24 de Mayo

Sábado V de Pascua

Equipo de Liturgia
Mercabá, 24 mayo 2025

a) Hch 16, 1-10

         Nos dice el libro de Hechos que Pablo recorrió Siria y Cilicia, consolidando las Iglesias. Y que llegó también a Derbe y a Listra. Se trata del 2º viaje de San Pablo, que hoy empieza con una nueva visita a las comunidades de su 1º viaje (por 3ª vez).

         Pablo decidió llevar consigo a Timoteo (hijo de padre griego y madre judía), tras decidir circuncidarlo a causa de los judíos que había en aquellos lugares. Se trataba de otra prueba del espíritu de apertura de Pablo, pues la circuncisión ya no era obligatoria desde el Concilio de Jerusalén. Y de otra prueba de su espíritu de conciliación, aceptando un rito judaico para que no chocasen los judíos entre sí. Como él mismo dirá en una de sus cartas: "Me hice judío con los judíos y griego con los griegos, para ganarlos a todos". Es el movimiento mismo de la encarnación: Dios se hizo hombre con los hombres. ¿A quién debería yo acercarme, hoy?

         Atravesaron Frigia y la región de Galacia, e intentaron dirigirse a Bitinia. Pero el Espíritu de Jesús no se lo consintió, por lo que atravesaron Misia y bajaron a Troade. Hay que recibir con mucha fe esos nombres de provincias del Imperio Romano que Pablo y Timoteo recorrieron entonces casi toda el Asia Menor. Pero no hicieron siempre lo que hubieran querido.

         ¿Qué dificultad les cerró la puerta de Bitinia? En todo caso, lo dejan dócilmente una vez más, a cuenta del Espíritu, y se someten religiosamente, a esta imposibilidad de evangelizar que han encontrado en su ruta. Danos, Señor, este espíritu sobrenatural, esta docilidad total.

         Al llegar a Troade (antigua Troya, y actual Canakale), y por la noche, Pablo tuvo una visión: Un Macedonio estaba de pie suplicándole: "Pasa a Macedonia y ayúdanos". Hasta ahora, Pablo ha evangelizado Asia Menor (la actual Turquía, y algunas islas del Egeo). Pero ahora Dios le empuja a ir más lejos, a abordar un nuevo continente, la Grecia propiamente dicha (Europa). Y es un hombre quien le llama: "Ven a ayudarnos". El paganismo, en el fondo, es la peor miseria y en lo más hondo de sí mismo el hombre aspira a verse liberado de ello: "Ayúdame". Es la llamada de un hombre que me pide que le comunique la buena nueva.

         Inmediatamente intentamos pasar a Macedonia, persuadidos de que Dios nos llamaba para que les llevásemos la Buena Nueva. ¡Cuán emocionante resulta ese macedonio pidiendo socorro! Ese hombre que llama, ¡es Dios que llama! Tal es el origen de la misión. Una llamada de Dios. ¡Dios llama! Por desgracia, cuántas veces no le oímos. Perdón, Señor, por rehusar tan a menudo la llamada de nuestros hermanos y la llamada de Dios que aquella contiene.

Noel Quesson

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         Pablo inicia su 2º gran viaje misionero. A través de Asia Menor llegará a Europa y hará de las principales ciudades de Grecia escenario de su misión. El viaje durará del 49 al 52. En el momento de proyectarlo (Hch 15, 36-40), un doloroso incidente determina una reestructuración del grupo misionero de Pablo y una cierta división del área de misión. Bernabé, con Marcos, se embarca con rumbo a Chipre, mientras que Pablo, acompañado de Silas, se dirige a las comunidades de Asia Menor, ya evangelizadas.

         Mientras Pablo visita las comunidades (vv.1-5), se le une en Listra Timoteo, uno de sus más fieles colaboradores. Durante el viaje por Asia Menor (vv.6-10), el Espíritu Santo los encamina hacia Europa, e inesperadamente aparece Lucas entre los colaboradores de Pablo (v.10). Una vez en Europa (vv.11-15), se detienen en Filipos, principal ciudad de Macedonia, y la conversión de la hospitalaria Lidia constituye el punto de partida para la fundación de aquella importante comunidad.

         El acaloramiento que llevó a la ruptura de Pablo con el conciliador Bernabé (Hch 15, 39) tiene como trasfondo el previo abandono de Pablo y Bernabé por Marcos (Hch 13, 13). Las razones de fondo no se conocen bien. Pablo era un caudillo nato, y quizás trabajaba mejor a su aire que con los colaboradores subordinados. Así, aun valorando mucho la comunión eclesial (Gál 2, 2), él prefería actuar autónomamente y misionar en terreno virgen (Rm 15, 20). Cualquiera que sea la razón de estos hechos, las tensiones y las iniciativas autónomas también pueden ser en la Iglesia, al menos hasta cierto punto, un auténtico camino del Espíritu.

         ¿Qué suerte habría corrido la evangelización de los gentiles en la época apostólica si la Iglesia madre de Jerusalén que no veía con tanta claridad los signos de los tiempos, hubiera monopolizado toda acción misionera? Todo esto guarda cierta conexión con el tema del Espíritu Santo, que en nuestra perícopa (vv.6-10) y a través de todo el libro de los Hechos se presenta como el gran protagonista invisible de la misión.

         A pesar del cariz maravilloso de los relatos, tan habitual en la historia bíblica, las órdenes del Espíritu que bloquea unos caminos y abre otros, se percibirían probablemente en el marco de un curso muy normal de la historia. Sin querer excluir intervenciones sobrenaturales, podemos suponer que la voz del Espíritu hablaba a Pablo a través de su táctica misionera de ir a los terrenos vírgenes y no entrar en campos donde ya era conocido Cristo. Los carismas forman parte de la historia cotidiana de la Iglesia. Y donde se respeten los carismas del Espíritu, que sopla donde quiere, siempre habrá iniciativas creadoras.

Fernando Casal

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         San Pablo prosigue hoy su obra misionera, en su afán de que todos los hombres conozcan a Cristo, crean en él y se salven. En estos momentos no tiene impedimentos, y él se desvive por proclamar el mensaje evangélico a todos. Com recuerda San Juan Crisóstomo, todos los cristianos han de participar en la evangelización de los no creyentes:

"No puedes decir que te es imposible atraer a los demás. Si eres verdadero cristiano, es imposible que esto suceda. Si es cierto que no hay contradicción en la naturaleza, es también verdad lo que nosotros afirmamos, pues esto se desprende de la misma naturaleza del cristiano. Si afirmas que un cristiano no puede ser útil, deshonras a Dios y lo calificas de mendaz. Le resulta más fácil a la luz convertirse en tinieblas que al cristiano no irradiar. No declares nunca una cosa imposible, cuando es precisamente lo contrario lo que es imposible" (Homilías sobre Hechos, XX).

"A esto hay que añadir que San Pablo no halagaba, sino que presentaba el mensaje de Cristo en toda su exactitud, centrado en la cruz. Todas las verdades y todos los preceptos de Cristo incluso los más exigentes fueron materia de su predicación. Lo muestran sus cartas. No quiere saber otra cosa que a Cristo y a Cristo crucificado, escándalo para unos e insensatez para otros" (Comentario a los Hechos, V, 7).

         Los viajes apostólicos de San Pablo son una expresión práctica del deseo del autor del Salmo 99 de hoy: "Que toda la tierra aclame al Señor". También nosotros, con los mismos sentimientos del santo apóstol, empleamos las mismas palabras del salmista y decimos:

"Aclama al Señor, tierra entera, servid al Señor con alegría, entrad en su presencia con vítores. Sabed que el Señor es Dios; que él nos hizo y somos suyos, su pueblo y ovejas de su rebaño. El Señor es bueno, su misericordia es eterna, su fidelidad por todas las edades".

         Pero el plan y la obra de salvación no dependen de nosotros (ni de Pablo), sino de Dios. Nosotros debemos tener los oídos dispuestos siempre a escuchar al Señor, y los pies calzados para ir por donde el Espíritu del Señor quiera conducirnos. Cuando realicemos algún plan de trabajo siempre debemos, antes, invocar al Espíritu Santo, para que sea él quien nos ilumine y podamos decidir no conforme a nuestros pensamientos, no conforme a nuestras técnicas, sino conforme a la voluntad salvífica de Dios sobre toda la humanidad.

Manuel Garrido

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         Empieza hoy el 2º viaje misionero de Pablo (años 49-52), pero en este caso no acompañado por Bernabé (que se ha separado de Pablo por una discusión, sobre si debe ir o no con ellos Marcos) sino por Timoteo, Silas y Lucas (el autor de Hechos, porque en este relato aparece el nosotros). Como se ve, no siempre debía ser fácil colaborar con Pablo, decididamente líder y con opiniones muy personales.

         Puede parecer extraño que Pablo mande circuncidar a Timoteo, precisamente cuando su viaje es para dar a conocer las decisiones más liberalizadoras de la reunión de Jerusalén. Él no debe ver contradicción en el hecho. Por tanto, seguramente se deberá a que, siendo Timoteo de madre judía, ya tenía que haber sido circuncidado antes, y la anomalía podía bloquear la relación con los cristianos procedentes del judaísmo.

         Lo importante es que sigue la evangelización. Y además con una creciente conciencia de que es el Espíritu Santo el que les guía. Él es quien les dice que a tal región no vayan, y a tal otra, sí (por ejemplo, a Macedonia, sí). No sabemos los medios por los que ellos reconocían esta indicación del Espíritu. Pero en todo el libro de los Hechos es una constante este protagonismo del Espíritu y la obediencia de los discípulos a su voz.

         Con esta colaboración entre el Espíritu invisible y la comunidad visible, en modo particular sus responsables, sigue extendiéndose por el mundo la fe en Cristo, y el salmo puede así decir con verdad: "Aclama al Señor, tierra entera".

         Trabajar en equipo es difícil. Lo era para Pablo y sus acompañantes, y lo sigue siendo ahora. No obstante, a pesar de ello (de la separación de Bernabé), se ve claramente que Pablo tiene conciencia de que era la comunidad la que le enviaba. De hecho, al convertirse en Damasco, acude a la comunidad, va a Jerusalén a confrontar su fe con la de los apóstoles, sale de viaje cuando la Iglesia de Antioquía le manda, y a ella vuelve a rendir cuentas, así como acude también después al Concilio de Jerusalén a ponerse de acuerdo con los demás.

         Nosotros podemos tener distintas visiones en los aspectos de la vida eclesial, pero no hemos de perder de vista que somos comunidad, y que las cosas no se deciden ni se hacen con criterios meramente personales.

         Además, en ese discernimiento debemos estar atentos a la vida (por una parte) y al Espíritu Santo (por otra parte). Debemos saber leer los signos de los tiempos, a los que en el libro de los Hechos está ligada de alguna manera la voz del Espíritu. Es el Espíritu de Jesús, misterioso pero eficaz agente de toda vida eclesial, quien inspira a la comunidad cuáles son los lugares y los caminos de la evangelización en cada momento.

         En resumidas cuentas, no puede erigirse cada cual en intérprete de la voluntad de Dios, sino que el discernimiento ha de ser comunitario, a través de la voz del Espíritu (la cual se reconoce a través de la enseñanza y decisión de los sucesores de Pedro y los apóstoles, el papa y el episcopado mundial).

José Aldazábal

b) Jn 15, 18-21

         Jesús ha hablado hasta ahora mucho del amor, pero en el pasaje de hoy aparece la palabra odio. Anuncia de antemano a sus seguidores que el mundo les odiará, y que esto va a ser una historia de lucha entre el bien y el mal. Al igual que sucedió en la persona de Cristo, el maestro, lo será del mismo modo con sus seguidores: "Si el mundo os odia, sabed que me ha odiado a mí antes que a vosotros".

         Y es que de por medio está el gran contraste: ser del mundo o no serlo. Hay diferencia entre "estar en el mundo" y "ser del mundo" (o sea, compartir los criterios del mundo). El mundo para Juan es siempre el conjunto de las fuerzas del mal, opuestas al Reino que quiere establecer Jesús.

         Las palabras de Jesús en la Ultima Cena nos avisan también a nosotros de que va a ser difícil nuestra relación con el mundo. Como lo fue para Cristo Jesús. Como lo ha sido a lo largo de los dos mil años de la historia para la comunidad cristiana.

         "Si fuerais del mundo, el mundo os amaría, pero como no sois del mundo por eso el mundo os odia". Según esto, debería ser mala señal que la sociedad nos aceptara demasiado fácilmente: sería señal o de que el mundo se ha convertido y ha cambiado, o de que nosotros no damos testimonio de los valores cristianos, sino que nos hemos amoldado de alguna manera a la manera de pensar del mundo y no le resultamos incómodos.

         Es el peligro que podemos tener: el mimetismo, la asimilación insensible de la jerarquía de valores del mundo, en vez de la de Cristo. Todos somos conscientes de que las bienaventuranzas de este mundo no coinciden en absoluto con las de Jesús, y que nos hace falta lucidez para discernir en cada caso. ¿A cuáles nos apuntamos? ¿Nos dejamos manipular, por las verdades de este mundo y por sus promesas a corto plazo, por cobardía y por pereza, o nos mantenemos fieles a Jesús, el único que "tiene palabras de vida".

José Aldazábal

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         La lectura del evangelio de hoy describe la situación precaria de la comunidad cristiana en el mundo, que en concreto era la sociedad pagana y en parte también la judía de finales del s. I y comienzos del s. II. Una situación que se caracteriza por el rechazo y hasta por la persecución abiertas. La resistencia a la revelación no ha cesado con la cruz de Jesús; ahora se dirige contra la comunidad creyente que mantiene el testimonio de la revelación y que se presenta frente al mundo.

         "Si el mundo os odia, sabed que me ha odiado a mí antes que a vosotros", nos recuerda Jesús. La exhortación a la comunidad cristiana comienza con un recuerdo lapidario: la expresión sabed, que invita a los oyentes a reflexionar sobre su situación fundamental y a que piensen en aquel Jesús al que se han unido mediante la fe.

         El odio del mundo sale al paso a los discípulos, que probablemente no contaron con esta contingencia al abrazar la fe. Que la fe suscite odio y no amor es algo que puede confundir a los cristianos sobre todo si se piensa que precisamente por la misma fe cristiana se está obligado al amor.

         A esto se añade el peligro (presente ya desde el comienzo) de que, frente a la amenaza de las persecuciones y dificultades, algunos cristianos se volvieran atrás y apostataran. Por eso es tan apremiante el recuerdo de Jesús, y recordar a los cristianos que, cuando se topen con el odio del mundo, tengan presente que su suerte y destino no pueden ser otros que los del propio Jesús.

         "Antes que a vosotros me han odiado a mí", les viene a decir Jesús, tras lo cual se añade la razón teológica del hecho: los discípulos ya no pertenecen al mundo. Como dijo Jesús, "si fuerais del mundo, el mundo os amaría como cosa suya. Pero como no sois del mundo, sino que yo os he escogido sacándoos del mundo, por eso el mundo os odia".

         Los discípulos "no son del mundo", han pasado ya "de la muerte a la vida", por lo cual se han despojado de su naturaleza mundana. Para el mundo ya no son "lo suyo", sino que ahora pertenecen a Jesús. Él los ha hecho suyos mediante su elección. Porque ya no pertenecen al mundo, tampoco el mundo les demuestra su amor, habiendo perdido a sus ojos todo interés. Y por esta pertenencia a Jesús los cristianos han entrado lógicamente en esa oposición tensa y radical que hay entre Dios y el mundo. Pablo llegará a decir que "están crucificados con Jesús".

         Sin embargo, los cristianos han de vivir en el mundo, aunque no se sientan en el mundo como en su propia casa. Eso sí, sin identificarse con el mundo (que es lo que el mundo no les puede perdonar, y "por eso el mundo os odia"). Como recuerda Jesús, "todo esto lo harán con vosotros a causa de mi nombre, porque no conocen al que me envió".

         Jesús es el testigo por excelencia del amor y de la fidelidad de Dios, pero el pueblo judío prefiere llamarle blasfemo antes que reconocerlo como Hijo de Dios. Para creer en Jesús de Nazaret y aceptar el Reino inaugurado en su persona, el pueblo elegido tendría que haber renunciado a su orgullo, a su seguridad en sí mismo. Prefirió suprimir al testigo molesto.

         La Iglesia es el cuerpo de Cristo y encarna la sabiduría de Dios. Por eso, tiene que sufrir inevitablemente los ataques del hombre que se cree dios de sí mismo y que no puede renunciar a ser él el autor de su propia salvación. Este hombre siempre buscará acusaciones contra la Iglesia, por los mismos motivos que las buscó contra Jesús. Entonces no se aceptó a Jesús como enviado de Dios. Ahora no se acepta a la Iglesia como enviada de Cristo.

Maertens-Frisque

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         El evangelio de hoy contrapone el mundo con los seguidores de Cristo. El mundo representa todo aquello de pecado que encontramos en nuestra vida. Una de las características del seguidor de Jesús es, pues, la lucha contra el mal y el pecado que se encuentra en el interior de cada hombre y en el mundo. Por esto, Jesús resucitado es luz, luz que ilumina las tinieblas del mundo. Ya el papa Juan Pablo II nos exortaba a "que esta luz nos haga fuertes y capaces de aceptar y amar la entera verdad de Cristo, de amarla más cuanto más la contradice el mundo".

         Ni el cristiano, ni la Iglesia pueden seguir las modas o los criterios del mundo. El criterio único, definitivo e ineludible es Cristo. No es Jesús quien se ha de adaptar al mundo en el que vivimos, sino que somos nosotros quienes hemos de transformar nuestras vidas en Jesús, porque "Cristo es el mismo ayer, hoy y siempre".

         Esto nos ha de hacer pensar, porque cuando nuestra sociedad secularizada pide ciertos cambios o licencias a los cristianos y a la Iglesia, simplemente nos está pidiendo que nos alejemos de Dios. El cristiano tiene que mantenerse fiel a Cristo y a su mensaje, como bien recuerda San Ireneo: "Dios no tiene necesidad de nada; pero el hombre tiene necesidad de estar en comunión con Dios. Y la gloria del hombre está en perseverar y mantenerse en el servicio de Dios".

         Esta fidelidad puede traer muchas veces la persecución, porque "si a mí me han perseguido, también os perseguirán a vosotros" (Jn 15, 20). No obstante, el miedo no hay que tenerlo a la persecución, sino a no buscar con suficiente empeño el cumplimiento de la voluntad del Señor. ¡Seamos valientes y proclamemos sin miedo a Cristo resucitado, luz y alegría de los cristianos! ¡Dejemos que el Espíritu Santo nos transforme para ser capaces de comunicar esto al mundo!

Ferrán Jarabo

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         La comunidad de Juan, que se erige como ejemplo para las sucesivas comunidades del naciente cristianismo en medio de la persecución de Nerón y Domiciano, recurre al recuerdo del maestro para encontrar algún alivio y fuerza para resistir. En respuesta a toda esa angustia nace este texto que servirá de testimonio y lección teológica para las generaciones sucesivas.

         El desprecio que los poderosos de aquel tiempo sienten por Jesús llegará a extremos imprevisibles; se profundizará en tal grado que quienes sigan sus propuestas correrán su misma suerte. Pero él les hace saber que esto les sucederá por haberse apartado del pecado de quienes tienen el egoísmo como norma. Estos inconvenientes serán motivados por las propuestas de Jesús ya que quienes se sienten afectados por ellas no tienen el corazón abierto para conocer lo que ellas realmente son y su única reacción será la violencia.

         Entre sus discípulos y Jesús existe una empatía que se manifiesta en un amor fervoroso. Lo aceptan como líder, como amigo, como compañero, como hermano. Es decir, hay entre ellos y Jesús una plena identificación. Por esto mismo le reciben sus correcciones, sus regaños, las misiones que tengan que cumplir y todo lo que el maestro diga, por la sencilla razón que en ellos existe sobre todo un gran amor hacia Jesús.

         Frente a lo que va a venir ya no hay temor porque si ese mundo, que es todo lo contrario de Jesús, llega a odiar a cualquiera del grupo, es porque se parece a su maestro. Así, ese "odio del mundo" se transformará para el cristiano en motivo de orgullo y razón de identidad, porque el que sea perseguido lo será por estar revelando a Jesús.

José A. Martínez

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         En la lectura evangélica de hoy, que sigue siendo del evangelio de Juan, Jesús anuncia a sus discípulos que experimentarán el odio del mundo, como él mismo lo ha experimentado. No obstante, ¿no resulta algo extraña esta concepción pesimista y negativa del mundo en boca de Jesús?

         En efecto, en el evangelio de Juan se emplea un lenguaje que estaba muy en boga a finales del s. I. Era el lenguaje dualista que presentaba las cosas en forma de oposiciones: cielo y tierra, arriba y abajo, bien y mal, Dios y demonio, carne y espíritu. Uno de los polos era concebido como bueno y positivo, y el otro como malo y negativo.

         En concreto, este lenguaje era ya conocido en el mundo judío antes de Jesucristo, y aparece reflejado en los escritos de Qumram, en buena parte de la literatura apócrifa apocalíptica de los judíos, e incluso en algunos pasajes sapienciales o apocalípticos del AT.

         Cuando Jesús habla del mundo que le odia, y que también odiará a sus discípulos, no se está refiriendo al cosmos o universo como creación de Dios, pues este es bueno y refleja la sabiduría, la bondad y la belleza del creador. Sino que se está refiriendo a la actitud cerrada de las personas egoístas, vanidosas, avaras, crueles e insensibles que se oponen a ese orden natural y bueno establecido por Dios en su creación.

         Jesús anuncia a sus discípulos el odio del mundo que se manifestará en persecuciones, como las que él mismo ha sufrido y como han sido constantes a lo largo de la historia del cristianismo. Persecuciones que en lugar de detener el ímpetu evangelizador de la Iglesia, la lanzan a nuevos horizontes, a nuevas fronteras, confortada por el Espíritu de Jesucristo.

Confederación Internacional Claretiana

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         En el evangelio de hoy Jesús continúa refiriéndose a la identidad del discípulo, y contrapone el amor del Padre (manifiestado en la comunidad del Hijo) con el odio del mundo (manifiestado por la persecución y el rechazo).

         El mundo, en el evangelio de Juan, es sinónimo de todo un sistema ideológico, político y social que aliena al ser humano y lo convierte en un esclavo. Y aunque es verdad que los seguidores de Jesús provienen de ese mundo, también es verdad que ya no pertenecen a él (Jn 15, 19), porque el seguimiento de Jesús, y la amistad personal con el Maestro, les ha llevado a romper con la mentalidad alienada del mundo.

         La ruptura con el mundo no es un asunto fácil, sino que resulta un conflicto en extremo deprimente y peligroso. Porque el mundo, con su mentalidad alienadora, no permitirá la más mínima disensión, y regirá un estricto control uniformista, tachando y persiguiendo toda singularidad creativa.

         Los discípulos deben luchar incansablemente por superar, en su propia persona y en la comunidad, la mentalidad que les ha impuesto el mundo. Y no sólo como algo que viene de fuera, sino también en lo que se ha introducido en nuestra forma de pensar. Para ello, el evangelio nos da pautas para comprender nuestras propias fracturas interiores.

         La primitiva comunidad padeció con angustia la presión que ejercía el medio social desfavorable, y la amenaza real que buscaba eliminarlos de la sociedad. Ellos constituían un estilo de vida diferente y no contaban con mucha aceptación, así que debían apelar en todo momento a una tremenda convicción y firmeza de principios. Sin embargo, las experiencias duras de rechazo y exclusión no los derrumbaron, sino que su fe se acrecentó y ellos comprendieron que su experiencia era la misma de Jesús.

Servicio Bíblico Latinoamericano

c) Meditación

         Jesús prolonga hoy su explicación de las cosas a sus discípulos, con palabras que reproducen comportamientos y destinos: Si el mundo os odia, sabed que me ha odiado a mí antes que a vosotros. Si fuerais del mundo, el mundo os amaría como cosa suya, pero como no sois del mundo, por eso el mundo os odia.

         Todo el mundo tiende a rechazar los elementos que le son extraños y permanecen extraños. Es el fenómeno del rechazo, tan frecuente en el ámbito de los trasplantes de órganos. Se trata de la reacción que se produce en el organismo (= mundo) por la presencia de un órgano que es percibido como un potencial agresor. Es, pues, un mecanismo de defensa de ese mundo que reacciona ante lo extraño. 

         Así fue percibido Jesús por la sociedad religioso-política de su tiempo, como un elemento extraño y potencialmente peligroso. Conviene que muera uno y no la nación entera, sentenció el sumo sacerdote en su momento. Y por eso reaccionó ante él con violencia.

         Jesús se sintió realmente odiado por ese mundo que le veía como un elemento peligroso para su subsistencia, y que puso todos los medios a su alcance para su eliminación. El odio no desiste hasta ver aniquilado a su adversario, y cuando ese adversario se reproduce en sus seguidores (como sucedió con Jesús), no es inusual que ese odio brote de nuevo.

         La experiencia histórica demuestra que esto es así, y por eso Jesús se lo anticipó a sus discípulos. Les previene ante un mundo que les rechazará como elementos extraños y peligrosos, del mismo modo que le había rechazado a él. Es en lo que consiste el odio del mundo, por lo que no ha logrado hacer suyo o asumir como propio.

         Jesús destaca esta extrañeza, y por eso exclama a sus discípulos: Como no sois del mundo, por eso el mundo os odia. Es decir, que aun siendo del mundo, puesto que son naturales de esta tierra y forman parte de este universo, serán segregados del mundo por mantener una mentalidad con la que el mundo no comulga.

         Fue el mundo religioso-político judío el que condujo a Jesús al patíbulo, y el que se apartó como elementos extraños a los testigos de su resurrección. Desde ese mismo instante, los discípulos de Jesús dejaron de formar parte de ese mundo, convirtiéndose en objeto de rechazo y odio.

         Así fueron vistos los primeros cristianos en tiempos de persecución, como extraños entre los judíos (que no fueron capaces de absorberlos, como pretendían) y entre los paganos (que tampoco lograban hacerlos suyos, ni integrarlos en su mentalidad politeísta y pseudo-religiosa).

         Evidentemente, los cristianos no eran de ese mundo, y por eso el mundo les odia y les persigue con el propósito de hacerlos desaparecer de la faz de la tierra. Basta leer cualquier apología del s. II, o el Contra Celso de Orígenes, para tomar conciencia de esta realidad.

         Por otra parte, el odio de este mundo que ha derramado tanta sangre cristiana no se ha agotado. A veces puede permanecer larvado o latente, y otras veces brotar de nuevo con furia por diferentes motivos. Pero siempre lo hará siguiendo el mismo patrón: por no tolerar un elemento extraño y peligroso para el sistema.

         Si Jesús fue perseguido por esta causa, no debe extrañarnos que lo sean también sus seguidores, porque el siervo no es más que su amo, y si a él lo persiguieron también os perseguirán a vosotros. Y si no nos persiguen, tendremos que preguntarnos si no nos habremos asimilado tanto al mundo, que éste nos ha considerado ya como suyos.

         En este punto sólo caben dos alternativas: o que el mundo se haga cristiano, o que el cristianismo se haga mundano. Si bien no es descartable un diálogo para que el mundo asuma elementos cristianos y el cristianismo elementos mundanos. Pero esos encuentros no suelen estar nunca exentos de tensiones. Tampoco es aconsejable una forma de sincretismo que desvirtúe la verdad de los mundos encontrados o confrontados.

         Jesús no dejó de dialogar con este mundo en el que brotó el odio contra él, pero no renunció nunca a sus convicciones ni a su enseñanza. Sería como renunciar a la verdad de la que era testigo y que se le había encargado sembrar en el mundo.

         Hubo quienes acogieron y guardaron su palabra; otros también guardarán la palabra de sus sucesores. Pero esa palabra no debe dejar de resonar en el mundo (ya sea aceptada o rechazada), porque es la palabra que tiene su origen en el mismo Dios y Creador del universo.

         Jesús no sólo quiere a sus discípulos como con-sortes, sino que les vaticina este con-sorcio: Lo mismo harán con vosotros, y todo eso lo harán con vosotros por causa de mi nombre. O el mundo se hace cristiano, o la suerte que espera a los cristianos en el mundo no puede ser otra que la de Jesús.

         Cabe pensar también que el mundo se mantuviera indiferente o neutral ante lo cristiano. Pero la historia demuestra que estas presuntas neutralidades suelen revelarse insostenibles a la larga, y más tarde o más temprano se van acumulando en el corazón los resentimientos y odios, hasta que un día acaban por estallar (como sucede con esos volcanes dormidos, que de repente despiertan y empiezan a expulsar la lava contenida en su estómago).

         Las palabras de Jesús resultaron premonitorias en su momento histórico, y puede que lo sigan siendo en la actualidad, puesto que no han cesado las persecuciones. Quizás siembren estas palabras en nuestro corazón una cierta inquietud, pero no podemos soslayarlas ni menospreciarlas.

         Nuestra suerte como cristianos está ligada a la suerte de Jesús, y a la causa que hemos hecho nuestra. En esa misma medida, incorporamos nuestra vida a la suya y nuestra suerte a su suerte. Que el Señor nos encuentre preparados para ser sus testigos en cualquier circunstancia.

JOSÉ RAMÓN DÍAZ SÁNCHEZ·CID, doctor en Teología

 Act: 24/05/25     @tiempo de pascua         E D I T O R I A L    M E R C A B A    M U R C I A