10 de Noviembre
Lunes XXXII Ordinario
Equipo
de Liturgia
Mercabá, 10 noviembre 2025
a) Sab 1, 1-7
El libro de la Sabiduría, escrito originariamente en griego y en ambiente alejandrino, fue escrito posiblemente hacia el s. IV a.C. El libro se dirige a todos los reyes y gobernantes del mundo, a los que quiere comunicar la sabiduría para que aprendan a implantar la justicia y a instaurar el reino de Dios entre los hombres (Sb 1,1-4.9.21).
Salomón I de Israel (s. X a.C), en cuya boca se pone el libro, es el modelo de rey. Se trata de un hombre como los demás, mortal y nacido de hombre y mujer (Sb 7, 1-6). Pero un hombre que suplicó a Dios y le fue otorgada la prudencia; lo invocó y obtuvo el espíritu de sabiduría (Sb 7, 7).
Pero el libro de la Sabiduría no es un tratado de prudencia para los gobernantes. La sabiduría es el mismo espíritu de santidad que procede de Dios, que penetra todo y da consistencia al universo: "Porque el espíritu del Señor llena la tierra y, como da consistencia al universo, no ignora ningún sonido" (Sb 1, 7). Es, sobre todo, un espíritu amigo y compañero del hombre. Y por eso los sabios, "los que aman la justicia", someterán pueblos (Sb 3,8; 5,15) y salvarán el mundo (Sb 6, 24).
Según esto, el libro, aunque dirigido expresamente a los reyes y gobernantes, quiere interpelar a todo hombre que se siente llamado a ser ministro del reino de Dios (Sb 6, 4) y a colaborar en el establecimiento y consolidación del reinado universal de Dios sobre toda la humanidad.
Ahora bien, nos dice el texto de hoy que para gobernar de acuerdo con los designios divinos se requiere la sabiduría, que penetra la intimidad de Dios y revela sus planes a los sabios. Pues la sabiduría no puede adquirirse sin la justicia: "Amad la justicia los que regís la tierra; pensad correctamente en el Señor y buscadlo con corazón entero" (v.1). El Señor sólo se da a conocer, mediante su sabiduría, a los sencillos, a los que no exigen pruebas ni desconfían de él.
La sabiduría de Dios sólo puede penetrar en los corazones transparentes, y de ahí que huya de la falsedad, de la maldad y de las malas lenguas: "Dios penetra sus entrañas, vigila puntualmente su corazón y escucha lo que dice su lengua" (v.6). La sabiduría lo conoce todo, lo escruta todo, lo penetra todo y nada se le escapa; es "el espíritu educador y santo" (v.5).
Josep Rius
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Durante toda la semana leeremos el libro de la Sabiduría, compuesto por un judío de Alejandría hacia el s. IV a.C. Alejandría, entonces la capital de Egipto, estaba situada a orillas del Mediterráneo, en la desembocadura del delta del Nilo. Era también la capital de la corriente cultural helenista, una civilización prestigiosa con unas escuelas filosóficas y literarias en pleno apogeo, en floración de cultos mistéricos que atraían a las multitudes.
La cultura griega, con su humanismo refinado, atraía también a las élites judías dispersas de la diáspora, minoritarias en ese gran contexto pagano dominante. El autor del libro de la Sabiduría, influido por el pensamiento griego (cuya cultura ha asimilado), expresa en una nueva forma su fe tradicional. Ayuda a los hombres de nuestro tiempo, Señor, a hacer ese mismo esfuerzo.
Pues bien, comienza el libro de la Sabiduría diciendo: "Amad la justicia los que juzgáis la tierra; pensad rectamente del Señor y buscadle con sencillez de corazón".
Por justicia hay que entender el pleno acuerdo de pensamiento y acción con la voluntad divina. Así, el 1º consejo de este sabio es una invitación a "pensar justamente" como Dios, y a "buscar a Dios" en la sencillez del corazón.
El esfuerzo de la meditación cotidiana va en ese sentido, a condición de que seamos dóciles a la palabra de Dios, y tratemos de ponerla en práctica. Porque "Dios se deja hallar de los que no le tientan, y se manifiesta a los que no desconfían de él. Mas los pensamientos tortuosos apartan de Dios".
Cuando el hombre busca a Dios, sigue diciendo el sabio, y Dios encuentra esta disposición en el corazón del hombre, él "se hace el encontradizo" y "se revela". En el fondo, lo que Dios espera de nosotros es la lealtad y la verdad, ya que los pensamientos tortuosos apartan de Dios. Ayúdanos, Señor, a construir la verdad, y a poner en práctica la porción de verdad ya descubierta.
¿Y cuál es hoy para mí esta correspondencia a Dios, esta conversión que él espera? Porque "el Espíritu Santo, nuestro educador, huye de la mentira, se aleja de los pensamientos necios y se ve rechazado al sobrevenir la injusticia".
Como se ve, estamos ya muy cerca de la doctrina del NT, a la hora de hablar del Espíritu de Dios como educador del espíritu del hombre, y de la luz divina iluminando y animando la inteligencia humana. Todo ello se realizará en plenitud en Jesús, el hombre que comulgará totalmente con la voluntad de Dios.
En contrapartida, existe también ese riesgo terrible: la capacidad del hombre de hacer que se retire el Espíritu Santo, o rechazar el Espíritu de Dios de forma absurda y necia. Haznos inteligentes, Señor, y ayuda el esfuerzo de todos los educadores, que se han consagrado al avance de la verdad, con tu Espíritu Santo.
La fe no ha de huir ante el mundo científico de hoy, porque el Espíritu Santo ilumina la inteligencia (y se aleja de la necedad): "La sabiduría es un espíritu que ama al hombre, pues el Espíritu del Señor llena el universo, y él, que lo envuelve todo, sabe todo lo que se dice". Se trata del texto del Introito de la fiesta de Pentecostés. Es el Espíritu de Dios quien realiza la cohesión del universo.
Noel Quesson
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Nos encontramos hoy con un maravilloso texto del libro de la Sabiduría, que nos presenta a la sabiduría de Dios como personificada en una joven hermosa, que solicita a su amante un encuentro feliz, y que "fácilmente la ven los que la aman, y la encuentran los que la buscan".
No se comporta como una mujer esquiva, que te hace desaires. Sino al contrario: se hace la encontradiza para los que la aman, para los que la desean y la buscan. El verdadero conocimiento de Dios no es el resultado de una laboriosa operación intelectual, sino que es un don que se ofrece con generosidad, a cuantos se disponen a recibirlo con un corazón abierto.
El Señor viene como un novio a celebrar su boda, e invita a todos los hombres "anticipándose y dándose a conocer a los que la desean". Pues "quien temprano lo busca no se fatigará, y a su puerta hallará sentada a la sabiduría".
La sabiduría de Dios madruga más que quienes la desean. Cuando éstos despiertan y empiezan a buscarla, se la encuentran esperando a la puerta, no necesitan andar detrás de ella todo el día. Dios se presenta siempre al hombre que le busca y se anticipa a sus deseos. Desgraciadamente, hay muchos cristianos que ni siquiera son capaces de imaginar que alguien esté "sentado a su puerta", esperando para amarlos.
Maertens-Frisque
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Las primeras lecturas de esta semana nos recogen textos del libro de la Sabiduría. Con ello nos plantean un problema muy actual, que podremos ir desgranando en sus diversos matices durante los comentarios de esta semana.
En nuestra sociedad secularizada tenemos muchos más conocimientos que antaño, pero parece que somos menos sabios. Nuestras posibilidades de información se han multiplicado enormemente (internet, whatsap...), pero no por ello sabemos vivir mejor. Es como si los árboles no nos dejasen ver el bosque.
Y la clave radica en que, demasiado dependientes de nuestra sociedad de consumo, de lo que se puede comprar o vender, tendemos a desentendernos de las realidades profundas, que tienen que ver con el alma, con la vida interior. Y eso porque no podemos adquirirlas en la tienda del barrio. O peor, porque caemos en la trampa perversa de la publicidad, que tiende a asociar dichos bienes del espíritu con la adquisición de determinados bienes de consumo.
Hoy la Escritura nos avisa que la sabiduría es esquiva para con los marcados por el pecado, o para aquellos que la buscan para dominarla, con razonamientos retorcidos y en beneficio propio. Mientras que, por otro lado, es "amiga de los hombres". No es que esté distante (pues "el Espíritu del señor llena la tierra"), pero es preciso buscarla con corazón entero, con plena confianza y con pureza de intención.
Carlos García
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Esta semana leemos como 1ª lectura el libro de la Sabiduría, escrito hacia el s. IV a.C. Está dedicado a los judíos de la diáspora, sobre todo a los que vivían en Alejandría (Egipto) y en medio de la cultura helénica, con problemas para mantener su propia identidad de pueblo de la Alianza. Todo el libro es un canto a la sabiduría verdadera, opuesta a la de los impíos (que no tienen la mentalidad de Dios).
Aun entre los libros sapienciales (Proverbios, Eclesiástico, Qohelet...), éste de la Sabiduría supone un paso adelante en la maduración: la sabiduría aparece cada vez más personificada, y proveniente del mismo Dios. El libro de la Sabiduría está ya muy cercano y prepara el NT.
Su lenguaje sobre el espíritu y la sabiduría de Dios se asemejan mucho a lo que se nos revelará sobre Cristo Jesús y el Espíritu Santo. También ha llegado, en su gradual maduración, a vislumbrar bastante claramente (más aún que el libro de Daniel o de los Macabeos), la doctrina de la vida futura y del premio y castigo tras la muerte.
La sabiduría es un don de Dios, es "un espíritu amigo de los hombres". Porque "el espíritu del Señor llena la tierra y da consistencia al universo", "penetrando en su interior".
Pero esta sabiduría sólo pueden llegar a poseerla los de corazón sencillo, "los que no desconfían" y no tienen "razonamientos retorcidos". Y sólo podrá ser encontrada por "los que la buscan con corazón entero". Sobre todo, "la sabiduría no entra en alma de mala ley ni habita en cuerpo deudor del pecado". Los necios y los deslenguados tampoco sabrán acoger, en sí mismos, esta sabiduría proveniente de Dios.
Todos necesitamos sabiduría, pero una sabiduría que no sea erudición o cúmulo de conocimientos, sino intuición interior que nos hace ver las cosas con la mirada de Dios. En nuestro mundo nos inundan con su propaganda las más diversas ideologías, que nos llenan de palabras e intentan manipularnos, atrayéndonos a su respectiva verdad. ¿Dónde está la verdad auténtica, la que nos orienta por el recto camino? Los judíos para los que se escribió este libro estaban tentados por la cultura pagana del helenismo.
Nosotros, por otras parecidas, y necesitamos afianzar nuestra identidad, para no dejarnos contaminar ni perder los valores fundamentales de nuestra fe cristiana. Los cristianos estamos convencidos de que la respuesta de Dios ha sido su Hijo Jesús, el verdadero Maestro. Como Pedro, le decimos: "Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna".
Pero también ahora sigue siendo verdad que el pecado está reñido con la lucidez de la sabiduría. Que los que andan por caminos turbios no ven, o no quieren ver, la luz que emana de Dios. Y también que los que tienen un corazón enrevesado y unos razonamientos retorcidos, no llegarán a gustar de esta sabiduría.
Jesús dio gracias al Padre porque estas cosas las escondió a los que se creían sabios y las reveló a los humildes y sencillos (Lc 10). Todos conocemos personas que no tienen gran cultura, pero sí sabiduría: han llegado a ver la vida desde los ojos de Dios.
Con el salmo responsorial de hoy podemos pedirlo hoy a Dios: "Señor, tú me sondeas y me conoces, todas mis sendas te son familiares. Guíame, Señor, por el camino recto". Es la única manera de encontrar respuesta a la desorientación que reina en nuestro mundo.
José Aldazábal
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Comienza hoy el libro de la Sabiduría con un canto a la prudencia, a la sensatez y a la cordura. Con una alabanza a la sublime sabiduría, prudencia y amor de Dios. Y con una llamada a la conciencia humana, para que entre dentro de sí misma.
Lo mejor que podemos hacer en la meditación de hoy es volver al texto del libro de la Sabiduría, y releerlo pausadamente varias veces con ojos de fe. Después, relacionaremos su mensaje de verdad con nuestra actitud de sabios y entendidos que (presumiendo del poder de la razón, y con juicio pedante) no acertamos a ver la obra de Dios como lo que es: obra de divina creación.
No puede uno estar al frente del pueblo de Dios con un corazón perverso. Por eso debemos buscar al Señor para conocerlo, para dejarnos instruir por él, y para que su Espíritu guíe nuestros pasos por el camino del bien. Si muchas veces tomamos decisiones equivocadas que no sólo nos afectan a nosotros, sino que destruyen la paz y la justicia, es porque actuamos conforme a nuestro egoísmo, o guiados por nuestras pasiones equivocadas.
Sólo la sabiduría, que procede de Dios, puede indicarnos el camino que hemos de seguir para que colaboremos en la construcción del reino de Dios. Pero no conforme a nuestras imaginaciones, sino conforme al proyecto del Señor sobre nosotros.
Por eso hemos de invocar sobre nosotros el Espíritu de Sabiduría, y hemos de ser dóciles a él para que, en verdad, podamos realizar nuestra vida social y personal conforme al plan de Dios: Que todos seamos conforme a la imagen de su Hijo Unigénito.
¿Por qué queremos hacer la obra de Dios obra nuestra, de nuestra razón humana creadora, si la debilidad e impotencia nos delata? Gracias, Señor, porque es a los sencillos y de ojos abiertos a los que llega tu luz. Te rogamos que a todos nos la concedas.
Dominicos de Madrid
b) Lc 17, 1-6
Por enésima vez nos sorprende que Jesús, al dirigirse de nuevo a los discípulos, pronuncie una advertencia tan severa: "Es inevitable que sucedan esos escándalos; pero ay del que los provoca. Más le valdría que le encajasen en el cuello una piedra de molino y lo arrojasen al mar antes que escandalizar a uno de estos pequeños. Andaos con cuidado" (vv.1-3a). Pero ¿quiénes son estos pequeños?
En la terminología de los sinópticos, son los discípulos provenientes de las capas sociales marginadas social y religiosamente (en nuestro caso, los seguidores que antes eran "recaudadores y descreídos") quienes, gracias a su situación, han comprendido y asimilado la exigencia de Jesús de invertir la escala de valores y han optado por el camino de la sencillez (los pequeños).
Los discípulos, a los que Jesús se dirige, son los de ascendencia judía ortodoxa. El escándalo son las riquezas, como tipificación de los falsos valores contrarios a los del reino. Aquéllos, con sus ansias de poder, pueden provocar el escándalo de los sencillos. Lejos de sacar partido de su pasado observante, deben estar dispuestos a perdonar siempre y en todo momento (vv.3b-4).
En el colofón, los discípulos son nombrados los apóstoles (referencia clara a la misión) y Jesús, el Señor (v.5). Lucas quiere describir la sensación de impotencia que experimentan los misioneros ante el arraigo profundo de los falsos valores en la sociedad. Jesús los tilda de falta absoluta de fe.
"Si tuvierais una fe como un grano de mostaza" (la simiente más pequeña, símbolo de los comienzos del reino a partir de unos valores humanamente insignificantes), "diríais a esta morera" (a la sociedad injusta y explotadora del hombre": "Arráncate de cuajo y plántate en el mar". Para el que cree en la utopía del reino de Dios, no hay obstáculo insalvable: "Y os obedecería" (v.6).
Josep Rius
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Seguimos camino a Jerusalén y Jesús sigue instruyendo a sus discípulos, en el caso de hoy con una instrucción a los discípulos. El texto toca tres temas muy importantes para los discípulos y para la Iglesia posterior: el escándalo de los pequeños (niños, pobres, excluidos), el perdón al hermano que se arrepiente y la fe de los dirigentes de la comunidad (los apóstoles).
Los 3 problemas son tan importantes, que en el tratamiento de los 3 hay algo de extraordinario y casi exagerado. Al que escandaliza a un pequeño, se le debe poner una piedra de molino y tirarlo al mar. Al que peca contra el hermano 7 veces al día (y 7 veces se arrepiente) hay que perdonarlo 7 veces. La fe como un grano de mostaza que ordena al sicómoro (la higuera) arrancarse y plantarse en el mar.
Los 3 problemas amenazan la vida misma de la comunidad. ¡Qué sería una Iglesia en la que se escandaliza a los niños y a los pobres, en la que no se perdona al hermano que peca con gran frecuencia y en la que falla la fe de los apóstoles! Son problemas tan graves, que la normativa de Jesús es radical.
Escandalizar es hacer caer, es poner una trampa, es corromper a un hermano. Y lo más grave es cuando ese hermano es un pequeño. Esta palabra tiene varias connotaciones: el sin poder, el pobre, el niño, el que tiene un defecto físico. No hay pecado más grande que escandalizar a estos hermanos de la comunidad. No hay perdón, y hay que echarlos al mar con una piedra al cuello.
En la simbología bíblica el mar es el abismo, donde habitan los monstruos marinos. Ese es el destino de los que escandalizan a los pequeños.
El otro problema grave es la ausencia de perdón. En el texto se trata del pecado "contra ti", es decir, del pecado del hermano contra el hermano. Es cierto que es exagerado que un hermano peque 7 veces al día contra otro hermano. El perdón no debe tener límites. Hoy somos muy intolerantes con el hermano reincidente. Queremos ser una iglesia de santos, donde no hay pecado... ni necesidad de perdón.
La oración propia y más importante para los apóstoles y hoy para todo agente de pastoral debería ser: "Auméntanos la fe". Porque el más necesitado de fe es el dirigente eclesial.
Juan Mateos
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El evangelio de hoy recoge en este texto algunas recomendaciones que Jesús dirige a sus discípulos, las cuales tienen una fuerte vinculación con la vida comunitaria.
En 1º lugar (vv.1-2) Jesús le pide a sus discípulos que no sean ocasión de tropiezo por su falta de testimonio o actitudes negativas para con los pequeños. Debemos entender que Jesús con esta palabra no se refiere a los niños, sino a los humildes, a los marginados, a los que no tienen recursos (materiales o espirituales) para oponerse al que ocasiona el tropiezo.
Precisamente, ellos son los elegidos y destinados por Dios para poseer el Reino, los verdaderos miembros de la Iglesia. Y la voluntad de Dios es que ninguno de ellos se pierda. El que sea motivo de escándalo para los hermanos, será severamente castigado.
En 2º lugar (vv.3-4) Jesús propone a los discípulos la necesidad de la corrección fraterna, para que el hermano que ha pecado tome conciencia de su falta y se arrepienta, sin importar el número de veces. El uso del nº 7 significa que la acción de perdonar no tiene límite, y ha de tratarse de una actitud ilimitada y permanente, para imitar el comportamiento de Dios: “Sed compasivos, como nuestro Padre es compasivo” (Lc 6, 36). La Iglesia aparece así como una comunidad de pecadores que experimenta la proximidad y acogida de Dios, en el perdón fraterno.
En 3º lugar (vv.5-6) Jesús invita a sus discípulos a tomar conciencia de la fuerza de la fe, porque sólo la fe nos permite aceptar con todas las consecuencias las exigencias del perdón. Los discípulos piden una fe más grande, no significa que busquen un crecimiento cuantitativo, sino un cambio radical para hacerla más auténtica. Basta tener la fe, tan pequeñita como un granito de mostaza pero auténtica, para realizar grandes cosas.
La imagen de la morera arrancada y trasplantada en el mar expresa de manera simbólica lo que significa la confianza plena que debemos tener en Dios para actuar en nuestra vida. Comenzar con una fe pequeña, como el grano de mostaza, es lo que permitirá a los que son los verdaderos servidores de Cristo ponerse a la altura de su trabajo.
Gaspar Mora
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Jesús decía: "Es inevitable que sucedan; pero ¡ay del que los provoca!". Se trata del tema de la responsabilidad. Nos dices, Señor, que no somos responsables sólo de nosotros mismos, y que existe todavía a nuestro alrededor toda una zona de influencia, en la que influimos tanto para el bien como para el mal. Se trata, pues, de un fenómeno de solidaridad, en el que "nadie es una isla" y toda persona está religada a otras.
¿Cuáles son mis relaciones? Porque lo que es inofensivo para mí puede hacer daño a otros, y debo tener muy en cuenta esa variedad de mentalidades, normal en toda colectividad.
Jesús es extremadamente riguroso cuando se trata de defender a "los pequeños", y no duda en avisar que "más le valdría que le colgaran al cuello una piedra de molino y lo arrojasen al mar, antes que escandalizar a uno de esos pequeños". No se refiere sólo a los niños, sino a todos los indefensos e ignorantes, que hay que defender de las sutilezas de la casuística del escándalo.
El amor sin límites es la característica propia del cristianismo. Y ese amor debe llevar al perdón y corrección fraterna: "Si tu hermano te ofende, repréndelo; y si se arrepiente perdónalo. Si te ofende siete veces al día y vuelve siete veces a decirte lo siento, lo perdonarás".
Detengámonos ante ese título de hermano que usa Jesús. Los cristianos son hermanos, pero no son personas perfectas sino pecadores. Jesús no ha pensado en una comunidad ideal y sin historia, sino en una comunidad en la que las personas se ofenden unas a otras, ¡hasta 7 veces al día! Por mucho que se diga que es un número simbólico, no deja de evocar una situación bastante conflictiva.
Jesús nos pide que perdonemos, como algo esencial al cristianismo. Y porque eso es lo que hace por nosotros nuestro Padre del cielo. ¿A quién tengo hoy que perdonar? ¿En qué relación he de procurar que nazca en mí un corazón nuevo, un corazón según Cristo?
Entonces, dijeron los apóstoles al Señor: "Auméntanos la fe". Eran muy conscientes, ellos los primeros, y nosotros a continuación, de la magnitud de la exigencia que tú, Señor, les presentabas. Entonces ellos, a su vez, te piden: "Danos, Señor, por gracia". Eso que tú esperas de nosotros. Las palabras de Dios tendrían que llevarnos a una oración de ese tipo. Ese es el sentido de la plegaria universal con la que acaba la Liturgia de la Palabra, en la misa diaria.
Hemos escuchado unos textos divinos que nos acusan y nos comprometen. Y como nos sentimos débiles para llevarlos a la práctica, nos dirigimos a Dios para pedirle su gracia, para nosotros y para nuestros hermanos. El Señor les contestó: "Si tuvierais fe como un grano de mostaza, diríais a este árbol: Arráncate y plántate en el mar. Y os obedecería". ¡Cuántos árboles a arrancar, Señor! Soy como un pobre delante de ti; dame varios "granos de mostaza".
Noel Quesson
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El auténtico hombre de fe en Cristo Jesús debe ser una luz que ilumine el camino de su prójimo. Si anunciamos a Cristo a los demás, y después llevamos una vida en contra de lo que enseñamos, en lugar de colaborar para la salvación de nuestro prójimo estaremos dándole motivos para alejarse de Cristo, o a que lleve una vida de hipocresía.
Ciertamente, somos frágiles pecadores. Y por eso hemos de vivir en una continua conversión, no sólo pidiendo perdón a Dios y al prójimo, sino estando también dispuestos a perdonar siempre. No basta con tener mucha fe, sino que es necesario que la calidad de la fe que poseamos (tal vez al inicio demasiado pequeña) nos lleve a dejar que el Señor actúe en nosotros. Y para que, desde nosotros, vaya eliminando todo obstáculo que nos impida vivir en un auténtico amor hacia Dios (como Padre nuestro), y hacia nuestro prójimo (como hermano nuestro).
Procuremos ser personas con una fe auténticamente aquilatada por el Señor, de tal forma que lleguemos a esforzarnos por un mundo cada vez más libre de todo aquello que nos divide, o que nos ha hecho vivir desligando nuestra fe de nuestra existencia ordinaria.
Vivimos en una comunidad de fe donde todos colaboramos a favor o en contra de la vivencia y de la madurez de la misma. Muy por encima de todos ha de estar el buen ejemplo de los pastores, como servidores a los que se les ha encomendado la instrucción en la palabra de Dios y la repartición del pan de Vida. Por ello no pueden dedicarse a comer, a embriagarse y a maltratar a los demás siervos que conforman el pueblo de Dios.
Un escándalo, por parte de ellos, puede destruir la comunión desde sus cimientos. De ahí que los documentos de la Iglesia pidan a los obispos que no sean ligeros ni precipitados en imponer las manos a quienes han de servir al pueblo como pastores.
Pero no sólo ellos están llamados a vivir santamente, sino que junto a ellos toda la comunidad de creyentes ha de dar un auténtico testimonio de nuestra fidelidad a Cristo, mediante buenas obras y una verdadera comunión con los pastores que Dios ha puesto al frente de su pueblo.
Bruno Maggioni
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Escuchamos hoy varias recomendaciones breves de Jesús sobre el escándalo, el perdón y la fe. Tres aspectos en los que podemos aplicar el pensamiento de Jesús a nuestra vida.
Sobre el escándalo dice Jesús palabras muy duras: "Al que escandaliza a los débiles más le valdría que lo arrojaran al fondo del mar". Además de enseñar a tener corazón generoso y saber perdonar al hermano, hasta 7 veces en un día. Los apóstoles, un poco asustados de un estilo tan exigente de vida, le piden a Jesús que aumente su fe.
Podemos ser ocasión de escándalo para los demás, con nuestra conducta. No somos islas perdidas, e influimos para bien o para mal en los que conviven con nosotros. Si hay personas débiles, que a duras penas tienen ánimos para ser fieles, y que nos ven a nosotros claudicar, contribuimos a que también ellas caigan. Si no acudo a la oración de la Iglesia, también otros se sentirán dispensados y no irán. Y si participo, a otros les estoy dando ánimos para que no falten.
Y quien dice de la oración, dice de la conducta moral. Si una familia está dando testimonio de vivir en cristiano, contra corriente de la mayoría, está influyendo en los ánimos de los demás. Mientras que si cede a los criterios de este mundo, también a otros se les debilitarán los argumentos y fallarán.
La corrección fraterna, que es un buen acto de caridad si se realiza con delicadeza y amor, tiene que conjugarse con el saber perdonar y con el tener un corazón generoso. A todos nos cuesta perdonar. Se nos da mucho mejor lo de juzgar, condenar y echar en cara. Jesús nos dice que tenemos que saber perdonar, aunque se repita el mismo motivo 7 veces en un día.
Desde luego, para cumplir esto, tendremos que decirle al Señor, como los apóstoles: "Auméntanos la fe". Tendremos que rezar fuerte y apoyarnos en la gracia de Dios. Porque con criterios meramente humanos no tendremos fuerzas para evitar todo escándalo, ni para cumplir lo del perdón al hermano.
Cuando nos preparamos para comulgar, rezamos siempre el Padrenuestro, repitiendo lo de "perdónanos como nosotros perdonamos". Y así, lo que parece algo difícil (perdonar al hermano), con la fuerza de la eucaristía podrá ser una realidad, a lo largo del día. Será algo tan sorprendente como, al menos, lo de la morera transplantada al mar.
José Aldazábal
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En el evangelio de hoy, Lucas nos ofrece 3 dichos de Jesús, el 1º referido al escándalo, el 2º al perdón y el 3º a la fe. A 1ª vista se trata de una agrupación un poco forzada, pero creo que existe una profunda relación entre las 3 cosas. Escandalizar significa poner piedras en el camino para que otro tropiece. Algo que hacemos muy a menudo, y de ahí que Jesús llegue a decir que "es inevitable que sucedan escándalos".
Hay algunos que, por su impacto social, saltan a los medios de comunicación, pero no son quizá los que más nos hacen tropezar. Yo creo que el gran escándalo es no vivir con energía la fe, y esa rutina que hace del seguimiento de Jesús una mera costumbre.
¿Cómo se vencen los efectos negativos del escándalo? Sólo hay una salida: el perdón. Pero no un perdón cualquiera, sino una actitud que siempre nos resulta excesiva: "Si tu hermano te ofende siete veces en un día, y siete veces te vuelve a decir lo siento, lo perdonarás".
Una actitud de este tipo nunca nace de la buena voluntad, ni del sentido de justicia que nosotros solemos manejar en las relaciones sociales. El perdón es fruto de la fe, y por eso los apóstoles (que debieron sentirse sobrecogidos ante las palabras de Jesús, y muy débiles para secundarlas) le piden: "Auméntanos la fe".
Gonzalo Fernández
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Una de las advertencias más duras de Jesús, dirigida a los que le siguen de cerca, es "andaos con cuidado", tras lo cual viene la advertencia: "Porque más te valdría ajustarte una piedra de molino y arrojarte al mar, que escandalizar a uno de los pequeños" (vv.1-3). Según Santo Tomás de Aquino, "escandalizar es hacer caer, ser causa de tropiezo y ruina espiritual para otro, con la palabra, los hechos o las omisiones".
Los pequeños son para Jesús los niños, en cuya inocencia se refleja de una manera particular la imagen de Dios. Pero también son esa inmensa muchedumbre sencilla y menos ilustrada, con más facilidad de tropezar en la piedra interpuesta en su camino.
Pocos pecados son tan grandes como éste, pues como decía Pío X, el escándalo "tiende a destruir la mayor obra de Dios, que es la redención, con la pérdida de las almas. Un pecado que da muerte al alma del prójimo quitándole la vida de la gracia, que es más preciosa que la vida del cuerpo. Y un pecado que es causa de una multitud de pecados" (Catecismo, 418).
Es mucho lo que influimos en los demás, y esta influencia ha de ser siempre para bien de quien nos ve o nos escucha, en cualquier situación en la que nos encontremos. Sin embargo, también existe el falso escándalo: en no pocas ocasiones la conducta del cristiano que quiere vivir con integridad la doctrina del Señor, chocará con un ambiente pagano y frívolo, y escandalizará a muchos.
No nos debe extrañar si con nuestra vida en alguna ocasión sucede algo parecido, y hemos de evitar aquellas ocasiones (de suyo indiferentes) que pueden producir extrañeza o escándalo en personas, por su falta de formación.
Especialmente es grave el escándalo que proviene de aquellas personas que gozan de algún género de autoridad o fama. En este sentido, el que ha ocasionado ese escándalo tiene la obligación de reparar el daño ocasionado. La caridad, movida por la contrición, encuentra siempre el modo adecuado de reparar el daño.
De nosotros debería decirse, por parte de quienes nos han tratado, lo mismo que afirmaron de Jesús sus contemporáneos: "Pasó haciendo el bien" (Hch 10, 38). Si lo propio del escándalo es romper y destruir, la caridad compone, une y cura, y facilita el camino que conduce al Señor. Un buen ejemplo será siempre una forma eficaz de contrarrestar el mal que, quizás sin darse cuenta, muchos van sembrando por la vida.
Francisco Fernández
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El Señor nos hizo portadores de su evangelio y de su gracia. La Iglesia se esfuerza constantemente no sólo por dar a conocer a Cristo a los demás, sino en procurar que la vida del Señor se haga realidad cada día en más y más personas, en quienes habite el Espíritu Santo como en un templo. Ante ellos hemos de ser un auténtico ejemplo de santidad, pues no podemos proclamar al Señor y después vivir como si no le conociéramos, como si fuésemos sus enemigos.
Por eso hemos de vivir en una continua conversión, de tal forma que el rostro amoroso de Cristo brille, cada día con mayor claridad, en el rostro descubierto de su Iglesia. Quien con una vida de desprecio hacia su prójimo (o de opresión de los desvalidos, o de explotación de los pobres, o de pasiones no dominadas) se atreve a proclamar el nombre de Dios, en lugar de convertir, alejará cada vez más a quienes trate de anunciar el nombre de Dios, y convertirá en objeto de burla a la Iglesia de Cristo.
El Señor nos pide convivir fraternalmente unidos por el amor. No podemos ser testigos del Dios Amor sólo con los labios, sino con una vida que nos lleve incluso a perdonar siempre a quienes nos ofenden, para no perder la unidad querida por Cristo.
Así podremos decir que nuestra fe es una fe viva, que se manifiesta con las obras, y nos ayuda a mover las montañas de nuestro egoísmo, que nos impiden amar y perdonar a nuestro prójimo en la misma medida en que nosotros hemos sido amados y perdonados por Dios, en Cristo Jesús.
Somos hijos de Dios, pero ¿nos comportamos como tales? Cuando confiesas públicamente tu fe en Cristo y destruyes a tu prójimo, o cuando eres autor de guerras, de persecuciones y de la muerte de inocentes, o cuando no te detienes ante tu hermano que sufre para remediarle sus males, o cuando no eres capaz de perdonar para convertirte en constructor de la paz, ¿podrás decir que en verdad eres hijo de Dios? ¿No sería mejor que te arrojaran al mar con una de esas enormes piedras de molino sujeta a tu cuello? Sin embargo, Dios siempre está dispuesto a perdonarte.
No puedes ir a Dios para recitar tan sólo tus pecados, sino que necesitas volver realmente a ese Dios que siempre te ha amado, y que te contempla constantemente con una mirada de amor de Padre. ¿Realmente crees en ese amor de Dios por ti que te perdona, y te recibe en su casa, y que se ha puesto de tu lado? Pues anda, y haz tú lo mismo (con tu prójimo).
José A. Martínez
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El evangelio de hoy nos habla de 3 temas importantes. En 1º lugar, de nuestra actitud ante los niños. Si en otras ocasiones se nos hizo el elogio de la infancia, en ésta se nos advierte del mal que se les puede ocasionar.
Escandalizar no es alborotar o extrañar, como a veces se entiende, sino que viene de la palabra griega skandalon, que significa hace tropezar, a forma de una piedra en el camino (para entendernos). Al niño hay que tenerle mucho respeto, y "ay de aquél que de cualquier manera le inicie en el pecado" (v.1). Jesús le anuncia un castigo tremendo, y lo hace con una imagen muy elocuente.
Todavía se ven en Tierra Santa piedras de molino antiguas. Son una especie de grandes diávolos (como los collares que se ponen al cuello los traumatizados), e introducir esa piedra en el escandalizador, y echarlo al agua, expresa un terrible castigo.
Jesús utiliza ese lenguaje, casi de humor negro, viniendo a decir que pobres de nosotros si dañamos a los niños, o pobres de nosotros si les iniciamos en el pecado. Y hay muchas formas de perjudicarlos: mentir, ambicionar, triunfar injustamente, dedicarse a menesteres que satisfagan la vanidad.
En 2º lugar, el perdón. Jesús nos pide que perdonemos tantas veces como sea necesario, y aún en el mismo día, si el otro está arrepentido. Y eso aunque nos escueza el alma: "Si tu hermano peca, repréndele; y si se arrepiente, perdónale" (v.3). El termómetro de la caridad es la capacidad de perdonar.
En 3º lugar, la fe. Una fe que, más que una riqueza del entendimiento (en sentido meramente humano), es un estado de ánimo (fruto de la experiencia de Dios) y una capacidad (de poder obrar contando con su confianza). Como decía San Ignacio de Antioquía, "la fe es el principio de la verdadera vida".
Quien actúa con fe logra cosas asombrosas, como bien expresa el Señor: "Si tuvierais fe como un grano de mostaza, habríais dicho a este sicómoro: Arráncate y plántate en el mar, y os habría obedecido" (v.6).
Pedro Inaraja
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Cuando era pequeña me decían que tener fe era "creer en lo que no se ve", como si fuese un gran misterio donde una no podría llegar nunca. Yo no entendía nada, y la verdad es que me parecía algo extraño. Pero si Dios así lo quería... En definitiva, ¿cómo iba yo a entender así a Dios?, o ¿qué podía yo darle a Dios, si todo había sido ya hecho?
El tiempo me ha enseñado que la fe es una ciencia cierta, que es para experimentar y gustar, y sobre todo para ser feliz. Y cuando eres capaz de ponerte en marcha, suceden cosas que no te esperas, y ahí es donde se adquiere confianza y fe.
Experimentar las certezas con Dios, y ponerte en camino hacia él, hacia ti y hacia los otros, eso es tener fe. Y palpar y descubrir la inmensidad que tienen las palabras abandonarse en él, ahondar mar adentro, contagiar la ilusión y esperanza, eso es tener fe. Por lo menos como un granito de mostaza.
Ahondar y vivir desde la fe es haber palpado realidades, no sólo ideas bonitas. Es adentrarse e ilusionarse, volverse loca de alegría al sentir desde dentro el envío a trabajar por el mismo sueño que tiene Dios, un sueño de esperanza en el que la ilusión y la vida se contagian cuando de verdad se hace posible lo que se dice y se proclama.
La fe ha cambiado de sentido en mí cuando he experimentado, junto a otras personas, que el evangelio te lleva a situaciones que no te imaginas. Lo de Dios es posible siempre, y también el reto que diariamente nos lanza de felicidad para todos. ¿Quién puede robar los sueños de un Dios enamorado de sus criaturas, y que continúa apostando por un mundo feliz para todos?
Hace tiempo, una persona muy cercana a mí escribía esto: "Que alguien se ponga de pié, que alguien dé la cara. Porque se necesita un luchador por la fe, y alguien que sea fiel a su causa". La gente ya no quiere ver cristianos de boca cerrada, y es preciso que volvamos a ser profetas que no le teman a nada. Que Dios nos bendiga y seamos bendición para muchos.
María Jesús Arija
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Jesús, tú hoy condenas el escándalo, o comportamiento que induce a otros a hacer el mal. El que escandaliza se convierte en tentador de su prójimo. Atenta contra la virtud y el derecho; puede ocasionar a su hermano la muerte espiritual. Como dice el Catecismo de la Iglesia, "el escándalo constituye una falta grave, si por acción u omisión, arrastra deliberadamente a otro a una falta grave" (CIC, 2284).
Es decir, yo soy responsable no sólo de mis acciones, sino también de la repercusión de mis acciones en la conducta de los demás. El escándalo es lo opuesto al apostolado. En lugar de acercar almas a ti con el ejemplo de una vida cristiana, el que escandaliza aleja a los demás de Dios con el mal ejemplo de una vida tibia, con doctrinas contrarias a la Iglesia, promoviendo una cultura inmoral.
"Andaos con cuidado", me dices hoy, Jesús. Es decir, me alertas para que nunca escandalice a los demás con mi conducta y también para que no me deje influir por los escándalos ajenos. Aún más, tengo el deber de corregir al que peca, especialmente si es una persona cercana a mí: un familiar, amigo o conocido. Porque "si tu hermano peca, repréndele; y si se arrepiente, perdónale". Este deber se llama corrección fraterna, y ha quedado recogido como una de las obras de misericordia que enseña la Iglesia: corregir al que yerra.
Jesús, tú me has dado ejemplo de cómo corregir con caridad y amor. Durante los 3 años que conviviste con los apóstoles, no dejaste de señalarles sus errores con paciencia. Los primeros cristianos aprendieron de los apóstoles a ayudarse unos a otros para mantenerse fieles en el camino.
San Pablo recoge este enseñanza de forma clara: "Hermanos, si acaso alguien es hallado en alguna falta, vosotros, que sois espirituales, corregidle con espíritu de mansedumbre" (Gal 6, 1). Al cabo de los siglos, este deber de caridad sigue en pie, porque "omnia possibilia sunt credenti" (lit. "todo es posible para el que cree").
Jesús, humanamente, sólo el que realmente cree en un proyecto, o en un objetivo que se ha marcado, y persevera en el intento a pesar de las dificultades, consigue su propósito. El indeciso se arruga ante la primera contradicción y nada logra. Esta fe no es aún la fe que te piden hoy tus discípulos, pero es su base humana: el tesón. El tesón es una virtud humana que yo puedo adquirir si me lo propongo, y que facilita que arraigue la virtud sobrenatural de la fe.
La fe es una virtud sobrenatural, es decir, una virtud que tú me das cuando te la pido y no pongo dificultades para recibirla. Todo es posible para el que cree. Jesús, a veces me desanimo y pienso que no; que yo no puedo vencer una tentación o superar un defecto; que las dificultades me sobrepasan y que no tienen remedio. Es el momento de repetir con fuerza: "Auméntame la fe". Que me dé cuenta de que tú estás a mi lado; que me convenza de que tú eres Dios y a la vez amigo y Padre.
Y entonces veré arrancarse de raíz defectos que estaban profundamente implantados en mi conducta; y se resolverán problemas insolubles, y se enderezarán situaciones torcidas. Y volveré a tener paz y alegría en mi alma. Porque la fe es capaz de mover montañas, si es verdadera fe y va acompañada de obras de virtud y de caridad, en el esfuerzo por hacer siempre y en todo tu voluntad.
Pablo Cardona
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"Ay de aquel que provoca escándalos, ay del que es ocasión de pecado", advierte severamente Cristo a sus discípulos. San Carlos Borromeo hablaba de modo semejante a sus presbíteros, invitándoles a meditar siempre en "el precio de sangre que cada alma tiene ante Dios".
Y todo esto porque la gente sencilla, que no puede defenderse, le ha costado a Cristo sudor y sangre, y mucho amor derramado. Y porque nosotros no somos dueño de esa Sangre, ni de esos corazones ni de esas almas. "Tened cuidado", nos amonesta el Señor.
De aquí entendemos el porqué de la generosidad sin límites a la hora de perdonar: porque dicha generosidad no se agota nunca. Poner un límite al perdón es poner un límite a la sangre de Cristo, y esto no es otra cosa sino renegar de la salvación que esa sangre trajo a todos, por dignación piadosa de Dios.
¡Qué bello acercarnos así al altar, y saborear con el paladar de la mente y con la luz de la fe estas verdades! Ese sacrificio único y sin embargo infinito, inagotable, es el que se realiza en nuestro altar, y es el que llega a nosotros con la comunión eucarística.
Nelson Medina
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Estamos rodeados de testimonios edificantes, de personas ejemplares, coherentes y generosas. Pero tenemos la costumbre de fijarnos y hablar sólo de los escándalos que por ahí nos encontramos. Aquel joven, la vecina, un político... todos pasan por nuestro tribunal.
Es una realidad innegable que, como hombres que somos, tenemos debilidades y flaquezas, y si alguien no las tiene, puede inscribirse en el registro de los ángeles sobre la tierra (que, por lo demás, son evidentes a los ojos de los demás, sobre todo en algunas ocasiones). Algunas veces, hasta provocando escándalos.
Sin embargo, la inspiración divina bien colocó este pasaje, seguido inmediatamente de otro que versa sobre el perdón. Nuestra tarea no es entonces juzgar ni mucho menos buscar como detectives los talones de Aquiles de nuestro prójimo.
Será mejor si, por nuestra parte, nos esforzamos para dar el mejor testimonio, y si fijamos nuestra atención en las virtudes de los demás. Y cuando alguien nos escandalice con su conducta, no juzguemos y sepamos perdonarle de corazón, sabiendo que quien confía en el poder de Dios, puede trasplantar un árbol al mar.
Juan Gralla
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En esta sección, Lucas a incluido una serie de enseñanzas de Jesús que bien vale la pena meditar el día de hoy.
La 1ª está refería a la gran responsabilidad que tenemos de ser buen ejemplo para los demás, y de manera especial con los niños y jóvenes. En nuestras casas, y en nuestro modo de vivir, todo debe inspirar a los que conviven con nosotros, a llevar una vivir honesta y sana. Jesús es muy severo es este aspecto, y nos previene sobre el mal ejemplo que podamos dar, o sobre si somos nosotros mismos quienes propiciamos la tentación y el pecado en los demás.
La 2ª está referida a la apertura siempre misericordiosa que debemos tener, sobre todo para aquellos que nos ofenden. Algo que debe ir acompañado por aquella petición de los apóstoles: "Auméntanos la fe". Y es que sólo con una fe grande, y con el apoyo de la oración, es posible llevar una vida que sea modelo para los demás.
Hagamos nuestra hoy la petición de los apóstoles, y digámosle a Jesús desde lo más profundo de nuestro corazón: "Aumenta mi fe, Señor". Para que ésta se transforme en caridad y en perdón.
Ernesto Caro
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Decían los profetas que el Mesías "no rompería la caña doblada ni aplastaría la mecha que está por apagarse, sino que haría florecer la justicia en la verdad" (Is 42, 3). Es sorprendente descubrir cómo Jesús sabe conjugar la radicalidad de su vida, y sus planteamientos, con una gran compasión y ternura hacia las personas, sobre todo hacia los más débiles.
Y esa misma compasión y ternura es exigida a sus discípulos. De ahí sus palabras sobre el escándalo de los que se consideran sabios y fuertes para los más pequeños, y su exigencia sobre el perdón. Hay que estar dispuesto a perdonar siempre, y a acoger siempre.
En el fondo ésta es otra forma de radicalidad. Quizás una radicalidad más difícil y arriesgada. Nos resulta fácil tener esa actitud cuando se trata de condenar a nuestros hermanos o de denunciar sus malas obras. Se nos hace más difícil cuando de lo que se trata es de perdonarlos siempre. Y habría que subrayar la palabra siempre. Hay que tener una fe fuerte y grande para seguir creyendo en nuestros hermanos cuando nos han fallado muchas veces.
Pero ¿no es acaso la misma fe que Dios tiene en nosotros? ¿No sigue creyendo Dios en nosotros a pesar de las muchas veces seguidas que le hemos fallado? Habrá que pedirle a Dios que haga nuestra fe al menos del tamaño de un grano de mostaza para que el árbol de la auténtica radicalidad hunda sus raíces en nuestro corazón.
Severiano Blanco
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El texto evangélico de hoy acentúa el contravalor del escándalo, es decir, la acción degradante de quien destruye la conciencia del niño, del débil, humilde, confiado.
Ay del que provoca escándalos. Pero ¿es que no los estamos bendiciendo cada día? Jesús diría que sí los estamos bendiciendo, cuando provocamos pasiones desordenadas, y las juzgamos escándalo, o incluso elogio de la libertad personal. Cuando aplaudimos escenas de terror con sangre, armas, muerte, y somos capaces de decir que eso es para educar con realismo.
Cuando pisoteamos la moralidad y el respeto a la intimidad personal, y decimos que eso no es difamar ni calumniar sino informar. Cuando hacemos ostentación de riqueza y nos gloriamos de nuestros conquistas y trampas, y decimos que eso no es escándalo sino juego, suerte u oportunidad.
¿Cómo valoraremos, al final, nuestra conducta cuando hayamos de dar cuenta de ella ante el Señor que no acepta engaños, ni ofrece ya nuevas oportunidades? Es fácil decir que "a mí nadie me pide cuentas". Pero nos las pedirán, aunque no lo queramos prever.
Dominicos de Madrid
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La vida de los discípulos de Jesús está expuesta a debilidades e incluso a fracasos. Pero a pesar de su fragilidad, de ella se exige que sea capaz de hacer transparente la imagen de Dios para la humanidad.
Una 1ª forma de hacer patente el rostro divino reside en la preocupación comunitaria por los pequeños, los más frágiles y desprotegidos en la relación comunitaria. Colocarlos al margen de la vida común significa, concretamente, oscurecer la presencia de Dios en su vida y, por consiguiente, ocasión de escándalo para ellos haciéndolos sentirse abandonados de Dios.
El gran escándalo de una comunidad cristiana despreocupada de los pequeños es un obstáculo mayúsculo que pone tropiezos a su salvación y que coloca a la propia comunidad en el peligro de hacerse merecedora de la condena de Dios. Por consiguiente, toda comunidad que quiera llamarse cristiana debe colocarse en el camino del servicio al Dios de la misericordia con acciones que puedan expresar adecuadamente esta cualidad divina.
El perdón al hermano que cae es una exigencia que brota desde el corazón de la vida comunitaria y la naturaleza ilimitada del perdón no es, entonces, otra condición más, sino la condición indispensable para ser instrumento apto de la revelación del Padre.
Para esta tarea es necesario ser plantados en la fe, como la semilla de mostaza requiere ser plantada en la tierra. No basta suponer la existencia de la fe en nuestra persona y en nuestra comunidad, es necesario que seamos capaces de mostrar con las acciones realizadas que ella está presente en nuestra vida.
Confederación Internacional Claretiana
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La naturaleza humana es frágil. Tenemos un cuerpo que, desde el instante mismo en que inicia la vida, está signado por la muerte. Nuestra inteligencia, que usualmente consideramos el arma más poderosa, nos engaña constantemente. El lenguaje (escrito, oral, gestual) es una herramienta poderosa para construir la realidad. Pero se presenta como un juego interminablemente equívoco. El amor erótico, que muchos consideran la panacea, se presta para las más incomprensibles acciones y engaños.
Pareciera que la ambigüedad nos inunda y amenaza con destruir nuestra integridad humana. Sin embargo, en medio del marasmo del relativismo y la suspicacia, surge la honestidad como alternativa. Es admirable que un valor tan quebradizo como la honestidad sea la alternativa frente a la ambigüedad tan afincada en la naturaleza humana.
Jesús en el evangelio nos llama a hacer de la coherencia, de la honestidad y del testimonio, la palanca de Arquímedes con la que hemos de mover y vencer el mundo de las ambigüedades. Es inevitable que cometamos errores, que equivoquemos nuestras decisiones y que malinterpretemos los buenos signos de la realidad. Pero, podemos aceptar ese desafío con una intención recta y honesta que nos conduzca a hallar el camino adecuado.
El evangelio de hoy nos pide que asumamos las deficiencias de nuestra naturaleza humana, bajo la perspectiva de la recta intención. Debemos ser absolutamente sinceros con nosotros mismos y aceptar que no tenemos todas las verdades en la manga de la camisa. Por eso, es necesario que frente a los pequeños, a los humildes, no nos mostremos todopoderosos, sino que nos mostremos como realmente somos: frágiles y ambiguos.
Esta actitud evitará que posteriormente cuando nos equivoquemos o simplemente no cumplamos las expectativas de alguien, estemos en condiciones de reconocer nuestros errores con toda la humildad. Y sobre todo, para que ellos comprendan que no somos más que nadie. Sólo somos unos simples servidores, que tratan de realizar su trabajo.
Servicio Bíblico Latinoamericano
c) Meditación
El pasaje evangélico de hoy recoge tres sentencias de Jesús relativas al escándalo, a la ofensa del hermano y al potencial de la fe. Son textos que ya se han comentado en otras versiones del evangelio y con más profusión de detalles. No obstante, volvemos sobre ellos intentando destacar alguno de sus aspectos más sobresalientes.
La 1ª sentencia se refiere al escándalo, y es tan tajante que corta hasta la respiración: Es inevitable que sucedan escándalos, pero ¡ay del que los provoca! Al que escandalice a uno de estos pequeños que creen, más le valdría que le encajasen en el cuello una piedra de molino y lo echasen al mar. Se trata del escándalo provocado a los pequeños que creen, y para quienes un simple mal ejemplo, o una mala experiencia adquirida, puede quitarles la fe.
El escándalo es siempre una "piedra de tropiezo" en el camino del bien, y una incitación al mal o al pecado. Por eso, la conducta desviada de un creyente puede resultar realmente escandalosa en la medida en que interfiere como un obstáculo en el camino del bien o de la fe de otros muchos.
Los más expuestos al escándalo (lo mismo que a la mala influencia) son los más débiles, tanto religiosa como moralmente. Eso son los pequeñuelos que creen a los que alude Jesús. Son pequeñuelos seguramente en el sentido de ser muy influenciables por aquellos que están dotados de autoridad moral. Y son pequeñuelos que creen, pero con una fe todavía muy frágil o tierna, como esa planta a la que el clima y el tiempo no ha curtido aún.
Pues bien, al que escandalice a uno de estos pequeñuelos les espera una pena aún peor que la que sufren los que son arrojados al mar con una piedra de molino al cuello, para que no emerjan a la superficie. La severidad de la condena denota la gravedad de la falta a los ojos del juez.
La
2ª sentencia tiene por objeto la ofensa del hermano y el perdón de la misma: Si tu hermano te ofende (algo que resulta tan inevitable como el escándalo), repréndelo. Si se arrepiente, perdónalo. Y si te ofende siete veces en un día, y siete veces vuelve a decirte "lo siento", lo perdonarás.Según esto, una persona arrepentida siempre será digna de perdón, aunque el arrepentimiento esté precedido por una reiteración de ofensas en el corto espacio de tiempo de un día. Puede haberte ofendido
7 veces en el mismo día, pero si vuelve a decirte "lo siento", lo perdonarás.Con esta medida de actuación
Jesús coloca el perdón de la ofensa muy por encima de la ofensa, pues lo importante es que prevalezca el perdón. Pero para que esto suceda debe darse el arrepentimiento y la petición de perdón. La única condición requerida para obtener el perdón es el arrepentimiento (ese decir con sinceridad "lo siento"), que a su vez podrá ir precedido de la reprensión, una palabra correctora que haga recapacitar y estimule el arrepentimiento.Lo que importa es que triunfe el perdón, que
el perdón se sobreponga a la dialéctica de las ofensas y que las ofensas desaparezcan. Y para que eso ocurra, el perdón debe sobrepujar a la ofensa. Por otro lado, sólo el perdón puede aportar la medicina capaz de curar las heridas provocadas por las ofensas, y evitar que la ofensa se convierta en una herida incurable o dé lugar a una ruptura irreparable.La
3ª sentencia se refiere a la fe y a la necesidad experimentada por los apóstoles de un aumento de fe. Eso es lo que piden los apóstoles a Jesús (auméntanos la fe) y lo que Jesús responde, con una observación: Si tuvierais fe como un granito de mostaza, diríais a esta morera: "Arráncate de raíz y plántate en el mar", y os obedecería.Estamos en el lugar de la acción cultual porque creemos que la palabra de la Escritura que allí se proclama es palabra de Dios, y que los sacramentos de la Iglesia son sus sacramentos, los signos y cauces de su gracia. Estamos en el lugar de la reunión litúrgica porque tenemos fe. Pero también estamos aquí porque tenemos poca fe, y porque necesitamos decir: Señor, auméntanos la fe. Porque la fe es algo que puede aumentarse y puede disminuir, e incluso morir.
Con el ejemplo propuesto por Jesús, el Señor viene a decirnos que la fe puede ser muy pequeña (del tamaño de un granito de mostaza) o puede ser muy grande (capaz de mover montañas, o de arrancar de raíz una morera y plantarla en el mar).
Mi fe no es pequeña, dirá alguno. Pero entonces, ¿por qué no eres capaz de levantarte de tu confortable asiento? ¿Y de arrancarte de tu lugar de diversión, para plantarte en la presencia del Señor? Y si no es insignificante tu fe, ¿por qué no eres capaz de salir de tu casa del confort, y plantarte en la casa del necesitado? Y si no, ¿por qué no eres capaz de moverte y movilizarte?
Por tanto, no demos por supuesto que tenemos fe, porque si ésta no nos saca de nuestra inercia, ni nos moviliza, ni nos arranca de nuestro confort, ni rompe nuestros apegos, ni nos despierta de nuestra somnolencia... es que no tiene siquiera el tamaño de un granito de mostaza. Por eso, ¡qué necesaria resulta esta petición: auméntanos la fe! Podemos y debemos pedir al Señor que aumente nuestra fe, porque la fe es algo que puede darse, acrecentarse y perderse.
La fe es algo recibido de Dios, que ha salido a nuestro encuentro y que se ha servido de diferentes medios para donárnosla. Es algo recibido de Cristo, su Hijo hecho hombre, que comenzó a extender el mensaje de la filiación divina y a llamar a los pecadores a la conversión. Y es algo recibido de la Iglesia, cuando a través de los apóstoles prolonga y propaga la misión de Jesús, o cuando a través de otras personas eclesiales (los abuelos, los catequistas...) llega hasta nosotros.
JOSÉ RAMÓN DÍAZ SÁNCHEZ·CID, doctor en Teología
Act:
10/11/25
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