29 de Septiembre
Lunes XXVI Ordinario
Equipo
de Liturgia
Mercabá, 29 septiembre 2025
a) Zac 8, 1-8
Nos hallamos delante hoy de una serie de breves oráculos de Zacarías, yuxtapuestos y quizás sin demasiada conexión lógica. Parece ser que la última redacción del texto ha alterado su forma rítmica original y algunos de ellos han perdido la estructura poética. No obstante, todos van precedidos de la fórmula: "Así dice el Señor de los ejércitos".
Dios está lleno de celo por cumplir las promesas mesiánicas comenzando por la "glorificación de Jerusalén y de su templo" (vv.1-2); "plantará su tienda" entre ellos (es decir, vivirá en medio de su pueblo como había vivido en el desierto; v.3) y "Jerusalén gozará de paz" (de manera que sus plazas se llenarán de ancianos y de niños; vv.4-5).
Pero un aviso a los hombres de poca fe: aunque eso parezca imposible a los repatriados (que padecen las dificultades del momento presente", "no lo es para Dios" (v.6), pues el retorno incluirá a todos los judíos de la diáspora, y no solamente a los de Babilonia.
De nuevo se formará el pueblo de Dios, con quien estará unido por la Alianza (vv.7-8); se exhorta a proseguir la restauración del templo y de la nación. Están viviendo el comienzo de una nueva época de prosperidad, que contrasta con la que habían vivido hasta entonces.
Antes de la reconstrucción del Templo de Jerusalén (ca. 538 a.C), eran tiempos de miseria y de inseguridad social. Pero ahora Dios "cambiará la maldición por bendición" (vv.9-13), a través de una iniciativa que viene del mismo Dios. La maldición es consecuencia del pecado de Israel; la bendición, en cambio, del amor gratuito de Dios (vv.14-15); sigue un pequeño código moral para la vida comunitaria, insistiendo en la justicia, la verdad y la caridad, que son el origen de la paz.
Los juicios de Zacarías solían hacerse a las puertas de la ciudad (vv.16-17), y presentan a todos los pueblos buscando a Dios, ya que reconocen que sólo él salva a los hombres. Ya Isaías (Is 60, 4) y Miqueas (Mi 4, 2) habían expresado esta idea. Zacarías lo hace diciendo que no irán allí individualmente sino en muchedumbre (los habitantes de una ciudad irán hacia la otra).
"Agarrar de la orla del manto" significa rezar con insistencia. Los paganos pedirán a los judíos ser aceptados entre ellos, porque "Dios está con vosotros" y tienen un Dios efectivo, que salva. Una hermosa idea, siempre válida: un Dios que no salva no es Dios.
Josep Aragonés
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Le es dirigida hoy la palabra de Dios a Zacarías, en estos términos: "Siento por Sión un amor celoso y un ardor apasionado".
Hay que aceptar la sorprendente revelación contenida en esta frase y aplicarla a nuestra vida: el gran Dios del universo, el Señor Sabaot (el jefe de los ejércitos celestiales) es también el Dios que se interesa concretamente por un pueblo pequeño. Cuando me pongo ante ti, Señor, me pierdo en el océano sin límite de tu poder. Tu trascendencia me aventaja infinitamente y tu luz me deslumbra.
Sin embargo, al mismo tiempo, me siento amado personalmente, como si estuviese yo solo en el mundo contigo. Hay aquí un lenguaje de enamorados: "Siento por ti un amor celoso y un ardor apasionado".
Cuando la filosofía razonando se acerca a Dios, llega, a menudo, a unas nociones frías y abstractas. Cuando Dios se revela, se atreve a mostrarse apasionado y entusiasta: es un Dios tierno y ardiente, lleno de humanidad. ¡Todo ello anuncia la encarnación de Dios!
"He vuelto a Sión, y en medio de Jerusalén establezco mi morada", dice hoy el Señor el universo. ¿Estoy realmente convencido de que Dios habita también en mi ciudad, en mi pueblo, en mi casa? Porque Jerusalén se llamará "ciudad fiel", y la montaña del Señor del universo "monte santo".
La presencia de Dios es fuente de responsabilidad. Dios transforma la ciudad donde mora. Su fidelidad y su santidad se transfunden en ella. ¿Contribuyo yo a transformar las relaciones humanas de mi ciudad, de mi barrio, de mi empresa, de mi familia en el sentido y dirección de Dios? Siempre con la convicción de que Dios está obrando en ellas.
Presenta a continuación Zacarías una hermosa imagen, un cuadro idílico sobre símbolo de una vida feliz: los ancianos viven muchos años y las nuevas generaciones son muy numerosas: "Se sentarán viejos y viejas en las plazas de Jerusalén, cada cual con su bastón en la mano, por ser muchos sus días. Las plazas de la ciudad se llenarán de muchachos y muchachas que irán allá a jugar".
No olvidemos que, según el profeta, es Dios quien habla así. La alegría de Dios es contemplar una humanidad alegre y feliz, niños y muchachos que se divierten. La presencia de Dios, en una ciudad o en una familia logra esas relaciones humanamente armoniosas: Dios es amor.
Y si todo esto parece maravilloso para los supervivientes de aquel tiempo, "¿será también una maravilla imposible para mí?", declara el Señor del universo, Dios es perfectamente consciente de que hay un aspecto utópico en ese sueño de felicidad. Y sin embargo no renuncia a él. Nada es imposible.
"He aquí que yo salvo a mi pueblo", continúa diciendo el Señor, que añade el cómo: "Trayéndolo de nuevo, del país de Oriente y de Occidente". En efecto, en aquel tiempo todas las apariencias eran contrarias. Y precisamente, entonces Dios anuncia que hará regresar a los exiliados. En el mismo seno de la desgracia y de la prueba hay que oír la promesa divina de felicidad: "Ellos serán mi pueblo y yo seré su Dios, fiel y justo". Ante esta fórmula de alianza, ¿estoy de veras convencido de que Dios me ama y se ha unido a mí?
Noel Quesson
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Con la lectura del profeta Zacarías, que ya empezamos a leer el sábado pasado, seguimos la serie de profetas que hablaron en los tiempos de la vuelta del destierro de Babilonia. Hoy escuchamos 5 breves oráculos, cada uno encabezado con las palabras "así dice el Señor". Unos oráculos esperanzadores todos ellos, porque parten de la convicción de que Dios ama a Sión apasionadamente, hasta celosamente.
El cuadro que dibuja de la nueva Jerusalén es expresivo: en sus calles volverán a sentarse los ancianos a tomar el sol y volverán a jugar los niños y jóvenes llenos de alegría. ¿Les parecerá esto tal vez imposible a los que acaban de volver, y comprueban las dificultades de la reconstrucción? Pues a Dios no le resulta imposible, porque ha decidido liberar a su pueblo y renovar la Alianza: "ellos serán mi pueblo y yo seré su Dios".
El salmo responsorial de hoy prolonga el tono de esperanza: "El Señor reconstruyó Sión, desde el cielo se ha fijado en la tierra para escuchar los gemidos de los cautivos". Los proyectos de Dios son siempre salvadores, proyectos de vida y renovación. Siempre está dispuesto a empezar de nuevo y nos invita a que también nosotros colaboremos.
El profeta Zacarías no se preocupa tanto de levantar unas paredes, sino que ve en Jerusalén el futuro de una comunidad que vuelve a apreciar los valores en que siempre había creído. Sea cual sea la situación en que nos encontramos personalmente o como comunidad eclesial, siempre es posible, con la ayuda de Dios, la reconstrucción de la vida según la Alianza.
La bendición que Dios infunde sobre los judíos, consistente en "ancianos sentados tranquilamente, y jóvenes jugando llenos de vitalidad", es algo que podemos experimentar también nosotros. Pero hay una condición: que sean verdad aquellas palabras que han ido resonando en la historia de Israel desde la salida de Egipto: "ellos serán mi pueblo y yo seré su Dios".
Para los cristianos, con mayor motivo que los judíos (porque la Alianza de Dios nos ha llegado a través de su Hijo Jesús, y eso nos llena de mayor alegría), tienen mayor sentido las palabras de Dios de hoy: "Habitaré en medio de Jerusalén". Dejémonos conquistar por este optimismo del profeta, que es también el optimismo de un Dios que nos ama y que, no importa qué hayamos hecho antes, siempre nos da una nueva oportunidad para reconstruir nuestro futuro.
José Aldazábal
b) Lc 9, 46-50
El texto de hoy consta de 2 unidades diferentes. La 1ª (vv.46-48) trata de la relación de los creyentes entre sí, mientras la 2ª (vv.49-50) se preocupa de la actitud de la Iglesia ante los valores de los hombres que permanecen fuera de ella.
Común en ambas es la preocupación por superar la autosuficiencia de los grandes y el orgullo de grupo que ha podido surgir dentro de la iglesia. En ambos casos, nos hallamos ante una de las expresiones más auténticas del mensaje de Jesús para los hombres.
La 1ª unidad se ocupa de la constitución interna de los discípulos de Jesús (de la Iglesia). Siguiendo la lógica de este mundo, parece evidente que lo más importante dentro de la comunidad son aquellos que destacan por sus cualidades, o por la responsabilidad de las funciones que están desarrollando. Por eso, los apóstoles discutían sobre el puesto y nombre del mayor como lo hacen tantos todavía.
Pues bien, la respuesta de Jesús sigue siendo tan cortante ahora como entonces: el mayor y más valioso es simplemente el más necesitado, el niño, el indefenso.
El niño no es mayor por sus valores, sino por su inocencia o su ternura. Es importante sólo porque es pequeño, porque está necesitado de los otros y no puede resolver la vida por sí mismo. En este aspecto, son valiosos con el niño todos los que están en esa situación de pequeñez, más en las manos de Dios que en las suyas propias.
Esto significa que la Iglesia no es una sociedad que está formada sobre el valor de las personas que la integran, sino sobre las necesidades y miserias de aquellos que precisan recibir su ayuda. Y su movimiento fundamental no es la defensa de sus bienes interiores, sino aquella fuerza de expansión por la que sale de sí misma y ofrece su ayuda a los que están necesitados (dentro y fuera de sus filas).
Dentro de la perspectiva del texto, es necesario completar esta verdad desde otro plano:
1º
el niño (o necesitado) o necesitado importa porque carece de todo, y es el
objeto de la ayuda de los otros en la iglesia;
2º es grande aquél que "se ha venido a hacer pequeño", lo que
supone que tenía capacidad para actuar y decidir, pero lo ha dejado todo y se
ha convertido en pequeño (para servir a los demás).
Con esto hemos logrado descubrir los 2 tipos originales de oyentes de Jesús:
-el
que escucha la palabra sobre el Reino y recibe el auxilio que le ofrece el
Cristo, pues los primeros que penetran en el Reino son "los pequeños y
humildes";
-el que ayuda a los pequeños, que es el que vive preocupado por los otros, y se
hace pequeño simplemente por servirles.
En esta perspectiva se comprende la palabra de Jesús sobre los hombres que utilizan su mensaje (su poder sobre las fuerzas del demonio) sin estar formando parte de su Iglesia. El evangelio es don abierto, y todos tienen la capacidad de utilizarlo. De ahí que la Iglesia sea servidora del mensaje de Jesús, y no su dueña, y no pueda impedir que lo utilicen los de fuera (vv.49-50).
En definitiva, lo que importa no es el triunfo externo de la Iglesia, o la ventaja que adquieren los cristianos. Lo que cuenta es que la fuerza y la verdad del Reino se propague hacia los hombres.
Juan Mateos
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Jesús manifiesta hoy, una vez más, el conocimiento profundo de los corazones de los hombres, y plantea el problema de la grandeza en el reino de Dios. ¿Quién es el mayor? Lucas no responde como Marcos, y centra el asunto en un problema de servicio. La pregunta estaba mal planteada por los discípulos.
El mayor es no el niño, sino aquel que le sirve "en nombre de Jesús". Es decir, se trata de un servicio sencillo, no raro y rebuscado, y basado únicamente en el hecho de que es seguidor de aquél que "ha venido a servir" (Mt 20, 28). Un discípulo de Jesús, por el hecho de serlo, tiene obligación de hacer lo mismo que Jesús (Lc 17, 10). En esto se mide la cercanía de Jesús: en el servicio (2Tes 1, 11).
El 2º problema que se desprende del texto de hoy es tremendamente esperanzador para nuestros tiempos. El que trabaja por el bien, se encuentre donde se encuentre, pertenece al grupo de Jesús, pues lo que importa no es tanto el grupo, sino el hacer el bien en nombre de Jesús. Algo que entendió a las mil maravillas, y a la 1ª, San Pablo (Fil 1,15; 1Cor 3,5; Gál 1,11).
Josep Rius
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Los discípulos discutían sobre quién de ellos sería el mayor. ¿Nunca se acabaría la lucha contra la ambición? ¿Finalmente llegarían a entender de qué se trataba este asunto del Reino? Entonces Jesús se sentó, como un maestro, llamó a los doce y tomando “a un niño, lo puso a su lado y les dijo: "El que recibe a este niño en mi nombre, me recibe a mí, y el que me recibe a mí, recibe al que me envió. El más pequeño entre vosotros, ése es realmente grande".
La actitud de Jesús es un gesto verdaderamente pedagógico: pone a un niño ante los discípulos, y lo declara prototipo de grandeza en el reino de Dios. A partir de este gesto, Lucas elabora una cadena de sentencias impregnadas de matices característicos de su Iglesia.
El niño es un ejemplo de inocencia y debilidad, sin pretensiones y sin nada que decir en la sociedad, debiendo limitarse a obedecer a los mayores y recibiendo con alegría lo que se le ofrece.
La llamada de Jesús a sus discípulos es una llamada a renunciar a las pretensiones propias, y aceptar las pretensiones que impone el Reino. Los discípulos deben cambiar sustancialmente su concepto sobre la grandeza. El ser como niños no significa volver a ser el niño que se fue, sino renunciar al poder y optar por la humildad y el servicio a los demás, como única posibilidad de ser parte del reino de Dios.
La 2ª parte del texto muestra la preocupación de los discípulos por el prestigio, y su posición elitista se expresa en su rechazo de aquel que, aunque no es del grupo de los doce, realiza acciones curativas en nombre de Jesús. La reacción de Jesús es inmediata: rechazo explícito de esa actitud elitista y sectaria, por parte de sus seguidores.
El error que cometieron los discípulos fue pensar que el desconocido que invocaba el nombre de Jesús les hacía competencia. Jesús piensa de otra manera y nos invita a que nosotros pensemos como él. Nos invita a que nos abramos a otras personas, grupos y movimientos y trabajemos por una causa común: el reino de Dios.
Nosotros, la Iglesia de los seguidores de Jesús, hemos de estar dispuestos a tolerar y aceptar a todos los que trabajan por instaurar en el mundo un nuevo proyecto social.
Fernando Camacho
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A los discípulos de Jesús se les ocurrió hoy hacer una pregunta a su Maestro. Jesús acababa de anunciar su pasión, apropiándose la profecía de Isaías que anuncia a un Mesías servidor, y les había dicho que "padeceré mucho, seré rechazado, condenado a muerte y entregado en manos de los hombres".
Sin embargo, los discípulos no están pensando en ello, sino en "cuál de ellos sería el más grande". Decididamente, tendrá que pasar mucho tiempo antes de que lleguen a entender, porque todavía permanecen apegados a proyectos de gloria. El deseo de dominar, de ser más que los demás, es natural al hombre. Pero más allá de juzgar a esos pobres discípulos, ¿qué formas, aparentes o escondidas, toma mi deseo de dominar, o de ser más grande?
Jesús "adivinó lo que pensaban". Al parecer de Lucas, la pregunta aludía a un debate interior y mental, mientras que Marcos alude con mayor crudeza a una disputa entre ellos. En la versión de Lucas todo sucede muy suavemente, y la imaginación presenta a los discípulos rumiando interiormente sus sueños gloriosos y saboreando los triunfos futuros, todo ello en el fondo de su corazón. Jesús que adivina sus pensamientos, y los pone de manifiesto.
Tomó entonces Jesús la mano de un chiquillo, lo puso a su lado y les dijo: "El que toma a un niño en mi nombre, me acepta a mí, y el que me acepta, acepta también al que me ha enviado". El asiento de honor "a su lado", Jesús lo reserva para el más pequeño: "El que quiera ser el mayor, que se ponga al servicio de los más pequeños", que dedique su tiempo a recibir a los más pequeños.
Puedo tratar de contemplar lo más detenidamente posible ese icono: Jesús de pie con "un niñito a su lado". ¿Cómo traduciré esa estampa en mi vida concreta, en mi propia conducta? Señor, ayúdame a que no me agraden las acciones deslumbrantes, sino a encontrar mi alegría en lo cotidiano, en las pequeñas cosas ordinarias. Pues "el más pequeño entre todos vosotros, ése es el mayor".
Lo grande no es reinar sino servir. Sí, para Jesús el servir es algo grande, porque servir al más despreciado de los hombres, es servir a Dios y es imitar a Jesús. El destino personal de Jesús ha estado en contradicción total con lo que los hombres sueñan habitualmente. De ahí su grandeza. Como decía el sabio Pascal:
"Jesucristo, sin bienes y sin sabidurías, está en el orden de la santidad. No ha inventado nada, no ha reinado, pero ha sido humilde, paciente, santo, santo ante Dios, terrible ante los demonios, sin pecado alguno. Es sencillamente ridículo escandalizarse de la humildad de Jesucristo. Pero los hay que no admiran más que las grandezas carnales, como si no las hubiera espirituales. Todos los cuerpos juntos, y todos los espíritus juntos y todas sus producciones, no valen lo que el menor gesto de caridad" (Pensamientos, 585).
Intervino Juan y dijo: "Maestro, hemos visto a uno que echaba demonios en tu nombre, y hemos intentado impedírselo, porque no anda con nosotros siguiéndote". Jesús le respondió: "No se lo impidáis; porque el que no está contra vosotros está a favor vuestro". El espíritu del poder es difícil de vencer. Juan mismo no entendió nada, pues quiere tener la exclusiva, y siente envidia del éxito ajeno. Todavía considera su vocación, equivocadamente, como su elección de privilegio.
Noel Quesson
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Termina hoy el relato que nos ha hecho Lucas sobre el ministerio de Jesús en Galilea. A partir de mañana se inicia su viaje a Jerusalén.
El sábado pasado, cuando Jesús anunciaba a los suyos la muerte que le esperaba, "ellos no entendían este lenguaje". Hoy tenemos la prueba de esta cerrazón: están discutiendo quién es el más importante. Decididamente, no han captado todavía el mensaje de Jesús: que su mesianismo pasa por la entrega de sí mismo, y que también sus seguidores deben tener esa misma actitud.
Jesús tuvo que mostrar su paciencia no sólo con los enemigos, sino también con sus seguidores. Iban madurando muy poco a poco.
Pero hay otro episodio: los celos que siente Juan de que haya otros que echan demonios en nombre de Jesús, sin ser "de los nuestros". Juan quiere desautorizar al exorcista intruso. Jesús les tiene que corregir una vez más: "No se lo impidáis, porque el que no está contra vosotros, está a favor vuestro". ¡Lo que nos gusta ser los más importantes, que todos hablen bien de nosotros, aparecer en la foto junto a los famosos!
Tampoco nosotros hemos entendido mucho de la enseñanza y del ejemplo de Jesús, en su actitud de siervo: "No he venido a ser servido sino a servir". Tendría que repetirnos la lección del niño puesto en medio de nosotros como "el más importante". El niño era, en la sociedad de su tiempo, el miembro más débil, indefenso y poco representativo. Pues a ése le pone Jesús como modelo, porque también nosotros tenemos la tendencia que aquí muestra Juan: los celos.
Nos creemos los únicos, los que tienen la exclusiva y el monopolio del bien. Algo parecido pasó en el AT (Nm 11) cuando Josué, el fiel lugarteniente de Moisés, quiso castigar a los que profetizaban sin haber estado en la reunión constituyente de los 70 profetas, y Moisés, de corazón mucho más amplio, le tuvo que calmar (afirmando que "ojalá todos profetizaran").
¿Tenemos un corazón abierto o mezquino? ¿Sabemos alegrarnos o más bien reaccionamos con envidia cuando vemos que otros tienen algún éxito? No tenemos la exclusiva. Lo importante es que se haga el bien, que la evangelización vaya adelante: no que se hable de nosotros. No se trata de quedar bien, sino de "hacer el bien".
También los otros, los que "no son de los nuestros", sea cual sea el nivel de esta distinción (más o menos practicantes), nos pueden dar lecciones. Y en todo caso "el que no está contra nosotros, está a favor nuestro", sobre todo si expulsan demonios en nombre de Jesús.
Si seguimos buscando los primeros lugares y sintiendo celos de los demás en nuestro trabajo por el Reino, todavía tenemos mucho que aprender de Jesús y madurar en su seguimiento.
José Aldazábal
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De camino hacia Jerusalén y hacia la pasión, "se suscitó una discusión entre los discípulos sobre quién de ellos sería el mayor" (v.46). Cada día los medios de comunicación y también nuestras conversaciones están llenas de comentarios sobre la importancia de las personas: de los otros y de nosotros mismos. Esta lógica solamente humana produce frecuentemente deseo de triunfo, de ser reconocido, apreciado, agradecido, y falta de paz, cuando estos reconocimientos no llegan.
La respuesta de Jesús a estos pensamientos (y quizás también comentarios) de los discípulos recuerda el estilo de los antiguos profetas. Antes de las palabras hay los gestos. Jesús "tomó a un niño, le puso a su lado" (v.47). Después viene la enseñanza: "El más pequeño de entre vosotros, ése es mayor" (v.48).
Jesús, ¿por qué nos cuesta tanto aceptar que esto no es una utopía para la gente que no está implicada en el tráfico de una tarea intensa, en la cual no faltan los golpes de unos contra los otros, y que, con tu gracia, lo podemos vivir todos? Si lo hiciésemos tendríamos más paz interior y trabajaríamos con más serenidad y alegría.
Esta actitud es también la fuente de donde brota la alegría, al ver que otros trabajan bien por Dios, con un estilo diferente al nuestro, pero siempre valiéndose del nombre de Jesús. Los discípulos querían impedirlo. En cambio, el Maestro defiende a aquellas otras personas.
Nuevamente, el hecho de sentirnos hijos pequeños de Dios nos facilita tener el corazón abierto hacia todos y crecer en la paz, la alegría y el agradecimiento. Unas enseñanzas que le valieron a Santa Teresa de Lisieux el título de doctora de la Iglesia, porque en su Historia de una Alma ella admira "el bello jardín de flores que es la Iglesia", y está contenta de "saberse una pequeña flor".
Al lado de los grandes santos (rosas y azucenas) están las pequeñas flores (las margaritas o las violetas), destinadas a dar placer a los ojos de Dios, cuando él dirige su mirada a la tierra.
Luis Clavel
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El pensamiento nos juega a veces una mala pasada, excitando pasiones por la codicia de la gloria, como les sucedió a algunos discípulos, entonces les vino en el pensamiento la idea de preguntar quien de ellos sería el mayor o el más grande.
Parece ser que esta pasión nace cuando en una ocasión no pudieron curar a un endemoniado y se culparon entre ellos la impotencia de unos a otros. En otra ocasión ellos habían visto que Pedro, Santiago y Juan, habían sido llamados aparte y llevados al monte.
Pero Jesús, conocía perfectamente bien el corazón de sus íntimos amigos, conocía lo que pensaban y lo que sentían y se daba cuenta lo que ellos planeaban y tramaban en su interior. Jesús, que sabe muy bien como salvar a los hombres de las caídas, cuando vio que se suscitaba esta idea en la mente de sus discípulos como un germen de amargura, antes que tomase incremento, la arrancó de raíz.
Es así como conociendo sus pensamientos, tomó a un niño y acercándolo, les dijo: "El que recibe a este niño en mi nombre me recibe a mí, y el que me recibe a mí recibe a Aquel que me envió. Porque el más pequeño de vosotros, ése es el más grande".
El niño tiene el alma sincera, es de corazón inmaculado, y permanece en la sencillez de sus pensamientos, el no ambiciona los honores, ni conoce las prerrogativas, entendiéndose esto por el privilegio concedido por una dignidad o un cargo, tampoco teme ser poco considerado, ni se ocupa de las cosas con gran interés. A esto niños ama y abraza el Señor; se digna tenerlos cerca de sí, pues lo imitan. Por esto dice el Señor: "Aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón" (Mt 11, 29).
Dos enseñaza muy claras nos dejo aquí Jesús, una que enseña simplemente que los que quieren ser más grandes deben recibir a los pobres de Cristo por su honor, y otra los exhorta a ser párvulos en la malicia. El mayor será quien reconozca su más grande indigencia ante Dios, y será mayor quien más ame al humilde.
Juan, dirigiéndose a Jesús, le dijo: "Maestro, hemos visto a uno que expulsaba demonios en tu Nombre y tratamos de impedírselo, porque no es de los nuestros".
Juan, el discípulo amado, amaba mucho y era correspondido, y por eso creía que no debía permitirse esta gracia a aquel que no fuese acreedor de ella. Por eso le dijo Jesús: "No se lo impidáis, porque el que no está contra vosotros, está con vosotros". El que habla de las cosas de Jesús, se encuentre donde se encuentre, no es un rival entre los seguidores de Cristo.
No obstante, no es lo mismo decir "el que no esta conmigo, esta contra mí", que decir (como afirma aquí Jesús) "el que no está contra vosotros, está con vosotros". Porque el hecho es que, si somos discípulos de Jesús, y si estamos con Cristo, debemos mirar al resto de humanos como los mira Jesucristo. No lo olvidemos: Dios recompensa a los que son fuertes en su servicio, y no excluye a los débiles.
Bruno Maggioni
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Jesús, de nuevo el evangelio me recuerda que conoces hasta los más profundos pensamientos de mi corazón. Nada se te oculta a tu conocimiento divino. Pero esto no debe producirme una sensación de inquietud, como si estuviera acorralado, sino un sentimiento de paz y de seguridad, porque tú (que eres mi Padre) estás conmigo, porque me acompañas siempre, y me ayudas con tu gracia.
Jesús, ante la conducta soberbia de los apóstoles, no les reprimes (como si fueras un inspector que ha cogido a alguien en falso), sino que les ayudas a entender el valor de la humildad tomando el ejemplo de un niño. Así haces conmigo, si yo procuro mantenerme en tu presencia a lo largo del día; me enseñas, me guías, me animas, me das una mayor visión sobrenatural.
El menor entre todos vosotros, ése es el mayor. Jesús, muchos de tus grandes mensajes me los das a conocer mediante paradojas: "El que quiera salvar su vida la perderá" (Mt 11, 39), o "bienaventurados los que lloran" (Mt 5, 4).
El sentido de estas aparentes contradicciones se encuentra en la comparación entre el plano humano y el plano espiritual, entre el mundo terreno y la vida eterna. En el caso de hoy, me quieres recordar que el humilde, el que no busca el aplauso de los hombres y es tenido por nada en la tierra, es el que realmente vale a los ojos de Dios. Como decía San Basilio Magno:
"El humilde se mantiene alejado de los honores terrenos, y se tiene por el último de los hombres; aunque exteriormente parezca poca cosa, es de gran valor ante Dios. Y cuando ha hecho todo lo que el Señor le ha mandado, afirma no haber hecho nada, y anda solícito por esconder todas la virtudes de su alma. Pero el Señor divulga y descubre sus obras, da a conocer sus maravillosos hechos, le exalta y le concede todo lo que pide en su oración" (Admoniciones Espirituales, 49).
Jesús, tu vida es un ejemplo constante de humildad. Siendo Dios, naces en una cueva, sin ningún recurso material; vives en una pequeña aldea perdida en las montañas trabajando como uno más; incluso en tu vida pública no buscas el espectáculo, y sólo haces milagros cuando lo necesitan los demás; mueres en el más profundo abandono (ni los tuyos te acompañan) y, después de tu resurrección, en el más increíble milagro de la humildad, te quedas escondido en el pan de la eucaristía.
Jesús, yo intento constantemente brillar ante los ojos de los hombres: que me valoren, que aprecien lo que sé y lo que tengo. Ayúdame a darme cuenta de que, a tus ojos, la escala de valores es muy distinta. Repíteme una y otra vez: si no eres humilde, nada vales. Entre otras cosas, porque no te estaré imitando, y sin parecerme a ti, mi vida cristiana (vida de Cristo en mí) nada vale.
Corta y arranca, Señor, mi yo, para que sea más humilde y siga tu sencilla receta: olvidarme de mí mismo y pensar en los demás. Ésta es precisamente tu actitud durante los años que pasaste en la tierra: "El Hijo del hombre no ha venido para ser servido, sino para servir y dar su vida en rescate por muchos" (Mt 20, 28). Que me decida a servir a los demás; sólo entonces podré comenzar a trabajar por Cristo.
Pablo Cardona
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Uno de los elementos más importantes del evangelio es el ir adoptando los criterios de Jesús. Mientras que la vida, mediante todos sus maestros, buscan aleccionarnos sobre los criterios que se deben tomar para llegar a ser felices, Jesús (único maestro del cristiano) nos muestra en su evangelio lo que verdaderamente puede llevar al hombre a la felicidad. Hoy ilumina el área de nuestras aspiraciones y de nuestro trato con él.
Y así, mientras que el mundo nos insiste en el estatus y su caduca ciencia, Jesús cambia el criterio y presenta un niño, que en la comunidad judaica no tenía ningún valor y era el elemento más pequeño en la escala social, y afirma que para él será verdaderamente grande quien se sienta necesitado como un niño, y se deje amar y abrazar por él.
Será también grande quien es capaz de renunciar a los privilegios que puede tener, con el fin de servir a los necesitados, a los que no tienen voz, a los marginados, a los que son como niños en la comunidad. Queda así claro cuáles son su preferencias y por lo tanto cuáles deben ser las preferencias de los discípulos. ¿Cómo cuadran estas preferencias de Jesús con tu vida?
Ernesto Caro
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¡Qué difícil es mantenerse sencillo en una sociedad tan rival como la nuestra! Todos queremos más: el ascenso, la promoción, el prestigio o el aparentar. Y así les pasó hoy a los discípulos, al discutir entre ellos quién era el más importante. Se ve que las raíces humanas son iguales para todos.
Es preciso liberarse de la tiranía de la fachada para vivir en la verdad de nuestro ser. ¿Qué ganas con los aplausos si después en la soledad del corazón queda la angustia y el miedo? Es importante sanear nuestra historia, iluminar tantas zonas obscuras y liberar tantos miedos que nos atenazan. Sólo así podremos disfrutar la alegría y sencillez de los niños para acoger gozosamente la voluntad de Dios, y así ser importantes en el Reino de los Cielos.
La felicidad no viene del mucho tener, ni tampoco del gran saber, sino que es como una planta fina, cultivada en la pureza del corazón, y que da sus frutos en la paz y sencillez de vida.
Oh Dios que aborreces al que da con arrogancia y te complaces en los limpios y sencillos, te pedimos nos concedas un corazón pobre y humilde, para gozar de las cosas de la vida con la alegría y la paz de los niños, y así ser testigos de tu bondad entre los hombres.
Carmelitas de Toro
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Los discípulos de Jesús parece que todavía no han abandonado sus pretensiones de poder, y por eso se enfrascan en el texto de hoy en discusiones acerca de quién debería ocupar el 1º lugar, o quién ocuparía un trono de poder, o quién sería el más importante en el futuro.
Jesús, con su sin igual sencillez y pedagogía, les va mostrando que por ese camino únicamente llegarán al lugar que ocupan los poderosos. Lugares que son sumamente criticados, pero extremadamente apetecidos. Por eso, Jesús desenmascara las intenciones de sus seguidores y los pone a pensar en una nueva lógica, donde lo valioso no es el prestigio, sino la sencillez y la verdad.
La llamada de Jesús pone de manifiesto que las aspiraciones de un discípulo no deben imitar las aspiraciones de los discípulos de los fariseos. Éstos sólo buscaban el reconocimiento y la popularidad manipulando a la gente para ganar posición social. El discípulo de Jesús no se debe montar en ese tren, sino que, siguiendo el ejemplo del niño sirviente, se pondrá en el último lugar para servir y animar a los hermanos. Sólo la actitud de servicio le dará una nueva dimensión al ser humano.
De igual modo, los discípulos creían poseer la autoridad de Jesús en exclusiva, pero Jesús los contradice. Siempre que se luche contra el mal, se haga el bien y se siga los caminos de Jesús, cualquier persona tiene el poder y la autoridad que Dios le otorga a todos los seres humanos de buena voluntad. El don de Dios no es para privilegiados, sino que está disponible para la humanidad en la medida que sea bien empleado.
Hoy necesitamos crear una catequesis que realmente cultive el conocimiento de Jesús y la práctica de sus actitudes. Pues lo que Jesús quería era crear un grupo de personas que, atendiendo a la llamada de Dios, propiciara nuevas alternativas de vida.
Servicio Bíblico Latinoamericano
c) Meditación
Según nos dice hoy Lucas, los discípulos de Jesús se dedicaban a discutir quién es el más importante, posiblemente sobres sus cualidades terrenas y sobre los criterios que requería esa nueva sociedad que era el Reino de los Cielos.
Sabiendo lo que pensaban, Jesús llamó a un niño, lo puso junto a sí, y les dijo: El más pequeño de todos vosotros, ése es el más grande. Quien acoge a este niño en atención a mí, a mí me acoge. Y quien me acoge a mí, acoge al que me ha enviado.
Jesús habla a adultos, y les propone acoger a los niños como condición para entrar en el Reino de los Cielos. Y aquí está el dilema, pues ¿estaba aludiendo Jesús a la inmadurez psicológica, como algo propio de ese Reino? Porque lo que está claro es una cosa: que acoger a los niños no puede ser una regresión a la infancia biológica (cosa del todo imposible).
Acoger a un niño es más bien recuperar la conciencia de la pequeñez (algo connatural a los niños) y en cierta medida su docilidad, a la hora de confiar y dejarse guiar por lo que les dicen (= creer) los mayores. En definitiva, es recuperar la posibilidad de creer, pues ¿cómo podrán entrar en ese Reino los que se fían tan sólo de sí mismos (por cierto, tan equivocados), y no de los demás?
Freud diría que hacerse niño sería una regresión anómala o patológica en un adulto, pues según él ya hemos alcanzado la madurez para poder emanciparnos de este Dios que nos ha sido impuesto. Pero Jesús no es de la misma opinión, y por eso dice que para entrar en el Reino de los Cielos es necesario recuperar la conciencia de hijos de Dios.
Sí, hacerse como niños significa recuperar la pequeñez perdida, y desde ella empezar a entablar relación con Dios, pues ¿cómo querer entrar en el reino de Dios, y formar parte de esta familia de Dios, no sintiéndose necesitado de nada? Por lo menos, habrá que estar necesitados de Dios (al igual que todo niño está necesitado de su padre).
Hacerse como niños es volver a sentir la necesidad de Dios Padre. Y el que más sienta esta necesidad, ése será sin duda el que se va a ir haciendo más grande en el Reino de los Cielos.
Acoger a un niño es acoger estos valores. Y acogerlo en nombre de Cristo es acoger estos valores como los propios para la vida cristiana. Es en lo que consiste la infancia espiritual: en volver a sentirse hijo de Dios.
El evangelio también nos refiere que el apóstol Juan, uno de los Doce y con ese sentido exclusivista que nos caracteriza, dijo en cierta ocasión a Jesús: Maestro, hemos visto a uno que echaba demonios en tu nombre y se lo hemos querido impedir, porque no es de los nuestros.
Aparentemente, Juan no soporta que un extraño (alguien que no forma parte de su círculo discipular) se sirva del nombre de su Maestro para hacer milagros y expulsar demonios, pues para él eso era usurpar una autoridad o un poder que no le había sido dado, aunque fuese en beneficio del prójimo.
Sin embargo, lo que en el fondo no tolera Juan es que aquel hombre se sirviera de un poder que sí le había sido conferido a él, y que él era incapaz de poner en práctica. Si fuese uno de los nuestros, viene a poner como excusa Juan, lo vería con buenos ojos.
Y aquí viene la respuesta de Jesús, el más interesado en el uso que se haga de su nombre: No se lo impidáis
, porque quien no está contra vosotros está a favor vuestro. ¡Qué apertura de miras la de Jesús! ¡Qué actitud tan universal y tan incluyente! El que no es nuestro enemigo, ni se posiciona en contra nuestra, es nuestro aliado y está a nuestro favor.Por el simple hecho de no poner obstáculos a nuestra labor, cualquier persona la estará favoreciendo. Pero aquí se trata de alguien que hace algo (echar demonios, invocando el nombre de Jesús), luego ese tal no puede luego hablar mal de sí mismo, o del poder que le ha proporcionado hacer su milagro.
Lo lógico es que el que hace algo en nombre de otra persona, sienta simpatía y admiración por esa persona, aunque no pertenezca al grupo de sus seguidores. En realidad, sin pertenecer visiblemente al círculo apostólico, forma ya parte de él por razón del vínculo que le une a su cabeza.
Jesús no excluye ni separa, sino que incluye y agrega hasta de forma imperceptible. Cualquier vinculación con Jesús, venga de lejos o de fuera, es apreciada como una vía de acercamiento. Cristo ha venido a unir, y no a distanciar o a separar. Es verdad que la indiferencia no es todavía apoyo o alianza, pero no lo olvidemos: El que no está contra nosotros está a favor nuestro, y quizás esté con nosotros.
Ya sabemos que entre estar en contra y estar a favor hay grados intermedios: ni en contra ni a favor. Pero Jesús prefiere obviar tales grados, para considerar en favor suyo a todos los que no están en su contra. Es una apreciación que puede dar lugar a amargas decepciones en la vida, pero Jesús está dispuesto a correr ese riesgo, con tal de no excluir ni alejar a nadie del radio de su influencia.
Ojalá que el Señor nos encuentre siempre en esta actitud de acogida respecto de los que no son formalmente de los nuestros.
JOSÉ RAMÓN DÍAZ SÁNCHEZ·CID, doctor en Teología
Act:
29/09/25
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E D I T O R I
A L
M
E
R C A B A
M U R C I A