21 de Octubre
Martes XXIX Ordinario
Equipo
de Liturgia
Mercabá, 21 octubre 2025
a) Rom 5, 12.15-21
En el pasaje de hoy a los romanos, Pablo reemprende su idea favorita: una humanidad totalmente pecadora, a la que se ofrece una justificación totalmente gratuita, por la fe en Cristo Jesús. Pablo aplica esta gran visión a los 2 caudillos de la humanidad: Adán y Cristo. Por Adán vino el pecado, la desobediencia, la condenación y la muerte. Y por Cristo vino el don gratuito, la obediencia, la justificación y la vida.
Pero vayamos por partes, porque "por un solo hombre, Adán, entró el pecado en el mundo, y por el pecado la muerte". Todos pecaron, pues el pecado tiene un poder maléfico, y es contagioso. Y así, de un solo pecado, de un solo hombre, vino el germen de otros pecados. Es como una epidemia, como un vértigo colectivo o como una solidaridad.
Pero con el don gratuito de Dios no sucede como con el delito. Y "si por el delito de uno solo, Adán, murieron todos, ¡cuánto más la gracia de Dios se ha desbordado sobre todos los hombres por medio de uno solo, Jesucristo". Porque "donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia".
En efecto, entre Adán y Jesús, nos dice Pablo, no hay medida común. No hay similitud entre ambos, sino oposición. Y la gracia sobrepasa al pecado, una gracia que Dios da profusamente.
La solidaridad en el mal no es nada frente a la superabundancia de solidaridad en el bien! Así, Pablo, no nos revela los estragos del pecado original más que como el reverso de otro misterio, que es la salvación original en Jesús. No se puede comprender el pecado original si no se comprende la maravilla de la solidaridad de salvación en Jesús. En el plan de los designios divinos, el mal es incomprensible si no está destinado a ser salvado en Jesús. Sí, creo que Jesús gana a Adán en eficacia.
Sí, creo que el bien gana al mal en eficacia. Sí, Señor, creo que la gracia gana al pecado. Porque "el cumplimiento de la justicia por uno solo condujo a todos los hombres a la justificación que da la vida". Uno solo que es Jesús, y todos que somos nosotros. Pues "así como por la desobediencia de un solo hombre (Adán) todos fueron constituidos pecadores, así también por la obediencia de uno solo (Jesús) todos serán constituidos justos".
La Escritura no habla nunca del pecado original, sin evocar el remedio previsto por Dios: la maravilla del perdón. Al crear a Adán, Dios veía ya a Jesús, el perfecto obediente, el perfecto hijo. Es la vida, es el bien el que triunfa. Pues "lo mismo que el pecado estableció su reino de muerte, así también la gracia, fuente de justicia, establecerá su reino para dar la vida eterna, a través de Jesucristo".
Noel Quesson
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En su cap. 5 de la Carta a los Romanos, del que hoy leemos un resumen, Pablo establece la célebre comparación entre Adán (el primer hombre) y Jesús (el definitivo hombre). Así desarrolla su afirmación inicial de que el evangelio es "fuerza de salvación de Dios".
Por Adán "entró el pecado en el mundo", y "por el pecado, la muerte". Personificado en él, entra en acción el poder del mal y se extiende a toda la humanidad. Pero ahora ha sucedido otra cosa más importante: "gracias a Jesucristo vivirán y reinarán todos los que han recibido un derroche de gracia y el don de la salvación". La vida de Dios, también es comunicada por un hombre a toda la humanidad.
Pablo habla mucho del pecado, pero nunca dejándose llevar por el pesimismo. Siempre, para compararlo con la gracia de Dios, que lo supera con creces. Las antítesis se suceden: por Adán-por Cristo, entró el pecado-entró la benevolencia, la muerte-la vida, la desobediencia-la obediencia, la condena-la salvación. En definitivas cuentas, "si creció el pecado, más desbordante fue la gracia".
Cada uno de nosotros es hijo del 1º Adán y también hermano e imagen del 2º Adán. Sentimos la debilidad y a la vez experimentamos la fuerza de Jesús. ¿Qué aspecto triunfa más en mi vida: el pecado o la gracia, el hombre viejo o el nuevo, la desobediencia o la obediencia, la muerte o la vida, Adán o Cristo?
Al rezar hoy el Salmo 39 responsorial, ponemos estas palabras en boca de Cristo (como hace la Carta a los Hebreos) en actitud de obediencia a Dios: "Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad". Lo contrario de lo que hizo Adán. Al final de una jornada, ¿podemos resumir nuestra actuación diciendo que hemos obedecido gozosamente a Dios? ¿O tenemos que reconocer que hemos buscado nuestros propios caminos?
No tenemos que perder nuestra confianza: también en nuestra propia historia, aunque exista el pecado, sobreabunda más la gracia y el amor de Dios. Por muchos fracasos que tengamos que contar, son más los signos de que Dios nos ama. La solidaridad con Adán es grande, pero mayor todavía la solidaridad que Dios nos ofrece en su Hijo.
En varios momentos de nuestra oración decimos: "Tú que quitas el pecado del mundo, ten piedad de nosotros". Pero hemos de sentirlo desde dentro, cuando lo decimos, y pedirle a Dios que nos ayude a vencer las herencias del viejo Adán en nuestra vida y nos haga pasar, con el nuevo Adán, a la plenitud de su vida. Si con ocasión de esta página de Pablo, queremos ampliar más lo que la Iglesia piensa del pecado original y sus consecuencias para la humanidad, podemos leer los num. 396-409 del Catecismo de la Iglesia.
José Aldazábal
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El texto tomado hoy de la Carta a los Romanos pone en contraste nuestra anterior vida de pecado, bajo el imperio del mal que nos domina a todos, y nuestra vida de redimidos por la sangre de Cristo.
Pero observemos que la fuerza del discurso paulino no recae tanto sobre la etapa de pecado (todos somos deudores del pecado) sino sobre la etapa feliz, la etapa de nuestra reconciliación y vida en Cristo y por Cristo, en el cual renacemos como felices hijos de Dios por el amor.
Al inicio de la creación, hubo un amor desbordado de Dios que nos hizo a su imagen y semejanza. Por el pecado se eclipsó esa semejanza al introducir la desemejanza o vida al margen de Dios.
Y en los misterios de la encarnación y redención, la bondad de Dios no tuvo límites en su don, y nos entregó a su Hijo, para que nos enseñara a amar al modo divino. ¿Podemos aspirar a más, de parte de Dios, y no responder con fidelidad de nuestra parte?
La actitud de pecado, y del pecador, se da únicamente en seres libres y responsables, aptos para dar gloria, alabanza, amor y justicia. Y la desgracia del pecado personal suele redundar en perjuicio de los demás. Así, desde el principio, la humanidad vive afectada por la infidelidad cometida contra Dios. Ante él somos pecadores. Sólo la misericordia del Señor y la encarnación del Hijo de Dios nos ofrecen vía segura de retorno al corazón del Padre.
En efecto, el hombre, esclavizado por el pecado, ha sido liberado por Cristo. Adán, al pecar, desobedeció un mandato de Dios; por eso es considerado pecador. Quien nace y vive en la rebeldía a Dios, vive esclavo del pecado. Creer en Cristo es hacer nuestra la gracia que nos viene de Aquel que fue obediente y fiel en todo a la voluntad divina, convirtiéndose así, para nosotros, en fuente de salvación. Por eso el hombre no se justifica por cumplir la ley, sino por creer en Cristo Jesús.
Efectivamente, la salvación no es consecuencia de nuestras obras, sino un don gratuito de Dios, ofrecido a nosotros por medio de su Hijo, hecho uno de nosotros. Vivamos, no en la rebeldía de Adán, sino en la obediencia de Cristo. Alejémonos, así, de la muerte, y disfrutemos de la vida. Y digamos con el salmista de hoy: "Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad".
Dominicos de Madrid
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Los versículos de hoy de la Carta a los Romanos son de difícil explicación y constituyen la principal fuente bíblica para la teología del pecado original. En Pablo, como en el AT, las expresiones pecado y muerte no corresponden al contenido semántico con que se han ido cargando en el decurso del tiempo.
El pecado no es siempre ni primariamente un puro acto moral, realizado libremente e imputable exclusivamente a cada persona. Hay un pecado objetivo, estructural, una situación extrínseca a la voluntad de cada uno, a modo de atmósfera contaminada y contaminante.
Tampoco muerte se refiere sólo al plano biológico del ser humano, sino que corresponde a un contexto signado por el misterio o diseño divino sobre la existencia humana. El hecho puramente empírico del morir no tiene nada que ver con el pecado, pero la posibilidad de un sentido positivo de la muerte, que no se reduzca al puro fracaso, depende del don de Dios, de su gracia, que le ofrece a través de Jesucristo resucitado.
La 1ª lectura de hoy puede considerarse un midrash (narración parabólica) construida sobre la narración del pecado de Adán. Pablo intenta hacer un contraste con la afirmación positiva de Cristo, como único portador de la verdadera salvación humana. Hay necesidad, eso sí, de diferenciar 2 niveles: el cultural y el religioso.
La discusión sobre si Pablo creía que Adán fuese el 1º de todos los seres humanos pertenece al campo cultural. En cambio, el mensaje religioso es más claro: en la historia humana hay de hecho un clima contaminado en el orden moral: nacemos en un mundo entretejido de pecado, no por fuerzas superiores al ser humano sino como sumatoria de pecados individuales contaminantes.
Cristo ha venido para borrar esta contaminación de la humanidad. En el v. 19 es clara esta antítesis: por la obediencia (Flp 2, 5-11) de Cristo "todos fueron justificados". No es un automatismo paulino de la gracia que pueda prescindir de la aceptación voluntaria del ser humano en la fe y con la consecuente conducta moral.
Al mismo tiempo la desobediencia (insubordinación del 1º ser humano) no hace pecadora en el acto a la masa humana sino en potencia y virtualidad. El pecado adquiere aquí aquel carácter objetivo del clima proclive a una atmósfera pecaminosa. Una moral puramente individualista y personalista es realmente inconcebible en el cristianismo. Es necesario llegar, entonces, a una moral comunitaria y estructural.
Confederación Internacional Claretiana
b) Lc 12, 35-38
El texto presente es el final de una serie de recomendaciones que Jesús hace a sus discípulos para que no anden obsesionados por la comida o el vestido y aprendan que existe una jerarquía de valores en la comunidad cristiana: la vida vale más que el alimento y el cuerpo más que el vestido. La vida es el valor supremo; lo material es necesario, pero al servicio de la vida.
Y ¿cómo llegará el discípulo a poseer la vida en plenitud? No precisamente acaparando bienes materiales, sino más bien compartiéndolos con los que no tienen y centrándose en lo que es fundamental: buscar que reine Dios en el mundo.
De ahí que la principal actitud del cristiano sea tener una disposición ininterrumpida al servicio: "Tener el delantal puesto y encendidos los candiles a la espera del señor que vuelve de la boda, para abrirle la puerta". Hacerse siervo es el camino mostrado por Jesús en la Ultima Cena, cuando se puso a lavar los pies de sus discípulos y cuando, un poco antes, abolió la esclavitud al decirles: "Ya no os llamo siervos, sino amigos".
Hacerse siervo es el único camino para llegar a la igualdad con Jesús y con los demás. Sólo desde abajo se puede cambiar el mundo; sólo abajándose se acaba con la desigualdad; sólo con el servicio se acaba con la servidumbre. Eso sí, servidumbre voluntaria por amor al prójimo desvalido, con el que se identifica Jesús.
Así podremos celebrar ese banquete de bodas en el que salimos al encuentro de Jesús que se hace presente en la comunidad, en el banquete de la eucaristía donde se debe realizar la petición del Padrenuestro: "Nuestro pan del mañana dánoslo cada día".
Juan Mateos
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"Se pondrá a servirles" alude a que Jesús tiene derecho a que le creamos esta promesa inaudita, porque ya nos dijo que él es nuestro sirviente (Lc 22, 27), y que no vino para ser servido sino para servir (Mt 20, 28). Por eso nos dice que entre nosotros el primero servirá a los demás (Mt 20,26; Lc 22,26). En esto estriba sin duda el gran misterio escondido en la Escritura que dice "el mayor servirá al menor" (Gn 25,23; Rm 9,12).
Jesús, aun después de resucitado, sirvió de cocinero a su discípulos (Jn 21, 9-12). Y él, que desde Isaías se hizo anunciar como "el servidor de Yahveh" (Is 42,1; Ez 45,22), quiere también reservarse, como cosa excelente y digna de él, esa función de servidor nuestro. Debemos creerle, porque hizo algo mucho más humillante que el servirnos y lavarnos los pies: se dejó escupir por los criados, y colgar desnudo entre criminales, "reputado como uno de ellos" (Lc 22,37; Mc 15,28).
Vemos, pues, que la inmensidad de las promesas de Cristo, más aún que en la opulencia de darnos su misma realeza y ponernos a su mesa y sentarnos en tronos (Lc 22, 29), está en el amor con que quiere ponerse él mismo a servirnos. El que no ama no puede comprender semejantes cosas, según enseña Juan (1Jn 4, 8).
El tiempo intermedio, hasta la vuelta del Señor, este tiempo que vivimos, el de la Iglesia, exige una actitud: vigilar. El Señor volverá. Con toda seguridad. El discípulo no puede dormirse porque tarde. Debe permanecer alerta siempre, siempre en tensión. Sólo así el discípulo se asegura la acogida por parte de Jesús cuando vuelva. Sólo así se asegura la comunión con él en el gozo y en el amor. Sólo al siervo vigilante servirá el Señor (Mt 25 1-13; Lc 22,27; Jn 13,4-5).
El desprendimiento no se produce de golpe ni de una vez por todas. De la misma manera, la confianza no se compra sino que se gana. En la medida en que el cristiano experimenta que dar no es perder, se va vaciando de preocupaciones materiales y va llenándose de confianza en el presente de Dios (no en el futuro, que para Dios no existe, como tampoco el pasado): "Porque donde tengáis vuestra riqueza, tendréis el corazón" (v.34).
Hay quien tiene su riqueza en un banco o una caja, en posesiones o en acciones. Y hay quien la tiene en Dios, porque la ha depositado en los pobres: no hay ladrón ni atracador que pueda robar al que "vende sus bienes y lo da en limosna" (v.33). El que vendrá como un ladrón, en cambio, es el Hombre Jesús, en la persona que menos te esperas y cuando menos lo pienses (vv.35-40).
Josep Rius
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Hubo épocas en las que los cristianos parecieron desinteresarse de lo terreno y de lo temporal. La reciente y gran acusación contra la Iglesia era la de decir que la fe era el "opio del pueblo", o que el pensamiento del cielo y del infierno era como un refugio que adormecía a los hombres y que los alienaba de sus tareas humanas.
¿Y qué es lo que piensa Jesús de esto? ¿Es alienador el evangelio? Y si aliena a los hombres, ¿en qué dirección lo hace? Jesús nos dijo: "Poneos el traje de trabajo", y "llevad ceñida la cintura", y "mantened las lámparas encendidas".
Llevar puesto el delantal es estar presto para el trabajo. Es el uniforme de servicio (Lc 12,37; 17,8; Jn 13,4; Ef 6,14). Era también el atuendo del viajero el que llevaban los hebreos para celebrar la Pascua (Ex 12, 11). Tener la lámpara encendida, es estar siempre a punto, incluso durante la noche. No, el cristiano no es un alienado, sino que está en alerta constante, siempre presto a la acción y preparado para servir día y noche. ¿Estoy yo preparado para servir en todo instante, en todo momento?
En 2º lugar, Jesús nos dijo: "Pareceos a los que aguardan a que su amo vuelva de la boda para, cuando llegue, abrirle en cuanto llame". ¿Por qué y para quién hay que estar siempre disponible? Para la llegada o retorno de alguien. El detalle "retorno de la boda" quiere indicar que se trata de una hora tardía e indeterminada, pues en las civilizaciones rurales de antaño las bodas eran la única circunstancia en la cual se regresaba tarde a casa.
Sí, Jesús viene. Se corre el riesgo de no estar esperándolo, porque su llegada es de improviso, imprevisible, oculta. ¿Estoy siempre a punto de recibir a Jesús? Porque Jesús viene de muchas maneras:
-en
su Palabra, propuesta cada día;
-en todo hombre que necesita de mí, pues "quien a vosotros escucha, a mí
me escucha";
-en los acontecimientos, o "signos de los tiempos" que es preciso
descifrar;
-en mis alegrías y mis penas, en mi muerte y en mi vida.
Los hijos vuelven de la escuela: es Jesús quien viene y espera mi disponibilidad. Un colega viene a pedirme que le eche una mano: es Jesús quien viene. Se me invita a una reunión importante para participar en la vida de la escuela, de la empresa, de la colectividad o de la Iglesia, ¿me quedaré tranquilo en mi rincón? Estoy preparando la comida. Trabajo en mi oficina, en mi despacho, en mi taller, y es Jesús que viene y al que hay que recibir.
"Dichosos esos criados si el amo al llegar los encuentra en vela", nos recuerda Jesús. Velar, en sentido estricto, es renunciar al sueño de la noche, para terminar un trabajo urgente, o para no ser sorprendido por un enemigo. En un sentido más simbólico, es luchar contra el entorpecimiento (la negligencia) para estar siempre en estado de disponibilidad. Dichosos ellos, porque "os aseguro que el amo se ceñirá el delantal, los hará recostarse y les servirá uno a uno".
Noel Quesson
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Hoy es preciso fijarse en estas palabras de Jesús: "Sed como hombres que esperan a que su señor vuelva de la boda, para que, en cuanto llegue y llame, al instante le abran" (v.36). ¡Qué alegría descubrir que, aunque sea pecador y pequeño, yo mismo abriré la puerta al Señor cuando venga!
Sí, en el momento de la muerte seré yo quien abra la puerta o la cierre, nadie podrá hacerlo por mí. O como decía San Gregorio Nazianceno: "Persuadámonos de que Dios nos pedirá cuentas no sólo de nuestras acciones y palabras, sino también de cómo hayamos usado el tiempo".
"Estar en la puerta" y con los ojos abiertos es un planteamiento clave y a mi alcance. No puedo distraerme. Estar distraído es olvidar el objetivo, querer ir al cielo, pero sin una voluntad operativa; es hacer pompas de jabón, sin un deseo comprometido y evaluable.
"Tener puesto el delantal" significa estar en la cocina, preparado hasta el último detalle. Mi padre, que era agricultor, decía que no se puede sembrar si la tierra no está a punto; para hacer una buena siembra hay que pasearse por el campo y tocar las semillas con atención.
El cristiano no es un náufrago sin brújula, sino que sabe de dónde viene, a dónde va y cómo llegar; conoce el objetivo, los medios para ir y las dificultades. Tenerlo en cuenta nos ayudará a vigilar y a abrir la puerta cuando el Señor nos avise.
La exhortación a la vigilancia y a la responsabilidad se repite con frecuencia en la predicación de Jesús por 2 razones obvias: porque Jesús nos ama y nos vela (ya que el que ama no se duerme) y porque el enemigo (el diablo) no para de tentarnos.
El pensamiento del cielo y del infierno no podrá distraernos nunca de las obligaciones de la vida presente, pero es un pensamiento saludable y encarnado, y merece la felicitación del Señor: "Si llega en la segunda vigilia o en la tercera, y los encuentra así, dichosos de ellos" (v.38). Jesús, ayúdame a vivir atento y vigilante cada día, amándote siempre.
Miquel Venque
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La venida de Jesús, la visita del amo a la comunidad cristiana, una comunidad de siervos-servidores voluntarios (pues no se puede ser cristiano sin convertirse en servidor de los demás) se efectúa en 2 momentos: 1º en la eucaristía, en la que Jesús se hace presente en medio de la comunidad por la palabra y por la fracción del pan; 2º en la persecución y en la muerte de cada uno. Para estos 2 encuentros, el cristiano tiene que estar alerta, en vela.
Y para ello hay una actitud fundamental y básica: ejercer de servidor, pues la esencia del cristianismo es el servicio incondicional al prójimo hasta la muerte, siendo conscientes de que somos meros administradores, no propietarios, de aquello que llamamos nuestro. Y como administradores, debemos servir sin abusos ni egoísmos; cuanto más elevados estemos en el escalafón social, más exigente será el servicio que debamos prestar.
Sólo así estaremos preparados para la vuelta del amo de la boda, imagen del reino definitivo, que se anticipa cada vez que celebramos la eucaristía, expresión del servicio de Jesús hasta la muerte, nuestro único modelo, que en la cena (como culmen de una actitud constante durante su vida) se puso el delantal y lavó los pies a sus discípulos, acción propia y exclusiva de los siervos, que él hace propia, invitando a los suyos a hacer otro tanto.
El evangelio de hoy recuerda que el siervo ha de estar en vela, es decir, sin dejar de ejercer su servidumbre. El Señor mismo se hizo siervo, para que no haya siervos y señores, sino servidores, todos unos de otros. Una humanidad organizada sobre esta base daría lugar a un mundo nuevo.
Gaspar Mora
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Estos días escucharemos varias recomendaciones de Jesús sobre la vigilancia, la actitud de espera activa y despierta que él pide a los suyos. La comparación es sencilla: cuando el amo ha ido de boda, no se sabe cuándo llegará. Lo hará seguramente tarde y a una hora imprevista. Dichosos los criados que están preparados, con la casa en orden. Entonces, cosa inaudita, el amo "los hará sentar a la mesa y los irá sirviendo".
La Iglesia primitiva tal vez tenía la impresión de que la venida final del Señor era inminente. Aunque ahora no tengamos esa preocupación, sigue válida la invitación a la vigilancia: tanto para el momento de nuestra propia muerte (que siempre es a una hora imprevista) como para la venida cotidiana del Señor a nuestras vidas, en su palabra, en los sacramentos, en los acontecimientos, en las personas. Si estamos despiertos, podremos aprovechar su presencia. Si estamos adormilados, ni nos daremos cuenta.
"Tened ceñida la cintura" era la postura de los judíos al emprender el viaje del éxodo, en la 1ª Pascua de Egipto. La postura del que está disponible para emprender algo, sin aletargarse ni quedar instalado, con ánimo conformista, en lo que ya tiene. Dispuestos a salir de viaje. Si vale la comparación, es lo que se dice de los entrenadores de fútbol, que no se hacen ilusiones de que vayan a durar mucho en su puesto, y viven siempre "con las maletas preparadas".
"Y encendidas las lámparas". Como las 5 muchachas prudentes que esperaban al novio, con el aceite de la fe, de la esperanza y del amor y mirando hacia adelante.
Ayer se nos decía que no nos dejáramos apegar a las riquezas, porque nos estorbarán en el momento decisivo. Y hoy se nos dice que vigilemos. Es sabio el que vive despierto y sabe mirar al futuro. No porque no sepa gozar de la vida y cumplir sus tareas del hoy, pero sí porque sabe que es peregrino en esta vida y lo importante es asegurarse su continuidad en la vida eterna. Y vive con una meta y una esperanza.
En las cosas de aquí abajo afinamos mucho los cálculos: para que nos llegue el presupuesto, para conseguir éxitos comerciales o deportivos, para aprobar el curso. Pero ¿somos igualmente espabilados en las cosas del espíritu? "Dichosos ellos, si el amo los encuentra así", nos recuerda Jesús, aludiendo a palabras que serán el colmo de la felicidad: "Muy bien, siervo fiel, entra en el gozo de tu Señor". Y nos sentará a su mesa y nos irá sirviendo uno a uno.
José Aldazábal
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El evangelio de hoy nos pide que nos preparemos para la llegada del Señor. Ante este desafío de responder al llamado de Jesús de estar alertas, como servidores de su Iglesia, estamos invitados como personas de fe a comprometernos y hacer nuestro este tesoro del reino de Dios anunciado por Jesucristo.
El tiempo en que volverá Jesús es incierto. Lo importante es no estar desprevenidos, sólo así podremos ser recompensados con la promesa del Señor: "Dichosos esos siervos, porque el Señor mismo se alistará, los hará sentar a su mesa y los servirá uno por uno".
Las personas vivimos una existencia siempre abierta al futuro. Estamos marcados por un dinamismo espiritual que nos impulsa al cambio, a la movilización. El hombre y la mujer jamás se conforman con las estructuras personales y sociales existentes. Cuando nos paralizamos o nos conformamos con lo que ya somos y con lo que tenemos, quiere decir, que la vida ha concluido su ciclo y nos encontramos bajo tierra en el silencio del cementerio, patria de los muertos.
Estamos hechos para romper siempre de nuevo las cadenas que nos sujeta a las falsas seguridades y marchar en la búsqueda de nuevas formas de existencia y de organizar la sociedad. La vida es siempre un proceso inacabado en busca de una madurez y de una plenitud que sólo encuentra su sentido y su corazón de ser en Dios, en su Reino. De ello nos hablan las lecturas de este domingo.
El Reino exige una fe que se apoya en el Dios liberador y fiel a sus promesas: "Lo que aquella noche había de suceder, al conocer con certeza las promesas en que se fiaban". Un pueblo sin memoria histórica está debilitado y desorientado, sin guía y sin meta clara hacia dónde caminar. El pueblo de Dios en cambio, sabe de quién se ha fiado: de Aquél que una noche lo sacó con mano fuerte de Egipto y lo condujo a la Tierra Prometida. Y en esa rica experiencia descubrió que Dios es fiel y soberano.
El Reino se expresa en el testimonio de quienes nos precedieron en la fe, como Abraham, el siervo de Dios sometido a toda clase de pruebas y en las que se mantuvo seguro, firme y consecuente hasta el final de sus días apoyado en la palabra del Señor que le encomendó la misión de formar para él un pueblo numeroso, que le reconociera, le alabara y fuera el depositario de sus promesas de vida y de amor.
Finalmente, la llegada del Reino pide una actitud vigilante, comprometida, fiel y perseverante: "Estad preparados con las lámparas encendidas. Y dichosos los siervos a quienes el Señor, al llegar a la casa, los encuentre despiertos". Para el discípulo de Jesús no hay descanso, no existen las treguas y las vacaciones.
Estar abiertos al Reino, preparados y puestos a su servicio, exige una actitud de constante puntualidad, fidelidad y prudencia, responsabilidad, estar alerta, siempre listos, ceñidos los lomos y dispuestos a corresponder en cualquier momento a la acción liberadora y plenificadora del Espíritu que obra en los seguidores, en la Iglesia y en el pueblo, para realizar el proyecto de Dios en la historia y en el mundo.
Los que acogen y hacen fructificar el Reino, recibirán su recompensa: "Dios mira desde el cielo a los humanos, a los que esperan su misericordia, para librar sus vidas de la muerte y sostenerlos en el sufrimiento".
Bruno Maggioni
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La 1ª frase del evangelio de hoy nos sugiere una manera de vivir la vida, una forma de amar: estar siempre dispuestos a servir y estar siempre atentos. En la rutina de la vida diaria es fácil bajar la guardia, empezar a pensar que todo lo que tenemos lo hemos ganado y lo tendremos para siempre, sobre todo en las relaciones personales. Esa es la manera más fácil de empezar a cerrar las puertas de nuestro corazón, de hacer que se convierta en una barrera de acero absolutamente hermética.
Para poder "abrir en cuanto llamen" a nuestro corazón necesitamos permanecer en una actitud de servicio y de atención hacia los que nos rodean. Una caricia, un pequeño regalo, un abrazo, un tiempo dedicado a escuchar atentamente, o preparar una comida.
Si alimentamos nuestra vida de estos gestos concretos vamos a poder entrar en una dinámica que nos permitirá abrirle en cuanto llame. Igual no nos daremos ni cuenta de que se ha colado en nuestra casa; lo reconoceremos sólo cuando él se pondrá el delantal, nos hará recostarnos y nos servirá uno a uno.
Carlo Gallucci
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Para vivir lo que el evangelio de hoy nos propone hace falta ser, en la medida que nos corresponda, un poco como San Pedro de Alcántara, es decir, comprender la importancia de una vida de disciplina y de ascética. Términos que hoy en día, es cierto, no están muy de moda, y sin embargo son la llave maestra de la libertad en la que se desenvuelven los hijos de Dios.
Desde el punto de vista etimológico, disciplina deriva de discípulos. En el ámbito cristiano indica la manera de ser y de actuar de aquel que sigue al Señor y aprende poco a poco el duro arte de la sequela (seguimiento) o del ser discípulo.
La palabra áskesis en griego no significa renuncia, sino ejercicio, práctica y entrenamiento. Esto es tan cierto que los griegos llamaban ascetas a aquel que ejercía un arte o una profesión. Más aún, consideraban ascetas por excelencia a los gimnastas, a los luchadores.
Asceta, no es, pues, de ninguna manera aquel que renuncia, sino aquel que es hábil, aquel que es un "acróbata de la existencia" (según la expresión del filósofo Natoli) aquel que domina las pasiones y sin embargo no se abstiene de los placeres, sino que sabe aprovecharlos según sea oportuno. Pero acróbata es, sobre todo, aquél que es dueño de sí hasta el punto de dominar el dolor o, al menos, de controlarlo.
Progresivamente, entonces, el esfuerzo se vuelve belleza; la opción, plenitud; el desapego, serenidad; el vivir, un gozo continuo. Todo esto parece simple, pero, cuánto esfuerzo para poder volar en el espacio dominando las alturas y venciendo la gravedad. Pues como decía Cencini, "para alcanzar este equilibrio es necesario un ejercicio continuo del alma y de la voluntad".
Por último, nos enseña el pasaje evangélico de hoy, como siempre sorprendente, que no hay nadie más sorprendente que nuestro Dios, en su respuesta a la fidelidad de sus siervos: "Os aseguro que se ceñirá, los hará sentar a la mesa y los irá sirviendo". Así es el amor del Señor. Creo que sobran más palabras. Contemplemos con asombro y gratitud.
Carolina Sánchez
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La expresión de hoy "tener las lámparas encendidas" (vv.35-38) indica la actitud atenta, propia del que espera la llegada de alguien. La situación del cristiano no puede ser de somnolencia y de descuido. Y esto por 2 razones: porque el enemigo está siempre al acecho (como león rugiente, buscando a quien devorar; 1Pe 5, 8) y porque quien ama no duerme (Cant 2, 5). Como decía Chiara Lubich:
"Vigilar es propio del amor, y cuando se ama a una persona, el corazón vigila siempre, esperándola, y cada minuto que pasa sin ella es en función de ella y transcurre vigilante. Jesús pide el amor, y por eso solicita vigilancia" (Meditaciones, XIX).
O como decía San Ambrosio de Milán, "cuando el alma está adormecida, Jesús se marcha si haber llamado a nuestra puerta, pero si el corazón está en vela, llama y pide que se le abra" (Comentario a los Salmos, XVIII). Muchas veces a lo largo del día Jesús pasa a nuestro lado. ¡Qué pena si la tibieza impidiera verlo!
Todos los días nos encontramos con obstáculos que nos apartan de Dios. Generalmente debemos luchar en pequeños detalles. Muchas veces el empeño por mantenernos en estado de vigilia, bien opuesto a la tibieza, se concretará en fortaleza para cumplir nuestras normas de piedad, esos encuentros con el Señor que nos llenan de fuerzas y de paz.
Otras veces la lucha estará centrada en el modo de vivir la caridad, en tener buen humor; o tendremos que empeñarnos en realizar mejor el trabajo, en ser más puntuales, en poner los medios para continuar nuestra formación humana, profesional y espiritual. En la lucha por lo pequeño, el alma se fortalece y se dispone para oír las continuas inspiraciones y mociones del Espíritu Santo. Y es también en el descuido de lo pequeño es donde el enemigo se hace peligroso y difícil de vencer.
El corazón que ama está alerta; el tibio duerme. El estado de tibieza se parece a una pendiente inclinada que cada vez se separa más de Dios: nace una preocupación por no excederse, por quedarse en lo indispensable para no caer en pecado mortal, aunque se acepta con frecuencia el venial.
Se justifica esta actitud por razones de naturalidad, de eficacia, de salud, que ayudan al tibio a ser indulgente con sus pequeños defectos desordenados, apegos a personas o cosas, caprichos, comodidad. Se va tirando, queda en el corazón un vacío de Dios que se intenta llenar con otras cosas, que no son de Dios y no llenan. Tened las lámparas encendidas, atentos a los pasos del Señor. Nadie estuvo más atento a la llegada del Señor a la tierra que María. Ella nos enseñará a mantenernos vigilantes.
Francisco Fernández
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La vida de los discípulos está caracterizada por dos actitudes. El discípulo de Jesús mira al futuro del cual espera la salvación y siempre alerta como para un viaje o en traje de trabajo. Pero el futuro del creyente no es una utopía anónima sino que tiene un nombre y un rostro precisos: es el Señor Jesús.
La enseñanza lucana es urgente para su comunidad tentada de dejar caer la tensión y la espera del futuro. Cuando se espera por largo tiempo y nada ocurre, existe el riesgo de la desilusión y de la rutina cotidiana.
La parábola de los sirvientes que esperan a su patrón que regresa de la fiesta de bodas, convoca a una genuina actitud de vigilancia constante: cuanto más larga e incierta es la espera tanto más se hace necesaria la vigilancia perseverante.
Gonzalo Fernández
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Siempre que pasa algo raro empiezan a pulular los rumores sobre el fin del mundo. Esto con frecuencia produce inquietud y desasosiego en muchos cristianos, lo cual nos lleva a perder la paz y la libertad que Dios nos regala. Todos estos rumores sólo buscan confundirnos.
Hoy hemos escuchado que el regreso de Cristo, y con ello el fin del mundo, es algo que llegará de sorpresa. Por ello es que hay que vivir preparados. Quien vive en gracia y de acuerdo al evangelio no está preocupado de cuándo o a qué hora llegará; sabe que cuando llegue será el día más feliz de su vida pues lo verá tal como es y así su amor y su felicidad serán colmados.
No nos dejemos engañar, y vivamos siempre listos "esperando la llegada de nuestro Señor", en la alegría y la paz de Dios.
Ernesto Caro
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Jesús nos dice hoy: vivid vigilantes, haced el bien, cumplid la justicia, sed honestos. Esa vida es la que en cualquier hora del día o de la noche nos lleva a esperar gozosos la llegada sorpresiva del Señor. Nuestra tierra ha de ser, en Cristo y con Cristo, vida en las manos y en las entrañas de Dios nuestro Padre.
En la noche y en el día, nuestras antenas han de estar desplegadas para captar cualquier moción del Espíritu que nos quiera llevar a alta mar, donde el amor se consuma en la unión íntima con el corazón de Dios.
La Iglesia, esposa de Cristo, vive preparada, con el corazón despierto para cuando vuelva el Señor. Nuestra mejor preparación es a través del servicio a los demás. Se nos ha confiado el evangelio y no podemos darnos descanso en anunciarlo a los demás. Nosotros mismos hacemos vida el evangelio en nuestra existencia diaria.
Así jamás se apagará la luz que el Señor encendió en nosotros, pues la fe en él nos conserva siempre iluminando aún en medio de los momentos más difíciles de nuestra vida. Que cuando el Señor vuelva nos encuentre trabajando por su Reino, haciendo el bien a los demás y sirviendo con amor a todos.
El Señor se ha puesto afanoso por nosotros. Él no se durmió mientras su enemigo amenazaba nuestra vida. Él, como el dueño de la casa, veló por los suyos y venció a quien nos amenazaba de muerte. Mediante su muerte y resurrección nos dio nueva vida, la vida de hijos de Dios. Así él no sólo procura el bien de los de su casa, sino que él mismo se convierte en alimento de salvación para nosotros.
Dominicos de Madrid
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La esperanza está en el corazón de la vida cristiana. La vuelta del Señor nos impide aceptar el pensamiento de que el futuro no será mejor que el presente, o que sólo podrá consistir en "más de lo mismo" como algunos proponen.
Pero esa tensión al futuro puede revestir formas que no son propias de la esperanza cristiana. El miedo ante la venida del Señor, unido al cálculo que busca precisar el momento final de la historia humana, crea actitudes que pueden paralizar toda actividad y, de esa forma, impedir la realización de todo aquello que se nos pide en vistas a preparar el futuro.
La salvación prometida, el futuro que anhelamos, exige una actitud de vigilancia, una esperanza activa que nos coloque en el camino del servicio. Endosar la vestimenta más apta para el trabajo, cuidar que las lámparas sigan iluminando, tener el oído atento al toque de la puerta son las únicas actitudes que pueden responder adecuadamente a las exigencias que el futuro nos plantea.
El futuro instalado en el corazón del presente hace que nos enfrentemos con éste dispuestos a confirmar lo bueno que en él se encuentra y dispuestos a eliminar lo que este presente tiene de inhumanidad.
Porque el futuro es gracia de Dios, encuentro con Alguien que retorna, pero a la vez es un futuro que debemos preparar. Y de la respuesta activa de esa preparación depende la felicidad prometida a todo servidor vigilante. Sólo entonces el Señor que vuelve nos hará sentar a la mesa y se pondrá a servirnos.
Confederación Internacional Claretiana
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La fiesta y el trabajo deben caracterizar al cristiano. Algunos estilos de cristianismo son severos y moralistas, y no tienen en cuenta el ambiente festivo en que fue educada la primera comunidad de discípulos. De esta manera niegan una realidad esencial: la fe en el Señor es ante todo gozo y confianza.
Por eso, los cristianos deben procurar que su fe no se les convierta en un montón de preceptos incumplidos, sino que se les convierta en una verdadera fiesta de la vida. Como decía un padre de la Iglesia, "Cristo Resucitado viene a convertir la vida humana en una fiesta".
Otros estilos de cristianismo se perfilan como una estimación tranquila y funcional de la religión. Se contentan con cumplir una cantidad de ritos, con asistir a ciertas reuniones sociales y con eso se contentan. A estos cristianos se les olvida que el cristianismo también es trabajo: "tened puesta la ropa de obreros".
Trabajo que no consiste en construir casas de ladrillo ni en conseguir mucha plata para alguna buena causa. El trabajo para el cristiano es un compromiso personal para transformarse a sí mismo y para transformar el mundo en el que vive.
Las personas que comprenden el cristianismo como algo más que una religión de preceptos o un conjunto de ceremonias, estarán en condiciones de iniciar una nueva vida. Vida atenta a la voz del Señor y vigilante ante los signos de la realidad. Ellos serán como los servidores que esperan a medianoche al patrón que viene de la fiesta y están dispuestos y preparados para recibirlo.
Fiesta y trabajo, compromiso y confianza, son las notas características del discípulo de Jesús que participa plenamente de su mesa. Por eso, cuando él venga "se pondrá el delantal y les servirá uno por uno".
Servicio Bíblico Latinoamericano
c) Meditación
Nos dice hoy Jesús en el evangelio que tengamos ceñida la cintura y encendidas las lámparas, aludiendo a la actitud de vigilancia.
Tener ceñida la cintura significa mantenerse en disposición de emprender una tarea, servicio o trabajo. Es decir, significa estar listos para la acción. Pero esto supone una preparación previa, una ascesis capacitativa para esa labor, una disponibilidad mental para afrontar esa situación. O como dice Jesús, estar ceñidos o vigilantes, sobre nosotros mismos.
La imagen de las lámparas encendidas también tiene que ver con la vigilancia y con la luz. Mientras es de día no es preciso encender las lámparas, y nos basta la luz del sol para mantenernos despiertos y en acción. Pero llegada la noche, se hace necesario encender las lámparas para mantenernos despiertos y vigilantes. Esto sólo es posible con la luz que nos proporciona la fe.
Así se presenta la fe, como una luz que nos permite ver lo que no podemos ver con la luz de la visión (sensible) o con la luz de la razón (intelectiva). Y para ver al enemigo que hay que evitar, o al amigo que hay que recibir, no basta con estar vigilantes, sino que es preciso tener luz.
Es preciso tener esa luz que nos permita distinguir al amigo del enemigo, o encontrar el camino de salida o de entrada, o de sortear los obstáculos en nuestro recorrido hasta la meta. Sólo así, vigilantes e iluminados (por la fe), podremos reconocer al Señor que vuelve de la boda, apenas venga y llame.
Esta debe ser la actitud de los discípulos, en ausencia de su Señor y mientras aguardan su llegada. Estad, dice Jesús, como los que aguardan a que su señor vuelva, para abrirle apenas venga y llame. Puesto que nuestra existencia transcurre entre su primera venida (en carne) y su segunda venida (en gloria), hemos de estar como los que aguardan su vuelta, aunque sin dejar de disfrutar de su presencia actual (espiritual, sacramental y eucarística).
El esperado es el Señor y no cualquier otro, y por eso se le espera con expectación, y cuando llega se le abre con prontitud (nada más oír la llamada). Pero para eso hay que estar a la espera, ceñida la cintura y encendidas las lámparas.
Pues bien, dichosos los criados a quienes el señor, al llegar, los encuentre en vela, pues como asegura Jesús: Dicho señor se ceñirá, los hará sentar a la mesa y los irá sirviendo. Y esto tanto si llega al anochecer, o ya entrada la noche, o de madrugada (cuando empieza a esclarecer). Es decir, que lo importante no es ya cuándo llegue, sino lo que hará cuando llegue.
Lo que importa es que ese Señor nos encuentre despiertos y a la espera (en vela). Y si en algo nos desagrada la imagen del criado empleada por Jesús, ahí tenemos otra imagen: Ya no os llamo siervos, sino amigos.
Si el señor de la parábola se ceñirá ante sus criados, eso es porque hará una fiesta para ellos (los hará sentar a su mesa), y él mismo tendrá el honor de servirles, en este caso como señores (pues él los irá sirviendo).
La vigilancia esconde el deseo del deseado, que viene para sentarnos a su mesa tras habernos elevado de la categoría de siervos a la categoría de señores. Esto es lo que nos espera si aguardamos al Señor (el cual vendrá inevitablemente, lo queramos o no) con esta actitud de vigilancia y de fe, para abrirle apenas venga y llame.
JOSÉ RAMÓN DÍAZ SÁNCHEZ·CID, doctor en Teología
Act:
21/10/25
@tiempo
ordinario
E D I T O R I
A L
M
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R C A B A
M U R C I A
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