3 de Noviembre
Lunes XXXI Ordinario
Equipo
de Liturgia
Mercabá, 3 noviembre 2025
a) Rom 11, 29-36
Tenemos hoy la conclusión de San Pablo sobre la 1ª parte (la doctrinal) de su Carta a los Romanos, con su exposición final sobre la suerte de Israel en relación a los paganos y una doxología o acción de gracias final a la gloria de Dios, terminada por el Amén.
"Los dones de Dios y su llamada son irrevocables", comienza diciendo el apóstol, como algo que conviene repetir constantemente. Por parte de Dios, se trata de algo asegurado y sólido, de "promesa irrevocable, de algo dado. Por nuestra parte, lo que se trata es de vincularnos a ello.
"Antaño erais paganos, desobedecisteis y obtuvisteis misericordia", continúa diciendo Pablo, que añade que "también los judíos desobedecieron, y también ellos obtuvieron misericordia".
Toda la historia de la humanidad es vista por Pablo como una contradanza entre judíos y paganos, entre creyentes y no-creyentes. Los unos, que habían obedecido primero, desobedecieron después. Y los otros, que desobedecieron primero, pasaron luego a obedecer. Las dos actitudes están, por tanto, ligadas, y dependemos los unos de los otros.
Dios, en efecto, "encerró a todos los hombres en la rebeldía, para usar con todos ellos de misericordia". La misericordia tiene la última palabra, y Dios permite que cada hombre pase por el pecado (la desobediencia) para que experimente la vanidad, el vacío y la incapacidad de su voluntad, a fin de abrirlo después a la gratuidad del amor divino, como única salida.
Ayúdame Señor, a ver así mis pecados, pero no como una vejación personal ante el fracaso de mi voluntad, ni con despecho ni desesperación (a forma de "yo nunca llegaré"), sino con la certeza de que esos pecados me abren a tu misericordia y me hacen sentir más hondamente cuán necesario me eres.
Señor, ayúdame a ver así a todo pecador en torno a mí, como un futuro objeto de tu misericordia y un actual objeto de tu misericordia. Tú, Señor, amas a los pecadores, y a este pecador que está junto a mí y cuyo pecado me hace sufrir. ¿Seré yo, junto a él, el testigo de tu misericordia?
"Oh abismo de riqueza, de sabiduría y de ciencia la de Dios", concluye Pablo, utilizando un término griego (bathos) que viene a significar abismo, como ese batiscafo que trata de explorar las profundidades y los abismos del mar.
¡Cuán insondables son las decisiones, e impenetrables los caminos del Señor! Ninguna sonda puede llegar hasta lo profundo de Dios, y ningún viajero ni explorador puede penetrar hasta ese país secreto, a través de esa selva impenetrable. Sin embargo, vale la pena intentarlo, y aventurarse en ese camino que conduce hacia Dios.
Los "caminos de Dios" es una hermosa expresión, capaz de hacer soñar y rezar. Oh, Señor, haz que camine hacia ti. ¿Estoy en el camino que conduce a Ti? ¿Cuándo se efectuará el encuentro? O como dice Pablo, "¿quién conoció el pensamiento del Señor?, ¿quién fue su consejero?".
Confeso de su propia ignorancia, Pablo está profundamente extrañado del rechazo de Israel a adherirse al plan de Dios, desde esa mentalidad farisea que le lleva a su orgullo nacional por encima de todo. El apóstol sólo puede confesar su ignorancia ante este asunto, y lo mismo puede sucedernos a nosotros cuando tampoco comprendemos el designio de Dios. Humildemente, Señor, me remito a ti, porque "de él, por él y para él son todas las cosas". A él la gloria por los siglos. Amén. Dios es el origen de todo, el que lo conserva todo y el objetivo hacia el cual todo va.
Noel Quesson
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La lectura hoy de la Carta a los Romanos nos recuerda el proyecto salvífico de Dios, como algo abierto a todos. En esa perspectiva se sitúa el himno de alabanza con el que termina el texto, como conclusión de la sección doctrinal de la carta. Profundidad de la riqueza, de la sabiduría y de la ciencia de Dios. Insondables sus decisiones e inescrutables sus caminos. ¿Quién conoce el pensamiento del Señor?
Pues, a veces, parece que nosotros lo pretendemos. Sobre todo cuando nos convertimos en verdaderos israelitas desobedientes que se esfuerzan en descifrar la mente de Dios y en conocer sus caminos, osando hacer coincidir sus previsiones con las nuestras. Y entonces nos decepcionamos, porque descubrimos que ciertamente sus decisiones son indescifrables, así como no todo lo que acontece es obra final suya. Con él siempre cabe esperar otra novedad, que vuelve a reinterpretar de nuevo el momento anterior.
Luis de las Heras
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El que diga que no tiene pecado es un mentiroso, pues la verdad no está en él. A pesar de vivir como enemigos de Dios, él nos envió a su propio Hijo para reconciliarnos con él y hacernos, junto con él, sus hijos. Quienes nacimos sin pertenencia al pueblo de Israel, pertenecíamos a un pueblo rebelde, pecador y sin esperanza. Pero los judíos rechazaron a Cristo, y con ello entraron también ellos a formar parte de los rebeldes contra Dios.
Todos, judíos y no judíos, hemos recibido una manifestación de la misericordia divina, y gracias a la obediencia de uno solo hombre (Cristo Jesús) todos hemos sido salvados. Todo cae en el plan de Dios, de quien proviene todo, por quien todo ha sido hecho, y hacia el que se orienta todo.
Orientemos hacia él nuestra vida, y no continuemos siendo rebeldes al Señor. Dejemos que su salvación llegue a nosotros y nos haga criaturas nuevas, capaces de trasparentar con sus buenas obras que en verdad hemos aceptado su gracia y misericordia.
José A. Martínez
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La lectura de hoy empieza con la misma frase con que acababa la del sábado pasado: "Los dones y la llamada de Dios son irrevocables". Pablo sigue desgranando, así, el problema de la salvación de su pueblo, el judío.
Tanto los paganos como los judíos han caído en desobediencia, y unos y otros han necesitado la misericordia de Dios, para que todos ellos (pecadores) fuesen perdonados. Ése es el punto de partida del plan de salvación.
Esta experiencia es la que hace a Pablo exclamar en palabras que son un himno de admiración a la generosidad y a la sabiduría de Dios. ¿Quién es capaz de conocer sus planes? ¿Quién podrá decir que ha dado algo a Dios? Porque es Dios, gratuitamente, quien nos los ha dado todo, tanto a judíos como a paganos.
Es bueno que recordemos que la iniciativa la ha tenido Dios, como cuando Jesús dijo a sus apóstoles "no me habéis elegido vosotros a mí, sino que yo os he elegido a vosotros".
Los judíos se sentían predilectos, y en cierto modo lo eran porque formaban el pueblo elegido de Dios desde Abraham. Los cristianos también podemos sentirnos orgullosos de ser el nuevo pueblo elegido, pero no por ello hemos de reclamar derecho alguno, porque todo ha sido don gratuito de Dios.
Por parte de Dios, todo ha sido generosidad. Por parte nuestra, muchas veces ha habido olvido y distracción, cuando no infidelidad. Igual que Pablo no quiere que los israelitas miren con suficiencia a los paganos, nosotros no tendríamos que considerarnos superiores a nadie, por muy pecador y alejado que nos parezca ese nadie.
Todos necesitamos la misericordia de Dios, y por eso podemos decir con humildad: "A él la gloria por los siglos". O como dice el salmo responsorial de hoy, "alabaré el nombre de Dios con cantos, proclamaré su grandeza con acción de gracias". Es la postura espiritual que mejor nos va, y también la que nos hace más humildes y comprensivos con los demás.
José Aldazábal
b) Lc 14, 12-14
Los textos del evangelio de Lucas de estas 3 semanas (de Lc 9,51 a Lc 19,44) nos están hablando del viaje de Jesús a Jerusalén. El evangelista da mucha importancia a este viaje. La mayoría de los textos propios de Lucas están en esta sección. Es una sección con un colorido lucano.
El comienzo del viaje ya fue muy solemne: "Cuando iba llegando el tiempo de que se lo llevaran, Jesús decidió irrevocablemente ir a Jerusalén" (Lc 9, 51). Afirmó su rostro en dirección de Jerusalén. Después de estar unas 6 semanas en Galilea, decide ir al corazón del poder económico, político y religioso del pueblo judío. Es ahí donde debe anunciar el reino de Dios.
Jesús sabe que ese anuncio le va a costar la vida. Por eso anuncia su martirio y muerte en Jerusalén, pero también anuncia su resurrección. La última palabra no la tendrán las autoridades de la ciudad, sino el Padre Dios. Los discípulos no entienden mucho esta decisión de Jesús, por eso en el viaje tenemos muchas instrucciones de Jesús a sus discípulos.
Pero también este viaje hacia Jerusalén es modelo del gran viaje de la Iglesia apostólica desde Jerusalén hasta el fin del mundo. Por eso tenemos en esta sección muchas alusiones a la misión. Lucas nos recuerda con mucha radicalidad las exigencias para ser discípulos y misioneros de Jesús.
En Lc 14, 1-24 tenemos una gran cena en casa de uno de los jefes de los fariseos en día sábado. Jesús está en el corazón de la institucionalidad judía. En ese contexto Jesús anuncia de una manera radical las exigencias del Reino de Dios. La presencia y predicación de Jesús transforman la cena en una cena del Reino de Dios. La casa, la mesa, las comidas son el contexto mas frecuente del anuncio del Reino de Dios.
En esta cena tenemos el texto de hoy (vv.12-14), con una instrucción de Jesús al jefe de los fariseos que lo había invitado. El tema es a quién invitar cuando se de una cena. No se debe invitar a los amigos, hermanos, parientes y vecinos ricos, sino a los pobres, lisiados, cojos y ciegos.
El contraste aquí no es sólo entre ricos y pobres, sino además entre el círculo de la familia y los que están radicalmente fuera como los lisiados, cojos y ciegos. La propuesta de Jesús rompe violentamente las costumbres y valores tradicionales. Jesús propone algo que es casi irracional y violento: dar una cena e invitar a los pobres, lisiados, cojos y ciegos. Nadie hace esto. Pero ésta es la lógica del reino de Dios, que contradice radicalmente la lógica del sistema dominante.
La motivación para invitar a los pobres es la gratuidad. Si uno invita a parientes y ricos, lo hace para recibir algo de ellos. Siempre uno invita a una persona que nos interesa, que nos puede ofrecer algo. La invitación al reino de Dios es totalmente gratuita. También nosotros debemos vivir esta gratuidad y eso sólo es posible si nuestras relaciones sociales son de preferencia con los pobres y los excluidos. Es ahí donde se encuentra el gozo y la dicha.
La recompensa a esta gratuidad la tendremos el día de la resurrección de los justos, que es la resurrección para la vida. Los fariseos creían en la resurrección, por eso el argumento de Jesús llega profundo a sus corazones. La opción por los pobres nos da alegría ahora y hace presente ante nosotros la gloria de la resurrección.
Juan Mateos
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Jesús completa hoy la descripción de los valores que privan en toda sociedad humana con las máximas relativas al anfitrión: "Cuando des una comida o una cena, no invites a tus amigos, ni a tus hermanos, ni a tus parientes, ni a vecinos ricos" (v.12). A estas 4 categorías de amistad contrapondrá a continuación otras 4 categorías de marginación: "Cuando des un banquete, invita a los pobres, lisiados, cojos y ciegos" (v.13).
Los 4 miembros del 1º grupo (unidos por la conjunción copulativa ni) están trabados por lazos de amistad, parentela, afinidad, riqueza. Son las ataduras que sostienen toda sociedad clasista en detrimento de los demás; constituyen la mafia de todo poder instalado que se autoprotege: "No sea que te inviten ellos para corresponder y quedes pagado" (v.12) No tienen perspectivas de futuro, puesto que han quemado todas sus esperanzas en la mezquindad de la recompensa presente.
Los miembros del 2º grupo (simplemente yuxtapuestos, sin coordinación alguna) no tienen otra atadura que los relacione si no es la misma marginación. Son el rechazo de toda sociedad, pero pueden hacer felices y dichosos a los que "eligen ser pobres" (Mt 5, 30). Es decir, a los que renuncian voluntariamente a los valores que sirven para apuntalar la sociedad clasista: "Dichoso tú entonces, porque no pueden pagarte, pues se te pagará cuando resuciten los justos" (v.14).
Estos no pagan con honores, regalos o recompensas (que pasan de mano en mano, sin más contenido que el papel de celofán), sino con su agradecimiento sincero y cálido, en el banquete, y constituyéndose en prenda de una futura recompensa.
Josep Rius
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Los ricos no están excluidos del reino de Dios, y ojalá algún día participen, junto con nosotros, del banquete eterno. Por eso, más que banquetear con ellos en este mundo, no hemos de perder la oportunidad de anunciarles también a ellos el evangelio.
Sin embargo, no podemos instalar nuestra vida entre ellos buscando seguridad, ayuda económica o prestigio. El Señor nos pide volver la mirada hacia los pobres, los lisiados, los cojos y los ciegos. Y socorrerles en la medida de nuestras posibilidades, bajo la pena de haber traicionado al evangelio si no lo hacemos. Por eso la Iglesia de Cristo no puede poner sus ojos sólo en las altas élites.
La Iglesia, al igual que Cristo, pertenece a todos los hombres de todas las razas y condiciones sociales y religiosas. Por eso el Señor hace un fuerte llamado a la conversión a quienes todo lo poseen, para que traten de dar una respuesta a los reclamos de los pobres y desvalidos.
Y a los pobres el Señor les indica que él es su consuelo porque se acerca a ellos mediante aquellos que, escuchando su voz e identificándose con él, se han decidido a convertirse en la cercanía de Cristo, que viene a salvar a los pecadores, a consolar a los tristes y a socorrer a los necesitados.
Renovados en Cristo, los seguidores de Cristo hemos de cumplir con el deber que tenemos de hacer que el Señor, por medio nuestro, se haga cercano al hombre que sufre. No causemos más dolor a los que viven angustiados, pobres, enfermos, perseguidos, marginados o pardos por políticas económicas injustas.
No seamos hijos rebeldes que, abandonado el amor a Dios, pisotean al prójimo y lo destruyen. Convirtámonos en un banquete que alimente el amor, la paz, la alegría y la esperanza de quienes nos rodean. Si en verdad creemos que somos hijos de Dios (por nuestra unión en la fe a Cristo), amemos a nuestro prójimo, como nosotros hemos sido amados por el Señor.
Javier Soteras
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Es sorprendente ver cómo, después de 21 siglos, las palabras de nuestro Señor permanecen en la más absoluta actualidad. Por mucho que cambien los tiempos, por mucho que se avancen en distintas disciplinas, el ser humano sigue siendo el mismo, y sigue necesitando oír la palabra viva de Dios.
El pasaje evangélico de hoy se nos hace especialmente necesario en el tiempo en el que vivimos, tan marcado por la superficialidad y el materialismo. Y en él el Señor nos enseña que todo lo que se realiza bajo la esperanza de recibir algo a cambio (un reconocimiento, un honor...) carece de valor en su Reino.
Jesús es humilde y pobre de corazón. Es amigo de los pobres, de los pecadores, de los indefensos y de los gentiles. Y hoy vemos cómo se sienta a comer un sábado en casa de un jefe de los fariseos. Ellos lo observan, y él les vuelve a demostrar que en su forma de actuar se alejan de la voluntad de Dios, y que sus obras carecen de pureza de intención.
Cabe pensar cuántas veces en nuestro actuar buscamos una recompensa, cuántas veces nos dejamos guiar en nuestras decisiones por un oculto y profundo egoísmo que consigue oscurecer nuestras acciones con la sombra del pecado. Son en estas pequeñas opciones donde demostramos aferrarnos más a nuestra vida con todos sus pequeños premios pasajeros, que a la verdadera y autentica felicidad y plenitud que el Señor nos ofrece. ¿Por qué? Porque el camino que nos conduce a dicha plenitud va inevitablemente acompañado de cruz.
A veces nos ocurre que, cuando comenzamos a entender que debemos servir a los demás (buscando su felicidad y haciendo todo lo posible por honrarlos), empieza a nacer en nosotros el deseo de que todos se percaten de nuestra actitud, de que aprecien nuestras buenas acciones y nos las reconozcan. Y cuando esto no ocurre nos frustramos y abandonamos nuestro propósito.
Demos gracias a Dios si esto nos sucede (la frustración ante las malas inclinaciones), porque nos permitirá ver de forma tan cercana nuestra miseria. Y porque nos da la oportunidad de empezar de nuevo, sirviendo a los demás única y exclusivamente por amor a Dios y sabiendo que lo que le hacemos (a los que nos rodean) se lo hacemos a él.
Bruno Maggioni
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Jesús dijo al fariseo que le había invitado en el pasaje de hoy: "Cuando des una comida o una cena, no invites a tus amigos, ni a tus hermanos, ni a tus parientes, ni a tus vecinos ricos. No sea que te inviten ellos para corresponder y quedes pagado". Se trata de un consejo muy paradójico, casi chocante, pues ¿no se tendría que invitar a los amigos, ni a los hermanos, ni a los parientes a comer o a cenar?
Evidentemente, Jesús no puede querer decir esto. Pero ha querido despertar la curiosidad de sus oyentes, y ciertamente que la lección tiene cosas muy importante que decirnos.
Repasemos en 1º lugar nuestra experiencia personal, y cuán agradable es para nosotros encontrarnos a la mesa con amigos, hermanos, parientes. En ese caso, en el fondo, no salimos de nosotros mismos, pues tenemos a nuestro alrededor un 1º círculo de personas que forman parte de nosotros, y amarles es seguir amándonos a nosotros mismos.
Pues bien, la característica del evangelio es hacer que traspasemos este 1º círculo de nuestra familia, de nuestro medio ambiente, de nuestra raza y de todo lo que sea una prolongación de nosotros mismos, pues "si amáis sólo a los que os aman ¿qué hacéis de extraordinario? Los pecadores también lo hacen" (Lc 6, 32).
Por el contrario, dice Jesús, "cuando des un banquete, invita a pobres, lisiados, cojos y ciegos". Esto es precisamente lo que no hacen los ricos: cuidan bien de invitar sólo a personas de su misma clase social y del mismo rango. De otra parte, actuar de otro modo sería difícil: ¿qué diría la gente? Ahora bien, esto es completamente al revés de las perspectivas que predica Jesús. Es en lo que consiste la eminente dignidad de los pobres, los cuales deberían ser los primeros en nuestras listas de invitados.
Este era uno de los problemas que más a menudo surgieron en las primeras comunidades cristianas, y eso que Jesús ya había declarado que su asamblea debía estar abierta a todos.
-sin
distinción de clase social (Lc 14,12-14; Sant 1,9; 2,1-6),
-sin distinción de razas (Rm 10,12; 1Cor 12,13; Gál 3,28),
-sin excluir, siquiera, a los pecadores (Lc 7, 36-50).
No, la asamblea cristiana no es una reunión de personas seleccionadas o de élite, sino que los más pobres están igualmente invitados. De hecho, la Iglesia quiere ser el "signo de la concentración universal" por voluntad de su fundador. Dichoso serás tú entonces, "porque no te pueden corresponder".
Esta es la palabra clave del "amar sin esperar correspondencia", en el desinterés más absoluto. Y dichoso tú si lo pones por obra, pues "esto te será devuelto cuando resuciten los justos".
Hay casos en que ésta es la única motivación capaz de hacernos superar las repugnancias invencibles y los bloqueos afectivos, aparentemente sin salida ante nuestras dificultades psicológicas extremas. Pero tengámoslo claro: Dios interviene en el hombre para ensancharle el corazón. Y la "resurrección de los justos" será el brillante despliegue a pleno día de ese amor sin condiciones ni fronteras, porque Dios "ama a los justos y a los injustos" (Lc 6,35; Mt 5,45).
Noel Quesson
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El sábado pasado leíamos la recomendación de Jesús sobre no ir buscando los primeros puestos al ser invitados. Y hoy sigue con el tema, pero esta vez diciéndonos a quién deberíamos invitar preferentemente a comer.
Puede resultar paradójico el consejo: "No invites a tus amigas ni a los vecinos ricos". El motivo es que, si lo hacemos así, lo que estamos buscando en el fondo es que luego ellos nos inviten: "Ellos corresponderán invitándote y quedarás pagado". Mientras que si seguimos el criterio de Jesús (invitando a "pobres, lisiados, cojos y ciegos"), estas personas no podrán pagarnos, y entonces el que nos premiará será Dios, "cuando resuciten los justos".
El evangelio se nos presenta muchas veces opuesto a nuestros criterios espontáneos y a las directrices de este mundo. Cuando hacemos un favor a otro, sería bueno que examináramos nuestras intenciones profundas: ¿Lo hacemos por amor a Dios y por amor a la persona en sí misma, o bien buscamos que nos pueda corresponder? ¿Nos gusta convidar a los ricos o a nosotros mismos? ¿O hacemos la opción de invitar a los pobres, que no nos pagarán?
Jesús, en el Sermón de la Montaña, nos enseñó que no tenemos que buscar el premio o el aplauso de las personas, sino hacer el bien discretamente, sin pregonarlo ("que nuestra mano izquierda no sepa lo que hace la derecha"). Y entonces Dios, que sí ve en lo escondido, nos premiará.
Si hacemos un favor a una persona porque ya nos lo ha hecho ella antes a nosotros, o porque esperamos que nos lo haga, eso no es amor gratuito sino comercio ("do ut des", lit. te doy para que me des). Pero Jesús nos había dicho, según leímos el jueves de la semana XXIII, que "si amas sólo al que te ama, ¿qué mérito tienes? O si haces el bien sólo a los que te hacen bien, ¿qué mérito tienes?" (Lc 6, 32).
Nuestro amor ha de ser desinteresado, sin pasar factura por el bien que hacemos. Si hacemos favores a quienes "no pueden pagarnos", ya nos lo pagará él: "Conmigo lo hicisteis". Y él es buen pagador.
José Aldazábal
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El evangelio de hoy nos presenta el tema de la gratuidad del amor, y nos viene a decir que el amor no es comercio, ni un "yo te doy para que tú me des", ni es un "te quiero porque me gustas". Estas son formas del amor interesado y captativo, formas de egoísmo disfrazadas con lenguaje de amor, pero egoísmo en el fondo. En esos amores, si la persona amada deja de corresponder, yo no continúo mi relación generosa con ella; solamente soy generoso cuando el otro también lo es, un amor "a cambio".
El amor captativo es una fase psicológica del desarrollo del amor en la persona. El adolescente descubre el amor, ese algo instintivo que le saca de sí y le hace sentir el amor a otra persona, dispuesto incluso a sacrificarse por ella sin pedir nada a cambio. Pero esto es así porque le gusta esa persona y en el fondo se está amando a sí mismo.
En esta situación, cuando la persona amada se deteriora físicamente o moralmente, o cuando deja de gustarme, o cuando las hormonas no me permiten ya encontrar recompensa en el amor, yo dejo de amar. Y es que en realidad yo no amaba, sino que me amaba a mí mismo. Y no buscaba el bien de la otra persona, sino el bien de mi propia persona. No era amor, sino egoísmo.
Es necesario pasar al amor oblativo, el que se da y se ofrece sin pedir ni buscar nada a cambio, el que no ama porque le gusta sino porque sí, sin motivos razonables. Pero esto requiere una opción personal, y una decisión de amar irracionalmente (podríamos decir), como una corazonada, ilógica y absurda (desde el punto de vista de los intereses rastreros).
Este amor oblativo es el que Jesús, con sus palabras y con sus hechos, nos enseña repetidamente en el evangelio. Hoy lo dice explícita y directamente: "No invites a los que te pueden recompensar". Es decir, no ames por interés, no busques (consciente o inconscientemente) recompensa a tu amor. Y eso que dichas recompensas pueden ser de muchas clases, desde las físicas (gusto, placer) y económicas (pago, beneficios, favores) hasta las morales (el prestigio).
Jesús pide que nuestro amor sea desinteresado, y que ni las recompensas han de ser el motor de nuestro amor, ni debemos dejar de amar a nadie que debamos amar porque no pueda pagarnos. Y así, "tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará".
Severiano Blanco
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El discípulo de Jesús no debe dejarse mover por el egoísmo, ni buscar la recompensa de sus servicios. Debe dar y amar, sin buscar nada a cambio. Por eso debe obsequiar y servir a los pobres, a los desagradables y a los enemigos. Lo demás es conducta pagana, y lo hacen los pecadores también (Lc 6, 27-35).
Sólo así se asegurará la única recompensa, la del Padre, la que tiene valor definitivo. Sólo con esa conducta el creyente se hace en el mundo como signo del amor del Dios bueno, que beneficia a justos e impíos (Lc 6, 36). Sólo el Padre es recompensa cabal para el servicio desinteresado del creyente.
Conrado Bueno
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Las nuevas normas que reglamentan la convivencia humana, en el banquete del reino de Dios, no entran en vigencia a partir del comienzo de la fiesta. Ellas atañen también a los momentos previos en que ésta se produce y, por consiguiente, conciernen también a la elección de los invitados. Por ello Jesús, después de haberse dirigido a los invitados (Lc 14, 7-11), se dirige a su anfitrión (v.12) para indicarle la manera conforme a la cual se debe hacer la selección de los que merecen participar en el banquete.
Dicha manera va directamente en contra de las normas sociales vigentes en la sociedad del tiempo de Jesús y de las concreciones históricas de relación entre los hombres.
El texto propone la enumeración de quienes no deben ser invitados, en una lista que comprende a amigos, hermanos, parientes y vecinos. Y luego pasa a detallar los que sí deben ser escogidos, en una lista que comienza con la categoría de mayor extensión (pobres) y luego se colocan formas particulares de esa pobreza (inválidos, cojos y ciegos). Todos ellos pertenecen a grupos de personas que la sociedad considera ineficaces y sin valor.
La motivación que origina la composición de cada una de las listas reside en la posibilidad de retribución que tienen las personas allí mencionadas. Se contraponen así las leyes de retribución en la sociedad comercial (del s. I) y las leyes de retribución querida por Dios.
De esta forma se señalan 2 perspectivas que motivan y originan el acercamiento a los demás. En las sociedades comerciales éste se produce en la búsqueda de lucro, las listas se confeccionan según el debe y el haber de nuestros libros contables. Las personas son consideradas como parte integrante de una empresa en que cada una de ellas tiene su precio según su capacidad de ofrecer lo mismo que uno da (cf. v.12b).
Dios pone en cuestión el fundamento de esta sociedad. Consecuente con el año del jubileo proclamado en la sinagoga de Nazaret (Lc 4, 19), la retribución a la que se debe aspirar brota de la gracia de Dios, buscando la gratuidad y el don derivado de ella (gratis, que equivale a "de gracia"). La nueva actitud surge, entonces, de una profunda experiencia de la misericordia de Dios, que gratuitamente se ha acercado a los hombres y que se transfiere a todos aquellos que la han experimentado.
Esta transferencia sólo puede ser transmitida con acciones claras hacia los desposeídos en que se haga patente el carácter de los bienes, que han recibido gratuitamente y que, por tanto, deben ser ofrecidos también gratuitamente.
Confederación Internacional Claretiana
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Las actitudes que Jesús propone hoy, como talante de vida, desafían las normas y preceptos de la sociedad. Especialmente aquellos acuerdos tácitos de los que nadie hace alarde pero que todos cumplen fielmente.
Estos acuerdos se basan en el oportunismo, el clientelismo y el acaparamiento. Prácticas que en público son proscritas pero que en secreto son reconocidas como caminos para alcanzar el éxito. Aquello que es repudiado en los grandes ideales sociales, es vivido con gran intensidad y aceptación en las practicas interhumanas.
Jesús se opone radicalmente a estas prácticas. Para él, una sociedad basada en los favoritismos, las ventajas de los poderosos y el tráfico de influencias está irremediablemente condenada a perpetuar el dominio de los poderosos sobre los marginados. Esta situación provoca continuos enfrentamientos entre los diversos grupos y clases sociales, generando una permanente violencia que crece desmedidamente.
Para Jesús la respuesta a la violencia, y al sistema que la genera, no es la violencia armada ni la manipulación ideológica. Sino que el camino para superar las prácticas sociales excluyentes pasa por un cambio de actitud ante la vida, y ante el juego interesado de la sociedad.
La propuesta de Jesús comienza por romper con el modo de vida que impone la sociedad vigente. Tras lo cual inicia un proceso de transformación del modo de pensar. A la par, se van modificando las prácticas cotidianas haciéndolas coherentes con el ideal propuesto.
A partir de este punto, se comienza a edificar en comunidad un espacio alternativo donde los seres humanos pueden realmente ser humanos en todo el sentido de la palabra. Y la comunidad empieza a crear nuevos hombres y mujeres dispuestos a vivir el reinado de Dios como alternativa al orden vigente.
Así se entiende la propuesta evangélica de hoy, cuando Jesús anima a "invitar a los pobres... pues ellos no te podrán pagar y tú tendrás tu recompensa el día de la en que los justos resuciten".
Servicio Bíblico Latinoamericano
c) Meditación
Nos encontramos hoy con uno de esos evangelios que generan perplejidad y contravienen las normas más usuales de nuestro comportamiento social, sobre todo a la hora de sugerir una manera de actuar que, por infrecuente, nos parece por lo menos utópica.
Jesús ha sido invitado a comer por uno de los principales fariseos, y una vez llegado a la mesa, de sopetón le dice: Cuando des un banquete no invites a tus amigos, ni a tus hermanos, ni a tus parientes ni a los vecinos ricos, porque corresponderán invitándote y quedarás pagado.
Cuando organizamos una comida de carácter celebrativo, tanto ayer como hoy las personas invitamos a nuestros familiares y amigos, y tal vez también a algunos vecinos. No invitarles significaría desestimar su condición de familiares o amigos, y semejante menosprecio podría ser un motivo suficiente para provocar su enfado.
Es cierto que tales invitaciones generan compromisos, y obligan a una correspondencia equivalente. E incluso puede que la convención social pueda llegar a tener más fuerza que la misma ligación familiar o de amistad. Pero éste es nuestro modo habitual de actuar.
De ahí que choque tanto lo que hoy hemos escuchado de Jesús, cuando se dirigía al fariseo: No invites a tus amigos ni a tus parientes. ¿Y por qué no invitarles? Se responde a sí mismo Jesús: Porque corresponderán invitándote, y quedarás pagado. La razón de no invitar, por tanto, es para Jesús evitar la paga correspondiente. ¿Y por qué no invitar? Para no cursar una invitación que genere una correspondencia, y a su vez otra nueva invitación.
En definitiva, lo que no quiere Jesús es introducir el criterio compensatorio en las relaciones humanas, porque eso podría acabar (como sucede tantas veces) mercantilizando las relaciones y, en consecuencia, deshumanizando nuestra vida social.
Jesús no se opone, sin embargo, a que haya comidas, celebraciones o invitaciones. De hecho, él acepta muchas de esas invitaciones. Pero lo que sí quiere es que en esas celebraciones se introduzca un nuevo criterio: Cuando des un banquete, invita a los pobres, lisiados, cojos y ciegos.
Interesante sugerencia, por supuesto contradictoria respecto a nuestros comportamientos sociales usuales, pero para nada disparatada y totalmente coherente. Eso sí, ¿a quién de nosotros se le ocurre salir a la calle para invitar a todos los mendigos que encuentre, a un banquete de bodas?
A lo mucho, eso se le puede ocurrir a algún sacerdote en el día de su ordenación sacerdotal, intentando imitar lo que hizo algún santo estrafalario. E incluso en alguna ocasión a algún padre de familia, incorporando a su mesa a algún pobre que anda rondando por su calle, para darle un plato de sopa y un par de zapatos.
Pero invitar a una comida familiar, en que celebramos algún acontecimiento importante, a una panda de mendigos que nada tienen que ver con semejante celebración, sino simplemente porque son pobres, lisiados o ciegos, nunca se nos ha ocurrido, ni parece fácil que se nos ocurra.
Por eso la propuesta de Jesús parece simple y llanamente utópica. O a lo mejor... desafiante, como invitando a obrar, si no exactamente así, sí de una manera aproximada. Es lo que termina diciendo Jesús: que tal acción no quedará sin recompensa (te pagarán cuando resuciten los justos).
Jesús invita a las buenas acciones, que estén lo más alejadas posible de la compensación social y que se muevan por la propia satisfacción de hacer el bien a los demás, o de ver un destello de alegría en el rostro del indigente socorrido.
La propuesta de Jesús está muy ligada a su actividad mesiánica. De hecho, no es infrecuente ver a Jesús entre pobres, ciegos, cojos y mancos, dándoles salud o multiplicando los panes y peces para saciar su hambre. Y eso es lo que propone Jesús al fariseo: hacer él lo mismo, atendiendo a los indigentes y compartiendo con ellos la abundancia de sus bienes.
En este banquete imaginario de Jesús, con los pobres y lisiados de la tierra, se preludia el banquete del Reino de los Cielos, cuyos principales comensales serán precisamente los desechados de los banquetes de este mundo. Ellos, por ser los más pequeños y despreciados de este mundo, son los predilectos de Dios. Y nada tiene de extraño que lo sean también en el futuro Reino de los Cielos, si es que Dios tiene ese amor tan superior al nuestro.
Por esa misma razón fueron los pequeños los predilectos de la acción benéfica de Jesús, y por la misma deberían serlo los destinatarios de nuestras cáritas eclesiales. Ellos nunca nos corresponderán, pero tal vez sí que lo haga Dios, el gran Pagador, el Pagador universal.
JOSÉ RAMÓN DÍAZ SÁNCHEZ·CID, doctor en Teología
Act:
03/11/25
@tiempo
ordinario
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M U R C I A
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