3 de Julio

Jueves XIII Ordinario

Equipo de Liturgia
Mercabá, 3 julio 2025

a) Gén 22, 1-19

         La historia del sacrificio de Isaac, que hoy escuchamos, sobresale entre todas las narraciones patriarcales por su profunda emotividad, por su valor literario y por la densidad teológica. Por debajo de la forma actual se insinúan diversos niveles de tradición, con una historia rica, pero no siempre clara.

         Los 2 versículos iniciales iluminan todo el relato que sigue y aclaran su sentido. Se trata de una prueba que Dios pone a Abraham, con la cual el patriarca ha de acreditar, una vez más, su fidelidad al Señor. La prueba, sin embargo, no es sencilla, pues le exige la ofrenda del hijo de las promesas ("toma a tu hijo único, a tu querido Isaac") y pone de manifiesto la incomprensibilidad de la decisión divina (pues su hijo es el depositario de los planes salvadores de Dios), después de tanto tiempo de espera y tantos deseos y lágrimas derramadas. Inesperadamente, ahora todo eso debe ser ofrecido ¡en holocausto!

         El lugar de la oblación está vagamente precisado: en una montaña del país de Moria, con probable alusión a la montaña en que fue edificado el Templo de Jerusalén; 2Cr 3,1). La respuesta diligente de Abraham, en el v. 1, preludia su docilidad a la orden divina, cuya gravedad va a comprender en seguida. Si la llamada inicial de Dios comportaba abandonar su país de origen y su enraizamiento en el pasado, el sacrificio de Isaac equivalía a cortar sus amarras con el futuro.

         El viaje está descrito con pinceladas vigorosas y con detalles muy significativos, especialmente después que Abraham y su hijo se separaran de los criados con la justificación de que querían ir a orar en la montaña (tal como se solía hacer al pasar cerca de un santuario o lugar sagrado conocido). Se indica, delicadamente, que Abraham tomó los objetos peligrosos, como el fuego y el cuchillo. La mención de que falta el cordero para el sacrificio (en el diálogo entre padre e hijo) hace subir la tensión del relato, así como el silencio que se cierne sobre el último tramo doloroso del camino.

         En el último instante, el ángel de Yahveh (Dios mismo) impide el holocausto del hijo, una vez que el temor de Dios y la obediencia de Abraham han quedado suficientemente demostrados. Un carnero, que Abraham ve enredado en la espesura, lo sustituirá. Desde entonces, aquel lugar llevará el nombre de "Dios provee", que puede tener varios sentidos: Dios ve la obediencia de Abraham, o Dios provee la ofrenda. La sublime ejemplaridad del relato es manifiesta.

Josep Mas

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         Para comprender la belleza y grandeza de Abraham, en el acto de sacrificar a su propio hijo, nuestra mirada tiene que adaptarse a una realidad que sucedió hace 4000 años, a una escala y a un mundo que son muy diversos de los nuestros.

         El mundo de Abraham tenía sus referentes. Un mundo de tribus que hoy llamaríamos semisalvajes, acostumbradas a matar o morir, si se daba confrontación con otras tribus. Un mundo agreste en el que los débiles no tenían otro destino sino una temprana muerte. Un mundo plagado de incertidumbres, en el que cada cual a su manera trataba de ganarse el favor de los dioses.

         Con cierta lógica, ese mundo funcionaba bajo el esquema del comercio con la divinidad: el que da poco a los dioses espera recibir poco de ellos; el que da mucho espera tener asegurado mucho. Abraham no podía conocer otro mundo distinto de ese. Y en ese mundo los padres sacrificaban sus hijos precisamente porque los amaban, como un sacrificio de compra-venta a los dioses. Por eso al iniciar un proyecto grande (como fundar una ciudad, por ejemplo) echaban los cimientos sobre el cadáver sacrificado de un hijo, a menudo el primogénito. De todo esto hay constancia bíblica y extrabíblica.

         En ese contexto, que choca tanto con nuestros ojos, Abraham escucha un mandato del Dios en el que cree. Este Dios le ordena que haga un imposible, que sacrifique al hijo de la promesa, el hijo que no sólo era lo más precioso para Abraham, sino que había sido un regalo, un milagro, un hecho a todas luces irrepetible. Dios nos parece inhumano en semejante exigencia.

         ¿Realmente quería Dios la muerte del inocente Isaac? Los hechos demostraron que no. Y sin embargo, Dios hablaba el lenguaje de ese tiempo que (repitámoslo una vez más) era dramáticamente diverso del nuestro (pues no cualquier lenguaje es comprensible en cualquier tiempo). Podemos decir que Dios se adaptaba a la rudeza de la época, pero a la vez la superaba al impedir (finalmente) que Isaac fuese sacrificado. El precio de esa vida inocente quedó como testimonio de la fe inconmovible de Abraham, a quien desde entonces lo llamamos "nuestro padre en la fe".

         Esta enseñanza básica permanecerá como una constante a lo largo de toda la Biblia: no hay más dioses que Dios, y nada puede interponerse entre Dios y el corazón del hombre (Dt 4,35; 32,39; 2Sam 7,22; Sal 83,18; Is 43,10-13; 1Cor 8,4; Ef 4,6). Por eso, amará el hombre a Dios "con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu fuerza" (Dt 6,5; Mc 12,29-30).

Nelson Medina

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         Realmente "Dios puso a prueba a Abraham", sobre todo tras leer la macabra escena de la 1ª lectura de hoy, una de las más famosas de la Biblia: Abraham, por ser fiel a Dios, está dispuesto a sacrificar a su propio hijo.

         No hace falta recordar que Isaac es el hijo de la promesa, al que durante tantos años había sido esperado. ¿No le había asegurado Dios, una y otra vez, que su pueblo iba a ser numeroso como las estrellas del cielo? Y ahora le pide que se lo sacrifique. Abraham había renunciado a su buena posición en Ur, pero esto de ahora (el sacrifico de Isaac) era como volverle al pasado y renunciar al futuro (al renunciar a su hijo). Dios es consciente de la prueba que le pide a su amigo, pues se trata de "tu hijo único, al que tanto amas".

         Tal vez, el autor del Génesis busque con este relato desautorizar ante los israelitas todo sacrificio humano, costumbre bastante extendida en las culturas vecinas. Al tiempo que ponía de relieve la fe y obediencia a Dios, que está en contra de esos sacrificios humanos.

         No es extraño, por tanto, que la Carta a los Hebreos ponga a Abraham como modelo de fe y de disponibilidad ante Dios: "Por la fe, Abraham, sometido a la prueba, presentó a Isaac como ofrenda, y el que había recibido las promesas, ofrecía a su unigénito. Pensaba que poderoso era Dios aun para resucitar de entre los muertos" (Hb 11, 17-19). ¿Hasta qué punto estamos nosotros dispuestos a ser fieles a Dios, en ese estilo de vida?

         Hoy podemos espejarnos en esta gran figura del AT. La Plegaria I Eucarística, al ofrecer el sacrificio de Cristo y el nuestro a Dios, dice: "Acéptala (nuestra ofrenda) como aceptaste el sacrificio de Abraham, nuestro padre en la fe". Si nos mostramos tan disponibles ante Dios, también nosotros tendremos descendencia numerosa y podremos decir con el salmo responsorial de hoy: "Caminaré en presencia del Señor en el país de la vida... El Señor guarda a los sencillos; estando yo sin fuerzas me salvó".

         Pero, sobre todo, miremos a Jesús, que subió al monte Calvario llevando la cruz, como Isaac subió al Monte Moria llevando la leña para el fuego de su propio sacrificio.

José Aldazábal

b) Mt 9, 1-8

         Dos veces han aparecido ya paralíticos en este evangelio (Mt 4,24; 8,6), y por tanto ya es hora de que Jesús explique la causa de la parálisis, y el sentido de curarla. En efecto, en el pasaje de hoy se ve que el paralítico es un hombre incapaz de toda actividad. Luego curar a un paralítico supone no sólo dar al hombre la posibilidad de caminar, sino de elegir su propia vida y ejercer su propia actividad.

         Son varios los que presentan el paralítico a Jesús, y Jesús ve su fe. Sin embargo, se dirige sólo al paralítico, para anunciarle que sus pecados están cancelados. Los pecados significan el pasado pecador del hombre, previo a su encuentro con Jesús. Mientras que la fe en Jesús, que es la adhesión a él y a su mensaje, cancela el pasado pecador y otorga una nueva oportunidad de vida, a forma de nuevo comienzo.

         Existe en el texto una aparente incoherencia, pues mientras Jesús "ve la fe de ellos", dirige sus palabras únicamente al paralítico. Y dado que la fe es la que obtiene la liberación del pasado, esto significa que la figura del paralítico incluye las de sus portadores (representando así a los hombres, en su condición de muerte y en su deseo de salvación). Los portadores expresan el anhelo por encontrar salvación en Jesús, el paralítico expresa la situación concreta de los hombres. Y Jesús exhorta al paralítico a confiar ("ánimo") familiarmente (lo llama hijo), término que se aplica a los israelitas (Mt 15, 26). Jesús considera a este hombre como miembro de Israel.

         Aparecen entonces los letrados hostiles a Jesús, cuya enseñanza se apoya en la tradición. Sin expresarlo en voz alta, juzgan que Jesús blasfema (es decir, que insulta a Dios atribuyéndose una función divina). Jesús intuye lo que piensan y los desafía proponiendo la curación del paralítico como prueba de su autoridad para perdonar pecados.

         El sujeto que posee la autoridad es el Hombre (Mt 8, 20) o el Hijo de Dios (Mt 3, 16), que es el "Dios entre nosotros" (Mt 1, 23). La doctrina sobre la trascendencia de Dios había excavado tal abismo entre él y los hombres, que resultaba imposible para los letrados admitir que el Hombre pudiese tener condición divina. La autoridad de Jesús es universal, y se ejerce "en la tierra" (lugar de habitación de la humanidad).

         Con una sola palabra, Jesús cura al paralítico. La curación significa el paso de la muerte a la vida ("levántate", verbo aplicado a la resurrección; Mt 27,63.64; 28,6.7). El hombre, muerto por sus pecados, no solamente es liberado de ellos, sino que empieza a vivir. La fuerza del argumento propuesto por Jesús ("para que veáis") está en esto: la vida y libertad que él comunica al hombre (hecho constatable) prueban que éste ya no depende de su pasado (cancelar los pecados), sino que es dueño de lo que antes lo tenía atado (carga con tu camilla).

         Los circunstantes son multitudes determinadas, alusión a las que lo siguieron después del Discurso en la Montaña (Mt 8, 1). Su reacción es de temor, y al mismo tiempo de alegría. Alaban a Dios por haber concedido tal autoridad "a los hombres". Esta última expresión, en paralelo con "el Hijo del hombre", muestra que "el Hijo del hombre" es una condición que puede extenderse a otros. De hecho, como aparecerá más tarde, el destino del Hijo del hombre será el de sus discípulos (Mt 16, 24), y su autoridad será comunicada a los suyos (Mt 18, 18).

Juan Mateos

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         La curación del paralítico de hoy se encuentra inmediatamente después del texto que leíamos ayer, y tiene sus paralelos en los otros 2 sinópticos (Mc 2,1-12; Lc 5,17-26). No obstante, existen dudas respecto a la ubicación, pues mientras en Mateo tiene lugar tras la tempestad calmada y la curación de los endemoniados gadarenos (en un momento bastante avanzado de la obra), en Marcos y Lucas el episodio tiene lugar después de la curación de un leproso (más bien al principio).

         El escenario del relato es la otra orilla del mar, en "su ciudad" de Cafarnaum, el lugar donde Jesús vuelve siempre durante su ministerio en Galilea. Aunque no da a entender que estuviera en una casa particular (Mt 8, 20), sino más bien en un recinto cerrado (pues introducen al enfermo por un boquete abierto en el techo).

         El milagro es una respuesta a la fe de quien se acerca a Jesús, implícitamente hay una confesión del pecado y una propuesta de arrepentimiento. Sin embargo, esto no sólo hace posible la curación, sino que provoca la manifestación de que él tiene autoridad para perdonar pecados.

         Ambos elementos quedan unidos en la narración, y la curación conlleva la reinserción del enfermo en la sociedad y el restablecimiento del pecador con Dios (y eso que según la concepción del momento, el Mesías aniquilaría a los pecadores e injustos, arrojándolos a las tinieblas). Por eso las palabras que enfrentan a Jesús con los letrados son expresión de que el perdón de los pecados es efecto de la sanación realizada por Jesús, que demuestra que el poder restaurador y salvífico de Dios se ofrece también al pecador.

         Los letrados son los escribas o los dirigentes religiosos de Israel. La expresión "en su interior" puede comprenderse como "razonaban entre sí" (Mt 16, 8). La acusación de blasfemia será la decisiva en el momento de la condena de Jesús (Mc 14, 60-64), cuando se le acuse de apropiación de las prerrogativas divinas (Sal 103,3; Is 43,25; 1Jn 1,9). Aunque, como vemos hoy, dicha apropiación se va fraguando a lo largo de los diversos encuentros de Jesús con los religiosos de Israel.

         La conclusión es evidente: Jesús actúa con el poder de Dios (Mt 12, 22-28), que es lo mismo que decir que él es el Hijo de Dios, según se desprende de los signos que realiza. El final desconcertante (como ocurría en el texto de ayer) traslada a los hombres el motivo de la acción de gracias de la gente a Dios, en la convicción de que Jesús tiene que haber recibido ese poder de él (Mt 16,19; 18,18). Jesús se vuelve a identificar aquí con el Hijo del hombre.

Fernando Camacho

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         Después del viaje que hizo ayer a territorio pagano (a Gerasa), Jesús vuelve hoy a su país, y se establece en su ciudad de Cafarnaum. Entonces le presentan un paralítico echado en una camilla. Y Jesús, viendo la fe que tenían, dijo al paralítico: "¡Animo, hijo! Se te perdonan tus pecados".

         Mientras Marcos (Mc 2, 4) y Lucas (Lc 5, 19) insertan los detalles de la camilla bajada desde el techo después de levantar algunas tejas, Mateo es más sobrio y va directamente a lo esencial: el perdón de los pecados. Es la 1ª vez que Mateo menciona este tipo de poder.

         Hasta aquí hemos visto a Jesús curando enfermos, dominando los elementos naturales, venciendo los demonios... Y he aquí que también ¡perdona los pecados! No debo pasar rápidamente sobre estas palabras ni sobre la actitud de Jesús que ellas expresan. ¿Qué pensaste entonces, Señor, cuando por 1ª vez dijiste "te perdono tus pecados"?

         Entonces algunos escribas o letrados dijeron interiormente: "Este blasfema". Es verdad que ese poder está reservado a Dios, pues el pecado es una ofensa a Dios, y eso es algo que sólo él puede perdonar. Pero Jesús, para demostrar que él era el Hijo de Dios, y que también tenía esa facultad sobre la tierra (la de perdonar el pecado), dijo entonces al paralítico: "Ponte en pie, carga con tu camilla y vete a tu casa".

         Pero Jesús no se intimidó, sino que pronunció las fórmulas de absolución ("tus pecados son perdonados") e hizo los gestos exteriores de curación ("levántate y vete a tu casa").

         Al ver esto, "el gentío quedó sobrecogido y alababa a Dios, que da a los hombres tal autoridad". El final de la frase de Mateo es ciertamente intencionada, y amplía voluntariamente la perspectiva. No se trata ya sólo del poder que Jesús acaba de ejercer, sino también de que ha confiado ese poder a "unos hombres" (los apóstoles, allí presentes). Definitivamente, la Iglesia es la misericordia de Dios para los hombres.

         Los escribas pensaban que la enfermedad estaba ligada a un pecado. Jesús denunció esa manera de ver (Jn 9, 1-41), pues "ni él ni sus parientes pecaron, para que se encuentre en este estado". Jesús usa aquí la visibilidad de la curación corporal (perfectamente controlable) para probar esa otra curación espiritual, la del alma en estado de pecado. Los sacramentos son signos visibles que manifiestan la gracia invisible. En el Sacramento de la Penitencia, el encuentro con el ministro, el diálogo de la confesión y la fórmula de absolución, son los signos visibles del invisible perdón.

Noel Quesson

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         En aquel tiempo, subió Jesús a una barca, cruzó a la otra orilla y fue a su ciudad. Le presentaron un paralítico en una camilla. Viendo la fe que tenían, dijo al paralítico: "Animo, hijo, tus pecados están perdonados". Algunos letrados se dijeron: "Éste blasfema".

         Jesús, sabiendo lo que pensaban, les dijo: "¿Por qué pensáis mal? ¿Qué es más fácil, decir: Tus pecados están perdonados, o decir: Levántate y anda?". Entonces, para demostrar que el Hijo del hombre tenía poder en la tierra para perdonar pecados, dijo Jesús al paralítico: "Ponte en pie, coge tu camilla, y vete a tu casa". El paralítico se puso en pie y se fue a su casa. Al ver esto, la gente quedó sobrecogida y alababa a Dios, que da a los hombres tal poder.

         En aquel momento histórico, los judíos relacionaban la desgracia física con el mal moral, cobrándose así Dios la conducta personal y familiar. Esto era sumamente peligroso para las mentalidades, pues uno trata de ser lo que cree ser, y si uno se cree pecador, imagínate. De ahí nacen, por ejemplo, las bandas de delincuentes. Pero Jesús rompe esa dinámica perversa, y bajo una cariñosa expresión ("ánimo hijo, tus pecados están perdonados") abre a la esperanza al paralítico.

         No hay pecado que sea imperdonable, porque no hay situación de la que el hombre no pueda salir. Nadie puede caer demasiado bajo para Dios. Por muy podrido que uno esté, o por mucho asco que dé a los demás, Dios puede con él.

         Algunos de los letrados se dijeron: "Éste blasfema". Pero la gente quedó sobrecogida y alababa a Dios, que da a los hombres tal potestad. Resulta apasionante tratar de vivir y de hacer vivir al auténtico Dios, al Dios Padre; ese Dios que la debilidad humana, demasiado a menudo, ha deformado y olvidado.

Benjamín Oltra

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         La Iglesia, cuerpo de Cristo, es el arraigo histórico de la obra de Cristo, y a este título corresponde el poder de perdonar los pecados. Privada de este poder ya no sería la Iglesia de Cristo, porque Cristo no estaría verdaderamente presente en ella. No sería ya el sacramento de salvación del hombre. Por el contrario, afirmar que tiene el poder de perdonar es decir que la historia de la salvación continúa en ella, porque el ejercicio del perdón divino supone que la iniciativa amorosa de Dios encuentra aquí abajo un corresponsal, a saber, la Iglesia de Cristo.

         Jesús ha comunicado su poder de perdonar a sus apóstoles, es decir, a aquellos que, durante todo el tiempo de la iglesia, tienen la misión de hacerla existir como Iglesia ejerciendo el ministerio que les ha sido confiado. Cuando los apóstoles o sus sucesores perdonan en nombre de Cristo, es todo el pueblo de Dios el que se encuentra comprometido en el misterio de la cruz y en el acto divino-humano de perdón que allí tomó cuerpo. La Iglesia entera, por el ministerio apostólico, está constituida en acto de misericordia en provecho de toda la humanidad. En este sentido se puede decir que el cristiano es ministro del perdón (Mt 18,15-18; St 5,16).

         Pero si es verdad que todos los miembros del cuerpo de Cristo participan (en su lugar) en la obra eclesial de misericordia, todos (sin excepción) tienen también que someterse al poder eclesial del perdón; todos son pecadores y deben apelar al perdón de Dios. El bautismo ha marcado ya en cada uno de ellos el signo inviolable del perdón divino; pero el bautizado (aún pecador) ha recibido la competencia requerida para someterse al poder de las llaves.

         En toda la extensión de su acción sacramental y eucarística, la Iglesia ejerce su misericordia con respecto a sus miembros. Pero lo hace más particularmente por medio del Sacramento de la Penitencia. En este encuentro sacramental Dios se presenta al hombre que confiesa su pecado como el padre del hijo pródigo, que no piensa más que en preparar el festín familiar; en el mismo momento la Iglesia entera se hace partícipe con Dios en este perdón al reintegrar al penitente a la comunidad eclesial.

Maertens-Frisque

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         De vuelta del territorio pagano de los gerasenos, en Cafarnaum le presentan a Jesús un paralítico. Mateo no recuerda (como sí hizo Marcos y Lucas) el detalle de que tuvieran que descolgar la camilla desde el techo de la casa. Pero sí recuerda que Jesús no sólo le cura, sino que le perdona los pecados, con gran escándalo de los letrados y sabios que le escuchaban.

         La salvación que Cristo quiere para la humanidad es integral, de cuerpo y de espíritu. El signo externo (la curación de la parálisis) es el símbolo de la curación interior (la liberación del pecado), como tantas otras veces en sus milagros.

         Después de la tempestad calmada y de la curación de los endemoniados (que leíamos ayer y anteayer), hoy Jesús nos muestra su poder sobre el mal más profundo: el pecado. Todos sufrimos diversas clases de parálisis. Por eso nos gozamos de que nos alcance una y otra vez la salvación de Jesús, a través de la mediación de la Iglesia. Esta fuerza curativa de Jesús nos llega, por ejemplo, en la eucaristía, porque somos invitados a comulgar con "el que quita el pecado del mundo". Y, sobre todo, en el Sacramento de la Reconciliación, que Jesús encomendó a su Iglesia: "A quienes perdonareis los pecados, les quedarán perdonados".

         Jesús nos quiere con salud plena. Con libertad exterior e interior. Con el equilibrio y la alegría de los sanos de cuerpo y de espíritu. Ha venido de parte de Dios precisamente a eso: a reconciliarnos, a anunciarnos el perdón y la vida divina. Y ha encomendado a su Iglesia este mismo ministerio.

         Esta sí que es buena noticia. Como para dar gracias a Dios por su amor, y por habernos concedido en su Hijo, y en la Iglesia de su Hijo, estos signos de su misericordia. También nosotros, como la gente que presenció el milagro de Jesús y su palabra de perdón, reaccionamos con admiración siempre nueva: "La gente quedó sobrecogida y alababa a Dios, que da a los hombres tal potestad".

José Aldazábal

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         Hoy encontramos una de las muchas manifestaciones evangélicas de la bondad misericordiosa del Señor. Todas ellas nos muestras aspectos ricos en detalles. La compasión de Jesús misericordiosamente ejercida va desde la resurrección de un muerto o la curación de la lepra, hasta perdonar a una mujer pecadora pública, pasando por muchas otras curaciones de enfermedades y la aceptación de pecadores arrepentidos. Esto último lo expresa también en parábolas, como la de la oveja descarriada, la didracma perdida y el hijo pródigo.

         El evangelio de hoy es una muestra de la misericordia del Salvador, en 2 aspectos al mismo tiempo: ante la enfermedad del cuerpo y ante la enfermedad del alma. Y puesto que el alma es más importante, Jesús comienza por ella. Sabe que el enfermo está arrepentido de sus culpas, ve su fe y la de quienes le llevan, y dice: "Animo, hijo, tus pecados te son perdonados" (v.2).

         ¿Por qué comienza por ahí sin que se lo pidan? Está claro que lee sus pensamientos y sabe que es precisamente esto lo que más agradecerá aquel paralítico, que, probablemente, al verse ante la santidad de Jesucristo, experimentaría confusión y vergüenza por las propias culpas, con un cierto temor a que fueran impedimento para la concesión de la salud. El Señor quiere tranquilizarlo. No le importa que los maestros de la ley murmuren en sus corazones. Más aun, forma parte de su mensaje mostrar que ha venido a ejercer la misericordia con los pecadores, y ahora lo quiere proclamar.

         Y es que quienes, cegados por el orgullo se tienen por justos, no aceptan la llamada de Jesús; en cambio, le acogen los que sinceramente se consideran pecadores. Ante ellos Dios se abaja perdonándolos. Como dice San Agustín, "es una gran miseria el hombre orgulloso, pero más grande es la misericordia de Dios humilde". Y en este caso, la misericordia divina todavía va más allá: como complemento del perdón le devuelve la salud: "Levántate, toma tu camilla y vete a tu casa" (v.6). Jesús quiere que el gozo del pecador convertido sea completo.

Francesc Nicolau

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         Mateo nos narra hoy el milagro de la curación del paralítico, en medio de una discusión de Jesús con los letrados sobre el poder que él tiene para perdonar los pecados. Esta idea se menciona tres veces en el texto (vv.2.5.6). De igual manera el texto nos dice que Jesús se admira de la fe que tenían, es decir, porque reconocían la cercanía del reino de Dios, lo cual suponía dar fe al que lo anunciaba, a Jesús.

         En este relato la fe se describe como el deseo que tiene el paralítico (y los que lo llevan) de aproximarse a Jesús y obtener de él su acción salvífica (la cual presupone disponibilidad y apertura para el cambio de vida, como condición para ser parte del reino de Dios). El texto de hoy nos dice que Jesús se admira de la fe que tenían los que llevaban al hombre paralítico, reconociendo con fe la cercanía del reino de Dios.

         Esta disposición es la que funda las palabras que Jesús dirige al paralítico: "¡Animo, hijo!, tus pecados te son perdonados". Estas palabras están llenas de cariño y afecto y expresan el ámbito universal de su mensaje que no hace diferencias entre hombres y pueblos porque su mensaje rompe con las barreras que ha puesto Israel al considerarse pueblo elegido y por tanto los únicos hijos de Dios.

         El milagro es una obra en respuesta a la fe, en este caso del paralítico. Por otra parte, la fe en Jesús es una confesión implícita del pecado y de la disposición al arrepentimiento. Las enfermedades, los dolores y aflicciones de la condición humana eran considerados consecuencia del pecado, y el perdón de los pecados suprime las raíces del mal. Las palabras de Jesús son sorprendentes.

         Se habría esperado que hubiera curado al paralítico, pero lo que hace es declarar perdonados sus pecados. Teniendo en cuenta lo anterior, se podría decir que la parálisis no es tanto una invalidez física cuanto una invalidez del espíritu del hombre provocada por el peso de su propio pecado. De esta manera, el milagro es algo más que una manifestación maravillosa, es un símbolo y una prenda del proceso salvífico que se ha iniciado en Jesús. Esta concepción del milagro escandaliza a los letrados, que ven en las palabras de Jesús una afirmación de prerrogativas divinas.

         Ante la actitud de los letrados, Jesús responde: "¿Qué es más fácil: decir que se perdonan los pecados, o mandar a un paralítico que se levante y camine?". Con esto Jesús hace algo completamente nuevo: que el paralítico se levante, tome su camilla y regrese a su casa. Todos son signos de salud total, del paso de la muerte a la vida; y de esta manera volver a caminar es volver a vivir. La curación del paralítico es la prueba decisiva de la autoridad de Jesús y el rechazo a la acusación de blasfemia. Jesús demostrará sin lugar a dudas que Dios está con él y él con Dios.

         El mensaje de este texto afirma que Dios, por su amor universal, a través de Jesús, ofrece su Reino a todos los hombres por igual, sin distinción de pueblo o raza. Por la cercanía a Jesús queda borrado el pecado del hombre que lo paraliza y se le comunica un nuevo espíritu que lo levanta y lo hace caminar. El relato, de igual manera, muestra la resistencia e incredulidad de los letrados judíos ante este mensaje y la nueva vida, por el perdón de sus pecados, que aparece en el que se suponía indigno y excluido del Reino.

Gaspar Mora

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         El evangelio de hoy juega con 2 niveles de rehabilitación: el nivel físico y el nivel espiritual. Y en ellos, uno es metáfora del otro, pues perdonar es ayudar a alguien a ponerse en pie. Me encanta el modo como lo presenta el evangelio de Mateo: Jesús perdona los pecados a un paralítico.

         De entrada, uno tiene la impresión de que no hay ninguna relación directa entre la situación (la parálisis física) y la acción de Jesús (el perdón de los pecados). Pero, leyendo el texto, caemos en la cuenta de que cuando se sana la raíz, toda la persona queda sanada. Jesús no es un simple curandero, sino un sanador que nos rehabilita en nuestro centro personal herido por el pecado.

         Estas palabras suenan poco religiosas, pero no es difícil conectarlas con las experiencias de deterioro y de frustración que se dan en nuestras vidas. Un pensador reciente se atrevió a decir que "la única doctrina cristiana verificable, empíricamente, es la del pecado original".

Gonzalo Fernández

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         Para cada pecado, dolencia y herida, que nos tiene postrados en nuestra vida, Jesús tiene poder para perdonar, sanar y liberar. Él ha recibido ese poder, y no duda en ponerlo en práctica, perdonando los pecados del paralítico, aún cuando sea cuestionado y acusado por los escribas.

         Jesús apela en este momento a la misericordia de Dios. Apela por la sanación integra de esa persona, y apela con el mismo uso de palabras que siempre. Sean cuáles sean éstas, la sanación integra del paralítico se realizará. Pero no por las palabras que utilice, sino por el poder que se le ha conferido de lo alto.

         Es esa investidura lo que permite que el paralítico levantarse, tomar su camilla e irse a su casa. Es esa misma potestad la que el día de hoy nos dice en cada momento de nuestras vidas, en cada situación en la que pensamos que estamos postradas o postrados, "levántate, toma tu camilla y vete a tu casa”". Es posible caminar con la camilla a cuesta, es posible modificar la situación.

         Jesús, te pido que abras mi mente y mi corazón para entender lo que me está pasando en este mismo momento, y pasar de ser un ente pasivo a uno activo que pueda, junto contigo, caminar en cualquier situación.

Miosotis Nolasco

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         Tras su incursión por Gadara ( país pagano del otro lado del lago), Jesús regresa a "su ciudad" (v.1), término que indica Cafarnaum pero también engloba a toda Israel. No obstante, las oposiciones y resistencias que Jesús había suscitado en el país extranjero, también volverán a estar presentes en su propia patria. En este caso, a propósito de la curación de un paralítico.

         El v. 2 presenta a un enfermo que, llevado por otras personas, se acerca a Jesús. Portadores y paralítico son considerados como una unidad como se refleja en una cierta incoherencia de la construcción, pues Jesús ve la fe de los portadores, pero se dirige sólo al paralítico (para anunciarle el perdón de los pecados). Por tanto, todos ellos representan la humanidad en búsqueda de salvación.

         En las palabras de Jesús se revela la causa de la parálisis ligada al pecado, al pasado pecador del hombre que ha hecho de él un muerto en vida, un ser incapaz de toda acción. Por ello Jesús se dirige a él pidiéndole confianza: "¡Ánimo!", y anunciándole el perdón de sus pecados. El acercamiento a Jesús con fe ofrece al hombre esclavizado por el pecado una nueva posibilidad de existencia.

         Enfermo y portadores representan, por tanto, la doble condición de los hombres sometidos a la parálisis y en búsqueda de salvación a la que Jesús responde con una Palabra poderosa.

         Pero esta situación es el punto de partida que desencadena una controversia entre Jesús y sus adversarios, los letrados. Estos piensan en su interior que la afirmación de Jesús constituye una blasfemia (v.3), y que Jesús se arroga una prerrogativa que corresponde sólo a Dios. Y Jesús, que conoce el interior de los corazones, sale al encuentro de ese pensamiento malvado.

         La curación de la parálisis es presentada entonces como prueba de la autenticidad de la prerrogativa de Jesús que los escribas discuten. Este poder está ligado al Hijo del Hombre, Dios con nosotros, en quien Dios se ha acercado a la humanidad. El Dios lejano de la mente de los escribas debe ceder su lugar al Dios cercano que cura al paralítico. Este pasa así de la muerte a la vida como se indica por el uso de uno de los verbos típicos de la resurrección: "Levántate".

         En esta curación de la parálisis del enfermo se puede constatar visiblemente que el hombre es liberado de su pasado pecador que había encadenado su vida y adquiere la plena libertad de actuación. Por ello puede ponerse en pie (resucitar) y reiniciar una vida plena en libertad frente a los demás.

         El versículo conclusivo (v.8) señala la admiración de la multitud. Pero el punto que desencadena esa admiración es el poder que Dios ha concedido a "los hombres". Con ello se produce una extensión de la prerrogativa concedida a Jesús que alcanza, de esa forma a los miembros de su comunidad. La autoridad de Dios en Jesús podrá ser ejercida por los discípulos de éste, por los integrantes de la comunidad de sus seguidores.

Confederación Internacional Claretiana

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         El evangelio de hoy nos presenta la curación que Jesús hace de un paralítico, al que de paso le perdona los pecados (para escándalo de los letrados y otras personalidades que le escucharon y se escandalizaron, mirándolo a partir de entonces como un blasfemo).

         Jesús interpela a los que están hablando mal de lo que ha hecho y los pone en una difícil situación al preguntarles qué cosa es más fácil decir: "¿Tus pecados te son perdonados? ¿O levántate y anda?".

         Dios conoce lo profundo de las personas, y sabe que la invalidez profunda del paralítico que le han presentado es fruto del pecado manifestado en su egoísmo, en su incapacidad para servir, en su desamor. Jesús sabe muy bien que para que el paralítico se levanten de la camilla es necesario hacer de él una persona nueva, y por lo tanto es necesario el perdón de sus pecados.

         A la orden dada por Jesús al paralítico de levantarse y de caminar, sus piernas vuelven a tomar vida porque su espíritu ha sido purificado, ha sido limpiado. El milagro que Jesús ha hecho es el de la liberación interior que se proyecta inevitablemente hacia afuera. Jesús realiza este milagro porque el hombre tullido tenía fe en Jesús y tenía deseos de comenzar una vida nueva que girara en torno al servicio y en medio de la comunidad, que lo recibirá y que dará testimonio de el cambio que Dios ha realizado en su interior.

Servicio Bíblico Latinoamericano

c) Meditación

        El evangelista Mateo sitúa hoy a Jesús en uno de sus escenarios habituales: Cafarnaum. Pero en este caso el lugar no es lo que importa, pues cualquier lugar en el que Jesús se encuentre se convierte de inmediato en centro de peregrinación y convocación, que atrae a todo tipo de personas en busca de lo que no les ofrecen otros maestros y letrados.

         Pues bien, tantos eran los que acudieron, que no quedaba sitio ni a la puerta. Y Jesús aprovecha la ocasión para dirigirles la palabra.

         Entre tanto, un grupo de personas llegan con un paralítico en una camilla, y como no pueden meterlo entremedias del gentío que rodeaba al predicador, deciden levantar unas losetas del tejado e descolgarlo hasta colocarlo delante de él. Jesús, que se da cuenta de la fe que les mueve, le dice al paralítico: Hijo, tus pecados quedan perdonados.

         Seguramente que aquella reacción dejó perplejo tanto al enfermo como a sus acompañantes, porque si le habían llevado hasta allí era para que le curase, y no para que le perdonase sus pecados.

        Por otra parte, la frase pronunciada por Jesús provocó inmediatamente el escándalo de los letrados, que casualmente estaban presentes en aquel lugar y que pensaban para sus adentros: ¿Por qué habla éste así? Blasfema, pues ¿quién puede perdonar pecados fuera de Dios? La sentencia absolutoria de Jesús les resulta blasfema, y piensan que se arroga un poder que sólo a Dios corresponde: el de perdonar pecados.

        Y es que los hombres podremos disculpar, exculpar, excusar, exonerar, disimular, dispensar del pecado... pero no hacerlo desaparecer o perdonarlo, pues para eso se necesita la capacidad de Dios. De ahí que la frase les suene a blasfemia y arrogante irreverencia, al pretender arrogarse lo que sólo a Dios compete (el poder divino).

        Jesús, que leyó sus pensamientos, se dirige a ellos y les dice: ¿Por qué pensáis eso? ¿Qué es más fácil: decir al paralítico "tus pecados quedan perdonados", o decirle "levántate, coge tu camilla y echa a andar"? Pues para que veáis que el Hijo del hombre tiene potestad en la tierra para perdonar pecados, entonces dijo al paralítico: Contigo hablo: Levántate, coge tu camilla y vete a tu casa.

        Y el paralítico así lo hizo, ante el asombro de todos los presentes. Se levantó, cogió su camilla y salió. ¿Qué es más fácil: perdonar los pecados del paralítico o devolver la movilidad a sus miembros inmovilizados? ¿Curar la enfermedad moral o la física?

         Ambas cosas son difíciles para el que carece de poder, y fáciles para el que tiene poder. Aunque entre una cosa y otra hay diferencia. La curación física es más fácil de verificar que el perdón de los pecados, y por eso Jesús se sirve de aquélla (la que puede verificarse empíricamente) para certificar ésta (es decir, su potestad para perdonar pecados).

         Ya había dado Jesús suficientes muestras de su poder de sanación, y lo que ahora quiere es emplear este poder como muestra (signo) de un poder aún mayor, que sólo a Dios compete: el poder divino de perdonar pecados, o poder de sanar espiritualmente al hombre en la tierra.

         Se trata de un poder ejercido sobre otro poder, porque tanto la enfermedad como el pecado se apoderan del hombre sin que éste pueda hacer mucho para evitarlo. Algo puede hacer, pero no lo puede todo, ni mantenerse incólume de toda enfermedad, ni mantenerse impecable. En el caso del pecado, interviene más la voluntad, ordinariamente débil y asociada a un entendimiento fácilmente seducible. De ahí que difícilmente pueda evitar ser presa del poder del pecado.

        Pues bien, Jesús demuestra tener poder para doblegar ambos poderes, el de la enfermedad y el del pecado, aunque el poder sobre la 1ª sea evidente, y sobre el 2º sólo sea creíble (pero razonablemente creíble, por razón del poder manifestado en la curación de la enfermedad corporal). Jesús cura la parálisis de aquel hombre para hacer ver a los que se resisten a creer que tiene realmente poder para curar (= perdonar) su pecado.

         A la perplejidad de los testigos, atónitos ante el suceso, siguió la alabanza, pues daban gloria a Dios diciendo: Nunca hemos visto una cosa igual. Esta sensación de estar ante algo extraordinario e incomparable (nada igual) es lo que les hizo elevar su mirada a Dios, que facultó a Jesús para obrar en este modo.

        Las obras de Jesús recondujeron a muchos hacia la glorificación de Dios. Pero no a todos, porque seguramente aquellos letrados, que habían pensado que se encontraban ante un blasfemo arrogante, siguieron pensándolo tras el suceso milagroso.

        Jesús obra tales signos porque quiere nuestra fe. Pero si lo que quiere es nuestra fe en su poder y en su bondad, no podrá darnos más que signos, ni las evidencias que hagan imposible nuestra fe. Sino que también nos pedirá nuestra fe ¿Por qué no dársela a Jesús, cuando él está dispuesto a darnos el ciento por uno después de habernos dado la vida?

JOSÉ RAMÓN DÍAZ SÁNCHEZ·CID, doctor en Teología

 Act: 03/07/25     @tiempo ordinario         E D I T O R I A L    M E R C A B A    M U R C I A