acciones. Por su pare, lo más seguro es que el ciego no pudiese ocultar que había recuperado la vista, aunque no supiese explicar el cómo.
De nuevo nos encontramos a Jesús atendiendo las peticiones de los indigentes. Él se sabe el ungido y el enviado del que habla el profeta Isaías para dar la buena noticia a los pobres y anunciar el año de gracia del Señor. Y está claro que este anuncio de gracia traía consigo tales dones. No puede negarse Jesús, por tanto, a las súplicas de los pobres. Pero sí a que tales hechos se divulgasen vaga y erróneamente por el país.
La labor de Jesús, por tanto, era algo que tendría que ser prolongada en el tiempo, y por eso también hoy sigue atendiendo a las peticiones de los que se ponen en sus manos para que les imponga esas manos de tacto sanador y salvífico. Porque no todos estamos ciegos, ni tenemos problemas de vista que requieran la intervención del oftalmólogo, pero sí que podemos tener otras carencias e impedimentos.
Tal vez necesitemos que el Señor nos dé una visión de más largo alcance, o que cure nuestra miopía cercana. Tal vez necesitemos que Dios nos dé (o nos devuelva) la capacidad de ver más allá de nosotros mismos, o que nos permita ver a ese prójimo que antes no veíamos.
Tal vez necesitemos que Dios nos dé vista para ver más allá de las apariencias, o vista para llegar al corazón de las personas, o vista para ver a mi enemigo como imagen de Dios. O que nos dé vista para vernos a nosotros mismos tal como somos (sin deformaciones ni aumentos), o tal vez para ver nuestras miserias y cobardías.
En fin, que es muy posible que necesitemos que Jesús nos conceda (o nos devuelva) una vista que no tenemos, una vista deficiente y necesitada también de sanación.
JOSÉ RAMÓN DÍAZ SÁNCHEZ·CID, doctor en Teología
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