11 de Octubre

Sábado XXVII Ordinario

Equipo de Liturgia
Mercabá, 11 octubre 2025

a) Joel 4, 12-21

         En la 1ª lectura de hoy meditamos el "día del Señor", descrito por Joel con imágenes convencionales de los apocalipsis del AT, y que el evangelio mismo utilizará. Unas imágenes que no hay que tomar en sentido literal, pues eso podría conducir a un miedo facticio, o a un error de apreciación. De hecho, el mismo Jesús insistió en que no se seamos demasiado curiosos sobre la hora del fin del mundo, pues lo que cuenta es estar siempre a punto.

         En 1º lugar, hace el profeta Joel una 1ª proclama: "Despiértense la naciones". Efectivamente, a menudo duermen éstas inconscientes de lo que verdaderamente está en juego, a lo largo de la historia. Y el mismo Jesús hablará también de la vigilancia. A menudo, ¿seré yo acaso de aquellos que duermen su vida, en lugar de vivirla verdaderamente? El envite del Juicio está ya puesto. No hay tiempo que perder.

         En 2º lugar, pide Joel que esas naciones (humanidad) que "suban hasta el valle de Josafat", algo también parecido a lo que dirá Jesús ("todas las naciones se reunirán ante el Hijo del hombre"). Tampoco aquí tiene sentido imaginar materialmente esta reunión, como hicieron los judíos en cierta época (en que se hacían enterrar en el Valle de Josafat, para estar más cerca del lugar de la reunión).

         La significación profunda es que el juicio será universal: nadie escapará del juicio colectivo e individual, ni las naciones ni las personas, ni los grupos ni los individuos. Pues lo que importa es que yo seré juzgado, y que mi vida está ya en juicio, en cuanto al tiempo vivido. De ahí la importancia del tiempo que me queda de vida.

         En 3º lugar, hace el profeta una petición a esas naciones (humanidad): "Meted la hoz, pues la mies está madura. Venid y pisad, que el lagar está lleno y las bodegas rebosan, pues tan grande es su maldad". Cosecha y vendimia: 2 imágenes que señalan el término de una maduración. La humanidad crece y madura. La obra de Dios está en crecimiento: no se la puede juzgar antes de la cosecha final. ¿Qué es lo que está madurando en mi vida?

         En 4º lugar, lanza el profeta Joel una profecía: "El sol y la luna se oscurecerá, y las estrellas retraerán su fulgor". La oscuridad es otra de esas imágenes sorprendentes. El cosmos entero participa del gran debate en cuestión. Nadie cae fuera del poder soberano de Dios. Los astros mismos, que parecen tan fuera del alcance del mundo, están totalmente sometidos a Dios. Luego con más razón el hombre, aunque sea ese ínfimo polvillo de la tierra.

         En 5º lugar alude Joel a una actuación de Dios, cerca ya de aquel día: "De Sión el Señor hace oír un rugido y de Jerusalén, su voz: el trueno. El cielo y la tierra se estremecen". La "voz de Dios", ruidosa como un trueno. Hay que haber vivido ciertas tempestades en la montaña para comprender este último símbolo. Ante los millones de voltios del más pequeño relámpago, el hombre no puede pasarse de listo. El rayo del Sinaí permanecía en la memoria de Israel como signo mismo de la "manifestación de Dios", y de su teofanía.

         Entonces "sabréis que yo soy el Señor, vuestro Dios", dice el profeta de parte de Dios. Antes del último día, se puede ignorar y aún rehusar depender de Dios. Aquel día, las pretensiones humanas de autonomía aparecerán como un ridículo infantilismo. Señor, que no aguarde yo ese día para someterme a ti, libremente y en el amor.

         Y por fin llegará "aquel día", en que "los montes destilarán vino y las colinas fluirán leche", en que "Egipto será devastado, y Edom será un desierto desolado". Continúan las imágenes, en este caso de felicidad (para los fieles) y desgracia (para los impíos). No tratemos de imaginar, sino creamos, porque todo esto será así, y no de otro modo.

Noel Quesson

*  *  *

         La respuesta divina a la oración y penitencia del pueblo había sido la promesa de bendiciones materiales. Ahora se añaden los dones espirituales: la efusión del Espíritu Santo, y el anuncio de los signos precursores del "día del Señor" y de la salvación de Sión.

         En contraste con los tiempos antiguos, cuando la palabra de Dios era rara (1Sm 3, 1), en el tiempo mesiánico será abundante, y todos los israelitas serán profetas, capaces de descubrir el verdadero sentido religioso de la vida y de los acontecimientos. Las fórmulas "soñarán sueños" y "verán visiones" explican qué significa ser profeta: se creía que los sueños y las visiones eran los medios ordinarios de comunicación con Dios.

         El apóstol Pedro vio cumplida esta profecía el día de Pentecostés (Hch 2, 17). Por tanto, en el tiempo mesiánico habrá una íntima comunicación entre Dios y el pueblo escogido. Israel no dependerá de un héroe ni de un profeta ocasional; toda la nación poseerá esos carismas y se convertirá en la comunidad ideal.

         Juntamente con la efusión del Espíritu Santo se menciona el juicio vindicativo de Dios contra las naciones paganas. Siguiendo la norma del género apocalíptico, la intervención de Dios se describe como una convulsión del cosmos. El sol, la luna y los demás astros eran tenidos por dioses en el mundo gentil.

         La destrucción de estas divinidades simboliza la manifestación de Dios. O como diríamos nosotros, Dios hará que salten en pedazos los ídolos de los hombres. La advertencia del profeta es también válida para nuestros días: sólo quien es fiel a Dios no se verá defraudado.

         El fragmento termina con una alusión al juicio de las naciones paganas. Para los profetas, la vuelta del cautiverio de Babilonia (s. VI a.C) representa el comienzo de la era mesiánica, y el triunfo de Israel supone la condena de sus enemigos. Este juicio se llevará a cabo en el Valle de Josafat, nombre que puede traducirse por "juicio de Dios" o "Dios juzgará". se trata pues, de un nombre simbólico que no corresponde a ningún lugar geográfico.

         Puede ser también una alusión a la victoria de Josafat, cuando Dios destruyó a los enemigos de Judá (2Cr 20, 13-30). En ese caso, querría indicar que tal hecho se repetirá. Nosotros estamos en mejores condiciones que los primeros lectores para entender en qué consiste la victoria mesiánica y la condena de los enemigos.

Josep Aragonés

*  *  *

         Dios convoca hoy a juicio a las naciones, que son comparadas con las uvas que se echan al lagar para ser pisadas, pues el Señor las triturará a causa de sus maldades, y a causa de haberse levantado en contra de su pueblo santo; en cambio, a los suyos, el Señor los protege y les manifiesta su amor liberándolos del mal y haciendo que la salvación brotará como un río desde el templo del Señor en Jerusalén para todo el mundo.

         Así, el pueblo de Dios sabrá cuánto lo ama el Señor que hizo Alianza con sus antiguos padres, y que es fiel a la misma con los hijos de los patriarcas. Dios nos ama y por medio de su Hijo hecho uno de nosotros nos libra de la mano de aquella serpiente antigua (o Satanás), que hizo estragos en el corazón de los hombres.

         Dios se levanta así para aplastar la cabeza del maligno y librarnos de sus manos, para que libres de nuestra esclavitud a él vivamos, ahora, como hijos de Dios y trabajando para que la salvación del Señor llegue a todo el mundo. Así nos manifiesta el Señor cuánto nos ama en verdad. Por eso vivamos ya no como siervos del pecado, sino como hijos de Dios.

José A. Martínez

*  *  *

         El 2º texto que leemos del profeta Joel (tras el 1º leído ayer) es impresionante. Se trata de una descripción poética y apocalíptica, con todo tipo de revelaciones plagadas de imágenes y símbolos, sobre el "día del Señor", o día de su juicio sobre la historia. Pero ¿a qué se refiere el profeta: al final de la plaga, a la venida del futuro Mesías, o al juicio definitivo de Dios sobre la historia?

         Joel se imagina una gran asamblea de todas las naciones en el Valle de Josafat, que no hay que intentar localizar demasiado, porque Josafat significa "valle de la decisión", o "valle del juicio". Las imágenes de la siega y de la vendimia le sirven a Joel para expresar el juicio sobre el bien y el mal, que tendrá lugar aquel día.

         No se trata de un anuncio pesimista y angustiante, sino que para los que se han esforzado por seguir a Dios, se trata de un presagio de esperanza: "El Señor protege a su pueblo, auxilia a los hijos de Israel", porque en aquel día "el Señor habitará en Sión".

         Nos resulta útil a todos mirar hacia el futuro. Dios es Padre, y nos está cercano, pero también es nuestro Juez. Al final de su evangelio, Mateo escenifica, con un género literario parecido, este juicio de Dios, con la decisión sobre los buenos y los malos (Mt 24-25).

         Es de sabios recordar que al final del camino nos espera este examen, para que nos vayamos preparando a él en la vida de cada día. Eso sí, con una marcha impregnada de esperanza, porque con Cristo Jesús se han inaugurado ya los tiempos finales y "Dios habita en Sión" y los que creemos en él y le seguimos podemos mirar con esperanza su juicio. El juez del último día es el mismo Jesús en quien creemos, y a quien recibimos con fe en la eucaristía.

         Es la confianza a la que nos invita el salmo responsorial de hoy: "Alegraos, justos, con el Señor, porque justicia y derecho sostienen su trono, y porque amanece la luz sobre el justo, y la alegría para los rectos de corazón". Todos deseamos oír las palabras amables del Juez divino: "Muy bien, siervo bueno, ya que has sido fiel en lo poco, te pondré al frente de lo mucho: entra en el gozo de tu Señor" (Mt 25, 21).

José Aldazábal

*  *  *

         En Joel, como en los demás profetas, se cumple el ciclo que tienen a recorrer la palabra de Dios: reconocimiento de la maldad, amenaza de ruina total en juicio definitivo, invitación al arrepentimiento, oración del pueblo suplicante, misericordia y compasión. Dios siempre acaba siendo el Padre de las misericordias. ¡Qué versículo más expresivo! Menos mal que recoge la actitud humana, y no tanto la divina, en la aplicación de justicias y condenas.

         Aquí Joel, profeta que actúa hacia el 500 a.C, se sirve de un lenguaje bello, colmado de imágenes e incisivo, y nos muestra un rostro del Señor como de guerrero que viene a conquistar la tierra e implantar su reinado.

         Si en la 1ª parte de ayer sus oráculos nos anunciaban la llegada del Señor (entre llantos, duelo, oraciones, plagas, e invitación al arrepentimiento), en la 2ª parte de hoy su llegada viene precedida de una prodigiosa efusión del Espíritu Santo, como paso previo a la restauración del reinado de Dios.

         Pero grabemos la expresión "meter manos a la hoz, para segar la mies madura de maldades". Pues por ella se nos anuncia un día final y decisivo para el Reino y para cada uno de nosotros (ante el juicio de Dios) por nuestra conducta. Seamos conscientes y vivamos siempre como viviríamos en un momento final: como personas maduras en su responsabilidad y en su fe.

Dominicos de Madrid

b) Lc 11, 27-28

         Desde el punto de vista histórico se puede suponer que la raíz original de nuestro texto de hoy se encuentra en la oposición que Marcos establece entre la familia de Jesús y aquellos que cumplen sus mandatos (Mc 3,20-21;31-35). Lucas, que ha matizado y moderado ya esa oposición (Lc 8, 19-21), quiere formular ahora el verdadero contenido de la bienaventuranza de María.

         Nuestro texto replantea el tema desde un punto de vista verdaderamente mariano: no importa la familia sino la madre de Jesús. Una madre sobre la que puede hablarse de 2 maneras:

         La mujer del pueblo alaba sobre un plano de simple biología (v.27), luego María viene a convertirse en un vientre fecundo y unos pechos generosos (1ª manera). Esa palabra se mantiene sobre el campo del AT, donde la mujer es ante todo la que engendra hijos al marido. Pero la respuesta de Jesús supone que la bienaventuranza se realiza allí donde se escucha la palabra de Dios y se vive en su misterio de gracia y exigencia (v.28). Y en este plano se realiza la bienaventuranza de María (2ª manera).

         Antes de fijarnos en la figura concreta de la madre de Jesús queremos indicar que estas palabras sitúan la dignidad de la mujer por encima de todas las limitaciones y esclavitudes de las antiguas o modernas culturas de la tierra. La mujer no se reduce a biología, y su signo es más que un vientre y unos pechos (Oriente Antiguo) o más que un sexo (Occidente Moderno). La mujer es, ante todo, una persona, y su mayor bienaventuranza es vivir el don de la gracia de Dios, y traducirlo en una forma de conducta.

         A través del evangelio, Lucas ha mostrado que María, la madre de Jesús, es un modelo de fe para los hombres. Ella, como mujer y como símbolo de todos los humanos, ha recibido el gran regalo de la presencia transformante de Dios sobre la tierra (Lc 1, 28). Esa presencia se concreta como "Espíritu creador" y se traduce en el nacimiento del Mesías (Lc 1, 31-33.35). A través de la palabra de María que se ofrece y colabora (Lc 1, 38), se realiza el misterio primordial de nuestra historia: Dios hecho humano.

         Externamente todo ha seguido igual. Pero en ese campo inmensamente delicado, inmensamente abierto de la fe de una muchacha que acepta la palabra de Dios, ha comenzado a realizarse la nueva vida de los hombres. La plenitud de Dios se ha expresado en una escena de confianza en que se muestra el don de Dios y la respuesta creyente de María. Ella ha comenzado a ser el signo de una nueva forma de existencia. Como decían los antiguos: ha concebido con la fe antes de hacerlo con el vientre. Su bienaventuranza no se limita al seno y a los pechos, sino que abarca toda su persona.

         María ha creído (Lc 1, 38), y por eso recibe la auténtica alabanza. Es bienaventurada por su fe (Lc 1, 39-45), y su vida se convierte en fundamento de júbilo y bendición para todos aquellos que han creído como ella. Jesús la desconcierta (Lc 2, 33-35), pero porque sabe muy bien que ella se ha mantenido fiel hasta el final, y que en lo más hondo de su vida ha confiado en la palabra de Jesús, y ha venido a ser principio y fundamento de la Iglesia.

         En todos estos rasgos, la madre de Jesús es modelo de mujer abierta ante el misterio de la vida (1ª manera), y modelo de creyente que responde de manera confiada y generosa a la palabra que Dios le ha dirigido (2ª manera).

Emiliana Lohr

*  *  *

         No todos los oyentes del evangelio ayer se habían dejado dominar por Satanás, y entre los oyentes de hoy hay una mujer anónima, tal vez entusiasmada por la expulsión del demonio mudo (de ayer), que se pone a gritar entre la multitud, bendiciendo no sólo a su madre, sino también al hijo.

         La frase que dirige la mujer al aire se refería a un proverbio entre los judíos, surgido a partir del Génesis ("bendiciones de pechos y ubres"; Gn 49,25). La madre de tal hijo se puede considerar privilegiada por haberlo alumbrado y tener un futuro tan prometedor.

         En otra ocasión, en el evangelio de Lucas (Lc 23, 29), Jesús pronuncia la bienaventuranza opuesta: "Dichosas las estériles, los vientres que no han parido y los pechos que no han criado". Será cuando Jesús, a las puertas de su muerte, acompañado del Cireneo, se encuentre con las mujeres de Jerusalén.

         En el caso de hoy, Jesús corrige a la mujer espontánea con otro tipo de bienaventuranza, según la cual es más dichoso quien escucha el mensaje de Dios y lo pone en práctica.

         El papel privilegiado de la madre en cuanto origen de la persona ("vientre que te llevó y pechos que te criaron"), con ser importante y decisivo en la gestación física, no es el más importante dentro de la comunidad cristiana. Porque la verdadera familia eclesial no se basa en las relaciones de parentesco y de sangre, sino en la escucha de la palabra, haciéndola carne en la propia vida.

         María, a la que ya de antemano se la había calificado de dichosa varias veces en el evangelio de Lucas, entra de lleno por doble partida a formar parte de esta nueva familia. Ella, con su al plan de Dios, es madre de Jesús y de esa nueva Iglesia de creyentes empeñados en la utópica tarea de instaurar la fraternidad cristiana. Quienes forman parte de esta familia probarán la verdadera dicha, que se deriva de una comunidad basada en el amor sin medida.

         ¿Sobre qué está edificada nuestra comunidad? ¿Sobre la escucha de la palabra y su puesta en práctica cada día especialmente en su mandamiento principal, el amor sin medida o a la medida del de Jesús? ¿Ha cambiado nuestra vida desde que comenzamos el camino de Jesús?

         Si respondemos afirmativamente, tal vez podamos añadir a ello el testimonio de la dicha que produce una vida vivida según el patrón del evangelio de Jesús, de la alegría honda que genera, de la capacidad de crear vida y alegría que produce alrededor, de la claridad que aporta a tanta oscuridad como hay en el mundo.

Juan Mateos

*  *  *

         La escena que nos presenta el evangelio de hoy es muy similar a la que encontramos en el mismo evangelio de Lucas (Lc 8, 19-21). Los 2 textos expresan cuál es la verdadera grandeza ante los ojos de Dios, pero en este texto una mujer es la que grita: "Dichoso el vientre que te llevó, y los pechos que te amamantaron".

         Su grito expresa una bienaventuranza que parece implicar que la relación física con su hijo haría de su madre una mujer feliz. Sin embargo, las palabras de Jesús afirman que los verdaderamente dichosos son aquellos que perseveran en la escucha y en la puesta en práctica de la palabra.

         La frase de Jesús reitera su pensamiento sobre la Palabra: que hay que escucharla, asumirla e irradiarla, y a partir de ahora hacerla práctica (es decir, testificarla con las obras). De esta manera hacemos la voluntad del Padre, pues para Lucas "hacer la voluntad del Padre" significa, ante todo, escuchar la Palabra y ponerla en práctica.

         Para muchos, las palabras de Jesús suenan a desplante descomedido, ante el elogio que la mujer quiere hacer de su madre. E incluso algunos teólogos medievales llamaban a estos textos antimariológicos, y no sabían qué hacer con ellos. Pero lo que hace Jesús, en realidad, es tan sólo ubicar el elogio en su justo lugar: María es más bienaventurada por haber cumplido la palabra de Dios que por haberla llevado en su seno.

         La respuesta de Jesús es absolutamente precisa, y teológicamente exacta. Y la lección es clara: hay que admirar a María por haber sido madre de Jesús, pero también por haber sido su más fiel seguidora. María no sólo está en la esfera del más acá (madre natural), sino también del más allá (madre espiritual).

Fernando Camacho

*  *  *

         En el pasaje de hoy encontramos la aclamación de una mujer que representa al resto de Israel: "Dichoso el vientre que te llevó y los pechos que te criaron" (v.27). Se trata de la pequeña parte del pueblo que se escapa de la destrucción y constituye el núcleo del pueblo salvado por Dios, según el lenguaje profético. Son los que con sinceridad siguen creyendo en los privilegios históricos de Israel.

         Pero Jesús no va en absoluto en esta dirección, sino que proclama una sociedad alternativa, en la que todo hombre tenga cabida. Y por eso repuso: "Dichosos los que escuchan el mensaje de Dios y lo cumplen" (v.28). No hay fronteras de ascendencia de sangre para Jesús.

         Para entrar a formar parte del reino de Dios es suficiente, por tanto, con escuchar el mensaje de Jesús y ponerlo en práctica. Ese es el verdadero parto (escuchar) y crianza (poner en práctica) que quiere Jesús. Dicho y hecho. Este es el núcleo de toda la secuencia, y quien hace fructificar en hechos palpables y experiencias reales lo que ha escuchado, éste es verdaderamente dichoso.

         Jesús no repite los elogios tributados a María, pero los confirma, mostrándonos que la grandeza de su madre viene ante todo de escuchar la palabra de Dios y guardarla en su corazón (Lc 2, 19.51). Pues como decía San Juan Crisóstomo, "si María no hubiera escuchado y observado la palabra de Dios, su maternidad corporal no la habría hecho bienaventurada" (Homilías de Marcos, III, 34). Y dando una mirada en torno sobre los que estaban sentados a su alrededor, Jesús dijo: "He aquí mi madre y mis hermanos".

         Jesús no desprecia los lazos de la sangre, pero sabe anteponerle siempre los lazos espirituales. María es la bendita, pero "más porque creía en Cristo que por haberlo dado a luz", como decía San Agustín.

Josep Rius

*  *  *

         Encontramos en este pasaje de Lucas, la aclamación de una mujer que simboliza el resto de Israel: "Dichoso el vientre que te llevó y los pechos que te criaron". Esta mujer es representante de una "pequeña parte del pueblo que se escapa de la destrucción y constituye el núcleo del pueblo salvado por Dios", según el lenguaje de los profetas.

         Muchos en el pueblo siguieron creyendo con sinceridad en los privilegios históricos de Israel. Pero Jesús, rechaza esta postura de privilegio y ello golpea a los seguidores del pasado. Jesús ha proclamado una sociedad alternativa, en la que todo hombre y mujer, de cualquier condición, raza, cultura, y religión, tenga cabida.

         Ni la sangre ni la carne ya son la norma de Jesús. Él rompe con la tradición judía y amplía el horizonte del Reino a toda persona que quiera recibir a Dios como el único soberano de su vida. Jesús, lo deja claro. No es la pertenencia a Israel lo que da la garantía de acceder al reino de Dios, sino al escuchar la palabra de Dios y el ponerla en práctica. Quien hace fructificar en su vida con actitudes palpables y con acciones reales lo que ha escuchado, ése es verdaderamente dichoso, para Jesús.

         Una gran dificultad a nivel cristiano es creernos que somos bienaventurados por haber recibido los sacramentos o por asistir diaria o semanalmente a misa. Eso para Jesús no cuenta, si nuestra vida no está de acuerdo con su propuesta del Reino, y si no demostramos que caminamos con fidelidad y en crecimiento constante por su proyecto.

         La única realidad que garantiza el Reino en nuestras vidas son las actitudes coherentes con sus valores. El Reino no se mide por actos de piedad ni por actos de caridad. El Reino se mide por la justicia que tengamos en la vida y la forma responsable como asumamos nuestra existencia.

         De esta manera seremos dichosos como fue María, pero no por ser la madre de Jesús sino por escuchar a Jesús, meditar su Palabra y ponerla en práctica. No sin sentido confesamos a María como "la primera evangelizada y evangelizadora". Ella supo pasar de la relación "hija del Padre" a la de "madre del Hijo", y a la de "colaboradora de los hermanos".

Severiano Blanco

*  *  *

         Escuchamos hoy que, mientras Jesús hablaba de sus cosas, "una mujer de entre la gente se dirigió a él gritando". Lucas es el único que relata ese episodio de este modo, y una vez más, en su evangelio se realza a una mujer. Y así, mientras los sabios fariseos acusaban a Jesús de ser partidario del demonio (ayer), esta anónima mujer de hoy proclama a gritos su admiración por Jesús.

         Y lo que gritó aquella mujer no tiene desperdicio, según la traducción griega literal: "¡Dichoso el vientre que te parió y los pechos que te criaron!". Como se ve, se trata de una expresión judía bastante típica, a la hora de referirse a la maternidad.

         Una frase que no hay que perder de vista, pues cuando Jesús esté en el Calvario, lo que dirá a las mujeres que se compadecían de él será algo muy parecido: "Dichosos los vientres que no han parido y los pechos que no han amamantado" (porque vendrían desgracias terribles sobre sus hijos). Por supuesto, Jesús pensaba en la ruina de Jerusalén, que veía venir (Lc 23, 29).

         Aquí, por el contrario, esa mujer está elogiando a la madre de Jesús, y, a través de ella a su hijo. Esa mujer de pueblo que no se ha dejado intimidar por las críticas de los fariseos que ha oído, y que está subyugada por la grandeza de Jesús. Sencillamente, porque tenía ¡envidia de su madre!

         Y no olvidemos que, en el día de hoy, una de las satisfacciones y honores profundos que puede experimentar una mujer son los hijos nacidos de ella, y por ella educados. No convendría que las otras fecundidades espirituales, profesionales o sociales, que son también muy reales, nos hicieran olvidar aquella.

         Entonces repuso Jesús: "Dichosos los que oyen la palabra de Dios y la cumplen". Jesús había ya dicho esto al hablar de su madre, en el mismo evangelio (Lc 8, 21) pero en otra circunstancia. Efectivamente, Jesús no negó la maternidad carnal de su madre (que era grande y meritoria), pero sí resaltó la grandeza de su fe.

         Notemos una vez más que Jesús no opone contemplación y acción, y que la verdadera bienaventuranza comporta los 2 aspectos, inseparables el uno del otro: 1º contemplar, escuchar y orar; 2º comprometerse y actuar.

         Evidentemente, Lucas presenta a María como "dichosa por haber creído" (Lc 1, 45), por haber "guardado en su corazón" los acontecimientos concernientes a Jesús (Lc 2, 19). Respecto a la fórmula "dichosos los que", se trata de una fórmula de bendición que aparece 50 veces en el NT, 25 de ellas en los labios mismos del mismo Jesús (en el evangelio).

         Dios aporta la dicha y desea la felicidad. Pero no una cualquiera, sino la dicha de los pobres, los mansos, los sufridos, los afligidos, los puros, los pacíficos, los hambrientos y los justos. Dichoso ese tipo de servidores, porque su amo al llegar los encontrará vigilantes. Dichosos por haber escuchado la palabra de Dios y haber creído, sin haberse escandalizado y sí habiendo puesto en práctica, hasta lavar los pies a los demás. Dichosos porque cenarán en el Reino de Dios, y tendrán inscrito su nombre en el cielo.

Noel Quesson

*  *  *

         Hoy escuchamos la mejor de las alabanzas que Jesús podía hacer a su propia madre: "Dichosos los que oyen la palabra de Dios y la cumplen" (v.28). Con esta respuesta, Jesucristo no rechaza el apasionado elogio que aquella mujer sencilla dedicaba a su madre, sino que lo aceptaba e iba más allá, explicando que María es bienaventurada por el hecho de haber sido fiel en el cumplimiento de la palabra de Dios.

         A veces me preguntan si los cristianos creemos en la predestinación, como creen otras religiones. Y la respuesta es que sí, que los cristianos creemos que Dios nos ha predestinado a la salvación, y nos tiene reservado un destino de felicidad. Dios quiere que seamos felices y afortunados (tener hijos), pero también que seamos bienaventurados (que nos salvemos).

         Fijémonos cómo esta palabra se va repitiendo en las enseñanzas de Jesús: "Bienaventurados" (Mt 5,3-12; Jn 20,29). Dios quiere nuestra felicidad, una felicidad que comienza ya en este mundo, aunque los caminos para llegar no sean ni la riqueza, ni el poder, ni el éxito fácil, ni la fama, sino el amor pobre y humilde de quien todo lo espera. ¡La alegría de creer! Aquella de la cual hablaba el converso Maritain.

         Se trata de una felicidad que es todavía mayor que la alegría de vivir, porque creemos en una vida sin fin, eterna. María, la madre de Jesús, no es sólo afortunada por haberlo traído al mundo, o por haberlo amamantado y criado (como intuía aquella espontánea mujer del evangelio), sino por haber sido oyente de la Palabra y por haberla puesto en práctica. Es decir, por haber amado y por haberse dejado amar por su Hijo Jesús.

Jaume Aymar

*  *  *

         Ayer oía Jesús unos improperios por parte de sus enemigos. Y hoy, un piropo amable por parte de una buena mujer. Un piropo que Jesús aprovecha para dedicar, a su vez, una bienaventuranza a "los que escuchan la Palabra de Dios y la cumplen". Con lo cual, ciertamente, no está desautorizando a su madre, sino al contrario: está diciendo que su mayor mérito fue que creyó en la Palabra que Dios le había dirigido a través del ángel.

         El evangelista Lucas, que es el que más habla de María, la está poniendo aquí, en cierto modo, como el modelo de los creyentes, ya que ella tomó como consigna de su vida aquel feliz propósito: "hágase en mí según tu Palabra".

         Podemos aprender de María la gran lección que nos repite Jesús: que sepamos escuchar la Palabra y la cumplamos. Es lo que alaba hoy en sus discípulos, lo que había dicho que era el distintivo de sus seguidores (Lc 8, 21) y lo que valoró en María, en contraposición a Marta, demasiado ajetreada en la cocina.

         El mismo Lucas presenta a la madre de Jesús como "feliz porque ha creído", según la alabanza de su prima Isabel, y la que "conservaba estas cosas en su corazón": la que escucha y asimila y cumple la Palabra de Dios.

         La verdadera bienaventuranza la tendremos si, como María, la 1ª discípula de Jesús, sabemos escuchar a Dios con fe y obediencia. Ahora que la Iglesia, en la reforma postconciliar, ha redescubierto el valor de la palabra de Dios, podremos decir que somos buenos seguidores de Jesús (y devotos de la Virgen) si mejoramos en nuestra actitud interna y externa de escucha y de cumplimiento de esa Palabra.

José Aldazábal

*  *  *

         El día en que aquella mujer del pueblo gritó a Jesús "bienaventurado el vientre que te llevó y los pechos que te criaron" (vv.27-28) comenzó a cumplirse el Magnificat de María: "Me llamarán bienaventurada todas las generaciones". Una forma de alabar y honrar al Hijo de Dios es venerar y enaltecer a su Madre. A Jesús le llegan muy gratamente los elogios a María.

         Por eso nos dirigimos muchas veces a ella con tantas jaculatorias y devociones, con el rezo del Rosario. La Virgen es la senda más corta para llegar a Cristo, y por él, a la Trinidad beatísima. Honrando a María, siendo de verdad hijos suyos, imitaremos a Cristo y seremos semejantes a él. Con ella vamos seguros.

         El amor a la Virgen nos impulsa a imitarla y, por tanto, al cumplimiento fiel de nuestros deberes, a llevar la alegría allí donde vamos. Ella nos mueve a rechazar todo pecado, hasta el más leve, y nos anima a luchar con empeño contra nuestros defectos. Contemplar su docilidad a la acción del Espíritu Santo es su alma es un estímulo para cumplir la voluntad de Dios en todo tiempo, especialmente cuando más nos cuesta.

         El amor que nace en nuestro corazón al tratarla es el mejor remedio contra la tibieza y contra las tentaciones de orgullo y sensualidad. Cuando hacemos una romería a algún santuario dedicado a nuestra Madre, hacemos una buena provisión de esperanza.

         Hagamos el propósito en este sábado mariano de ofrecerle con más amor esa corona de rosas, el Rosario. Los gozos, los dolores y las glorias de la vida de la Virgen tejen una corona de alabanzas que repiten ininterrumpidamente los ángeles y los santos del cielo, y quienes aman a nuestra madre aquí en la tierra.

Francisco Fernández

*  *  *

         No es la cercanía física de María a su Hijo Jesús lo que la hace bienaventurada, sino el escuchar la palabra de Dios y ponerla en práctica constantemente. Ese debe ser el mismo camino que recorra la Iglesia: sentarse a los pies de Jesús, para dejarse instruir por él. Pero después hacer vida esa palabra del Señor, de tal forma que, no sólo en la vida privada, sino haciendo el bien a todos aquellos con quienes nos encontremos en la vida, manifestemos que la palabra de Dios y su santo nombre no se han pronunciado inútilmente sobre nosotros.

         Por eso nosotros no somos dichosos, bienaventurados ante Dios, sólo por caminar junto a él; no podemos contentarnos con escuchar la palabra de Dios. Es necesario que, a pesar de las persecuciones y burlas, permanezcamos fieles a nuestro Dios y Padre en la realización de su voluntad, que él nos ha manifestado por medio de Jesús, su Hijo, nuestro Salvador.

         Que María interceda por nosotros para que, como ella, aprendamos a ser fieles a la palabra de Dios, siendo constantes en practicarla con mucho amor a Dios y a nuestro prójimo. Entonces seremos bienaventurados.

José A. Martínez

*  *  *

         Jesús, la mujer que hoy alaba a tu madre, pertenece a la 2ª de una ininterrumpida serie de generaciones que han felicitado y acudido a la Virgen María. Se cumple así la profecía que tu madre hizo de sí misma: "Desde ahora me llamarán bienaventurada todas las generaciones. Porque ha hecho en mí cosas grandes el Todopoderoso" (Lc 1, 48-50). Escuchemos unas preciosas palabras que, a este respecto, dedicó Juan Pablo II a la Virgen María:

"Todas las generaciones me llamarán dichosa, había dicho María en su cántico profético. Una profecía a la que le respondieron a eco, a lo largo de los tiempos, todos los pueblos de todas las latitudes, razas y lenguas, proclamando: Bendita tú eres entre todas las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre, Jesús. Unos más esclarecidos, otros menos, los fieles cristianos no cesan de recurrir a nuestra Señora, la Santa Madre de Dios: en momentos de alegría, invocándola  como causa de nuestra alegría; en momentos de aflicción, llamándola consoladora de los afligidos; y en momentos de desvarío, implorándola como refugio de los pecadores" (Alocución, 8-VII-1980).

         Pero antes que la mujer del evangelio, María ya había sido elogiada. El ángel Gabriel le saluda: "Dios te salve, llena de gracia, el Señor es contigo" (Lc 1, 28). Y días después, su prima Isabel la recibe en su casa con estas palabras: "Bendita tú entre las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre" (Lc 1, 42), y "bienaventurada tú que has creído" (Lc 1, 45).

         Estos primeros elogios me dan la clave, Jesús, para entender tu respuesta a la mujer del evangelio de hoy: María es bienaventurada, y no sólo por el hecho físico de haberte criado sino por haber creído en tu palabra y haberla guardado.

         Pero, fijaos: si Dios ha querido ensalzar a su madre, es igualmente cierto que durante su vida terrena no fueron ahorrados a María ni la experiencia del dolor, ni el cansancio del trabajo, ni el claroscuro de la fe. A aquella mujer del pueblo, que un día prorrumpió en alabanzas a Jesús exclamando "bienaventurado el vientre que te llevó y los pechos que te alimentaron", el Señor responde: "Bienaventurados más bien los que escuchan la palabra de Dios y la ponen en práctica".

         Era el elogio de Jesús a su Madre, de su fiat, del hágase sincero, entregado, cumplido hasta las últimas consecuencias, que no se manifestó en acciones aparatosas, sino en el sacrifico escondido y silencioso de cada jornada.

         Madre, tú has sabido escuchar la palabra de Dios con humildad, con el oído atento para captar qué es lo que él quería de ti en cada momento: "María guardaba todas estas cosas ponderándolas en su corazón" (Lc 2, 4). Por eso eres, con razón, maestra de oración. Ayúdame a tener más intimidad con tu hijo Jesús: que también yo sepa escuchar lo que él me pide, que no deje de tener cada día un tiempo reservado para ponderar sus palabras en mi corazón.

         Además, madre, tú eres modelo de entrega, porque has sabido poner en práctica la palabra de Dios hasta las últimas consecuencias. Enséñame a entregarme de verdad a Dios sin hacer cosas raras ni aparatosas. Ayúdame a encontrar la santidad en los pequeños detalles de cada día: en el trabajo bien hecho y ofrecido, en los detalles de servicio escondido y silencioso, en el deseo sincero de hacer el bien.

         Madre, a ti no te fueron ahorrados ni el dolor, ni el cansancio en el trabajo, ni el claroscuro de la fe. Ayúdame cuando me encuentre en dificultad; compórtate conmigo como con Jesús, puesto que eres también mi madre: aliméntame, cuídame, enséñame, y haz que crezca sano y fuerte en esta vida sobrenatural a la que he nacido con el bautismo.

Pablo Cardona

*  *  *

         Escuchamos hoy que una mujer, de modo espontáneo, alaba a la Madre de Jesús. El honor y la gloria de una madre descansan en la grandeza de su hijo, el de María tiene también su raíz en Jesús.

         Jesús, una vez más, produce la sensación de una misteriosa lejanía. No rechaza el grito de la mujer, sino que lo eleva. Pero deja claro que no es la carne ni la sangre lo que marca la proximidad a su persona. La comunión con la persona de Jesús viene del dado a la palabra de Dios. Los que escuchan y practican la palabra de Dios participan de la bienaventuranza de María, que supo responder a la invitación divina: "He aquí la esclava del Señor".

         El poder de Jesús, la autoridad de su palabra, la integridad de su existencia provocan la admiración en el pueblo sencillo. Una mujer se hace portavoz de la alabanza haciéndola extensiva a la madre que lo engendró y lo crió. Jesús acepta la alabanza de la mujer, pero la rectifica. En el reino de Dios, que él inaugura, el motivo de gloria no se ha de poner en el parentesco con Jesús.

         Sólo cuentan las relaciones que se establecen con él sobre la base de la aceptación y el cumplimiento de su palabra (Lc 8,19-21; Mt 12,46-50; Lc 6,46; 13,26-27). De esta alabanza participa también su madre como la 1ª entre sus discípulos (Lc 2, 19-51).

         Cuando Jesús dijo "mejor y más dichosos los que escuchan la palabra de Dios y la cumplen", es muy probable que fueran poquísimos los que relacionaran y compararan la grandeza de la maternidad de María (don inmensamente grande) con la grandeza espiritual de la adhesión a Cristo por la fe.

         Sin embargo, Jesús trataba de insinuarnos que no miráramos tanto al don de elección divina de que fue objeto su madre como a la responsabilidad que asumíamos en nuestra opción por él o contra él (o al margen de él).

         Para nosotros, la grandeza de María es sumamente digna de veneración, pues tenemos vinculada a ella toda la obra de la encarnación del Verbo y nuestra redención. Pero no nos basta con admirarla y aclamarla sino que hemos de repetir en nosotros mismos el de María a la renuncia de cualquier modo de vida que no sea el de confiarnos, alimentarnos, comprometernos en el seguimiento fiel de Cristo.

         Santa María, madre de Dios y madre nuestra, haz que la vida no podamos entenderla nosotros si no es en Cristo y con Cristo, teniéndote a ti como tutora.

Dominicos de Madrid

*  *  *

         Nuestros juicios de valor surgen frecuentemente de consideraciones cuya fuente puede ser encontrada en nuestros intereses. Según el grado con que respondan a ellos, las cosas o personas son consideradas de mayor o menor valor.

         Esta consideración hace que el ámbito de dicha o felicidad propia o ajena se derive de la pertenencia a un grupo, a un círculo, a una forma de pensar o de sentir. Frecuentemente están teñidos de particularismos que se erigen como un absoluto que impide la comprensión de formas distintas. La expresión de la mujer respecto a Jesús no escapa a esta forma de ver la realidad.

         Ella considera que la cercanía, creadora de un ámbito en que la existencia puede ser realizada en plenitud, nace de los lazos biológicos o físicos que unen a una persona con Jesús.

         Jesús, por el contrario, invita a examinar esa actitud y a adoptar otras medida para determinar el valor auténtico de lo que nos rodea. Frente a los lazos mencionados por la mujer, coloca otros lazos que surgen no ya de un parentesco de sangre o de realidades familiares o sociales en las que nacimos.

         La nueva medida coloca a cada uno en la misma perspectiva de Dios. Esta no puede ser limitada por los vínculos arriba mencionados, sino que se originan en su designio de salvación universal, de la que nadie debe quedar excluido. Audición y obediencia a ese designio, manifestado por la Palabra divina, se convierten así en el único criterio de valoración de la felicidad que se presenta a los seguidores de Jesús.

Confederación Internacional Claretiana

*  *  *

         Escuchamos hoy cómo una entusiasta mujer de Israel le dirige a Jesús una bienaventuranza, pues lo consideraba un personaje especial. Las bienaventuranzas eran una forma especial de felicitar a quienes recibían la gracia divina. Bienaventurados eran aquellos que habían alcanzado el favor de Dios y lo gozaban en el presente. 

         Alguna gente se entusiasmó con Jesús y lo felicitaron por su familia, por su procedencia, por la importancia que iba adquiriendo como maestro y profeta. Pero, Jesús sabía perfectamente lo engañoso que resulta el juego de las adulaciones: hoy te elogian, mañana piden tu cabeza. Por eso, le plantea a la mujer una manera diferente de verlo. Pues, él no estaba allí para darle brillo al nombre de su familia, sino para cumplir la voluntad de Dios.

         La bienaventuranza del AT estaba dirigida a ensalzar a un pequeño resto que se salvaría por la acción del profeta. Jesús cambia esta perspectiva con otra bienaventuranza, que fija un alcance universal a la salvación de Dios. La salvación ya no es de un grupo, un clan o una raza precisa. La salvación es patrimonio de todos aquellos que realizan el reino de Dios entre los seres humanos.

         De este modo, Jesús antepone la ética a la ascendencia familiar, religiosa o confesional. La bienaventuranza de Jesús, así como su bendición y esperanza, permanece en aquel que practica su palabra. Luego la salvación no proviene de pertenecer a determinada familia, ni a cierta confesión religiosa, sino que viene de una actitud justa ante el prójimo y ante Dios.

         Hoy solemos ponerle mucho énfasis a determinar si algo es de la izquierda o la derecha, de arriba o de abajo, de esta confesión o de la otra. Sin embargo, el evangelio nos enseña que lo valioso es nuestra práctica humana, tanto si estamos del lado de Dios (realizando su plan sobre la humanidad) como si estamos del lado contrario (junto a los egoístas a quienes no les duele el sufrimiento humano).

Servicio Bíblico Latinoamericano

c) Meditación

         El pasaje evangélico de hoy nos recuerda ese momento de exaltación en el que una mujer de entre el gentío, movida por el entusiasmo que suscitaba en ella la presencia de Jesús, levantó la voz sin ningún pudor y dijo con tono elogioso: Dichoso el vientre que te llevó y los pechos que te criaron.

         El elogio iba destinado a ese hombre que despertó en ella tanta admiración, y al que hubiera deseado seguramente tener por hijo. Pero toca de lleno a la madre a la que declara dichosa por haber llevado en su vientre y haber amamantado a un hijo como ése. También a la madre le reconoce el mérito de haber contribuido a la crianza y formación de ese hombre que merece toda su admiración.

         Al elogio de la mujer, sin embargo, Jesús no se limita a asentir, sin añadir nada. Al contrario, corrige, precisa y mejora esta apreciación: Mejor, dichosos los que escuchan la palabra de Dios y la cumplen. Y así sitúa las cosas en un plano más hondo y decisivo que el biológico o el de las relaciones naturales.

         Para el Señor, los verdaderamente dichosos son los que escuchan la palabra de Dios y la cumplen. Y esto porque se trata de una palabra dicha no sólo para ser oída con atención (de modo que quedemos bien informados), ni para ser reconocida en su autoridad o validez, sino para ser cumplida, pues concierne a nuestro modo de conducirnos en la vida y a nuestro destino final.

         Según esto, María sería más dichosa por escuchar la palabra de Dios y cumplirla que por haber parido y criado a un hombre admirable o al mismo Hijo de Dios, entre otras razones porque si fue la madre (biológica) de Jesús es porque antes escuchó la palabra de Dios y dijo: Hágase.

         Sin este asentimiento voluntario de María (que brotaba de una extrema disponibilidad para adecuarse a los planes de Dios), y sin este hágase (o activa apertura al cumplimiento de esa voluntad divina), no se hubiera hecho (no hubiera sucedido) ni la concepción ni el alumbramiento del Mesías, pues para ambas cosas Dios necesitaba la colaboración humana. Por eso entra en diálogo y ofrece razones o muestra caminos de realización: El Espíritu Santo vendrá sobre ti; la fuerza del Altísimo te cubrirá con su sombra. Será una partenogénesis.

         Luego María fue dichosa (una dicha no exenta de sufrimientos) por haber tenido a ese hijo (un hijo que le reportó tanto alegrías como sufrimientos), y antes que eso por haber escuchado la palabra de Dios. Es decir, que por haber escuchado, y secundado esta palabra, tuvo al hijo. Y de no haberlo hecho, no lo habría tenido. Tener a Jesús fue efecto de la fe de María, y de una acción de Dios que reclamaba colaboración humana: ¿Quieres ser la madre del Mesías? Hágase conforme a tu querer.

         Y se hizo. Por eso hoy la declaramos dichosa y la reconocemos exaltada no por nuestras alabanzas, sino por Dios, que nos la presenta como señora (porque tiene el señorío de tantos corazones atraídos por su tacto maternal) y exaltada (puesta a la vista de todos para facilitar su acogida y favorecer su intercesión). Pero no podríamos verla exaltada si no hubiese permanecido firmemente asentada en la roca de la fe, con una confianza extrema en un Dios que la llevó a decir una y otra vez: Hágase tu voluntad.

JOSÉ RAMÓN DÍAZ SÁNCHEZ·CID, doctor en Teología

 Act: 11/10/25     @tiempo ordinario         E D I T O R I A L    M E R C A B A    M U R C I A