9 de Octubre

Jueves XXVII Ordinario

Equipo de Liturgia
Mercabá, 9 octubre 2025

a) Mal 3, 13-20

         "Duras me resultan vuestras palabras", dice hoy el Señor al profeta Malaquías. Por lo que se ve, no es nuevo que los hombres contesten a Dios. Efectivamente, al regresar a Israel los judíos exiliados en Babilonia (ca. 538 a.C) soñaban en que todo les resultaría fácil. Mas después de la alegría exultante del retorno, se instaura la monotonía y vienen las dificultades.

         Ahora está reconstruido el Templo de Jerusalén (ca. 518 a.C), pero en medio de las pruebas cotidianas, la fidelidad a Dios resulta difícil, y los judíos empiezan a decir: "Servir a Dios es cosa vana. ¿Qué ganamos con guardar sus preceptos o con llevar una vida gris en la presencia del Señor del universo?".

         La tentación de vivir "sin Dios" es una tentación permanente, así como el dejarse influenciar por el paganismo y el materialismo ambiental. De ahí que los judíos instalados pensasen que servir a Dios es cosa vana. Pues ¿por qué privarse? ¿Por qué no vivir como los paganos que nos rodean y que parecen muy felices, mientras que nosotros vivimos sin alegría? Danos, Señor, la alegría de servirte, incluso cuando las circunstancias exteriores tiendan a entristecernos.

         Pero hay más, porque aquellos judíos continúan cuestionando a su Dios: "Por eso declaramos felices a los arrogantes. Aun haciendo el mal prosperan. Aun tentando a Dios, salen adelante". Es la eterna cuestión de la felicidad de los malos y de la desgracia que sobreviene al justo. ¿Quién de nosotros no ha formulado a Dios esa temible cuestión? Hoy, menos que nunca, no podemos taparnos los ojos. ¿Por qué hay tanto mal, tanto pecado, tanta desgracia? Respóndenos, Señor.

         El Señor prestó atención y oyó, y el profeta Malaquías escribió ante él un memorial en favor de los que temen al Señor, y cuidan su nombre. Veamos en qué consistió aquel memorial de Dios:

1º "El mundo no está acabado", recuerda Dios al profeta. Hay que esperar el fin. Dios se pondrá de parte de los que le temen, y "serán ellos para mí, en el día que yo preparo. Seré indulgente con ellos como es indulgente un padre con el hijo que le sirve fielmente".

2º "Los justos obtendrán su recompensa". Dios los ama, como un padre ama a sus hijos fieles, y por eso "distinguiréis la diferencia entre el justo y el impío; entre quien sirve a Dios y el que no quiere servirle".

3º "Aun cuando, aquí abajo, ahora no parece haber justicia, esta justicia vendrá". No juzguemos pues precipitadamente, ni según las apariencias. Dios no tiene prisa. Ve más allá. Ayúdanos, Señor, a tomar distancias para juzgar según tu punto de vista, pues he aquí que "viene el Día abrasador, como un horno".

         Todos los arrogantes y los que cometen impiedad serán como paja, y serán consumidos "el día que viene". Es una imagen, pero, ¡cuán terrible! Pero para vosotros, "para los que teméis mi nombre, brillará el sol de justicia: aportará la salud en sus rayos". Finalmente, pues, surge la esperanza. Señor, haz que crezca en nosotros esta esperanza.

Noel Quesson

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         Hoy leemos una página de otro profeta menor, Malaquías. No su anuncio más famoso (como el de la eucaristía, cuando prometía que "desde el levante hasta el poniente se ofrece a mi nombre un sacrificio de incienso y una oblación pura"; Ml 1, 11), pero sí unas palabras que hacen referencia a la gran pregunta del bien y del mal.

         Como en Job, también en Malaquías resuena la duda del pueblo: "No vale la pena servir al Señor, pues ¿qué sacamos con guardar sus mandamientos?". Los justos no parecen recibir ningún premio, mientras que los malos prosperan. ¿Vale la pena ser buenos?

         Seguramente se sitúa este escrito en el tiempo después de la vuelta del destierro en Babilonia (s. VI a.C), cuando ya se ha reconstruido el Templo de Jerusalén (ca. 518 a.C) pero las cosas no parece que hayan mejorado mucho.

         La respuesta de Malaquías consiste en apelar al gran día del juicio ("ardiente como un horno") en que se decidirá el destino de los buenos y los malos: "Los malvados los quemaré y no quedará de ellos ni rama ni raíz". Mientras que a "los que honran mi nombre, los iluminará un sol de justicia, que lleva la salud en las alas".

         Se trata de la duda de Job, de Jeremías y de tantos otros, de entonces y de ahora, que no entienden el silencio de Dios y quisieran que la cizaña estuviera ya separada del trigo, y que un rayo fulminara a los pueblos de Samaria por no recibir a Jesús.

         Pero Dios tiene paciencia, y Jesús enseña a no precipitarse y a no adelantar el juicio, sino a dar tiempo a la libertad y a la conversión. Eso sí: en el horizonte (pronto o tarde, no lo sabemos) Dios anuncia que se celebrará un juicio justo, y "entonces veréis la diferencia entre justos e impíos".

         Malaquías nos asegura que Dios lleva cuenta de nuestras buenas obras: "Ante él se escribía un libro de memorias a favor de los que honran su nombre". Y a pesar de que parece estar callado, se da cuenta de todo: "Me pertenecen y me compadeceré de ellos, como un padre se compadece del hijo que le sirve". Y no se dejará ganar en generosidad. Jesús dijo que recibiríamos el ciento por uno.

         El salmo responsorial de hoy nos quiere infundir esta confianza: "Dichoso el que ha puesto su confianza en el Señor, que no sigue el consejo de los impíos ni entra por la senda de los pecadores, sino que su gozo es la ley del Señor. No así los impíos, no así, serán paja que arrebata el viento". Es la confianza que Jesús nos confirmó más gozosamente: "Venid, benditos de mi Padre, recibid la herencia del Reino preparado para vosotros" (Mt 25, 34).

José Aldazábal

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         En el texto de hoy el profeta Malaquías recoge una queja frecuente entre los fieles del AT, pues tienen la impresión o la evidencia de que a los malos (engañadores, tramposos, egoístas, dominadores injustos)  las cosas les van bien, mientras que los buenos (honestos, justos, cumplidores de la ley) no prosperan. ¡Tentación continua en el hombre!

         Confesemos sinceramente que esa impresión de Malaquías la tenemos nosotros mismos muchas veces cuando, teniéndonos por honrados y justos, nos vemos agobiados, tristes, enfermos, no correspondidos en el amor o faltos de trabajo, mientras que otros prosperan y se dan a la buena vida.

         Nuestros ojos propenden a ver (o suponer) en el vecino más felicidad que la que hay en nosotros, mayor y más fácil fortuna, mejor y más feliz familia. Incluso pretender ver un premio rápido a sus trampas, mientras que la penuria recae sobre nuestras actuaciones justas. Nos cuesta asumir que la naturaleza y el curso de los hechos derivados no entiende de "amigos de Dios" y de "amigos de las pasiones" o del azar.

         Pero elevemos nuestra mirada, y comprendamos con Zacarías que nuestra fidelidad a Dios y al hombre ha de ser constantemente probada, y ha de consistir en ser honrados en cualquiera de las situaciones por las que atravesamos, sean placenteras o dolorosas.

         Hemos amado a Dios, hemos reconstruido su templo y hemos tratado de vivirle fieles, vienen a decir los judíos a Malaquías. Pero ¿cómo nos ha amado Dios a nosotros? Porque parece que premia mejor a los que se comportan mal que a nosotros que caminamos en su presencia. Y el Señor se muestra abrumado por esos reclamos e indica a su pueblo que jamás deben desconfiar de él.

         En 1º lugar, ante Dios no cuentan las riquezas, sino la fidelidad. Efectivamente, ¿de qué le sirve al hombre ganar el mundo entero, si al final pierde su vida? Ojalá no perdamos el rumbo cuando decimos dirigirnos a Dios. Ojalá dejemos jamás de manifestarnos como hijos de Dios, que aún en las grandes pruebas le son fieles.

         En 2º lugar, Dios velará siempre por nosotros, y siempre estará de nuestra parte. Si vivimos entre pobrezas y persecuciones, que no sea por culpa nuestra. Y si abundamos en bienes, que no apeguemos a ellos nuestro corazón. Pues el Señor nos quiere no como quien almacena (buscando su seguridad en lo pasajero) sino como administradores (de sus bienes, en favor de los demás).

         En 3º lugar, quien ha cambiado a Dios por lo pasajero, al final verá que ya demasiado tarde, y que cuando quiera no podrá comprar ante Dios su propio rescate, y que sólo vivirán con él para siempre quienes le fueron fieles y no le fallaron, aun en medio de las miserias de la vida.

Dominicos de Madrid

b) Lc 11, 5-13

         Nos dice hoy Jesús que "si uno de vosotros tiene un amigo". Pero ¿sabemos qué es la amistad? ¿Sabemos qué es tener un amigo?". La enseñanza de Jesús es a menudo interrogativa.

         Pues bien, nos dice Jesús que ese 1º amigo llegó a mitad de la noche para pedir a un 2º amigo: "Préstame tres panes". Es concreto y sencillo. Jesús acaba de aconsejarnos "pedir a Dios el pan nuestro de cada día", el necesario.

         Y continúa diciendo que un 3º amigo "ha venido de viaje y no tengo nada que ofrecerle". Por supuesto, no es de extrañar que, desde dentro y en plena madrugada, el 2º amigo responda al 1º amigo: "¡Déjame en paz! La puerta está cerrada; los niños y yo estamos acostados: no puedo levantarme a darte el pan".

         Escena viva. El visitante llegó tarde; aprovechó el fresco de la noche para viajar; hace calor en Israel. Las viviendas de entonces, en el país de Jesús, constaban de una sola pieza, y eran casas sencillas para gente sencilla, en que todos dormían en el suelo, sobre una alfombra o una estera. Levantarse suponía molestias para todos, y era complicado. Luego la conclusión está clara: "Dejadnos en paz".

         Pues bien, Jesús nos dice que aquel 2º amigo "acabará por levantarse y darle lo que necesita". Y que "si no lo hace por ser amigos, se lo dará para librarse de su importunidad".

         El 2º amigo no ha cedido por amistad, sino para que le deje en paz, como el juez del que hablará Jesús más tarde (Lc 18, 4-5) Eso no significa que Dios sea así, que ceda por cansancio: pero esta conducta pone de relieve "con mayor razón" la actitud del Padre que es bueno. "Si pues vosotros, que sois malos, sabéis dar cosas buenas, cuánto más vuestro Padre del cielo".

         "Pedid y se os dará", nos dice Jesús, que añade: "Buscad y encontraréis. Llamad y se os abrirá". Jesús afirma solemnemente que Dios atiende la oración. Lo repite incansablemente y de diferentes modos, porque "el que pide recibe, el que busca encuentra, y al que llama le abren".

         Hay que ir a Dios como pobre en la necesidad. La plegaria es ante todo una confesión de la propia indigencia: Señor, yo a eso no alcanzo, Señor, ando buscando, Señor, no comprendo, Señor, te necesito... Pues "¿qué padre, si su hijo le pide pescado, le ofrecerá una culebra?". O "¿qué padre, si su hijo le pide un huevo ¿le dará un alacrán?". Si los malos acaban dándose cosas buenas, pues, cuánto más lo hará Dios con sus hijos.

         Sería impensable que una madre no reaccionara así. Siguiendo la invitación de Jesús, voy a contemplar detenidamente el amor del corazón de las madres y de los padres de la tierra: millones de cosas buenas dadas cada día, por millones de padres y madres, bajo el cielo de todo el orbe de la tierra.

         El calificativo malos no parece ser usado aquí para subrayar la corrupción del hombre, sino para valorar la bondad de Aquel que da tantas "cosas buenas a sus hijos".

         Para concluir, termina Jesús diciendo: "Vuestro Padre del cielo dará Espíritu Santo a los que se lo piden". Mateo se había limitado ha hablar de "dará cosas buenas" (Mt 7, 11), pero Lucas se atreve a hablar del "don del Espíritu", que es para él, el don por excelencia (ese don maravilloso que citó hasta 53 veces en sus Hechos de los Apóstoles). La mejor respuesta a nuestras oraciones, pues, es recibir al Espíritu Santo.

Noel Quesson

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         Encontramos en el texto del evangelio de hoy un pequeño tratado sobre la oración. En 1º lugar, la Parábola del Amigo Inoportuno, y finalmente unas consideraciones sobre la confianza en la oración. Todo el texto ofrece una gran unidad y viene a ser como un comentario a la eficacia de la oración.

         En la Parábola del Amigo Inoportuno tenemos una verdadera catequesis sobre la confianza en la oración. En ella se subraya la importancia de la oración continua y la perseverancia. Era muy frecuente en Israel que los viajeros llegaran a sus destinos cuando ya había caído la tarde e incluso a media noche.

         La hospitalidad era un deber sagrado, sin importar el momento de la llegada; se ofrecía algo de comer, aunque fuera necesario pedirlo prestado a un vecino. Si un amigo da lo que se le pide ante la insistencia del otro, con más motivo Dios actuará así con los que se dirigen a él.

         En la 2ª parte del texto vemos cómo la oración siempre alcanza su objetivo: el que pide recibe, el que busca encuentra, y al que llama se le abre. Dios no necesita de nuestros halagos para darnos lo que necesitamos porque él ya sabe lo que nosotros necesitamos antes de que nosotros se lo pidamos.

         En este sentido, Lucas nos dice que la oración constituye una urgente invitación a la confianza y a la insistencia, con la certeza de ser escuchados. Basta precisar que Dios nos escucha, pero no en los tiempos y en los modos que fijamos nosotros. La oración oída es la oración que nos transforma, que nos hace entrar, bajo el impulso del Espíritu, en el proyecto de Dios, que nos introduce en su acción.

         Lo que se recibe no es automáticamente lo que se pide, sino el don del Espíritu, que nos permitirá afrontar las situaciones de la vida con la fuerza de Dios. Así, la oración es confianza y diálogo, y no una acción mágica para resolver nuestros problemas o carencias.

Gaspar Mora

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         La 2ª parte de la secuencia de hoy contiene una parábola, y en ella Dios es comparado a un amigo a quien otro amigo acude de noche, a una hora intempestiva, para pedirle unos panes. Gracias a la insistencia, aquél terminará por dárselos. También Dios, dice Jesús, hará lo mismo.

         Pero hay que pedir, buscar y llamar, nos dice Jesús, con la seguridad de que "se recibe lo que se pide", de que "se encuentra lo que se busca", de que "se abren las puertas cuando se llama" (vv.9-10). Triple búsqueda e insistencia total, para poner a continuación una serie de ejemplos entresacados de la vida cotidiana.

         Para concluir, termina Jesús con una frase lapidaria: "Si vosotros sois malos y sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos, ¡cuánto más vuestro Padre del cielo dará Espíritu Santo a los que se lo piden!" (v.13).

         A diferencia de Mateo ("os dará cosas buenas"; Mt 7,11), Lucas explicita que el don por excelencia es "el Espíritu Santo". La Iglesia no tiene que pedir cosas materiales, y es necesario que concentre su oración en el don del Espíritu Santo, esa fuerza con que Dios se dispone a llevar a cabo el proyecto que propugna Jesús.

Josep Rius

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         El texto de hoy es continuación de la enseñanza sobre la oración que Jesús daba ayer a sus discípulos. En este caso, con una parábola en la que Dios es comparado a un amigo a quien otro amigo acude de noche, a una hora inesperada, para pedirle unos panes. Gracias a la insistencia aquél termina por dárselos. También Dios (dice Jesús) hará lo mismo.

         Hay que pedir, buscar, llamar, con la seguridad de que se recibe lo que se pide, se encuentra lo que se busca y se abre a lo que se llama. El evangelio nos presenta una triple búsqueda, es decir, insistencia total. Hay que saber pedir al Padre celestial. Hay que pedir que nos disponga para el reino de Dios, que nos capacite para trabajar con valentía y con alegría en la instauración de su proyecto en la historia.

         No podemos pedirle al Padre de Jesús, nuestros caprichos, nuestros antojos, nuestras bobadas. Al Padre de Jesús, hay que acercársele con seriedad y con la certeza de que en la medida en que nuestra oración sea una confrontación con el Reino y una actitud de apertura al Espíritu, lo vamos a sentir muy cerca de nosotros como Padre misericordioso.

         La última frase del relato nos permite aclarar todo este consejo de Jesús: quien pide el Espíritu de Dios, o sea, la fuerza que nos impulsa hacia el Reino, no quedará defraudado. Ésa es la promesa de Jesús. ¿Cómo oramos nosotros a nivel personal y comunitario? ¿Qué le pedimos al Padre de Jesús, cuando oramos? El Reino y su irrupción en la historia, ¿es parte importante en nuestra oración? ¿O pedimos lo que a nosotros nos interesa? ¿Queremos manipular a Dios con nuestra oración?

         Es hora que despertemos de la falsedad en la que hemos caído con los modelos absurdos y poco evangélicos de oración que hemos inventado. Oremos, pero hagámoslo de verdad, así como lo hizo Jesús, para hacer la voluntad de su Padre.

Severiano Blanco

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         Este texto evangélico ha sido con frecuencia mal interpretado. Jesús insiste en la necesidad de ser constantes e insistentes en la oración de petición, corriendo el riesgo de rayar en la impertinencia. El ejemplo que pone el evangelista es extremo: se trata de un amigo a quien se le ha presentado de noche otro amigo que venía de viaje. La hora no es la adecuada. La circunstancia inesperada.

         Pues bien, ese amigo inoportuno no duda en llamar hasta que le abran la puerta para conseguir de su amigo los panes que necesita. Si no por amistad, al menos por la insistencia y por la impertinencia de la hora, el amigo se los dará. Lo mismo con Dios: hay que insistir en la oración y Dios nos concederá lo que le pidamos.

         Pero ¿qué es lo que va a concedernos Dios? En 1º lugar, aquello que le pedimos, si es conveniente. Y lo que es conveniente pedir, ante todo, es el don del Espíritu Santo, para que se derrame sobre nuestros corazones. Sobre todo para discernir qué es lo que debemos pedir (para nosotros y para los demás), cómo debemos pedirlo (tras habernos esforzado en ello) y para qué lo pedimos (para que abunde en un mayor amor y entrega).

         No por ello, la Iglesia no debe dejar de pedir las cosas materiales que ayuden a la creación de ese proyecto de comunidad fraterna que propugna Jesús. Qué mal se ha entendido este texto evangélico. Pues los cristianos están acostumbrados a pedir a Dios toda clase de favores, como si Dios fuese un tapahuecos que viene a socorrer siempre nuestras carencias o nuestras deficiencias.

         La verdadera petición debe ir siempre encaminada a conseguir de Dios las fuerzas suficientes para superar todos los obstáculos que el mundo pone para la puesta en práctica de su mensaje, o lo que es igual, de una vida de amor, servicio y entrega a los demás. Y para eso, lo que hay que pedir es que la fuerza del Espíritu Santo irrumpa en nuestros corazones y los transforme.

Fernando Camacho

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         El evangelio de hoy es una catequesis de Jesús sobre la oración. Afirma solemnemente que el Padre siempre le escucha: "Pedid y se os dará; buscad y hallaréis; llamad y se os abrirá" (v.9). A veces podemos pensar que la práctica nos muestra que esto no siempre sucede, que no siempre funciona así. ¡Es que hay que rezar con las debidas actitudes!

         La 1ª actitud es la constancia, la perseverancia. Hemos de rezar sin desanimarnos nunca, aunque nos parezca que nuestra plegaria choca con un rechazo, o que no es escuchada enseguida. Es la actitud de aquel hombre inoportuno que a medianoche va a pedirle un favor a su amigo. Con su insistencia recibe los panes que necesita. Dios es el amigo que escucha desde dentro a quien es constante. Hemos de confiar en que terminará por darnos lo que pedimos, porque además de ser amigo, es Padre.

         La 2ª actitud que Jesús nos enseña es la confianza y el amor de hijos. La paternidad de Dios supera inmensamente a la humana, que es limitada e imperfecta: "Si vosotros, siendo malos, sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos, cuánto más el Padre del cielo" (v.13).

         Como 3ª actitud, hemos de pedir sobre todo el Espíritu Santo y no sólo cosas materiales. Jesús nos anima a pedirlo, asegurándonos que lo recibiremos: "¡Cuánto más el Padre del cielo dará el Espíritu Santo a los que se lo pidan!" (v.13). Esta petición siempre es escuchada. Es tanto como pedir la gracia de la oración, ya que el Espíritu Santo es su fuente y origen.

         El beato fray Gil de Asís, compañero de San Francisco de Asís, resumía la idea de este evangelio diciendo: "Reza con fidelidad y devoción, porque una gracia que Dios no te ha dado una vez, te la puede dar en otra ocasión. De tu cuenta pon humildemente toda la mente en Dios, y Dios pondrá en ti su gracia, según le plazca".

Josep Massana

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         La Parábola del Amigo Inoportuno, tan breve como tan bella, nos revela la necesidad de orar con insistencia y perseverancia a nuestro Padre Dios. Y es sumamente elocuente: "Yo os digo que si aquel hombre no se levanta de la cama y le da los panes por ser su amigo (nos dice Jesús) os aseguro que, al menos por su inoportunidad, se levantará y le dará cuanto necesite".

         Son impresionantes estas consideraciones. Nuestro Señor nos hacen entender que, si nosotros atendemos las peticiones de los demás al menos para que nos dejen en paz, sin tener en cuenta las exigencias de la amistad hacia nuestros amigos, ¡con cuánta mayor razón escuchará Dios nuestras plegarias, siendo él nuestro Padre amantísimo e infinitamente bueno y cariñoso!

         Por eso, Cristo nos dice: "Pedid y se os dará; buscad y hallaréis; llamad y se os abrirá". Si oramos con fe y confianza a Dios nuestro Señor, tenemos la plena seguridad de que él escuchará nuestras súplicas. Y si muchas veces no obtenemos lo que pedimos en la oración es porque no oramos con la suficiente fe, no somos perseverantes en la plegaria o no pedimos como debemos; es decir, que se cumpla, por encima de todo, la voluntad santísima de Dios en nuestra vida.

         Orar no es exigir a Dios nuestros propios gustos o caprichos, sino que se haga su voluntad y que sepamos acogerla con amor y generosidad. Y, aun cuando no siempre nos conceda exactamente lo que le pedimos, él siempre nos dará lo que más nos conviene.

         Es obvio que una mamá no dará un cuchillo o una pistola a su niñito de cinco años, aunque llore y patalee, porque ella sabe que eso no le conviene. ¿No será que también nosotros a veces le pedimos a Dios algo que nos puede llevar a nuestra ruina espiritual? Y él, que es infinitamente sabio y misericordioso, sabe muchísimo mejor que nosotros lo que es más provechoso para nuestra salvación eterna y la de nuestros seres queridos. Pero estemos seguros de que Dios siempre obra milagros cuando le pedimos con total fe, confianza filial, perseverancia y pureza de intención. La oración es omnipotente.

         Y para demostrarnos lo que nos acaba de enseñar, añade: "¿Qué padre entre vosotros, si el hijo le pide un pan, le dará una piedra? ¿O si le pide un pez, le dará una serpiente? ¿O si le pide un huevo, le dará un escorpión? Pues si vosotros, siendo malos, sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos, ¿cuánto más vuestro Padre del cielo dará el Espíritu Santo a los que se lo piden?". Efectivamente, con un Dios tan bueno y que, además, es todopoderoso, no hay nada imposible.

         Termino con esta breve historia. En una ocasión, un niño muy pequeño hacía grandes esfuerzos por levantar un objeto muy pesado. Y su padre, al ver la lucha tan desigual que sostenía su hijito, le preguntó:

-¿Estás usando todas tus fuerzas?
-Claro que sí, contestó malhumorado el pequeño.
-No es cierto, le respondió su padre. No me has pedido que te ayude.

         Pidamos ayuda a nuestro Padre Dios, y todo será infinitamente más sencillo en nuestra vida.

Sergio Córdoba

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         Siguiendo con su enseñanza sobre la oración de ayer (del Padrenuestro), hoy nos propone Jesús 2 pequeños apólogos tomados de la vida familiar: el amigo impertinente y el padre que escucha las peticiones de su hijo.

         En los dos, nos asegura Jesús que Dios atenderá nuestra oración. Si lo hace el amigo, al menos por la insistencia del que le pide ayuda, y si lo hace el padre con su hijo, ¡cuánto más no hará Dios con los que le piden algo! Jesús nos asegura: "vuestro Padre celestial dará el Espíritu Santo a los que se lo piden", o sea, nos dará lo mejor, su Espíritu, la plenitud de todo lo que le podemos pedir nosotros.

         Jesús nos invita a perseverar en nuestra oración, a dirigir confiadamente nuestras súplicas al Padre. Y nos asegura que nuestra oración será siempre eficaz, será siempre escuchada: "Si vosotros sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos, ¿cuánto más vuestro Padre celestial?".

         La eficacia consiste en que Dios siempre escucha. Que no se hace el sordo ante nuestra oración. Porque todo lo bueno que podamos pedir ya lo está pensando antes él, que quiere nuestro bien más que nosotros mismos. Es como cuando salimos a tomar el aire o nos ponemos al sol o nos damos un baño en el mar: nosotros nos ponemos en marcha con esa intención, pero el aire y el sol y el agua ya estaban allí. Cuando le pedimos a Dios que nos ayude (manifestando así nuestra debilidad y nuestra confianza de hijos), nos ponemos en sintonía con sus deseos, que son previos a los nuestros.

         Lucas tiene una variante expresiva: Dios nos concederá su Espíritu Santo, el bien pleno que él nos prepara. Podríamos leer unas páginas del Catecismo de la Iglesia, que nos pueden ayudar a entender en qué consiste la eficacia de nuestra oración. Son las que dedica al "combate de la oración", describiendo las objeciones a la oración en el mundo de hoy y las "quejas por la oración no escuchada", a la vez que invita a orar con confianza y perseverancia (CIC, 2725-2745).

José Aldazábal

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         Jesús, con ejemplos humanos me quieres explicar hoy el poder de la oración. Si una persona no va a desoír al amigo aunque venga en un momento inoportuno; si un padre no va a dar una serpiente al hijo que le pide un pez; cuánto más Dios (el verdadero amigo, el mejor padre) va a preocuparse de mí cuando le pido lo que necesito.

         Por eso, la conclusión es clara: "Pedid y se os dará, buscad y hallaréis; llamad y se os abrirá". Pero no es suficiente con pedir tímidamente, o con buscar sólo entre las posibilidades más sencillas, o con llamar una sola vez. Hay que pedir con insistencia. Para que mi petición sea escuchada tú me pides fe y perseverancia.

         Además, Jesús, tú me darás lo que más me convenga, no necesariamente lo que más te pida. Porque "¿qué buen padre, si el hijo le pide una serpiente o un escorpión, le dará lo que pide?". A veces te pido que se me solucione un problema y tú no me lo concedes. Pero no es que tú no me oigas, sino que te estoy pidiendo algo que no me conviene o no me merezco. Como ya decía San Agustín:

"Cuando nuestra oración no es escuchada es porque pedimos aut mali, aut male, aut mala. Mali porque somos malos y no estamos bien dispuestos para la petición. Male porque pedimos mal, con poca fe o sin perseverancia, o con poca humildad. Mala porque pedimos cosas malas o porque van a resultar, por alguna razón, no convenientes para nosotros" (Ciudad de Dios, XX, 22).

         Para algunos, todo esto quizá resulta familiar; para otros, nuevo; para todos, arduo. Pero yo, mientras me quede aliento, no cesaré de predicar la necesidad primordial de ser alma de oración ¡siempre!, en cualquier ocasión y en las circunstancias más dispares, porque Dios no nos abandona nunca. No es cristiano pensar en la amistad divina exclusivamente como un recurso extremo. ¿Nos puede parecer normal ignorar o despreciar a las personas que amamos?

         Evidentemente, no. A los que amamos van constantemente las palabras, los deseos, los pensamientos: hay como una continua presencia. Pues así con Dios.

         Con esa búsqueda del Señor, toda nuestra jornada se convierte en una sola íntima y confiada conversación. Lo he afirmado y lo he escrito tantas veces, pero no me importa repetirlo, porque Jesús nos hacer ver (con su
ejemplo) que ése es el comportamiento certero: oración constante, de la mañana a la noche y de la noche a la mañana. Cuando todo sale con facilidad, digamos ¡gracias, Dios mío! Y cuando llega un momento difícil digamos ¡Señor, no me abandones!

         Y ese Dios, manso y humilde de corazón, no olvidará nuestros ruegos, ni permanecerá indiferente porque él ha afirmado: "Pedid y se os dará, buscad y encontraréis, llamad y se os abrirá".

         Procuremos, por tanto, no perder jamás el punto de mira sobrenatural, viendo detrás de cada acontecimiento a Dios: ante lo agradable y lo desagradable, ante el consuelo y ante el desconsuelo. Sobre todo la charla con tu Padre Dios, buscando al Señor en el centro de nuestra alma. No es cosa que pueda considerarse como pequeñez, de poca monta: es manifestación clara de vida interior constante, de auténtico diálogo de amor.

Pablo Cardona

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         Hay 3 verbos que sólo practican los sencillos: pedir, buscar, llamar. Si a estos verbos se les añade el adverbio insistentemente, tenemos esbozado el programa de un verdadero seguidor de Jesús.

         Pedir supone reconocer que no tenemos todo lo que necesitamos, tomar conciencia de nuestros límites, admitir que Alguien tiene más que nosotros. Piden los pobres y los mendigos. No piden los autosuficientes.

         Buscar implica experimentar la atracción de algo que tira de nosotros, admitir que hay un tesoro por el que merece la pena arriesgarse, sentir el aguijoneo de muchas preguntas para las cuales no existen respuestas prefabricadas. No buscan los que han sucumbido a la rutina, los perezosos y los desesperanzados.

         Llamar es dirigirse a alguien con la confianza de que vamos a ser escuchados, invocar una presencia que nos supera y que al mismo tiempo se hace cargo de nosotros. No llaman los que temen que no haya nadie al otro lado de la puerta, los que no está preparados para entrar en el caso de que se abra.

         Insistentemente significa todos los días, a todas horas, no sólo en ciertos momentos críticos, o cuando no encontramos otra cosa mejor.

         Estas lecciones esenciales se pueden explicar así, con un lenguaje un poco árido, o se pueden explicar diciendo: "Si alguno de vosotros tiene un amigo y viene durante la medianoche". Evidentemente, Jesús elige el modo más eficaz. Y por eso nos remueve por dentro.

         Cuando uno pide, recibe; cuando busca, encuentra; cuando llama, se le abre. ¿Qué recibimos y encontramos? La síntesis de todo lo que podemos recibir y encontrar es el Espíritu Santo; es decir, todo lo que necesitamos para decir Abbá y para reconocer con nuestros labios y nuestro corazón que "Jesús es Señor".

Gonzalo Fernández

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         No podemos extender constantemente los brazos hacia Dios esperando de él que remedie nuestras enfermedades y pobrezas, esperando que le dé paz al mundo, esperando que él haga desaparecer todos los males que aquejan a la humanidad. Una oración en la que esperáramos que Dios lo hiciera todo, además de ser una oración engañosa, sería alienante, de tal forma que, esquivando nuestra responsabilidad, le echaríamos a Dios la culpa de los males que no fueran resueltos conforme a nuestras peticiones hechas de modo equivocado.

         Por eso el Señor nos invita a orar con insistencia al Padre Dios pidiéndole el Espíritu Santo. Entonces seremos capaces de no eludir nuestra responsabilidad en el trabajo que hemos de realizar a favor de la paz, a favor de erradicar la pobreza en el mundo, a favor de superar las enfermedades que, como pandemias, azotan a nuestra humanidad, a favor de vivir libres de la esclavitud al pecado que nos encadena a cualquiera de sus manifestaciones.

         Recordemos que no hemos recibido un Espíritu de cobardía sino de fortaleza para que no dejemos de esforzarnos por construir el reino de Dios entre nosotros.

         El pedir y el recibir el Espíritu Santo no es para deleitarnos románticamente con su presencia en nosotros, es para proclamar el amor de Dios a todos mediante nuestro compromiso de esfuerzo constante para que se viva, no sólo con mayor dignidad, sino con la dignidad de hijos de Dios que, finalmente, no se han dejado dominar por el malo, sino que procuran que el amor, la verdad, la justicia social, la paz sean bienes que todos disfruten por participar, ya desde ahora, del reino de Dios.

José A. Martínez

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         El evangelio de hoy nos habla de la perseverancia en la oración: "Pedid y se os dará; buscad y hallaréis; llamad y se os abrirá". Y un ejemplo tan humano como el de un amigo que nos viene a pedir 3 panes a medianoche, es suficiente para hacernos pensar sobre la realidad de este hecho.

         En el caso de la oración, no se trata de una relación entre hombres más o menos buenos o, más o menos justos. Se trata de un diálogo con Dios, con ese Padre y Amigo que me ama, que es infinitamente bueno y que me espera siempre con los brazos abiertos.

         ¡Cuánta fe y cuánta confianza necesitamos a la hora de rezar! ¡Qué fácil es desanimarse a la primera! ¡Cómo nos cuesta intentarlo de nuevo, una y mil veces! Y sin embargo, los grandes hombres de la historia, han sufrido cientos de rechazos antes de ser reconocidos como tales.

         Ojalá que nuestra oración como cristianos esté marcada por la constancia, por la perseverancia con la cual pedimos las cosas. Dios quiere darnos, desea que hallemos, anhela abrirnos. Pero ha querido necesitar de nosotros, ha querido respetar nuestra libertad. Pidamos, busquemos y llamemos las veces que haga falta, porque no quedaremos defraudados si lo hacemos con fe y confianza. Dios nos ama y quiere lo mejor para nosotros. Colaboremos con él, porque vale la pena.

Xavier Caballero

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         En el día de hoy Jesús nos pide ser persistentes en la petición al Padre de que derrame su Espíritu Santo sobre nosotros. Una y otra vez debemos pedirle por su Espíritu, buscar su Espíritu y tocar nuestro corazón para que se abra a recibirlo.

         Jesús nos dice hoy que estemos seguros que cuando pidamos se nos dará, que cuando busquemos encontraremos y que cuando toquemos se nos abrirá. Pero es importante recordar que una de las principales puertas que debemos tocar es la de nuestro propio corazón para que este se abra a la acción de Dios en nuestra vida. Señor te pido que me ayudes a que abra mi corazón para que tu Espíritu Santo more en él.

Miosotis Nolasco

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         El evangelio de hoy tiene una doble enseñanza. La 1ª nos invita a no desfallecer en nuestra oración. Dios gusta de escuchar nuestra suplicas, aun cuando nos escuchó desde el principio, le gusta nuestra insistencia. Quizás para fortalecer nuestra fe. La 2ª es que Dios se porta como un padre que no da cosas que puedan ser negativas o nocivas para sus hijos.

         Por ello, no todo lo que pedimos se nos dará. Estas 2 enseñanzas deben ir siempre unidas, ya que como no sabemos que cosa es buena o mala para nuestra vida y la de los demás, debemos pedir con insistencia y sin desfallecer.

         Pero por otro lado debemos de mantener la paz en nuestro corazón sabiendo que Dios no nos concederá lo que en su infinito amor sabe que podría ser peligroso para nuestra vida material y sobre todo espiritual. Aprendamos a confinar en el infinito amor de Dios y a no desfallecer en nuestra oración.

Ernesto Caro

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         Jesús no habla hoy de un amigo comodón que, por no aguantar más, atiende al suplicante, para que nosotros llamemos a Dios, como si él también gustara de que le insistamos. En realidad, no aplaude al amigo comodón (que sería Dios), sino que alaba la insistencia (la perseverancia en el propósito).

         Nuestra oración es ciertamente petición, pero nada tiene que ver con un regateo mercantil, o con una victoria que alcanzar. En ella pedimos e invocamos. Es decir, apelamos a una realidad reconocida y a un derecho: "Acuérdate, Dios Padre, de lo que has realizado por tu Hijo amado".

         Esa es la razón profunda de nuestra audacia y de nuestra temeridad: nos atrevemos a asediar a Dios, ya que no hacemos más que enfrentarlo con su responsabilidad. Dios ha caído en la trampa que él mismo se ha fabricado: nos atrevemos a correr el riesgo de pedirle algo, precisamente porque él mismo ha establecido con nosotros vínculos de familiaridad.

         El Misal nos propone una curiosa fórmula, justo antes del Padrenuestro: "Juntos, nos atrevemos a decir". Nuestra audacia no es la insolencia de unos hijos mal educados, sino la prerrogativa de unos hijos que pueden permitírselo todo, porque "son de casa". Nuestra oración puede hacerse insistente, porque Dios mismo nos da la seguridad del corazón renovado por el Espíritu.

         Utilizamos unas palabras que encierran cierta paradoja. Pues ¿para qué llamar tanto a Dios, si sabemos y decimos que está despierto, nos mira y nos ama? ¿Para qué vocear, si aseguramos que se cuida de nosotros y sabe lo que nos conviene? ¿Cómo mostrarse Dios comodón, si él es inmensamente generoso en sus dádivas?

         La insistencia de Jesús alude a que nosotros hemos de estar y vivir siempre con la mente y el corazón en Dios, en sus manos. Veamos 2 maneras de hacerlo:

         Una persona creyente puede decir: Yo no voy a pedir a Dios nada para mí y para los míos. Me pongo en sus manos, y esto me basta, pues nada puedo decir al Señor que él ya no sepa, y nada he de cambiar en el mundo con mis súplicas. Esta es oración de amistad, conformidad, confianza. Pide todo sin pedir nada. Los amigos se aman y se comprenden mirándose.

         Otra persona creyente puede decir: Yo, desde mi debilidad, necesito mostrar al corazón de Dios, mi Padre, todo lo que me pasa, poniéndome en sus manos. Éste tampoco añade nada que Dios no sepa, ni cambia el amor y solicitud de Dios, pero se siente más a gusto hablando, llamando, suplicando. ¿Cuál de los dos agrada más a Dios? Ninguno más que el otro, si en ambos hay igual fe, amor y confianza de hijo.

Dominicos de Madrid

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         Muchas veces nuestra oración no obtiene lo que pide. Y por ello surge en nosotros el desaliento y el cansancio, que nos llevan a abandonar sus práctica. La Parábola del Amigo Inoportuno se nos presenta para advertirnos de lo irracional de este abandono.

         Orar siempre sin desfallecer, aun cuando parece a nuestros ojos y a los de los que nos rodean que no obtenemos respuesta a nuestras peticiones, es la enseñanza fundamental de esta parábola que debemos asumir profundamente en nuestra vida.

         Nuestros amigos reaccionan ante nuestra insistencia buscando la calma en momentos en que preferirían hacer traición a la amistad, los padres de la tierra, a pesar de sus carencias, conceden las cosas buenas que sus hijos solicitan. Comparándolo con ellos, Dios es para nosotros un amigo siempre fiel que atiende a nuestras necesidades y es también el Padre bueno, ante quien se ponen de manifiesto las carencias de toda otra paternidad.

         Pero de ese Amigo fiel y de ese Padre bueno no debemos esperar siempre una respuesta idéntica a la esperada. Podemos pedir muchas cosas buenas que tal vez no sean concedidas. Sin embargo, tengamos la certeza de que Dios responde siempre con un don que, a menudo, es superior a lo que habíamos pedido: el Espíritu Santo.

         Con él se nos concede la fuerza necesaria para enfrentar todos los problemas y dificultades que entrecruzan nuestra existencia. Acompañados por él podemos superar las angustias y medios que nos amenazan. Este es el fruto principal de la oración que justifica nuestra constancia y nuestra perseverancia en su práctica.

Confederación Internacional Claretiana

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         El evangelio de hoy nos recomienda que seamos persistentes en la oración, pero no porque Dios sea sordo sino porque nosotros necesitamos perseverar, si queremos alcanzarlo. La naturaleza humana está generalmente caracterizada por la inconstancia. Nos amilanamos ante el primer obstáculo que se nos presenta en la consecución de nuestras metas y proyectos. Abandonamos la nave ante el menor indicio de tormenta.

         Por eso el evangelista nos invita a crecer en nuestras aspiraciones, y a fortalecer nuestro espíritu con la oración constante. Pues el reino de Dios no es una autopista ancha por la que entra el primero que lo intenta, sino un camino angosto que exige mucha calidad personal y mucho apoyo comunitario.

         Si logramos cultivar una actitud perseverante, una entrega decidida, una sobriedad ante las dificultades, veremos que al término de nuestro esfuerzo está la generosa voluntad de Dios que nos ha acompañado desde el comienzo. Pero, tendremos una interesante ventaja: el esfuerzo nos hará crecer como personas y apreciaremos en su justo valor lo que hemos alcanzado, lo que Dios nos da. Pues, las cosas fáciles no son valiosas.

         Además, las parábolas nos ofrecen una visión de Dios como amigo. Esto resulta muy interesante en nuestra sociedad contemporánea. Pues, tendemos a considerar amigos a muchos que únicamente tienen alguna relación con nosotros. Sin embargo, las parábolas nos muestran a Dios como un amigo exigente y generoso en gran medida. Esta combinación no es muy frecuente en los que consideramos nuestros compañeros y amigos. Sin embargo, el evangelio nos la muestra como el verdadero rostro del Dios amistoso y espléndido.

         Esa amistad con exigencia y vida en comunidad es lo que Jesús nos ofrece. Su propuesta no es una lánguida complicidad, un consuelo superfluo. Su amistad es un proyecto que nos hace crecer como personas, que nos convierte en mejores seres humanos.

Servicio Bíblico Latinoamericano

c) Meditación

         No hace mucho comentábamos los últimos versículos del pasaje evangélico de hoy, con el texto paralelo de Mateo: Pedid y se os dará, buscad y hallaréis, llamad y se os abrirá. Para no repetirme, me limito a reflexionar los rasgos diferenciales de Lucas, en los que Jesús comienza con una comparación:

"Supongamos que alguno de vosotros tiene un amigo, que viene a medianoche y le dice: "Amigo, préstame tres panes, pues uno de mis amigos ha venido de viaje y no tengo nada que ofrecerle". Desde dentro, el otro le responde: "No me molestes. La puerta está cerrada, mis niños y yo estamos acostados, y no puedo levantarme para dártelos". Si el otro insiste llamando, yo os digo que, si no se levanta y se los da por ser amigo suyo, al menos por la importunidad se levantará y le dará cuanto necesite".

         La parábola destaca el poder de la insistencia para alcanzar lo pretendido, a pesar de las dificultades (es de noche, la puerta está cerrada y hay que abrirla, los niños están acostados y si se hace ruido se los puede despertar...). Y viene a decir que lo que no se consigue por la amistad, sí se puede conseguir a través de la perseverancia y la insistencia en la petición (pues si levantarse a esas horas es molesto, más molesto aún es estar sufriendo la insistencia del que pide el favor).

         Jesús quiere fortalecer la fe de quienes piden, y mantener en estado de oración (o súplica) a quienes se dirigen a Dios. La insistencia en la petición es muy poderosa, y acabará abriendo puertas, manos y corazones. E incluso levantando de la cama al que duerme plácidamente, para responder a este reclamo.

         Por eso, nos dice Jesús, pedid y se os dará. Pedid con perseverancia (porque antes o después recibiréis) y con paciencia (como en otras circunstancias de la vida), sabiendo esperar y no exigiendo (porque se trata de un favor) ni reclamando nada (puesto que no es un derecho). Si sabemos esperar insistiendo, obtendremos lo que pedimos.

         Pero hay que saber que no siempre nuestro momento coincide con el momento de Dios, que no siempre es oportuno recibir ciertas cosas de forma inmediata ni para esa circunstancia, que no siempre es conveniente recibir exactamente eso que pedimos, y que no siempre estamos preparados para hacer buen eso de ese beneficio (aunque sea la salud física o mental).

         Lo importante es no olvidar nunca quién es aquel al que dirigimos nuestra oración, petición o súplica: a ese Dios que es Padre de Jesucristo y de todos nosotros. Y ¿qué padre entre vosotros, cuando el hijo le pide pan, le dará una piedra?

         Dios no es un amigo importunado por las peticiones de sus amigos, sino un padre con hijos bajo su cobijo, cuyo sueño quiere respetar y en el que no cabe otra cosa que la benevolencia hacia sus hijos. Es un padre, por tanto, que vela por nosotros, así que ¿cómo no nos va a hacer caso cuando le pedimos algo?

         Lo que no podemos confundir nosotros, aunque no lo creamos, es una piedra con un pan, o una serpiente con un pez. Porque de esa manera estaríamos convirtiendo lo benéfico en maléfico, pensando que recuperar la salud plena es algo bueno (por ejemplo), cuando eso, en ese preciso momento, nos ha llevado a la soberbia.

         Sólo Dios ve nuestro futuro y el uso que vamos a hacer de las cosas, y el daño o beneficio que nos pueden reportar ciertas posesiones. Sólo Dios ve qué es lo que más nos conviene en cada momento de nuestra vida. Y no sólo para esta vida, sino también para la vida eterna o definitiva.

         Los bienes de la vida terrena, por tanto, son muy relativos y deficitarios, y no son el bien sin defecto que nos espera. Y entre unos bienes deficitarios, y el bien sin defecto, hay que presuponer que Dios prefiera para sus hijos el bien pleno y definitivo. Todos sus beneficios, por tanto, van encaminados a la consecución de este supremo bien. Es lo que concluye diciendo Jesús: ¿Cuánto más vuestro Padre celestial dará el Espíritu Santo a los que se lo piden?

         Dios no puede darnos nada más valioso que su Espíritu Santo, porque con él nos da su amor paterno, la participación en la fidelidad de su Hijo, el germen de vida eterna y lo más íntimo y valioso de sí.

JOSÉ RAMÓN DÍAZ SÁNCHEZ·CID, doctor en Teología

 Act: 09/10/25     @tiempo ordinario         E D I T O R I A L    M E R C A B A    M U R C I A