2 de Octubre
Jueves XXVI Ordinario
Equipo
de Liturgia
Mercabá, 2 octubre 2025
a) Neh 8, 1-7.12
Leemos hoy una página capital para entender lo que es una liturgia de la Palabra. En esta época, la ley de Moisés acaba de ponerse por escrito, gracias al intenso trabajo de los escribas. Se inaugurará una ceremonia que pasará a ser tradicional en las sinagogas y las comunidades cristianas. Llegada la fiesta del séptimo mes, todo el pueblo se congregó como un solo hombre en la plaza situada frente a la puerta de las aguas.
El 1º elemento de la liturgia es la asamblea. El culto verdadero, no es, en primer lugar el cumplimiento formal de unos ritos, es, ante todo, una comunidad reunida. La primera exigencia de una liturgia es estar juntos, codo a codo delante de Dios.
Se pidió al escriba Esdras que trajera el libro de la ley, y se congregó a toda la asamblea, compuesta de hombres, de mujeres y de todos los niños con uso de razón. Y Esdras, vuelto hacia la plaza, hizo la lectura. Estaba de pie sobre un estrado de madera. Todo el pueblo le veía porque dominaba la asamblea.
Se realza, pues, la importancia del libro, así como la del lector. Pero no se trata de un libro ordinario, ni de una lectura banal: se trata de una Palabra de Dios que se va a proclamar, con solemnidad. Danos, Señor, da a todos los hombres el respeto de tu Palabra.
Y todo el pueblo, alzando las manos, respondió: "Amén, Amén". Tras lo cual se inclinaron y se postraron ante el Señor, rostro en tierra. Cuando Dios habla, hay que responder. Y la respuesta normal es un asentimiento, un sí. El amén que hemos conservado del hebreo tiene ese significado.
Amén significa "así es", y viene a ser como un resumen de la fe, o respuesta del hombre a la revelación que Dios nos propone. Notemos que la asamblea no se contenta entonces con un mero asentimiento de los labios: todo el cuerpo participa de ese sí que proviene del fondo del ser. Se alzan las manos, luego todos se prosternan hasta el suelo.
Espectáculo que sorprende; cuyo sentido se ha perdido en nuestras iglesias occidentales llenas de sillas y de bancos. Los jóvenes hoy encuentran de nuevo esta expresión en la liturgia. Los pueblos africanos y asiáticos pueden enseñarnos algo, respecto a esto: la asamblea de miles de musulmanes haciendo la gran postración es digna de ser contemplada.
Esdras leyó en el libro de la ley de Dios, aclarando e interpretando el sentido para que los asistentes comprendieran la lectura. Es esencial que la palabra de Dios sea proclamada en la lengua propia de aquellos a quien va dirigida. Dios habla para hacerse entender, y de ahí la finalidad de las múltiples traducciones en todas las lenguas del mundo, y también la finalidad de los comentarios exegéticos y de las homilías que ayudan a comprender y aplicar la Palabra de Dios.
Y empezó Esdras a decir: "Este día está consagrado al Señor, vuestro Dios; no estéis tristes ni lloréis". Porque todo el pueblo lloraba al oír las palabras de la ley. En efecto, la palabra de Dios nos interpela. Nos revela nuestros pecados. Escuchar a Dios es oír unas exigencias infinitas que nos hacen sentir tanto más nuestras pobrezas. Domina ciertamente la alegría, una atmósfera de fiesta. La alegría de Dios, ¿es de veras mi fortaleza?
Noel Quesson
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El Israel vuelto del exilio de Babilonia tiene conciencia de un nuevo principio dentro de la continuidad de la historia de salvación. El pueblo ha vuelto a nacer después de la gran prueba. El recuerdo del primer nacimiento (la liberación de Egipto y la siguiente adquisición por parte de Dios por medio de la alianza del Sinaí) está vivo entre los restauradores. Y se compara la liberación de Egipto con la de la cautividad de Babilonia, que ya Isaías II había descrito como un nuevo éxodo. Hay que completarlo, pues, con la renovación de la alianza.
Los primeros regresados habían hecho ya bastante con conservar el rescoldo del fuego sagrado de la esperanza, pero ahora, conseguida una cierta estabilidad, Esdras se dispone a hacerlo con toda solemnidad y convoca, en honor de Dios, una reunión festiva de todo el pueblo (qahal, ekklesía, iglesia), la asamblea del pueblo congregada para el culto. Israel renueva, actualiza, la Antigua Alianza.
Esto lleva consigo, como en la sinaítica (Ex 20,1-1; 24,11) la proclamación de la ley y un sacrificio de comunión, una comida sagrada (Ne 8, 1-8.9-12). Palabra y sacrificio de comunión, he aquí dos realidades litúrgicas íntimamente unidas. La reunión festiva de los cristianos, la liturgia eucarística (lectura de la palabra, comida sagrada), continúa renovando la alianza definitiva entre Dios y los hombres en Jesucristo. Notemos la importancia y el papel esencial que tiene la proclamación de la palabra.
Asistencia, versión en la lengua del pueblo, esfuerzo por penetrar el sentido (homilía, estudio asiduo, meditación profunda, oración humilde) son requisitos indispensables para una provechosa proclamación de la palabra. Esto ya se advierte en la asamblea de Esdras: "Leían el libro de la ley de Dios traduciéndolo y explicándolo para que se entendiese la lectura" (Ne 8, 8).
Después de este momento, la celebración de la fiesta de los tabernáculos (Ne 8, 13-18) une todavía más la renovación de la alianza con los acontecimientos del Sinaí, cuando el pueblo habitaba en tiendas en el desierto.
Una actuación histórica (liberación de Egipto, liberación de Babilonia) fundamenta la alianza de Dios con el pueblo. La ley da las estipulaciones, pero no tiene sentido si no es en el marco de la alianza y de la historia. No es un absoluto. Dios es señor de la ley y los hombres son los beneficiarios dentro de las circunstancias siempre cambiantes de la historia.
El judaísmo posterior a Esdras (algunos ven su origen en la lectura solemne que Esdras hace de la ley) tenderá a hacer de esa ley un absoluto. Jesús se verá obligado a hacer una reordenación de valores (Mc 2, 23-28).
Josep Rives
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Con la diligente colaboración de Nehemías y de Esdras y de los levitas, se llegó a una reconstrucción humana y religiosa de aquella generación que había vuelto del destierro bastante tocada en su identidad social y religiosa.
Aquella asamblea de Jerusalén, de la que hoy leemos un resumen (en el libro de Nehemías ocupa los cap. 8-10) es un acontecimiento fundamental en la historia de Israel: la solemne renovación de la Alianza. Una página espléndida, llena de sentido para el futuro:
-se reúne la gran asamblea,
-todos escuchan con atención el libro de la Alianza, que proclama el sacerdote
Esdras,
-se dividen en grupos y los levitas van explicando a todos el sentido de lo que
acaban de leer,
-la gente se llena de alegría y llora de emoción al escuchar esta Palabra,
-y lo celebran después con comida y bebida y una gran fiesta.
Da un poco de envidia el que aquel pueblo se congregara con tanto entusiasmo a escuchar la Palabra que tenían un tanto olvidada, y que los levitas lograran explicárselo "de forma que todos comprendieron la lectura". Ahora escuchamos la Palabra, por ejemplo en la Eucaristía, sin tanta emoción. Y tampoco parece tan eficaz el ministerio de los monitores que la presentan o de los lectores que la proclaman o de los predicadores que la explican y aplican.
Sin embargo, eso es lo que Dios quiere. Jesús dijo que la Palabra es una semilla que tiene que producir fruto en nosotros. Sin la solemnidad de aquella ocasión, pero sí con la constancia de la eucaristía celebrada cada domingo (o cada día) y con la pedagogía de una oportuna homilía, la palabra de Dios va iluminando nuestro camino y dándonos fuerza para ir mejorando nuestra vida.
En esta tarea privilegiada de la evangelización, todos aportan su colaboración: el sacerdote, los lectores y los catequistas. Ojalá también ahora el pueblo cristiano pueda sentir una profunda alegría "porque han comprendido lo que les han enseñado". No se trata de anunciar cosas peregrinas: de la Palabra de Dios es de donde nos viene la luz y la alegría y la libertad. Como dice el salmo de hoy, "los mandatos del Señor son rectos y alegran el corazón, y dan luz a los ojos".
José Aldazábal
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El pueblo judío se ha reunido para recordar el camino por el desierto, cuando sus padres habitaron en tiendas de campaña y recibieron la ley por medio de su santo siervo Moisés. Ante la lectura de las palabras que contienen la ley de Dios, y ante la explicación de la misma, el Pueblo reconoce que no ha sido fiel al Señor, y se entristece y llora.
Pero hay que celebrar al Señor que ha sido misericordioso con su pueblo; que ha levantado su castigo contra él y, como signo de su perdón, le ha reinstalado en la tierra prometida. Por eso hay que alegrarse en el Señor y celebrarlo, pues celebrar al Señor es nuestra fuerza. Pero no basta con alegrarse con el Señor. Si en verdad hemos vuelto a él necesitamos, finalmente, volver la mirada hacia los que nada tienen y compartir con ellos nuestros alimentos y lo que tengamos.
Quien escucha la palabra de Dios y la pone en práctica; quien no sólo ama a Dios sino también a su prójimo; quien en el amor al prójimo no se limita con respetarle sino que procura su bien, ese ha comprendido las cosas que el Señor nos ha enseñado por medio no sólo de su Palabra, sino por medio de su mismo ejemplo, pues, hecho uno de nosotros, salió al encuentro del pecador para perdonarlo, y al encuentro del necesitado para socorrerlo.
Por medio de su ley, el Señor ha iluminado el camino del creyente. Por eso hemos de conocerla y meditarla para convertirnos en sabios y llegar a vivir con rectitud del corazón. El Señor nos ha indicado que quien quebrante uno de estos mandamientos, el más mínimo, y enseñe eso a los demás, será el más despreciable en el Reino de los Cielos.
Sabemos que la salvación nos ha llegado por medio de Jesucristo; mas no por eso debemos dejar de meditar su Palabra y ponerla en práctica, pues la ley nos ayuda a manifestar, con obras, la salvación que Dios nos ha concedido, amando a Dios sobre todas las cosas y amando a nuestro prójimo como a nosotros mismos.
Dominicos de Madrid
b) Lc 10, 1-12
"Después de esto, el Señor designó a otros setenta y dos" (v.1a). En paralelo con la elección y misión de los Doce (Lc 6, 13) como paradigma, Lucas redacta la misión de hoy bajo el signo de la universalidad, a fin de dar perfiles definidos a la nueva llamada de discípulos que acaba de realizar en territorio samaritano (Lc 9, 57-62). Pues la misión de los 12, tanto en territorio judío (Lc 9, 1-10) como en territorio samaritano (Lc 9, 52-53), no ha sido suficiente.
Jesús, sin embargo, no se desanima. Y "después de esto", es decir, de la llamada de los 3 discípulos anónimos de ayer (Lc 5, 1-11), "designó a otros setenta y dos". Mientras el grupo de los Doce ejemplificaba el nuevo Israel (las 12 tribus), el grupo de los Setenta y Dos tienen ahora que representar a la nueva humanidad (pues según el cómputo judío, las naciones paganas eran 70). De hecho, aquí se habla de 72, pero en la otra variante evangélica se habla de 70.
Jesús los envía "de dos en dos" (v.1b), formando un grupo o comunidad, con el fin de que muestren con hechos lo que anuncian de palabra. "La mies es abundante y los braceros pocos" (v.2a). La cosecha se prevé abundante, el reinado de Dios empieza a producir frutos para los demás. Cuando se comparte lo que se tiene, hay de sobra: ésta es la experiencia del grupo de Jesús. No hacen falta explicaciones ni estadísticas: la presencia de la comunidad se ha de notar por los frutos abundantes que produce.
Pero faltan braceros, personas que coordinen las múltiples y variadas actividades de los miembros de la comunidad, animadores y responsables, para que los más necesitados participen de los bienes que sobreabunden. Restringir el sentido de braceros a los sacerdotes, religiosos o misioneros, es empobrecer el texto y la mente de Jesús. Es necesario que haya gente, seglares o no, que tengan sentido de comunidad, que velen para que no se pierda el fruto, que lo almacenen y lo repartan.
La comunidad ha de pedir que el Señor "mande braceros a su mies" (v.2b). Pedir es tomar conciencia de las grandes necesidades que nos rodean y poner los medios necesarios, quiere decir confiar en que, si se está en la línea del plan de Dios, no puede haber paro entre las comunidades del reino.
"Id, y mirad que os envío como corderos entre lobos" (v.3). Toda comunidad debe ser esencialmente misionera. La misión, si se hace bien, encontrará la oposición sistemática de la sociedad. Esta, al ver que se tambalea su escala de valores, usará toda clase de insidias para silenciar a los enviados, empleando todo tipo de procedimientos legales. Los enviados están indefensos. La defensa la asumirá Jesús a través del Espíritu Santo, el abogado de los evangelizadores.
"No llevéis bolsa ni alforja ni sandalias" (v.4a). Como en la misión de los Doce, Jesús insiste en que los enviados no confíen en los medios humanos. Han de compartir techo y mesa con aquellos que los acogen, curando a los enfermos que haya, liberando a la gente de todo aquello que los atormente (vv.5-9a).
La buena noticia ha de consistir en el anuncio de que "ya ha llegado a vosotros el reinado de Dios" (v.9b). Empieza un orden nuevo, cuyo estallido tendrá lugar en otra situación. El proceso, empero, es irreversible. La comunidad ya tiene experiencia de ello.
"Cuando entréis en un pueblo y no os reciban, salid a las calles y decidles: Hasta el polvo de este pueblo que se nos ha pegado a los pies nos lo sacudimos para vosotros. De todos modos, sabed que ya ha llegado el reinado de Dios" (vv.10-11). Nada de venganzas ni de compromisos, nada de amenazas ni de Juicios de Dios. "Sacudirse el polvo de los pies" significa romper las relaciones, pero sin guardar odio. Hay mucho campo para correr. El sentido de fracaso es extraño a los enviados.
Josep Rius
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Jesús elige hoy a 72 mensajeros para anunciar el evangelio. Y éstos, junto con el grupo de los Doce y a las mujeres que le siguieron, se convierten en los primeros anunciadores universales del evangelio. De hecho, tanto para los 72, como para los 12 y para las mujeres, Jesús tiene preparada una idéntica tarea: el anuncio del reino de Dios.
Las exigencias del Reino no son las de una clase apartada, sino que compromete a todo hombre y a toda mujer que desde su libertad da un sí definitivo a Dios, para hacer de esta historia un espacio de revelación y de salvación.
El envío de los Setenta y Dos tiene como horizonte fundamental el reino de Dios, y éste constituye el contenido de toda predicación cristiana, y el horizonte que jamás debemos perder de vista cuando nos referimos a la acción de la Iglesia en el mundo. Los 72 se disponen al seguimiento, y saben que la caminata será difícil y traerá contratiempos. Pero saben también asumir el reto y confían plenamente en el Padre de Jesús, que siempre los estará acompañando y siguiendo, por pedregoso que sea el camino.
Jesús exige a los Setenta y Dos un desprendimiento radical, y que vivan la misión desde la indefensión. Estas 2 exigencias, llevan a que cada uno ponga la confianza sólo en Dios y a que todo lo que hagan, lo hagan en nombre de ese Padre misericordioso, "que quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad".
La misión encargada a los Setenta y Dos por Jesús, exige prisa, y por ello no se puede perder tiempo. El Reino apremia, y necesita ser proclamado por todas partes y a toda persona, de forma urgente. Este Reino se inicia con la vida de Jesús, y debe extenderse para que la creación llegue a su plenitud.
Nosotros también tenemos un compromiso con el Reino. Debemos echar mano de todo nuestro empeño, abandonar nuestros egoísmos, dejar la autosuficiencia y ponernos en las manos de Dios para que el Reino acontezca aquí y ahora.
Severiano Blanco
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Los primeros mensajeros enviados, elegidos de entre los Doce, han fracasado en su misión entre los samaritanos. Por eso Jesús decide nombrar hoy a otros 72, con unas instrucciones básicamente iguales a las dadas a los 12, aunque con algunos añadidos peculiares.
Comienza Jesús constatando que hay una mies abundante, y que los braceros son pocos. De ahí que sea necesario orar para que Dios envíe más braceros a la mies, y que se sumen a estos 72 (de modo que la cosecha pueda ser recogida en su totalidad). Y a los Setenta y Dos los envía como corderos (animal manso, sumiso y poco agresivo) entre lobos feroces (imagen de la hostilidad del mundo al mensaje del evangelio), pues su misión estará asediada de peligros y adversarios.
Ya el profeta Isaías había profetizado que un día "el lobo habitará con el cordero" (Is 11, 6), y surgirá una nueva humanidad. Como los 12, no deben llevar los 72 ni bolsa, ni alforja ni sandalias, pues deben ir por el mundo como si estuviesen en el templo, con confianza y eguridad en Dios.
La misión es urgente (hay que llegar a la ciudad y a la casa cuanto antes), por lo que no se debe perder el tiempo por el camino en saludos interminables. Los misioneros cristianos son portadores de paz en el sentido pleno que esta palabra hebrea (shalom) tiene, o lo que es igual, de progreso, bienestar y desarrollo, y todo ese cúmulo de condiciones que hacen la vida humana plenamente satisfactoria.
La acogida que reciban deben considerarla como el salario de su trabajo. Al entrar en cada pueblo deben compartir la mesa que le ofrezcan y curar a los enfermos en correspondencia por la acogida y como prueba de la presencia de la cercanía del reinado de Dios. En ningún caso deben andar cambiando de casa, porque lo que cuenta no es el confort o el lujo de la casa donde han sido acogidos. Si no lo son, deben considerarlos como si fuese paganos, anunciándoles igualmente la cercanía del reinado de Dios.
Fernando Camacho
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Jesús va de camino con sus discípulos hacia Jerusalén, y durante este largo viaje aprovecha para designar a otros 72 discípulos y enviarlos "de dos en dos", con la tarea misionera de preparar el sitio por donde él iba a pasar. Les da estas recomendaciones:
1º Dios quiere que cambien las relaciones entre los seres humanos, y que todos se vean como iguales y se traten como hermanos. Por eso, tienen que vivir como una familia, sin competencias ni ambiciones. El Reino no es tarea para gente solitaria, y por eso los envío "de dos en dos", para que se ayudasen y cooperasen unos a otros.
2º El reinado de Dios que van a anunciar va a vencer al mal y a la muerte, se va a enfrentar con los demonios y los van a vencer; va a tener poder para curar y acabar con las consecuencias del dominio del mal sobre el pueblo. Y todo ello porque "el Padre quiere que tengan vida en abundancia".
3º En el Padre deben poner toda su confianza, más que en los medios humanos. Eso es condición fundamental para quien quiera colaborar con el Reino. Por eso, cuando salgan a algún pueblo no lleven nada de dinero, nada más un vestido, unas sandalias, un bastón. Porque esa pobreza les dará libertad, y será un testimonio más grande que mil palabras, de que el Reino no se impone por la fuerza, sino que se ofrece desprovisto de todo poder, inerme, como el amor.
También deben aprender a confiar en la comunidad a la que vayan destinados: "Quedaos en la primera casa que encontréis", hasta que termine vuestro trabajo en ese pueblo. Los enviados miraran por ellos, y ellos mirarán por los enviados. Así se irán reconstruyendo las relaciones y la confianza entre ambos, que es lo que Dios quiere.
4º Contar con que a todos no les va a gustar lo que digáis o hagáis, porque al llegar Dios a reinar, van a cambiar muchas cosas que están mal, y eso va a incomodar a los que viven a costa de los demás. Pero cuando eso suceda, y "os rechacen y no os quieran escuchar, iros de ese pueblo y sacudios hasta el polvo que se os haya pegado a la planta de los pies, como testimonio de protesta contra ellos".
Lo fundamental que deben tener en cuenta los discípulos de Jesús es que están trabajando en la construcción del reino de Dios, no por su propio reino. Y llenos de entusiasmo se fueron todos, de dos en dos, a predicar que el Reino estaba presente. Anunciaron el perdón y la conversión, expulsaron a los demonios, ungieron con aceite a muchos enfermos y los curaron.
Nosotros, como los discípulos, nos tenemos que poner en camino para anunciarle al mundo que el reino de Dios esta presente, y que por lo tanto, es urgente que nos convirtamos y asumamos el compromiso de construir una nueva sociedad, donde se hagan realidad los valores del Reino.
Gaspar Mora
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Hoy Jesús nos habla de la misión apostólica. Y aunque "designó a otros setenta y dos, y los envió" (v.1), la proclamación del evangelio es una tarea "que no podrá ser delegada a unos pocos especialistas", como decía Juan Pablo II. Todos estamos llamados a esta tarea y todos nos hemos de sentir responsables de ella. Cada uno desde su lugar y condición. El día del bautismo se nos dijo: "Eres sacerdote, profeta y rey para la vida eterna". Y hoy, más que nunca, nuestro mundo necesita del testimonio de los seguidores de Cristo.
Respecto a "la mies es mucha, y los obreros pocos" (v.2), es interesante el sentido positivo de la misión, pues el texto no dice que "hay mucho que sembrar". Quizá hoy debiéramos hablar en estos términos, dado el gran desconocimiento de Jesucristo y de su Iglesia en nuestra sociedad. Una mirada esperanzada de la misión engendra optimismo e ilusión. No nos dejemos abatir por el pesimismo y por la desesperanza.
De entrada, la misión que nos espera es, a la vez, apasionante y difícil. El anuncio de la verdad y de la vida, nuestra misión, no puede ni ha de pretender forzar la adhesión, sino suscitar una libre adhesión. Las ideas se proponen, no se imponen, nos recuerda el papa.
Respecto a "no llevéis bolsa, ni alforja, ni sandalias" (v.4), la única fuerza del misionero ha de ser Cristo. Y para que él llene toda su vida, es necesario que el evangelizador se vacíe totalmente de aquello que no es Cristo. La pobreza evangélica es el gran requisito y, a la vez, el testimonio más creíble que el apóstol puede dar, aparte de que sólo este desprendimiento nos puede hacer libres.
El misionero anuncia la paz, y es portador de paz porque es portador de Cristo, el "príncipe de la paz". Por esto, "en la casa en que entréis, decid Paz a esta casa. Y si hubiere allí un hijo de paz, vuestra paz reposará sobre élla" (vv.5-6). Nuestro mundo, nuestras familias, nuestro yo personal, tienen necesidad de paz. Nuestra misión es urgente y apasionante.
Ignasi Navarro
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Entre sus discípulos, designó el Señor otros Setenta y Dos y los mandó por delante, de dos en dos, "a todos los pueblos y lugares adonde pensaba ir él".
Lucas es el único que nos relata esta misión de los 72 discípulos. Mateo cuenta aproximadamente las mismas cosas, pero a propósito de una misión de los Doce (Mt 9,37; 10,15). Lucas también dejó escrito una misión equivalente a los Doce (Lc 9, 1-6). El evangelista debió encontrarse con 2 tradiciones diferentes y relató los 2 acontecimientos, no muy distantes el uno del otro, y sin duda para resaltar que la misión no es exclusiva de los Doce.
La visión de Jesús es muy amplia. El campo misionero se extiende hasta los extremos de la tierra. Jesús considera la abundancia de esa mies, y el gran número de los que se aprestarían a vivir el evangelio. ¿Estoy yo realmente persuadido de la abundancia de esa mies? ¿Permanezco atento, a mi alrededor a los signos positivos que manifiestan que son muchas las personas que estarían dispuestas a acoger a Jesús?
Pero faltan obreros, obreros prestos a entrar en el absoluto, propio de la vocación divina, tal como quedó expresada ayer. Y de ahí que diga Jesús: "La mies es abundante y los obreros pocos; por eso rogad al dueño de la mies que mande obreros a su mies".
De entrada y ante esa falta de obreros (que no es sólo una deficiencia de nuestra época), Jesús llegó a una única solución: la oración. En efecto, la vocación apostólica es un don de Dios, o como dijo Pablo: "Es por la gracia de Dios que soy lo que soy" (1Cor 15, 10). En mi plegaria ¿ruego por las vocaciones?
A continuación, pasa a dar Jesús las consignas de la misión, comenzando por la consigna nº 0: "Id".
Las consignas de Jesús no son recomendaciones de orden doctrinal y no se refieren principalmente al contenido de la fe que hay que enseñar. Son consignas que versan sobre el comportamiento de los predicadores de la Palabra, sus actitudes concretas, su indumentaria, sus provisiones. ¿Por qué? Sin duda porque, para Jesús, la "misión es ante todo un acontecimiento, un acto. Los misioneros anuncian el reino de Dios ante todo por su modo de vivir.
La 1ª consigna consiste en la debilidad: "Mirad que os envío como corderos entre lobos". Los enviados de Dios, los misioneros, son en 1º lugar hombres indefensos, pues su fuerza no está en ellos, y tampoco están allí para forzar la adhesión, sino para suscitar una adhesión libre.
La 2ª consigna consiste en la pobreza: "No llevéis bolsa, ni alforja ni sandalias; y no os paréis a saludar a nadie por el camino". Con ello, los enviados no han de fiarse de los medios humanos, ni dar excesiva importancia a los valores del mundo presente, pues el objetivo final de nuestra vida no se encuentra aquí abajo.
Efectivamente, ¿por qué tanta preocupación por las seguridades terrestres? La proximidad del Reino que se acerca rápidamente hace irrisorias todas las seguridades. Y el anuncio de esa proximidad es tan urgente que no se debe perder tiempo en saludos ceremoniosos, como suelen hacerlo los orientales.
La 3ª consigna consiste en la paz y alegría: "Cuando entréis en una casa, lo primero, saludad. Si hay allí gente de paz, la paz que les deseáis se posará sobre ellos; si no, volverá a vosotros". Una comunicación de paz y de alegría. Hay que volver a leer y a meditar de nuevo esas fórmulas admirables y, a su luz, revisar nuestra vida.
La 4ª consigna consiste en hacer el bien: "Curad a los enfermos que haya en la casa o en la ciudad donde estéis, y decid a los habitantes: Ya os llega el reino de Dios". Apartar el mal y aliviar, pero sobre todo el reino de Dios, y ¡que Dios reine!
Noel Quesson
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Jesús se hace ayudar hoy en su misión, y esta vez elige y envía a 72 discípulos (según otros códices, a 70) para que vayan "de dos en dos" a prepararle el camino.
Ante todo, quiere Jesús que recen a Dios, pidiéndole que envíe obreros a recoger la cosecha, porque "la mies es mucha y los obreros pocos". Es hermosa la comparación de los braceros que trabajan en la siega. En otras ocasiones, Jesús habló de los pescadores que recogen una gran redada de peces.
A estos misioneros les da unos consejos parecidos a los que daba el miércoles de la semana pasada a los Doce: sin alforjas ni sandalias, sin entretenerse por el camino saludando a uno y a otro, dispuestos a ser bien acogidos por algunos, y también avisados de que otros los rechazarán. Ellos, con eficacia y generosidad, deben seguir anunciando que "el reino de los cielos está cerca".
"Poneos en camino", les dice Jesús. La invitación va ahora para nosotros, para tantos cristianos, sucesores de aquellos Setenta y Dos, que intentamos colaborar en la evangelización de la sociedad, generación tras generación. Todo cristiano se debe sentir misionero. De forma distinta a los Doce y sus sucesores, es verdad, pero con una entrega generosa a la misión que nos encomiende la comunidad.
Los que nos sentimos llamados a colaborar con Dios en la salvación del mundo, haremos bien en revisar las consignas que nos da Jesús:
1º Tenemos que rezar a Dios que siga suscitando vocaciones de laicos comprometidos, de religiosos, de ministros ordenados, para que se pueda realizar su obra salvadora con los niños, los jóvenes, la sociedad de nuestro tiempo, los mayores, los enfermos, los pueblos que no conocen a Cristo. Ante todo, rezar, porque es Dios quien salva y quien anima a la Iglesia misionera.
2º Hemos de ir "como corderos en medio de lobos", pues no se nos han prometido que seremos acogidos por todo tipo de personas.
3º No debemos llevar demasiado equipaje, pues éste nos estorbaría, y un testigo de Jesús (la Iglesia) debe ser sobrio y mantenerse libre, para poder estar más disponible para la tarea fundamental.
4º No podemos perder el tiempo por el camino, ni en cosas superfluas. Obviamente, no nos está diciendo Jesús que no saludemos a los demás (pues él siempre tenía tiempo para atender a todos), sino que no nos perdamos por caminos laterales, porque lo urgente es la tarea principal.
5º Debemos ir anunciando que "está cerca de vosotros el reino de Dios", y comunicando paz a las personas.
6º No tenemos por qué hundirnos, ni tomarnos la justicia por nuestra mano, ni condenar a derecha e izquierda, por el hecho de ser rechazados, pues ya se encargará Dios, a su tiempo, del juicio.
Jesús nos dice hoy "poneos en camino, y anunciad que el reino de Dios está cerca". Hagámoslo sin pereza, con sencillez, con ánimo gratuito y no interesado, con serenidad en las dificultades, alegres por poder colaborar en la obra salvadora de Dios, como mensajeros de su paz.
José Aldazábal
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Jesús, tú te apoyas hoy en estos 72 discípulos para que te preparen el terreno en toda ciudad a donde ibas a ir. Estos discípulos te han seguido en tus últimos viajes y han aprendido la buena nueva directamente de tus labios. Ahora, cuando los necesitas, allí están, dispuestos a lo que haga falta. Éstos son los que han respondido con generosidad a tu llamada; los que no se han excusado con falsas necesidades o dificultades.
Jesús, aunque son un buen número (72 discípulos), a ti te parecen pocos, y de ahí que digas "la mies es mucha, pero los obreros pocos". Después de 2.000 años, ¡aún queda tanto por hacer! Países enteros que se llaman cristianos y que no conocen de ti más que una oscura sombra de tu rostro. Y países inmensos aún por cristianizar. Realmente, los obreros son pocos.
¿Y qué puedo hacer yo, Jesús, ante este panorama? En 1º lugar, no excusarme, y sí preguntarme en la intimidad de mi oración: ¿qué lugar tengo en esta gran misión de anunciar la buena nueva del evangelio? ¿Dónde te puedo servir mejor en esta mies que es el mundo? Y en 2º lugar, rezando más: "Rogad, pues, al señor de la mies que envíe obreros a su mies". Dios mío, llama más gente a que te sirva en esta batalla de paz, en esta siembra de amor. Como decía San Juan Crisóstomo:
"Nada hay más frío que un cristiano despreocupado de la salvación ajena. No puedes aducir tu pobreza como pretexto. La que dio sus monedas te acusará. El mismo Pedro dijo: No tengo oro ni plata. Y Pablo era tan pobre que muchas veces padecía hambre y carecía de lo necesario para vivir. Tú no puedes pretextar tu humilde origen: ellos eran también personas humildes, de modesta condición. Ni la ignorancia te servirá de excusa: ellos eran todos hombres sin letras. Seas esclavo o fugitivo, puedes cumplir lo que de ti depende. Tal fue Onésimo, y mira cuál fue su vocación. No aduzcas la enfermedad como pretexto, Timoteo estaba sometido a frecuentes achaques. Cada uno puede ser útil a su prójimo, si quiere hacer lo que puede" (Homilías sobre Hechos de los Apóstoles, XX).
Tenemos obligación de llegar a los que nos rodean, de sacudirles de su modorra, de abrir horizontes diferentes y amplios a su existencia aburguesado y egoísta, de complicarles santamente la vida, de hacer que se olviden de si mismos y que comprendan los problemas de los demás. Porque si no, no somos buenos hermano de nuestros hermanos los hombres, que están necesitados de ese gaudium cum pace, de esta alegría y esta paz que quizás no conocen o han olvidado.
Jesús, como a esos 72 discípulos, también hoy llamas a los cristianos (a mí) y nos envías como corderos en medio de lobos. En un mundo de luchas egoístas y comportamiento oportunista (que en vez de hombres produce lobos hambrientos), tú me muestras otro modelo, tú mismo que eres el Cordero de Dios. El mundo de lobos está dominado por la astucia, la desconfianza y la traición. Por el contrario, tu mundo es un mundo de paz: paz a esta casa.
Jesús, si quiero ser hijo de Dios, he de ser hijo de paz, promotor del entendimiento y del perdón, hermano de mis hermanos los hombres. Ésta es precisamente la tarea del apóstol a la que me llamas: abrir horizontes diferentes y amplios a la existencia aburguesada y egoísta de los que me rodean. Y para ello, el 1º que debe cambiar soy yo, olvidándome de mí mismo para atender los problemas de los demás.
Pablo Cardona
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Jesús designa hoy, de entre los discípulos que lo seguían con plena disponibilidad, a 72 de ellos para que fueran delante de él, preparando las almas para su llegada. Y les dijo: "La mies es mucha y los obreros pocos" (Lc 10, 1-12).
Hoy también el campo apostólico es inmenso: países de tradición cristiana que es necesario evangelizar de nuevo, nuevos pueblos sedientos de doctrina, el trabajo, la universidad, los medios de comunicación. Algunos países padecen el indiferentismo, el secularismo, el ateísmo, el bienestar económico y el consumismo, entremezclados de pobreza y miseria lacerantes. En definitiva, viven "como si no hubiera Dios".
La fe tiende a ser arrancada de cuajo inclusive en los momentos más significativos de la existencia, como nacer, sufrir y morir. Ahora es tiempo de esparcir la semilla divina y también de cosechar. La mies es mucha y los obreros pocos, pero tú, ¿al menos rezas diariamente por esta intención?
El Señor quiere servirse ahora de nosotros como hizo con sus discípulos. Antes de enviarlos al mundo entero, les hizo vivir como amigos en su intimidad, les dio a conocer al Padre, les reveló su amor y sobre todo, se los comunicó. Con esta caridad hemos de ir a todos los lugares, pues como dice el Concilio Vaticano II, "el apostolado consiste sobre todo en manifestar y comunicar la caridad de Dios a todos los hombres y pueblos" (Ad Gentes).
Los demás deberán vernos dispuestos siempre a servir, sin rencores, sin hablar nunca mal de nadie, piadosos, alegres y laboriosos. Cuando nadie quede excluido de nuestro trato y de nuestra ayuda, estaremos dando testimonio de Cristo.
Junto a la caridad, nuestra alegría es aquella que el Señor nos prometió en la Ultima Cena (Jn 16, 22), la que nace del olvido de nuestros problemas y de la intimidad con Dios. La alegría es esencial en el apóstol porque es el portador de la Buena Nueva, el mensajero gozoso de Aquel que trajo la salvación al mundo.
La alegría del cristiano tiene su fundamento en su filiación divina, en saberse hijo de Dios en cualquier circunstancia. Junto a la caridad y la alegría, hemos de saber expresar la posesión de la única verdad que puede salvar a los hombres y hacerlos felices. Pidamos a la Reina de los Apóstoles que nos ayude a ser obreros eficaces en la mies del Señor.
Francisco Fernández
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En el pasaje evangélico de hoy Jesús nos enseña a hacer apostolado. Es decir, a actuar como actuaría un discípulo de Cristo. Pero antes de mandarlos les dice algo que parece más un lamento que una orden: "La mies es mucha y los obreros pocos". Hay mucho por hacer en este mundo para extender el reino de Cristo, para hacer que, como rezamos en el Padrenuestro, "venga su reino" entre nosotros.
Cristo necesita de nuestra colaboración. Por eso manda otros 72 discípulos a predicar. No se basta con el grupo de los Doce, y manda otro grupo (el de los Setenta y Dos). Esto es, no sólo manda a sus sacerdotes, es decir, sus 12 apóstoles, sino también a los laicos.
Cristo necesita de nuestra ayuda y de nuestra vocación de católicos. Necesita que en verdad tomemos en serio el compromiso que hemos adquirido cuando fuimos bautizados y que reafirmamos el día de nuestra confirmación. Por tanto, que hoy sea un día diverso de los precedentes. Hoy Cristo nos manda a predicarle en nuestro entorno social.
No será fácil, y Jesús nos dice el por qué: "Mirad que os envío como ovejas en medio de lobos". Pero no hay que tener miedo, porque Cristo mismo ha prometido a sus discípulos que estará con ellos hasta el fin del mundo. Que Cristo sea hoy nuestro criterio de acción. Acompañemos nuestras actividades de este día con 5 minutos de oración pidiendo también a Dios por las vocaciones, para que envíe más obreros a su mies.
Clemente González
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El mensaje de hoy de Jesús va dirigido a los discípulos de todos los tiempos: "Poneos en camino". A veces soñamos con tener todo claro para tomar una decisión. Pero esperar a ver con claridad nos paraliza. La luz se hace caminando. Porque cada vez que nos ponemos en camino, él (como nos recuerda el relato de Emaús) "se pone a caminar con nosotros".
El Señor no sólo ha asociado a su misión salvadora a los apóstoles, sino también a sus discípulos, a quienes envía como misioneros suyos para que, en comunión con los pastores de la Iglesia, colaboren en la difusión del evangelio y en la construcción del reino de Dios en el mundo.
Ante un mundo que requiere de una luz que le ayude a descubrir el auténtico significado de la vida, todos los cristianos estamos llamados, en primer lugar, a convertirnos en auténticos discípulos de Cristo, no sólo llenándonos de conocimientos acerca de él, siendo haciendo nuestros su vida y su evangelio, de tal forma que, transformados en él, podamos no sólo hablarle al mundo acerca de Cristo, sino hacerlo presente con todo su poder salvador en medio de todos por medio de su Iglesia.
Y este trabajo no sólo se centra en el trabajo apostólico realizado por los apóstoles y sus sucesores, sino que compete a toda la Iglesia en comunión con sus pastores, convirtiéndose así no sólo en una Iglesia Apostólica, sino también en una Iglesia Misionera, en la que nadie puede eludir su propia responsabilidad para hacer presente a Cristo en todos los ambientes y circunstancias en que se desarrolle la vida de cada uno.
Por eso, sabiendo que muchas veces no sólo hemos eludido dicha responsabilidad, sino que, tal vez por miedo a ser criticados u objeto de burlas, hemos preferido enclaustrar nuestra fe en los templos y vivir en el mundo como si no conociéramos a Dios, hemos de pedirle a él con humildad que nos ayude a dar testimonio a todos acerca del amor y de la misericordia que él ha tenido para con nosotros.
Conscientes de que no hemos recibido un espíritu de cobardía sino un espíritu de valentía, vayamos a casa y a cualquier lugar y circunstancia en que se desarrolle nuestra vida para proclamar, no sólo con nuestras palabras, sino con nuestras obras y nuestra vida misma, la buena nueva del amor de Dios, para que al ver los demás nuestras buenas obras vuelvan a Dios y glorifiquen su santo nombre.
Gonzalo Fernández
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Cuando levantamos los ojos y vemos un mundo consumido por el egoísmo, un mundo que se destruye a sí mismo con guerras, injusticia y vicios, en fin cuando vemos que aun el mensaje del evangelio no penetra nuestros corazones y las estructuras del mundo, podemos comprender que efectivamente la mies es mucha y los obreros pocos.
Y no es que el Señor hay desatendido la oración de la Iglesia, sino más bien que pocos son los que han respondido a la invitación. No pensemos solamente en las vocaciones religiosas, sino pensemos en que cada uno de nosotros, que por el bautismo nos hemos convertido en discípulos del Señor, en hombres y mujeres comprometidos a testificar nuestra fe.
Si cada uno de los bautizados tomara en serio su papel en la Iglesia, se multiplicarían las manos y el trabajo sería mucho más fácil. Se podría llegar a donde hasta ahora el evangelio no ha llegado. Jesús llama a cada uno de nosotros, seamos casados, solteros o religiosos consagrados, a participar activamente en la evangelización.
Tomemos con celo este llamado y desde nuestra vocación particular hagamos cuanto esté de nuestra parte para que el evangelio impregne todas las estructuras de nuestra sociedad, para que Cristo sea verdaderamente el Señor de todos los corazones. Tú puedes hacer algo, así que decídete.
Ernesto Caro
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El mensaje del reino de Dios es anuncio y expresión gozosa de la realización de la comunión entre los hombres. Y este anuncio exige de sus portadores hacer presente las 2 señales que acompañan la presencia del Reino entre los hombres: la participación en la vida humana (con el compartir del mismo alimento) y el triunfo sobre el dolor (producido por las marginaciones existentes en la vida).
Pero junto al gozo que experimentan los enviados de Jesús (cuando ese anuncio recibe la acogida esperada), éstos deben estar dispuestos a saber aceptar la incomprensión y el rechazo, que les vendrán por parte de aquellos que conducen la estructura social de la vida, construida en oposición a los valores de Dios.
Por ello, la palabra del mensajero ha de ser primeramente un anuncio evangélico, intentando construir una convivencia humana más de acuerdo al querer de Dios. También tendrá el enviado la responsabilidad de señalar (con sus palabras y sus gestos) la incompatibilidad entre los valores anunciados y los egoísmos sobre los que está construida toda la estructura social.
Esta incompatibilidad coloca al enviado en una posición de enfrentamiento respecto a los valores sociales predominantes, y por ello debe estar dispuesto a asumir la dolorosa separación que ese enfrentamiento pueda producir a su alrededor.
La palabra y el gesto del misionero asume entonces la forma de queja dolorida, ante la incomprensión del designio salvador de Dios y en lamento por el pecado de Sodoma y de toda ciudad que se cierra a su salvación.
Confederación Internacional Claretiana
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El evangelio de Lucas, a diferencia de Marcos y Mateo, destaca la participación del grupo mayor de discípulos. Jesús envía un grupo de Setenta y Dos a anunciar el evangelio en tierra samaritana, una tierra estaba proscrita para los maestros de la ley y para todos los judíos fieles.
Se salta así Jesús las divisiones étnicas y los conflictos entre el pueblo samaritano y el pueblo judío, y decide comunicar la Buena Nueva a todas las gentes. Y para alcanzar este objetivo se apoya en la comunidad de discípulos, que sale a evangelizar del mismo modo que antes habían salido el grupo de los Doce.
El grupo de los Setenta y Dos representa a toda la comunidad, que asume la llamada de Jesús y la misión como asunto definitivo. Por eso, las exigencias que Jesús les plantea tienden a optimizar el servicio. Para que esto sea así, los discípulos deben ir ligeros de equipaje, no sea que la mucha carga los retarde.
Deben ir en actitud de oración ("rogad al Señor de la mies"), pues no van en plan de conquistadores sino como testigos del resucitado. Deben ser conscientes de los peligros que van a encarar, pues no van a un mundo de ángeles, sino a enfrentar la dureza del corazón humano. Deben ser mensajeros y realizadores de la paz, pues el evangelio debe ser anunciado por pacifistas y no por guerreros. Deben adaptarse a las condiciones de los evangelizados, insertándose en sus condiciones de vida, pues van a anunciar como pobres la buena noticia de Dios para los pobres.
Nosotros hoy, como Iglesia, debemos ser plenamente conscientes de nuestra misión. Pues la evangelización no es obra exclusiva de los insignes. La misión es la vocación y tarea de toda la comunidad cristiana. Si la comunidad vive en una populosa ciudad, debe formar misioneros urbanos, como Pablo. Si vive en el campo, debe formar misioneros rurales, como lo fueron algunos de los discípulos de Jesús.
Servicio Bíblico Latinoamericano
c) Meditación
El evangelista Lucas nos presenta hoy un ensayo de misión apostólica. En concreto, nos dice que Jesús designó a otros setenta y dos discípulos y los mandó de dos en dos por delante de él, a los pueblos y lugares adonde él pensaba ir. Es decir, describe en qué debe consistir la misión de todo misionero de Cristo y de su Iglesia: preparar el terreno a la llegada del Señor, preparar los corazones para que acojan al Señor que viene a ellos.
Jesús los envía como obreros (pocos para una mies tan abundante) y con una petición a quien es Dueño de todo, incluida la mies: que mande obreros a su mies, puesto que el envío de tales obreros depende esencialmente de él (aunque también ellos han de estar dispuestos a poner sus manos, su boca y su inteligencia, al servicio de esta misión).
En cuanto obreros, dichos obreros merecen su salario, pero éste no rebasará los límites de la subsistencia diaria: la comida y bebida que les ofrezca la casa que les haya acogido. No se hace referencia a otro tipo de salario, pues, más que al sustento diario.
Al tiempo que Jesús les envía (¡poneos en camino!), les da ciertas instrucciones: Mirad que os mando como corderos en medio de lobos. No llevéis talega, ni alforja, ni sandalias; y no os detengáis a saludar a nadie por el camino. Es decir, que han de ir con la conciencia de ser tan sólo corderos, en medio de lobos y de las garras y fauces de esos lobos que se les acercarán.
Por otra parte, dichos corderos nunca habrán de perder la mansedumbre propia de los corderos, por muy hostil que se les presente el ambiente que les rodee. El cordero ha de estar dispuesto a ser llevado al matadero (es decir, al martirio), y a verse siempre rodeado de lobos que les enseñarán los dientes. Pero no por eso deben detenerse ni dejar de anunciar que el Reino de los Cielos está cerca.
Jesús entiende que la misión de tales discípulos no requiere de otros medios: ni talega, ni alforja, ni sandalias de repuesto. Porque todo eso, más que beneficiarlos, acabaría estorbándolos. Y además, ¿para qué quieren talega o alforja, si la casa que les acoge ya les proporcionará techo y comida?
Les manda también Jesús que no se detengan a saludar a nadie por el camino, pues el anuncio del Reino no permite detenciones ni distracciones en su ejercicio. Su único objetivo debe ser llegar cuanto antes a esos lugares que se les ha asignado para la misión. No debe haber paradas ni otros objetivos, pues eso les desviaría de su finalidad: anunciar la cercanía del Reino.
Nada más llegar a su destino, los discípulos han de dar (y, por tanto, también desear) la paz, y esa paz o conjunto de bienes mesiánicos descansará sobre todos los que habiten en esa casa o lugar. Sólo la gente de paz recibirá la paz que ellos portan, y si allí no hubiera gente de paz se produciría un efecto-rechazo, y la paz que ellos intentaban darles volvería a sus donantes.
En el pueblo en que sean bien recibidos, han de aceptar con gratitud la comida que les ofrezcan (porque el obrero merece su salario), pero sin olvidar aquello para lo que han llegado a ese lugar: para anunciar que el Reino de los Cielos está cerca, y significarlo en la curación de los enfermos que haya.
Cuando no los reciban, los discípulos deberán hacer un acto público de desagravio. Saldrán a la plaza y dirán: Hasta el polvo de vuestro pueblo, que se nos ha pegado a los pies, nos lo sacudimos sobre vosotros, como haciendo ver que no quieren nada con aquellos ingratos que han rechazado el don de Dios que les llega por su medio.
No obstante, tales opositores no deben ignorar que, a pesar de su persistente sordera, y lo quieran o no, el reino de Dios está cerca. Y que semejante rechazo no quedará sin consecuencias: Aquel día le será más llevadero a Sodoma que a ese pueblo. Y todos sabían lo que le había ocurrido al pueblo de Sodoma.
Así las cosas, ¿por qué concede Jesús tanta importancia a este anuncio que tiene el tono de un pregón? ¿Y por qué deben saber esos pueblos que el reino de Dios está cerca? ¿Qué puede significar para sus vidas la aceptación de semejante noticia?
La cercanía del Reino no puede desconectarse de la actividad mesiánica del mismo Jesús en medio de su pueblo. La implantación del Reino no es otra cosa que la presencia benéfica (salvífica) del Salvador, que hace sentir su efecto salvífico ya en el mundo. La cercanía del reino de Dios es la cercanía del mismo Dios en su Hijo encarnado, la cercanía de Dios en la humanidad de Jesucristo.
Acoger este anuncio es acogerle a él y acoger su mensaje, su perdón y su salvación. Y acoger el don salvífico de Dios, que se hace presente en su humanidad, es vital. Ese don transformará al hombre, le convertirá en habitante del Reino, y le hará vivir en la paz, el amor, la justicia, la misericordia, la fraternidad y el gozo que imperan en ese Reino.
JOSÉ RAMÓN DÍAZ SÁNCHEZ·CID, doctor en Teología
Act:
02/10/25
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E D I T O R I
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M U R C I A