6 de Octubre

Lunes XXVII Ordinario

Equipo de Liturgia
Mercabá, 6 octubre 2025

a) Jon 1, 1-2, 1.11

         El libro de Jonás, a diferencia del resto de los escritos proféticos, no es un conglomerado de oráculos o visiones, sino la narración de un episodio de la vida del hijo de Amitai, profeta en tiempos de Jeroboán II de Israel (2Re 14, 25). No obstante, parece ser que el autor de este librito escogió a dicho profeta porque era muy poco conocido, y resultaba el más adecuado para su librito de enseñanza-ficción literaria.

         Quizás el mismo nombre contribuya a esa elección, porque Jonás significa paloma, nombre que se aplica a Israel, pero no como símbolo de inocencia sino de estupidez (Os 7, 11). De este modo, se considera a Jonás como la personificación del espíritu mezquino, particularista y ridículo de buena parte de Israel.

         Parece, pues, que nuestro librito debe catalogarse en el género literario de la parábola o de la alegoría; o quizás mejor, de la parábola alegórica. Intenta darnos un mensaje a través de una pequeña historia, de un personaje que sí que existió (en el s. VIII a.C), pero de forma más pedagógica que cronológica.

         En 1º lugar, es evidente el universalismo que respira "el Dios del cielo", que ha hecho la tierra y el mar y es el Dios de la creación, en contraste con el Dios de los padres y del éxodo, cuya concepción favorecía más la visión de elección de Israel y el particularismo correspondiente.

         Su misericordia alcanza a los paganos y no se limita al pueblo de la alianza. El libro se sitúa en la línea universalista de Rut y Job. Parece un eco de los grandes profetas, los cuales habían enseñado que Dios es Dios de todo el mundo.

         Esta corriente universalista del AT se presenta unas veces como un universalismo centralista en torno al Templo de Jerusalén (Is, Zac Ag) y otras como un universalismo descentralizado (Mal 1, 10), que contempla la posibilidad de que se cierre el templo y los sacrificios sean ofrecidos fuera de él. El universalismo de Jonás coincide con el de Malaquías: los marineros pueden ofrecer sacrificios en la nave.

         Nuestro libro quiere ilustrar también la idea de que Dios al margen de lo que haga el hombre, consigue su fin. La tempestad, el hecho de que Jonás sea arrojado al mar y tragado por el pez son, más que castigos, hechos providenciales y destinados a forzar al profeta a cumplir su misión.

Josep Aragonés

*  *  *

         El relato de Jonás no es la biografía de un hombre real, sino que se trata de un midrash, es decir, un relato educativo. Es una de las más hermosas parábolas del AT, nos recuerda que "todos los hombres, incluso los más feroces enemigos de Israel, son llamados a la salvación".

         Escrito hacia el s. V a.C, en una época en que Esdras había revalorizado el particularismo de Israel para salvaguardar la fe auténtica, el libro de Jonás reafirma fuertemente la vocación misionera del pueblo de Dios: Dios ama a los paganos y se regocija de su conversión.

         En efecto, la palabra del Señor fue dirigida a Jonás: "Levántate, vete a Nínive, la gran ciudad pagana y proclama que su maldad ha subido hasta mí". Así, desde la 1ª línea de este apólogo, el autor nos revela la clave: Dios no es solamente el Dios de Israel, sino el de todas las naciones.

         Dios desea nuestra conversión, la de todos. El amor de Dios es universal. Sea cual sea el color de nuestra piel, cualquiera que sea nuestra religión, todos estamos invitados a la salvación. Y el pecado cometido por un pagano ofende a Dios lo mismo que el pecado de un creyente.

         Entonces Jonás se levantó, como le dijo el Señor Pero no para ir a Nínive (actual Irak) sino para huir a Tarsis (actual Cádiz, en Gibraltar), lejos del rostro del Señor. Jonás no tomó el camino de Nínive, sino exactamente la dirección contraria. No hacia el este sino hacia el oeste, hacia un rincón del Mediterráneo.

         De hecho Jonás no desea en absoluto la conversión de Nínive, la gran ciudad asiria que había invadido el norte de Israel y había esclavizado a todos los israelitas en Asiria (aparte de ser la única nación atea de la Antigüedad, y un pueblo idólatra y potencialmente cruel allí por donde pasaba y arrasaba).

         Pero no juzguemos a ese profeta, que se hace el sordo ante Dios. Porque ¿no tenemos nosotros nuestras estrecheces? ¿O escuchamos, realmente, las llamadas misioneras de Dios? ¿O es nuestro corazón universal como el de Dios?

         Entonces, el Señor "desencadenó un gran viento sobre el mar" Mediterráneo. Nada puede impedir a Dios realizar su proyecto de salvación universal. Lo dispondrá todo para que Jonás siga la dirección de Nínive. Incluso un gran pez se encargará de ello, humorísticamente. Repítenos, Señor, que tu voluntad misionera es tenaz, y que nadie puede hacer que fracase tu Designio de amor misericordioso para todos los hombres.

         Y fueron los acontecimientos los que obligaron a Jonás a "dirigirse a los paganos". Con frecuencia, son las propias crisis las que empujan a la Iglesia a abrirse, justo cuando los deseos de repliegue pudieran ser más tentadores. Cuando Jonás bajó al fondo del barco, se acostó y dormía profundamente, mientras el barco corría el peligro de naufragar. ¡No durmáis, cristianos, en tanto no hayáis transmitido a todo el mundo la buena nueva!

Noel Quesson

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         Durante 3 días nos acompañará como primera lectura el libro de Jonás, un libro para nada histórico sino sapiencial. Pues es verdad que el profeta Jonás existió en tiempos del rey Jeroboam II de Israel (s. VIII a.C), pero el relato del que se le hace protagonista aquí es más bien posterior (s. VI a.C), sacado de una parábola historizada para mostrar que Dios tiene planes de salvación no sólo para Israel, sino también para los pueblos paganos.

         Es probable que fuera escrito en tiempos de Esdras (ca. 538 a.C) y en contra de éste (que para asegurar la pureza del yahvismo, en la reconstrucción de Sión tras el destierro de Babilonia, se había pasado un poco, cerrando fronteras y denigrando a los demás países).

         Pero vayamos a esta edificante historia, porque en ella todos los paganos que aparecen son buenos, desde el rey de Nínive y sus habitantes hasta el ganado, pasando por los marineros del barco y el cachalote que cumple también su papel en la parábola. El único judío, Jonás, es el peor, un anti-profeta.

         El autor del libro ha elegido, como muestra de una ciudad pagana que se convierte, nada menos que a Nínive, la capital de los asirios, famosa por su política despiadada y cruel.

         Cuando Jonás recibe el encargo de ir a Nínive y anunciar allí el castigo de Dios, no se le ocurre otra cosa mejorque huir: toma el primer barco que zarpa por el Mediterráneo, precisamente hacia tierras de Tarsis, en el sur de la actual España.

         Ante la tempestad que se forma, los marineros aparecen como personas buenas, que temen a sus dioses y les rezan y les ofrecen sacrificios, y además respetan a Jonás, a pesar de que se ha declarado culpable. Hacen lo posible para salvarle. Por fin lo tienen que arrojar al agua, y allí es donde entra en acción el gran cachalote o ballena que le retiene durante tres días hasta arrojarlo a tierra firme.

         Estos 3 días serán en el NT un símbolo de los 3 días que estuvo Jesús en el sepulcro antes de resucitar. Pero la intención de la lectura de hoy es la conversión de los ninivitas, que Jesús comentará pronto, en una lectura que haremos la semana que viene (Lc 11, 29).

         El canto de meditación que sigue a la lectura no es un salmo responsorial, sino un poema tomado del mismo libro de Jonás, que hace eco a la situación del protagonista: "Sacaste mi vida de la fosa, desde el vientre del infierno pedí auxilio y escuchó mi clamor".

         Mal profeta, Jonás. Otros se habían resistido en principio a cumplir el encargo de Dios, poniendo excusas, como Moisés o Jeremías. Elías se refugió en el desierto, acobardado, y caminó hasta el monte Horeb. Pero a nadie se le había ocurrido tomar un barco en dirección contraria a Nínive, que es donde le quería Dios.

         El único personaje judío de la parábola es el único que se resiste a Dios. Es una lección para nosotros. Cada uno tiene su misión propia: ser de alguna manera sus testigos en este mundo. Si yo fallo y por pereza o por miedo no hago lo que Dios quiere que haga, ¿quién hará ese trabajo? Se quedará por hacer, y habrá personas que por mi culpa no se enterarán del plan salvador de Dios.

         Claro que es difícil la misión, tal como está el mundo (aunque peor estaba Nínive), porque el mensaje del evangelio es exigente. Pero no tendríamos que huir. También a Cristo le costó, y tuvo momentos en que pedía que pasara de él el cáliz, la pasión y la muerte. Pero triunfó la obediencia y la fidelidad a su Padre.

         ¿Nos hacemos los sordos cuando intuimos que Dios nos llama a colaborar en la mejora de este mundo? ¿Nos acobardamos fácilmente por las dificultades que intuimos que vamos a tener? ¿En qué barco nos refugiamos para huir de la voz de Dios? ¿O somos capaces de trabajar con generosidad en la misión evangelizadora, a pesar de que ya tengamos experiencia que la sociedad nos hará poco caso?

José Aldazábal

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         Dios quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad. Y a nadie creó Dios para la muerte, pues él no se deleita en la muerte sino en la vida. Ninguno, que haya experimentado el amor y la misericordia de Dios, puede condenar a los demás pensando que sólo él tiene derecho exclusivo sobre Dios.

         Jonás, recalcitrante a hacer partícipe de la misericordia de Dios a los pueblos paganos, es conducido por Dios hasta el lugar donde el Señor quiere que se cumplan sus planes de salvación. Jonás, rebelde, no de palabra sino de hecho, a la voluntad de Dios respecto a la salvación universal, finalmente proclamará esa salvación: primero a los marineros, que temen a Dios, y que al arrojar a Jonás al abismo, se salvan de la muerte pues el mar se calma; y después a los ninivitas, proclamando el mensaje de salvación de Dios, al que ellos hacen caso y salvan así su Vida.

         Nos dice San Pablo que "si la rebeldía de los judíos se convirtió en causa de salvación para el mundo, qué no será su conversión". Si la desobediencia del pueblo elegido simbolizado en Jonás, si su reticencia a abrir la salvación a todos, incluso a los enemigos fue causa de que esa salvación, conforme al plan de Dios, llegara a Nínive en que se simboliza la persecución de los inocentes y la lejanía de Dios, cuánto más ha logrado el Señor Jesús, que, obediente a su Padre Dios, sale al encuentro del hombre pecador para proclamarnos la Buena Nueva del amor que Dios nos tiene.

         Él fue arrojado al abismo de la muerte, y ahí permaneció tres días y tres noches, para luego resucitar como el hombre nuevo con quien estamos llamados a identificarnos todos sin distinción alguna. Así él ha logrado para nosotros la salvación. Y él nos pide que abramos los ojos para no condenar a nadie, pues así como nos ha amado quiere que nos amemos los unos a los otros; y así como él dio su vida en rescate por todos, quiere que su Iglesia se esfuerce constantemente en salir al encuentro del hombre pecador para invitarlo a rectificar sus caminos.

         A pesar de nuestras rebeldías e incongruencias en la fe, Dios siempre está dispuesto a escuchar nuestras súplicas, pues su amor misericordioso hacia nosotros nunca se acaba. Dios nos ama como un padre ama a sus hijos. Dios escuchó a su Hijo que le pidió, con ardientes lágrimas, que lo librara de la muerte. Dios siempre está y estará de parte nuestra.

         Sepamos, también nosotros, escuchar su Palabra y hacerla nuestra, pues el Señor quiere santificarnos en la verdad por medio de ella. Dejemos de vivir nuestra fe con hipocresía; seamos leales al Señor como él lo ha sido con nosotros. No encerremos la fe en nuestro corazón sino que proclamemos el amor y la misericordia del Señor a todos los pueblos; hagámoslo con las obras que manifiesten cómo el Señor, por medio nuestro, se hace cercanía amorosa y misericordiosa para todos.

Dominicos de Madrid

b) Lc 10, 25-37

         Jesús no debía hablar demasiado de la otra vida, de la vida eterna, cuando tanto un jurista o maestro de la ley como un dirigente de Israel le formulan la misma pregunta: "Maestro, ¿qué tengo que hacer para heredar la vida eterna?" (v.25). Y se la formuló para ponerlo a prueba, y atraparlo con esa pregunta.

         El jurista estaba molesto porque Jesús no hablaba a la gente de lo que él cree esencial para un buen judío, y que era el centro de su religión: los 10 mandamientos, contenida en las 2 tablas de la ley de Moisés. Ésa era la ley fundamental de Israel, como lo es la constitución para las naciones modernas. Y siendo Israel una teocracia, parece obvio que constitución era igual a ley de Dios.

         Jesús no se deja atrapar, y hace que sea el propio jurista quien se dé la respuesta: "¿Qué está escrito en la ley?" (v.26). La recitación del Shemá Israel (lit. Escucha, Israel) es perfecta, como quien recita el Credo.

         El jurista no se contenta con recitar largo y tendido el encabezamiento solemne del Deuteronomio: "Amarás al Señor tu Dios" (Dt 6, 5). Sino que añade una breve referencia al prójimo (la 2ª tabla de la ley), sacada del Levítico: "Y a tu prójimo como a ti mismo" (Lv 19, 18). No basta con recitar de memoria y con los labios, es preciso ponerlo en práctica. Quien cumple la ley tiene garantizada la vida eterna.

         Pero entonces, ¿qué ha venido a hacer Jesús, si no ha venido a hablarnos de la otra vida? La respuesta la reserva Lucas para el final de la estructura, cuando, en la perícopa gemela, un dirigente de Israel le formulará la misma pregunta. Pero no anticipemos. Primero es preciso asimilar las enseñanzas que encierran las secuencias que componen esa gran estructura.

         La secuencia que ahora examinamos tiene forma de tríptico. Acabamos de ver la hoja izquierda. En el centro se encuentra la parábola. En la hoja derecha, la enseñanza o moraleja. El jurista que quería atrapar a Jesús se ha quedado atrapado en su propia trampa ("queriendo justificarse"): ha recitado demasiado bien los mandamientos.

         Jesús lo ha invitado a hacer, y cuando se trata de hacer no hay más remedio que tener en cuenta al prójimo. Y el jurista pretende escurrirse: "Y ¿quién es mi prójimo?" (v.29), como diciendo: Esto es un asunto de difícil resolución. Por eso Jesús le propone una parábola.

Josep Rius

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         El centro de la parábola de hoy de Jesús es "un hombre". Lucas ha escogido el término hombre, y no otro de los muchos posibles, y lo acompaña del indefinido ("uno, cierto"). Por tanto, este individuo personifica la humanidad y, en concreto, la qué está de vuelta en sentido figurado: "Un hombre bajaba de Jerusalén a Jericó" (v.30b).

         "Bajar de Jerusalén", siendo Jerusalén el término sacro empleado para designar la institución judía y, en especial, su templo, la expresión tiene sentido negativo. El alejamiento del templo se paga muy caro, y puede significar la pérdida de la propia vida, desde el punto de vista judío. Lucas lo expresa en imágenes: "Lo asaltaron unos bandidos, que lo desnudaron, lo molieron a palos y se marcharon dejándolo medio muerto" (v.30c).

         Se explica así que, bajando por aquel camino (sin que se diga que "bajen de Jerusalén") un sacerdote del templo, y un levita o clérigo perteneciente a la misma alcurnia, uno y otro den un rodeo y pasen de largo (vv.31-32). Su comentario sería unánime: Le está bien empleado, por abandonar las prácticas religiosas, él se lo ha buscado!

         Lucas hace coincidir fortuitamente (explicitado en el texto) 3 individuos que representan a otros tantos estamentos: los 2 primeros están estrechamente vinculados al templo, mientras que el 3º, un samaritano, representa al pueblo más odiado por un judío religioso.

         En los 2 primeros hay coincidencia con el desgraciado, pero sólo material: "Coincidió que bajaba por aquel camino un sacerdote; igualmente un clérigo, que llegó a aquel lugar". Mientras que el 3º va derecho: "Un samaritano, que hacía su camino, llegó adonde estaba el hombre" (v.33).

         Hay, pues, una clara oposición entre el templo, que es el lugar por excelencia donde reside Dios (para un judío), y "aquel lugar" donde se encuentra el hombre (por lo visto, apóstata de la institución). El samaritano está ya habituado a la maldición que los judíos profieren contra quienes abandonan la ley y el templo (es un excomulgado), y por eso va directamente "adonde estaba el hombre", como si hubiese olido la desgracia que ha caído sobre el hombre que ha abandonado la religión. Se compadece de él, y no sólo lo cuida personalmente, sino que se preocupa de que luego otros se ocupen de él (vv.34-35).

         "¿Cuál de estos tres se hizo prójimo del que cayó en manos de los bandidos?", inquirió Jesús al jurista (v.36). El jurista quería escurrirse de amar al prójimo con la excusa de que es muy difícil de individualizar quién es y dónde se encuentra. Jesús le responde que el prójimo no se pasea por la calle, no lleva ningún distintivo: uno mismo se hace prójimo cuando se acerca a los más necesitados, cuando toma partido por el hombre a quien han pisoteado sus derechos y que ha sido reducido a una condición infrahumana.

         El samaritano, marginado él también por su condición religiosa heterodoxa, es capaz de sentir compasión por los proscritos por la institución oficial. No indaga en absoluto. Pasa a la acción y se vuelca haciendo el bien. El jurista no se atreve a pronunciar la palabra maldita ("el samaritano") y responde: "El que tuvo compasión de él". Jesús remacha el clavo: "Pues anda, y haz tú lo mismo" (v.37). Quien se compromete con su prójimo tiene la vida eterna asegurada.

Josep Rius

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         El jurista de la parábola de hoy anda preocupado por la vida definitiva, porque tal vez estuviera cansado de oír a Jesús hablar sólo de amor al hombre. Quienes, como él, no quieren comprometerse con el prójimo prefieren hablar de la otra vida, entendida como una droga que aliena de los deberes con la vida presente.

         Jesús, sin embargo, invita al jurista a mirar al más acá, al suelo donde se encuentra el prójimo, cuya situación hay que remediar. Por eso le hace 2 preguntas que tienen por finalidad llevarlo a la práctica del amor solidario. Y para ello le propone de modelo a un samaritano del que un judío no tenía nada que esperar, dada la rivalidad y enemistad que existía entre judíos y samaritanos.

         Y será precisamente este samaritano el que cargue al malherido sobre su propia cabalgadura, realizando siete acciones con él: 1º se conmueve, 2º se acerca 3º le venda las heridas 4º le echa aceite y vino, 5º lo monta en su propia cabalgadura, 6º lo lleva a una posada y 7º lo cuida.

         El nº 7 indica la serie completa, con lo que el evangelista indica que el samaritano hace todo lo que se debe hacer... y algo más, pues al día siguiente da 2 denarios de plata al posadero para que cuide del malherido, y si gasta algo más, le dice que "se lo pagará a la vuelta". Se preocupa no solo de remediar el mal presente del prójimo, sino de proveer para su futuro.

         La actuación del samaritano es hiperbólica y se presenta como una formulación extrema de lo que debe ser la actitud de solidaridad hacia el prójimo. Hay que hacer todo lo posible, hay que llegar hasta el extremo de lo imaginable. El samaritano traspasa los límites de lo razonable.

         La parábola representa el mundo al revés. Pues ya no se trata de saber quién es mi prójimo, como preguntaba el jurista, sino de cómo hacerse prójimo del otro, incluso cuando éste (como el judío malherido) no reclama auxilio. Esta parábola rompe los esquemas, pues la cuestión que Jesús plantea no es cómo identificar al prójimo, sino cómo hacerse y sentirse uno prójimo de los demás, aunque éstos sean enemigos. Mi prójimo puede ser tanto el que está cerca de mí como aquél al que yo me acerco. El sujeto al que debo amar es aquel que puede ser amado por mí.

Gaspar Mora

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         El relato evangélico de hoy comienza con un dialogo entre un maestro de la ley y Jesús. El maestro pregunta: ¿Qué debo hacer para conseguir la vida eterna?. Jesús le responde con otra pregunta: ¿qué dicen las Escrituras? El maestro responde con las palabras de uno de los textos más conocidos y venerados del AT, el Shemá Israel: "Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas y con toda tu mente; y amarás a tu prójimo como a ti mismo".

         Pero aquel hombre, queriendo pasar por justo, plantea una nueva pregunta sobre quién es su prójimo y esta pregunta suscita como respuesta la parábola de Jesús.

         Los personajes de la misma han sido cuidadosamente elegidos. El hombre asaltado y golpeado es un judío, los que pasan de largo, un sacerdote y un levita, son expertos en la ley, mientras que el que ofrece ayuda gratuita es un samaritano. No olvidemos que entre judíos y samaritanos existía una inmensa hostilidad racial.

         Con la parábola el maestro de la ley había entendido la razón más honda de todo lo que Jesús hacía: el amor a Dios y el amor al prójimo, son una unidad inseparable, son el camino más seguro que nos lleva al Padre, más que todas las prácticas rituales y todos los sacrificios que se hacían en el Templo de Jerusalén.

         Había entendido el núcleo del conflicto que Jesús tenía con las autoridades judías, que daban más importancia a las prácticas religiosas que al compromiso con la vida, al culto que a la misericordia y la justicia. Había comprendido que el Dios del que Jesús hablaba era otro Dios, el Padre, al que le importa más la vida de sus hijos que los sacrificios o los ayunos o las oraciones rituales.

         Este amor misericordioso del Padre debe pasar por encima de cualquier otra consideración en la vida de los cristianos. En este gesto del samaritano, el de sentir compasión, la Iglesia debe reconocer un aspecto fundamental de su misión: la de tener un corazón compasivo, que se exprese en un amor eficaz, levantando a todos los hombres y mujeres que son víctimas de las estructuras injustas de nuestra sociedad.

Juan Mateos

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         La Parábola del Buen Samaritano es uno de los relatos más bellos y entrañables de los evangelios. En ella, el Señor nos enseña quién es nuestro prójimo y cómo se ha de vivir la caridad con todos. Muchos padres de la Iglesia, como San Agustín, identifican a Cristo con el buen samaritano.

         Jesús, movido por la compasión y la misericordia, se acercó al hombre, a cada hombre, para curar sus llagas, haciéndolas suyas (Mt 8,17; 1Pe 2,24; 1Jn 3,5). Toda su vida en la tierra fue un continuo acercarse al hombre para remediar sus males materiales o espirituales.

         Esta misma compasión hemos de tener nosotros de tal manera que nunca pasemos de largo ante el sufrimiento ajeno. Aprendamos de Jesús a pararnos, sin prisas, ante quien, con las señales de su mal estado, está pidiendo socorro físico o espiritual. En la caridad atenta, los demás verán a Cristo mismo que se hace presente en sus discípulos.

         Jesús nos enseña en esta parábola que nuestro prójimo es todo aquel que está cerca de nosotros (sin distinción de raza, de afinidades políticas, de edad) y necesita nuestro socorro. El Maestro nos ha dado ejemplo de lo que debemos hacer nosotros: una compasión efectiva y práctica, que pone el remedio oportuno, ante cualquier persona que encontremos lastimada por el camino de la vida.

         Estas heridas pueden ser muy diversas: lesiones producidas por la vida (la soledad, la falta de cariño, el abandono), necesidades del cuerpo (hambre, vestido, casa, trabajo), la herida profunda de la ignorancia y llagas producidas en el alma por el pecado (que la Iglesia cura con la confesión). Debemos poner todos los medios para remediar esas situaciones como Cristo lo haría, con verdadero amor, poniendo en ello el corazón.

         Buen samaritano es todo hombre que se para junto al sufrimiento de otro hombre. Dios nos pone al prójimo con sus necesidades y carencias en el camino de la vida, y el amor hace lo que la hora y el momento exigen. A todos hemos de acercarnos en sus necesidades, pero, porque la caridad es ordenada, debemos dirigirnos de modo muy particular a quienes están más próximos porque Dios los ha puesto o porque ha querido a través de las circunstancias de la vida que pasemos a su lado para cuidarles.

         Después de aconsejar que no indaguemos porqué otros no lo han hecho, especialmente si son heridas del alma, San Juan Crisóstomo dice en su Contra Iudeos: "Has de saber que cuando encuentras a tu hermano herido, has encontrado algo más que un tesoro: el poder cuidarle".

Francisco Fernández

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         A pesar de que Jesús ha anunciado a los suyos que será entregado a la muerte, éstos no han entendido todavía su lenguaje y siguen aferrados a categorías humanas, pensando cuál de entre ellos será el más grande, el primero, el más poderoso. Piensan todavía en una sociedad jerarquizada en la que hay primeros y últimos. En esa sociedad ellos aspiran a ocupar los primeros puestos, a mandar y a dominar; de ningún modo, a servir.

         Y Jesús aprovecha una vez más la ocasión para intentar que cambien su modo de pensar y, consiguientemente, de actuar. Y lo hace con un gesto fácil de comprender. Se fija en un chiquillo, lo pone a su lado y les dice que deben acogerlo como si se tratase de él mismo o de Dios. Jesús se identifica totalmente con este chiquillo, de manera que todo el que se ponga al servicio de los que no cuentan como este chiquillo, lo están acogiendo a él y a su Padre.

         Ser cristiano consiste en liberarse del deseo de ser el más importante, el más fuerte, el primero, el que cuenta y aquél con quien siempre se cuenta, para pasar a ocupar los últimos puestos por libre decisión, poniéndose al servicio de aquellos que no pintan nada en la sociedad. Jesús y Dios mismo se han identificado con ellos hasta el punto de que quien sirve a éstos, está sirviendo a Dios; en esto consiste en realidad el verdadero culto cristiano.

         Quienes actúen así, aunque no sean del grupo de discípulos, están con Jesús. Todos aquellos que se dedican a la liberación del hombre, desde abajo, están con Jesús y su causa. Como aquel que echaba demonios en nombre de Jesús y los discípulos trataban de impedírselo, porque no pertenecía a su grupo. Qué poco habían comprendido. No sabían, o no quería saber, que todo el que presta un servicio al hombre está a favor de Jesús y es ya de los suyos, pues ha comprendido el núcleo fundamental de su mensaje.

Fernando Camacho

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         Escuchamos hoy cómo un doctor de la ley le preguntó a Jesús: "Maestro, ¿qué tengo que hacer para heredar vida eterna?". ¿Me hago yo también esa misma pregunta? ¿Qué respuesta personal y espontánea daría yo a esa pregunta? La vida, sí, la vida eterna, pues si nuestra vida terminara con la muerte, seríamos los más desgraciados de los hombres.

         Jesús le pregunto: "¿Qué está escrito en la ley?". Y en lugar de contestar a la pregunta del jurista, Jesús le propone a su vez otra pregunta, obligándole a tomar posición. Ciertamente, la vida eterna no es una pregunta que los demás puedan resolver en mi lugar.

         El jurista contestó: "Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas y con toda la mente. Y a tu prójimo como a ti mismo". Y Jesús le dijo: "Bien contestado. Haz eso y tendrás la vida".

         El doctor de la ley citó Dt 6,5 y Lv 19,18: Amar a Dios y amar al prójimo. Lo cual no es nada nuevo ni original, pues todas las grandes religiones tienen en común esa base esencial, y eso formaba ya parte del AT. Pero ¿quién es mi prójimo? Porque es ahí donde empieza toda la novedad revolucionaria del evangelio.

         Lucas nos aporta aquí un relato escenificado por Jesús, y es el único evangelista que nos ha comunicado esa página admirable que, de otra parte, está en la línea recta de todo el evangelio: el amor al prójimo, para Jesús, ha de llegar hasta el enemigo. Es preciso recordarlo.

         "Un hombre bajaba de Jerusalén a Jericó", comienza diciendo Jesús, que continúa añadiendo que a ese hombre "lo asaltaron unos bandidos y lo dejaron medio muerto, al borde del camino". Tras lo cual, describe Jesús que "pasó por allí un sacerdote, un levita y un samaritano". Ya habíamos visto anteriormente (Lc 9, 52-55) cuán detestados eran los samaritanos.

         ¿Y quién de estos tres te parece que fue prójimo? Jesús da completamente la vuelta a la noción de prójimo. El legista había preguntado "quién es mi prójimo" (en sentido pasivo), y en ese sentido mi prójimo son los demás. Pero la pregunta de Jesús no va por ahí, sino que directamente interpela: "¿De quién te muestras tú ser el prójimo?" (en sentido activo). Y en este sentido, somos nosotros los que estamos o no próximos a los demás. El prójimo soy yo, cuando me acerco con amor a los demás.

         Por eso debo preguntarme quién es mi prójimo, y quiénes son los despreciados, los mal considerados, los difíciles de amar que quizás se encuentren en el camino que yo también voy haciendo. El samaritano, al ver a aquel hombre lastimado, "sintió lástima, se acercó a él, le vendó las heridas, lo montó en su propia cabalgadura y lo llevó a una posada". Tras lo cual le dice Jesús: "Anda, haz tu lo mismo". Es decir, ama, y no filosóficamente sino con actos eficaces y concretos.

Noel Quesson

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         Hoy un maestro de la ley plantea a Jesús una pregunta que quizás nos hemos formulado más de una vez: "¿Qué he de hacer para tener en herencia la vida eterna?" (v.25). Era una pregunta que iba con segundas, pues quería poner a prueba a Jesús. El maestro responde sabiamente lo que dice la ley, es decir, "amar a Dios y al prójimo como a uno mismo" (v.27).

         La clave es amar. Si buscamos la vida eterna, sabemos que "la fe y la esperanza pasarán, mientras que el amor no pasará nunca" (1Co 13, 13). Cualquier proyecto de vida y cualquier espiritualidad cuyo centro no sea el amor nos aleja del sentido de la existencia. Un punto de referencia importante es el amor a uno mismo, a menudo olvidado. Solamente podemos amar a Dios y al prójimo desde nuestra propia identidad.

         El maestro de la ley va más lejos todavía y pregunta a Jesús: "Y ¿quién es mi prójimo?" (v.29). La respuesta llega a través de un cuento, de una historia corta sin formulaciones complicadas, pero con un gran contenido.

         El modelo de prójimo es un samaritano, es decir, un marginado y excluido. Un sacerdote y un levita pasan de largo al ver al hombre apaleado y malherido, mostrando que los que deberían estar más cerca de Dios (el sacerdote y el levita) son los que más lejos están del prójimo.

         El maestro de la ley evita pronunciar la palabra samaritano, para indicar a quien se comportó como prójimo del hombre malherido. Y se limita a decir: "El que practicó la misericordia con él" (v.37). Pero la propuesta de Jesús es clara: "Vete y haz tú lo mismo".

         La conclusión de Jesús no es la conclusión teórica de un debate, sino la invitación a vivir una realidad: el amor, el cual es mucho más que un sentimiento etéreo, pues comporta eliminar las discriminaciones sociales y ha de brotar del corazón de la persona. San Juan de la Cruz nos recuerda que "al atardecer de la vida te examinarán del amor".

Luis Serra

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         La de hoy es una de las páginas más felizmente redactadas y famosas del evangelio: la Parábola del Buen Samaritano, que sólo nos cuenta Lucas. Una parábola en que la pregunta del letrado es ya un buen comienzo: "¿Qué tengo que hacer para heredar la vida eterna?".

         En un 1º momento, Jesús remite al letrado a la ley del AT, y a unas palabras que los judíos repetían cada día: "amar a Dios y amar al prójimo como a ti mismo" (Dt 6,5; Lv 19,18). Y con ello, Jesús consigue hacer que el letrado llegue a la conclusión, por sí mismo, del mandamiento fundamental del amor.

         Ante la siguiente pregunta, Jesús concreta más quién es el prójimo, a través de una parábola expresiva en que quedan muy mal parados el sacerdote y el levita (ambos judíos, y oficialmente buenos) y queda muy bien el samaritano (un extranjero, con quien los judíos no se trataban; Jn 4,9).

         Ese samaritano tenía buen corazón, y al ver al pobre desgraciado abandonado en el camino le da lástima, se acerca, le venda, le monta en su cabalgadura, le cuida, paga en la posada y le promete que volverá. Y todo eso con un desconocido. ¿Dónde quedamos retratados nosotros? ¿En los que pasan de largo, o en el que se detiene y emplea su tiempo y dinero para ayudar al necesitado?

         ¡Cuántas ocasiones tenemos de atender o no a los que encontramos en el camino: familiares enfermos, ancianos que se sienten solos, pobres, jóvenes parados o drogadictos que buscan redención! Muchos no necesitan ayuda económica, sino nuestro tiempo, una mano tendida, una palabra amiga. Al que encontramos en nuestro camino es, por ejemplo, un hijo en edad difícil, un amigo con problemas, un familiar menos afortunado, un enfermo a quien nadie visita.

         Claro que resulta más cómodo seguir nuestro camino y hacer como que no hemos visto, porque seguro que tenemos cosas muy importantes que hacer. Eso les pasaba al sacerdote y al levita, pero también al samaritano: y éste se paró y los primeros, no. Los primeros sabían muchas cosas. Pero no había amor en su corazón.

         El buen samaritano por excelencia fue Jesús, que no pasó nunca al lado de un necesitado sin dedicarle su atención y ayudarle eficazmente. Ahora va camino de la cruz, para entregarse por todos, y nos enseña que también nuestro camino debe ser como el suyo, el de la entrega generosa, sobre todo a los pobres y marginados. Al final de la historia, el examen versará sobre eso: "Me disteis de comer, me vestisteis, me visitasteis".

José Aldazábal

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         El seguimiento de Jesús tiene exigencias reales, y no sólo implica un compromiso con los pobres, sino que debe ser consecuencia de un crecimiento personal, y de una mayor conciencia de uno mismo. El evangelio de hoy nos trae la parábola que comúnmente hemos llamado Parábola del Buen Samaritano.

         El problema del texto que analizamos, no es la vida eterna. Si este texto lo analizamos desde el problema del más allá, pierde su valor real y su sentido en las páginas del evangelio de Lucas. Por tanto, hay que partir de otro hecho más delicado, que palpamos todos los días en la vida de la Iglesia: quienes no quieren comprometerse con el hermano necesitado, mientras siguen hablando sin parar de la vida eterna (como si ese tema nos alienara de la vida presente).

         Por tanto, no es válido hablar del más allá (de la vida eterna), si la historia del más acá (los desórdenes, la deshumanización) nos resbala, como si ésta no fuese también una obra de Dios. Para explicar esto, Jesús coloca hoy un ejemplo concreto, y aclara que lo más importante es hacer del hoy presente una verdadera experiencia de vida eterna. Frente a la realidad del hermano que sufre, Jesús acusa a los que quieren pasar por alto ese dato, sin importarle el sufrimiento de los demás.

         En el relato presente, Jesús deja bien en claro que solamente los que experimentan en su propia vida la marginación y la exclusión (el samaritano), son los que sentirán compasión del sufrimiento y miseria de sus hermanos (el hombre apaledado). No podemos seguir pensando en el más allá si con ello nos estamos zafando del compromiso concreto de la vida. El cristiano tiene como tarea principal trabajar por este mundo, para dejarlo un poquito mejor de como lo encontró.

Severiano Blanco

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         El evangelio de Jesús suele tener un tono exigente, pero es profundamente liberador. En el caso de hoy, también apela a la inteligencia de las personas ("¿qué os parece?") y a su libertad ("si quieres"). Jesús tiene toda la autoridad del mundo para imponer el evangelio por ley, pero no lo hace para que nosotros no creamos que esto es cuestión de ordeno y mano, eliminando así el procedimiento de la debilidad y el poder de la seducción.

         Lo comprobamos en el evangelio de hoy, en que más que la Parábola del Buen Samaritano (siempre hermosa e interpelante) me llaman la atención las preguntas de Jesús, sobre todo 3: "¿Qué está escrito en la ley?", ¿Qué lees en ella?", ¿Cuál de estos tres te parece que se portó como prójimo del que cayó en manos de los bandidos? Y también 2 recomendaciones: "Haz esto y tendrás la vida", "Anda, haz tú lo mismo".

         Jesús no cuenta la parábola para humillar al maestro de la ley, sino para conectar con lo mejor de ese hombre, para abrirle un horizonte más amplio, para hacerle ver la buena noticia, con la que "tendrá vida".

         ¡De qué manera tan distinta sonaría el evangelio en nosotros si surgiese de este modo, y no como un arma arrojadiza al servicio de nuestros intereses, por nobles que aparezcan!

Gonzalo Fernández

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         Jesús, tu respuesta al doctor de la ley es clara: he de amar a Dios con toda mi alma con todas mis fuerzas y con toda mi mente, y al prójimo como a mí mismo. "Haz esto y vivirás", me repites ahora. Pero ¿cómo puedo amar a Dios sobre todas las cosas? Y, ¿quién es mi prójimo? Porque, a veces, me quedo en la teoría o en el sentimiento, y no me esfuerzo en cumplir estos dos mandamientos de los cuales, como dices en otra ocasión, penden toda la ley y los profetas (Mt 22, 40). Como decía San Alfonso Mª de Ligorio:

"Si nosotros pues deseamos agradar enteramente al corazón de Dios, procuremos no solamente conformarnos en todo a su santa voluntad, sino aún más, uniformarnos a ella, si se me permite hablar así. La palabra conformar quiere decir que nosotros unimos nuestra voluntad a la de Dios, pero uniformar significa más, que de dos voluntades hacemos una, de tal manera que solamente queremos lo que Dios quiere, que solamente permanece la voluntad de Dios y que ella es la nuestra" (Conformidad con la voluntad de Dios, 69).

         Jesús, amarte con toda mi alma, con toda mis fuerzas y con toda mi mente, no significa sentir una atracción sensible (como la que puede darse entre los novios) sino identificarme con tu voluntad hasta en los detalles más pequeños: querer siempre lo que tú quieras. Por eso, he de preguntarte muchas veces: ¿Qué quieres Señor de mí? ¿Cómo quieres que haga este trabajo o que enfoque aquel problema?

         Cumples un plan de vida exigente, madrugas, haces oración, frecuentas los sacramentos, trabajas y estudias mucho, eres sobrio, te mortificas.... pero notas que te falta algo. Pues bien, amigo, yo te animo a que lleves a tu diálogo con Dios esta consideración: la santidad es la plenitud de la caridad, y por ello has de revisar tu amor a Dios y a los demás. Quizás descubras entonces, escondido en tu alma, que no eres buen hijo, buen hermano, buen compañero, buen amigo, buen colega. Y que, por tanto, no estás en el camino de la santidad.

         Querido amigo, tú te sacrificas en muchos detalles personales, y por eso estás apegado a tu yo, sin vivir para Dios ni para sus hijos, sino sólo para ti.

         Jesús, si mi amor a ti no tiene consecuencias reales y concretas en el servicio a los que me rodean, aunque haga oración y frecuente los sacramentos, aún me falta algo. Por un lado, no muy lejos de mi camino hay gente que está necesitada: marginados, enfermos, gente mayor o sin trabajo.

         Y sobre todo, Jesús, si realmente te quiero, sabré descubrir en mi propio camino gente que necesita de mi ayuda: un rato de compañía, una sonrisa, unas palabras de comprensión. Ayúdame, Jesús, a descubrir oportunidades para servir a los demás. Sólo así estaré avanzando en mi camino de santidad, que es la plenitud de la caridad.

Pablo Cardona

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         Al término del diálogo mantenido con su interlocutor, emplaza hoy Jesús a éste a seguir un camino bien preciso: ser samaritano que se acerca a la gente malherida, tirada en la cuneta, marginada. Son palabras que hemos de acoger a escala personal, parroquial, eclesial. Nuestra vocación es la de ser personas samaritanas, parroquias samaritanas, Iglesia samaritana.

         Decir te amo, por tanto, no es suficiente, sino que es necesario un amor manifiesto, a través de nuestras acciones y actitudes. El verdadero amor muestra siempre interés por la otra persona (compasión, acercamiento), y es capaz de comprometer hasta sus propios recursos (tiempo, dinero, viajes) con el fin de mostrar con claridad su amor.

         Quien ama siempre tiene tiempo para la otra persona, que en este caso es la persona amada. Si quieres saber quien te ama de verdad, evalúa estos 3 elementos: quién se interesa por ti, quién es capaz de comprometer su vida por ti, y quien hace un pequeño espacio para decirte "hola, ¿cómo estás?". Hagamos ese proceso a la inversa, y estaremos amando a nuestro prójimo.

Pablo Largo

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         Amar al prójimo es procurar su bien, fortalecerle cuando sus manos se han cansado o sus rodillas han empezado a vacilar, tenderle la mano cuando lo vemos caído en algún pecado o en alguna desgracia, dejar nuestras seguridades para ofrecérselas y hacerle recobrar su dignidad; en fin, nadie tiene amor más grande que aquel que da la vida por sus amigos. Y es muy fácil amar a quienes nos hacen el bien; y es muy fácil, también, solucionar el problema que nos causan nuestros enemigos acabando con ellos.

         Así, sólo puede considerarse nuestro prójimo el cercano a nosotros y a nuestro corazón, aquel que no nos causa penas, dolores, angustias, aquel que no se ha levantado en contra nuestra para dañarnos, pues, si lo ha hecho, no será nuestro prójimo, sino nuestro enemigo.

         En su hijo Cristo Jesús, Dios ha salido al encuentro de su prójimo, de aquel que jamás ha sido expulsado de su corazón. Y su cercanía ha sido hacia los pobres, hacia los marginados, hacia los despreciados y, sobre todos, hacia los pecadores, aun cuando sus pecados puedan haberse considerado demasiado graves.

         Amó tanto a la humanidad frágil y pecadora, que se desposó con ella y cargó sobre sí sus pecados clavándolos en la cruz y derramando su sangre para que fuesen perdonados. Así puede presentar a su esposa, que es la iglesia, ante su Padre, libre de pecado y adornada con las arras del Espíritu Santo.

         En la Parábola del Buen Samaritano de hoy, el Señor nos manifiesta el gran amor que nos tiene, para que vayamos y hagamos nosotros lo mismo.

Dominicos de Madrid

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         Nuestra comunión con Dios está esencialmente ligada al lugar en que buscamos la realización de esta comunión. La parábola nos presenta los 2 ámbitos en que puede situarse esta búsqueda, y nos enseña que la respuesta adecuada a la cuestión no puede ser reducida al ámbito de la participación cultual.

         En continuidad con la línea profética de Israel, la respuesta de Jesús nos indica la vaciedad de las compensaciones cultuales que nacen de un corazón reducido a la presencia divina del templo. Sacerdote y levita son los exponentes de esa concepción, en que la preocupación cultual ofusca el acercamiento al ámbito de lo divino y de lo humano, e impide descubrir al Dios verdadero, el Dios de la vida.

         En la parábola de Jesús, el samaritano estaba imposibilitado a participar en el Templo de Jerusalén, y sin embargo es el único capaz de comprender y dar la respuesta a lo que Dios estaba pidiendo: la atención al hombre apaleado del camino.

         Las acciones del samaritano, nacidas de la compasión ante el hombre golpeado por los bandidos, lo colocan en la participación de los bienes de Dios, y se convierte así en ejemplo que debe seguir incluso todo fiel judío, si quiere ser auténtico discípulo de Dios.

         El "vete y haz tu lo mismo", dirigido por Jesús a este maestro judío, se convierte en invitación a la rectificación y purificación del culto religioso, a menudo oscurecido por la búsqueda de la pureza y participación cultual.

Confederación Internacional Claretiana

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         La Parábola del Buen Samaritano pone como modelo de ser humano a un hombre que era despreciado en la cultura israelita de la época. Esta contradicción se propone resaltar el valor de la vida humana por encima de cualquier diferencia cultural, étnica o política.

         Un escriba preocupado por quién debe ser objeto de nuestra bondad y quién no, se dirige a Jesús para plantearle este dilema. La respuesta de Jesús no se dirige a solucionar esta falsa oposición, sino que se dirige a las más profundas opciones humanas, aquellas que compartimos con Dios.

         En la parábola de Jesús, 3 personajes (un levita, un sacerdote y un samaritano) encuentran a un hombre herido y abandonado en el camino, y tienen que discernir si optan por seguir su propio camino o se ponen en lugar del otro, y se acercan al camino del otro.

         Los 2 primeros personajes (el levita y el sacerdote) optan por seguir su camino, indiferentes y sin pensar en otra cosa que en su función religiosa. El 3º de ellos (el samaritano) opta por auxiliar a aquel hombre, sin importarle de qué religión es, o qué nacionalidad tiene, o a qué raza pertenece. Para el samaritano, lo importante es que ese herido moribundo es un ser humano, y está necesitado de compasión. Y por por tanto, sabe dejar sus diretes religiosos (los samaritanos, y su culto a Jacob) por atender en ese momento las necesidades humanitarias.

         La parábola elimina el falso dilema de a quién debo o a quien no debo hacer el bien. La parábola plantea una opción por defender la vida de todo ser humano, como un valor absoluto por encima de todo credo y toda religión.

         Toda esta enseñanza se puede resumir en el conocido adagio popular: "Haz el bien sin mirar a quién". Pues lo absoluto de Dios es la vida del ser humano. Por tanto, se deben superar las diferencias étnicas, patrióticas o de cualquier índole, a la hora de aceptar al enfermo y abandonado, como prójimo que me está hablando de parte de Dios.

Servicio Bíblico Latinoamericano

c) Meditación

         El evangelio de hoy nos presenta el modelo del comportamiento cristiano, mediante una parábola con la que Jesús vino a responder a la pregunta del letrado (¿y quién es mi prójimo?) y a la que poco antes le había formulado otro de aquellos personajes (maestro, ¿qué tengo que hacer para heredar la vida eterna?). La respuesta de Jesús, a modo de conclusión es ésta: lo mismo que hizo el samaritano (de la parábola) con el apaleado del camino, lo mismo y en una situación similar.

         Conviene reparar en el verbo empleado por Jesús (hacer), a la hora de ilustrar que de lo que se trata es de hacer y no de pensar hacer, o hablar de hacer, o proyectar hacer, o sentir deseos de hacer algo en favor del necesitado. Hacer es, como explica Jesús, acercarse al caído, curar sus heridas con los medios de que se dispone, montarle en su propia cabalgadura, llevarle a una posada y pagarle al posadero por los servicios prestados al malherido.

         El samaritano socorrista continuará su camino, porque la posada no es su meta y no puede detenerse. Pero a diferencia de los que habían pasado de largo, fue capaz de perder tiempo para socorrer a ese hombre en esa situación de emergencia, dejando espacio así (y tiempo) a la práctica de la misericordia.

         Conviene advertir también la habilidad de Jesús para transformar un concepto pasivo (en la formulación de la ley, y en la comprensión del letrado), como era el de prójimo, en activo, pues ¿qué decía la ley? Lo responde Jesús, ya en su nueva modalidad: Si quieres heredar la vida eterna, cumple los mandamientos. Es decir, ama al Señor tu Dios con toda tu alma, con toda tu mente, con todo tu ser, y al prójimo como a ti mismo.

         Según esto, Jesús convierte al prójimo en sujeto paciente y en objeto de amor. Es decir, como aquel a quien hay que amar. ¿Y cómo? Como a uno mismo.

         De ahí que la pregunta del letrado (¿y quién es mi prójimo?) estaba ya de más, no necesitaba haber sido formulada (pues lo había dicho ya Jesús: aquel a quien debo amar como a mí mismo) y no pretendía sino una sola cosa: Pretender aparecer como justo.

         El letrado parece esperar que Jesús le enumere a una serie de prójimos, tanto de proximidad como de parentesco, amistad, raza, afinidad... o desamparados, como los huérfanos y viudas. Y por eso su pregunta está de más, porque no sólo ha recibido ya la respuesta de Jesús (todo aquel a quien...), sino que su pregunta lleva implícita una exigencia de limitación (pues definir al prójimo es distinguirlo del no-prójimo y, por tanto, verse eximido de la obligación de amar a éste, puesto que no es mi prójimo).

         Por eso Jesús transforma el concepto prójimo, pasándolo de la voz pasiva a la activa a través de una parábola que se cierra con esta pregunta: ¿Cuál de estos tres (el samaritano, el sacerdote y el levita) te parece que se portó como prójimo del que cayó en manos de los bandidos?

         En su respuesta, y tras haber escuchado la parábola, el letrado no parece advertir el cambio dado por Jesús a su pregunta inicial, pues ¿no se trataba de saber quién era el prójimo? ¿Cómo dice ahora ¿quién se portó como prójimo? Es decir, que el prójimo no era ya el salvado, sino el salvador. El letrado se ha tragado la audaz transformación operada de Jesús, y sin saber ni lo que responde, contesta: El que practicó la misericordia con él.

         Jesús ha concluido su transformación del concepto prójimo, y con una invitación escueta le interpela: Anda, haz tú lo mismo. Es decir, sé tu ahora el prójimo del caído, aproximándote a él y no él a ti.

         Así, la pregunta equivocada del letrado (¿y quién es mi prójimo?) fue transformada por Jesús en esta otra: ¿De quién soy yo prójimo? De antemano, yo he de ser el prójimo (el próximo) de todo ser humano, acercándome a él y amándolo como a mi mismo. Así que no podemos cerrar los ojos a nadie, ni excluir a nadie de la lista, si lo que queremos es heredar la vida eterna.

         En tierra de atracadores, bandidos y estafadores, todo es posible, y aquel samaritano pudo haber caído en manos malvadas durante su ejercicio de proximidad al caído del camino. Pero eso va también incluido en el ejercicio de la misericordia, que no repara en riesgos sino que los asume, pues ¿dónde no los hay? A veces habrá que asumir riesgos, y ser valientes, y dejar a un lado el exceso de prudencia, si lo que queremos es realmente aproximarnos a los demás y crear proximidad con los demás.

         Aquel sacerdote y levita creyeron tener razones para no aproximarse al apaleado, pero estaban equivocados por su errónea concepción religiosa. El samaritano no reparó en su pérdida de tiempo (en llegar tarde a sus compromisos), ni en falsas prudencias (detenerse en una cuneta peligrosa), ni en sus miedos (a sufrir también él un nuevo apaleamiento).

         El levita sí reparó en su dignidad (que le impedía rebajarse a trabajos manuales), y el sacerdote en su concepto de pureza legal (que le obligaba evitar el contacto con los muertos). Pero todo esto eran excusas, que para nada legitimaran que, al verlo, dieron un rodeo y pasaron de largo.

         Ese rodeo es, sin duda, muy significativo, pues seguramente aquellos religiosos no hubieran podido soportar la mirada lastimera y sufriente del herido (que les miraba entre gemidos). Quizás no quisieron comprobar la verdad de sus heridas, ni si estaba muerto o moribundo, porque su frágil y engañoso armazón de argumentos se habría venido abajo. Por eso dieron un rodeo y pasaron de largo, que es lo que hacemos todos cuando no queremos enfrentar la realidad que nos sale al paso.

         Si nos atenemos al juicio de Jesús, no podemos sino descalificar la conducta de aquellos prohombres de la religión, para tener como modélica la postura del buen samaritano, a quien su promotor presenta como modelo de conducta cristiana: Anda, y haz tú lo mismo.

JOSÉ RAMÓN DÍAZ SÁNCHEZ·CID, doctor en Teología

 Act: 06/10/25     @tiempo ordinario         E D I T O R I A L    M E R C A B A    M U R C I A