4 de Julio
Viernes XIII Ordinario
Equipo de Liturgia
Mercabá, 4 julio 2025
a) Gén 23, 1-4.19; 24, 1-8.62.67
La larga 1ª lectura de hoy tiene 2 partes bien diferenciadas: la muerte de Sara (esposa de Abraham) y el casamiento de Isaac (hijo de Abraham). Veamos una por una.
Sara, la mujer de Abraham, murió, y el luto familiar era un acontecimiento corriente en todas las familias. Pero el hombre de fe (Abraham) supo transformar ese episodio en un acto profético, en el sentido del futuro prometido por Dios. Pues de nómada que era Abraham decide comprar una parcela de tierra, para allí enterrar dignamente a su esposa.
Abraham pone mucho empeño en la adquisición de esa parcela, y ese fue el 1º paso dado en la posesión de la tierra prometida: la tumba de Sara, que hoy todavía se venera "en la gruta del campo de Makpelá, al frente de Mambré, en el país de Canaán". Es decir, en la Tumba Patriarcal de Hebrón, epicentro de la tierra prometida.
Respecto al casamiento de Isaac, el texto nos viene a decir que Dios conduce nuestras vidas, y que por ello hasta los acontecimientos felices hay que saber interpretarlos, viendo en ellos su valor providencial.
Abraham recomienda estrictamente a su servidor que busque una mujer para su hijo, y le pide que para ello se guíe por una única condición: la de pertenecer al mismo clan (pues casarse con extranjeras podía poner en entredicho la transmisión de la fe hebrea y su Alianza con Dios, como se vio en el caso de la egipcia Agar). La fidelidad de Abraham fue, sin duda, la mejor garantía para que su hijo Isaac no diera un paso en falso.
Isaac es un hombre del desierto, y cierto día ve llegar una caravana de camellos, a la caída de la tarde. Rebeca es una de las que van montadas sobre uno de ellos, y cuando a lo lejos divisa a Isaac, salta de su camello y pregunta a su servidor: "¿Quién es ese joven que sale a nuestro encuentro?". Luego enrojece, y cubre el rostro con su velo. Y da comienzo la escena del encuentro entre un joven (Isaac) y una muchacha (Rebeca). Una escena oriental, llena de poesía, y que bien mirada es la que sigue reproduciéndose una y otra vez entre los humanos.
Entonces Isaac se desposó con aquella joven (Rebeca), y la amó. Y así se consoló Isaac de la muerte de su anciana madre (Sara). El autor del relato pone los 2 relatos en relación el uno con el otro, de forma explícita. Y resalta la importancia de las mujeres en la transmisión del amor y de la fe. La esposa de Isaac relevará a su propia madre, y recogerá de ella el testigo de la transmisión de la vida, no tan sólo de la biológica sino de la espiritual.
Noel Quesson
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Escuchamos hoy malas noticias: que la anciana Sara ha muerto (a la respetable edad de 127 años) y su marido (Abraham) la entierra en un lugar que nunca sea discutido: Hebrón.
Y escuchamos buenas noticias: que Isaac encuentra novia. Pues los buenos oficios del criado de Abraham han logrado que la joven Rebeca acceda a salir de su tierra y a casarse con el desconocido Isaac. El culebrón de los patriarcas no ha hecho más que comenzar. ¿No os parece hermoso que a través de estos relatos se vaya tejiendo una teología de la alianza? Porque lo que se quiere transmitir a través de estas historias es algo simple: el Dios del pueblo no es un ser lejano, sino que se manifiesta en la trama de la historia humana.
"La amó tanto que se olvidó de sus penas". Con esas palabras expresa el libro del Génesis la felicidad de Isaac, hijo de Abraham, cuando recibió por esposa a una mujer (Rebeca) de la tierra de su padre.
El libro del Génesis nos da hoy un ejemplo sobre el modo de elegir esposa, las preferencias de lugar y sangre, los mediadores de la petición de mano, la sintonía de amor entre hombre y mujer. En todo ello está la bendición de Dios, que nos creó para amar.
Si grande fue el amor del hijo (Isaac) a su padre (Abraham) y a su madre (Sara), similar a él y aún mayor llegó a ser su amor a la esposa (Rebeca): 2 cuerpos en una misma carne, 2 corazones en un mismo sentir, 2 voluntades en un solo proyecto. Si las cosas no se tuercen en el futuro, obra serán del hombre y no de Dios.
Cuanto se diga del amor siempre es poco. La pena es que con excesiva frecuencia se manosee el amor y no se llegue a la creación de un solo corazón y una sola alma, y unos mismos sentimientos en los que se complazcan los hombres y también Dios. La tensión insustituible del amor siempre está necesitada de un horizonte limpio y religioso, para ser perfectamente humano y divino.
Gonzalo Fernández
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Se percibe en el texto de hoy que el tema de las promesas, central en las narraciones patriarcales, apenas tiene relieve (v.7). Y que al revés que en los relatos precedentes, no abunda hoy la acción sino la palabra. Todo indica que este capítulo presupone una cierta constitución de las historias patriarcales.
La narración se nos presenta como una historia de guía divina. La insistencia en el éxito del camino emprendido (vv.21.40.42.56), así como la oración y acción de gracias del siervo (vv.26.52), lo muestran claramente. Sin embargo, no ocurre ninguna intervención exterior de Dios de tipo extraordinario.
Dios actúa más bien en el interior de los corazones. Además, los 2 personajes principales de esta historia (el siervo de Abraham y la joven Rebeca) son elevados a la categoría de símbolos. Él es el criado ejemplar y fiel, dócil y piadoso, dispuesto a servir en todo a su amo, aunque se trate de un asunto espinoso. Y Rebeca, que da de beber no sólo al extranjero, sino también a sus camellos, se nos presenta con rasgos de generosidad, cortesía, hospitalidad y respeto a las buenas costumbres.
El relato quiere responder también a la cuestión de la procedencia de las mujeres de los patriarcas, que no se toman del territorio de Canaán, sino de su país de origen.
Según la exposición del v. 1, Abraham es ya muy anciano y su muerte está muy próxima. El juramento en contacto con el miembro viril es muy antiguo (Gn 47, 29), y en él se excluye terminantemente la posibilidad de que Isaac vuelva a la tierra nativa de Abraham, ya que el plan de Dios y el camino de salvación emprendido por Abraham no admiten marcha atrás (Ex 34,15; Dt 7,3).
Efectivamente, el lugar de procedencia de Abraham y su clan era Aram Naharaim (o Aram de los Ríos), entre los ríos Balih y Habur (afluentes del Eufrates), en la Alta Mesopotamia y actual frontera turco-sirio-iraquí (Gn 11,311; 27,43). Y apenas llega allí el siervo de Abraham, en busca de novia para Isaac, se sienta junto a un pozo (a las afueras de la ciudad) y dirige a Dios una oración confiada, en la que establece (como señal) que la escogida muestre buena disponibilidad y cortesía, a la hora de darle de beber.
Rebeca cumple el requisito de sobra, ya que toma incluso la iniciativa a la hora de calmar la sed de sus camellos. Para colmo de satisfacción y alegría, es hermosa e hija de Betuel, pariente de Abraham. El siervo reconoce el éxito de la misión como obra de Dios, se postra en adoración y prorrumpe en una emotiva acción de gracias hacia aquel que le ha permitido realizar con éxito la difícil empresa (que le había encomendado su señor).
Josep Mas
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La 1ª lectura de hoy relata fragmentariamente la última parte del viaje del siervo de Abraham al país natal del patriarca, a fin de buscar una esposa para Isaac.
Llegado a casa de Labán, después de todo lo ocurrido junto al pozo y de dar de comer a los camellos, el criado de Abraham (Eliezer) se niega a tomar el alimento que con tan generosa hospitalidad le ofrecen los parientes de su amo, hasta que no haya expuesto el motivo de su viaje. Se subraya así que, por encima de las necesidades corporales más perentorias, dicho siervo atribuye todo el protagonismo a la misión encomendada (que le ha llevado a esta tierra tan lejana, a 1.250 km de distancia).
Su exposición resume todos los hechos anteriores y puede resultarnos sorprendente, dado nuestro estilo pragmático, alérgico a toda oratoria ampulosa; pero sintoniza perfectamente con la manera oriental de comportarse, poco amiga de ahorrar palabras, sobre todo en las ocasiones solemnes.
Notemos cómo el sirviente no hace alusión alguna a la prohibición de Abraham de dejar marchar a su hijo a aquella tierra (v.6), ya que Labán y los suyos lo habrían podido considerar ofensivo. De todas formas, la finalidad principal del discurso es exponer a su auditorio que es Dios quien ha llevado a feliz término su empresa y que, por tanto, es preciso que ellos acaten la voluntad divina, tan claramente manifestada, accediendo a que Rebeca sea la esposa de Isaac.
La respuesta de Labán y de Betuel, que no se hace esperar alude a las líneas principales del discurso: "Es cosa de Dios; nosotros no podemos responderte ni sí ni no" (lit. "hemos de someternos a sus designios"). Esta reacción favorable de los familiares provoca una adoración y acto de agradecimiento hacia Dios por parte del criado. Los lugares decisivos del relato quedan, de esta forma, marcados por la efusión del espíritu y el reconocimiento de la presencia divina.
Si el discurso ha sido muy largo, no es menos rápida y tajante la decisión del siervo de partir lo antes posible hacia su señor una vez que ha obtenido el consentimiento de llevarse a Rebeca (y con ello, la meta principal de su viaje). No consiguen retrasarlo ni la cortesía oriental ni el legítimo deseo de los familiares de la joven en el sentido de que ésta pase unos días con ellos antes de dejarlos definitivamente. Al final, es la misma Rebeca quien zanja la discusión: se aviene al deseo del siervo de no retrasar la partida y, así, muestra su pronta docilidad para secundar los planes divinos.
La despedida de los familiares de Rebeca se expresa, de acuerdo con las costumbres orientales (Rut 4,11; Tob 7,15), en una bendición, en que se hacen explícitos los mejores deseos y augurios. El relato termina con el 1º encuentro de Isaac con Rebeca (ésta, siguiendo las costumbres del tiempo, apenas supo que Isaac iba hacia ella se cubrió con un velo). Se añade, como nota final, que ambos se unieron en matrimonio y se amaron.
Josep Mas
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Si bien la relación de Dios con Abraham es intensamente personal y única, no se agota en él sino que queda abierta a la descendencia que le fue prometida. Y esa descendencia en un 1º momento es Isaac.
La petición de Abraham a su mayordomo Eliezer es extraña, y pretende responder al hecho de que viven en tierra extranjera. Debe conseguir una esposa para Isaac evitando 2 cosas: que la esposa sea de la tierra donde se encuentran, y que el esposo vuelva a la tierra de donde salieron. Estos requerimientos pueden parecer ridículos en nuestro tiempo, pues para nosotros la felicidad o estabilidad de las parejas no depende tanto de cosas como el lugar de origen de la esposa o el lugar de residencia del esposo.
En aquellos tiempos, en cambio, estos asuntos tenían relevancia porque la creencia religiosa estaba ligada estrechamente a la tribu o clan, y este estaba ligado a la tierra o tierras donde vivía. Un matrimonio con una cananea implicaba que Isaac entraba a formar parte de una familia pagana; o irse a vivir de nuevo a Caldea (de donde Abraham había salido) implicaba volver a los ancestros politeístas.
Lo que Abraham quiere es una esposa para su hijo, pero una esposa que pueda ser desligada de la tierra y de la parentela, de modo que no sea un estorbo para la nueva realidad establecida, para la Alianza que ha sellado con Dios y para seguir en adelante ese camino. Las complicadas diligencias nupciales tuvieron buen resultado, y la aramea Rebeca llegó a ser esposa del caldeo Isaac, heredero de la promesa.
Nelson Medina
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Escuchamos hoy la última página de la historia de Abraham (con la muerte de su esposa Sara), y la aparición del nuevo protagonista de la historia: su hijo Isaac (con su boda con la joven Rebeca).
Para el entierro de Sara, Abraham tiene que comprar un pedazo de tierra, pues hasta ahora no había poseído nada como propio, de la tierra prometida que Dios le había dado. Es el 1º paso en la posesión de la tierra prometida. En el cap. 23 se narra con detención los detalles de la compra que hizo Abraham, con todos los requisitos jurídicos (por 400 siclos) y geográficos (la cueva de Macpela, en Hebrón, la que hoy es la Tumba de los Patriarcas), porque en ella serán enterrados, además de Sara, él mismo y sus hijos y descendientes. No es de extrañar que, en el actual conflicto entre judíos y árabes en Hebrón, este lugar sea un punto de referencia muy importante.
También leemos resumida la pintoresca historia de cómo Eliezer, el siervo de Abraham, sale en busca de una esposa para el joven Isaac. El encargo es que no sea de familia cananea (falsa pobladora de la tierra prometida) ni caldea (pagana y politeísta, de donde había salido Abraham). Y entonces aparece la aremea Rebeca, de una familia emparentada con Abraham (la de Labán) en la tierra original de su padre (en Aram). Será la mujer que Isaac ama y toma por esposa. Un simpático caso de amor a 1ª vista, por el que Dios la historia del pueblo elegido.
Nosotros solemos tener menos paciencia, y nos gusta ver los resultados de nuestro trabajo o de las promesas de Dios a un plazo más corto. Abraham nos resulta un magnífico modelo de fe y de confianza en Dios para los que intentamos ser buenos creyentes en el mundo de hoy, y trabajamos para que se cumplan los planes de Dios con nuestro esfuerzo de evangelización y testimonio. Tal vez durante años no nos pertenecerá ni un palmo de terreno, como a Abraham, hasta el final. Tal vez, nos quejaremos de no tener descendencia, o de que eso de "los cielos nuevos y la tierra nueva" es una utopía.
Pero Dios sigue adelante en su proyecto de salvación. Igual que en al AT se le llamó "el Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob", en el NT nosotros sabemos que es además "el Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo", y que ahora está con la Iglesia (la comunidad de su Hijo) guiándola y dándole fuerza por su Espíritu, y que sigue amando a toda la humanidad. Y que el éxito de la obra no se deberá a nuestras técnicas y méritos, sino a la bondad de Dios, que actúa por medio de nosotros. Lo que tenemos que hacer es purificar nuestras intenciones, no buscarnos a nosotros mismos, sino a Dios.
Aprendamos de Abraham la lección a la hora de buscar esposa para su hijo. Él no vuelve atrás, y es una persona que siempre camina hacia delante, siguiendo las indicaciones de Dios. Su hijo no puede volver al país pagano de donde provenían, pues es el hijo de la promesa y también él debe mirar al futuro.
José Aldazábal
b) Mt 9, 9-13
Sobre la llamada de Mateo, destaca el hecho de que fuese "recaudador de impuestos". Su profesión, por tanto, así como su supuesta codicia y abuso de la gente, lo asimilaba a "los pecadores" y descreídos, y lo excluía de la religiosidad judía. Mateo está "sentado al mostrador", instalado en su oficio y situación irregular.
Jesús lo invita con una sola palabra: "Sígueme". Mateo "se levanta" e inmediatamente sigue a Jesús. El seguimiento es la expresión práctica de la fe y la adhesión, según lo dicho por Jesús al paralítico (Mt 9, 2), en que su pasado pecador había quedado borrado. De hecho, Mateo abandona su profesión ("se levantó") y comenzó una vida nueva.
La solemnidad con la que Jesús entró en casa de Mateo ("sucedió que estando él reclinado a la mesa, en la casa") aconseja referir la frase a Jesús, mejor que a Mateo. Por otra parte, esta oikía (lit. casa) designa varias veces la propia casa de Jesús y sus discípulos (Mt 9,28; 13,1.36; 17,25). Puede ser, como en Marcos, símbolo de la comunidad de Jesús. En la casa se encuentran reclinados a la mesa (postura propia de los hombres libres) Jesús y sus discípulos, pero llegan muchos recaudadores y pecadores y se reclinan con ellos.
El banquete es figura del reino de Dios (Mt 8, 11), y la escena significa que también los excluidos de Israel van a participar de él. La llamada de Mateo ha abierto a "los pecadores" (o impíos) la puerta del reino de Dios, actualizado en el banquete mesiánico.
La "llegada de los recaudadores" para estar a la mesa con Jesús y los discípulos alude a un acto de perfecta amistad y comunión, mostrando que también ellos dan su adhesión a Jesús cancelando su pasado y comenzando una nueva vida.
No es condición para el Reino la buena conducta en el pasado ni la observancia de la ley judía. Basta la adhesión a Jesús. Nótese que el término "pecadores y descreídos" no designaba sólo a los judíos irreligiosos (que hacían caso omiso de las prescripciones de la ley), sino también a los paganos. La escena abre, pues, el futuro horizonte misionero de la Iglesia.
Pero surge entonces la oposición de los fariseos, de aquellos que profesaban la observancia estricta de la ley y se guardaban escrupulosamente del trato con las personas impuras (pecadores). Se dirigen a los discípulos y les piden explicaciones sobre la conducta de su maestro. Responde Jesús mismo con una frase proverbial sobre los que necesitan de médico, y denuncia su falta de conocimiento de la Escritura al desconocer el texto de Os 6,6 (Mt 12, 7).
Dios requiere el amor al hombre antes que su propio culto (Mt 5, 23-24). Esto invierte las categorías de los fariseos, que cifraban su fidelidad a Dios en el cumplimiento exacto de todas las prescripciones de la ley, pero condenaban severamente a los que no las cumplían (Mt 7, l).
La frase final de Jesús tiene un sentido irónico. Los justos, que no van a ser llamados por él, son los que creen que no necesitan salvación. El verbo llamar (lit. invitar) ha sido usado por Mateo para designar el llamamiento de Santiago y Juan, que no pertenecían a la categoría de "los pecadores y descreídos". El término pecadores tiene, por tanto, un sentido amplio, y alude a aquellos pecadores que en el fondo siguen deseando la salvación. Los justos, por oposición, son los que están satisfechos de sí mismos, y no quieren salir del estado en que viven.
Juan Mateos
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El evangelio de hoy nos narra la vocación de Mateo, cuyos detalles varían mínimamente respecto a Marcos (Mc 2, 13-17) y Lucas (Lc 5, 27-32). Jesús va callejeando por Cafarnaum, cuando se encuentra con Mateo (Leví en Marcos y Lucas) y lo llama a seguirle. El detalle más sorprendente viene a continuación, pues la versión griega de Mateo dice que Jesús estaba a la mesa "en la casa", sin especificar si era la de Mateo o de Jesús (cosa que tampoco hará Marcos, al decir "en su casa" sin más, pero que sí hará Lucas, al situar la historia en casa de Leví).
La narración continúa de manera semejante en los 3 sinópticos: muchos publicanos y pecadores se encuentran en la casa. De nuevo encontramos una pequeña variante, pues en Mateo los fariseos se dirigen a los discípulos de Jesús (para preguntarles por qué come el Maestro con publicanos y pecadores), mientras que para Marcos son los escribas los que les preguntan, y para Lucas son fariseos y escribas ambos (que preguntan tanto a Jesús como a sus discípulos).
Jesús responde la pregunta planteada de manera casi idéntica en los 3 evangelistas: "No tienen necesidad de médico los sanos, sino los enfermos". Y aporta su alegato final de forma similar: "No he venido Yo a llamar a los justos, sino a los pecadores". Coinciden en esto los 3 evangelistas, pero Mateo añade la sentencia del profeta Oseas: "Quiero misericordia y no sacrificios" (Os 6, 6). Pasemos a analizar algunos detalles del texto de Mateo.
Dos temas son los que configuran la narración de este día: la identidad de Jesús y el seguimiento. Al 1º es al que más espacio se le dedica, y es presentado con ocasión del 2º, que es el que aparece en 1º lugar.
Mateo es presentado como recaudador de impuestos. En los evangelios son conocidos como una clase de individuos sin escrúpulos, equiparados a los pecadores. Eran los que recogían los impuestos aduaneros romanos (una especie de subarrendatarios de grandes negociantes, que tenían sus propios jefes), lo que les permitía engrosar sus bolsillos con el abuso y la extorsión (Lc 3, 13), oprimiendo a Israel y colaborando con el poder imperial.
En el caso de Mateo se trataría de un publicano que desarrollaba su actividad en Cafarnaum, lugar fronterizo entre los territorios de Antipas y Filipo (Lc 3, 1). La respuesta de Mateo ante la llamada de Jesús es inminente, y aquí es utilizada como modelo.
La posterior acción de Mateo llevando a Jesús a la mesa da pie para el desarrollo del otro gran tema del relato, el de la identidad de Jesús. Está construido en forma de polémica con los fariseos. Veamos los elementos más importantes.
La invitación de Mateo a Jesús viene a ser su 2ª respuesta, será una comida de despedida con sus amigos. A los publicanos nos acabamos de referir. Los pecadores son los judíos no observantes de la ley. Enfrente están los fariseos, quienes encarnan a los perfectos cumplidores.
La pregunta (acusación) que se pone en sus labios no resulta nada extraña teniendo en cuenta que llevaban a la práctica el principio de evitar el contacto con gentiles y judíos que no cumpliesen la ley, bajo su punto de vista Jesús se rodea de personas impuras con las que un piadoso judío no puede compartir una comida (Mc 7,3-4.14-23; Hch 10,15; 15,20; Gál 2,12). Por ello su pregunta va más allá, así como la respuesta de Jesús: ¿Cuál es su identidad, viendo que hace estas cosas?
En otro contexto el mismo Jesús hubiese respondido con un milagro (como ayer). Pero aquí responde de forma tajante. Decíamos antes que las palabras finales vienen reforzadas por la cita de Oseas, con ella se expresa que las relaciones entre las personas están por encima de lo prescrito en la ley. Estamos ante alguien que está por encima de la ley, o mejor aún, ante una nueva ley que ataca directamente la legalidad de los fariseos. Todavía hay algo más, pues en el contexto de la sentencia se expresa que éstos (los fariseos) no tienen curación posible porque no han reconocido quién es Jesús (como si había hecho Mateo, por ejemplo) ni son conscientes de su pecado.
Fernando Camacho
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Salió Jesús a pasear por Cafarnaum, vio en su paseo a un hombre sentado al mostrador de los impuestos, y le dijo: "Sígueme". Este hombre era llamado Leví de Alfeo (Mc 2, 14) y Leví (Lc 5, 27).
Se trata de un hombre que el pueblo detestaba, porque era recaudador de impuestos, que se enriquecía a costa de los demás. A los pescadores ya llamados en la orilla del lago (Mt 4, 18-22), Jesús añade ahora a un hombre, que no inspira demasiada confianza. ¿Qué raro equipo está constituyendo allí Jesús?
Aquel hombre "se levantó, e instantáneamente lo siguió". Y empezó a comportarse como Jesús le pedía, dejándolo todo sin demora (Mt 8, 19-22). Para aquel hombre, eso suponía asumir un riesgo real, pues al dejar su mostrador renunciaba a su fortuna. Pero para seguir a Jesús siempre hay que correr algún riesgo. Si miro atentamente mi vida, podré descubrir en ella lo que más me retiene para seguir mejor a Cristo.
Estando Jesús a la mesa, en casa del recaudador, acudió un buen grupo de recaudadores y descreídos y se reclinaron con él y sus discípulos. Al ver aquello preguntaron los fariseos a los discípulos: "¿Por qué come vuestro maestro con publicanos y pecadores?". Mateo ha festejado pues su vocación ofreciendo un banquete: al que, evidentemente, asisten también sus colegas, toda una pandilla de sucios publicanos y de gente de mal. Se come, se bebe, se canta. ¡Qué escándalo! ¡Con qué gente más rara se está juntando Jesús!
Jesús lo oyó y dijo: "No necesitan médico los sanos, sino los enfermos". Jesús cita aquí un proverbio, que hay que contemplar detenidamente para ver el fondo del corazón de Jesús. Todos somos pecadores. Ahora bien, Jesús dice que ¡para eso ha venido! No sólo no repele el pecado, sino que lo busca, tratando de llegar a nuestras miserias.
Uno se pregunta cómo Dios puede estar presente en ciertos ambientes especialmente asquerosos, malos o perversos, en ciertas situaciones de injusticia. Pues bien, Dios se encuentra allí, para salvar y para curar. Todo el evangelio, cuando se trata de Dios, nos urge a que sepamos sobrepasar la noción de justicia y a descubrir la noción de misericordia, que en el caso de Dios es infinita hacia los pecadores.
Las comidas de Jesús con los pecadores nos recuerdan que hoy también la eucaristía se ofrece "en remisión de los pecados". La revalorización de los elementos penitenciales de la misa continúa una tradición que viene directamente de Jesús. Dejar que nos acerquemos a ti, Señor, no es algo digno para ti. No, la eucaristía no es ante todo la recompensa a las almas puras, sino una comida de Jesús con los pecadores.
Noel Quesson
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Después de los 3 milagros de los días pasados, el evangelio intercala esta escena de vocación apostólica que hoy leemos: la llamada de Mateo, el mismo a quien Marcos y Lucas llaman Leví y al que se atribuye uno de los 4 evangelios.
Se trata de una vocación muy significativa, pues Jesús elige a un recaudador de impuestos al servicio de la potencia ocupante (Roma), que además banquetea con los paganos de peor fama del pueblo. Jesús le da un voto de confianza, sin pedirle tampoco una confesión pública de conversión. Mateo le invita a su casa y en ella le ofrece una comida suculenta, a la que también invita a otros publicanos, para gran escándalo de la gente religiosa.
Esa fue la ocasión para que Jesús le muestre a Mateo su verdadera intención: "No he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores". ¿Somos nosotros buenos discípulos de Jesús en esta actitud de tolerancia y de confianza con los demás? ¿Hubiéramos sido capaces de incorporar a un publicano al grupo de los apóstoles, si hubiera dependido de nosotros? ¿O nos vemos más bien retratados en los fariseos que murmuran, porque trata así a los pecadores?
La tentación de los buenos ha sido, en todos los tiempos, la de creerse ellos santos, mientras el resto no lo era. Y eso les ha llevado casi siempre a la crítica y a la cerrazón. ¿Acogemos nosotros a los alejados y pecadores, no juzgándoles por su mala fama sino por sus actitudes interiores (seguramente de fe y riqueza espiritual)? ¿O nos quedamos en las apariencias? Jesús no sólo acogió a Mateo, sino que lo hizo apóstol suyo. Y Mateo respondió perfectamente. ¡Cuánto bien ha hecho ya, durante 2000 años, el evangelio de Jesús!
Tenemos que aprender a tener un corazón acogedor. Jesús fue fiel reflejo de Dios, que es amor, que es Padre "rico en misericordia". La misericordia es algo más que justicia. Es un amor condescendiente, comprensivo, tolerante y dispuesto a perdonar.
José Aldazábal
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Escuchamos hoy un relato de controversia entre Jesús y los fariseos, en el marco de la vocación de Mateo. El relato se inscribe en el encuentro casual de Jesús con un hombre llamado Mateo, que tenía por profesión la recaudación de impuestos y tasas a nivel de subalterno (por el hecho de hallarse "sentado en el mostrador").
Los recaudadores subalternos eran frecuentemente judíos, y en Galilea estaban al servicio de la administración romana. Su nacionalidad judía los hacía doblemente odiosos a sus compatriotas, quienes los consideraban traidores (por vender a su patria) e instrumentos de dominación de los romanos (por colaborar con el poder imperial invasor).
La profesión de recaudador era considerada deshonesta, pues sus agentes aparecían ávidos de dinero, interesados y explotadores, y renegados religiosa y políticamente. No tenían cuidado (ni poco ni mucho) de la ley religiosa, y frecuentaban el trato con los paganos, pecadores e impuros. Por todo eso, los observantes de la ley los creían rechazados por Dios, y los relegaban a ellos con sus familias de la sinagoga, tratándolos de impuros.
Jesús invita a Mateo a que lo siga, invitando también a su grupo de amigos (de pésima reputación). Mateo y sus amigos son el prototipo de los judíos alejados de la religión judía, y sin embargo también ellos (y Mateo de forma especial) son llamados por Jesús a tener parte en el reino de Dios.
Con la llamada a Mateo empieza la puesta en marcha del mensaje de la universalidad del Reino. Mateo se levantó y le siguió, dejando su profesión y asumiendo la nueva condición de vida que le propone Jesús. Con su gesto, Mateo cumple la condición para el seguimiento (la ruptura con el pasado), manifiesta su adhesión a Jesús (que lo libera del pecado) y comienza una nueva vida.
En los vv. 10-13 se narra la hospitalidad de Mateo y su invitación a Jesús a una comida de despedida con sus amigos (los "publicanos y pecadores"). Sabemos que el judaísmo farisaico evitaba el contacto con gentiles y judíos que no observaran la ley, y que ningún rabino consentiría jamás en juntarse con ellos.
Por eso los fariseos, al ver que Jesús se sentaba a la mesa con publicanos y pecadores, se sorprendieron de tal manera que no pudieron ocultar su hostilidad, provocando la tajante respuesta de Jesús: "No necesitan médico los que están sanos, sino los que están enfermos". Jesús pone las relaciones humanas, por tanto, por encima del culto y de la observancia de la ley.
El texto expresa la compasión de Jesús hacia los pecadores, pero al mismo tiempo se enfrenta y ataca la justicia autosuficiente de los fariseos. Por tanto, los que no se reconocen enfermos no llaman al médico ni lo reciben, y no tienen curación posible. Nadie puede acercarse a Jesús, a menos que se confiese pecador. Jesús es el médico, y si cura al enfermo, o al paralítico, es para simbolizar que también sana la enfermedad del pecado.
Gaspar Mora
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El evangelio de hoy nos habla de una vocación, la del publicano Mateo. Jesús está preparando el pequeño grupo de discípulos que han de continuar su obra de salvación. Él escoge a quien quiere: serán pescadores, o de una humilde profesión. Incluso, llama a que le siga un cobrador de impuestos, profesión menospreciada por los judíos (que se consideraban perfectos observantes de la ley), porque la veían como muy cercana a tener una vida pecadora, ya que cobraban impuestos en nombre del gobernador romano, a quien no querían someterse.
Es suficiente con la invitación de Jesús: "Sígueme" (v.9). Con una palabra del Maestro, Mateo deja su profesión y le invita a su casa, para celebrar allí un banquete de agradecimiento. Era natural que Mateo tuviera un buen grupo de amigos, del mismo ramo profesional, para que le acompañaran a participar de aquel convite. Según los fariseos, toda aquella gente eran pecadores, reconocidos públicamente como tales.
Los fariseos no pueden callar y comentan su enfado a algunos discípulos de Jesús: "¿Por qué come vuestro maestro con los publicanos y pecadores?" (v.10). La respuesta de Jesús es inmediata: "No necesitan médico los que están sanos, sino los que están enfermos" (v.12). La comparación es perfecta: "No he venido a llamar a justos, sino a pecadores" (v.13), asimilando justicia con salud y pecado con enfermedad.
Las palabras de este evangelio son de actualidad. Jesús continúa invitándonos a que le sigamos, cada uno según su estado y profesión. Y seguir a Jesús, con frecuencia, supone dejar pasiones desordenadas, mal comportamiento familiar, pérdida de tiempo, para dedicar ratos a la oración, al banquete eucarístico, a la pastoral misionera. En fin, que como decía San Ignacio de Antioquía, "un cristiano no es dueño de sí mismo, sino que está entregado al servicio de Dios".
Ciertamente, Jesús me pide un cambio de vida, y con ello me pregunto: ¿De qué grupo formo parte, de la persona perfecta o de la que se reconoce sinceramente defectuosa? ¿Verdad que puedo mejorar?
Pedro Campanya
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Como parte de un acto libre y misterioso, Jesús llama a ser apóstol a un hombre detestado en toda Cafarnaum, por ser un explotador económico y un traidor político de su propio pueblo. Su nombre era Leví, pero también se le conoce por Mateo.
Jesús confirma con sus palabras que esta elección no ha sido una especie de accidente o un impulso intempestivo que configura una anécdota. Es parte de su misión, es una descripción de su tarea en esta tierra: "No he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores".
Aunque suene ingenuo o inoportuno, preguntemos: ¿Por qué no ha venido a llamar a los justos? Porque los justos no sienten necesidad de ser enderezados o ajustados. Jesús viene a responder a una necesidad, y quien no descubre esa necesidad no descubre tampoco a Jesús.
Pero no se trata de cualquier necesidad, sino de algo profundo, que sólo puede ser colmado con la palabra misericordia. Y uno necesita misericordia cuando ha alcanzado su propio límite. No cualquiera entonces entiende el mensaje de Jesucristo, y no cualquiera está en disposición de aceptarle como Señor y Salvador.
De algún modo es preciso haberse encontrado con el propio límite y haber percibido que sólo con el regalo de un amor no merecido la propia vida puede seguir adelante y florecer. Por supuesto, una vez recibida esta gracia, este regalo, quien lo recibe se siente pertenecer a Cristo y a su palabra. Eso hizo Mateo y eso haremos nosotros cuando vivamos la experiencia que él vivió.
Nelson Medina
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La escena de la comida de Jesús en casa del recaudador Mateo nos desborda por todas partes, y pertenece a ese género de historias que son reacias a la domesticación. En esa escena, Mateo se siente desconcertado por el gesto de Jesús. Lo aprecia sobremanera (porque comer con uno es entrar en comunión con él), pero al mismo tiempo se siente indigno, y por eso duda entre la alegría y el abatimiento.
Los demás apóstoles aceptan también comer, pero a regañadientes. Pues para ellos era una patada en el estómago tener que comer con un indeseable como Mateo. Hasta que empiezan a devorar los alimentos, y en ese momento se les pasa el rechinar de dientes.
Toda experiencia de perdón es una película inédita. Nadie cree en la fuerza liberadora del perdón hasta que no la experimenta en sus carnes. Para la mayoría, perdonar a los indeseables (¡compón con libertad tu propia lista!) es una reacción de débiles que sólo sirve para perpetuar la cadena de injusticias. Para Jesús (y para los pocos que viven como Jesús) perdonar es la única manera de sacar del infierno a los muchos hombres y mujeres que se hunden en él. O sea, que es el único camino para hacer ese "otro mundo posible", según dicen los chicos de la antiglobalización.
"Oiga, ¿qué puedo hacer yo por mejorar este mundo tan corrompido?". "Perdonar, colega, perdonar, dejarte invitar por los indeseables y permitir que les salga a borbotones toda la ternura que llevan enterrada". Jesús lo dice con otra fórmula más eficaz: "No tienen necesidad de médico los sanos, sino los enfermos".
Gonzalo Fernández
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Me llama la atención en el evangelio de hoy la actitud que toman recaudadores de impuestos y pecadores cuando saben que Jesús está en casa de Mateo. Ellos se acercan hasta allá y se sientan a comer con Jesús y sus discípulos. Digo que me llama la atención porque sentí la desolación y el rechazo que, por su condición social, estas personas están recibiendo. Sin embargo, se enteran que el Maestro está en casa de uno igual a ellos y no quieren desaprovechar la oportunidad de acercarse, de experimentar lo que experimentó Mateo cuando Jesús le dijo sígueme.
Ahí radica la frase que Jesús dice a sus discípulos ("misericordia quiero y no sacrificios"), y la base de toda persona que se dice ser cristiana. Se trata del reto al cuál estamos llamados cada uno de los que decimos tener a Cristo por centro de nuestras vidas. Un reto a realizar aquí y ahora, en nuestro momento histórico de vida: la misericordia, junto al desarrollo de la compasión. Y eso no con el que está a nuestro lado cercano, sino con todas aquellas personas que en verdad lo necesitan.
Miosotis Nolasco
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Jesús ofrece hoy la propuesta del Reino a Mateo, un cobrador de impuestos a quien, de forma categórica, le dice: "Sígueme". Seguir a Jesús es dejar todo atrás. Es cargar con el pasado pero ya no como condena, sino como paradigma, para no repetir la historia de esclavitud al pecado, y también como escuela de reflexión para apuntar siempre hacia adelante con entrega y dedicación.
A Jesús le importa el ser humano, íntegramente y sin distinción alguna. Por eso él se sienta a la mesa con publicanos y pecadores. Jesús propone a todos el Reino de Dios. No limita a Dios sólo a los hombres y a los judíos puros, sino que presenta el amor de Dios a las mujeres y todos los que la ley consideraba impuros. Por lo tanto no era raro que el invitara a su grupo a personas que para la sociedad de su tiempo eran considerados pecadores.
Tenemos que recordar que para Mateo la mesa es el lugar donde sólo se pueden sentar los que eran puros según el legalismo judío. Por eso, con la actitud de Jesús los pecadores son declarados puros y, a su vez, con este gesto Jesús se está declarando públicamente ilegal. Jesús se comporta de esta manera porque tiene claro que la misericordia de Dios es abundante y es para todos. Por tanto, también los llamados pecadores (por la tradición judía) son destinatarios de la gracia salvadora de Dios, manifestada en Jesús.
Consuelo Ferrus
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Jesús dirige hoy una invitación de seguimiento al publicano Mateo, y le da la posibilidad de integrar su vida al designio salvífico de su Reino, dejando para ello su historia pasada de codicia y de pecado.
Pero junto a Mateo, Jesús incorpora también en su Reino a un grupo de recaudadores de impuestos y de descreídos, con el fin de señalar la universalidad de la voluntad divina de salvación. Un gesto que nos viene a decir que la existencia de los excluidos en la institución religiosa (y en toda institución) ha de ser el termómetro que determine el grado de adecuación de nuestras instituciones (incluso religiosas) con el querer de Dios.
Con el banquete de Jesús en casa de Mateo se pone de manifiesto la preferencia del Dios de Jesús por los publicanos y pecadores. Pues la cercanía hacia ellos, así como el compartir con ellos la propia comida, es la finalidad que aquí pretende. La necesidad humana es la circunstancia determinante de la iniciativa divina como se expresa en la comparación con el ámbito sanitario del v. 12: "No necesitan médico los sanos, sino los enfermos".
De aquí surge también la condena de Jesús hacia toda institución que sea incapaz de acercarse ("invitar") a ese mundo paralelo, así como intentar convertirlo (que "lo deje todo") e integrarlo a una nueva y más sana realidad ("llamarlo").
Jesús condena el corazón endurecido de los fariseos, que critican la comida de Jesús con publicanos y pecadores. Pero sobre todo porque rechazan la misericordia ejercida por Jesús hacia ellos, haciendo así a Dios vulnerable de Dios frente a la miseria humana. Por ello, la auténtica relación religiosa sólo podrá realizarse si los buenos son capaces de modelar su corazón, conforme a esa preferencia de Dios por los malos del pueblo.
Confederación Internacional Claretiana
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La elección de Mateo de hoy resulta provocativa. Este nuevo maestro, que enseña con autoridad, parece extralimitarse. Para su grupo de discípulos elige a un hombre que ejerce de recaudador de impuestos, un verdadero colaboracionista con el sistema opresor romano, diríamos hoy. Mateo trabaja en un puesto de aduanas, y el Ministerio de Hacienda de entonces otorgaba las aduanas al mejor postor, exigiendo un determinado precio por el puesto aduanero. El recaudador de turno establecía los tributos y tasas a imponer al pueblo (con frecuencia excesivos), y era considerado por por la gente como codicioso y traidor.
Las gentes de bien de entonces colocaban a los recaudadores entre los impíos, las prostitutas y los ladrones. Sin embargo, Jesús invita a Mateo a formar parte de un grupo que no sólo no robará, sino que tendrá la capacidad de entregarse por entero a los demás, a cambio de la nada.
El recaudador Mateo oye la llamada de Jesús y abandona su profesión, tal vez sin saber a dónde le llevaría el nuevo camino. Pero Jesús no sólo elige a Mateo, sino que se sienta a la mesa con recaudadores y descreídos provocando el escándalo de los fariseos (que para sus adentros dirían eso de "dime con quién andas y te diré quién eres").
Los fariseos, no atreviéndose a encararse con Jesús, piden explicación a los discípulos: "¿Se puede saber por qué come vuestro maestro con los recaudadores y descreídos?". Y Jesús, que percibe la pregunta, sale al paso con ironía: "No necesitan médico los sanos, sino los enfermos". ¿Quiénes son los sanos? ¿Quiénes los enfermos?
Los fariseos, que se creen sanos, tal vez no lo sean tanto. Pues tienen tan centrada su vida en cumplir escrupulosamente la ley, que se han separado del trato y del contacto con el pueblo (al que, directamente, considera impuro), haciendo girar toda su vida en torno al culto y no al amor y la solidaridad. Por eso, Jesús les recuerda la frase de Isaías: "Corazón quiero, y no sacrificios". Esto es, que se dediquen al prójimo y no al ayuno, y al amor antes que al culto.
Tal vez los fariseos fuesen los realmente enfermos, y los más necesitados de salvación. Pues los que finalmente se sientan en el banquete del Reino no son los fariseos, sino los pecadores, los recaudadores, las prostitutas y los ladrones, que se sientan a la mesa de Jesús y con él acaban formando una comunidad de vida, en camino de salvación.
Servicio Bíblico Latinoamericano
c) Meditación
Tras la llamada al discipulado del publicano Mateo, hoy Jesús se sienta a la mesa con publicanos y pecadores. Eran los comensales que habían acudido a la invitación de su colega y compañero de oficio, Mateo. Los fariseos no desaprovechan la ocasión para criticar al Maestro.
Y no es que lo único que movía a los fariseos era el afán de criticar, sino que la conducta de Jesús realmente les escandalizaba. Su mentalidad legalista no podía tolerar semejante comportamiento, el de un rabino de Nazaret (Jesús) que se mezclase con los pecadores sin caer en la cuenta de que ese contacto significaba una contracción de impureza.
El que vivía entre impuros, venían a decir los fariseos, no podía sino contraer impureza, y para evitar esa impureza había que mantener las distancias. Es decir, separarse de ellos como de los leprosos. Y el mismo riesgo que había en el contacto con la lepra lo había en el contacto con un pecador público. Todas las enfermedades, tanto las físicas como las morales, contaminaban.
Jesús, al oír la crítica a que es sometida su conducta, responde: No tienen necesidad de médico los sanos, sino los enfermos. Es decir, se presenta a ellos como un médico que no puede rehuir el contacto con los enfermos, pues el médico está para eso: para curar. Y sus pacientes no pueden ser otros que los enfermos.
El oficio del médico reclama necesariamente el contacto con sus pacientes, aún a riesgo de contraer él mismo la enfermedad que pretende curar. Por tanto, la conducta de Jesús de "contactos peligrosos" está justificada, porque ha venido como médico. Y el médico, si quiere cumplir su función debidamente, no puede rehuir este contacto.
Tras la justificación de Jesús, queda latente la crítica que hace sobre lo más nuclear de la mentalidad farisaica: Andad y aprended lo que significa misericordia quiero y no sacrificios, que no he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores. Es decir, hay algo muy urgente que tienen que aprender los fariseos (y cuantos retienen su mentalidad): que lo que agrada a Dios es la misericordia, y no los sacrificios. Y que la misericordia no mira a Dios, sino al prójimo, pues Dios no es miserable de nada.
Nosotros no podemos ser misericordiosos con Dios, pero sí podemos serlo con los miserables de este mundo, ya lo sean por sus miserias físicas o morales. Los sacrificios (= ofrendas sagradas y rituales), en cambio, sí miran a Dios, aunque con semejante ofrenda se pretenda obtener un favor divino, su protección o cualquier otro beneficio.
Esto es lo que no han aprendido aún los fariseos, empeñados en ofrecer sacrificios en el templo, pero olvidados de usar de misericordia con los miserables de este mundo, entre los cuales se cuentan también los publicanos y esos que eran señalados como pecadores públicos.
La miseria de los publicanos no estaba en estar faltos de dinero, sino de reputación moral. Eran pecadores (enfermos) desahuciados por quienes tenían el deber de curarlos.
Pero Jesús entiende que dicha enfermedad tiene remedio, y por eso se acerca a ellos como médico. Y por eso llama a los pecadores y se junta con ellos, porque como médico de tales dolencias cree tener el remedio medicinal para su estado de miseria. Y por eso se lanza misericordiosamente a ejercer esa labor.
Esto es lo que Dios quiere, ésta es la mejor ofrenda que se le puede presentar: la acción misericordiosa. Pero ¿no acabó Jesús sus días con un sacrificio, que actualizamos en la eucaristía, la ofrenda de su propia vida en la cruz?
Así es, pero no se trata de un sacrificio externo, el de una oveja de su rebaño, sino del sacrificio de la propia vida, y sobre todo de un sacrificio que culminaba un camino de misericordia. Jesús moría por los pecados del mundo, es decir, no sólo a causa de los pecados del mundo, sino para proporcionar a este mundo el remedio a su situación de pecado.
Jesús seguía actuando como médico y proporcionando su medicina movido por la misericordia hacia ese mundo sometido al pecado. Su muerte, además de ser un sacrificio (agradable a Dios), era un acto grandioso de misericordia o de amor misericordioso. Se encarnó por amor, se mezcló con los pecadores y los curó por amor y murió por amor a esos mismos pecadores. En su muerte se encuentra el último y definitivo remedio medicinal que brota de su misericordia.
Esto es lo que Dios quiere, la misericordia que aprecia en Jesús, una misericordia que le lleva hasta el sacrificio de la propia vida en la cruz. Se trata, pues, de un sacrificio que culmina una trayectoria misericordiosa y del que ha de brotar necesariamente la misericordia para con los miserables de este mundo.
El Dios que recibe nuestros sacrificios u ofrendas sigue prefiriendo nuestra misericordia. Sólo los sacrificios en los que se expresa la misericordia son agradables a Dios. Tengámoslo en cuenta, si no queremos dejarnos arrastrar por la mentalidad farisaica.
JOSÉ RAMÓN DÍAZ SÁNCHEZ·CID, doctor en Teología
Act:
04/07/25
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E D I T O R I
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R C A B A
M U R C I A