5 de Julio
Sábado XIII Ordinario
Equipo de Liturgia
Mercabá, 5 julio 2025
a) Gén 27, 1-5.15-29
La narración de la bendición de Isaac a su hijo Jacob, obtenida fraudulentamente por éste último, forma parte del ciclo transjordánico de Jacob, y por su complejo dramatismo contrasta con el resto de narraciones patriarcales, más sencillas y con un desarrollo emotivo más lineal.
El versículo inicial refiere la ceguera del anciano Isaac (uno de los elementos básicos en la trama dramática del relato) y la llamada a Esaú (el hijo predilecto, al cual el patriarca quiere otorgar su bendición solemne y definitiva, según el ritual acostumbrado). Este nivel familiar de la bendición es el más antiguo de los muchos que aparecen en la Biblia. Como la bendición implicaba una fuerza vital, se comprende que Isaac quisiera fortalecerse (antes de concederla) con una comida confortante, preparada con la carne de los animales cazados por Esaú.
Sin embargo, Rebeca se pone al corriente de todo, y urde un plan para frustrar los designios de su marido Isaac, intentando que la bendición no beneficiase a Esaú (el heredero paternal) sino a Jacob (el predilecto maternal). El pequeño Jacob no se atreve a lanzarse a esta empresa arriesgada, pero es animado por su madre, disfrazado por su madre y alentado a cometer el fraude por su madre, presentándose tras ello ante el padre y solicitando su bendición.
Surge inmediatamente la 1ª dificultad: Isaac se sorprende de que haya encontrado caza tan pronto. La respuesta del hijo compromete al mismo Dios en el engaño, ya que toda su actuación choca con la legislación de Israel, que prohíbe aprovecharse de los ciegos (Lv 19,14; Dt 27,18). El padre, que no acaba de superar su desconfianza, lo somete a otra prueba, y se pone a palparlo. La voz traiciona a Jacob, pero el disfraz de las pieles obtiene el éxito esperado.
La tensión narrativa y la cuestión de la identidad, aún sin confirmar, emerge en la 2ª pregunta de Isaac, más clara y directa: "¿Eres tú mi hijo Esaú?". Finalmente, tras recibir el beso de su hijo, y sentir el aroma del traje de Esaú (aroma de tierra y de campos abiertos), Isaac desecha toda desconfianza y se dispone a impartir la bendición. Ésta se dirige ante todo al campo, a fin de que sea fecundo, fértil y abundante en sus frutos.
La bendición implica superioridad y preponderancia sobre los otros pueblos, incluido Edom (identificado con Esaú), y culmina con una maldición para los que le maldigan, y una bendición para los que le bendigan.
Así termina la escena de Isaac con Jacob y la concesión de la bendición. Jacob y Rebeca han conseguido llevar adelante su complot, aunque esta mala acción no quedará impune, y por encima de la debilidad humana se impondrá el plan de Dios.
Josep Mas
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El relato que leemos hoy es aparentemente poco edificante. Se trata de un ardid de Rebeca, con el cual logra desposeer a Esaú de su derecho a la primogenitura, y entregar ésta a su otro hijo Jacob. Ardid, mentira e injusticia. No nos hagamos ilusiones: los autores y los lectores del AT no eran más fáciles de engañar que nosotros. Y tampoco ellos querían justificar ni poner como ejemplo unos procedimientos tan incalificables. Por lo que, si decidieron contarnos esa siniestra astucia, fue porque vieron en ella una misteriosa y paradójica lección.
La lección es que Dios lleva a cabo su plan a través de las miserias humanas, y logra lo que se propone a pesar de la deficiencia de los instrumentos de que se vale. Así que esta página, bastante innoble, puede paradójicamente aportarnos una cierta esperanza. Creemos que todo este mundo está muy mal, pero ¡eso no impedirá que Dios realice sus proyectos!
Dios es amo soberano de sus elecciones, y llama a quien quiere para llevar a cabo su obra. Esta es la 2ª lección, subrayada por San Pablo en su Carta a los Romanos (Rm 9, 10-13). Y se manifiesta por el tema, bastante constante en la Biblia, del "hermano menor que suplanta al mayor". Los derechos adquiridos no cuentan ante la soberana autonomía de Dios. Este será el caso de José (elegido frente a sus 11 hermanos mayores), de David (el pequeño de la familia de Jesé) y de Salomón (el hijo bastardo, a costa del primogénito Amnón).
Tenemos de nuevo un tema paradójico de reflexión de plena actualidad, a pesar de las apariencias. Nos sentimos siempre demasiado inclinados a monopolizar a Dios en provecho propio. Y los países occidentales a creer que Cristo es siempre blanco. ¡No, no tenemos derechos sobre Dios!
La bendición de Isaac ("que Dios te dé el rocío del cielo y la fertilidad de la tierra, trigo y vino en abundancia, y que las naciones te sirvan") parece algo primitiva y salvaje, pero muestra la continuidad de la "promesa hecha a Abraham". Abraham, Isaac, Jacob. De eslabón en eslabón la historia avanza hacia Jesucristo, y la bendición de Dios a todos los hombres a través de la Iglesia. Se trata de una promesa de prosperidad, de apertura y de felicidad.
Noel Quesson
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El Génesis se supera hoy a sí mismo, y el fragmento que nos ofrece hoy es un puro culebrón para una tarde de verano. La madre Rebeca es una urdidora de engaños, el hijo pequeño Jacob es un mentiroso sin paliativos, y el hijo mayor Esaú todavía se cree todo lo que le dicen. Sólo se salva el padre Isaac, que por un arrebato poético besa a su hijo, y por el aroma de su perfume le concede el rocío del cielo.
No nos queda más que recordar aquello de que "Dios escribe recto con líneas torcidas". En el fondo, el relato de hoy, como tantos otros, constituye una verdadera teología de la historia. Y nos revela que Dios guía los acontecimientos en 1ª persona, pero no a través de los avatares de las personas (como si éstos fuesen sus actores de guión) sino otorgando su gracia en la propia historia que a nosotros nos deja escribir, con nuestras grandezas y miserias.
Gonzalo Fernández
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No parece muy alto el estándar moral que algunas veces presenta el AT, y el ejemplo de hoy así lo confirma, con un astuto y tramposo Jacob que logra lo que quiere a costa de engañar a su padre y hermano.
Lo 1º que podemos aprender, en este caso bochornoso, es que la Biblia no es una colección de vidas ejemplares, ni nos presenta la vida de unas cuantas personas (silenciando a las demás), ni nos presenta productos terminados y perfectos (porque eso de poco serviría, al poder uno decir "ese no es mi caso, ese no soy yo"). Sino que trata de mostrar lo excepcional que puede ser la vida cuando Dios la toma y la transforma.
Al contrario, cuando uno lee que hasta el tramposo empedernido Jacob entra en la providencia de Dios, y que Dios se vale de él para llevar adelante sus planes (aunque sin dejar de darle sus lecciones) entonces uno tiene que decir: "Ahora no tengo excusas, para decir que sí que quepo en los designios maravillosos de Dios".
Nelson Medina
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Pasamos hoy a un nuevo capítulo de la historia: los hijos de Isaac. Y lo hacemos con una escena curiosa y nada edificante, llena de trampas e intrigas dentro de la propia familia: las preferencias de Rebeca por Jacob, y el engaño que ambos urden al anciano Isaac (aprovechándose de su ceguera y de su debilidad por la buena comida). Se le arrebata así la herencia a Esaú, se hace recaer la bendición paterna sobre Jacob, y los derechos que tenía como primogénito Esaú pasan al pequeño Jacob.
Al autor del Génesis le interesa subrayar, sobre todo, que Dios sigue guiando la historia de su pueblo, a pesar de todo lo dicho. Y una vez más muestra que, en la línea de la promesa mesiánica, los protagonistas van a ser no los más fuertes (como Esaú, el cazador) sino los más débiles (como Jacob, el recolector).
El salmo responsorial de hoy alude explícitamente a la preferencia de Dios por Jacob, llamado también Israel: "Alabad al Señor, porque es bueno. Porque él se escogió a Jacob, y a Israel en posesión suya". Por eso se hará clásico llamar a Dios "el Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob", el Dios de una familia de la que nacerá, a su tiempo, el Mesías. Dios no actúa según unos criterios humanos, sino según su amor y libertad.
Cuando Pablo reflexiona sobre la suerte del pueblo de Israel (Rm 9), recuerda que no todos los descendientes de Abraham son el verdadero Israel (como Ismael, que no lo es a pesar de ser el primogénito de Abraham), ni tampoco son iguales los hijos de Rebeca (porque ya antes de nacer, Dios preveía que el mayor Esaú serviría al pequeño Jacob). De ahí ismaelitas (en el 1º caso, como descendientes de Ismael) no fuesen bien vistos por los israelitas, y que los edomitas (en el 2º caso, como descendientes de Esaú) fuesen considerados enemigos.
Dios no actúa necesariamente según los méritos de las personas, sino que es libre en su amor y en su misericordia, y muchas veces elige como colaboradores a los más débiles. ¿Eligió Jesús como apóstoles a los más sabios, o a unos simples pescadores? ¿No escandalizó Jesús a los fariseos, cuando por ejemplo llamó a Mateo, un flagrante traidor?
Esto nos debe hacer más humildes en la presencia de Dios, y más respetuosos de sus planes y de sus elecciones, no esgrimiendo lo que nos parece a nosotros ni a los derechos adquiridos. Por otra parte, no debemos escandalizarnos de la debilidad que existe entre nosotros. Por desgracia, la turbulenta historia de Isaac y Rebeca se repite continuamente: engaños, desconfianzas y divisiones. Y no pasa sólo en el ambiente doméstico, sino también en el seno de la Iglesia. Dios no ceja en sus propósitos, e incluso de las miserias humanas se sirve para guiarnos por la vida.
José Aldazábal
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Escuchamos hoy cómo el venerable patriarca Isaac, ciego y achacoso, es engañado por su propia mujer y uno de sus hijos. Porque según la tradición, acaba bendiciendo a Jacob y no a Esaú (que ha sido suplantado por Jacob) y ya no puede rectificar su error. Víctima de manipulaciones, sólo puede legar a su primogénito (Esaú) las bendiciones del cielo, pero el que adquiere toda la herencia es su hijo Jacob.
La anécdota de la malicia combinada, en la que son protagonistas la madre (Rebeca) y el hijo pequeño (Jacob) frente a Isaac y Esaú, es uno de los innumerables episodios en que los humanos hemos actuado con deslealtad a Dios.
Pues el amor del padre (Isaac) a favor de Esaú era respetuoso con la tradición (familiar) y con la ley (primogenitura), y según lo dicho en el pasado por Dios era suficiente para sellar sobre él la herencia y la solemne bendición. Aquí se unía el valor de la sangre con el valor de lo Alto, y Dios contaba con ello en sus designios.
Rebeca y Jacob, pues, se permitieron engañar a la sangre, a lo Alto, a la ley y a la tradición familiar, con plena conciencia de que también eran desleales ante Dios. Pero Dios, que por supuesto condena la deslealtad y el engaño, prefiere mantenerse al margen y no interferir, dejando a ambos ejercer su propia (y mal usada) libertad. Eso sí, Dios acaba salvando sus designios de salvación, sobre esa familia y sobre el hombre en general.
Lamentando el engaño y sus consecuencias, Dios no retirará su favor al usurpador Jacob, sino que contará con él para realizar su plan. ¡Cuántas veces nosotros mismos, hombres engañosos y engañados, hemos de aprovechar dichas situaciones para sacar de ellas algunos bienes futuros!
Dominicos de Madrid
b) Mt 9, 14-17
Se acercan hoy a Jesús los discípulos del Bautista y le hacen una pregunta a Jesús: "Nosotros y los fariseos ayunamos a menudo, ¿por qué razón tus discípulos no ayunan?".
Juan Bautista está ya en la cárcel (Mt 4, 12). Según la presentación que ha hecho Mateo, Juan no ha pretendido hacer discípulos ni fundar escuela, limitando su papel al de mero precursor (Mt 3, 11). Pero ahora aparecen, sin embargo, "los discípulos de Juan", que mantienen su adhesión a él. Discípulos son los que siguen la doctrina de un maestro, luego éstos han conferido a Juan ese papel, y quieren perpetuar su figura y doctrina, absolutizándolas y contradiciendo su carácter de mero precursor. De hecho, no llaman maestro a Jesús.
La práctica religiosa de los discípulos del Bautista se ha ido asimilando a la de los fariseos. Y el papel renovador de Juan, y su oposición a los fariseos (a quienes calificó de "camada de víboras"; Mt 3, 7), han sido olvidados por sus discípulos. Éstos han integrado a Juan en el antiguo sistema, y por eso reprochan a Jesús no atenerse a la tradición ascética de los observantes de Israel, ni imponer a sus discípulos una severa disciplina.
La respuesta de Jesús enfoca la cuestión desde un punto de vista completamente distinto. Compara su convivencia con los discípulos a un banquete de bodas, donde él representa al novio/esposo. Los discípulos son "los amigos del Esposo" (lit.: "los hijos del tálamo, o sala del banquete"), modismo semítico para designar a los amigos íntimos del novio, que se ocupaban de todo lo necesario para la celebración de la boda y de animar la fiesta.
La denominación Esposo enlaza con las palabras que había dicho de Jesús el mismo Juan Bautista: "Yo no merezco ni quitarle las sandalias" (Mt 3, 11), y era designación que el AT otorgaba a Dios dentro del simbolismo de la Alianza, como "unión nupcial entre Dios y el pueblo" (Os 2). Como ya indicaba el Bautista, Jesús asume esa función, pues él es "el Dios entre nosotros" (Mt 1, 23).
La imagen del Esposo supone también un cambio en la Alianza (Jr 31, 31-34), con las nuevas características de la amistad, la intimidad, la alegría y la libertad. Los "amigos del Esposo", por tanto, han de estar sujetos a estas nuevas coordenadas, que no pasan por la severa disciplina, sino por una actividad ejercida desde la libertad y guiada por el amor al amigo.
Ésta es la relación del hombre con Dios en la Nueva Alianza: el alegre servicio guiado por la adhesión a Jesús, que es amistad con él. Siendo el ayuno expresión de tristeza, es incompatible con la presencia de Jesús. Llegarán días, sin embargo, en que el ayuno esté justificado, cuando los discípulos se vean privados de la presencia del amigo ("el día en que les arrebaten al novio").
La pregunta de los discípulos del Bautista mostraba su extrañeza y escándalo porque Jesús no imponía a sus discípulos la disciplina ascética tradicional. Pero Jesús les explica su posición usando 2 comparaciones: la del paño nuevo en un vestido viejo, y la del vino nuevo en odres viejos. Lo viejo y lo nuevo son incompatibles, y querer compatibilizarlos llevaría al fracaso y a la ruina de ambos. Con la presencia de Jesús comienza una época de novedad radical.
Esta perícopa está íntimamente ligada a las anteriores, y constituye el centro de esta sección. Jesús llama al reino de Dios a los pecadores, término que incluye a los paganos en el contexto de la futura realización del Reino. Jesús afirma que en la comunidad mesiánica (Mesías-Esposo) no se va a imponer a sus discípulos la praxis religiosa judía.
Las antiguas instituciones y prácticas, que pertenecen a la tradición cultural de un pueblo, no pueden adaptarse en absoluto a la universalidad de la comunidad mesiánica. Lo mismo que para entrar en el reino la única condición es la adhesión a Jesús, así lo es también para pertenecer a él. Jesús libera a los futuros discípulos procedentes del paganismo de toda dependencia de la cultura judía. El antiguo Israel ha pasado, y sus instituciones con él.
Es de notar que Jesús considera el ayuno no como una práctica religiosa, sino como expresión personal de tristeza. Es un hecho lo que puede llevar a los discípulos a ayunar: la ausencia del Esposo, que tendrá lugar en su pasión y muerte. Una vez resucitado, su presencia será continua (Mt 28, 20). El ayuno no tiene relación directa con Dios, pues como las lágrimas es una expresión de tristeza, que el hombre practicará cuando tenga motivo para ello.
Los fariseos y discípulos del Bautista continúan sus ayunos porque no han reconocido en Jesús al Esposo mesiánico. Y su ayuno es señal de su rechazo a Jesús.
Juan Mateos
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Se acercaron entonces los discípulos del Bautista a preguntarle: "Nosotros y los fariseos ayunamos a menudo. ¿Por qué razón tus discípulos no ayunan?".
El comportamiento de los discípulos de Jesús chocaba con el viejo Israel, al vivir alegres y contentos. Y eso era escandaloso, al no vivir como el resto de judíos, al no parecerse en nada al discipulado religioso judío, al no hacer ni caso a la disciplina ofrecida por los rabinos a los que querían adelantar en la perfección y al vivir por encima de las viejas observancias (sabbat, abluciones, ayuno...).
Cuando el viejo Israel pregunta a Jesús por ese tipo de conducta, éste les contesta: "Son los invitados a la boda". Esta respuesta debió provocar estupor, pues evocaba una imagen de alegría y de fiesta. En otra ocasión, y hablando también del ayuno, Jesús ya había dicho: "Cuando ayunes, perfúmate la cabeza y lávate la cara, para que tu aspecto no sea sombrío" (Mt 6, 16).
Efectivamente, cuando un novio invita a sus amigos a su boda, éstos no han de prepararse para una ceremonia fúnebre, sino para una fiesta, ocasión de gozo y de alegría. Y Jesús es ese esposo misterioso, que a todo el mundo invita a su boda. Luego el ayuno no tendría sentido en esa espera, sino la felicidad y júbilo intensos. Los tiempos mesiánicos ya han llegado: Dios se ha desposado definitivamente con la humanidad, y nos invita a festejar ese gran acontecimiento.
¡Un mesías amoroso! ¡Un mesías enamorado de la humanidad! ¡Jesús desposado con la humanidad! Todo el AT lo había anunciado (Is 54,4-8; 61,10; 62,4-5; Jr 2,2; 31,3; Ez 16; Os 1-3; Sal 45,7-8) Y yo, por mi parte, ¿soy un enamorado de Jesús? ¿Respondo a su amor? ¿Cómo me preparo para la boda? ¿Estoy contento y alegre? ¿Soy feliz? ¿Vivo todos y cada día como un "invitado a la boda? Y la misa, ¿la considero como un "banquete de boda"?
Jesús es consciente de traer al mundo una realidad nueva, sin ninguna medida común con lo que los hombres han vivido hasta aquí. Todo lo antiguo está superado, y no hay ningún compromiso posible entre las conductas de antaño y la novedad radical de la era nueva que Jesús instaura.
Noel Quesson
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La polémica de hoy sobre el ayuno no deberíamos entenderla como una oposición dirigida por Jesús hacia esa práctica ascética (privarse de algo de comida, con una finalidad de penitencia o austeridad), sino a su antigua finalidad, pues ésta debe convertirse (como el resto de finalidades) en signo de la espera mesiánica. Se trata de una controversia provocada por los discípulos de Juan, y que se refiere a si se acepta o no a Cristo como el enviado de Dios.
Jesús se queja a los discípulos del Bautista de que no le reconozcan, y no estén dispuestos a cambiar de vida. Y les pone 3 comparaciones:
-él
es el novio y el futuro esposo, y por tanto deberían estar todos de fiesta, y
no de luto o preparando algo que ya ha llegado;
-él es el traje nuevo, que no admite parches de tela vieja;
-él es el vino nuevo, que se estropea si se pone en odres viejos.
Los seguidores de Juan Bautista tendrían que haber aprendido la lección, porque ya su maestro se llamaba a sí mismo "el amigo del Novio" (Jn 3, 29).
El ayuno sigue teniendo sentido para los cristianos, y es un buen medio de expresar nuestra humildad y nuestra conversión a los valores esenciales, por encima de los que nos propone la sociedad de consumo. Los judíos piadosos ayunaban 2 días a la semana (lunes y jueves), y los seguidores del Bautista también. El mismo Jesús ayunó en el desierto, y los cristianos seguirán haciéndolo sin descanso (sobre todo en Cuaresma, como preparación para la Pascua).
Pero no es esto lo que aquí discute Jesús. Lo que él nos enseña es la actitud propia de sus seguidores: la fiesta y la novedad radical.
Ya en el Sermón de la Montaña nos decía Jesús que, cuando ayunemos, lo hagamos con cara alegre, sin pregonar a todos nuestro esfuerzo ascético. Hoy se compara a sí mismo con el novio y el esposo, y por eso los amigos del esposo están de fiesta. Los cristianos no debemos vivir tristes, ni miedosos ni obligados a nada, sino con una actitud interna de alegría festiva. El cristianismo es, sobre todo, una fiesta, porque se basa en el amor de Dios y en la salvación que nos ofrece Jesús (a través de la mesa eucarística, en la que él nos comunica su vida y su gracia).
Por eso mismo, la vida en Cristo es vida de novedad radical. Creer en él y seguirle no significa cambiar unos pequeños detalles, ni poner unos "remiendos nuevos a un traje viejo" (ocultando sus rotos) ni guardar "el vino nuevo en los viejos pellejos" (insertando la fe en el viejo pecado).
Lo nuevo es incompatible con lo viejo, nos viene a decir Jesús. Y seguir a Jesús es cambiar el vestido entero y lo que hay dentro del vestido (la mentalidad y el corazón). ¡Lo que les costó a Pedro y a los demás discípulos cambiar la mentalidad religiosa y social que tenían antes de conocer a Cristo!. Seguir a Cristo afecta a toda nuestra vida, no sólo a unas oraciones o prácticas exteriores.
José Aldazábal
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El evangelio de hoy ilumina otro aspecto de la obediencia cristiana. No es la ley por la ley ni la costumbre por la costumbre. Los discípulos del Bautista y de los fariseos ayunaban, mientras los discípulos de Jesús no. Y aquéllos fueron a Jesús y le preguntaron por el asunto. A 1ª vista, estamos frente a una desobediencia, ¿no?
Ignoramos detalles del día o las circunstancias de este ayuno. En cambio, sabemos que Cristo fue fiel cumplidor de la ley de Moisés, pero no del resto de tradiciones religiosas de su tiempo (con las que a menudo fue crítico). Así que lo más probable es que se tratara de un día de ayuno establecido por las autoridades religiosas, con carácter de obligatoriedad.
De lo que hizo y responde Jesús entendemos que no toda obediencia es virtud. En esta ocasión, por ejemplo, Jesús no ayunó. Así nos enseñó que hemos de obrar con certeza interior también cuando se trata de cosas que implican la fe y la religión. Obediencia y libertad, en la mente y el actuar de Cristo, no son opuestas sino más bien complementarias.
Pero vayamos al texto, porque he aquí que, buscando de qué acusar al Señor, le han presionado sus detractores, mas de tal acoso ha salido una bellísima imagen: Jesús, el Novio. Hubiera podido decirnos otras cosas, pero ha querido calificar la alegría de su presencia con una expresión entrañable y cálida: el novio. No es posible ayunar cuando él está.
Me gusta decir que Jesús no es un soltero ni un solterón; es un novio. No ha cancelado sus bodas, pues sigue siendo verdad lo que dijo su Padre al principio: "No es bueno que el hombre esté solo" (Gn 2, 18). Cristo no ha renunciado al matrimonio, lo ha aplazado para el momento final. Y es tal el gozo que de allí brota, que no es posible ayunar a la vista y degustación de tal banquete.
Nelson Medina
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El esposo de la enseñanza de hoy es el mismo Jesús. Y por tanto sus amigos, los apóstoles, no podían ayunar como si hicieran duelo por su presencia. En las bodas de los judíos los amigos solían acompañar al esposo cuando éste salía al encuentro de la esposa (Mt 25, 1-13).
Sobre el ayuno, ya nos había dicho Jesús "no seáis como los hipócritas, que fingen un rostro escuálido para que las gentes noten que ellos ayunan". El ayuno de entonces no era como el actual (parcial), sino que consistía en la abstinencia total en todas las comidas y bebidas del día. Era, pues, una verdadera privación, una auténtica señal de penitencia que también practicaron los primeros cristianos, principalmente el viernes de cada semana (por ser el día en que "el Esposo nos fue quitado"; Mt 9, 15).
Decía Santa Teresa de Jesús que "un santo triste es un triste santo", porque santidad y tristeza están reñidas. Para mucha gente, los cristianos son verdaderos aguafiestas, que ven peligros en todo y que, en lugar de alegrar la vida, la llenan de perturbación y preocupación. Pues bien, así eran los fariseos, que con el deseo de agradar a Dios, ayunaban 2 veces por semana (mientras sólo era obligatorio 1 vez al año, el día de la purificación o Yom Kippur).
Jesús parece no estar de acuerdo con esta vida mortificante, al no imponer a sus discípulos estas prácticas religiosas de forma sistemática. Él ha venido a celebrar las bodas de Dios con el pueblo; en estas bodas (símbolo de alegría, vida y fecundidad) Jesús es el esposo, y mientras se celebran, no hay lugar para la penitencia y la ascética inútil. La única práctica permitida a los esposos es la del amor sin límite. Y por eso Jesús responde a la acusación que le hacen: "¿Pueden estar de luto los amigos del novio mientras dura la boda? Ayunarán cuando pierdan al esposo".
José A. Martínez
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A la pregunta sobre el ayuno ritual responde Jesús con el estado de alegría, poniendo los ejemplos de una boda y de las relaciones nupciales de Dios con su pueblo, en las que el ayuno (o cualquier otra señal de tristeza) está fuera de lugar.
Jesús no rechaza el ayuno en cuanto tal, pero sí rechaza el legalismo que coarta la libertad de ayunar, cuando ello sea conveniente. Además, la respuesta de Jesús significa principalmente que los fariseos y los discípulos del Bautista no han reconocido aún que Jesús es el esposo mesiánico, rechazando con su tristeza piadosa a Jesús y al libre arrepentimiento.
En efecto, no pueden los invitados a una boda ponerse tristes mientras el novio está con ellos (v.15). Y los amigos del novio son los discípulos de Jesús. Aquí la imagen significa que mientras el esposo está aquí sería incorrecto que los amigos del novio siguieran sumidos en la espera ansiosa y en la tristeza. Así pues, este versículo se refiere concretamente a la vida de Jesús con sus discípulos; interpretarlo de otra manera implica tropezar con dificultades insolubles.
Para terminar, Jesús establece el contraste de cómo se debe combinar lo viejo con lo nuevo, para evitar el peligro de ruptura. Los 2 dichos que Jesús utiliza quieren mostrar la incompatibilidad entre las formas o instituciones del judaísmo y el reino de Dios. Jesús anuncia un cambio de época, anuncia la Buena Noticia; y esta es una novedad que revierte lo antiguo; su núcleo está en las nuevas relaciones entre Dios y el hombre.
Y esta novedad no puede encajar en lo antiguo, porque todo intento de hacerlo sería inútil, lo antiguo mostraría aún más su insuficiencia e incapacidad de resistir la fuerza de lo nuevo. El término lo nuevo se opone a lo viejo, e indica que Jesús ofrece una alternativa, no una síntesis. Quien desee seguirlo tiene que romper con los presupuestos del pasado, con las instituciones y sus leyes pesadas que Jesús califica como anticuadas e inservibles para la vida del hombre.
Severiano Blanco
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El pasaje de hoy se articula en 2 momentos: la observancia del ayuno y la relación entre lo antiguo y lo nuevo, a partir de las comparaciones de coser un vestido o conservar el vino.
La inconciliable convivencia de lo nuevo y lo antiguo, en estos 2 órdenes, esclarece la irreductibilidad entre la práctica de Jesús y la práctica de los fariseos y bautistas. Esta última permanece en el ámbito del pasado israelita que, por su particularismo, no puede adaptarse al ámbito universal de la salvación proclamada por Jesús para su comunidad.
Esta nueva realidad nace de la presencia del Esposo en el banquete nupcial. La imagen de las bodas había sido usada en el AT para expresar la relación de Dios con su pueblo. Ahora se aplica a Jesús que con su llegada ha dado inicio al banquete mesiánico.
La nueva realidad, la presencia del Dios con nosotros entre la comunidad de los discípulos de Jesús, prohíbe el sentimiento de tristeza expresado por el ayuno. Los discípulos de Juan no han comprendido el sentido de la venida de Jesús y, por lo mismo no han comprendido su carácter de precursor del Mesías. Por lo mismo insisten en la práctica del ayuno considerando que siguen vigentes las disciplinas de la Antigua Alianza. De esa forma, ellos mismos se colocan en la misma categoría que los discípulos de los fariseos.
La presencia del Esposo en las bodas mesiánicas exige, por el contrario, una nueva actitud que sólo puede ser expresada adecuadamente por el sentimiento de alegría que lleva a tomar parte activa en el banquete. La disciplina preparatoria de la ley antigua debe ceder su lugar al servicio alegre en libertad fruto de esta intervención decisiva de Dios en la historia humana.
El reconocimiento de la presencia divina en Jesús el Esposo ha cambiado el sentido de la vida de los discípulos galileos de Jesús. De la tristeza de la preparación expresada por medio del ayuno han sido transportados al ámbito de la plenitud de la alegría del banquete mesiánico. Todo discípulo de Jesús a lo largo de la historia deberá hacer la misma experiencia y, por ende, no hay espacio en su existencia para la tristeza. Los amigos del novio deben ser capaces de expresar la alegre intimidad con Jesús en la fiesta que significa el compartir del Reino.
Confederación Internacional Claretiana
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Los discípulos del Bautista, animados por una piedad colectiva, realizaban ayunos constantes como medio de apresurar la llegada del Reino. Y en medio de esa fidelidad a las prácticas de la mortificación externa, se presentan a Jesús y le preguntan: "¿Por qué tus discípulos no ayunan?".
Jesús está convencido que el problema no está en la discusión planteada por los seguidores de Juan, sino en la cuestión de fondo: el nuevo Reino ya ha llegado, y la nueva forma de vida ya ha sido inaugurada. Luego todo lo antiguo ya ha de ser suplantado por lo nuevo, incluidas las prácticas preparatorias por las nuevas prácticas evangélicas.
La propuesta de Jesús es clara: no se puede recibir el reino de Dios con la mente y la vida embotadas por los esquemas mentales del pasado (ya caducos), ni por ritos externos que ponen de lado la alegría y la misericordia. No se puede echar vino nuevo (el reino de Dios) en odres viejos (la exclusividad religiosa).
Y les viene a decir que el reino de Dios ha de ser recibido por hombres y mujeres nuevos, muchos de ellos ajenos al esquema simbólico del pueblo judío. Luego hay que adaptar ese esquema pasado a la nueva realidad. El Reino no puede estar ya apegado a lo pasado (la ley), sino abierto a lo futuro (el Espíritu). Pues sólo así podrá ser el Reino de la justicia y la misericordia, el Reino de la paz y el amor, el Reino del seguimiento y la alegría.
Servicio Bíblico Latinoamericano
c) Meditación
Mateo introduce hoy la temática del ayuno en un marco de controversia, y nos dice que en cierta ocasión se acercaron a Jesús los discípulos de Juan el Bautista para preguntarle, con cierta recriminación: ¿Por qué nosotros y los fariseos ayunamos a menudo, y en cambio tus discípulos no ayunan?
Los bautistas entienden que ellos hacen lo correcto y que los discípulos de Jesús no, suponiendo que para ello han estado espiando el comportamiento descuidado o trasgresor de estos discípulos a quienes censuran como poco respetuosos de las observancias tradicionales. Y la censura alcanza al mismo Jesús, su Maestro, que les consiente este modo de actuar.
La respuesta de Jesús, aunque significativa, tuvo que generar cierta perplejidad: ¿Es que pueden guardar luto los amigos del novio mientras el novio está con ellos? Llegará un día en que se lleven al novio y entonces ayunarán?
Jesús parece relacionar el ayuno con el duelo y el luto (
πενθειν), como si fuera una expresión de ese estado luctuoso y resultara incompatible con los tiempos festivos. Mientras el novio está con sus amigos no hay espacio ni para el duelo, ni para el ayuno, porque la amistad debe festejarse, y en este contexto celebrativo no cabe el llanto; tampoco cabe el ayuno.Pero Jesús anuncia un día no muy lejano en que a los amigos les sea arrebatado el novio. Y éstos, entonces, ayunarán. Ayunarán porque se verán privados de una presencia tan querida y celebrada. Jesús está aludiendo seguramente a su muerte próxima, y al estado de orfandad en que quedarán sus discípulos. Literalmente, a una situación de duelo, porque habrán perdido a su Maestro y Señor y no sabrán cómo consolarse.
Esa ausencia que deja en situación de orfandad es equiparable a un verdadero ayuno: ayuno de presencia y proximidad del amigo y esposo. Y con ese ayuno vendrán otros, ligados a esa amistad o a la misión asumida en razón de esa amistad y discipulado.
A Jesús no parece importarle demasiado que sus discípulos no cumplan con la observancia del ayuno. Lo que le interesa es que se afiance su unión con él, porque de esta relación de amistad brotarán todas las renuncias o privaciones exigidas por ella. Lo escuchábamos en el evangelio de ayer: El que quiera seguirme, que se niegue a sí mismo, cargue con su cruz cada día y se venga conmigo. ¿No hay en esta negación de sí mismo
una exigencia de ayuno de efectos incalculables?De hecho, los discípulos de Jesús ya habían tenido que ayunar de muchas cosas, todas esas que dejaron (familia, trabajo, status social, afincamiento) por seguir a Jesús, sin tener dónde reclinar la cabeza. ¿O es que no eran ayunos sus muchas renuncias? Finalmente, llegarán a perder (no hay mayor ayuno que éste) la propia vida por causa de Cristo y su evangelio. ¿Para qué conceder tanta importancia a esos ayunos propios de la observancia religiosa judía cuando en el seguimiento de Jesús estaban implicando la entera vida?
Era esta relación la que habría de marcar por completo su existencia de discípulos ganados para la causa, de modo que en adelante su vida llevaría los rasgos y las huellas, las heridas incluso, de la vida del Crucificado. De aquí, de esta amistad y seguimiento renovados con la resurrección y el envío del Espíritu Santo, brotará una vida entregada a la causa del evangelio y dispuesta a las mayores renuncias (resp. ayunos), una vida martirial.
Y no hay vida mejor dispuesta para el ayuno que la vida del mártir. Realmente, cuando se llevaron al novio, ayunaron, porque lloraron su muerte. Y cuando el novio les fue devuelto por la resurrección, recuperaron la alegría, pero teniendo que aceptar la despedida implicada en la Ascensión (una despedida que no impidió la llegada del Espíritu consolador, y con ella el consuelo de su presencia espiritual).
En medio de este consuelo llevaron a cabo entre privaciones, ayunos y persecuciones la misión encomendada hasta la hora suprema del martirio. Fue el ayuno (= pérdida) de la propia vida por causa del Novio, a la espera de su encuentro definitivo con él.
JOSÉ RAMÓN DÍAZ SÁNCHEZ·CID, doctor en Teología
Act:
05/07/25
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A L
M
E
R C A B A
M U R C I A