10 de Octubre

Viernes XXVII Ordinario

Equipo de Liturgia
Mercabá, 10 octubre 2025

a) Joel 1, 13-15; 2, 1-2

         Una plaga de langostas permite hoy a Joel comprender una realidad más profunda: el anuncio del "día del Señor". La descripción de la plaga se halla al comienzo del libro, en el fragmento que hoy leemos (Jl 2, 1-11). Es posible que se trate de una repetición del mismo hecho o que se refiera a 2 oleadas sucesivas. Es descrita con el símil de la invasión de un ejército poderoso y ordenado, que todo lo arrasa y que, como el fuego, consume todo lo que encuentra.

         La descripción de la plaga concluye con una serie de expresiones que son clásicas para hablar del dies irae: "el sol y la luna se oscurecen", "tiembla la tierra", "se conmueve el cielo"... Así resulta más fácil el paso de un acontecimiento a otro.

         La expresión "día del Señor" comienza con Amós (Am 5, 18-20) y al principio tiene un sentido de castigo de los enemigos de Dios, sean israelitas o gentiles. Será el día de la victoria de Dios, que visitará a los hombres no como salvador, sino como destructor.

         Al parecer, con el exilio de Babilonia (s. VI a.C) se había cumplido la palabra profética, pero sólo a medias. Dios había visitado a su pueblo castigándolo duramente; en cambio, los gentiles (más pecadores aún que Israel) habían quedado triunfantes.

         Pero eso no era justo, y así se llega al convencimiento de que Dios les tiene reservado otro día, que será a la vez de castigo para las naciones y de victoria para Israel. El día de Dios continúa siendo un día de aspecto terrorífico, pero ahora las catástrofes sólo hacen referencia a los gentiles.

         Joel es el testigo de este cambio de pensamiento: una expresión anterior adquiere un significado nuevo. En la 1ª parte de su libro, el profeta viene a decir: la plaga de langostas es un castigo que Dios envía a su pueblo; es su día, el "día del Señor" anunciado por los profetas. En la 2ª parte, amplía la visión y la corrige: no, no es "el día del Señor", sino "un día del Señor", uno de los muchos que preparan el gran día.

         La exhortación del profeta a la penitencia por la proximidad del "día del Señor" continúa siendo apremiante para nosotros, pese a que nuestras perspectivas son más amplias, pues sabemos que Dios nos visita constantemente.

Josep Aragonés

*  *  *

         Invita hoy encarecidamente el profeta Joel a la penitencia, sobre todo a las personas con mayor responsabilidad en el pueblo judío: "Sacerdotes, ceñíos y llorad. Ministros del altar, lamentaos y gemid. Ministros de mi Dios, venid y pasad la noche en sayal". Joel debió vivir, sin duda, en una época muy sombría, y de ahí que sus llamadas sean tan desgarradoras.

         Pero esas llamadas del profeta manifiestan la voluntad de recuperación que animaba a esos hombres. Ante las desgracias que se abaten sobre nosotros, sobre muchas familias o nuestro medio, podemos contentarnos con lamentaciones o, peor aún, con acusar a los demás. El profeta, en cambio, toma una actitud digna y positiva: insiste sobre la solidaridad que une a todas las categorías, sacerdotes, levitas y fieles; e invita a todos a reaccionar. La prueba ¿es también para mí una invitación a la purificación?

         Y empieza a explicar el profeta Joel la forma de llevar a cabo esa penitencia: "Tocad la trompeta en Sión, clamad en mi monte santo". En efecto, las conciencias suelen estar adormecidas. Lo malo del pecado es que produce una especie de anestesia: ya no se ve el daño que de él resulta. Nada peor que el egoísta tranquilo que ni siquiera se da cuenta de la monstruosidad de sus actitudes para los que le rodean.

         Ahora bien, todos nuestros pecados embotan la sensibilidad de nuestra conciencia. Nos habituamos. Se atenúan ciertos reflejos de reacción. Entonces nos hundimos. Despiértanos, Señor, toca la trompeta, y levanta la voz para decirnos que nuestros pecados siguen dañándonos y dañando a los demás, aun cuando no los volvamos a ver más.

         Tras lo cual, entra ya en harina el profeta, haciendo una llamada a "proclamar un ayuno sagrado, anunciar una reunión solemne de ancianos y de todos los habitantes del país en el templo del Señor, y aclamar al Señor". Es decir: ayunar y reunirse para orar.

         Esta reacción prueba que no nos resignamos al mal. Hay algo a hacer. Pero al mismo tiempo, conscientes de nuestra debilidad, hacemos una llamada. Hoy, sin duda, surge la tentación de criticar esta postura. Se nos dirá: "Esfuérzate, comprométete contra el mal". Y si bien es verdad que puede existir una oración perezosa, como dice Péguy, también lo es que el hombre no tiene totalmente por sí mismo la capacidad de cambiar de vida. Señor, danos a la vez, esfuerzo para convertirnos, y oración para que tú nos conviertas.

         Y todo ello porque "el Día del Señor está cerca". Los profetas han hablado, a menudo de ese día (Am 5,18-20; Is 13,6; Ez 30,3), como el momento de una intervención muy particular de Dios en la historia, para suprimir el mal y para realizar su designio. Para el creyente, la historia no es un perpetuo volver a empezar.

         Verdaderamente suceden acontecimientos; hay una progresión. Y Dios no está ausente, sino que actúa. Habrá con seguridad una última intervención de Dios al final de los tiempos. Pero los profetas han aplicado constantemente esta visión a unos acontecimientos concretos (como la invasión de saltamontes, que motivó ese oráculo de Joel; Jl 1, 24).

         Pero el "día del señor" no será tan solo un día lejano, sino que también es el día de hoy, pues "está muy cerca". Nunca lo repetiremos bastante: cada día es el día del juicio. Seré juzgado por cada uno de mis días. Es el día de hoy, pues, en el que tengo que convertirme.

Noel Quesson

*  *  *

         Hoy y mañana escucharemos al profeta Joel, que hacia el año 500 a.C invitó a que los sacerdotes convocaran a una jornada de penitencia.

         El pueblo acaba de experimentar una catástrofe, una gran plaga de langostas que ha destruido las cosechas. Y Joel interpreta este hecho como juicio de Dios contra la pereza y dejadez del pueblo en la gran tarea de la reconstrucción moral, después de la vuelta del destierro en Babilonia (s. VI a.C). En efecto, el pueblo de Dios ha descuidado la vida de fe, y de ahí que el Joel aluda a que "falta en el templo del Señor ofrenda y libación".

         A esa plaga se refieran probablemente las alusiones al "azote que viene de las montañas" y el "día de la oscuridad y tinieblas", porque se ve que había sido una "horda numerosa y espesa" que oscurecía el cielo. El profeta Joel quiere que se proclame la penitencia y el ayuno, y que todos clamen a Dios pidiendo su ayuda, no vaya a ser el día del juicio peor todavía que la calamidad recién sufrida.

         Somos nosotros los que hoy oímos esta invitación a la conversión, a volver a Dios. A veces el pecado es comunitario y la decadencia generalizada. También ahora se puede decir que "falta en el templo del Señor ofrenda y libación", porque se descuidan cosas fundamentales.

         Pero la culpa puede ser también personal, pues quien más y quien menos, todos somos débiles y pecadores, y necesitamos convertirnos. No hace falta que seamos grandes criminales, sino que también podemos convertirnos a Dios desde nuestras mediocridades y perezas.

         A veces suenan las trompetas convocando a penitencia, como en cuaresma o en el jubileo. Otras veces es una sencilla invitación a la vigilancia y al cambio de vida, que nos puede venir a través del ejemplo de las personas que nos rodean, o de la palabra de los responsables de la Iglesia, o de los acontecimientos de la historia, agradables o luctuosos.

         Cuando no son las plagas de animales, son otras cosas (enfermedades, fracasos personales...) las que nos sirven de despertadores en nuestra vida de fe. No porque todo mal sea castigo de Dios, pero sí porque todo en la vida, lo bueno y lo malo, debería ayudarnos a recapacitar y reorientar nuestra atención a los valores fundamentales, que tendemos a descuidar.

José Aldazábal

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         Sobre los campos israelitas se ha cernido una nube de langostas que ha dejado al pueblo sin alimentos y en un grave peligro, pues no hay grano para alimentarse, y los mismos animales, al faltarles el sustento, acaban muriendo y poniendo en grave riesgo al pueblo.

         Por eso el profeta Joel convoca a todo el pueblo para que ore y haga penitencia. Porque Dios, rico en misericordia, librará a los suyos de este ejército que se ha cernido sobre ellos, y entonces también el culto estará asegurado.

         Dios, todo amor con quien lo ama y con quien invoca su nombre, ha mirado nuestra humillación y se ha compadecido de nosotros enviándonos a su Hijo para que nos libre de la mano de nuestros enemigos y de todos los que nos odian.

         No sólo lo hemos de invocar con el corazón arrepentido y con signos externos de penitencia; nuestra mejor forma de honrar a Dios es manifestando, con nuestras obras, que en verdad hemos vuelto a él y que hemos hecho nuestra su victoria sobre nuestro enemigo.

José A. Martínez

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         El profeta Joel es casi desconocido, y sólo sabemos lo que nos dicen sus oráculos, que debieron tener lugar en Israel después del regreso de la cautividad en Babilonia. Cuando la ira de Dios actúa por medio de los elementos, todo puede quedar triturado: "Lo que deja gazam lo destruye arbé; lo que deja arbé lo devora yeleq; y lo que se salva de yeleq lo pulveriza jasil". En total, 4 especies de langostas dañinas.

         Esa es la obra que producen también los cúmulos de pecados y deslealtades de los hombres. Solamente la vida en dignidad, piedad, religión, fraternidad, justicia, puede prevenir y salvarnos a todos de esas miserias.

         El texto de hoy no recoge los primeros versículos del profeta Joel, en los que describe una terrible invasión y devastación de langostas, que desolaron los campos, viñas y montes de Israel. Y ante esa plaga, que es castigo de Dios, el profeta reclama a las gentes que entren en caminos de lealtad, cambio y conversión, sobre todo quienes asumen más responsabilidad. Sólo con solidaridad y caridad se camina según Dios.

         El oráculo apocalíptico y escatológico de hoy de Joel nos deja temblorosos, no sea que caigamos en manos de un Dios airado. Porque él ha de venir cuando menos lo pensemos, y hará justicia por las obras salidas de nuestras manos. Jesús nos llamará a interiorizar la verdad de todos estos oráculos, y sólo el espíritu consciente y responsable, que posee unidad de criterio y conducta, que no se divide cuando le place, y que busca siempre hacer el bien, tiene futuro en el reino de Dios.

Dominicos de Madrid

b) Lc 11, 15-26

         Escuchamos hoy en el evangelio que algunos de los asistentes decía de Jesús que "echa los demonios con poder de Belzebú, el jefe de los demonios". Una acusación farisea que no sólo ataca a Jesús, sino que va 5 pueblos más allá, al acusar a Jesús de ser ¡el destructor del reino de Dios! Ni más ni menos. Los fariseos acusaron a Jesús de ¡estar del lado de Satán! Sin duda alguna, aquella acusación tenía bastante de demoníaca. Ayúdanos, Señor, a evitar todas las interpretaciones malévolas.

         Jesús adivinó sus pensamientos, y por eso les dijo: "Todo reino dividido contra sí mismo queda asolado. Y si Satán está dividido contra sí mismo ¿cómo va a mantenerse en pie su reino?". Como de ve, Jesús comienza por resaltar la importancia de la unidad, en las cuestiones de fe. Pues la guerra civil destruye más los imperios que los ataques del exterior. Quien usa la acción de dividir para atacar será destruido, por esa misma división que recaerá contra sus propias tropas.

         A continuación, pasa Jesús a dejar claras todas las cosas: "Si yo echo los demonios con el dedo de Dios, señal es que el reino de Dios ha llegado a vosotros". El "dedo de Dios" es imagen de la potencia divina, y alude a que Dios no tiene que esforzarse para conseguir algo, sino que con sólo mover la punta del dedo, sus actos se realizan (Ex 8,15; Sal 84).

         La traducción "el reino de Dios ha llegado a vosotros" es algo pálida, pero el texto griego es mucho más fuerte: "El reino de Dios os ha llegado por sorpresa, ha venido de súbito, os ha sorprendido, os ha alcanzado". Se trata de una "irrupción absoluta y rápida" que corta el aliento, que impide parar el golpe. El golpe dado a Satán no tiene esquiva posible.

         Lucas es el único, y en esto se diferencia de Mateo (Mt 12, 29), en consignar la presencia de uno "más fuerte" en este pasaje, aludiendo al nombre que Juan Bautista había dado al Mesías (Lc 3, 16). Jesús es "más fuerte" que el mal, más fuerte que Satán. Y no sólo eso, sino que él viene en mi ayuda, y en ayuda de toda la humanidad. Porque "cuando un hombre fuerte y bien armado guarda su casa, sus bienes están seguros".

         Concluye Jesús su alegato con una terrible sentencia: "El que no está conmigo, está contra mí", aludiendo a la oposición entre el reino de Dios (de Jesús) y el reino del mal (de Satanás). Lo cual dice Jesús con toda contundencia, pues en otra ocasión había dicho que "el que no está contra vosotros, está a favor vuestro" (Lc 9, 50). Jesús declara así toda hostilidad entre su reino y el reino de Satanás.

         Un reino de Satanás al que Jesús, ya de paso, describe: "Cuando echan de un hombre el espíritu inmundo, éste va atravesando lugares resecos buscando un sitio para descansar; al no encontrarlo, decide volver a la casa de donde lo echaron. Entonces va a buscar otros siete espíritus peores que él, vuelven y se instalan allí. Y el estado final de aquel hombre resulta peor que el principio".

         Jesús se sirve de las representaciones demoníacas corrientes de su tiempo, y recalca lo esencial con advertencias serias y graves: el que escapó un día al poder del mal, no debe por ello considerarse inatacable (salvo que ingrese en el reino del bien).

         Son muchos los hombres modernos que no creen ya en Satanás. No obstante, la psicología profunda revela abismos, y desde la antigüedad el hombre se sabe juguete en manos de unas fuerzas invisibles que él no puede alcanzar. Sin volver a las representaciones antiguas, tenemos, sin duda, de qué desconfiar: quien niega el poder de Satanás le entrega sus armas, y nada peor para un combate que el no ver, o no querer ver, el poder del adversario.

Noel Quesson

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         El pasaje de hoy nos viene a decir que los objetores de Jesús no se han atrevido a formularle directamente sus críticas, sino que se han dedicado a propagar entre el pueblo ignorante las calumnias contra él: "Echa los demonios con poder de Belcebú, el jefe de los demonios" (v.15).

         Por eso hoy Jesús los desenmascara, así como desarbola la raíz de esas calumnias: "Todo reino dividido queda asolado y se derrumba casa tras casa. Pues si también Satanás se ha dividido, ¿cómo va a mantenerse en pie su reino? Pues vosotros decís que yo expulso los demonios con poder de Belcebú" (vv.17-18).

         Los judíos se han limitado a esparcir sus blasfemias entre la multitud, intentando controlar la situación que se les escapa de las manos. E inmediatamente, Jesús contraataca: "Si yo expulso los demonios con poder de Belcebú, vuestros adeptos, ¿con poder de quién los expulsan? Por eso, ellos mismos serán vuestros jueces" (v.19).

         Los judíos tenían también sus exorcistas, y éstos lo hacían sinceramente. También ellos proclamaban que era necesario liberar a la gente de falsas mentalidades. Pero los dirigentes estaban convencidos de que sólo ellos actuaban en nombre de Dios. Como siempre, se toma el nombre de Dios en vano cuando se quiere asegurar la situación de privilegio.

         Por eso Jesús deja claro que "si yo expulso los demonios con el dedo de Dios, es señal de que el reinado de Dios ha llegado hasta vosotros" (v.20). Jesús invierte los términos: la liberación del endemoniado es la señal mesiánica por excelencia de la llegada del reinado de Dios.

         El dedo de Dios había sido en el AT la fuerza de Dios, causante del endurecimiento del faraón y de las plagas de Egipto (Ex 8, 15). Pero la acción liberadora de Jesús ya no se ejerce por medio de plagas, sino directamente sobre el hombre atenazado por un pecado, que lo incapacita para oír y hablar.

         La gente, una vez liberada, se ha vaciando de la calumnia que se han tragado. Pero si no se deja llenar del mensaje del evangelio, volverá a quedar a merced de la mentalidad adversaria al plan de Dios. Por eso, sigue diciendo Jesús: "Mientras que el fuerte, bien armado, guarda su palacio, sus bienes están seguros. Pero cuando otro más fuerte lo asalta y lo vence, le arrebata las armas en que confiaba y después reparte el botín. El que no está conmigo, está contra mí; y el que no reúne conmigo, dispersa" (vv.21-23).

         El fuerte es figura de Satanás, el adversario de Dios y ahora instalado en la institución religiosa judía (pues el palacio designa la mansión del sumo sacerdote, detentador del poder religioso; Lc 22,55). Mientras que Jesús es "el más fuerte", en su calidad de ungido con la fuerza de Dios (el Espíritu Santo; Lc 3, 16).

         Jesús es el único que ha sido acreditado por Dios para hablar y actuar en su nombre. Jesús se propone desmantelar la institución judía. Hay que tomar partido por uno u otro; quien no se asocia a él, actuando como él actúa, se declara su enemigo. Jesús va reuniendo el trigo en el granero (Lc 3, 17), configurando la comunidad del Reino; quien no colabora en esta tarea, pone obstáculos a esta cosecha.

         Pues si la persona liberada no da su adhesión a Cristo, y quiere mantenerse como espectador en su neutralidad, su fin será mucho peor que antes: "Cuando el espíritu inmundo es expulsado de un hombre, va recorriendo lugares áridos buscando un alojamiento; y, al no encontrarlo, dice: Me vuelvo a mi casa, de donde me expulsaron. Al llegar se la encuentra barrida y arreglada. Entonces va a coger otros siete espíritus peores que él y se mete a vivir allí; y el fin de aquel hombre resulta peor que el principio" (vv.24-26).

         Se presagia así el triste fin del pueblo de Dios, sometido de nuevo a sus dirigentes, por no haber dado su plena adhesión a Jesús. De hecho, será ese pueblo judío el que acabará pidiendo la muerte de Jesús, cuando Pilato lo convoque para que se pronuncie a favor suyo (Lc 23, 13-23).

Josep Rius

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         La actividad liberadora de Jesús recibe distintas interpretaciones. Para unos, Jesús obra con el poder de Belcebú (el príncipe de los demonios), y para otros es necesario que Jesús realice una señal del cielo (que los deje absolutamente convencidos). Jesús no entra en la dinámica de los segundos (pues considera que tienen ya suficientes señales y "a buen entendedor, pocas palabras"), pero sí sale al paso de los primeros.

         A los primeros les desmonta Jesús con una pregunta capciosa su acusación sin fundamento: "Si yo echo los demonios con el poder de Belcebú, y los exorcistas judíos también hacen lo mismo, ¿con qué poder los expulsan ellos?". Ellos decían que los exorcistas judíos actuaban con el poder de Dios, luego también Jesús actuaba con el poder de Dios. El argumento de la crítica, pues, se viene por tierra, y Jesús lo culmina diciendo que su actividad es prueba evidente de que la fuerza de Dios actúa en él.

         La liberación experimentada por el endemoniado mudo había mostrado cómo el reinado de Dios comienza con la libertad para poder hablar, aparte de reducir a Satanás y coartar su poder de dominación y esclavitud. Pero no puede el opresor liberar, luego es Dios quien actúa por medio de Jesús, y en pro de los sometidos al diablo.

         Una vez liberado, el hombre tiene que aliarse con Jesús para seguir luchando contra Satanás y su esclavitud opresora. Si no lo hace así, su final puede ser peor que el principio, pues el enemigo volverá con fuerza de nuevo a someterlo.

         A gran parte del pueblo le pasó eso: muchos siguieron a Jesús con entusiasmo en los comienzos, pero no le dieron su adhesión definitiva, y al final terminaron aliándose contra él para pedir su muerte, incitados por los dirigentes del pueblo (verdadera encarnación de Satanás).

Juan Mateos

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         Sabemos que las palabras y las acciones de Jesús generaron muchas reacciones en la gente de su tiempo, principalmente entre sus enemigos. Los contemporáneos de Jesús no negaban sus exorcismos (su combate incansable contra el mal), pero las opiniones se dividían cuando se trataba de aclarar el origen de su poder. La defensa que hace Jesús de su actividad contra el mal se despliega en 2 argumentos.

         Por un lado, ¿cómo va Satanás a expulsar a Satanás? Pero, suponiendo que así fuera; Jesús todo lo que ha anunciado es que el reino de Satanás ha llegado a su fin. Si un reino se divide contra sí mismo, no puede permanecer en pie; si una familia se divide contra sí misma, no puede permanecer en pie; si Satanás se enfrenta contra sí mismo y está dividido, no puede seguir en pie, y ha llegado su fin. Jesús no puede luchar contra sí mismo.

         Por otra parte, si expulsaba a los demonios en nombre de Satanás, ¿con qué poder lo hacían los exorcistas judíos cuya actividad conocemos por los relatos de la época?

         Toda la vida de Jesús revela que él actúa con el poder de Dios para hacer que el bien reine en la humanidad. Todo lo que hace es signo de que el reino de Dios está presente en medio de los seres humanos. Por eso el reino de las tinieblas es vencido. Sin embargo, hay que seguir luchando contra el mal porque somos frágiles e inestables y podemos volver a caer.

         Los poderes del mal aspiran siempre a volver a ocupar su antiguo lugar, si el lugar que ocupaba el espíritu del mal no es incorporado al reino de Dios. Tener una falsa seguridad en nuestra vida, con respecto a la salvación, nos puede llevar a volver a caer en las garras de las fuerzas del mal. Por eso, hay que estar siempre vigilantes como aquel que espera la llegada de su amo o al ladrón que quiere entrar a su casa.

Fernando Camacho

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         En su subida a Jerusalén, Jesús sigue haciendo presente, con su anuncio y su práctica, el reino de Dios. Y entre estas prácticas formaban parte los exorcismos. Y ese es el punto sobre el que se establece "el conflicto de las interpretaciones", como reza el famoso libro de Ricoeur.

         En su argumentación, Jesús parece recurrir a lo que los lógicos llaman dilema, razonamiento que tiene una 1ª premisa en que se presentan 2 o más términos contrapuestos (suponiendo que si el 1º es verdadero, dará una conclusión; y suponiendo que si el 2º es verdadero, dará la misma conclusión, y así sucesivamente). Vamos a aplicarlo a nuestro caso: Jesús echa los demonios, pero ¿por arte de Belzebú o con el dedo de Dios?.

         Si Jesús echa los demonios con el dedo de Dios, señal es de que el reino de Dios ha llegado ya. Y si Jesús echa los demonios por arte de Belzebú, esto significa que Satanás está en guerra civil. Ahora bien, todo reino que está en guerra civil, va a la ruina. Luego el señorío de Satanás desaparece, y si ese reino desaparece, está claro que el reino de Dios está llegando a vosotros.

         Como explica el exégeta Kelber, el reino de Dios "sólo puede entenderse en su contraste con el reino del mal", que opera en este mundo y lo invade todo. Un reino de Dios que significa la ruina y derrumbamiento de los poderes del mal, al tiempo que trae una liberación que persigue el fin de todo mal y la transformación de la creación entera.

         En cualquier caso, se mire por donde se mire, el reino de Dios está llegando a nosotros. Y tarea nuestra es, según apuntábamos ayer al hablar del Padrenuestro, luchar contra tantos poderes negativos que siguen empañando la presencia de ese Reino en nuestra historia. Es lo que han hecho los mártires y lo que han hecho los santos.

Pablo Largo

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         Hoy contemplamos asombrados cómo Jesús es ridículamente acusado de expulsar demonios "por Beelzebú, príncipe de los demonios" (v.15). Es difícil imaginar un bien más grande (echar, alejar de las almas al diablo, el instigador del mal) y al mismo tiempo escuchar la acusación más grave (hacerlo, precisamente, por el poder del propio diablo).

         Es realmente una acusación gratuita, que manifiesta mucha ceguera y envidia por parte de los acusadores del Señor. También hoy día, sin darnos cuenta, eliminamos de raíz el derecho que tienen los otros a discrepar, a ser diferentes y tener sus propias posiciones contrarias e, incluso, opuestas a las nuestras.

         Quien lo vive cerrado en su dogmatismo, fácilmente menosprecia al que discrepa, descalificando todo su proyecto y negándole competencia y honestidad. Entonces, el adversario se convierte en enemigo personal. La confrontación degenera en insulto y agresividad. El clima de intolerancia y mutua exclusión violenta puede, entonces, conducirnos a la tentación de eliminar a quien se nos presenta como enemigo.

         En este clima es fácil justificar cualquier atentado contra las personas (incluso los asesinatos), si el muerto no es de los nuestros. ¡Cuántas personas sufren hoy con este ambiente de intolerancia y rechazo mutuo que frecuentemente se respira en las instituciones públicas, en los lugares de trabajo, en asambleas y confrontaciones políticas!

         Entre todos hemos de crear unas condiciones y un clima de tolerancia, respeto mutuo y confrontación leal en el que sea posible ir encontrando caminos de diálogo. Y los cristianos, lejos de endurecer y sacralizar falsamente nuestras posiciones manipulando a Dios e identificándolo con nuestras propias posturas, hemos de seguir a este Jesús.

         Un Jesús que, cuando sus discípulos pretendían que impidiera que otros expulsaran demonios en nombre de él, les había corregido diciéndoles: "No se lo impidáis. Quien no está contra vosotros, está con vosotros" (Lc 9, 50). Pues como decía San Agustín, "todo el coro innumerable de pastores se reduce al cuerpo de un solo Pastor".

Josep Pausas

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         La oposición contra Jesús, por parte de sus enemigos, llegó a extremos curiosos. Y así, algunos dijeron: "Si echa los demonios, es por arte de Belcebú, el príncipe de los demonios". Pero ¿cómo puede Jesús luchar contra el demonio, si actuara en nombre del demonio?

         Jesús responde con ironía, preguntando si es que había guerra civil en los dominios de Satanás. Y también en nombre de quién echaban los demonios los que en Israel ejercían el ministerio de exorcistas (que también los había). Lo que pasaba es que los enemigos de Jesús no querían llegar a la conclusión que hubiera sido la más lógica: "El reino de Dios ha llegado a vosotros".

         Pero también nos avisa Jesús de que puede haber recaídas en el mal y en la posesión diabólica: "Cuando un espíritu inmundo sale de un hombre, vuelve con siete espíritus peores y el final resulta peor que el principio". Todos estamos implicados en la lucha entre el bien y el mal. El mal (el Maligno) sigue existiendo, y nos obliga a no permanecer neutrales, sino a posicionarnos en su contra (junto a Cristo).

         Al leer cómo Jesús libera a los posesos y cura a los enfermos, estamos convencidos de que "el reino de Dios ya ha llegado a nosotros", y que su fuerza salvadora ya está actuando. Jesús es "el más fuerte", que ha vencido al poder del mal. Y ahora nos invita a que nos unamos a él en esa lucha: "El que no está conmigo, está contra mí". No podemos ser meros espectadores en la gran batalla.

         También haremos bien en escuchar su advertencia: no estamos seguros de haber vencido al mal y al pecado. Puede venir ese espíritu Maligno "con otros siete espíritus peores" y "meterse a vivir" en nosotros. Lo que sería una ruina peor. La llamada a la vigilancia es evidente. Cada uno sabe qué demonios le pueden tentar desde dentro y desde fuera. Haremos bien en decir humildemente, con el Padrenuestro, "no nos dejes caer en la tentación".

         A nosotros no se nos ocurrirán las excusas ridículas de los que no querían aceptar a Jesús. Pero sí podemos caer en una actitud de pereza o de miedo, o bien no ser conscientes de que en efecto existe el mal, dentro de nosotros y en el mundo y en la Iglesia. Cuando comulgamos, se nos invita a participar de Cristo Jesús, que es "el que quita el pecado del mundo". La eucaristía es la mejor fuerza que Dios nos da en la lucha contra el mal.

José Aldazábal

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         Jesús actúa con el poder de Dios, pues al expulsar a Satanás nos llena de la vida divina y del Espíritu Santo. Así, libres de toda influencia del mal en nosotros, manifestamos con obras que el reino de Dios ha llegado a nosotros. Por eso nuestra vida de fe no puede convertirse en un simple juego, y no podemos actuar con hipocresía de tal forma que, aparentando una fe que nos hace cercanos a Dios, llevemos en realidad una vida lejos de él.

         Es entonces cuando se puede aplicar a esa clase de hipócritas las palabras con que Dios recriminaba a esa clase de gentes: "Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí". Si hemos hecho nuestra la vida de Dios no dejemos vacío nuestro corazón; permitámosle a Dios que él sea quien habite en nosotros, de tal forma que, siempre ocupada por Dios nuestra vida no haya espacio, en nosotros, para que nuevamente tome posesión en nuestro interior el autor del pecado.

         Efectivamente, quien ha entrado en comunión de vida con Dios debe trabajar constantemente para que quienes han sido esclavizados por el mal se vean libres de aquello que los ha oprimido. No sólo hemos de luchar por erradicar la pobreza, sino porque aquellos que la han causado abran sus ojos ante las miserias de sus hermanos, no se esclavicen a lo pasajero y sean más justos en la retribución que han de dar a sus trabajadores.

         No sólo hemos de orar por la paz en el mundo, sino que hemos de hacernos cercanía para quienes la han destruido, para que vivan con mayor lealtad el servicio al bien de la sociedad que está en sus manos, para hacer que todos vivan con mayor dignidad y para no llevarlos hacia su propia destrucción.

         No sólo hemos de pedirle a Dios que se viva conforme al evangelio, sino que hemos de tomar nuestra propia responsabilidad y convertirnos en aquellos que proclaman la Buena Nueva, y que viven conforme a los criterios del evangelio que se anuncia.

         Arrodillémonos piadosamente ante Dios, pero después no actuemos en contra de la fe que decimos profesar. Porque de hacerlo estaremos manifestando, con las obras, que quien habita en nosotros es Satanás, y Dios estaría muy lejos de nosotros.

José A. Martínez

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         La multitud se queda hoy admirada ante el milagro que Jesús realiza de arrojar un demonio, pero algunos lo acusan de echar los demonios por orden de Satanás o le piden un "signo del cielo", pues el arrojar demonios no parece serlo. En la respuesta de Jesús se aprecian 4 pasos:

1º un razonamiento, pues si también los exorcistas de los rabinos arrojaban demonios, ¿también ellos estaban endemoniados?

2º un anuncio, el que dice que si Jesús los arroja es porque ha llegado el reino de Dios. En efecto, en Lc 4,16 Jesús pone de relieve los contornos del Reino que viene a predicar, cuya síntesis consiste en la liberación de los hombres bajo el dominio del mal.

3º un ejemplo, ya que la metáfora sobre el hombre fuerte y el hombre más fuerte ejemplifica claramente la antítesis entre Satanás y Jesús. La conclusión que se extrae de él es que la victoria de Jesús es radical y definitiva.

4º una invitación, a ponerse de parte de Cristo, a seguirlo y a no bajar la guardia en la vivencia del evangelio. Jesús no oculta el riesgo que corre quien decide seguir sus huellas: las fuerzas del mal podrían regresar para vencer al seguidor de Cristo.

         Concluyendo, en este pasaje se nota un recrudecimiento de las relaciones de Cristo con sus adversarios. Desde el inicio del evangelio notamos la oposición que Cristo encuentra contra su propia persona y contra su mensaje. Este conflicto llegará a su culmen en la pasión.

Clemente González

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         El discurso de hoy de Jesús se genera a propósito de la expulsión de un demonio. Con este pasaje nos deja en claro la existencia de los ángeles malos o demonios. Esto lo digo pues hoy es común encontrar personas que niegan su existencia y atribuyen la acción demoníaca a factores únicamente psicológicos o paranormales. Esta es una de las tácticas favoritas del enemigo del Reino: pasar desapercibido, y de incógnito tomar a sus víctimas por sorpresa.

         Si bien es cierto que difícilmente puede tomar el demonio posesión de una persona (para lo cual necesita un permiso especial de Dios), sí que es fácil para él ensañarse en la destrucción de la vida de quien le da cabida, sea a base de la tentación (medio ordinario de su acción), sea mediante la perturbación (la cual requiere una permisión de parte nuestra).

         Los juegos como la güija, la lectura del tarot o la bola del adivino, lo único que hacen es abrir la puerta para que Satanás pueda tener accesos no sólo a la tentación, sino a otras áreas de nuestra vida. Quien ha tenido trato con estas cosas debe confesarse y pedir al sacerdote que ore por él mientras se hace una profesión de fe y se renuevan las promesas bautismales.

         Si sabes de alguien que ha estado en contacto con esto, es tu deber como cristiano de advertirlo y ayudarlo para que pueda recobrar la gracias y cerrar su puerta a la acción del demonio. De esta manera estarás como Cristo construyendo el Reino. Y sobre todo, recordemos siempre: la fe y la gracia son las barreras que impiden que el demonio acceda a una persona.

Ernesto Caro

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         El evangelio de hoy tiene muchas enseñanzas. Una de las que me ha quedado está relacionada con la seguridad. El Señor dice que "cuando un hombre fuerte y bien armado guarda su palacio, sus bienes están seguros. Pero si otro más fuerte lo asalta y lo vence, le quita las armas en que confiaba y dispone de sus bienes".

         Con estás palabras reflexiono en Aquel en quién tengo puesta mi seguridad. Y veo claramente que si esa confianza no está puesta en Dios, las posibilidades de que llegue algo (o alguien) más fuerte y me venza, son realmente altas.

         Mover todas nuestras esperanzas, bienes, ilusiones y sentimientos a las arcas de Dios, es la mejor inversión. No habrá nadie ni nadie que nos perturbe ni nos robe lo que hemos ganado por habitar en él.

Miosotis Nolasco

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         Jesús, hoy aprovechas la crítica de algunos judíos para hablar de un tema importante. Todo reino dividido contra sí mismo quedará desolado. Este pensamiento profético puede aplicarse también a la falta de unidad entre los cristianos. Tú quieres que con mis obras y mis oraciones colabore para que cada día haya más unidad en la Iglesia: que todos sean uno; como tú, Padre, en mí y yo en ti, que así ellos estén en nosotros, para que el mundo crea que tú me has enviado (Jn 17, 21).

         Jesús, tú eres ese otro más fuerte que has vencido al demonio con tu muerte en la cruz. Con tu humildad y obediencia al Padre, le has quitado las armas en las que confiaba: el orgullo, la avaricia, la sensualidad. Yo no puedo quedarme en la imparcialidad. El que no está conmigo, está contra mí. Si no estoy unido a ti por la gracia, los sacramentos y la oración, me estoy pasando al enemigo.

         Por ello, he de pedir con fe a Dios que no me deje caer en la tentación. Esta petición llega a la raíz de la anterior, porque nuestros pecados son los frutos del consentimiento a la tentación. Pedimos a nuestro Padre que no nos "deje caer" en ella. Traducir en una sola palabra el texto griego es difícil, pero significaría "no permitas entrar en", "no nos dejes sucumbir a la tentación". Como dice el Catecismo de la Iglesia, "Dios ni es tentado por el mal ni tienta nadie, sino todo lo contrario: quiere librarnos del mal" (CIC, 2846).

         ¡Qué poco listo parece el diablo!, sobre todo si siempre utiliza los mismos engaños y las mismas falsedades. Jesús, uno de los grandes triunfos del demonio en la sociedad actual es hacer creer a la gente que es una figura propia de los cuentos para niños; o de una cultura atrasada, poco científica, que cree en mitos y poderes mágicos. Así el demonio puede trabajar a sus anchas, pues nadie lucha contra quien supone que no existe. Satanás cuenta con todo eso para tentarnos.

         Incluso algunos que se dicen cristianos se molestan si se habla de él, cuando tú, Jesús, nos adviertes tantas veces de este peligro. Que aprenda a escarmentar en cabeza ajena, viendo como acaban los que no luchan contra las tentaciones del demonio. Que me decida a luchar en serio, y a poner los medios para evitar las ocasiones de pecar.

         Jesús, tengo un arma poderosa para vencer al demonio: los sacramentos, especialmente la eucaristía y la confesión. Y además, cuento con la ayuda de la dirección espiritual, para que me ayuden a superar esas tentaciones que más me cuestan.

         Al demonio le molesta mucho la dirección espiritual, y por eso envía al demonio mudo, para que no seamos sinceros. Si alguna vez tengo la tentación de no ser sincero, que acuda a ti. Y me ocurrirá como a la persona del evangelio: Y sucedió que, cuando salió el demonio, el mudo rompió a hablar.

Pablo Cardona

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         La mentalidad bíblica contempla la vida de la humanidad como una lucha entre 2 espíritus: los que rigen y dominan al hombre natural, y el Espíritu de Dios que lo hace partícipe de la libertad divina. Expulsando a Satanás, Cristo revela que un nuevo Reino acaba de hacer su aparición sobre la tierra, un Reino capaz de destruir el reino de Satanás. Para pertenecer a este nuevo Reino es necesaria una opción ilimitada de fidelidad y de entrega a Jesús.

         Las palabras de hoy de Jesús tienen una claridad meridiana: si uno se expulsa a sí mismo es necio, no sabe lo que hace. Y si el bien expulsa al mal conscientemente es que estamos entrando en reino de la verdad, justicia y caridad. Jesús y el mal (el enemigo de Dios) son incompatibles.

         Para muchos cristianos, el pecado encuentra suficiente explicación con la libertad del hombre y dicen que la personificación del mal (Satanás) pertenecía a una época en la que el hombre era juguete de las fuerzas cósmicas. Sin embargo, el evangelio habla del demonio y Jesús es consciente de que su vida es una lucha contra el espíritu del mal.

         El mal no se explica totalmente en razón de la libertad humana. Tiene raíces extremadamente profundas que no podemos desarraigar. Pero Jesús ha venido a destruir este imperio del mal.

         El reino de Dios es el futuro del hombre. Es la plenitud de Dios a la que tiende el hombre y que no puede realizarse plenamente en el mundo actual. Sin embargo, el Reino es a la vez algo presente; es precisamente aquello que sucede y se realiza cuando Jesús expulsa a los demonios, perdona los pecados.

         El reino de Dios se empieza a mostrar allí donde Jesús libera a los hombres de la fuerza del diablo y los conduce hacia un futuro de gracia, de libertad y de vida, hacia el Reino de verdad y de vida, el Reino de santidad y de gracia, el Reino de justicia, de amor y de paz. Esta es la fe del evangelio, en contra de la opinión de los fariseos, que interpretan la obra de Jesús como expresión de la presencia y el influjo de Satán, el diablo.

         Ciertamente, el Reino es un futuro y se confunde con la plenitud de Dios a la que tienden los humanos. Sin embargo, el Reino es a la vez algo presente; es precisamente aquello que sucede y se realiza cuando Jesús expulsa a los demonios, perdona los pecados y suscita un campo de fraternidad entre los hombres. No viene el Reino en signos exteriores, en estrellas que se caen, por la peste o en la guerra.

         Resulta sorprendente que, cuando Jesús hace maravillas y expulsa demonios, algunos le miran con ojos de resentimiento, de amargura interior, porque no obra "según la ley". Lo cual no pasa de ser lamentable, aparte de apuntar a una actitud totalmente contraria a Dios, pues no se está reconociendo la propia pequeñez del hombre, así como la gran alegría de sentirse amados de Dios.

         Quien trate de explicar el bien (una sanación) por medio del mal (de Satanás, príncipe de los demonios), no sabe por dónde anda. O no quiere verse ante la verdad, o no acepta reconocerla.

Dominicos de Madrid

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         El presente evangelio nos invita a realizar una revisión de nuestras actitudes delante de la presencia de los gestos liberadores de Dios, señales de la instauración del reinado del Mesías, el Más Fuerte. Ellos corren también hoy el riesgo de ser malinterpretados, puestos bajo la mirada sospechosa que coloca las victorias sobre mal en el ámbito producido por las fuerzas del mal y que busca señales de verificación que señalen claramente su origen divino.

         Frente los frecuentes malentendidos que puedan suscitarse, el criterio para discernir las actuaciones y la presencia de Dios en ellas brota claramente de la enseñanza de Jesús. Según ella, el juicio sobre cada una de las acciones realizadas debe brotar de la relación que ellas tienen con el triunfo sobre el reino del Maligno, el fuerte de este mundo.

         Se exige, por tanto, la necesaria lucidez que nos posibilita descubrir alrededor nuestro las señales que indican la destrucción de todo lo que imposibilita el ejercicio de la plena actuación humana. Dicha lucidez sólo puede surgir de una confrontación de los hechos con las acciones y la actuación de Jesús. En él, pastor y segador, podemos comprender cuál es el modo de realizar esa tarea.

         De esa forma podremos solidarizarnos con todos aquellos que están comprometidos en la lucha contra el mal en todo el espacio humano. Un compromiso que no ha de agotarse en un momento concreto de nuestra vida, sino que debe adquirir continuidad a lo largo de todo el tiempo de nuestra existencia. De lo contrario, puede colaborar con el mal en vez de oponérsele.

Confederación Internacional Claretiana

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         De Jesús dice el evangelio que "pasó haciendo el bien". Esto se ha dicho en la historia humana de muy pocos seres humanos. Sin embargo Jesús enfrentó en su momento férreas oposiciones. Muchos se consideraban propietarios de las buenas obras, del poder divino, y demonizaban a aquellas personas que no actuaban según sus parámetros. Ellos acaparaban para sí todo el buen nombre, el prestigio y la admiración. Ése era su objetivo al dar limosnas o al ofrecer consejos.

         Y cuando se presenta Jesús que da generosamente y no espera nada a cambio, ellos lo tildan de demonio, para desprestigiarle y eliminarle como oponente. Sin embargo Jesús los enfrenta con la verdad: sólo se puede hacer el bien en nombre del Dios de la vida.

         En la actualidad sigue siendo corriente la práctica de demonizar al oponente, de desprestigiarlo para aumentar el brillo propio. Pues actuar a favor de los demás, sin buscar el buen nombre y el prestigio, es una cosa que no llama la atención de nadie.

         El evangelio de hoy nos invita hoy a hacernos del bando de Jesús, del lado del bien y la verdad. No para adquirir ganancias personales, sino para ser las manos de Dios que actúan eficazmente en el mundo. Por esto, el mundo de hoy exige que luchemos contra el mal con las armas de la verdad y la justicia. No podemos combatir el mal con sus propias armas: la violencia sólo genera violencia y la manipulación ideológica sólo genera opresión y desequilibrio mental.

         Pero necesitamos combatir el mal como lo hizo Jesús: con la bondad y generosidad, de un Dios que defiende incondicionalmente la vida de las personas.

Servicio Bíblico Latinoamericano

c) Meditación

         El evangelista Lucas nos presenta hoy a Jesús realizando una buena acción. En concreto, liberando a un endemoniado del mal espíritu que le tenía poseído. Pero también nos dice que, entre la multitud, algunos decían: Si echa los demonios es por arte de Belzebú, el príncipe de los demonios.

         Sabemos por otras versiones del evangelio que los que sostenían y enarbolaban esta opinión eran los fariseos. Como no querían reconocer a Jesús como enviado de Dios, atribuían sus acciones, incluidas aquéllas que eran manifiestamente contrarias al espíritu del mal, a su condición de aliado de Belzebú (el príncipe de los demonios) y a las malas artes empleadas por él.

         Por arte de Belzebú tal vez pueda entenderse el recurso a la magia, como si los magos dispusieran de artes proporcionadas por los demonios para engañar a los seducidos por esas técnicas. O se podría aludir también al poder sobrenatural del demonio.

         Sea como sea, Jesús responde a esta crítica malévola con un razonamiento tan simple como cargado de lógica: Si quien echa a los demonios (de sus posesiones o fortalezas) es un aliado del demonio, ello vendría a significar que la guerra civil se ha instalado en el reino de Satanás, y eso haría imposible su supervivencia (pues un reino en guerra civil va a la ruina en un corto espacio de tiempo).

         No tiene ninguna lógica pensar, por tanto, que el que expulsa a los demonios sea su aliado. Más bien, la lógica lleva a pensar todo lo contrario, viniendo a razonar que si Jesús se ha declarado enemigo de los demonios, y expulsa a los demonios, más bien sea su enemigo. De cualquier forma, les cuestiona Jesús, si yo echo los demonios con el poder de Belzebú, vuestros hijos ¿por arte de quién los echan?

         Al parecer, Jesús no era el único exorcista de la región, y según testimonio del cronista Flavio Josefo muchos judíos solían practicar con éxito exorcismos. No es extraño, por tanto, que el Maestro de Nazaret se remita a ellos para constituirlos en jueces de sus críticos. ¿A qué poder o arte habría que referir estas acciones milagrosas protagonizadas por otros judíos? ¿También habría que atribuir al diablo tales acciones?

         Juzgando a Jesús, los fariseos se estarían constituyendo en jueces de aquellos otros exorcistas. Tras lo cual, concluye Jesús: Si yo echo los demonios con el dedo de Dios, entonces es que el reino de Dios ha llegado a vosotros.

         Jesús se remite al sentido común, pues ¿no es más lógico pensar que si Jesús es el enviado de Dios, y el diablo es el enemigo de Dios, lo que esté haciendo Jesús es declarar la guerra al diablo? Sobre todo porque Jesús es el aliado de Dios, y no se dedica a otra cosa que a implantar el reino de Dios (el cual quiere destruir el diablo).

         La expulsión de los demonios se convierte así en una de las señales más clarividentes de la llegada del reino de Dios, pues el retroceso del demonio en su dominio es simultáneamente un avance del reino de Dios.

         Aquí, como en tantas otras cosas, lo que impera es la ley del más fuerte, recuerda Jesús. Y el demonio puede hacerse fuerte en su territorio. Pero si llega otro más fuerte, posiblemente le desarme y le arrebate el botín. Pues bien, ésa es la explicación de exorcizar de Jesús: quitarle el botín. ¿Y cómo lo consigue? Desarmándolo. ¿Y por qué? Porque es más fuerte que Satanás. Jesús es el más fuerte, y el que no está con él, está contra él, y el que no recoge con él, desparrama.

         La sentencia pronunciada por Jesús (el que no está conmigo, está contra mí; el que no recoge conmigo, desparrama) suena muy excluyente, a diferencia de aquella otra (más amigable) que incluye a los favorables a su causa a los que no están en contra de ella (el que no está contra nosotros, está a favor nuestro).

         Aquí, en contraste con el aserto anterior, se considera adversario al que no está a favor de Jesús. ¿Y por qué? Por el contexto de quién es este adversario: los fariseos. Y es que la obstinación de los fariseos, tergiversando las cosas hasta el punto de hacer de Jesús un aliado del demonio, explica también que Jesús les atribuya un pecado (denominado blasfemia contra el Espíritu Santo) que no tendrá perdón jamás.

         Realmente, la maldad ha cegado a los fariseos, hasta el punto de querer tergiversar la realidad de las cosas, o de hacer ver al diablo donde está Dios, o de querer confundir el bien con el mal y viceversa.

         El pasaje evangélico se cierra con una alusión a la vuelta de los espíritus inmundos al lugar que abandonaron, dado que no encuentran una morada mejor que aquélla. En esta ocasión, los demonios ven reforzada su presencia con la compañía de otros siete espíritus peores. Evidentemente, el final de ese hombre resultará peor que el principio.

         Con semejante descripción parece como si Jesús estuviera invitando a no bajar la guardia frente al demonio, ya que puede volver en cualquier momento y dejar a sus víctimas en peor situación que la ya padecida. No obstante, siempre podremos acudir al que es más fuerte, al que dispone de capacidad para asaltar y vencer al fuerte. Porque el demonio es fuerte, pero el Ungido del Espíritu, el que obra con el poder de Dios, es mucho más fuerte.

         Ante el empuje de las fuerzas adversas, siempre podremos confiar en una fuerza superior a todas ellas, en la fuerza de Dios manifestada en Cristo Jesús.

JOSÉ RAMÓN DÍAZ SÁNCHEZ·CID, doctor en Teología

 Act: 10/10/25     @tiempo ordinario         E D I T O R I A L    M E R C A B A    M U R C I A