26 de Junio
Jueves XII Ordinario
Equipo
de Liturgia
Mercabá, 26 junio 2025
a) Gén 16, 1-12.15-16
Leemos hoy un episodio de la vida de Abraham que parecerá quizá chocante a muchos de nosotros, occidentales. Este episodio es de capital importancia; permite, en efecto, relacionar el mundo musulmán (Islam = Ismael) con la Alianza y con la fe monoteísta de Abraham. De modo que, una vez más, un texto, aparentemente lejano (y casi arqueológico) se revela como de flagrante actualidad: la trágica envidia de Sara y Agar continúa en pleno s. XX.
Sara dio en maltratar a su sirvienta Agar (que estaba encinta) y ésta huyó de su presencia. Podemos imaginarnos esas escenas penosas, aunque resulten desagradables. La poligamia, admitida entonces, no es ciertamente una solución ideal. La 1ª mujer (Sara) no acepta quedar rebajada ante la 2ª (Agar) cuando ésta le anuncia que por fin dará un hijo a Abraham. De ahí surgen las palabras duras, los golpes y la huida hacia el desierto.
El ángel del Señor la encontró junto a una fuente que hay en el desierto, camino del Sur. Y el diálogo que se inicia entre ambos está lleno de bondad. Dios mismo, por medio de su mensajero, trata de arreglar las cosas: "Retorna donde tu ama y muéstrate sumisa. Estás encinta, darás a luz a un hijo y le darás por nombre Ismael". Agar dio a luz un hijo a Abraham, y Abraham le puso por nombre Ismael.
Abraham busca a Dios a través de las costumbres de su tiempo. Pero, no es siempre fácil hallar la voluntad de Dios. Abraham por un momento creyó que ese hijo sería el cumplimiento de la promesa. Pero no fue así. De error en error, de sufrimiento en sufrimiento avanza hacia la realización de lo que Dios le ha prometido. Señor, me atrevo a pedirte que mis titubeos y mis errores sirvan a tu designio. Dios escribe recto en líneas torcidas, afortunadamente.
Noel Quesson
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Dentro del actual contexto patriarcal, la función de esta historia de Agar, en su mayor parte de tradición yahvista (la de Gn 21 es elohísta), consiste sobre todo en presentarnos dramáticamente la demora angustiosa, e incluso el aparente fracaso, de la promesa divina que preveía una descendencia para la esterilidad de Sara. Dios mismo, según las ideas del tiempo, la había privado de hijos.
En estas circunstancias tan penosas, mucho más en el contexto de entonces, la única salida, considerada en aquel tiempo como válida, era la que escogió Sara para no dejar a Abraham sin primogenitura. La esclava egipcia Agar se convertiría en la concubina de su marido, y el hijo que naciera de esta unión sería considerado como hijo de ella misma, recibiéndolo ella simbólicamente "sobre sus rodillas" (Gn 30, 3.9) cuando naciera.
Sin embargo, las soluciones humanas no hacen con frecuencia sino agravar los problemas: Agar, viendo que había concebido, miraba con desprecio a su señora. Esta, ofendida, recurrió al arbitraje de su marido. El Código de Hammurabi establecía que una criada que pretendiese equipararse a su dueña fuese degradada a la categoría de esclava. Abraham optó por entregar a Agar en manos de su esposa.
Huyendo de la ira desbordada de Sara y dirigiéndose hacia su Egipto natal, Agar tuvo en el desierto, junto a un pozo, la visión del ángel de Yahveh (una forma de aparición de Dios mismo), que la exhortó al retorno y a la docilidad (v.9). Además, le promete una descendencia numerosa y le anuncia el nacimiento del hijo que lleva en sus entrañas y el nombre que le ha de poner, que expresará la peculiaridad del hombre del desierto, libre y rudo, amigo de contiendas y discordias, que le acredita como el beduino por excelencia.
El mejor significado de El Roi es "él me ve". En cualquier caso, la teofanía justifica la fundación de un santuario de este nombre (el lugar es imposible de localizar). La conclusión (vv.15-16), así como el v. 3, pertenecen a la tradición sacerdotal.
En este relato destacan la duda y la poca fe en el cumplimiento de las promesas, el recurso (en el momento de apuro) a los medios puramente humanos, que complican las relaciones interpersonales, la protección divina del hijo de Agar a pesar de no ser el hijo de la promesa y pese a su carácter salvaje y belicoso.
Todos estos aspectos nos interpelan fuertemente, más allá de la anécdota antigua, y conservan una indiscutible vigencia ahora y siempre. Todo podría resumirse así: hay que dejarse guiar por Dios, providente y fiel, que se cuida de todos y no desampara a nadie.
Josep Mas
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Hay muchas cosas extrañas en el relato de la 1ª lectura de hoy: Sara diciéndole al esposo que tenga un hijo con la criada Agar, la criada Agar burlándose de su señora, Agar escapando de los malos tratos, el ángel diciendo a Agar que vuelva al servicio de la señora, y un hijo (Ismael) que es inocente de todo pero que llevará una vida marcada por conflictos. ¿Qué sentido hay en todo esto?
Tal vez descubrir que no hay mucho sentido sea ya un buen descubrimiento. Si miramos qué criterios se dan en esta cadena de hechos absurdos, vemos que, quitando la indicación del ángel, todo lo demás es puro razonar "según la carne," como diría San Pablo.
Es la carne la que quiere ayudar a Dios a que cumpla sus promesas, y de ahí sale la idea que Sara tiene de que su esposo embarace a la criada. Es la carne, en forma de satisfacción del bien natural logrado, lo que hace que Agar se vuelva en desprecio hacia su señora. Es la carne, en forma de envidia e impaciencia, la que hace que Sara maltrate a Agar, y es de nuevo la carne la que lleva a Agar a huir al desierto, sin tener ni sustento ni dirección ni esperanza ninguna.
O sea, que sí hay algo que aprendemos de todo esto, y es lo que dijo Pablo: "El que siembra en la carne, de la carne cosechará corrupción" (Gál 6, 8). De hecho, lo que Dios había prometido no se cumplirá a través de Ismael sino del que es llamado "hijo de la promesa" (Isaac).
Nelson Medina
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Al ver que tardaba en cumplirse lo que Dios les había prometido (la descendencia), Abraham y Sara recurren a un procedimiento admitido en la época: tener un hijo con la esclava (Agar).
Lo que sigue pertenece a esas escenas familiares que se van repitiendo en todos los tiempos: la esclava se envalentona ante su ama, quiere que su hijo sea reconocido como suyo, Sara se deja comer por los celos y la expulsa, el padre tiene que permitirlo, aunque quiere a Agar y al hijo que va a tener. Dios sigue llevando adelante su programa de salvación, también a través de estas miserias humanas.
El hijo que Abraham tiene de la esclava será el padre de los ismaelitas (o agarenos, nómadas beduinos). Por tanto, también los árabes le tienen a Abraham por patriarca. Su hijo Ismael para los árabes y el hijo que vendrá después (Isaac, para los judíos) son cabeza de una doble descendencia numerosísima. Visto así, parecería que judíos y árabes, por su común origen, están condenados a entenderse. Y nosotros, los cristianos, con los dos.
Tendríamos que saber reconocer los caminos de Dios también en direcciones que nos parecen sorprendentes. Porque él es siempre original y escapa a nuestros cálculos.
El hijo de la esclava parece no tener lugar en la historia de la salvación, pero también a él le alcanza el amor de Dios: se llama Ismael (lit. Dios escucha). El ángel le dice a la desconsolada Agar: "Haré tu descendencia tan numerosa, que no se podrá contar. Porque el Señor ha escuchado tu aflicción". Nadie tiene el monopolio de la gracia de Dios y de la salvación, ni siquiera el pueblo elegido del AT ni la Iglesia en el NT. Dios ama también a los que nosotros consideramos que están fuera. Recordemos lo que dijo el Concilio Vaticano II (Nostra Aetate, 3):
"La Iglesia mira también con aprecio a los musulmanes, que adoran al único Dios vivo y subsistente, misericordioso y omnipotente, a cuyos ocultos designios procuran someterse por entero, como se sometió a Dios Abraham, a quien la fe islámica se refiere de buen grado. Si bien en el transcurso de los siglos han surgido no pocas disensiones y enemistades entre cristianos y musulmanes, el concilio exhorta a todos a que, olvidando lo pasado, ejerzan sinceramente la comprensión mutua".
Las 3 grandes religiones monoteístas (cristianismo, judaísmo, Islam) tenemos un común punto de referencia en Abraham y su fidelidad a Dios. Lástima que no nos conozcamos ni estemos reconciliados. El que Dios ame también a Ismael nos debería enseñar a tener un corazón más universal y ecuménico para con las personas que no son de nuestra raza, de nuestra edad y cultura.
José Aldazábal
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En los cap. 16, 17 y 21 del Génesis se narran las amarguras de Sara y Abraham por no tener hijos y por tener que recurrir a la licencia de desposar a Agar para que le diera un hijo (Ismael). Así como se cuenta la alegría de fecundidad de Sara que engendra a Isaac, el hijo de sus entrañas, heredero de las promesas y de la Alianza.
Pero en ese contexto, hay que resaltar la amarga historia subsiguiente de Agar, mujer y sierva que tiene que emigrar con su hijo Ismael por el desierto, despedida por los celos de Sara contra Agar a Ismael. Tiempos duros eran aquellos.
Vemos, sobre todo, 2 cosas: 1ª la generosidad de Sara para que Abraham tenga descendencia, incluso accediendo a que la esclava ocupe su lugar; y 2ª la decepción por no haber previsto que quien da vida e hijos reclamará poder y gloria. Menos mal que Dios es bueno, y puede dar nueva gracia a Sara para poder ser madre.
¿Seremos nosotros, en ocasiones al menos, tan poco sensibles como lo fueron nuestros lejanos antepasados en esta historia? Hagamos que nuestras actitudes, culturas y formas de convivencia, sean de verdad acogedoras. En el último párrafo hemos celebrado el gozo de Abraham y Sara por su hijo Isaac. Pero nos pareció muy dura la suerte de Agar e Ismael, marginados en el desierto, bajo la sola providencia de Dios. ¿Alargaríamos nosotros la mano para acoger a esos 2 marginados en el desierto?
Dominicos de Madrid
b) Mt 7, 21-29
La parábola de Jesús de hoy se desarrolla en 2 cuadros antitéticos (la casa construida sobre la roca y la casa construida sobre arena), pero no cierra las últimas palabras de Jesús (su advertencia sobre la necesidad de un compromiso concreto y de hecho), sino que quiere ser más bien el broche de todo el discurso. La parábola es de neto color hebreo.
Las casas de los aldeanos eran las más de las veces muy frágiles: casas pequeñas edificadas a la buena con piedra, madera y barro en terreno arcilloso. Algunos, sin embargo, más prudentes o más ricos, edificaban sobre roca. Ahora bien, más importante que el color hebreo es el fondo bíblico. La roca que da estabilidad es Dios, la palabra de Dios (la ley) es el Mesías, y la tempestad (caso no hebreo, por sus dimensiones) es imagen del juicio de Dios.
Leída a la luz de estas sugerencias, la parábola viene a indicarnos las condiciones necesarias para que la vida cristiana, descrita en el discurso, pueda ser finalmente una edificación sólida. No un deseo veleidoso, sino algo que no se hunda. Las condiciones son dos.
La 1ª condición es la necesidad de apoyarse en Cristo (la roca), el único capaz de hacer inquebrantable la fe del discípulo, de librarla de la fragilidad. El proyecto cristiano no puede contar con nuestras fuerzas, sino únicamente con el amor de Dios. En la fuerza de Dios es donde el hombre encuentra su consistencia.
La 2ª condición es la necesidad de un compromiso concreto, de un esfuerzo continuo para pasar de las palabras a los hechos. No existe verdadera fe sin empeño moral. La oración y la acción, la escucha y la práctica, son igualmente importantes. Hay gente que escucha la palabra de Dios distraídamente; gente que escucha atentamente, pero luego no se decide a practicarla; y gente que escucha y se entusiasma, pero no tiene constancia. Pues bien, las cosas indispensables son tres: escucha atenta, práctica y perseverancia.
Al acercarse a la conclusión del discurso, Mateo desarrolla una oposición a los diversos niveles: "No todo el que me dice: Señor, Señor". Hay quien habla continuamente de Dios ("Señor, Señor") y luego se olvida de hacer su voluntad. Hay quien se hace la ilusión de trabajar por el Señor ("hemos profetizado en tu nombre, hemos arrojado los demonios, hemos hecho milagros") pero cuando llega el día de la verdad (el día dar cuenta) no ha conocido al Señor ("nunca os conocí, apartaos de mí").
El evangelista termina el discurso observando que la muchedumbre se llenaba de estupor ante las palabras de Jesús, porque enseñaba "con autoridad". Dicho de otro modo, las palabras de Cristo tienen la fuerza de una llamada personal, que envuelve, a la cual no es posible sustraerse. Palabras que tienen en sí mismas su claridad y su verdad; palabras que se imponen. En definitiva, palabras autoritarias por venir de Dios, y que, como tales, exigen plena disponibilidad.
Bruno Maggioni
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Afirma hoy Jesús que serán muchos los que "aquel día" (el que nadie conoce; Mt 25,13) lo llamarán "Señor, Señor", aduciendo sus obras para encontrar acogida. Las obras que se citan ("haber profetizado", "haber expulsado demonios" y "haber realizado milagros") fueron hechas "por/con su nombre" (es decir, invocando la autoridad de Jesús). Pero Jesús, sin embargo, no las acepta, y considera esas obras son propias de malhechores.
El término anomia (lit. iniquidad) es el que Jesús aplica a los letrados y fariseos hipócritas (Mt 23, 28), y la frase de rechazo que emplea es la que aparece en el Salmo 6, donde los malhechores son los que oprimen al justo y le procuran la muerte (Sal 6, 9). Esta perícopa, en cuanto a su sentido, no está lejos de la anterior (vv.15-20). Estos que cumplen acciones extraordinarias, y que llevan en sus labios el nombre del Señor, tienen una actividad que, aunque aparentemente laudable, es en realidad inicua, porque no nace del amor ni tiende a construir la humanidad nueva según el designio del Padre (v.21).
El semitismo "nunca os he conocido" es una fórmula de rechazo total, y equivale a decir que esas personas no significan nada para el que habla (Mt 25, 12).
El discurso termina con una parábola compuesta de 2 miembros contrapuestos. Jesús habla de 2 clases de hombres que han oído el discurso precedente. La diferencia entre ellos se centra en llevar o no llevar a la práctica la doctrina escuchada.
La casa que pertenece al hombre ("su casa") representa al hombre mismo. El éxito de su vida y la capacidad para mantenerse firme a través de los desastres, que pueden identificarse con las persecuciones, depende de que su vida tenga por cimiento una praxis acorde con el mensaje de Jesús, cuyo punto culminante han sido las bienaventuranzas.
Se descubre una alusión a los individuos retratados en la perícopa anterior (vv.21-23). Jesús ha hablado como maestro, y su doctrina expresa el designio del Padre sobre los hombres (Mt 7, 21). Toca al hombre no sólo entenderla, sino llevarla a la práctica. De ello depende el éxito o la ruina de su propia vida.
Las multitudes que lo habían seguido antes de comenzar el discurso han escuchado la exposición de Jesús y su reacción es de asombro. Acostumbrados a la enseñanza de los letrados, que repetían la doctrina tradicional apoyándose en la autoridad de los antiguos doctores, notan en Jesús una autoridad diferente. No se apoya en la tradición; expone su doctrina interpretando, corrigiendo o anulando las antiguas prescripciones.
La alusión a los letrados, mencionados en el discurso, es polémica. Ante la enseñanza de Jesús, la de los letrados ha perdido su autoridad. Lo que ellos proponían como tradición divina deja de aparecer tal a los ojos de las multitudes que han escuchado a Jesús. La doctrina oficial cae en el descrédito.
Se cierra el contexto del discurso mencionando que grandes multitudes siguen a Jesús después de su enseñanza, en paralelo con las que lo siguieron hasta el lugar del discurso (Mt 4,25; 5,1). La enseñanza tan nueva y radical de Jesús no ha hecho disminuir su popularidad.
Juan Mateos
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Nos dice hoy Jesús cómo debemos conducirnos en la vida, echando mano de una parábola (su estilo preferido). Sabemos que las parábolas de Jesús surgieron en un contexto muy preciso, pero son válidas para todos los tiempos y lugares. Jesús nos invita a ser seguidores rocosos, no seguidores areniscos. Me parece que ninguna de las 2 palabras suenan bien hoy, pero hay que sacarles jugo.
Un seguidor arenisco es el que vive una fe de simple apariencia, sin fundamento. Cree cuando las cosas van a su gusto, pero se apea de la fe cuando ésta no responde a lo que imaginaba. Los seguidores rocosos no son los perfectos (nadie es perfecto), sino los que se fundamentan en la roca que es Cristo. Estos pueden afrontar de otra manera las lluvias, los vientos y las inundaciones de la vida. Saben que la historia, por convulsa que sea, no se le escapa a Dios de las manos. Por eso se mantienen incólumes, a menudo en medio de grandes sufrimientos e incomprensiones.
Esta no es una distinción para entretenernos un rato. Determina 2 formas muy diferentes de conducirnos en la vida. Para ser verdaderos seguidores rocosos debemos hacer propias las palabras del Salmo 78 que recitamos hoy: "No recuerdes contra nosotros las culpas de nuestros padres; que tu compasión nos alcance pronto, pues estamos agotados".
Gonzalo Fernández
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Leemos hoy las últimas recomendaciones del Sermón de la Montaña. Y si ayer se nos decía que un árbol tiene que dar buenos frutos (y si no, es mejor talarlo y echarlo al fuego), hoy se aplica la misma consigna a nuestra vida: "No todo el que me dice, Señor, Señor, entrará en el Reino de los cielos, sino el que cumple la voluntad de mi Padre". No se trata de decir palabras piadosas, sino de cumplir lo que esas palabras prometen. No debe haber divorcio entre las palabras y los hechos.
A continuación, y como final de todo el discurso, Jesús propone una comparación relacionada con la misma idea: el edificio que se construye sobre roca o sobre arena. Es una imagen muy plástica: si la casa está edificada sobre roca, resistirá las inclemencias. Si sobre arena, pronto se derrumbará.
Nosotros escuchamos muchas veces las palabras de Jesús. Pero no basta. Si además intentamos ponerlas por obra en nuestra vida, entonces sí construimos sólidamente el edificio de nuestra persona o de la comunidad. Si nos contentamos sólo con escucharlas y, luego, a lo largo del día, no nos acordamos más de ellas y seguimos otros criterios, estamos edificando sobre arena.
Jesús nos avisa que, si no se dan estos frutos prácticos, no nos valdrá recurrir a que hemos dicho cosas bonitas, o rezado, o profetizado en su nombre, o incluso expulsado demonios. Nosotros mismos, construyendo el futuro en falso, nos estamos abriendo nuestra propia tumba. A la corta o a la larga, vamos a la ruina.
¿Sobre qué estoy edificando yo mi vida: sobre roca, sobre arena? ¿Sobre qué construyo mis amistades, o mi vida de familia, o mi apostolado: sobre engaños y falsedades? ¿Y me extrañaré de que los derrumbamientos que veo en otras personas o en otras instituciones me puedan pasar también a mi?
José Aldazábal
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Para entrar en el reino de Dios, Jesús proclama hoy que no basta con tener una buena relación con Dios ("no todo el que dice Señor, Señor"), si ésta no viene ratificada por las obras. Incluso las obras no bastan, si no están de acuerdo con el designio de Dios, expresado en las bienaventuranzas y el Padrenuestro, que no es otro sino hacer de la humanidad un mundo de hermanos mediante la práctica del amor.
Tal vez esto sea lo que le falte a esos profetas que dicen haber expulsado demonios y realizado milagros en su nombre. Ni la expulsión de demonios ni la profecía ni los milagros bastan para agradar a Dios, si no salen de un corazón que se solidariza con el prójimo. Jesús es muy duro con todos estos que no han puesto el amor en el centro de su actuación y que, tal vez, actúen para que los vean, como los fariseos. De hecho, Jesús los reprende utilizando la misma palabra que dirige a los fariseos (Mt 23, 28), cuyo corazón está repleto de hipocresía y anomía (lit. maldad): "Lejos de mí los que practican la maldad".
Para Jesús hay, por tanto, 2 clases de seres humanos: 1º los sensatos, que son quienes cumplen el designio de Dios (pivotando su vida en torno a la roca, que es Dios); y 2º los necios, que "dicen, pero no hacen", o hacen obras incluso maravillosas, pero no desde la roca que es Dios (sino para convertirse en centro de atención, o forjar una sociedad no pivotada en Dios). Éstos últimos, cuando llegan las lluvias y los vientos, se desvanecen y derrumban, y a ellos dirige Jesús estas duras palabras: "Nunca os he conocido".
José A. Martínez
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Las palabras de hoy de Jesús son una llamada y un reto para nosotros. El desafío que nos plantea es serio, y si no se acepta, el fracaso puede ser grande ("grande es la caída"). La parábola habla de 2 constructores de casa: el hombre sensato (que construye su casa sobre cimiento rocoso, porque escucha y pone en práctica la palabra de Dios) y el hombre insensato (que construye su casa sobre suelo arenoso, porque no escucha ni pone en práctica la palabra de Dios).
Los 2 construyen la casa, y en ella edifican su vida. El que se apoya en el Señor no tiene miedo a la tempestad, pero lo contrario le ocurre al insensato. De esta manera, Mateo nos quiere decir que es el estilo de vida (la práctica) el que proporciona una base segura para la vida del discípulo, y no el conocimiento o la profesión de fe (la teoría).
Así pues, vivir el Sermón de la Montaña no es cuestión de palabras ni de obras portentosas, ni de las palabras más grandes (como la confesión de fe "Jesús es el Señor"), ni de obras extraordinarias como profetizar, echar demonios o hacer milagros. Lo que Dios quiere es que se cumpla su voluntad. Y eso se hace a través de las cosas más sencillas y cotidianas, como las que Jesús les enseñó a sus discípulos en todo el discurso.
Severiano Blanco
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Lo afirmado por Jesús en el Sermón de la Montaña de los días anteriores rige para cada persona humana, para cada uno de los miembros de la Iglesia, y más particularmente para todo aquel que en ella asume funciones relacionadas con la transmisión de la enseñanza del Maestro.
Los vv. 21-27 de hoy señalan la necesidad de dar paso a las acciones, en la aceptación del designio divino y más allá de la mera aceptación en las palabras. Sus precedentes vv. 21-23 dirigen la atención a los poseedores de carismas importantes en la transmisión del mensaje de Jesús. Se trata de personas que invocan a Jesús como Señor y que en su nombre han sido capaces de realizar acciones proféticas, exorcismos y milagros.
Sin embargo, la invocación y la pretendida comunión con Dios en dichas obras no bastan para la "entrada en el reino de los cielos". Las palabras y obras mencionadas son insuficientes sin la adecuación a la voluntad divina. Esa insuficiencia convierte a ese tipo de personas en "operarios de iniquidad" y, por ello, el término de su actuación es la sanción por parte de Jesús del desconocimiento y la separación.
De allí la exhortación a la realización de dicha voluntad en una vida que tiene como base la actuación de la enseñanza de Jesús en todo el Sermón de la Montaña. La vida humana tiene ante sí 2 posibilidades que pueden describirse a partir de 2 tipos de construcción. Estos dependen del fundamento sobre el cual cada uno de los seres humanos realiza su existencia y, de esa forma, muestra su sabiduría o su necedad.
El ser humano prudente es comparado a una casa edificada sobre la roca, el ser humano necio a una casa edificada sobre la arena. La permanencia de las edificaciones depende del fundamento elegido. Los fenómenos metereológicos, las dificultades a la permanencia afectan a una y a otra pero causan distintos efectos en cada una de ellas.
Igualmente el ser humano prudente y el necio tienen un elemento común: la posibilidad de oír las palabras de Jesús. Pero su elección es diferente, según la práctica escogida. El 1º adecua su actuación a ellas, el 2º no las toma en consideración para sus obras. Y conforme a esa elección la vida se encamina hacia su realización plena o hacia su frustración.
El mensaje de Jesús, oído y aceptado se convierte en criterio fundamental para juzgar la validez de la existencia. La permanencia de las acciones sólo puede brotar desde una fidelidad al querer de Dios, manifestada plena y definitivamente en las palabras y acciones de Jesús. La gravedad de la decisión invita a tomar en serio el Sermón de la Montaña pronunciado y vivido por Jesús durante toda su vida.
La fórmula final del pasaje ("después de haber acabado Jesús estos discursos"; v. 28) se reproduce con más o menos variantes en Mateo (Mt 11, 1; 13, 53; 19, 1 y 26, 1) y siempre aparece como la conclusión de largas enseñanzas colocadas precedentemente a cada uno de esos versículos. Después de ella los textos pasan a describir la actuación de Jesús, prolongación de sus palabras.
De esta forma se resalta la necesidad de una palabra que termine en la vida. Sin esta meta la palabra queda incompleta. Como señala el v. 29, la autoridad de la palabra de Jesús surge de su concreción en la realidad, por medio de actos coherentes. En ello está la diferencia fundamental con la enseñanza de los escribas.
Confederación Internacional Claretiana
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Una vez más aparece en el evangelio esa dialéctica entre el decir y el hacer: "No bastará con decir". A lo largo de la historia, por el influjo que la cultura griega ha tenido sobre nosotros los occidentales, muchas veces hemos pensado que la fe es algo que se juega en la cabeza, en las ideas, en el pensamiento, o en las palabras que confiesan esa fe, en la doctrina que se acepta intelectualmente, o en la oración externa que proclama nuestra fe.
El evangelio, que no es occidental ni griego, sino semita y más bien asiático, tiene su propia valoración de las cosas. Como buen judío, para Jesús lo importante es el hacer, como para toda la Biblia. Así, no importa decir "Señor, Señor", ni "hablar en su nombre". Sino que lo que importa es poner en práctica estas palabras. La práctica y no la teoría, el hacer y no el decir, las obras y no el pensar. La práctica es como la roca, y la teoría como la arena. Y Jesús nos invita a construir sobre roca nuestra vida.
Jesús dirige también su mensaje hacia la creación de una comunidad en la que los convertidos puedan ejercer su vida ordinaria con todas las garantías y respeto de sus derechos fundamentales. Urge a los evangelizadores la construcción de espacios liberadores para que quienes opten por el Reino puedan tener un sitio seguro en donde resistir los embates de la adversidad.
La evangelización ha de tener en mente el objetivo de anclar las comunidades sobre la roca, que es la vida de Cristo. Si no, todo lo que se logre se perderá cuando desaparezcan los pastores que las han hecho posibles durante un determinado tiempo. Está edificada sobre roca aquella comunidad que no se apoya en líderes individuales, sino en el único líder que es Cristo, y su estilo de vida.
Servicio Bíblico Latinoamericano
c) Meditación
Nos revela hoy Jesús en el evangelio el requisito necesario para entrar en el Reino de los Cielos: No todo el que me dice "Señor, Señor" entrará en el reino de los cielos, sino el que cumpla la voluntad de mi Padre que está en los cielos. Es decir, que para ser miembro del Reino de los Cielos no basta con reconocer a Jesús como Señor, ni basta con alabarle, ni basta con elevarle súplicas.
Para ser miembro del Reino de los Cielos es absolutamente necesario acatar la voluntad (que no es exigencia arbitraria) del Padre (que no es déspota ni dominador), y cumplirla. Y es que el reino de Dios no puede ser sino ese espacio en el que se vive como Dios quiere, conforme a sus normas y directrices, según su voluntad. Sólo así puede ser reino de Dios.
Sólo así puede ser cielo, pues si en ese Reino no se impusiese la ley del amor, o si en ese Reino no hubiese paz y armonía, o si en ese Reino imperase, como en la tierra, la ley del más fuerte o el dictado del egoísmo o la mentira... ya no sería de Dios, que es amor, verdad y paz.
Para que sea de Dios
en este Reino tiene que prevalecer su voluntad. En el cielo rige la voluntad de Dios, y por eso decimos en el Padrenuestro: Hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo. Manifestamos nuestro deseo de que la tierra se haga cielo, o al menos se acerque a él. Pero esto sólo es posible si en la tierra se vive bajo la misma ley que en el cielo. Porque la voluntad de Dios es ley y norma de conducta para el hombre, y está expresada en diferentes modos.Ahí tenemos los mandamientos de la ley de Dios: Amarás al Señor, tu Dios; honra a tu padre y a tu madre; no matarás; no mentirás; no desearás a la mujer de tu prójimo... Y ahí tenemos las consignas de Jesús en el evangelio: No hagáis frente al que os agravia, amad a vuestros enemigos, haced el bien a los que os odian, no devolváis a nadie mal por mal, responded con una bendición, al que de abofetee en la mejilla derecha, preséntale la otra, al que te pide dale, al que te reclama para acompañarle una milla, acompáñale dos.
Ahí tenemos los acontecimientos de la vida que nos van descubriendo la voluntad misteriosa de Dios: esa voluntad que se revela también en nuestra historia y que se entremezcla con las voluntades humanas. Luego si queremos que el reino de Dios sea de Dios (y no de los hombres), hemos de admitir que sea un lugar en el que se cumpla la voluntad de quien es y lo ha diseñado conforme a su querer.
Por eso no podrán entrar los que no estén dispuestos a someterse a esta voluntad y ley. No es que Dios no quiere tenerlos en su Reino; es que no pueden vivir en un régimen al que no quieren ajustarse, porque sus actitudes le son contrarias.
La existencia de tales habitantes en este Reino lo desvirtuaría, a no ser que se convirtiesen a este régimen de vida. Por eso, el cumplimiento de la voluntad de Dios se convierte en requisito para la entrada en su Reino. No obstante, a cumplir la voluntad de Dios también se aprende. El mismo Dios nos va enseñando a lo largo de la vida y al contacto con sus manifestaciones.
El que escucha estas palabras, nos dice también Jesús, y las pone en práctica obra como un hombre prudente que edifica su casa sobre roca. Edificar sobre roca y no sobre arena es de personas prudentes y sensatas. Sólo la firmeza de la roca podrá soportar lluvias, vientos y huracanes.
En cambio, lo edificado sobre arena, se desmoronará al más leve movimiento o fuerza contraria. Así edifica el hombre necio, sin prestar atención a los cimientos sobre los que edifica. Jesús entiende que su doctrina es un buen cimiento para edificar una vida.
Y como se trata de una doctrina para ser puesta en práctica (doctrina moral), sólo se considerará asimilada cuando sea llevada a la práctica. Hasta entonces no será una doctrina plenamente asumida, porque encuentra su verificación en su misma aplicación.
Esta es una doctrina que, aplicada en la vida de los santos, revela su verdad, su seriedad, su eficacia, su magnificencia y su robustez, pues es capaz de sostener esa vida hasta sus últimas consecuencias. Prestar atención a estas palabras ya es prudencia, y edificar la propia vida sobre ellas es máxima prudencia.
JOSÉ RAMÓN DÍAZ SÁNCHEZ·CID, doctor en Teología
Act:
26/06/25
@tiempo
ordinario
E D I T O R I
A L
M
E
R C A B A
M U R C I A