17 de Julio
Jueves XV Ordinario
Equipo
de Liturgia
Mercabá, 17 julio 2025
a) Ex 3, 13-20
Dios dice hoy a Moisés "Yo soy el que soy". Sabemos la importancia que tiene el nombre para los hebreos: indica el ser profundo. Así, Dios no es una realidad imprecisa o impersonal, como suelen imaginarse muchos hombres. Dios no es una cosa vaga, sino que tiene nombre y es alguien vivo.
Se ha buscado mucho cuál podría ser el sentido de esta palabra Yahveh, traducida aquí por "yo soy el que soy". Se ha pensado, a veces, que es un rechazo a definirse, una respuesta evasiva, como si Dios dijera "Yo soy quien soy". Y es verdad que Dios está más allá de todo nombre y no puede ser captado, porque es trascendente.
Hablarás así a los hijos de Israel: "El que me ha enviado a vosotros es Yo-soy". La explicación más frecuente es ésta: Dios es "el ser que posee su existencia en sí mismo", la roca sólida, el único que existe verdaderamente. Y este nombre es una garantía. "Aquél que me ha enviado a vosotros, es el que es, el Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob".
En Egipto en medio de toda clase de dioses era fácil que los hebreos hubiesen adoptado, en parte, la idolatría ambiental. Dios se revela como el único verdadero y se une así a la gran tradición de los patriarcas, quizás algo olvidada. Es pues un Dios fiel, que cumple sus promesas.
Otra traducción posible del término Yahveh es "Yo seré el que seré" (en futuro), como si con ello Dios anunciara que le reconocerían en lo que dentro de poco iba a hacer. Efectivamente, el verdadero Dios es un Dios comprometido en la historia, un Dios activo que interviene para crear, salvar y reunir.
"He decidido liberaros de la opresión, ayudaros a vivir en una tierra donde será agradable vivir, un país donde la leche y la miel manarán en abundancia". Dios se comprometerá por entero con la causa de su pueblo. ¿Estamos convencidos de que Dios es siempre ese Dios?
Noel Quesson
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Para los Testigos de Jehová es absolutamente clave el pasaje de la 1ª lectura de hoy. Según ellos, este es el pasaje donde por fin sabemos cómo se llama Dios. Ya no es un dios más, sino que ya sabemos que tiene su propio nombre, y este nombre es el que ellos, lo mismo que muchos otros protestantes pronuncian Jehová, aunque esté demostrado que esa pronunciación es incorrecta. En fin, para ellos Moisés fue el 1º hombre en la tierra que conoció el nombre de Dios.
Tiene su encanto eso de pensar en un Dios que revela su secreto íntimo a un hombre. Sin embargo, ese modo tan pintoresco de la Biblia deja sin resolver 3 graves interrogantes:
1º Si ignorar ese nombre implica que uno no sabe a quién está sirviendo, ¿Abraham no sabía a quién obedecía?
2º Si es posible servir a Dios aun sin conocer esta revelación (de su nombre), y tal pareciera ser el caso de Abraham, Isaac y Jacob, ¿por qué tendríamos que pensar que sólo pronunciando el nombre Jehová podemos acercarnos a Dios?
3º Si Dios dijo a Moisés "Mi nombre es Yo-soy" y "Yo-soy me envía a vosotros", ¿cómo es que luego Moisés dice a los hebreos "El Dios de Abraham, Isaac y Jacob, me envía a vosotros"? Luego ya tenemos 2 formas de llamar a Dios, en un mismo texto.
Y una pregunta más: ¿Cuál es ese nombre por el cual hemos de recordar a Dios "de generación en generación"? Porque según Moisés debería ser el de "Dios de Abraham, Isaac y Jacob", y no el de "Yo-soy".
La expresión misteriosa y bella, Yhwh, que se ha traducido e interpretado de cientos de maneras, nos habla del ser bello y misterioso, y de la riqueza insondable que hay en Dios. Él es "el que es", él es "el que ha de ser, el que será, el que se mostrará, el que se ha mostrado", y unas cuantas cosas más.
Esa multiplicidad y complementariedad de significaciones nos ayuda a evitar al riesgo de sentir que tenemos a Dios en nuestras manos, o en el poder de nuestros rezos. Dios es siempre el Otro, el Trascendente, aquel que no agotamos, aquel que no podemos envolver en nuestras teorías o explicaciones.
Así entendemos por qué Dios añade a su nombre ("Yo-soy") el vínculo con una historia (la de Abraham, Isaac y Jacob). Esto es lo más admirable: ver que el Dios del cielo se deja conocer como Dios en la tierra. Lo más grande no es recibir un nombre raro (como las religiones orientales y sus mantras), sino reconocer que nuestro Dios es a la vez próximo y trascendente, peregrino y eterno.
Nelson Medina
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¿Cómo se llama Dios? Se trata de una pregunta legítima que Moisés le dirige al que le está llamando a una misión tan complicada. ¿En nombre de quién tendré que presentarse a los hebreos y al faraón? Prescindiendo de las excusas que Moisés presenta a ese ser para no tener que aceptar el difícil encargo, lo cierto es que, al final, se ha rendido ante él, no sin que antes ese ser se haya enfadado con él y le haya dado respuesta a todas sus objeciones. Ahora se trata de preparar la estrategia para liberar a Israel.
El nombre de Dios ("Yo soy el que soy"), por tanto, está totalmente alejado de la perspectiva filosófica ("el que tiene la plenitud del ser subsistente"), y tiene que ver más bien con el plano existencial e histórico: "Yo soy el que estoy aquí". Es el Dios de los patriarcas, el Dios de la promesa, el que ha decidido estar siempre ayudando a su pueblo, en el pasado y en el futuro. Por eso ahora se dispone a su liberación. El nombre de Dios se revela en la historia, y no en los libros.
Con mejores motivos que Moisés, nosotros podemos llamar a Dios "el Dios que está con", "el Dios que siempre se acerca para". Porque en Jesús nos hemos convencido de que Dios es "Dios con nosotros". Jesús se llama a sí mismo con el nombre "Yo-soy" (yo soy el pastor, yo soy la puerta, yo soy el pan de la vida, yo soy la luz, yo soy el camino, la verdad y la vida), e incluso se aplica ese nombre en su totalidad divina: "Antes que Abraham existiera, Yo soy" (Jn 8, 58).
Nosotros sí que podemos decir: "El Señor se acuerda de su alianza eternamente, de la palabra dada por mil generaciones, de la alianza sellada con Abraham, del juramento hecho a Isaac". Hemos experimentado que sigue siendo el Dios de la Alianza, porque en Jesús estamos celebrando continuamente la Nueva Alianza.
Y cuando también para nosotros llegan los días malos, no sólo podemos decir "envió a su siervo Moisés, y a su escogido Aarón", sino que podemos añadir: "Y nos ha enviado a su Hijo Jesucristo, que nos ayuda en nuestro éxodo y en el camino de nuestra liberación".
José Aldazábal
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En la celebración litúrgica de hoy recuerda la Iglesia una página sublima de la historia de salvación. En ella son personajes actores Yhaveh (Dios) y Moisés. Dios es el liberador, y Moisés es una conciencia múltiple: conciencia de sí mismo (que se rebela contra la tiranía), de un líder (que ama entrañablemente al pueblo) que experimenta a cada paso la presencia de Dios y en él pone todo su confianza, arriesgándose en sus proyectos.
Para saborear mejor esta liturgia de hoy, retomemos el texto y el contexto de ayer. Porque allí veíamos cómo Dios se aparecía a Moisés en una llamarada entre las zarzas, y Moisés se acercaba a mirar el espectáculo. En ese momento, Dios le dijo: " No te acerques, y quítate las sandalias de los pies". Y añadió: "Yo soy el Dios de tus padres, y Yo estoy contigo" (Ex 3, 1-6.9-12).
Tras lo cual, hoy Moisés asume la responsabilidad de ser liberador de ese pueblo (los esclavos de Egipto) bajo una consigna: la de actuar siempre bajo la providencia y designios de Dios (Yahveh), cuyo nombre verdadero se le revela ("Yo soy el que soy"). Desde ese momento, el poder del Dios de Israel estará acompañando y dirigiendo los pasos de su servidor (Moisés) en toda la aventura del Éxodo.
En este relato tenemos una anticipación divina a todo lo que va a suceder en Egipto. El pueblo de Israel debe saber que Dios está con él, en días de bonanza y en días de infortunio, y ese Dios quiere su libertad.
Una de las lecciones que aprendemos de la Biblia es la cercanía con que Dios vive los acontecimientos humanos, y la sensibilidad de su paternidad hacia los sufrimientos que casi siempre nos acompañan. Y a tanto llega esa imagen y voz de cercanía divina, que en ocasiones no es fácil distinguir entre sentimientos divinos y sentimientos humanos puestos en boca de Dios.
Un ejemplo de esa actitud (el amor y misericordia de Dios) es todo el relato del Exodo. Hoy mismo podemos imaginarnos a Dios, a su ángel y a Moisés, programando las acciones a realizar para convencer al faraón y sacar a los israelitas de Egipto. Pongamos nosotros también cercanía y disponibilidad.
Dominicos de Madrid
b) Mt 11, 28-30
Jesús nos invita hoy a aceptar su yugo (imagen de su mensaje) llevadero (sin el peso de la ley judía) y su carga (imagen de sus preceptos) ligera (fáciles de llevar a cabo). Efectivamente, para un judío la ley era el medio para acercarse a Dios, pero Jesús dice que eso no sea ya así, sino que la gente se acerque a él directamente. Porque a través de la ley se acaba en cumplimiento y no en Dios, mientras que a través de Jesús se acaba en el auténtico Dios.
Invita así Jesús a romper con el resto de maestros y sus enseñanzas, y aceptar sólo su persona y divinidad. El legalismo judío se había convertido en una moral sin alegría, y por eso Jesús propone ahora una amistad alegre.
No sólo los muy agobiados, sino también todos los cargados, son hoy reclamados por Jesús, para que la vida les sea llevadera. Pero nótese que no dice Jesús "soy manso", sino "porque soy manso". No se pone aquí como modelo, sino como Maestro al cual debemos ir sin timidez, puesto que es manso y no se irrita al vernos tan torpes.
El adjetivo griego jrestos, que Jesús aplica a su yugo, es el mismo que se usa Lucas (Lc 5, 39) para calificar el vino añejo. De ahí que es más exacto traducirlo por "excelente", pues llevadero sólo da la idea de un mal menor, en tanto que Jesús nos ofrece un bien positivo, el bien más grande para nuestra felicidad un temporal, siempre que le creamos. El yugo es para la carne mala, mas no para el espíritu (para el cual, él conquista la libertad; Jn 8,31; 2Cor 3,17; Gál 2,4; St 2,12).
Recordemos siempre esta divina fórmula, como una gran luz para nuestra vida espiritual. El evangelio donde el Hijo nos da a conocer las maravillas del eterno Padre, es un mensaje de amor, y no un simple código penal. El que lo conozca lo amará, es decir, no lo mirará ya como una obligación sino como un tesoro, y entonces sí que le será suave el yugo de Cristo, así como el avaro se sacrifica gustosamente por su oro, o como la esposa lo deja todo por seguir a aquel que ama.
Jesús acentúa esta revelación en Jn 14,23, al decir a Judas que quien lo ama observará su doctrina y el que no lo ama no guardará sus palabras. Tal es el sentido espiritual de las parábolas del tesoro escondido y de la perla preciosa (Mt 13, 44). Del conocimiento viene el amor, esto es, la fe obra por la caridad (Gál 5-6). Y si no hay amor, aunque hubiera obras, no valdrían nada (1Cor 13, 1).
Juan Mateos
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El texto de hoy es continuación del texto anterior, y en él encontramos la última estrofa del himno de júbilo proclamado por Jesús. Esta estrofa es uno de los fragmentos más afectuosos del evangelio, y una invitación a entrar en la escuela de Jesús. Y nos viene a decir que los llamados por Jesús constituyen una categoría concreta de personas: aquellos "a quienes quiere el Hijo revelar" el acontecimiento del Padre, para que en su pequeñez brille la bienaventuranza del Reino.
Aquí es donde entra la invitación de Jesús a los fatigados y agobiados (vv.28-30), los anawin de Yahveh (lit. pobres de Dios) del AT, y que en su pequeñez han de ser los que transmitan la nueva bienventuranza de Dios. A esos pequeños Jesús los invita: "Venid a mí, tomad mi yugo, aprended de mí, Yo os aliviaré, encontraréis reposo".
La imagen del yugo evoca espontáneamente la idea de sujeción y "régimen de obediencia". Y puede aplicarse a la esclavitud, o en sentido religioso al servicio a Dios. Podemos ver cómo Jesús está del lado de quienes ya no pueden más a causa de ese yugo (o carga de la ley judía), y les ofrece su propio yugo (que es fácil de llevar, porque libera de toda dependencia o esclavitud). La invitación de Jesús es de descanso para las almas, y de reposo que sustituye a la fatiga.
Aceptar la propuesta del Reino, adhiriéndose vitalmente a su causa y a su persona tiene 2 aspectos: uno personal ("soy manso y humilde de corazón") y otro pedagógico ("porque mi yugo es suave y mi carga ligera"). Estas palabras de Jesús son una invitación a romper con todas las ataduras que generaba la ley mosaica y sus maestros (escribas y fariseos), y aceptar sus propias enseñanzas (que liberan de estas cargas, e invitan a vivir con alegría una nueva propuesta de vida).
Emiliana Lohr
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Escuchamos hoy la continuación del texto de ayer. Jesús continúa pensando en los que ocupan el 1º lugar en su corazón y en su preocupación: los que están rendidos y agobiados. Y por eso les dice: "Venid a mi todos los que estáis rendidos y agobiados".
En 1º lugar quiero contemplar ese sentimiento del corazón de Jesús. Trato de imaginar tus actitudes, tus gestos, las palabras que tú, Señor, les dirigías cuando estabas con ellos. "Venid a mí", le dice Jesús a los demás. Es decir, que se acerquen, que vayan hacia ti. Y yo, ¿sé también acercarme a ti cuando la carga a soportar me agobia, cuando son muchas mis preocupaciones y mis penas?
"Y yo os aliviaré", que podría traducirse por "yo os procuraré una pausa, para que vuestra carga sea más llevadera". Es la imagen del pobre hombre que lleva una carga abrumadora, y que se para unos minutos, para depositar junto a él su carga, tomarla luego de nuevo y continuar su marcha. Es la imagen de la pobre mujer que ha ido a buscar leña al bosque o entre la maleza; el haz se ha hecho tan grande que ha de descansar unos momentos antes de reemprender su camino. Esto es lo que Jesús quiere hacer por nosotros: aliviarnos, confortarnos, hacernos más ligera la vida. Gracias, Señor.
"Cargad con mi yugo y sed mis discípulos. Y aprended de mí, que soy sencillo y humilde, y encontraréis vuestro respiro". Los doctores de la ley, del tiempo de Jesús, imponían muchas obligaciones difíciles de cumplir: era como esos yugos duros y mal esculpidos, que los labradores ponen sobre el cuello de las bestias y que lastiman su piel. El yugo de Jesús es soportable, y no es una carga sobrehumana que aplaste y lastime.
"Pues yo soy sencillo y humilde". Realmente, hay que meditar detenidamente estas palabras y confidencias de Jesús. Pues es cierto que si uno se abandona verdaderamente a Dios, queda realmente reconfortado, colmado de serenidad y de alegría. Nuestra fe y compromiso cristiano no deberían ser nunca cargas para nosotros. El amor no puede ser más que liberador y radiante. Y por esta alegría se reconocen los verdaderos discípulos de Jesús.
Noel Quesson
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Es breve el evangelio de hoy, pero rico en contenido y bastante consolador. Jesús nos invita, a los que podemos sentirnos "cansados y agobiados" en la vida, a acercarnos a él: "Venid a mí". Y nos invita también a aceptar su yugo, que es "llevadero y suave". Los doctores de la ley solían cargar fardos pesados en los hombros de los creyentes. Jesús, el Maestro verdadero, no. Él nos asegura que "su carga es ligera", y que en él "encontraremos descanso".
El estilo de vida de Jesús sí es exigente, pues lo hemos leído muchas veces en el evangelio, y su programa incluye renuncias y exige cargar con la cruz. Pero ese es el estilo de vida, porque luego viene la 2ª parte: de Jesús. Efectivamente, Jesús (y su promesa de ayuda, y su compañía aliviante) va a cargar con nosotros la cruz, y va a renunciar por nosotros, y va a luchar por nosotros. Cuando nos sintamos "cansados y agobiados" (cosa que nos pasa a menudo), él nos dirigirá la palabra alentadora del Señor, y facilitará las dificultades del camino.
Así mismo, deberíamos aprender la lección para nuestras relaciones con los demás. Sobre todo para que no nos parezcamos a los sabios legalistas (que agobiaban a los demás con sus normas y exigencias) sino a Jesús (que invitaba a ser fieles, pero comprensivamente en las caídas y debilidades), siempre dispuesto a ayudar y perdonar.
Jesús no quiere que nos sintamos movidos por el temor (el yugo) de los esclavos, sino por el amor de los hijos y la alegría de los voluntarios. Cuando es el amor el que mueve, toda carga es ligera. Como decía San Agustín: "Todo precepto es ligero para el que ama", pues ubi amatur, non laboratur (lit. "amando, nada cuesta el trabajo").
José Aldazábal
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El evangelio de hoy expresa una clara denuncia de Jesús contra los fariseos, por imponer a la gente duras cargas (leyes) y requisitos condicionantes (yugos) para llegar a Dios. Unos yugos pesados que los fariseos cargaban sobre la gente, y que ellos mismos no estaban dispuestos cumplir. De ahí que Jesús dijera, en cierta ocasión: "Atan cargas tan pesadas, que es imposible soportarlas" (Mt 23, 4).
En el pasaje de hoy, Jesús invita a cargar con su yugo (v.29), recordando la promesa hecha a los humildes en las bienaventuranzas (Mt 5, 6) y expresando su solidaridad con ellos. Lo que busca el yugo de Jesús es, por tanto, dar descanso.
El yugo, recuerdo imborrable del tiempo de la esclavitud, es la imagen que simboliza la ruptura con todo el peso de la ley, que oprime y exprime al pueblo. Y que Jesús hable de un yugo propio alude a una nueva ley, en dirección contraria a ese yugo esclavizador. La ley de Jesús, por tanto, es una ley que conduce a la libertad plena, es una ley del amor concretado en hechos y no palabras, es un compromiso vital y no legal con Dios, en términos de filiación y no obligación.
La Carta I de Juan presenta esta misma afirmación, a la hora de hablar del compromiso con Dios y con los hermanos, en 2 versículos que interpelan a esa doble cara de la ley de Jesús: la filiación con Dios (1Jn 2, 29) y la fraternidad con los hermanos (1Jn 3, 7-8).
Fernando Camacho
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Las palabras de hoy de Jesús resuenan íntimas y cercanas, sobre todo en un hombre y mujer contemporáneos que sobrellevan una enorme presión psicológica. Porque hoy el mundo gira, y da vueltas de tal manera, que no tenemos tiempo, ni paz interior suficientes, para asimilar cambios. Y con ello hemos dejado muy atrás la simplicidad, y hemos cargado nuestra vida de normas, objetivos, planificaciones y resultados. Nos sentimos agobiados y cansados de luchar, y nunca llegamos a nada convincente. ¿Qué nos falta por hacer, o hacemos mal, Señor?
Hoy, a la luz del evangelio, podemos revisar cuál es nuestra concepción de Dios. ¿Cómo vivo y siento a Dios en mi interior? ¿Qué sentimientos me despiertan su presencia en mi vida? Jesús nos ofrece su comprensión cuando sentimos el cansancio y tenemos ganas de reposar: "Venid a mí todos los que estáis fatigados y sobrecargados, y Yo os daré descanso" (v.28).
Quizás hemos luchado para ser perfectos y en el fondo lo único que queremos es sentirnos amados. En sus palabras encontramos respuesta a nuestra crisis de sentido. Nuestro ego nos juega malas pasadas y no nos permite ser tan buenos como quisiéramos. No vemos quizá la luz en determinadas épocas. Santa Juliana de Norwich, mística inglesa del s. XIV, entendió el mensaje de Jesús y escribió: "Todo irá bien, todas las cosas irán bien".
La propuesta de Jesús ("aprended de mí; v.29) implica seguir su estilo de benevolencia (querer el bien para todos) y de humildad de corazón (virtud que hace referencia a tocar de pies a tierra y a que sólo la gracia divina nos puede hacer levantar el vuelo). Ser discípulo exige aceptar el yugo de Jesús, recordando que su yugo es suave y su carga ligera.
Pero no sé si estamos convencidos de que eso es así. Vivir como persona cristiana en nuestro contexto no resulta fácil, ya que optamos por valores a contracorriente. No dejarse llevar por el dinero, por el prestigio o por el poder exige un esfuerzo. Si lo queremos hacer solos, se convertirá en una empresa imposible. Con Jesús todo es posible y suave.
Luis Serra
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Cuando uno está cansado, lo mejor que puede hacer es descansar. Si Dios quiere, yo pienso hacerlo dentro de un mes aproximadamente. Es normal que quien trabaja se canse. Por eso, cada 24 horas dormimos 8 (ojalá), cada 7 días descansamos 1 (ó 2), cada año tenemos 4 semanas de vacaciones (los que puedan). Todo esto, naturalmente, en el mejor de los casos, porque hay millones de personas en nuestro mundo que no tienen ni vacaciones, ni día libre semanal y que apenas pueden dormir lo imprescindible para seguir ganándose la vida.
Con todo, el problema grave no es el cansancio producido por la fatiga sino el desgaste ocasionado por la falta de motivaciones en la vida. ¿Qué pasa cuando uno no sabe ya por qué vive, por qué se levanta cada mañana, por qué trabaja, por qué ama y por qué sufre? La gran enfermedad de nuestro tiempo es este cansancio existencial que a veces conduce incluso a la depresión. En Estados Unidos han popularizado la expresión burnt out (lit. estar quemado).
Pues bien, Jesús se presenta como ese amigo que está ahí para aliviar nuestra situación. Él está ahí de día y de noche, en invierno y en verano, sin cita previa.
Pero atención. Porque no está como si fuera un somnífero al alcance de la mano, o como un juguete para disipar los momentos bajos. No está simplemente para arrullar nuestras regresiones infantiles, nuestros deseos de refugiarnos a salvo de cualquier problema. Él está con nosotros para ayudarnos a tomar las riendas de nuestras vida, para apelar a nuestra responsabilidad. En la vida hay un yugo que llevar y una carga que soportar. Eso sí, su yugo y su carga no son losas para oprimir nuestra libertad sino un camino "ligero" que nos permite seguir avanzando sin eludir nuestra vocación.
Gonzalo Fernández
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Después de un día agobiante de trabajo, o de un periodo de nuestra vida en el cual las cosas no han salido precisamente bien, qué reconfortante es escuchar de Jesús: "Venid a mí, y yo os haré reposar". Y es que solo en Jesús podemos darle el justo valor a todas las cosas, por eso dice: "Aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón".
El hombre se agita y se sofoca porque le da a las cosas una dimensión equivocada y por que quiere realizarlas con sus propias manos. Sólo con la ayuda de Dios es posible realizar en paz y con alegría nuestros proyectos y solo con su consuelo uno puede aceptar que estos no hayan salido como nosotros pensábamos.
Si tu vida y tus proyectos no se han realizado o no se han realizado como tú los esperabas, toma un momento de tu jornada para orar, para ponerte en los brazos amorosos de Jesús, él te dará la fuerza y la luz para recomenzar.
Ernesto Caro
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Con la imagen del yugo (v.29) se indica la relación que todo ser humano se ve obligado a aceptar. Puede tratarse de la sumisión al imperio dominante (Jr 28), pero también puede emplearse para indicar la sumisión del pueblo a Dios. En este último caso (Jr 2,20; 5,5; Os 10,11), el alejamiento del querer divino se concibe como una ruptura de lazos y del yugo que une al pueblo con su Señor.
Por ello el término fue utilizado ya en el AT (Eclo 6,24-30; 51,26-27) para expresar el sentido de la ley por la cual el pueblo se mantiene en la fidelidad y en la obediencia a su Padre y Creador.
Por consiguiente, la función de la ley consistía en la liberación de los ídolos que impedían la relación religiosa auténtica. La ley era, por tanto, el medio privilegiado para significar la elección divina respecto a Israel.
Sin embargo, esta función liberadora de la ley se oscurece cuando se desplaza de este marco de la elección. El fariseísmo entiende la ley como una serie de observancias que sirven para agravar la pesada carga que debe soportar la gente sencilla. A ésta, calificada como el conjunto de los que están rendidos y abatidos, se dirige la invitación de Jesús.
Dicha invitación consta de dos partes: en primer lugar se trata de entablar una nueva forma de relación religiosa, abandonando las pesadas prescripciones de la ley del fariseísmo y de sus interpretaciones. El cumplimiento de la ley se realiza por medio del acercamiento a Jesús y a su proyecto. Sólo de ese modo se puede entrar en el ámbito de la comunión divina, en la vida familiar del Padre y el Hijo. Los "acercaos a mí" (v.28), "cargad con mi yugo" y "aprended de mí" (v.29) son una llamada a participar de la intimidad divina.
La 2ª parte del texto se dirige a colocar el fundamento que justifica la aceptación de esa invitación. El fruto de este recurso a Jesús es respiro para todos los rendidos y abrumados a consecuencia de las onerosas prescripciones de la observancia religiosa farisea.
Los "sabios y entendidos" (Mt 11, 25) han convertido su enseñanza en instrumento de dominación sobre la gente. Frente a ellos, Jesús se presenta proponiendo una enseñanza con efectos diametralmente opuestos. Se trata de un maestro que, a diferencia de los letrados, no quiere dominar a sus discípulos. Su característica fundamental es la sencillez y humildad en contraposición a la orgullosa autosuficiencia de los otros maestros. Por ello su enseñanza es descanso para quienes han sido fatigados por una enseñanza dominadora.
Las exigencias propuestas por Jesús son un yugo llevadero y una carga ligera. Acercándose a él que es el resumen y la interpretación de la ley, el hombre se transfiere al espacio sagrado de la intimidad de la vida divina. La moral sin alegría del fariseísmo se convierte en gozoso servicio producido por la amistad divina. Las exigencias sólo se comprenden desde la felicidad del seguimiento de Jesús tal como se proponen en las bienaventuranzas (Mt 5, 1-11).
Confederación Internacional Claretiana
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El reino de Dios se revela como un alivio incomparable para Israel, pues los judíos estaban agobiados por la infinita carga de prescripciones legales. La confusión que les producía su ignorancia respecto a las múltiples rúbricas de la Escritura, sumado al analfabetismo y a la falta de orientación, hacían de la palabra revelada en el AT una carga insufrible.
Por eso Jesús los invita a que se acerquen a él y asuman una nueva forma de vivir la vida, lejos de legalismos inútiles y sofocantes. La ética de Jesús se resume en un incondicional amor al prójimo como fruto del una experiencia de Dios como Padre. La nueva ley lleva a los hombres y mujeres a experimentar el gozo de la salvación y a actuar como verdaderos hijos de Dios. Para que esto sea posible, es necesario aprender de Jesús y ser su discípulo.
El seguimiento de Jesús es el camino para hacernos sus discípulos y revestirnos del hombre y mujer nuevos. El discípulo debe hacer el camino con sencillez y humildad, aprendiendo las actitudes que le permiten ver con mirada limpia el rostro de Dios manifiesto en la humanidad atormentada y agobiada.
Hoy experimentamos una situación parecida a la que enfrentó Jesús. Muchos grupos religiosos cargan el cristianismo con innumerables preceptos de la Escritura, convirtiendo la palabra de Dios en una carga que abruma y agota a los fieles. Otros grupos, imponen sus propias leyes por encima de la única ley del evangelio, haciendo también de la religión un yugo pesado.
Jesús ataca de frente estas acciones y actitudes, porque son contrarias a los designios de Dios. Nosotros debemos conocer la Escritura para liberar a las personas, para aligerar el sufrimiento propio y ajeno, no para llenarnos de cargas y complicaciones, de datos confusos e inútiles.
Servicio Bíblico Latinoamericano
c) Meditación
Las palabras de hoy de Jesús en el evangelio son una invitación al descanso y a llevar la carga que a cada uno le corresponda, aprendiendo de él fundamentalmente dos cosas: humildad y mansedumbre. Y no parecen tener destinatario definido, como si estuvieran lanzadas a la entera humanidad: Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré.
Ahora digo yo: ¿Y quién no se encuentra en esta situación de cansancio o de agobio alguna vez en la vida? Porque todos formamos parte de una humanidad doliente.
En efecto, la vida nos obliga a enfrentarnos a muchas dificultades (una verdadera carrera de obstáculos), cuya superación va erosionando nuestras fuerzas y provocando un verdadero desgaste de energías. Nos llegan momentos de auténtico agobio, porque se nos acumula el trabajo o los estudios o las obligaciones o la correspondencia.
Por eso la invitación de Jesús nos tiene que sonar a una verdadera bendición. Pero si no hacemos la prueba, acudiendo a él donde es posible encontrarlo, no podremos experimentar la verdad de esta promesa. En realidad, sólo en él podemos encontrar el descanso saciativo.
Esto no significa que el alivio sea tan duradero que no necesitemos volver a él en el futuro. Mientras vivamos en el tiempo, todo lo que recibamos estará transido de temporalidad. Hasta los dones eternos, por su índole o naturaleza, estarán marcados en nuestra propia experiencia temporal por la fugacidad o la provisionalidad, que son la marca del tiempo.
Para eso tenemos a Jesucristo (que prometió estar con nosotros todos los días, hasta el fin del mundo), para recurrir siempre que queramos a su presencia sacramental y recibir de él el alivio de un descanso reparador. Ahora bien, este efecto no es producto de una infusión o de la toma de una cápsula, sino de una relación personal que requiere tiempo, como toda relación de amistad. Aquí el descanso se obtiene estando a solas, con el que sabemos nos ama.
A eso es a lo que la Iglesia ha llamado tradicionalmente oración de intimidad. Ambas cosas son necesarias: oración e intimidad. Sin intimidad no hay verdadera comunicación, y sin comunicación (resp. oración) no hay intercambio personal, y sin intercambio personal no hay verdadera comunicación de energías, ni alivio, ni descanso.
Se trata de un descanso que se obtiene de reposar nuestra cabeza (con todas sus preocupaciones y agobios) en el pecho del Amado. Los que han hecho esta experiencia han encontrado el descanso en sus vidas, aunque éste no sea aún el descanso eterno, puesto que, como he señalado antes, vivimos en el tiempo.
Cargad con mi yugo, añade Jesús, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón, y encontraréis vuestro descanso. Porque mi yugo es llevadero y mi carga ligera. En esta vida el descanso ha de alternarse con las cargas. Todos tenemos nuestras cargas, que muchas veces adquieren la forma del yugo porque parecemos atados a ellas, sin apenas posibilidad de desuncirnos.
La condición de cristiano puede convertirse incluso, por sí misma, en un yugo añadido, por lo que implica de persecución, rechazo o de abnegación a placeres. Pues bien, cualquier yugo es más llevadero si lo compartimos con alguien que nos ayuda a llevarlo. Y pasará a ser extremamente ligero si aquel con el que lo compartimos es el mismo Jesús. Ahí radica la diferencia.
Cargar con su yugo y compartir con él nuestro yugo viene a significar lo mismo. Ambos yugos son intercambiables, y el peso de ambos se aligera si los llevamos con Jesús, aprendiendo de él el modo de llevarlo: con humildad y mansedumbre. Es importante, por tanto, el modo con que se lleva la carga, porque la humildad y la mansedumbre son como palancas que nos permiten llevarlo con mayor facilidad.
La carga causa menos penalidad si se lleva con mansedumbre y humildad. La humildad nos permite aceptarla sin rebeldías inútiles y nocivas, y la mansedumbre nos proporciona la serenidad y el dominio para no añadir nuevos motivos de aflicción. También la humildad y la mansedumbre contribuyen al descanso de los demás, pues también ellos pasan por la vida portando sus inevitables cargas.
Aprender de Jesús en la "escuela del sufrimiento" es recibir de él las instrucciones necesarias para encontrar nuestro descanso. Sólo así los yugos se hacen llevaderos y las cargas ligeras, o al menos soportables. Que el Señor nos conceda acudir a él en busca de ese descanso que tanto necesitamos. Y que nos facilite el camino, liberándolo de esas trabas y obstáculos que tanto nos dificultan el acercamiento a él en su morada.
JOSÉ RAMÓN DÍAZ SÁNCHEZ·CID, doctor en Teología
Act:
17/07/25
@tiempo
ordinario
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M U R C I A