30 de Julio
Miércoles XVII Ordinario
Equipo
de Liturgia
Mercabá, 30 julio 2025
a) Ex 34, 29-35
Cuando bajó Moisés de la montaña del Sinaí, con las Tablas de la Ley en sus manos, no sabía que su rostro irradiaba luz por haber estado hablando con el Señor. Vivir con Dios, de modo más explícito y durante un tiempo prolongado, no puede dejar de transformar a un hombre. ¡Su rostro irradiaba luz!
Moisés acaba de pasar 40 días de retiro con Dios, él solo y en lo alto del Sinaí, en la desnudez de una cueva, en medio de rocas, en el aire vivificante de las cimas y al sol abrasador, con hambre y ayuno. Esta experiencia deja forzosamente unas huellas: la piel quemada. Hay que procurar imaginarse a ese hombre que baja entre las rocas para volver a sus hermanos. Porque después de la oración y del retiro es preciso volver a la vida corriente y reemprender los trabajos, los contactos humanos y las responsabilidades.
Moisés llama a todos los jefes del pueblo, y a ellos les dirige la palabra. Luego se le acercan todos los hijos de Israel, y a ellos les transmite las órdenes del Señor, recibidas en la montaña.
Moisés es hombre de oración y es hombre de acción, al igual que la mayoría de los grandes místicos han sido hombres y mujeres sumamente activos (San Bernardo, Santa Teresa de Jesús, Santa Catalina de Siena...). Nos equivocamos cuando oponemos los 2 tipos de vida, pues la oración tiene como misión animar y transformar la acción, haciéndola más verdadera, sólida y perseverante, así como la acción nutre la oración y la hace más realista.
Según mi tipo de vida y mi temperamento, ¿me siento llevado hacia tal o cual tendencia? ¿O busco el equilibrio? ¿Me decido por un mayor compromiso? ¿O reduzco mis compromisos bajo excusa de oración? Moisés es un libertador al 100%, y un místico al 100%.
Se discute hoy mucho sobre la dimensión política de la fe. Pues bien, el Éxodo nos proporciona un ejemplo: el amor de Dios suscita un pueblo que se organiza, que se unifica y que se libera. Moisés es un líder, un jefe político suscitado por Dios. Pero también un gran contemplativo y un hombre interior.
Esta revelación del Éxodo nos desconcierta, porque estamos habituados a una predicación espiritual e individual. Hemos de redescubrir la síntesis que logró Moisés: Dios es el 1º en ser servido, pero a través de nuestros hermanos. El evangelio no nos dirá otra cosa.
Cuando acabó de hablarles, Moisés "se puso un velo sobre el rostro". Y siempre que se presentaba ante el Señor, para conversar con él, "se quitaba el velo", hasta que salía de la Tienda de Reunión. Tras lo cual, "se volvía a poner el velo" hasta que volvía a hablar con el Señor.
Se trata de llevar un ritmo vital, a modo de diástole (la sangre vuelve al corazón) y sístole (la sangre sale de nuevo al cuerpo). ¿Qué significado atribuimos al velo con el cual Moisés se cubre el rostro? Delante de Dios se presenta "a cara descubierta", y delante de los hombres "a cara velada". Hay que emplear un tiempo a Dios, y emplear un tiempo al mundo.
Noel Quesson
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Cuando Moisés bajaba del Sinaí, del encuentro con Dios, tenía el rostro radiante. El relato habla de cuándo se ponía Moisés un velo por la cara y cuándo se lo quitaba. Por eso, en la iconografía, se le representa muchas veces con dos rayos de luz que le brotan de la frente.
El Éxodo resalta, de modo particular, que Moisés actúa de mediador, que intercede ante Dios por su pueblo y le comunica a éste la palabra de Dios. Es un hombre de Dios y un hombre del pueblo. Cercano a los dos. Por eso el Salmo dice de él: "Moisés, y Aarón con sus sacerdotes, invocaban al Señor. Y él respondía, y les hablaba desde la columna de nube".
Moisés bajó de los 40 días del monte (días de oración, soledad y experiencia religiosa) y todos se lo notaron. Cuando terminamos unos ejercicios espirituales, o un retiro mensual, o salimos de nuestra celebración eucarística... ¿se nos nota? No hace falta que nos brille el rostro y tengamos que cubrirnos con un velo para no deslumbrar. Lo que se nos tendría que notar en la cara es una actitud de fe en Dios, de alegría, de esperanza, de entrega gozosa al trabajo, de optimismo.
No nos quedamos en la montaña de la oración. Bajamos al valle del trabajo y la misión. Pero lo hacemos conjugando oración y entrega, como Moisés, impregnando de oración el trabajo y llevando el compromiso misionero a nuestra oración. Personas de Dios, personas entregadas a su trabajo, y todos mediadores (de alguna manera) entre Dios y la humanidad.
San Pablo nos recuerda que a los cristianos se nos tendría que notar la gloria de Dios, como se le veía a Moisés, y eso que su ministerio era pasajero y el nuestro, ya definitivo, porque es colaboración con Cristo Jesús (2Cor 3, 7). Pero extiende a todos su exhortación: "Todos nosotros, que con el rostro descubierto reflejamos como en un espejo la gloria del Señor, nos vamos transformando en esa misma imagen, cada vez más gloriosos" (2Cor 3, 18).
El resplandor de Dios se llama Cristo Jesús, al que en uno de los mejores himnos, le llamamos "luz gozosa de la santa gloria del Padre". Los que entramos en comunión con él por la oración y, sobre todo, por la eucaristía, debemos reflejar luego, en nuestro modo de actuar en la vida, esa luz ante los demás.
José Aldazábal
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El rostro de Moisés merece una contemplación en toda regla. Porque se trata de un rostro moreno por el sol del desierto, pero también de un rostro resplandeciente por la luz de Dios. Supongo que se puede parecer al de cualquiera de nosotros después de haber encontrado el tesoro escondido.
Lo mejor que podemos hacer para iluminar a los demás es tener un rostro resplandeciente. El rostro es la ventana de que disponemos para sacar a paseo nuestro corazón. Un rostro iluminado es como un discreto destello de Dios en medio de la noche de nuestras palabras. Los rostros resplandecientes nos ayudan a caminar en las tinieblas de la increencia.
Los mejores planes de evangelización son aquellos que ayudan a las personas a tener un buen rostro: sereno, alegre, iluminado. Porque quien ve rostros así puede pensar que sus poseedores han debido de encontrar un tesoro. ¡Y vaya si lo han encontrado! Lo dicho: el mejor modo de comunicar una buena noticia es disponer de un rostro iluminado.
Gonzalo Fernández
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Cuando Moisés bajó del Monte Sinaí con las dos Tablas de la Ley, tenía "la piel radiante", tras haber hablado con el Señor. Cuando Moisés llamó a los hebreos, éstos se acercaron, y entonces Moisés les comunicó las órdenes que el Señor le había dado en el Monte Sinaí. Cuando terminó de hablar con ellos se echó un velo por la cara. Cuando entraba a la presencia del Señor para hablar con él, se quitaba el velo hasta la salida.
El texto nos ofrece un ritual y una actitud: con Dios hay que hablar sin velo, cara a cara, es decir, con el corazón y el alma bien abiertos. Ante otras cosas se puede esconder el rostro; ante Dios no. Y el rostro, en oración, se transfigurará.
El lector atento se dará cuenta, al repasar el texto de hoy, que el Éxodo repite escenas anteriores, y da un tono distinto a la narración que ya conocíamos. Efectivamente, en los cap. 33 y 34 de este libro se interrumpe el texto sacerdotal, y se introducen los otros 2 textos sobre la misma materia (el documento yavista y el documento eloísta). Eso es lo que quiere decir el texto de hoy, que tanto en el Éxodo como otros libros de la Biblia, acumula varias formas de contar parcialmente lo mismo. Porque así placía a los relatores, conforme a sus preferencias y usos del lenguaje.
¿Qué hemos de subrayar en el texto leído? Subrayemos este rasgo: el trato frecuente de Moisés con Dios en el Sinaí hacía que Moisés se transformara profundamente en su espíritu, tanto que parecía otro, pues su claridad radiante ofuscaba a quien lo miraba. Y al mismo tiempo, entendamos lo que se nos sugiere: que sólo viviendo en Dios, y con Dios, alcanzamos la perfección de vida y amor. Son detalles que hablan de la fuerza transformadora de lo divino en el hombre.
Dominicos de Madrid
b) Mt 13, 44-46
La Parábola del Tesoro y la Parábola de la Perla contienen una misma enseñanza: que el compromiso total que exige el Reino no se hace por un esfuerzo de voluntad, sino llevados por la alegría de haber descubierto un valor insospechado e incomparable. La renuncia a todo lo que se posee no es, por tanto, un acto ascético, sino espontáneo. El mensaje y la experiencia del Reino relativizan todo valor hasta entonces conocido. Ambas parábolas se inspiran en el lenguaje sapiencial (Prov 2,4; 3,14s; 8,18s; Job 28,18; Is 33,6).
El reinado de Dios está escondido en el mensaje y la actividad de Jesús, y en ellos él anuncia su cercanía. Quien los comprende, entrega a ese mensaje su entera existencia, porque descubre en él el tesoro que puede enriquecer toda su vida.
Estas 2 parábolas proponen de nuevo la opción por la bienaventurada pobreza (Mt 5, 3), como lo muestra la frase repetida "va a vender todo lo que tiene" (vv.44.46). El tesoro y la perla son la experiencia del amor de Dios (Mt 5,3; 6,20; 19,21), que causa una profunda alegría.
Juan Mateos
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El tesoro "es la fe y la gracia que vienen del evangelio", decía Benedicto XVI. El mismo pontífice aplica esta parábola a los que se dedican al estudio de la Escritura, y alega como ejemplos a los 2 grandes doctores Agustín y Jerónimo, que en su dicha de haber encontrado el tesoro de la divina Palabra se despidieron de los placeres del mundo, porque "allí donde está tu tesoro, allí también estará tu corazón" (Mt 6, 21).
Jesús nos da aquí una piedra de toque para discernir en materia de espiritualidad propia y ajena. El que estima algo como un tesoro, no necesita que lo fuercen a buscarlo. Por eso San Pablo nos quiere llevar por sobre todo al conocimiento de Cristo (Ef 4, 19). Una vez puesto el corazón en él, es seguro que el mundo ya no podrá seducirnos.
La perla fina indica que quien descubre el reino de Dios, lo prefiere a cuanto pueda ofrecer el reino del mundo. Es lo que puso en práctica Jesús, que dio todo lo que tenía por por cada uno de nosotros (Gál 2, 20), para él perlas de gran valor (Jn 10,39; Cant 4,1; 7,11).
Así se ha dado también a estas parábolas un sentido profético, aplicando la perla preciosa a la Iglesia y el tesoro escondido a Israel, por cuya caída él extendió su obra redentora a toda la gentilidad: "Ahora digo: ¿Acaso tropezaron para que cayesen? Eso no; sino que por la caída de ellos vino la salud a los gentiles para excitarlos (a los judíos) a emulación. Pues si su repudio es reconciliación del mundo, ¿qué será su readmisión sino vida de entre muertos?" (Rm 11, 11.15).
Emiliana Lohr
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Las parábolas del tesoro escondido y la perla preciosa pertenecen a los textos peculiares de Mateo. A 1ª vista parecen tan sencillas y diáfanas que se duda en someterlas al análisis, y el procedimiento literario de la doble parábola (o de la doble imagen) es muy frecuente en los evangelios. Pero el gran interés de estos pares de imágenes (o de parábolas) no está en la reincidencia del mensaje, sino en la comparación de las 2 partes.
Aquí, por ejemplo, los textos coinciden en el hecho de que 2 hombres "venden todo lo que tienen para comprar un tesoro". Por otra parte, esta renuncia total se debe en uno y otro caso al hallazgo que acaban de hacer. Poco importa que haya sido precedido de una búsqueda o no, así como carece de interés de que este hombre haya escondido el tesoro o no. Por el contrario, lo encontrado en ambos casos estaba oculto, y tenía un valor incomparable.
Hemos visto cómo el Discurso Parabólico está construido en torno a la definición del reino de Dios, desarrollado en 3 temas complementarios: la plantación del Reino (P. del Sembrador), las resistencias presentes (P. del Sembrador) y el triunfo (P. de la Mostaza, P. de la Levadura). Es necesario, pues, tener paciencia, y no querer precipitar el juicio final (P. de la Cizaña y su explicación).
Si queremos profundizar en el sentido de la parábola de hoy, tendríamos que añadir: vale la pena abandonarlo todo para tomar posesión del Reino, más aún, tendríamos que arriesgarlo todo para adquirir el Reino, no importando el precio que tengamos que pagar por él, o las decisiones que tengamos que tomar para entrar en él.
La parábola de hoy nos interpela sobre nuestras actitudes cómodas y egoístas que no nos permiten abandonar nuestros miserables valores religiosos para entrar en el Reino inaugurado por Jesús. Nos interpela sobre nuestras falsas seguridades, miedos e incapacidades para arriesgarlo todo y nos invita a descubrir el Reino en la persona de Jesús y a creer y participar ya en él porque comprar el campo con el tesoro (o la perla preciosa) no significa que el Reino pueda ser comprado a precio de oro, de buenas obras o de piedad. Sino que vale la pena despojarse de todo, para entrar en este Reino.
Fernando Camacho
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Jesús hablaba en parábolas e imágenes (como todos los narradores del Oriente) y no de modo abstracto. Y más que ideas, lanzaba sugerencias, a través de símbolos y términos evocadores, que cada uno podía comprender y memorizar. Las parábolas de Jesús no son, pues, razonamientos lógicos ni pensamientos rigurosos. Sino comparaciones con las que Jesús se comparaba a sí mismo, a través de un lenguaje salido de su corazón.
El reino de Dios se parece a "un tesoro". Un tesoro, sí, un tesoro, algo que todo el mundo puede entender lo que es, aunque cada uno lo entienda a su manera. De forma genérica, algo deseable y hasta codiciable.
Pero se trata de un tesoro "escondido en un campo", introducido, escondido. En la Israel de tiempos de Jesús no existían los bancos donde depositar con total seguridad los pequeños ahorros, sino que se enterraban las monedas en un lugar secreto, y a veces ocurría que el propietario de ese tesoro moría sin haber confiado a nadie el lugar del escondite.
La persona que encuentra ese tesoro, nos dice Jesús, "lo vuelve a esconder". Vuelve a esconder el tesoro y se cerciora de que no le han visto, para que nadie se lo quite. Y de la alegría, "va a vender todo lo que tiene", para comprar el campo y hacerse así con el tesoro. He aquí a lo que Jesús quería llegar: al desprendimiento total y gozoso por el Reino.
¡Vender todo lo que poseo! Ah, Señor, no es la 1ª vez que te revelas tan radical, pero en este caso "eso es una locura" (debieron decir todos los que le vieron vender sus bienes). No obstante, aquel afortunado "compró aquel campo". Y no estaba loco, sino que los demás eran unos ignorantes. Y lejos de ser una pérdida para él, fue una ganancia total.
Se parece también el reino de Dios a "un comerciante que busca perlas finas, y que al encontrar una de gran valor, vende todo lo que tiene y la compra". El Reino no es solamente alegría (un tesoro) sino también belleza (una perla), en la que no basta el azar para dar con ella, sino que requiere búsqueda y coleccionismo, como una pieza rara que falta a la colección. ¿Es así como busco yo el Reino?
Noel Quesson
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Dos parábolas más nos propone hoy Jesús, muy breves y ambas coincidentes en su intención: la del que encuentra un tesoro (escondido bajo tierra) y la del comerciante de perlas (que descubre una particularmente preciosa). Los 2 son los únicos que conocen su valor, los 2 venden cuanto tienen, y los 2 se aseguran su posesión.
Hoy Jesús hubiera podido añadir ejemplos como el del que juega en bolsa y sabe qué acciones van a subir, para invertir en ellas, o el de un coleccionista que descubre por casualidad un cuadro o una partitura o una moneda de gran valor. Y no digamos, un pozo de petróleo.
Se trata de una sabiduría rara (la verdadera sabiduría), la de descubrir cuáles son los valores auténticos en esta vida, y cuáles no lo son, a pesar de que brillen más o parezcan más atrayentes. Porque ¿qué es más importante: el dinero, la salud, el éxito, la fuerza, el gozo inmediato? ¿O la felicidad, el amor verdadero, la cultura, la tranquilidad de conciencia?
Pero todavía es más necesaria la verdadera sabiduría cuando se trata de descubrir cuáles son los valores del Reino que Dios más aprecia, cuáles sus planes sobre nosotros, los que nos conducen a la verdadera felicidad. A veces, son verdaderamente un tesoro escondido o una perla única.
Muchos cristianos tienen la suerte de poder agradecer a Dios el don de la fe, o de haber descubierto en una determinada vocación el camino que Dios les destinaba, o de haberse encontrado con Cristo Jesús, como Pablo cerca de Damasco, o como Mateo cuando estaba sentado a su mesa de impuestos, o como los pescadores del lago que oyeron la invitación de Jesús.
Y lo han dejado todo y han encontrado la alegría y el pleno sentido de sus vidas. En la vida religiosa. O en el ministerio sacerdotal. O en una vida cristiana comprometida y vivida con coherencia, para bien de los demás. Es una buena inversión. Aunque no sea aplaudida por este mundo, ni cotice en bolsa.
José Aldazábal
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El hombre de esta parábola, al encontrar un tesoro de gran valor, no dudó en dejar todo lo que tenía por quedarse con el tesoro. Hizo un cambio radical de vida, pero supo hacerlo en el momento oportuno. No hubo vacilación en lo que debía hacer pues tenía la suficiente conciencia para actuar y para dejar de lado todo aquello que le hubiera impedido lograr su objetivo.
Esta parábola nos indica que no debemos pasar todo el tiempo de nuestra vida en búsqueda: quien se mantiene en búsqueda vive en insatisfacción. Una vez encontrado lo que buscamos debemos comenzar a disfrutarlo.
La ascesis es un elemento importante en el seguimiento de cualquier religión, pero por lo general suele ser de tipo negativo: no toques, no comas, no bebas... En esta parábola encontramos un ejemplo de ascesis positiva: el hombre es capaz de vender todo lo que tiene por quedarse solamente con el tesoro. La ascesis positiva es dejar lo bueno por lo mejor.
La vida cotidiana está llena de esta clase de ascesis. Así, un futbolista se somete a disciplina y entrenamiento para rendir en los desafíos con otros equipos; o una bailarina hace ejercicio constante para mantener la agilidad y el ritmo en el movimiento; o un músico se ejercita constantemente en la digitación de su instrumento para tener precisión a la hora de leer la partitura; o una modelo mantiene su cuerpo en forma para llenar las exigencias de su oficio.
La ascesis negativa es un mundo de prohibiciones que en la medida en que cumplimos con ellas nos llenamos de insatisfacciones personales y a veces de amargura, porque no nos conducen a disfrutar de lo que verdaderamente queremos. En cambio el hombre de esta parábola encontró que su vida estaba en ese tesoro, e hizo todo lo que pudo por adquirirlo, sin fijarse en el precio que pagaba por él.
Muchos hombres y mujeres han pensado que seguir a Jesús es sacrificarse y negarse a muchas satisfacciones en el plano material. Pero haciendo esto no consiguen el verdadero crecimiento espiritual; crecen con vanagloria, se sienten superiores a los demás y creen que el único camino que conduce hacia Dios es por donde ellos van, y desprecian y se hacen intolerantes con los que buscan a Dios por otros caminos.
Si he descubierto que Jesús es como ese tesoro de la parábola, más que estar sufriendo, debo disfrutar de él.
José A.Martínez
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La alegría del evangelio es como la alegría de aquél que, habiendo encontrado un tesoro, se vuelve loco de alegría, vuelve a casa y vende todos sus bienes, incluso los malvende, para poder comprar el campo en cuestión. Los vecinos piensan que se ha vuelto loco, sospechan que quizá está siendo chantajeado por alguien y necesita dinero, o que tal vez lo haya perdido todo en una casa de juego.
Pero aquel hombre sabe muy bien adónde quiere llegar, y no le importa lo que digan de él. No le impresionan las palabras ni los juicios de los demás, porque sabe que el tesoro que ha encontrado vale más que todo cuanto tenía.
También el mercader que ha encontrado la perla preciosa lo vende todo, y la gente piensa que quiere cambiar de oficio o que no está en sus cabales. Pero él sabe que, cuando tenga la perla preciosa, tendrá un bien mucho mayor que todas las demás perlas juntas y que, si quiere, podrá incluso volver a comprarlas todas.
La alegría del evangelio es propia de aquel que, habiendo encontrado la plenitud de la vida, se ve libre, sin ataduras, desenvuelto, sin temores, sin trabas. Ahora bien, ¿creéis, acaso, que quien ha encontrado la perla preciosa va a ponerse a despreciar todas las demás? ¡Ni mucho menos!
El que ha encontrado la perla preciosa se hace capaz de colocar todas las demás en una escala justa de valores, de relativizarlas, de juzgarlas en relación con la perla más hermosa. Y lo hace con extrema simplicidad, porque, al tener como piedra de comparación la perla preciosa, sabe comprender mejor el valor de todas las demás.
El que ha encontrado el tesoro no desprecia lo demás, no teme entrar en tratos con los que tienen otros tesoros, puesto que él está ahora en condiciones de atribuir a cada cosa su valor exacto.
Carlo Martini
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El Reino de los Cielos es semejante a un tesoro escondido en el campo, que un hombre encuentra y oculta, y gozoso va y vende cuanto tiene y compra aquel campo. También es semejante a un comerciante que busca perlas finas y, cuando encuentra una perla de gran valor, va y vende cuanto tiene y la compra (vv.44-45).
Jesús descubre en estas 2 parábolas el valor supremo del Reino de Dios y la actitud del hombre para alcanzarlo. El tesoro y la perla expresan la grandeza de la propia vocación. El tesoro significa la abundancia de dones que se reciben con la vocación (gracias para vencer los obstáculos, para crecer en fidelidad, para el apostolado). La perla indica la maravilla de la llamada, y la búsqueda esforzada necesaria para encontrar el tesoro. El hombre siempre ha tenido que esforzarse para seguirla, pues el Señor invita pero no coacciona. Tras eso, es necesario el desprendimiento y la generosidad, para poder alcanzarla.
Dios pasa por la vida de cada persona en unas circunstancias bien determinadas (a una edad concreta, en una situación laboral concreta...) y exige de acuerdo con esas condiciones, que él mismo ha previsto desde la eternidad. Jesús pasa y llama, a unos cuando son jóvenes, a otros en la madurez de su vida. A muchos los encuentra en medio del mundo, y les pide santificar su trabajo profesional; a otros les encuentra en el matrimonio, y les pide santificar su familia.
En cualquier edad o circunstancia en la que se reciba la llamada, el Señor da una juventud interior que lo renueva todo, la llena de ilusiones y de afán apostólico. La mejor edad para entregarse al Señor es aquella en la que él llama; nunca es demasiado pronto, ni demasiado tarde. Lo importante es ser generoso.
La vocación siempre exige renuncia y un cambio profundo en la propia conducta. La llamada reclama para Dios todo lo que uno se había reservado para sí mismo, y pone al descubierto apegamientos, flaquezas, reductos que se suponían intocables y que, sin embargo, es preciso destruir para adquirir el tesoro sin precio, la perla incomparable. José, por ejemplo, encontró en un gran tesoro (María) una perla preciosa (Jesús), y se esmeró en dejarlo todo por cuidar de ellos. Pidámosle que nos ayude a vivir con plenitud y alegría, lo que Dios quiere de cada uno de nosotros.
Francisco Fernández
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Hoy Jesús pone ante nuestra consideración 2 parábolas sobre el Reino de los Cielos. El anuncio del Reino es esencial en la predicación de Jesús, y en la esperanza del pueblo elegido. Pero es notorio que la naturaleza de ese Reino no era entendida por la mayoría. No la entendían los sanedritas que le condenaron a muerte, no la entendían Pilatos ni Herodes, pero tampoco la entendieron en un principio los mismos discípulos.
Sólo se encuentra una comprensión como la que Jesús pide en el buen ladrón, clavado junto a él en la cruz, cuando le dice: "Jesús, acuérdate de mí cuando estés en tu Reino" (Lc 23, 42). Ambos habían sido acusados como malhechores y estaban a punto de morir; pero, por un motivo que desconocemos, el buen ladrón reconoce a Jesús como rey de un Reino que vendrá después de aquella terrible muerte. Sólo podía ser un Reino espiritual.
Jesús, en su 1ª predicación, habla del Reino como de un tesoro escondido cuyo hallazgo causa alegría y estimula a la compra del campo para poder gozar de él para siempre: "Por la alegría que le da, va, vende todo lo que tiene y compra aquel campo" (v.44).
Pero alcanzar el Reino requiere buscarlo con interés y esfuerzo, hasta el punto de vender todo lo que uno posee: "Al encontrar una perla de gran valor, va, vende todo lo que tiene y la compra" (v.46). Como decía Orígenes: "¿A propósito de qué se dice buscad, y quien busca, halla? Arriesgo la idea de que se trata de las perlas y la perla, perla que adquiere el que lo ha dado todo y ha aceptado perderlo todo".
El reino de Dios es paz, amor, justicia y libertad. Y alcanzarlo es, a la vez, don de Dios y responsabilidad humana. Ante la grandeza del don divino constatamos la imperfección e inestabilidad de nuestros esfuerzos, que a veces quedan destruidos por el pecado, las guerras y la malicia que parecen insuperables. No obstante, debemos tener confianza, pues lo que parece imposible para el hombre es posible para Dios.
Enric Cases
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En esta sección de su evangelio, Mateo coleccionó una serie de parábolas de Jesús, en las cuales ilustra lo que significa el reino de Dios. En este par de parábolas nos deja ver que el Reino es algo tan, pero tan maravilloso que quien lo descubre (podríamos decir hoy), o quien lo experimenta, tiene por basura (como diría san Pablo) todo lo demás.
Quien ha tenido la experiencia de Dios, o quien ha experimentado que Dios le ama, se da cuenta que la vida en su amor, y la vida en el Reino, es la única que vale la pena vivirse. Y es tal la felicidad, la paz y gozo que se experimenta viviendo en el Reino, que se desprecian los sufrimientos, humillaciones y hasta la misma vida, con tal de permanecer en él.
La vida vivida en Jesús, por medio del Espíritu Santo (es decir, la vida del Reino), es tan hermosa, que nada se pude comparar a ella. Si hoy el mundo continua fascinado con los placeres, la moda y otras vanidades es porque no ha descubierto esta perla preciosa; es porque no se ha dejado seducir por el amor de Dios; es porque no ha probado la vida que ofrece el evangelio.
Si tú todavía no la has vivido, o si todavía no la has experimentado, pídele en tu oración a Jesús el poder descubrir esa perla, ese tesoro, pues esto cambiará totalmente tu vida.
Ernesto Caro
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Un día Jesús dijo a la gente: "El Reino de los cielos se parece a un tesoro escondido en el campo, que el que lo encuentra lo vuelve a esconder, y lleno de alegría va a vender todo lo que tiene y compra el campo". Y también a "un comerciante en perlas finas, que al encontrar una de gran valor, se va a vender todo lo que tiene y la compra".
Idea básica del texto es que el reino de Dios (la vida en Dios, el ser hijos de Dios) es un valor inapreciable y un don del cielo, y que quien disfruta de él por medio de la fe es un auténtico afortunado. Y el modo como Jesús expresa esa verdad es comparándola con el descubrimiento o hallazgo e interés por dos valores muy estimados en sus días entre las gentes que oían a Jesús: un tesoro en el campo y una perla preciosa. Su sentido es manifiesto: vale la pena dejar todo lo demás para poseer el tesoro del reino de Dios.
Todos y cada uno de nosotros, movidos por la gracia del Señor, somos invitados a encontrar un tesoro: el tesoro del reino de Dios, tesoro que es más apreciable que cualquier otro bien. Quien no aprecia más ser hijo de Dios, miembro del Reino, que cualquier otra cosa, no es digno de Dios. Duras palabras de Jesús que nos piden reflexión.
¿Vivimos nosotros dispuestos a jugárnoslo todo para pertenecer y participar de ese tesoro (Reino), que es el de los hijos de Dios? ¿Qué sacrificios, fuerza de voluntad, renuncias, compromisos y virtudes estamos ejercitando, de hecho? ¿Damos primacía a la vida en gracia y a la amistad divina sobre otros valores?
Con rectificación de conducta y búsqueda de virtudes, separemos, pues, las perlas de la vida de la escoria que tira de nosotros hacia la tierra con sus concupiscencias. Confiemos en que él sabrá armarnos caballeros del amor, la verdad y la justicia. No olvidemos, por otra parte, que Jesús utilizó también ese lenguaje de "perlas y escoria" cuando nos hablaba de que el Reino de los Cielos se parece a un tesoro escondido, añorado, por el que suspira cualquier alma limpia, aunque ella misma en ocasiones parezca no saberlo.
Perlas y no escorias, reino de Dios y no falsas ilusiones, trabajo en pos de la verdad y no fáciles conquistas de placeres, solidaridad gratuita y no egoísmos que carcomen nuestra interioridad espiritual. Eso es algo que requiere la nueva vida que nos ofrece Dios.
Dominicos de Madrid
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Repetidamente, Jesús refleja la realidad comercial del entorno social, y hoy lo hace a través de los verbos comprar (Mt 14,15; 21,12; 25,9.10; 27,7) y vender (Mt 10,29; 19,21; 21,12; 25,9).
En efecto, se da cuenta Jesús de que mucha gente estaba inserta en esta realidad comercial, moviéndose en las mínimas cosas de la vida cotidiana: alimento (pan o pajarillos), amasar el pan (P. de la Levadura), adquisición de campos (P. del Tesoro), colección de joyas (P. de la Perla), grandes cantidades de dinero (P. de los Talentos), banqueros (P. del Siervo Malvado), jueces (P. de la Viuda Insistente)...
Las parábolas del tesoro escondido y de la perla se sitúan en este horizonte de intenso intercambio comercial. Utilizando el mismo universo de representación de la sociedad comercial la pone en cuestión señalando un valor superior a lo que era considerado bien en dicha sociedad. Los personajes son respectivamente un hombre (vv.44) y un comerciante (vv.45-46). Ambos descubren un bien extraordinario: un tesoro (el 1º) y una perla (el 2º).
Este descubrimiento cambia la vida de ambos y los lleva a la misma decisión: "vender todo lo que tienen" y "comprar lo que han encontrado". Dicho objeto se presenta en la existencia relativizando cualquier otro acto de posesión. Para el hombre de la 1ª parábola representa una fuente de alegría por haber encontrado un valor insospechado e incomparable. Y para el comerciante de la 2ª parábola significa el abandono de su profesión (porque para adquirir la perla, debe interrumpir la cadena de su actividad).
Se trata del coraje a la hora de conseguir lo que se quiere. Pero para eso se necesita madurar, cosa que no ocurrió en el joven rico (Mt 19, 21). Con ello se llega a la madurez (perfección humana), inalcanzable para quienes no saben desprenderse de sus posesiones.
Sólo el Reino de los Cielos, descubierto como el supremo valor de la existencia, coloca al hombre en la posibilidad de descubrir el sentido de los restantes bienes que se poseen. La posesión, de esta forma, se presenta como algo relativo. Podrá ser más o menos importante para la satisfacción de las necesidades humanas, pero deberá ser siempre confrontada con el bien supremo que es el Reino.
De esta forma, las parábolas del tesoro escondido y de la perla conectan con la 1ª bienaventuranza, la de los que eligen ser pobres. El descubrimiento no es debido al esfuerzo humano sino al descubrimiento de Jesús, entendido como proyecto que lleva a plenitud la propia existencia. De allí la alegría que embarga al hombre de la 1ª parábola. Y también la posibilidad de transformación del comerciante de la 2ª parábola (pronta y sin lamentaciones), que saca de una forma de vida ligada al círculo comercial, y que integra a todos los ámbitos de sus preocupaciones.
Ante Jesús, presencia del reinado de Dios en el mundo, los oyentes de la parábola de aquel tiempo son invitados a hacer experiencia de la profunda alegría que brota del encuentro con el Enviado de Dios. Y este mensaje pone en cuestión a las sociedades comerciales de todas las épocas que, colocando el precio como único sentido de la existencia, no descubren los verdaderos valores que llevan a la plenitud humana.
Confederación Internacional Claretiana
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Las parábolas de Jesús de hoy muestran la actitud de quienes descubren el valor del reino de Dios. En la 1ª el Reino no es algo obvio, y es algo (un tesoro) escondido que sobresalta a quien lo encuentra. La persona que descubre el reino de Dios se siente conmovido por esta experiencia, y la ve como una verdadera fortuna por la cual es necesario darlo todo. En la 2ª parábola, un comerciante busca perlas finas hasta que encuentra la definitiva.
Estas actitudes identifican 2 grupos de personas. Unas (como el hombre de la 1ª parábola) que accidentalmente tropiezan con Jesús y su Palabra y descubren su valor. A estas personas las sobrecoge la alegría porque no esperaban nada, y su existencia a partir de ese momento estará iluminada por una nueva luz.
Otras personas (como el comerciante de la 2ª parábola) están en el afán de buscar un valor que dé significado a su vida. Si ven la trascendencia del mensaje de Jesús descubrirán lo que estaban buscando. A sus manos ha llegado algo que transformará su existencia. De ahí en adelante, percibirán toda su vida como un camino que los ha conducido al lugar adecuado.
A nuestro pueblo le ha ocurrido como a la persona que descubrió el tesoro. El pueblo duró muchos años sin poder acceder a la palabra de Dios. La veía, recibía y aprendía siempre de forma indirecta. La alegría ha sido inmensa ahora que la tiene en sus manos. Pone en ella toda su esperanza y han dado todo para llegar a conocerla. La Biblia ha transformado su vida y la de las comunidades cristianas: se han enriquecido con un tesoro inagotable. El pueblo sabe lo que tiene y, por eso, la Palabra va a quedar siempre en sus manos.
La causa del reino de Dios exige dejarlo todo. Parece que es lo que Jesús nos quiere decir en estas breves parábolas. Un hombre descubre un tesoro en un campo, un comerciante encuentra la perla más fina. Los 2 venden todo lo que tienen, y todo lo consideran nada frente a lo que acaban de descubrir. Para ellos es lo más valioso que pueden tener, y no se fijan en lo que dejan sino en lo que toman. No renuncian a nada porque escogen lo que realmente vale, y lo que dejan se les antoja basura en comparación con lo que adquieren (Flp 3, 8).
Si seguir a Jesús se nos antoja un sacrificio muy grande, es que igual todavía no hemos descubierto el verdadero valor del reino de Dios. Hay muchos cristianos para los que serlo viene a ser como una especie de enorme carga que llevan pegada a la espalda, y para ellos ser cristiano no es motivo de gozo. Posiblemente todavía no han abierto el cofre del tesoro, ni han quitado el polvo que cubre la belleza sin límite de la perla.
Servicio Bíblico Latinoamericano
c) Meditación
Jesús sigue hablando hoy en parábolas sobre su tema más recurrente: el Reino de los Cielos, que en el caso presente se parece a un tesoro escondido en el campo.
El tesoro es siempre algo de gran valor, mucho más valioso que el lugar en que se encuentra y se oculta. Es un tesoro, pero está escondido. Luego si alguien quiere hacerse con él, tiene antes que descubrirlo.
Pero no basta con descubrirlo (saber dónde está, en qué terreno, a cuántos metros de profundidad), sino que es preciso después poner todos los medios necesarios para hacerse con él: comprar el campo, vender posesiones para semejante adquisición, etc. Sólo así se obtiene, finalmente, la propiedad del tesoro escondido y descubierto.
Jesús compara así el Reino de los Cielos a ese tesoro de gran valor. Es decir, a algo por lo que puede dejarse todo (venderse todo) porque es mucho más valioso que el campo en que se encuentra, o el mundo en que se oculta.
Entre el tesoro y el campo hay la misma diferencia que entre la vida eterna (que nos espera) y la vida temporal (que vivimos caducamente en este mundo): la vida eterna (el tesoro, de valor incalculable) está oculta en este mundo (el campo, de menor valor) a nuestra mirada, y escapa a nuestra comprobación. Por eso, puede ser fácilmente menospreciada, o necesita una búsqueda para su descubrimiento.
Objetivamente hablando, no hay comparación entre una vida y otra, pues más valioso es lo eterno que lo temporal, y lo resistente que lo expuesto al deterioro.
No obstante, para hacerse con este tesoro escondido, hay antes que descubrirlo como verdadero tesoro, como una riqueza de valor incontable por la que uno está dispuesto a empeñar toda su hacienda, a trabajar lo que haya que trabajar, y a vender lo que haya que vender, con tal de adquirir ese tesoro de valor imperecedero.
Jesús ya había proclamado en sus bienaventuranzas, a propósito de los poseedores de este tesoro o Reino de los Cielos: Dichosos los pobres en el espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos. Es decir, dicho tesoro será sólo de los que hayan vendido, o se hayan despojado, de cosas también valiosas, y por ello se hayan hecho pobres.
Pero para ser esos pobres de los que Jesús habla (los pobres de espíritu) no basta con vender las propias riquezas, sino que también hay que tener un espíritu desprendido (de los bienes).
Este es el único espíritu con el que se puede conseguir ese tesoro escondido, y por tanto poseer ese Reino de los Cielos: el espíritu desprendido, que es capaz de renunciar a lo suyo (vender lo que tiene) y compartir con los demás (comprar el campo). Si eso se consigue, se habrá hecho un negocio de valor infinito.
Muchas veces solemos entender que nuestro mayor tesoro en la vida es una persona (el padre, la esposa...), y así lo expresamos abiertamente, llamándole "mi tesoro". Pues bien, el tesoro personal que se nos descubre en el Reino de los Cielos también es una persona: Jesucristo. Sin su presencia y amistad no es posible concebir el tesoro escondido ni el Reino de los Cielos.
Tampoco se concibe un tesoro sin el disfrute y alegría que ello proporciona, por encima de todos los sinsabores de la vida. Pues bien, el Reino de los Cielos también es un tesoro de felicidad y dicha, que por medio de Jesucristo nos libra del pecado, del mal y de la muerte, y nos aporta los dones de la salvación.
Descubrir a Jesucristo es ya dar el primer paso para encontrar el tesoro, de modo que todo lo demás (= lo que no es él) empieza a ser relativizado en su presencia, y puede ser vendido con la sensación de que se deja o se pierde poco, en comparación con lo que se va descubriendo.
JOSÉ RAMÓN DÍAZ SÁNCHEZ·CID, doctor en Teología
Act:
30/07/25
@tiempo
ordinario
E D I T O R I
A L
M
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R C A B A
M U R C I A
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