8 de Octubre
Miércoles XXVII Ordinario
Equipo
de Liturgia
Mercabá, 8 octubre 2025
a) Jon 4, 1-11
Escuchamos hoy en la 1ª lectura que cuando Jonás vio que Dios perdonaba a los habitantes de Nínive, se disgustó y se irritó mucho. Y oró al Señor diciendo: "Oh, Señor, ¿no es esto lo que yo decía cuando estaba todavía en mi tierra? Fue por eso por lo que me apresuré a huir a Tarsis".
Jonás, que se creía solamente encargado de anunciar un castigo contra Nínive, está furioso al constatar la conversión de los ninivitas. Se nos presenta, por adelantado, la reacción del hijo mayor de la parábola del hijo pródigo, irritado también al ver a su hermano reintegrado a la casa paterna. ¿No es también ésta nuestra reacción?
Por lo visto, Jonás no conocía, o no quería conocer, la "alegría de Dios", que surge al perdonar. Ni tampoco la alegría de las personas, que también saben "regocijarse con él" (Lc 15, 6-7). Y por eso pasa del pasotismo a la recriminación, incluso al mismo Dios: "Bien sabía yo que tú eres un Dios clemente y misericordioso, tardo a la ira y rico en amor, que renuncias al castigo". Efectivamente, Jonás sí sabía que el hombre era imagen de Dios, que es "clemente y misericordioso, tardo en la ira y rico en amor, renunciando a dañar y disgustar a nadie". Pero no lo aceptaba.
Jonás salió de Nínive y se sentó. Y el Señor "dispuso una planta de ricino que creciese por encima de Jonás, para dar sombra a su cabeza y librarle así de su malestar". Y Jonás se puso muy contento por aquel ricino. Una vez más, Dios demuestra a la vez su delicadeza y su humor, incluso al pobre Jonás, que con su celosa hosquedad es el más digno de compasión.
No obstante, al día siguiente, al rayar el alba, el Señor mandó un gusano a Jonás, y el gusano picó al ricino que se secó. Y al salir el sol, mandó Dios un sofocante viento del este. Jonás sufrió insolación y sintiéndose desfallecer, se deseó la muerte.
Después del imponente pez que había conducido Jonás al camino recto, vemos que ahora entra en escena un animalito, un gusano minúsculo y que ¡nos va a permitir sacar la lección final! Admiremos el arte del relato y escuchemos lo que sigue.
Dijo entonces Dios dijo a Jonás: "¿Te parece bien irritarte por este ricino? Tú sientes lástima de un ricino, por el que nada te fatigaste, que no hiciste crecer, que en una noche creció y en una noche desapareció". Evidentemente, esto es el colmo: que Jonás prefiriera ese ricino, que tan sólo le servía sombra, a la ciudad entera de Nínive.
Dios sugiere, en cambio, que la humanidad que vive en Nínive le ha costado mucha pena y trabajo. ¡Qué revelación, Señor! Pienso en la humanidad de hoy, e imagino las preocupaciones que te damos. Es muy raro para un padre o madre de familia con muchos hijos que éstos, un día u otro no le aporten serios problemas. ¡Y tú, Señor, Padre de tantos hijos amados!
De ahí que Dios incitase a Jonás: "¿Y no voy a tener yo lástima de Nínive, la gran ciudad, en la que hay más de 120.000 personas que no distinguen su derecha de su izquierda, y de una gran cantidad de animales?". Efectivamente, Dios ama, y Dios quiere la vida y la felicidad de sus hijos.
Noel Quesson
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Jonás se muestra hoy, en la 1ª lectura, como el modelo del anti-profeta, al mostrar sin pudor un corazón mezquino que se opone, de forma impresentable, al perdón de Dios. No obstante, la conclusión de eso no se hace esperar, y Jonás acaba depresivo y hasta deseándose la muerte.
Pero ¿cómo puede irritarse un profeta de que la gente se convierta a Dios y que éste les perdone? ¿Cómo puede reprochar a Dio que "eres compasivo y te arrepientes de tus amenazas"?
La Parábola del Ricino que se seca es la respuesta de Dios, irónica y expresiva: a Jonás le sabe mal que se seque aquella planta que era la que le daba un poco de sombra. ¿Y se extraña de que a Dios le duela que se vaya a perder todo un pueblo como el de Nínive, que también son criaturas de Dios?
Seguramente nuestra actitud no será tan ridícula como la de Jonás. Recordemos que el relato es caricaturizado, porque su autor quiere dejar mal a los judíos en su cerrazón, en contraste con los paganos que sí se convierten a Dios. El que queda mal, en la historia, es el pueblo judío, que no supo realizar su papel de "mediador de bendición para todos los pueblos", como Dios le había anunciado a Abraham, y se encerró en su propio egoísmo.
Pero algo de la actitud de Jonás, con sus depresiones y sus pataletas infantiles, nos puede pasar a nosotros: ¿nos sabe mal que no caigan los castigos de Dios sobre los que juzgamos corruptos y malvados? Jonás anunció el castigo y luego resultó que Dios perdonó, y eso es lo que le sabe mal, pero ¿se trata de quedar yo bien, como anunciador de desgracias, o de que se salve la gente?
Reaccionaríamos como Jonás si fuéramos de corazón mezquino y egoísta, que sólo queremos el bien para nosotros mismos, y que los demás reciban su merecido. ¿Nos cuesta perdonar?, ¿Nos sabe mal que Dios perdone? ¿O que la oveja descarriada entre de nuevo en el redil sin castigo? ¿O que el hijo pródigo sea recibido con fiesta y todo? ¿O que el buen ladrón alcance el Reino en el último momento?
Apliquémonos con humildad el apólogo del ricino, en que Dios aparece preocupado de que no se le pierda un pueblo tan numeroso. ¡Qué hermosa excusa da Dios, qué elegante capote lanza a la maldad de Nínive: "No distinguen la derecha de la izquierda". No se han enterado, no saben, no tienen tanta culpa como parece. ¡Y hasta se preocupa de "la gran cantidad de ganado" que se va a perder!
¿Sabemos disculpar nosotros a la juventud y a la sociedad, por no tener la fe que nosotros desearíamos? ¿Es que puede tener tanta culpa una persona por no creer, con las ventoleras que le marean en este mundo y la poca formación que ha recibido? Creamos en el amor de Dios, "bueno y clemente, rico en misericordia con los que le invocan". Y tengamos también nosotros un corazón más abierto y tolerante para con este mundo.
José Aldazábal
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El fragmento de la 1ª lectura de hoy nos recuerda la actitud rebelde de Jonás, que quería que Nínive fuera condenada y no perdonada. Y también la actitud del Señor, que le pedía que contribuyera a su conversión, pues malo es luchar con Dios, en rebeldía. La actitud de Jonás es sorprendente. Pero vale la pena repensarla.
Efectivamente, Jonás es obligado por Dios a ir a Nínive, aunque sea a regañadientes, y a predicar allí la destrucción de la ciudad por su ingratitud (como si no cupiera la conversión). Pero ahora resulta que Nínive (perdonada) sobrevive a la catástrofe. Esto irrita a Jonás, pues ¿dónde está la formalidad de un Dios que deja mal a su profeta?
Cierta soberbia anda por medio del corazón de Jonás, y la soberbia no es buena consejera. ¿No era él, Jonás, un mensajero de Dios, para intentar la salvación del pueblo?
Además de eso, Jonás no está de acuerdo con el juicio o criterio que Dios aplica. ¿Cómo es eso de que el poder del Señor se torne misericordioso con unas gentes que han dado pruebas de su infidelidad e inmoralidad? Hay que decir a Dios que sea más riguroso y consecuente en sus actos.
El camino que nos lleva a la perfección puede causarnos demasiados problemas; pues, por desgracia, a veces no entendemos sino a base de grandes golpes que nos sientan a reflexionar sobre lo que en realidad es Dios y lo que nos imaginamos, equivocadamente de él.
A veces no quisiéramos dejar actuar a Dios; más aún: quisiéramos un Dios a la medida de nuestros intereses, de nuestros pensamientos, de nuestros egoísmos religiosos para manipularlo a nuestro antojo. Pero Dios se escapa de cualquier trampa que le tendamos y nos manifiesta que, así como él ama a todos sin distinción, así hemos de amarnos unos y otros.
¡Qué alegría tan grande hay en el cielo por un sólo pecador que se convierte! Pero el hermano mayor siempre se enoja porque el hermano menor retorna a casa, derrotado por sus anhelos equivocados, sin darse cuenta que también él ha sido derrotado por sus imaginaciones equivocadas acerca de aquellos que son amados de Dios.
A veces nos entristecemos más porque desaparece aquello que nos daba seguridad, como el dinero y los bienes materiales, que porque muchos, lejos del Señor, viven al borde de perderse para siempre. Jesucristo nos ha enviado a salvar todo lo que se había perdido, y por eso no podemos condenar a nadie, sino buscar a quienes desbalagaron en una noche de tinieblas y oscuridad; y buscarles hasta encontrarles, cargarlos sobre nuestros hombros y haciendo que puedan recuperar la paz y la alegría, y así volver a Dios.
Dominicos de Madrid
b) Lc 11, 1-4
Escuchamos hoy una nueva secuencia, perfectamente marcada por: 1º el nuevo escenario (cambio de decorado), pues "sucedió que él se encontraba orando en cierto lugar" (v.1a); 2º unos nuevos personajes (Jesús y los discípulos), pues "uno de sus discípulos le pidió" (v.1b), y 3º una nueva temática (la oración), pues ese discípulo le pidió "enséñanos a orar" (v.1c).
Los discípulos no han participado en la oración de Jesús ("mientras él se encontraba orando"), pero sienten la necesidad de tener unas formas de orar parecidas a las del Bautista ("enséñanos a orar, como Juan"). Este ya había hecho escuela, pero Jesús todavía no. Y sus discípulos quieren unas formas rígidas, que llenen las horas del día y de la noche, que den solidez e identidad al grupo que se está constituyendo.
La oración de Jesús, o no la han comprendido o no la comparten (no le piden que les enseñe a orar como él lo hace). Quieren aprender unas formas como las que Juan enseñó a sus discípulos. Jesús contrasta esta forma de orar ritualizada con una oración de compromiso personal: "Cuando oréis, decid: Padre" (v.2a). Inaugura una forma de orar inaudita.
La oración judía oficial se realizaba en el Templo de Jerusalén, el lugar por excelencia, pero hoy Jesús convierte el sitio donde se encuentra en lugar adecuado para la oración ("mientras él se encontraba orando en cierto lugar"). Por 1ª vez hay quien se dirige a Dios con confianza filial: Abba (lit. Papá). Jesús introduce un cambio profundo en la relación del hombre con Dios.
Todas las religiones, incluyendo la religión judía (AT), rezan a un Dios lejano, al que tratan de aplacar. Pero Jesús sustituye la verticalidad por la horizontalidad: Dios es Padre. A diferencia de Mateo ("Padre nuestro"), Lucas no pone el acento en el aspecto comunitario.
En la 1ª parte de la secuencia el centro es el Padre, en contraste con el Dios del AT: que "se proclame que ese nombre tuyo es santo" (v.2b), que las "buenas obras" de la Iglesia hagan que la humanidad proclame su santidad (en vez de la blasfemia), que "llegue tu reinado" (v.2c). Jesús quiere que el reinado de Dios se extienda a todo hombre, y que la Iglesia lo haga presente con su estilo de vida.
Pide también Jesús al Padre "nuestro pan del mañana, cada día" (v.3), es decir, que lo que parecía reservado para el mañana (mentalidad escatológica) se anticipe ya ahora (en la eucaristía). Hablar de "la otra vida" es propio de todas las religiones, pero Jesús habla de hoy, y de que el reino de Dios tiene que ir construyéndose cada día.
Pide Jesús al Padre que "perdone nuestros pecados, pues también nosotros perdonamos a todo deudor nuestro" (v.4a). Respecto al hermano no hay pecado, sino que hay una deuda. La Iglesia se anticipa en el perdón y amor al prójimo, para forzar el perdón de Dios.
Pide también Jesús al Padre "no nos dejes ceder a la tentación" (v.4b). La Iglesia no ha de ceder a las pretensiones nacionalistas y religiosas del Tentador. Es el peligro que la amenazará en todo momento. Jesús superó todas las 3 pruebas en el desierto, y la Iglesia pide poder hacer otro tanto en el desierto de la sociedad, sin ceder a las tentaciones del Maligno bajo capa de providencialismo (irresponsable) o ambición (de gloria u ostentación).
Josep Rius
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La práctica habitual de la oración por parte de Jesús lleva a uno de sus discípulos a pedirle que les enseñe a orar, como Juan enseñó a los suyos. Jesús les enseña la oración que conocemos como el Padrenuestro, de la que Lucas presenta una versión abreviada con relación a Mateo. Debe observarse, no obstante, que la traducción de Padre nuestro que se conserva en la liturgia tiene serios errores, que sería bueno subsanar.
La primera novedad de esta oración es que Jesús nos invita a dirigirnos a Dios como a un padre y a que anunciemos a los cuatro vientos ese nombre nuevo de Dios ("proclámese ese nombre tuyo"). El texto de la oración que rezamos dice "santificado sea tu nombre", expresión cuyo significado es difícil de determinar. A ese Padre Dios le pedimos que llegue su reinado, o lo que es igual, que reine sobre nosotros y sobre la comunidad cristiana en la que no deben reinar otros señores.
La traducción que rezamos dice "venga a nosotros tu reino", expresión que ha dado lugar a imaginar que un día vendrá sobre nosotros el reino de Dios, como si se tratase de una realidad sobrepuesta a nuestro mundo. La oración que rezamos prosigue: "Nuestro pan de cada día dánoslo hoy", separándose también de la traducción correcta del texto griego que dice nuestro pan del mañana dánoslo cada día, esto es, que el banquete anunciado para los tiempos mesiánicos por los profetas se haga realidad en la comunidad presente, que celebra la eucaristía.
Quienes comen juntos como hermanos y celebran la eucaristía deben mostrarlo en el perdón fraterno, como garantía y prueba del perdón que recibimos de Dios (perdónanos nuestros pecados, que también nosotros perdonamos a todo deudor nuestro). La traducción actual dice "perdónanos nuestras ofensas", como si Dios pudiera ser ofendido con nuestro comportamiento.
Finalmente, pedimos a Dios no caer en la tentación, la triple tentación que Jesús venció desde el principio de su ministerio: la de no actuar sin atender al plan de Dios (di que esas piedras se conviertan en pan), la de la ambición de gloria y de poder ("te daré toda esa autoridad y su gloria si me rindes homenaje") y la de no caer en el providencialismo irresponsable ("tírate de aquí abajo, porque está escrito"). Qué pena que la oración cristiana por excelencia esté mal traducida.
Juan Mateos
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Hoy vemos cómo uno de los discípulos le dice a Jesús: "Señor, enséñanos a orar, como enseñó Juan a sus discípulos" (v.1). La respuesta de Jesús fue apoteósica: "Cuando oréis, decid: Padre, santificado sea tu nombre, venga tu reino, danos cada día nuestro pan cotidiano, y perdónanos nuestros pecados porque también nosotros perdonamos a todo el que nos debe, y no nos dejes caer en tentación" (vv.2-4). Una oración que bien pudiera ser resumida con una frase: la correcta disposición para la oración cristiana es la disposición de un niño delante de su padre.
Vemos enseguida que la oración, según Jesús, es un trato del tipo padre-hijo. Es decir, es un asunto familiar basado en una relación de familiaridad y amor. La imagen de Dios como padre nos habla de una relación basada en el afecto y en la intimidad, y no de poder y autoridad.
Rezar como cristianos supone ponernos en una situación donde vemos a Dios como padre y le hablamos como sus hijos. Orar es hablar con Dios, hablar de ti, dar gracias y hacer peticiones. Y sobre todo amor y desagravio. En 2 palabras: conocerse y tratarse.
Cuando los hijos hablan con sus padres se fijan en una cosa: transmitir en palabras y lenguaje corporal lo que sienten en el corazón. Llegamos a ser mejores mujeres y hombres de oración cuando nuestro trato con Dios se hace más íntimo, como el de un padre con su hijo. De eso nos dejó ejemplo Jesús mismo. Él es el camino.
Y si acudes a la Virgen, maestra de oración, ¡qué fácil te será! Pues como ya decía Juan Pablo II, "la contemplación de Cristo tiene en María su modelo insuperable. El rostro de Hijo le pertenece de un modo especial. Y nadie se ha dedicado con la asiduidad de María a la contemplación del rostro de Cristo".
Austin Chukwuemeka
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Hoy nos instruye el Señor sobre la oración. Más precisamente, nos enseña la oración propia de la comunidad de Jesús, es decir, el Padrenuestro, una oración que ha venido a llamarse el "compendio del evangelio". En la fórmula que nos propone el evangelista Lucas faltan algunas de las peticiones que recitamos habitualmente, pero está recogido lo esencial. Destacamos 2 puntos.
El 1º punto es la fuerte tensión hacia el cumplimiento. Los profetas remitían al día en que Dios santificaría su nombre ante todo el pueblo y ante todas las naciones. En ese día acabaría el exilio de Israel, porque Dios congregaría a los suyos, dispersos entre las gentes. En ese día, Dios establecería su reinado. En ese día, Dios "arrancará el velo que cubre a todos los pueblos y el paño que tapa a las naciones, y preparará para todos los pueblos un festín de manjares suculentos".
El 2º punto es esa especie de compromiso que adoptamos en la petición referente al perdón de los pecados. La venida del reino de Dios es un don que desciende verticalmente del Padre que está en los cielos; pero nosotros no somos simples sujetos pasivos. Eso es justamente lo que distingue la espera de la esperanza. La espera es un aguardar que se cumpla algo que no depende de nosotros: esperamos la llegada del tren (no somos los maquinistas); esperamos que llegue pronto el buen tiempo (no está en nuestra mano el traerlo).
La esperanza es, sin embargo, activa. Uno pone buenamente lo que está de su parte, por poco que sea. Una joven pareja espera que su matrimonio no fracase, pero no lo ha de fiar todo de la buena estrella o la buena suerte; ha de hacer lo posible por que la unión se consolide, aunque sabe que pueden aparecer circunstancias ajenas a su control que acaso dificulten este propósito. Este esperar no es ya el de la mera espera, sino el de la esperanza activa.
La venida del Reino depende totalmente de Dios, y es gracia suya. Pero nosotros tomamos parte en esta venida con varios gestos: la petición de esa venida, el buen empleo de los talentos (Mt 25, 14-30) y el perdón ofrecido al ofensor o a quien nos debe algo.
Un dicho rabínico es a este respecto pertinente, y nos ayuda a ahondar en este apunte: "Rab dijo: El mundo debe crearse exclusivamente en orden a David. Y Semuel dijo: En orden a Moisés. Y rabí Yohanán dijo: En orden al Mesías". Un apunta cuya interpretación la aportan Levinas y Lohfink:
"David, tenido por el autor de los salmos, representa la oración, la alabanza y adoración a Dios; con éstas se alcanza el sentido de la creación. Moisés representa la Torah, porque la mera oración puede ser palabrería biensonante pero hueca; la creación sólo alcanza su finalidad si se da la seriedad de la moral. Yohanán acepta lo anterior, pero añade que para que la creación llegue a su plenitud necesita al Mesías como asistente todopoderoso. Sólo en la plenitud de un pueblo mesiánicamente transformado resplandece el sentido de la creación".
El Padrenuestro es la oración que el Mesías ha dado a su comunidad. En él se ensamblan la alabanza, la petición y el compromiso moral de este pueblo. Oremos el evangelio, oremos el compendio del evangelio.
Pablo Largo
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El Padrenuestro es el resumen orante y actuante de toda la vida cristiana, y el resumen de todo el evangelio. Muchos consideran el Padrenuestro como la síntesis de la predicación y práctica de Jesús, pues vida de Jesús fue eso: el Padre y el pueblo (Padre-nuestro).
Toda la práctica y predicación de Jesús consistió en esto: hacer la voluntad del Padre, que consiste en construir su Reino en medio de nosotros, para que así sea santificado por todos su nombre y todos los seres humanos, que formamos el gran pueblo de Dios podamos tener vida en abundancia, gracias a que adquirimos como don y como lucha lo que necesitamos para vivir con dignidad (pan), crecemos en la vida comunitaria y solidaria (perdón), superamos egoísmos e individualismos (tentaciones) y nos liberamos de aquello que nos oprime (mal).
En el Padrenuestro encontramos una correcta relación y articulación entre la causa del Padre y la causa del pueblo, entre Dios y los seres humanos, entre el cielo y la tierra. La 1ª parte del Padrenuestro se refiere a la causa de Dios Padre: la santificación de su nombre, su reinado y su voluntad. La 2ª parte concierne a la causa de los seres humanos: el pan necesario, el perdón indispensable, la tentación siempre presente y el mal continuamente amenazador.
Ambas partes forman una unidad en la práctica y predicación de Jesús, enseñándonos que Dios no se interesa sólo de lo que es suyo (su nombre, su reinado, su voluntad), sino que se preocupa por lo que es propio del pueblo (su pan, su perdón, la tentación, el mal). En pocas palabras, en la oración del Padrenuestro, la causa de Jesús no es ajena a la causa del pueblo, y la causa del pueblo no es extraña a la causa de Dios.
Fernando Camacho
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Cuando hubo terminado Jesús de rezar, uno de sus discípulos le pidió: "Señor, enséñanos una oración, como Juan enseñó a sus discípulos". En efecto, Juan Bautista les había enseñado a rezar en el contexto que era el suyo: la fiebre de la última y próxima espera del Mesías. Pero los discípulos quisieron también tener también una oración salida de los labios de Jesús.
Jesús les dijo: "Cuando recéis decid: Abba, Padre nuestro". He aquí la oración que surgió de Jesús.
Es muy interesante notar las diferencias entre el Padrenuestro relatado por san Mateo (Mt 6, 9) y el que nos relata aquí Lucas. Seguramente uno y otro propusieron el texto usado en sus comunidades respectivas, a menos que el mismo Jesús hubiera dado, en diversas ocasiones, varias versiones (a la vez diferentes y a la vez semejantes). Hoy tenemos que volver a descubrir esa diversidad de las liturgias, en la unidad de fondo: 7 peticiones según Mateo, y 5 peticiones según Lucas.
Mateo |
Lucas |
Padre nuestro celeste, |
Padre nuestro, |
que sea santificado tu nombre, |
santificado sea tu nombre |
que venga tu Reino, |
venga tu Reino |
que tu voluntad se haga en |
(...) |
la tierra como en el cielo. |
|
El pan nuestro de cada día |
danos cada día |
dánoslo hoy, |
nuestro pan cotidiano, |
perdónanos nuestras deudas |
perdónanos nuestros pecados |
como nosotros perdonamos |
porque también nosotros perdonamos |
a nuestros deudores. |
a todo el que nos debe. |
Y no nos dejes caer en |
Y no nos dejes caer |
la tentación, |
en la tentación. |
mas líbranos del mal. |
(...) |
Noel Quesson
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La vida de Jesús, su alma misma, su programación misionera, quedaron enmarcadas para todos los tiempos en la oración más hermosa: el Padrenuestro. La oración de Jesús no es un rezo, ni una fórmula infantil, ni una nueva doctrina. Sino que la oración de Jesús es, ante todo, un proyecto: su proyecto mismo de vida.
Los apóstoles fueron los primeros en admirar cómo oraba Jesús en permanente diálogo con el Padre; ellos estaban muy preocupados porque no tenían una forma propia de orar. Ni una oración que los distinguiera de los demás grupos religiosos. Ellos solamente sabían las oraciones de todo judío piadoso, pero necesitaban una oración que los caracterizara como discípulos de Jesús, como familia de Dios y como llamados al Reino.
Fue entonces cuando Jesús les enseñó el Padrenuestro, que no solamente es una oración digna de ser puesta en nuestros labios, sino que nos da el estilo y los criterios para que toda oración se auténtica. Cuando Jesús ora no solamente dice palabras bonitas. La oración para Jesús es un momento clave de confrontación entre su vida y el proyecto del Padre, y eso es en definitiva el Padrenuestro.
Los cristianos estamos acostumbrados a rezar. No podemos negar que muchos cristianos oran, pero por lo general cuando oramos, vivimos pidiendo. Con la oración, con la eucaristía y con todos los actos religiosos que hacemos acontece a veces como que queremos manipular a Dios, y con frecuencia somos sólo nosotros los que pedimos a Dios, y no dejamos que Dios nos pida a nosotros.
Como Jesús, cada vez que oremos hemos de confrontarnos con el reino de Dios. Esta sería la genuina forma de orar. No podemos hacer de la oración un espacio de escape a la realidad, ni un momento de manipulación y de promesas falsas a Dios. La oración tiene que producir frutos en la vida personal y comunitaria, así como lo hizo Jesús.
La oración del Padrenuestro, es la vida misma de Jesús, hecha oración. Debe seguir siendo nuestra oración principal, para que seamos interpelados por los sentimientos mismos de Jesús. Porque el Padrenuestro es, en definitiva, la oración del reino de Dios.
Severiano Blanco
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En el camino de Jesús a Jerusalén, también se va describiendo el camino de sus seguidores en su vida de fe. Si ayer era la escucha de la palabra de Dios lo que recomendaba Jesús, hoy y mañana nos enseña la importancia de la oración.
El Padrenuestro del evangelio de Lucas es menos desarrollado que el de Mateo, y contiene 2 peticiones referentes a Dios ("santificado sea tu nombre" y "venga tu reino", al tiempo que Mateo añade "hágase tu voluntad") y 3 para nosotros ("danos el pan", "perdona nuestros pecados" y "no nos dejes caer en la tentación", al tiempo que Mateo añade "líbranos del mal").
Los especialistas dicen que es más fácil pensar que Mateo haya añadido matices, más que Lucas los haya suprimido. Por tanto, la versión de Lucas podría considerarse más cercana a lo que dijo Jesús. Todavía hay otra versión del primer siglo, la de la Didaché, que añade una doxología final ("tuyo es el reino"), que nosotros también decimos en la misa como conclusión del Padrenuestro.
No importan mucho estas diferencias en el texto. Nosotros rezamos la forma eclesial, la que la Iglesia ha creído más conveniente poner en labios de sus fieles, teniendo en cuenta la de las otras confesiones cristianas y también la traducción que más ayude a rezar en común a todos los que utilizan la misma lengua, como en el caso del castellano (que desde 1988 se unificó para los 580 millones de hispanohablantes, a lo largo de 32 países de habla hispana).
A Jesús le pidieron que les enseñara a rezar porque le vieron rezando a él. Él es el mejor modelo: él, que se dedicaba continuamente a evangelizar y atender a las personas, pero que también oraba, con una actitud filial de comunión con el Padre. Rezamos muchas veces el Padrenuestro, y por eso tiene el peligro de que la rutina no nos permita sacarle todo el gusto espiritual que merece. Es la más importante de las oraciones que decimos, la que nos enseñó el mismo Jesús.
El Padrenuestro es una oración entrañable, que nos ayuda a situarnos en la relación justa ante Dios, pidiendo ante todo que su nombre sea glorificado y que se apresure la venida de su Reino. El centro de nuestra vida es Dios. Luego pedimos por nosotros: que nos dé el pan de nuestra subsistencia, nos perdone las culpas y nos dé fuerza para no caer en la tentación.
Es nuestra oración de hijos. Lucas trae como invocación inicial una sola palabra: Padre, que la comunidad primera conservó cariñosamente, recordando que Jesús llamaba a Dios Abbá. Mateo añade lo de "nuestro, que estás en los cielos".
Hoy haríamos bien en decir el Padrenuestro por nuestra cuenta, despacio, saboreándolo, por ejemplo después de la comunión, creyendo lo que decimos. Además, tendríamos que enseñar a otros a rezarlo con fe y con amor de hijos. Las demás oraciones son glosas, comentarios, no tan importantes como ésta. A los hijos de una familia, a los niños de la catequesis, les tenemos que iniciar en la oración sobre todo "orando con ellos", no tanto "mandándoles que recen", y precisamente con estas palabras que nos enseñó Jesús.
Si tenemos la sana costumbre de hacer alguna lectura de tipo espiritual a lo largo del día, podemos hoy leer los comentarios del Catecismo de la Iglesia Católica (CIC, 2759-2865) a las peticiones del Padrenuestro, en los que presenta esta oración como "corazón de las sagradas Escrituras", "la oración del Señor y oración de la Iglesia" y el "resumen de todo el evangelio".
José Aldazábal
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Señor, enséñanos a orar. La oración es el diálogo del hombre con Dios. He aquí la grandeza de la oración. Jesús enseñó a sus discípulos la más grande de las oraciones, el Padrenuestro. En esta oración de Jesús se da una relación filial del hombre con Dios.
Hablar como hijos y no como siervos ante alguien desconocido, decir Padre a Dios. "Padre nuestro" es el Padre que nos espera ansioso en la casa, como el Padre del hijo pródigo; es el Padre que nos da el pan diario, que es su Hijo en la eucaristía, como lo dio en el desierto a los israelitas, para alimentar a los peregrinos de este mundo.
Pedir con insistencia y con la fe de que recibiremos, así debemos pedir como nos enseña Jesús. Lo primero es fácil, siempre pedimos por nuestras necesidades, por el trabajo, por el hijo enfermo... Pero pedir con fe, no es así de fácil. La fe requiere confianza y es una virtud que no se practica mucho en nuestro tiempo. Si tuviésemos la fe como un granito de mostaza diríamos a un árbol "plántate en el mar" y así sería.
También hay que pedir por la fe, como aquel padre que pedía por su hija enferma: "Señor, creo, pero aumenta mi fe". Aunque Jesús "ya sabe lo que necesitamos, antes de pedirlo".
Luis Felipe Nájar
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Lo que más me impresiona del fragmento de hoy es que Jesús aparece orando "en cierto lugar". Su acción despierta un deseo ("Señor, enséñanos a orar"), y ese deseo convoca de nuevo a la acción ("Cuando oréis, decid"). ¿Por qué ora Jesús? ¿Por qué a veces se retira y otras se acerca? ¿Por qué es necesario decir: "Padre, santificado sea tu nombre"?
Jesús ora porque necesita viajar al centro de su experiencia filial, porque necesita respirar el cariño de su Abbá. Jesús es el gran experto del "viaje al centro". Y desde el centro, se conecta con todos y con todo. Sé que estas expresiones pueden malentenderse en tiempos en que hemos hablado, más bien, de la necesidad de viajar la periferia. No hay contradicción.
Cuando hablo de centro me refiero al núcleo de la persona, su alma y corazón. Viajar al centro es viajar al santuario de nuestra identidad, en el que descubrimos a Dios, nos descubrimos a nosotros mismos de un modo nuevo, nos vinculamos a los demás en la raíz y nos insertamos en el mundo. Por eso orar es como respirar.
Naturalmente este viaje, como todas, necesita algunas señales. La petición de los discípulos es la que nosotros mismos formulamos cuando alguien nos habla de lo importante que es orar: "Enséñanos a orar". El Padrenuestro es un maravilloso y sencillo mapa para viajar al centro. En la versión de Lucas, nos lleva al centro a través de 4 peticiones esenciales: el reino, el pan, el perdón, la preservación de la tentación.
Os invito a que hoy miércoles repitamos estas peticiones en contextos diferentes: en casa, en la calle, en la iglesia. Dejemos que el Espíritu de Jesús nos conceda el don de saber orar como conviene. Dejemos que él sea el pedagogo que nos enseñe a orar como Jesús.
Gonzalo Fernández
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El Señor, mediante la oración, nos enseña a relacionarnos con Dios no sólo como criaturas, sino como hijos suyos. En la oración del Padrenuestro estamos aceptando el compromiso de reconocer que Dios no es Padre exclusivo de un grupo, pues no decimos, por ejemplo, Padre de los cristianos, sino Padre nuestro, Padre de todos.
Santificamos el nombre de Dios no sólo cuando le rendimos culto, sino cuando, por nuestras buenas obras, elevamos hacia Él una continua alabanza a su santo nombre. Su Reino sólo vendrá a nosotros cuando se haga realidad su amor en nuestros corazones, amor que nos una a todos sin distinción, como Dios nos quiere.
El "pan nuestro de cada día" lo pedimos sin querer entregar nuestro corazón a los bienes materiales, pues bástele a cada día sus propias preocupaciones; y si el Señor nos concede más de lo que necesitamos que sea para que sepamos compartir con los pobres lo que el Señor nos ha confiado.
Cuando veamos que la unidad está en riesgo de perderse a causa de nuestra fragilidad que nos arrastra a ofender a los demás, o a ser ofendidos por ellos, hemos de pedir a Dios que nos perdone, con un arrepentimiento sincero que nos lleve a restaurar nuestras relaciones de hijos con Dios y nuestras relaciones fraternas con nuestro prójimo.
Finalmente le pedimos a Dios que "no nos deje caer en tentación", que vele por nosotros, que nos fortalezca con su Espíritu para que, a pesar de nuestras fragilidades e inclinaciones al mal, permanezcamos firmes en hacer el bien; entonces la victoria de Cristo sobre el Maligno será también nuestra victoria.
Así, vislumbramos que el Padrenuestro no es sólo una oración para recitarla de memoria, sino una oración que ha de recitarse con el compromiso de la vida diaria hecha testimonio de la presencia del Señor en nosotros, que nos lleva a vivir unidos como hermanos, libres de maldades, egoísmos y odios, en torno a nuestro Dios y Padre, manifestando así que ya desde este mundo hemos dado inicio al reino de Dios entre nosotros.
En esta eucaristía nos hemos reunido, libres de odios y de rivalidades en torno a nuestro Padre Dios, unidos mediante una misma fe y un mismo Espíritu que nos hace tener un sólo corazón por nuestra unión a Cristo, cabeza de la Iglesia.
El Señor nos hace hoy una fuerte llamada a la unidad; nos invita a reconocer que somos pecadores y frágiles; pero también nos invita a confiar en la ayuda, en la fuerza que nos viene de lo alto: el Espíritu que Dios ha derramado en nuestros corazones. Mientras nos dejemos conducir por el Espíritu de Dios, el Señor hará su obra en nosotros, y desde su Iglesia hará que la salvación llegue a todas las personas sin distinción alguna.
José A. Martínez
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Los discípulos le dijeron con toda sencillez a Jesús: "Señor, enséñanos a orar" (Lc 11, 1-4). Y de sus mismos labios aprendieron el Padrenuestro, una oración en la que, como decía Juan Pablo II, "hay una sencillez tal, que hasta un niño la aprende; y hay una profundidad tal, que se puede consumir una vida entera en meditar el sentido de cada palabra".
La 1ª palabra que pronunciamos, por expresa indicación del Señor, es Abba (lit. Padre). El mismo Dios que trasciende absolutamente todo lo creado está muy próximo a nosotros, es un Padre estrechamente ligado a la existencia de sus hijos, débiles y con frecuencia ingratos, pero a quienes quiere tener con él por toda la eternidad. Hemos nacido para el cielo, y "cuando llamamos a Dios Padre (decía San Cipriano, en su Tratado de la Oración) nuestro, tenemos que acordarnos que hemos de comportarnos como hijos de Dios".
Cada vez que acudimos a nuestro Padre, él nos dice: "Hijo mío, tú estás siempre conmigo, y todo lo mío es tuyo" (Lc 15, 31). Ninguna de nuestras tristezas, de nuestras necesidades, le deja indiferente. Si tropezamos, él está atento para sostenernos o levantarnos.
Ya el mismo Jesús nos había enseñado antes la manera de tratar con nuestro Padre Dios: con una conversación filial y personal, en el secreto de la casa (Mt 6, 5-6), discreta (Mt 6, 7-8), humilde, como la del publicano (Lc 18, 9-14), constante y sin desánimo, como la del amigo inoportuno (Lc 11, 5-8; 18, 1-8) y penetrada de confianza en la bondad divina (Mc 11, 23), pues Dios es un Padre conocedor de las necesidades de sus hijos, y nos da no sólo los bienes del alma, sino también lo necesario para la vida material (Mt 7, 7-11). Padre mío, enséñanos y enséñame a tratarte con confianza filial.
Tenemos derecho de llamar Padre a Dios si tratamos a los demás como hermanos, especialmente a aquellos con quien nos unen lazos más estrechos, con los que más nos relacionamos, con los más necesitados y con todos. Pues como señala San Juan Crisóstomo: "No podéis llamar Padre nuestro al Dios de toda bondad si conserváis un corazón duro y poco humano, pues, en tal caso, ya no tenéis en vosotros la marca de bondad del Padre celestial". La oración del cristiano, aunque es personal, nunca es aislada. Decimos Padre nuestro, e inmediatamente esta invocación crece y se amplifica en la comunión de los santos.
Francisco Fernández
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En el evangelio de hoy, los discípulos hacen una petición a Jesús: "Señor, enséñanos a orar". La oración es el gran deporte (entrenamiento) y la gran disciplina (competición) del cristiano. Algo que recordará el mismo Jesús en el huerto de Getsemaní: "Vigilad y orad para que no caigáis en tentación". Él es nuestro entrenador, y hoy nos ofrece la fórmula perfecta para llegar hasta el final de la competición: el Padrenuestro.
En dicha oración encontramos los elementos que deben caracterizar toda oración de una auténtico cristiano. Se trata de una oración dirigida a una persona: al Padre, al que alabamos como Dios y del que anhelamos la llegada de su Reino.
También pedimos por nuestras necesidades espirituales y temporales, pedimos perdón por nuestros pecados, ofrecemos el perdón a quienes nos han ofendido, y pedimos las gracias necesarias para permanecer fieles a su voluntad. Todo ello, rezado con humildad y con un profundo espíritu de gratitud.
Ojalá que sea el Padrenuestro, la oración de todas nuestras familias, y, el reflejo de nuestras vidas como cristianos y discípulos de Jesucristo.
Clemente González
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Jesús, de nuevo me das ejemplo mostrándome la importancia de la oración. Los discípulos te miran, y quieren aprender también a rezar. Esperan a que termines tu rato de oración para pedirte: enséñanos a orar. Jesús, enséñame a orar, enséñame a tratarte, a dirigirme a ti, y al Padre y al Espíritu Santo. Y me respondes con el Padrenuestro, para que me quede claro que Dios no es un ser abstracto, lejano, ininteligible. Dios es mi Padre, y como tal he de tratarle: "Padre, santificado sea tu nombre".
Cuando oramos al Padre estamos en comunión con él y con su Hijo, Jesucristo. Y como dice el Catecismo de la Iglesia:
"Entonces le conocemos y lo reconocemos con admiración siempre nueva. La primera palabra de la Oración del Señor es una bendición de adoración, antes de ser una imploración. Porque la gloria de Dios es que nosotros le reconozcamos como Padre, Dios verdadero. Le damos gracias por habernos revelado su nombre, por habernos concedido creer en él y por haber sido habitados por su presencia" (CIC, 2781).
Jesús, tu me enseñas a pedir al Padre por todas mis necesidades espirituales y materiales, y por los demás: nuestro pan cotidiano dánosle cada día; y perdona nuestros pecados. La vida del cuerpo se alimenta de ese pan cotidiano. Pidiéndote por él, no sólo pido por todo lo material que necesito, sino también reconozco que todo lo que tengo viene de ti (casa, familia, trabajo...).
La vida del alma se alimenta de la gracia, que se obtiene en los sacramentos, la oración y las buenas obras. Trabajo bien hecho y ofrecido, obras de caridad y de servicio a los demás, etc. Y pierdo la gracia por el pecado. Por eso es tan importante pedirte perdón por mis pecados. En el Sacramento de la Penitencia se me perdonan los pecados y recibo tu gracia.
"Domine, doce nos orare", dijeron los discípulos a Jesús, a lo que el Señor respondió: "Cuando os pongáis a orar, habéis de decir: Pater noster qui es in coelis". Jesús, aunque la oración mental (la que hago ahora, hablando personalmente contigo) sea necesaria para mi vida cristiana, he de tener en mucho también la oración vocal, que consiste en repetir oraciones y fórmulas establecidas de antemano.
Entre éstas, la principal es la oración del Padrenuestro, que rezo (al menos) cada día que voy a misa. El Padrenuestro ha sido la oración vocal que tú mismo me has enseñado para dirigirme a Dios Padre. Por eso el Padrenuestro es el modelo de oración. Que no me acostumbre nunca a rezarlo. Con esta oración quiero dar a la Santísima Trinidad toda la gloria y honor que se merecen, reafirmando una vez más mi decisión de hacerlo todo para la gloria de Dios.
Pablo Cardona
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Más que enseñarnos una oración, Jesús busca hoy enseñarnos un estilo de oración. Una oración más intima en la cual podemos llamar a Dios Papá. A lo largo de la historia, la Iglesia ha propuesto a los cristianos, no solamente el Padrenuestro, sino ante todo un estilo de orar.
Uno de los elementos que surgieron ya desde e. s. XII fue el rezo del Rosario. A través de él, mientras nuestra boca se deleita en alabar a Dios, nuestra mente y corazón se elevan a Dios. Por ello los grandes santos y sobre todo los místicos han tenido el rezo del Rosario como un excelente camino hacia la contemplación.
En la meditación de los misterios, el alma dialoga con Dios, y se ve inspirada a imitarlos. Ciertamente, la oración cristiana no se agota con el rezo del Rosario. Sin embargo, ésta es la oración de los simples, de los que como María, saben que estas cosas Dios las ha escondido a los sabios y las ha revelado a lo de corazón puro. Te invito a descubrir en el Rosario un camino de meditación y de encuentro con Dios.
Ernesto Caro
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Escuchamos hoy la lección de cómo debemos orar en Cristo y con Cristo, en unos versículos tomados del evangelio de Lucas que nos insisten en que nuestra oración consiste en ponernos en manos de Dios Padre, y abogar y clamar por la presencia del Reino (de la caridad, fraternidad, justicia, pan) de cada día. Es decir, por un cambio de los corazones humanos que nos lleve a ser más amigos de Dios y de los hermanos. No hay que cultivar caprichos espirituales; hay que nutrirse de las grandes verdades del reino de Dios en el seno del misterio.
Normalmente, antes de alguna acción importante los evangelios nos presentan a Jesús orando. Y en el momento en que nos enseñará a sus discípulos a orar, él está en oración. Entonces nos hará conocer algo muy importante: orar ante Dios como hijos, pues no sólo llamamos Padre a Dios, sino que lo tenemos por Padre en verdad. En Cristo, que vuelve al Padre, el nombre divino es santificado por aquellos que han recibido el perdón de Dios y la comunicación de su Espíritu Santo.
El Señor no sólo nos alimenta con el pan de cada día, sino que nos da el Pan de vida. Él nos perdona nuestros pecados, porque es misericordioso para con todos los suyos; así hemos de aprender a perdonar a nuestro prójimo quienes nos gloriamos de ser hijos de Dios. El Señor hará que su victoria sobre el pecado y la muerte sea nuestra, especialmente en la batalla final, pues él jamás nos abandonará, sino que nos llevará sanos y salvos a su Reino celestial.
Aprendamos a orar con la confianza de hijos, sabiendo que el Señor está dispuesto siempre a concedernos todo aquello que contribuya a nuestra salvación eterna y a fortalecer nuestros lazos de amor fraterno. Por eso pidámosle a él que nos conceda su Espíritu, para que no nos presentemos ante él sólo para recitar con los labios nuestra oración, sino para entrar en una profunda relación de amor con él. Que cuando estemos ante nuestro Dios sepamos que estamos amorosamente presentes ante nuestro Padre, que jamás ha dejado de amarnos.
El Señor nos reúne hoy para enseñarnos el Padrenuestro, esa oración que no sólo escuchamos sino que cobra vida en nosotros y nos convierte en un templo digno en el que Dios habite. El Señor parte su pan para dárnoslo como alimento de vida eterna. Él está dispuesto a perdonar a todo aquel que, con humildad, se reconozca pecador en su presencia y le pida el perdón. Él nos hace participar de su victoria, gracias a que entramos en comunión de vida con él. Él se nos manifiesta como el Padre amoroso y providente que vela con gran ternura por sus hijos.
Aprovechemos este momento de gracia no sólo para pedirle al Señor cosas pasajeras, sino para aceptar su perdón, su vida y su espíritu de tal forma que en adelante vivamos totalmente comprometido con el Señor y en la construcción de su Reino entre nosotros.
No sólo podemos decirnos hijos de Dios y llamarlo Padre cuando le damos culto. Es necesario que nos comportemos como hijos suyos en la vida diaria. Si nuestra oración no nos compromete en el trabajo por la paz, por la justicia, por una vida más fraterna, no sólo hemos de revisar la intención de nuestra oración, sino aquello que fundamenta nuestra fe en Dios.
Los que hemos sido llamados para ser hijos de Dios estamos comprometidos a compartir lo nuestro con los que nada tienen; y no podemos vivir divididos como si el Dios en quien creemos fuera distinto al de los demás, o como si no fuera Padre de todos. Seamos motivo de alegría y de paz para todos, y jamás nos convirtamos en motivo de tentación, de tropiezo o de escándalo para nuestro prójimo.
Al volver a nuestras labores diarias vayamos como personas renovadas en Cristo, hechos en él hijos que aman en verdad al Padre Dios; pero hechos también hermanos que aman de un modo afectivo y efectivo a su prójimo. Que el Señor guíe nuestro pasos por el camino del bien.
Dominicos de Madrid
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La oración del Padrenuestro, propia de los discípulos de Jesús, tiene como 1ª finalidad hacernos olvidar nuestras preocupaciones más cercanas, y situarnos un poco más cerca del horizonte de Dios.
Este amplio horizonte de los intereses y preocupaciones del querer divino brota de un profundo sentimiento de intimidad, fundamentado en la relación filial de Jesús, hecha nuestra en la invocación al Padre. Esta invocación nos introduce en el ámbito familiar de Dios y nos conduce al sentido más profundo de nuestra comunicación con él.
Por ello la oración tiene por objeto principal la concreción del querer divino sobre la vida y la historia de los hombres. Por consiguiente, sólo puede tener adecuada realización en la revelación a los ojos de toda la humanidad que está ligada a la venida de su Reino.
Sólo desde ese marco pueden adquirir un adecuado sentido los intereses propios y comunitarios expresados en la oración. La realización del reino de Dios tiene como consecuencia la posibilidad de una vida digna en que sea factible el acceso al alimento de todos los días y dónde se pueda experimentar a Dios en el perdón de las deudas propio del año de gracia, conforme a la palabra de Jesús en la sinagoga de Nazaret (Lc 4, 19). Permanecer en ese ámbito de la gracia es el don que imploramos de un Dios que no nos abandona a una prueba superior a nuestras fuerzas.
Por consiguiente, la oración del discípulo no se aparta en ningún momento de la preocupación por hacer realidad el designio de salvación. Podemos hablar de una oración profética ya que con ella anticipamos la realización para todo hombre del querer salvífico de Dios.
Confederación Internacional Claretiana
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A diario rezamos al Padre con la oración que Cristo nos enseñó. Lo hacemos con mucha devoción y entrega, pero a veces, caemos en una repetición mecánica e inconsciente. Podemos convertir una oración de tanto contenido en una fórmula de saludo, despojándola de su profundo significado.
La oración de Jesús, por su brevedad y contenido, no es una estilizada forma ritual, sino una manera de iniciar la comunicación con el Padre hablando de las cosas cotidianas. En efecto, en ella entra la preocupación por el sustento y la confianza de que Dios lo otorgará conforme nuestro esfuerzo. Es una oración que se puede hacer en cualquier momento y lugar, pues no es necesario recurrir al templo ni esperar las grandes festividades.
Está dirigida a un Padre misericordioso, que se acuerda de sus hijos y los ama. Un Padre atento a cada una de las personas y, a la vez, pendiente de toda la comunidad que lo invoca. Es una oración que clama para que el Reino de justicia e igualdad se haga efectivo aquí y ahora. Que hace válida la reconciliación y el perdón de las deudas como un medio para edificar comunidad, actuando en reciprocidad con la generosidad divina.
También, no hace conscientes de las pruebas que enfrentamos a diario, y de la fuerza que Dios nos da para sobrepasarlas. La oración dirigida al Padre está llamada a ser el modo más perfecto de entrar en comunión con Dios para hablarle de nuestras preocupaciones diarias, de los proyectos de la comunidad y de la esperanza en un mundo mejor. Pero no debe convertirse en un montón de frases de cajón, que no nos conducen a la oración ni a nada.
Por ello, busquemos cómo vincular la oración del Padrenuestro a todo el contenido del evangelio, a nuestra vida diaria, a nuestra visión del futuro.
Servicio Bíblico Latinoamericano
c) Meditación
El evangelio de hoy nos muestra a Jesús orando, enseñando a orar (cuando oréis, decid...) y justificando la oración por medio de las parábolas del amigo inoportuno (que pide prestados 3 panes a su amigo y que acaba recibiéndolos, más por insistencia que por amistad) y del hijo que pide a su padre pan (y no recibe una piedra). Por eso, concluye Jesús, pedid y se os dará, lo que en este contexto equivale a "pedid, porque se os dará".
La petición resulta de tal manera eficaz, que tiene justificación en sí misma (es decir, que la eficacia justifica, por sí misma, la petición). No obstante, orar no siempre es pedir, sino también alabar y dar gracias. Es lo que explica que Jesús, antes de animar a los discípulos a rezar, les enseñe lo que es la oración: el Padrenuestro.
El Padrenuestro quiere ser una oración comunitaria, formulada en 1ª persona del plural, que debe ser rezada con la conciencia de formar parte de una gran familia, la de los hijos de Dios. Sólo desde esta conciencia puede brotar la expresión: Padre nuestro del cielo.
Jesús quiere que hagamos de Dios Padre, el que habita en los cielos, el destinatario de nuestra oración filial; porque se trata de una plegaria que florece en el corazón de quienes se sienten hijos, hijos del mismo Padre del cielo. Y en el hijo que pide se supone la confianza, además del respeto y el amor agradecido y filial.
Decir santificado sea tu nombre no es pedir nada, sino más bien expresar el deseo de que su nombre santo
sea santamente reconocido por quienes pueden, en cuanto criaturas dotadas de conciencia, reconocerlo como tal. Santificar el nombre de Dios no puede ser hacer santo lo que ya es a natura, sino desear que su santidad resplandezca en el mundo en virtud de su reconocimiento por parte del hombre. Y a partir de aquí ya todo son peticiones.El Padrenuestro es realmente una oración de petición, pero que no pretende informar a Dios de cosas que ignora, ni convencerle para que nos otorgue lo que le pedimos. En realidad, él pone en nuestra boca (el Espíritu ora en nosotros con gemidos inefables) lo que hemos de pedirle para disponernos a recibir lo que nos quiere dar: Venga tu reino, hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo.
Sólo si su voluntad se cumple en la tierra (lugar donde tiene su protagonismo la voluntad humana) como en el cielo (aunque de ser así, la tierra se transformaría en cielo), podremos decir que ha llegado su reino; porque su reino no puede ser otro que aquel en el que se cumple enteramente la voluntad de Dios, su Rey.
Pedir y desear que venga su reino es pedir y desear que se cumpla su voluntad en la tierra, y en la medida en que esto suceda irá creciendo el reino de Dios y la tierra se irá aproximando al cielo en su proceso de transformación. Y puesto que la semilla del reino ya se ha implantado en la tierra, pedir la venida del reino no puede significar sino desear su crecimiento y su plenitud. Esto es precisamente lo que Dios quiere para nosotros. Con este fin nos envió a su propio Hijo.
El pan nuestro que pedimos para hoy es el pan que necesitamos para vivir en el hoy, el sustento necesario para mantenernos vivos tanto corporal como espiritualmente.
Por eso, aunque por ese pan tengamos que entender directamente el alimento que nos proporciona los nutrientes necesarios para vivir en este mundo realizando todo tipo de operaciones psicosomáticas, también podemos ver en él una alusión al pan (diario) de la eucaristía que nos es tan necesario para el mantenimiento y fortalecimiento de la vida cristiana.
Además de esto, pedimos el perdón de nuestras ofensas, la victoria sobre la tentación y la liberación del mal o de su promotor, el Maligno. En estas tres peticiones se concentran cosas muy valiosas, tanto que sin ellas no podría acontecer la anhelada venida del Reino.
Sólo pueden acceder al Reino los perdonados de sus ofensas, los vencedores en el combate de las tentaciones y los liberados de todo mal. Pero el perdón de nuestras ofensas que suplicamos a Dios se presenta condicionado por nuestro propio perdón, el perdón que nos es solicitado por nuestros ofensores.
La oración es el ejercicio de la fe del creyente, y el que cree en Dios ora, pide, da gracias, alaba, suplica y conversa con ese Dios (personalmente concebido) en el que cree. La modalidad concreta de nuestra oración (lo mismo que de nuestra religión) dependerá de la idea que tengamos del Dios a quien nos dirigimos. Pero el Dios cristiano es el Dios que nos ha sido revelado en Jesucristo, su Hijo.
JOSÉ RAMÓN DÍAZ SÁNCHEZ·CID, doctor en Teología
Act:
08/10/25
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ordinario
E D I T O R I
A L
M
E
R C A B A
M U R C I A