15 de Noviembre
Sábado XXXII Ordinario
Equipo
de Liturgia
Mercabá, 15 noviembre 2025
a) Sab 18, 14-16; 19,6-9
El autor del libro de la Sabiduría termina hoy su estudio con una reflexión sobre las relaciones entre Egipto e Israel, como buen judío egipcio que es (en concreto, habitante de Alejandría). Y recordando las plagas de Egipto (que liberaron de la servidumbre a sus antepasados) describe la parte debida a la naturaleza en el juicio entre hebreos y egipcios. Por último, para el fin de los tiempos anuncia una "naturaleza transfigurada", en la que el cosmos entero intervendrá en la salvación de los justos.
Pero comencemos por el principio, cuando "un sosegado silencio lo envolvía todo". La intervención de Dios es aquí dramatizada a la manera épica. Tu palabra omnipotente, Señor, irrumpió en medio de este país. Ayúdanos, Señor, a ver tus intervenciones en el mundo. Tu palabra es siempre activa en el corazón de los hombres y en el de los acontecimientos. Pero a menudo no la oímos, o permanecemos envueltos en el silencio. Ayúdanos a percibir esta voz.
Continúa diciendo el sabio que "la creación entera, obediente a los decretos divinos, se rehízo de nuevo en sus diversos elementos, a fin de que los hijos fuesen preservados de todo daño". El agua, los animales, o el mar Rojo, intervienen para salvar a los hebreos. Y esto es interpretado por el autor de la Sabiduría como signo de que hay una correlación entre la "salvación de los justos" y el "equilibrio cósmico".
Incluso recuerda el sabio que se vio "una nube proteger su campamento", y "una tierra seca emerger del agua que la cubría", y "un camino practicable a través del mar Rojo", y "una verde llanura del oleaje impetuoso". Se trata, con toda claridad, de una reproducción de la creación primera.
También en el Génesis "el Espíritu, como una nube planeaba sobre las aguas" (Gn 1, 9). Así, el Exodo de Egipto es también la evocación de la creación futura. La palabra de Dios, que en el principio lo creó todo, está siempre presente sobre la tierra, para preparar una "nueva creación" más allá de la muerte.
En estas reflexiones hay una perspectiva, un sentido de la historia: Dios no ha hecho la naturaleza (el cuerpo o la materia) para la destrucción, y el proyecto de Dios no consiste tan solo la "salvación de las almas". Pues también la creación material está realmente asociada al hombre y a la salvación.
No olvidemos que ese texto fue escrito hacia el final del AT. Y por eso no sólo no desprecia Dios "la carne y el mundo material", sino que "se encarna en él" y "resucita los cuerpos". Porque "los que tu mano protegía mientras contemplaban tan admirables prodigios, eran como caballos conducidos a los pastizales, y retozaban como corderos". La exultación corporal del hombre, descrita bellamente por la Sabiduría, es "como la del caballo que salta y relincha, percibiendo ya cerca el pastizal". La imagen es hermosa y audaz.
Esforzándose por comprender el mundo, el hombre a veces tiende a separar "la materia del espíritu". Y es verdad que en ciertos ambientes es de buen tono poner en su sitio al cuerpo y a la materia, para que no se conviertan en una máquina de erotismo o alienación. Pero el pensamiento cristiano no se resigna a un dualismo, ni admite que el espíritu sea el bueno y la materia la mala.
De hecho, el dogma de la resurrección nos presenta como ideal buscar, aquí y ahora, una reconciliación entre el cuerpo y el espíritu, un cuerpo flexible al ritmo del pensamiento y del amor, y la glorificación de Dios con todo nuestro ser y toda la naturaleza.
Noel Quesson
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En esta última página que leemos del libro de la Sabiduría, su autor reflexiona sobre la 10ª plaga que cayó sobre Egipto y forzó al faraón a dejar salir a los hebreos hacia la Tierra Prometida.
La descripción es cósmica: en el silencio de la noche, sucede la intervención poderosa de Dios, y su Palabra desciende como espada afilada, pisa la tierra y llena el cielo y siembra de muerte a los enemigos del pueblo elegido, mientras que todos los elementos naturales (la nube, la tierra, el mar y su oleaje) se ponen de parte de los israelitas. No sólo Israel, sino todo el cosmos "retozaban como potros y triscaban como corderos", alabándote a ti, Señor, su libertador.
El éxodo de los israelitas fue una poderosa figura del definitivo éxodo: la muerte y resurrección de Jesús, su paso a través de la muerte a la nueva existencia, y su caudillaje (como nuevo Moisés) al pueblo de los salvados.
Esta lectura nos ayuda a refrescar nuestra admiración por las maravillas que ha obrado Dios. Nunca será suficiente nuestra gratitud y nuestros cantos de alegría. ¿Se podría decir de nosotros alguna vez, viéndonos cantar alabanzas pascuales, que "retozamos como potros y triscamos como corderos"? ¿O más bien que estamos apagados, sin dejar traslucir la suerte que tenemos de ser el pueblo liberado por Jesús?
Si la salida de Egipto fue el acontecimiento decisivo para Israel, para nosotros lo es (con mayor motivo) la pascua de Jesús, que continuamente nos comunica en sus sacramentos y en el Triduo Pascual de cada año. A la luz de esta Pascua, hemos de interpretar la historia y los pequeños o grandes acontecimientos de nuestra vida, con la consecuencia de que siempre estemos optimistas y llenos de confianza en Dios.
A ver si nos dejamos contagiar el entusiasmo del salmo responsorial de hoy, y con instrumentos a viva voz expresamos nuestra alabanza a Dios: "Recordad las maravillas que hizo el Señor, cantadle al son de instrumentos, hablad de sus maravillas que se alegren los que buscan al Señor. Porque él sacó a su pueblo con alegría, y a sus escogidos con gritos de triunfo".
José Aldazábal
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Recuerda hoy el libro de la Sabiduría que Dios creó la luz para nuestro bien. Pero ¡cuánta luz desperdiciamos en la vida! Nos obsequió con la luz de la inteligencia, pero muchos no la empleamos en reconocerle como creador. Nos inflamó con el fuego de amor del corazón, pero muchos nos quemamos en el horno de pasiones viles. Nos puso en la frente la señal de hijos predilectos, pero muchos nos avergonzamos de serlo y huimos del hogar. ¡Cuánta luz, gracia, amor, de parte de Dios! Y ¡cuánta ingratitud de nuestra parte! Perdónanos, Señor.
La noche de la liberación del pueblo israelita de la mano del faraón, en que la Palabra se manifestó como salvación para ellos y cumplió el decreto divino de condenar a los egipcios y salvar a los hebreos, es sólo una figura de aquel otro momento mucho más importante: que esa Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros, liberándonos de la esclavitud al pecado a que nos había sometido el Maligno, enemigo de Dios y de los que están destinados a participar de la vida divina.
Por eso, llenémonos de gozo en el Señor y "demos brincos de alegría", dando gracias al Señor por haberse convertido en nuestra defensa y salvación. Ojalá que nuestra vida esté siempre en sus manos.
Dominicos de Madrid
b) Lc 18, 1-8
En el pasaje evangélico de hoy trata Jesús nuevamente del tema de la oración, subrayando la insistencia en ella a base de la analogía del juez y la viuda. Una viuda que representa al estamento más desamparado de Israel, y describe la situación límite del pueblo que exige justicia a sus dirigentes (a pesar de que éstos, representados por el juez injusto, se la hayan negado sistemáticamente).
No obstante, el pueblo no ceja en la petición, referida en esta ocasión a la justicia, y en conexión con la llegada del reinado de Dios. La insistencia vence la resistencia del juez injusto.
Jesús se sirve de esta analogía para invitar a los discípulos a afrontar la situación presente. Si la oración insistente de la viuda ha acorralado al juez y lo ha obligado a dictar una sentencia justa, con cuanta más razón "Dios ¿no hará justicia a sus elegidos si ellos le gritan día y noche?" (v.7).
Los elegidos son el Israel mesiánico; hoy día, la comunidad cristiana. "Gritar día y noche" es el grito de los oprimidos por el sistema injusto, que claman por un cambio radical de las estructuras. La oración hace tomar conciencia de las propias posibilidades y de la acción liberadora de Dios en la historia.
Si bien las circunstancias históricas han cambiado, la injusticia sigue estando presente en nuestra sociedad. El cambio social es posible, siempre que contemos con la acción del Espíritu Santo (Lc 11, 13). Aunque Jesús duda de que los suyos (los Doce) sientan este deseo de justicia (v.7).
La "llegada del Hijo del hombre" (v.8) constituía para Jesús el momento de la reivindicación y de la destrucción de Jerusalén (Lc 17, 30). Pero los 12 no tendrán "esta fe", puesto que no han roto todavía radicalmente con la institución judía. ¿La tenemos nosotros hoy? ¿Hemos hecho esta ruptura radical con los falsos valores de la sociedad injusta, que malgasta todo en armamentos y dilapida los bienes de la creación?
Josep Rius
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Estamos siempre camino a Jerusalén, y Jesús va instruyendo a sus discípulos. Después del pequeño apocalipsis (Lc 17, 20-37), tenemos ahora una sección eclesiológica (Lc 18, 1-30) constituida en 2 partes: una 1ª en que Dios hace justicia a los pobres y humildes (vv.1-14), y una 2ª en que los niños y los pobres entran en el reino de Dios (vv.15-30).
Lucas diseña esta eclesiología desde de la perspectiva de los humildes y los niños. Hoy nos ocupamos de su 1º capítulo: la Parábola del Juez Inicuo y la Parábola de la Viuda Insistente (vv.1-8).
Jesús narra esta parábola para inculcar que es preciso orar siempre sin desfallecer, haciendo referencia a la perseverancia, persistencia y tenacidad. Y toma como ejemplo una viuda, perseguida u oprimida por un adversario.
En la Biblia los pobres son representados por las viudas, huérfanos y extranjeros. Son los que no tienen a nadie que los defienda ante los tribunales (ni marido, ni padres, ni paisanos), ante una sociedad patriarcal en que sólo unos pocos hombres tenían derechos. En el caso de la viuda, no tiene marido, pero es ejemplo de tenacidad y persistencia.
En el texto se repite 4 veces la expresión "hacer justicia". En toda la Biblia la justicia no se refiere a cuestiones de leyes o a asuntos de tribunales de justicia, sobre derechos y deberes. "Hacer justicia" significa bíblicamente liberar, y designa la actividad más propia y característica de Dios. Dios "hace justicia" al pobre cuando lo libera de su pobreza material o espiritual.
En la parábola aparece un juez, pero la interpretación de la parábola supera ampliamente el contexto de un tribunal. Juez es aquí una autoridad genérica que arregla asuntos sociales en una ciudad. La parábola muestra un juez corrupto, que no teme a Dios ni respeta a las personas. Esta realidad era trágica especialmente para los pobres. Dios no es presentado como un juez justo, sino como uno que "hace justicia" (lo que sobrepasa la realidad de un tribunal).
Dios "hace justicia a sus elegidos cuando claman a él día y noche". Desde el Exodo, Dios se define como el Dios "que escucha el clamor de los oprimidos" y decide liberarlos. Cuando los oprimidos claman, Dios hace justicia pronto. La Iglesia es la asamblea de los elegidos que claman a Dios, y el lugar donde Dios revela su justicia.
La frase final de la perícopa es enigmática: "Cuando venga el Hijo del hombre, ¿encontrará fe sobre la tierra?". La fe aquí es esa capacidad de clamar a Dios con la misma tenacidad con que lo hace la viuda. Lucas está desafiando a la Iglesia de su tiempo, y a la Iglesia nuestra hoy (si realmente sigue vivo en la Iglesia ese clamor de los pobres, que todo lo alcanza).
Juan Mateos
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La viuda es uno de los prototipos del pobre en el lenguaje profético, y en la práctica representa a la mujer indefensa en medio de la sociedad (Mc 7,24-30; 12,38-44; Lc 7,11-17; 13,10-17; 18,1-8). Las actitudes de servicio y de atención peculiar por los pequeños son los rasgos decisivos de Jesús y de sus más fieles seguidores.
En Israel la ley defendía "al huérfano, a la viuda, al extranjero, al pobre y al desvalido". Pero esta ley, a la hora de la verdad, dependía de la voluntad del que la interpretaba o ponía en práctica. Y la aplicación de la justicia no dependía tanto de la existencia de fórmulas legales, como de las estructuras que posibilitaban (o no) la práctica de dichas leyes.
La Parábola de la Viuda Indefensa, que le reclamaba justicia al juez, estaba llamada a dejar constancia de la fuerza de Jesús, y a despertar en los discípulos todas las reservas que pudieran tener para la difícil tarea que les esperaba, frente a las diferentes necesidades que imperaban en la sociedad.
Dicha fuerza de Jesús estaba llamada a ofrecer al mundo un nuevo sentido de la justicia, y a cambiar la historia desde la causa de Dios. En algún momento fue eficaz en Israel, sobre todo cuando cuando el pueblo esclavo en Egipto resolvió cambiar de rumbo, y construir un proyecto de libertad y dignidad bajo la confianza en Dios.
Después de siglos, Jesús volvía al mismo principio: una mujer viuda acorralaba al juez poderoso, que se preciaba de "no temer a Dios y de no respetar a ningún ser humano". La fuerza de su causa se había convertido para ella en coraje, y para él en una espina insoportable.
Vivimos bajo estructuras de justicia que consolidan el poder y la tiranía. Pero Jesús nos ofrece la justicia del Hijo del hombre, que toma conciencia de la situación de injusticia en la que vivimos, y reclama insistentemente nuestros derechos.
Fernando Camacho
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Oímos ayer cómo Jesús nos invitaba a tomar en serio nuestro fin, mediante las imágenes del fuego, del agua, y del buitre que se precipita sobre su presa. Todo esto podría generar angustia, y por eso hoy nos propone una parábola para explicar a sus discípulos que tienen que orar siempre y no desanimarse. Jesús quiere que despertemos de nuestras torpezas e indiferencias, pero no quiere angustiarnos.
La llegada de Jesús tarda y se hace esperar, pero no hay que desanimarse sino rezar. Es verdad que una pregunta sí que nos acucia: "Esperar, pero ¿hasta cuándo?" (Ap 6, 10). Así como otros interrogantes nos dejan en la incertidumbre: ¿Perseveraré hasta el fin? ¿Sería yo capaz de apostatar? ¿Y de abandonar lenta y progresivamente? ¿Podría mi fe desmoronarse bajo los golpes de la duda o de la desgracia? Quién sabe.
Uno de los objetivos de la plegaria (no el único, evidentemente) es el de mantener en nosotros la fe y relación personal con Dios. Es como la cita entre personas, que se quieren para mantener ese amor y estimación. Y desde esa perspectiva, la oración tiene un aspecto anti-angustia: nos apoyamos en alguien, nos confiamos a él, salimos de nosotros mismos y nos abandonamos a otro.
Pues bien, hoy nos dice Jesús: "Érase una vez un juez que no temía a Dios y se burlaba de los hombres. Y en la misma ciudad había una viuda que iba a decirle: Hazme justicia. Por bastante tiempo no quiso, pero después pensó: Yo no temo a Dios, ni respeto a los hombres; pero esa viuda me está amargando la vida: Le voy a hacer justicia para que no venga sin parar a importunarme".
Se trata de una parábola a contraste, en la que la lección a sacar de ella es lo contrario del ejemplo expuesto. El juez es un ser "sin Dios" y "sin misericordia", pero acaba haciendo justicia. Con cuánta mayor razón, pues, Dios hará justicia a los que ama (como padre suyo que es, aparte de amarlos).
La lección esencial de la parábola no está tanto en la perseverancia en la oración (que también lo pide), sino en la certidumbre de que esa oración será atendida. Pues si un hombre impío y sin escrúpulos acaba atendiendo a una molestona, ¡cuánto más sensible será Dios a los clamores de los que, en su pobreza, se dirigen a él!
Los elegidos de Dios "claman a Dios noche y día", dice Jesús. Y si nos pides esto, Señor Jesús, es porque tú mismo lo has hecho también: orar sin cesar, noche y día. Y también porque eso no es imposible ¿Cómo trataré hoy de hacer algo mejor mis plegarias? No forzosamente recitando más fórmulas, sino en unión constante con Dios.
Pero cuando vuelva el Hijo del hombre, continúa diciendo Jesús, "¿encontrará fe en la tierra?". Interrogante doloroso, porque la tentación de abandonar la fe no es exclusiva de los ateos y egoístas (como el juez de la parábola), sino de los mismos elegidos o amenazados (como la viuda de la parábola). No hay que mantenerse en ninguna seguridad engañosa.
El único recurso que nos queda es una oración repetida, constante, continuada y obstinada, y con eso estará asegurado que Dios no podrá abandonarnos, si es que nosotros no le hemos abandonado a él. ¿Qué voy a hacer hoy para alimentar mi fe?
Noel Quesson
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Lucas es el evangelista de la oración, el que más veces describe a Jesús orando, y el que más veces nos transmite su enseñanza sobre cómo debemos orar. Hoy lo hace con la Parábola de la Viuda Insistente, en la que un juez no tiene más remedio que concederle la justicia que la buena mujer reivindica. No se trata de comparar a Dios con aquel juez (que Jesús describe como corrupto e impío), sino nuestra conducta con la de la viuda, seguros de que, si perseveramos, conseguiremos lo que pedimos.
Jesús dijo esta parábola "para explicar a los discípulos cómo tenían que orar siempre sin desanimarse". Dios siempre escucha nuestra oración. Él quiere nuestro bien y nuestra salvación más que nosotros mismos. Nuestra oración es una respuesta, no es la primera palabra. Nuestra oración se encuentra con la voluntad de Dios, que deseaba lo mejor para nosotros. El Catecismo de la Iglesia lo expresa con el ejemplo del encuentro de Jesús con la mujer samaritana, junto a la boca del pozo:
"Nosotros vamos a buscar nuestra agua, pero resulta que ya estaba allí Jesús. Cristo va al encuentro de todo ser humano, es el primero en buscarnos y el que nos pide de beber. Jesús tiene sed, su petición llega desde las profundidades de Dios que nos desea. La oración, sepámoslo o no, es el encuentro de la sed de Dios y de la sed del hombre. Dios tiene sed de que el hombre tenga sed de él" (CIC, 1560).
A veces esta oración la tenemos que expresar a gritos, "día y noche" (como dice Jesús), porque hay momentos en nuestra vida de turbulencia y de dolor intenso. Y dicha oración nos debe salir desde la humildad y no la autosuficiencia. Sobre todo con una actitud de apertura confiada a Dios (desde la fe), como la del centurión que pedía por su criado, o como la de la pobre viuda de hoy que insistía para conseguir justicia.
La pregunta final de Jesús, en la página que hoy leemos, es provocativa: "Cuando venga el Hijo del hombre, ¿encontrará esta fe en la tierra?".
José Aldazábal
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En el pasaje evangélico de hoy Jesús nos exhorta a orar y a dirigirnos a Dios. Podemos pensar cómo los padres y madres de familia esperan que (todos los días) sus hijos les digan algo, y que les muestren su afecto amoroso. Pues bien, Dios es Padre de todos, y también lo espera así. Jesús nos dice muchas veces en el evangelio que hablar con Dios es hacer oración, y que la oración es la voz de nuestra fe y esperanza en Dios. Pero ¿la hacemos con amor?
A fin de que nuestra oración sea perseverante y confiada, dice san Lucas, que "Jesús les propuso una parábola para inculcarles que es preciso orar siempre sin desfallecer" (v.1). Sabemos que la oración se puede hacer alabando al Señor, o dándole gracias, o reconociendo la propia debilidad humana (el pecado), o implorando la misericordia de Dios. Pero la mayoría de las veces se queda en una oración de petición, casi siempre de alguna gracia o favor.
Y aunque no se consiga de momento lo que se pide, sólo el poder dirigirse a Dios, o el hecho de poder contarle nuestra pena o preocupación, ya está consiguiendo algo (aunque no de inmediato, sino en el tiempo): una respuesta de Dios, porque Dios, "¿no hará justicia a sus elegidos, que están clamando a él día y noche?" (v.7). San Juan Clímaco, a propósito de esta parábola evangélica, dice explicativamente:
"Aquel juez que no temía a Dios, cede ante la insistencia de la viuda para no tener más la pesadez de escucharla. Dios hará justicia al alma, viuda de él por el pecado, frente al cuerpo, su primer enemigo, y frente a los demonios, sus adversarios invisibles. El divino Comerciante sabrá intercambiar bien nuestras buenas mercancías, poner a disposición sus grandes bienes con amorosa solicitud y estar pronto a acoger nuestras súplicas".
Perseverar es orar y confiar en Dios. Esa es la receta, pues como decía Tertuliano "sólo la oración vence a Dios".
Joan Farrés
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Orar más y mejor es un deseo que a menudo se encadena con el deseo de hacer un poco de ejercicio físico, vigilar la dieta o comunicarnos con los amigos que hace años que no vemos. A veces tenemos la impresión de estar siempre empezando y de estar siempre interrumpiendo.
Me llama la atención el modo como Lucas encabeza hoy la Parábola del Juez y la Viuda: "Para explicar a los discípulos cómo tenían que orar siempre sin desanimarse, les propuso esta parábola". Para Jesús la oración es el amor hecho continuidad, insistencia y confianza.
Sólo cuando nos mantenemos pacientemente en onda, somos capaces de perforar la realidad. Esta es la razón por la cual los hombres y las mujeres orantes ven las cosas de otra manera, y se comprometen de otra manera: a través de la lenta transformación de la oración. Lo normal es que en este camino nos desanimemos, a la hora de esperar cambios de la noche a la mañana. Pero la realidad es demasiado dura como para ser perforada en un santiamén.
Las personas que oran saben esperar, y saben que el 1º fruto de la oración es precisamente estar ahí, abiertos de par en par al sol de Dios, sin prisas y sin ansiedad, un día y otro. Las personas que esperan pueden creer que todo es inútil, pero su actitud las hace estar en el lugar adecuado y en el tiempo oportuno para acoger la venida del Hijo del hombre. El que ora es como una virgen con la lámpara encendida, o como la viuda de hoy que no se cansa de suplicar justicia.
¿No os parece que el tiempo presente no nos ayuda a vivir así? Queremos que todo suceda cuanto antes, como los políticos (que necesitan inaugurar muchas cosas, en el arco de una legislatura) y los periodistas (que tienen que rellenar un periódico cada 24 horas). Os invito a interrumpir la lectura para hacer un rato de oración desde la pantalla del ordenador. Es sólo una forma de estimularnos a orar siempre, en toda circunstancia.
Gonzalo Fernández
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Un mosquito en la noche es capaz de dejarnos sin dormir. Y eso que no hay comparación entre un hombre y un mosquito. Pero en esa batalla, el insecto tiene todas las de ganar. ¿Por qué? Porque, aunque es pequeño, revolotea una y otra vez sobre nuestra cabeza con su agudo y molesto silbido. Si únicamente lo hiciera un momento no le daríamos importancia. Pero lo fastidioso es escucharle así durante horas. Entonces, encendemos la luz, nos levantamos y no descansamos hasta haber resuelto el problema.
Este ejemplo, y el del juez injusto, nos ilustran perfectamente cómo debe ser nuestra oración: insistente, perseverante y continua, hasta que Dios "se moleste" y nos atienda.
Es muy fácil rezar un día, o hacer una petición cuando estamos fervorosos. Pero mantener ese contacto espiritual diario cuesta más. Porque eso cansa y desanima, pensando que lo que hacemos es inútil o que Dios no nos escucha. Sin embargo, sí que lo hace. Y presta mucha atención, y nos toma en serio porque somos sus hijos.
Pero Dios quiere que le insistamos, que vayamos todos los días a llamar a su puerta. Sólo si no nos rendimos nos atenderá, y nos concederá lo que le estamos pidiendo desde el fondo de nuestro corazón.
Clemente González
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Nos invita hoy Jesús a orar siempre y sin desfallecer. Y esto porque la oración (en el hombre espiritual) equivale a la respiración que nos conserva vivos (en el hombre material). Sin la oración el hombre fácilmente es presa del pecado, y muere para Dios. Por eso nuestra vida ordinaria debe convertirse en una continua alabanza del nombre de Dios. Y hemos de ser constantes en la oración, a pesar de que sabemos que Dios sabe lo que necesitamos aún antes de que se lo pidamos.
Pidámosle su Espíritu Santo, roguémosle que nos perdone y nos justifique. Y así seremos dignos hijos suyos. Ojalá nos mantengamos firmes en la fe, para que podamos permanecer de pie cuando venga el Hijo del hombre, encontrándonos en oración y trabajando por su Reino.
Igual que el resto de personas, los cristianos estamos insertos en el mundo cumpliendo con nuestros deberes diarios, y poniendo el mejor de nuestros esfuerzos para darle su verdadera dimensión a la vida terrena. Sin embargo, sabiendo que pisamos tierra, no podemos olvidar que también hay que elevar la mirada al cielo.
Así, no sólo nos preocuparemos por llevar a nuestro mundo a su plena realización, sino que nos esforzaremos por hacer realidad entre nosotros, ya desde esta vida, el reino de Dios, para que llegue a nosotros con toda su fuerza. Eso sí, guiados siempre por nuestra fe en Cristo, e impulsados por la presencia de su Espíritu Santo en nosotros.
Esto requiere de nosotros una continua conversión para caminar, y no conforme a los criterios mundanos sino a los criterios de Dios. Aunado a la conversión debe estar en nosotros el espíritu de comunión, que nos ayude a permanecer firmemente anclados en el amor a Cristo y en el amor fraterno, aceptando todas sus consecuencias.
Finalmente, hemos de vivir la solidaridad con nuestro prójimo, tanto haciendo nuestros sus esperanzas y sufrimientos (para remediarlos) como convirtiéndonos en constructores (junto con todos los hombres de buena voluntad) de un mundo más fraterno y más solidario, en la justicia social.
José A. Martínez
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Todos tenemos experiencia de solucionar problemas para otros por la insistencia que nos ponen en que se lo resolvamos. y a veces, por no tener esa presión, somos capaces de resolverlo en pocos momentos.
Nunca hemos tenido tanto acceso a las cosas de Dios como ahora, y nunca se han tenido tantos libros que nos hablen de oración, o de prácticas para poder interiorizar. Se multiplican las convivencias y los retiros, y todo a nuestro alcance nos hace tener lo que necesitamos como creyentes. Pero ¿cómo es nuestra oración?
Responder a esta cuestión supone reflexionar en el grado de relación que tenemos con Dios. Porque no es igual tener una relación infantil (como la del niño con su padre) que madura (la de personas que comparten un mismo proyecto de vida).
Esto implica llevar a la oración la vida que se está viviendo y los proyectos que se van teniendo, para que Dios los purifique y los embadurne con su amor. Implica orar ante las angustias de la gente, ante la vida que se gesta... y dar gracias a Dios porque es él el 1º que toma la iniciativa, y al que más le interesa que su proyecto se cumpla entre todos sus hijos. Y también implica dejar pasar a Dios dentro de nosotros, para que sea él quien nos transforme y guíe.
Pero para ello hemos de pararnos y ponernos a su disposición, para que llegue a suceder el encuentro. Porque sólo en la intimidad es donde nos llenaremos del amor que Dios reparte.
Para que llegue a suceder esto tenemos que pedirlo, ciertamente. Pero también hay que dar gracias y tener un reconocimiento ante lo que Dios apuesta y regala, para que todos tengamos la posibilidad de llegar a tocar el corazón de Dios y ser como la mujer del evangelio de hoy: pedir constantemente que se haga justicia entre nosotros, y poder limar todas las cosas que nos impiden llegar a ello.
María Jesús Arija
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En el evangelio de hoy nos habla Jesús del tema de la perseverancia en la oración. No es fácil encontrar la medida de la perseverancia, porque evidentemente no se trata de presionar a Dios para que haga lo que queremos. Luego ¿cómo insistir en una petición, y a la vez ignorar si aquello en lo que insistimos es lo mejor para nosotros, o si es lo que Dios en su sapiencia quiere?
Puede ayudarnos a buscar una respuesta observar que Cristo no se refiere a cualquier petición en este pasaje del evangelio. Lo que él promete es muy concreto: "¿Creéis acaso que Dios no hará justicia a sus elegidos?" (Lc 18, 7). De hecho, la viuda de la parábola pedía eso: justicia. Pero antes de insistir en nuestras súplicas hemos de preguntarnos si éstas son justas o no. O mejor aún, si lo que piden es justo.
¿Qué es pedir justicia? Si lo miramos bien, es pedir que aparezca la obra del juez. Porque pide justicia ante el juez quien no puede lograr todo con sus fuerzas (por una parte), y quien confía en el juez (por otra parte). Estas son las 2 características de una oración de justicia: descubrir los límites que nosotros tenemos (en la solución de nuestros problemas) y confiar en el poder y la sabiduría de Dios (que es capaz de ayudar eficazmente). Orar así es, al mismo tiempo, es un acto de humildad, de fe y de verdadera alabanza a Dios.
Pedir justicia es entonces pedir que se manifieste lo que sólo Dios puede hacer, o pedir lo que pedimos en el Padrenuestro: "que tu nombre sea santificado", "que venga tu Reino"... No es un acto de reivindicación ante el adversario, sino un acto a favor de la gloria de Dios.
Nelson Medina
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El evangelio de hoy reafirma lo dicho ayer acerca de la importancia de una fe viva. Pero ya no utiliza como comparación una figura que podía entenderse como retórica o literaria (la higuera que se arranca...), sino que introduce en cuestión al mismo Dios (al que compara, por oposición, con un juez inicuo). Y todo ello para hacer fuerza sobre la disposición de Dios a intervenir a favor de sus fieles.
Este es un punto que siempre nos desconcierta, porque se aleja de nuestra experiencia cotidiana. Pero las palabras de Jesús son inequívocas. Luego ¿qué es lo que falla? Probablemente falla la calidad de nuestra fe, y la calidad de nuestra relación con Dios. Y eso puede venir de que no pedimos con convicción, o pedimos mal, o pedimos queriendo utilizar a Dios a nuestro favor.
Muchas veces tenemos una idea de cómo debería ser la intervención de Dios, y juzgamos sí ésta encaja o no con nuestras perspectivas. Pero Dios no se deja manipular, ni actúa de forma contradictoria con su modo de ser. Y en Jesús nos ha mostrado su estilo de intervención.
A veces uno se asusta al escuchar cómo desean algunos que intervenga Dios, mientras piensa en su interior: "Para intervenir así, mejor que no intervenga". En otras ocasiones, a poco que recapacitemos, nos damos cuenta que hacemos con Dios lo que no haríamos nosotros con nuestros conocidos. Y otras veces le pedimos cosas sin haber establecido previamente una justa intimidad con él.
La lección que nos viene a dar hoy Jesús es que aprendamos que los dones de Dios buscan suscitar la amistad, estrechar la relación y acrecentar nuestra certeza.
La prueba de este argumento está en los santos, pues en ellos suele cumplirse al pie de la letra las promesas evangélicas. ¿Por qué? ¿Porque son santos? Puede ser, pero también porque tienen una fe plena, porque conocen el estilo de Dios y porque nunca le pidieron a Dios que intervenga en nuestro mundo de forma abrupta, como un elefante en una cristalería.
Y eso es así porque alcanzaron una intimidad profunda con Dios, y desde ahí se esforzaron en identificar su voluntad con la voluntad de Dios, sabiendo pedir bien y con plena confianza. De forma que todo nos remite a la última pregunta de Jesús: "Cuando venga el Hijo del hombre ¿encontrará esta fe en la tierra?".
Carlos García
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Jesús, tú hoy buscas una parábola para enseñar a tus discípulos de una manera gráfica que es necesario orar siempre y no desfallecer. Ya antes, y después, les has enseñado este punto con tu ejemplo, y te han visto rezar a tu Padre en silencio y en alta voz, en días de calma y en días de gran ajetreo, en los que no tenías tiempo "ni para comer". Está claro que, si quiero imitarte, debo hacer oración cada día.
En la parábola de hoy, Jesús, tú me hablas de uno de los tipos más conocidos de oración: la oración de petición. Pedir es propio de hijos, especialmente cuando los padres son generosos y pueden conseguir lo que sus hijos necesitan. Por eso, ¿cómo no voy a pedirte todo lo que me haga falta? Sabiendo que me quieres tanto y que me has escogido para que sea tu discípulo, ¿cómo voy a dudar de ti? ¿Acaso Dios no hará justicia a sus elegidos que claman a él día y noche, y les hará esperar?
Jesús, a veces pido pero con la boca pequeña. Me falta fe y constancia. Y en lugar de clamar día y noche, acudo a ti sólo de vez en cuando, con poca convicción. Y entonces me desanimo porque no consigo lo que pido, y te echo las culpas a ti. Ayúdame a darme cuenta de que, cuando me haces esperar, es por mi bien (porque quieres que siga pidiendo con fe aquello que necesito).
La 1ª condición de la oración es la perseverancia, y la 2ª la humildad. Jesús, a veces no cumplo ni siquiera con la 1ª condición de la oración, y me canso de pedir o me desanimo. Por eso hoy tú me explicas, casi de manera cómica, que es necesario "dar la lata" también a Dios.
"Ya que esta viuda está molestándome, le haré justicia, para que no siga viniendo a importunarme". ¿Cómo te estoy importunando yo con mis peticiones? ¿Soy santamente tozudo a la hora de pedir por lo que necesito o por las necesidades de los demás?
Pablo Cardona
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En el boxeo, cuando uno de los participantes se quiere retirar, su entrenador arroja la toalla al ring. En la vida también hay demasiados que han o hemos arrojado la toalla. Después de años de lucha por superar nuestros propios conflictos o en defensa de la justicia o por ayudar a los necesitados, hemos perdido la ilusión.
El desánimo nos llena, y ¿para qué seguir luchando? Porque nada cambia, y todo parece que sigue igual. Es como si el coche se nos hubiese quedado definitivamente atascado en el barro y, después de haber agotado nuestras fuerzas, no se hubiera movido ni un milímetro. ¿Vale la pena seguir luchando? ¿Escuchará Dios nuestras súplicas?
La parábola que hoy nos cuenta Jesús se dirige especialmente a los que ya han arrojado la toalla o están a punto de hacerlo. Y nos recuerda una gran verdad: aunque en medio del combate no lo sintamos, Dios está con nosotros. Si el juez inicuo termina por hacer justicia con la sola intención de librarse de la viuda, ¿acaso Dios no hará justicia a sus elegidos si claman a él día y noche? Quizás el secreto esté en ese "clamar a Dios día y noche". ¿Cómo andamos de perseverancia en la oración?
Severiano Blanco
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Cuando vuelva el Hijo del hombre "¿encontrará fe en la tierra?". Esta frase del evangelio de hoy se refiere al momento final de nuestra historia, cuando se termine el tiempo dado para el ejercicio de nuestras responsabilidades, y Dios nos pida cuentas del rendimiento de nuestros dones.
Cada uno de nosotros, durante nuestra historia personal (vivida en felicidad o desdicha, en poder o debilidad, en turbación o en paz), habremos podido ser instrumentos de paz o de guerra, de fraternidad o de discordia, de generosidad o de egoísmos, de laboriosidad o de ociosidad, de alabanza al Creador o de rebeldía.
Y tanto en horas de turbación y dolor, como en horas de serenidad y gozo, habremos vivido muchos momentos de cercanía y amistad con Dios, y otros de debilidad y pecado. Pero todos nosotros habremos llamado, alguna que otra vez, a la puerta de la gratitud y de la misericordia de Dios.
¿Nos faltará algún día esa fuente de animación? Pidamos al Señor y a Santa María que nunca se nos apague esa antorcha.
Dominicos de Madrid
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Ante las múltiples injusticias que vemos sucederse en la vida de todos los días, surge un sentimiento de la propia impotencia. Dicha impotencia nos hace comprender nuestra incapacidad para enfrentar dichas situaciones. Y ese sentimiento hace que espontáneamente el recurso a Dios se presente como la única salida.
Nos es relativamente fácil entonces comprender la importancia de la oración. La petición se multiplica en nuestros labios. Sin embargo, cuando esa oración no parece conseguir lo pedido, cuando las heridas injustamente causadas se multiplican, se hace sumamente difícil perseverar en la práctica de la oración que habíamos emprendido.
En muchos de estos casos, Dios aparece bajo la imagen de alguien desentendido de la búsqueda de la justicia. La Parábola del Juez Inicuo quiere enseñarnos a rectificar esos sentimientos, que brotan en los momentos en que se oscurecen, ante los propios ojos los valores "del reino de Dios y de su justicia". Junto a ello, la parábola quiere marcar en nosotros una pauta referente a la práctica de la oración.
En Dios debemos seguir contemplando la fuente de toda justicia, y desde esa contemplación se hace necesario renovar nuestro compromiso con la justicia, en una oración perseverante. En los momentos en que más lúcidamente descubrimos el aplastamiento (como la viuda de la parábola) se hace más urgente seguir la exhortación de Jesús a orar siempre, sin desfallecer jamás.
Este comportamiento puede mantener vivo en nosotros la lucha por la justicia. Y sobre todo puede recrear en nosotros la confianza en Dios, íntimamente comprometido con los valores de la justicia.
Confederación Internacional Claretiana
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Jesús se vale de una situación bien conocida para ilustrar la verdadera actitud en la oración. El relato nos narra la historia, bastante conocida en la época, de la viuda indefensa que acude al juez con tanta insistencia que logra un fallo favorable. La tenacidad y la constancia de la mujer estuvieron por encima de la mala conciencia del juez.
Las viudas, en su condición de mujeres desprovistas de la protección del marido, eran generalmente objeto de explotación y marginación en Israel, y pertenecía al grupo de excluidos de la sociedad (junto con los huérfanos, los extranjeros y los enfermos). Su única alternativa era conseguir un defensor de sus derechos (llamado Goel), y raramente conseguía abrirse camino hacia una vida digna.
Jesús toma este ejemplo y lo aplica a la oración. En la oración nos sentimos como la viuda (carentes de toda protección, y a merced de la voluntad de Dios). Sin embargo, Dios no es un juez sordo o injusto, sino que se nos muestra como un Padre misericordioso, resuelto a escuchar a su hijos cuando éstos realmente están convencidos de su situación.
Esta situación nos remite inmediatamente a la situación del suplicante, de la persona que eleva su clamor a Dios. Si esta persona carece de convicción, de la fe necesaria, de poco le sirve la oración. Pues la oración es un agradecimiento por los bienes recibidos. Y si la persona no considera anticipadamente que lo que pide ya lo ha recibido, se dirige a un juez sordo, que no atiende su clamor.
Fe y constancia, confianza y tenacidad, son las llaves que nos abren la posibilidad de un diálogo sincero con Dios. Si en nuestra acción procedemos estratégicamente, o simplemente nos dirigirnos a Dios para calmar nuestros caprichos y necedades, seguramente perderemos el tiempo y la paciencia. Dios escucha el clamor de los indefensos, de los oprimidos y de los justos. Si nosotros clamamos en estas condiciones, hemos de tener la certeza de que seremos escuchados.
Servicio Bíblico Latinoamericano
c) Meditación
La lectura evangélica de hoy gira en torno a la perseverancia, a través de una parábola que Jesús pone a sus discípulos sobre una viuda que, a base de insistencia, logra del juez injusto que se le haga justicia, para explicarles cómo tenían que orar siempre sin desanimarse.
Jesús alerta, por tanto, frente al desánimo. Sobre todo porque los creyentes no obtienen de inmediato lo que piden, y eso les puede hacer pensar que su oración no es escuchada, y hacer que se apodere de ellos el cansancio y el desánimo, con el riesgo consiguiente de abandonar la oración y la fe.
Por eso les invita Jesús a la oración perseverante, esa oración que se prueba en "el silencio de Dios" y que pasa por la amarga experiencia de no tener interlocutor a la hora de elevar las plegarias hacia lo alto. Jesús les dice que no desesperen nunca, porque por mucho que se retrase la respuesta de Dios, él no es sordo a nuestras súplicas, ni indiferente a nuestros males.
El razonamiento de Jesús suena así de simple: Si esa viuda logró arrancar su propósito (que le hagan justicia frente a su adversario) de un juez que ni teme a Dios ni le importan los hombres, a pesar de las negativas que recibe y a base de insistir (tanto, que llega a provocar el fastidio del juez), ¿cómo no van a ser escuchados los elegidos que imploran justicia de Dios (que no es juez injusto, sino justísimo), si a él sí le importan los hombres (sus criaturas y sus hijos) y lo que les acaece? Y concluye: Os digo que les hará justicia sin tardar.
No será necesario que insistan tanto como esa viuda, pero sí que tengan una fe semejante a la que muestra tener esa viuda, la cual insiste una y otra vez hasta ver cumplido su propósito. Pero (he aquí el interrogante) cuando venga el Hijo del hombre, ¿encontrará esta fe en la tierra?
Jesús quiere hombres que perseveren en la oración, porque mientras haya oración habrá fe. La fe sostiene la oración y mantiene viva la fe, pues no hay fe sin la conciencia viva de la presencia de Dios. Sobre todo de un Dios vivo y apelable, con nombre reconocido, que habla, escucha y calla, que hace justicia a sus elegidos y que reclama nuestro diálogo y petición.
Orar sin desanimarse, aun chocando con el silencio de Dios, o su aparente despreocupación de nuestros problemas, es perseverar en la fe. Y el que persevera obtendrá la recompensa y verá cumplida su oración. O bien porque Dios le otorgará le favor que pide, o bien porque le otorgará otro mayor.
El que vive de esta sabiduría sabe lo que esto significa, y que el valor de todo beneficio depende últimamente de esto: de que conduzca a la salvación. Por eso se entiende que Dios pueda negar o no conceder ciertos favores, si estos no van a servir para favorecer la salvación. Esa incógnita sólo la conoce Dios, de antemano. Por tanto, pidamos con perseverancia, pero sin aferrarnos a nuestra petición.
JOSÉ RAMÓN DÍAZ SÁNCHEZ·CID, doctor en Teología
Act:
15/11/25
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ordinario
E D I T O R I
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R C A B A
M U R C I A
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